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EL LLANTO DE LA MONTAÑA

Había una ladera, en las montañas de la cordillera, que a pesar de estar a mas de los tres mil metros, del nivel del mar, es decir a la altura donde ya no crece la vegetación, estaba obsesionada por mejorar su imagen. Había leído muchos libros de decoración de montañas, o de pasajes en realidad, pero nada de los que se adecuaba a su altura le convencía. No le gustaban los glaciares, ni las formaciones rocosas erosionadas, buscaba algo más colorido, algo diferente. Entonces vio, en un libro de paisajes, un hermoso bosque de arrayanes que cubría una ladera en los Alpes. Decidió que quería un bosque así para su ladera. Se comunicó con la madre naturaleza y le planteo la situación, pero esta le dijo que debía conformarse con lo que tenía, como todas sus hermanas de aquella zona de la cordillera, sino sería como darle un privilegio a ella sola que además estaba prohibido. La naturaleza, al igual que los barrios de los suburbios tienen normas de construcción, tenía también ciertas restricciones. Como en todo en este mundo, a veces se hacía la vista gorda para ciertos casos (en general léase acomodados), pero para la mayoría regía esa ley y se respectaba. Pero la montaña, que era muy caprichosa y que estaba obsesionada con respecto a su aspecto físico, decidió desobedecer y criar un bosque. Jugando con los vientos logró en varias décadas traer semillas y plantarlas, pero los árboles no crecían, los fuertes vientos de invierno les impedían tomar altura. Pasaron algunos siglos (que para una montaña son el equivalente a unas horas ya que viven miles de años) hasta que por fin logró que nacieran una docena de hermosos arrayanes, no eran muy altos pero sí eran hermosos igual. La montaña estaba orgullosa de ellos y los cuidaba mucho, dejando bajar los ríos de deshielo para regarlos cada temporada. Ahora su ladera realmente era hermosa y los que pasaban por el valle siempre la miraban, incluso algunos viajeros se tomaban fotos con su ladera de fondo, lo cuál la hacía sentirse linda. Pasó el tiempo y decidió que para mejorar su imagen debía tener un poco más de nieve eterna en su cumbre, eso era fácil, los inviernos siguientes mantuvo hielo en la cima hasta lograr tener una cantidad abundante de nieve eterna. Ahora el contraste entre la nieve y el bosque, más el marrón oscuro de las rocas dejaba la ladera más bonita aún, creando un paisaje digno de admiración. Pero un día las placas se reacomodaron, como lo hacían cada tanto, lo habían anunciado en el valle pero la montaña aquella no presto atención a los anuncios y el día que sucedió la tomó desprevenida. Toda la nieve acumulada se desplomó formando una gran avalancha que arrasó completamente con el bosque. No había quedado ni un tronco en pie. La montaña se puso muy triste y sintió ganas de llorar, muchas ganas de llorar. Entonces la nieve eterna desplomada se fue derritiendo, convirtiéndose en gotas que eran como lágrimas que se fueron uniendo unas a otras en un único río, el cuál descendía hasta el lugar donde había estado el bosque y al llegar a la ladera que protegía a la vegetación el agua caía formando una hermosa cascada. Los pobladores de la zona, por la fuerza con la que caía el agua y por el sonido que hacía al golpear las rocas, la llamaron “La cascada del llanto de la montaña”.

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