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Kosh

EL EXTRAÑO DE LA ESQUINA

Miré a la esquina y ahí estaba ese hombre. Su mirada no decía nada, al menos nada más de lo que decían las manchas de humedad a su espalda, nada más de lo que decía la oxidada lámpara que colgaba de la pared, viéndoselas con dificultades para vencer la oscuridad de aquel descolorido rincón. Estaba sentado con los sus antebrazos dispersos por la mesa, uno de ellos terminaba en una mano de largos y arrugados dedos que envolvían un vaso de whisky con una mística que rondaba los opuestos del deseo y el vicio. No pude más que dejar de sonreír al observarlo, olvidé de inmediato el comentario que hacían del otro lado del teléfono móvil, olvide porque estaba yo en ese bar miserable, apenas si recordaba estar haciendo tiempo para entrevistarme con la gloria y pedirle un trozo de su hermoso cuerpo. Y es que por fin ese día cerraba un negocio histórico. Siempre pensé que todo hombre de negocios tiene su momento de grandeza cuando esta por cerrar el primer trato, cuando esta por firmar el primer contrato, ese que sabe que volverá a sus labios en forma de anécdota, envuelto en guirnaldas y adornos que harían del momento una leyenda digna de ser escuchada con admiración. Ese era mi momento…, pero un segundo atrás, ahora todo había cambiado, y me alegraba, me hacía sentir bien, en algún espacio desconocido de mi inconsciente, saber que aún seguía llevando conmigo un corazón digno, humilde, o al menos capaz de sentir lástima. Ese corazón que se acusa de perder a en los señores importantes de la alta burguesía. Y puedo jurar que fue innato, fue un reflejo que salió del fondo de lo que atribuimos a ese órgano que sólo cumple la misión de enviar sangre.
- Pobre hombre – pensé apenado, - yo tan contento y él..., él ¿donde irá?, ¿de donde vendrá?. Un extraño para todos, un vagabundo sin hogar, sin nada suyo.
La gente que pasaba esquivaba su mirada, como quién no quiere sentir el peso de la amargura ajena, como quién evita el dolor porque no hay medicina para curarlo. Pues yo me acerqué a él, como quién lo hace sin intención de mostrarse amable, sino de buscar refugio de sus propios reflejos. A punto estuve de sentarme a su lado, pero aquel hombre, de pronto se puso de pie como si de recordase algo que olvidó, y salió por la puerta del local, antes de que tuviera tiempo de decirle algo, alguna palabra linda, de aliento, tan útil para que un hombre que debe enfrentar cada día como una batalla.
Me sentí mal por ser lento, por no actuar de inmediato, por pensar demasiado antes de hacer.
Pronto debí olvidar el asunto, era un día demasiado importante para dejarlo fluir en aquel episodio secundario, volví a la realidad, en la cuál debía presentarme para firmar aquel acuerdo, debía sentarme frente a los peces gordos de la ciudad.
Pagué y crucé la avenida para encontrarme con una inmensa mole espejada a la cuál debía subir. El ascensor me depositó en los últimos pisos, donde una secretaria me recibió con una hermosa sonrisa y, luego de presentarme me indicó una sala de reuniones y me informó que el director general me estaba esperando. Entré por una puerta doble para encontrarme con una habitación amplia que terminaba en un ventanal hermoso que daba al cielo que cubre la ciudad. En el centro había una larga mesa rodeada por sillas. Precediendo la mesa, esperándome, el hombre más importante de la empresa, y aquél hombre resultaba ser el que creía un vagabundo en la mesa del bar.

1 comentario

Alberto -

Para que te fíes de las apariencias. Nuestro encuentro con los miserables es siempre superficial, porque nos interesa mucho más lo nuestro que lo de los demás.