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Kosh

SECRETO DE CONFESION

Sopló el viento descubriendo de entre el espeso polvo la espada, desafortunadamente no había nadie cerca para hacer de ella una señal. ¿Cuanto vale una promesa?, mas que una vida o mas que una muerte, al menos eso creo, y por eso no hice la denuncia. Pero nada esta en mí, yo solo escucho las voces del cielo, el susurro de los espíritus, yo solo me lanzo a la nada, me dejo llevar por la corriente, y la corriente son los valores, por eso no hice antes la denuncia. Porque el honor es la palabra y en él se edifica cada hombre, y en el se edifican mis prédicas, y por el sobrevive mi fe. ¿Que podía hacer entonces?, si la daga se hundió sobre mi fortaleza en lugar de hundirse en mi debilidad, si en ella exclamaba la esperanza para sobrellevar a rastras una existencia. Y fue la escolta del dolor, y fue la bandera de mi silencio, de un inevitable silencio. Cada noche de oscuridad y remordimiento, mientras las agujas estancadas se ocupaban de lastimar mis suspiros, un aluvión de impotencia me envolvía, mi orgullo soportaba los golpes del destino que lo había situado en el peor de los jaques, pero aún respiraba, y aún no era el mate. Pero en la ley de Dios dejé mis súplicas, en la ley que me enseñaron clavé la estaca del juramento: “las promesas son el todo de un ser, y la palabra de un hombre es sagrada”, sagrada mas allá de cualquier circunstancia. Al menos mientras viva, por eso mantuve silencio. Pero ya no hay nada y yo he vuelto a las cenizas. El sufrimiento de una vida que ya es parte del pasado ahora se hace gloria, una gloria inabarcable. Aún escribo desde la tierra pero a la vez me siento sobre los cielos. Llega mi hora, es tiempo de decir adiós pero no estoy triste, quizá sea el día mas felíz de toda mi estancia en este extraño lugar que llamamos mundo.
Pedí al médico y a los demás que me dejen un momento para orar en silencio y soledad. Ahora estoy solo. La habitación poco a poco va siendo envuelta por la negrura de sus rincones mientras, a través de un ventanal, veo la decadencia de una de las tantas tardes soleadas de otoño. El jardín de la parroquia mantuvo su orden y sobriedad durante todo este largo tiempo. Los árboles frutales, siempre un poco secos, nunca crecieron como cada temporada añorábamos, los helechos en cambio, supieron hacerse un lugar en las miradas de los que pasaban por la calle. Y aquí dentro, las paredes fueron cambiando aquel viejo blanco algodón por un amarillento color de vejez. La pequeña biblioteca y el escritorio permanecieron siempre lejos de todo tiempo y moda, pero hoy, después de tantos años, los dejo descansar mientras escribo desde mi cama, o mientras dejo mi cuerpo y escribo desde allá.
Porque estas hojas las envío de otras tierras, donde el ser alcanza la plenitud soñada, estas hojas deben ser consideradas de dicho modo, pues sino mi vida, mi pasado y mi eterno presente serían en vano. Pido este favor como última voluntad sobre la tierra, y espero que, por Jesucristo o por lo que fuese que el lector de estas líneas base su existencia, sea considerada. Especialmente a ese hombre que hace tanto tiempo pedía justicia.
Ahora que estoy muerto es tiempo de denuncias y confesiones, es tiempo de justicia.

Siete interminables años pasaron desde que ocurrió lo que voy a relatar. A veces lo llamaba “el reto final”. Una prueba que considero que Dios puso sobre mi camino y en mis últimos pasos, con el propósito de que le demuestre mi fortaleza y fe. Fue el mas cruel de los ataques hacia mis valores. Por una de las tantas cosas que van mas allá de nuestro entendimiento y que a la vez nos advierten la presencia de una figura superior que supervisa el universo.
Nací en este pequeño pueblo y no en alguna de aquellas grandes masas de cemento que llaman ciudades. La verdad es que ya no es tan pequeño ni humilde como lo fue cuando nací, pero en mi mente solo existen las imágenes del pasado. Hoy en realidad creció mucho y, como en todo crecimiento, los problemas sociales fueron en proporcional aumento. Caras extrañas que antes eran noticia comenzaron a tornarse costumbre. La verdad de un mundo moderno se hizo presente con su necesidad de olvidar los valores fundamentales y rellenar los baches de este déficit con falsas soluciones temporales. Pero repito, yo no puedo ver así las cosas, ya estoy viejo y quizá sea el problema, pero para mí este va a ser siempre el pequeño y humilde pueblo que yo alguna vez conocí.
Como todo pueblo perdido y alejado, cuando todo era distinto existía una enorme pobreza y muchos habitantes sufrían la carencia de techo y alimentos. Sin embargo, un fuerte espíritu de humildad y bondad entre la gente sabía hacer de este desolado espacio un hogar del bien, donde la dignidad y el apoyo mutuo eran sólidos pilares, mas valiosos que cualquier lingote de oro. Quizá esa fue la razón que me impulso a elegir tan extraña, al menos para estos tiempos modernos, profesión.
Pero volviendo al relato; recuerdo que era tarde y ya estaba oscuro, el verano dejaba pasar un par de horas mas de luz, esa pudo ser la única razón por las cuáles las puertas de la parroquia permanecían abiertas. Yo estaba en el templo acomodando las velas para que se consumieran de forma ecuánime. Con el correr de los años había descubierto que, por alguna extraña razón, siempre la del lado izquierdo se consumía con mayor rapidez. No estaba seguro de la causa pero se la atribuía a las corrientes de aire que entraban con mas fluidez de las ventanas que daban a la calle, pues sobre el patio no soplaba mucho viento.
Oí los pasos de alguien que entraba tímidamente a mis espaldas. Mi primer pensamiento convocó a uno de aquellos pequeños angelitos que a toda hora solían ofrecerme ayuda para cualquier tarea, pero era la hora de cenar y cada niño estaría sentado en la mesa con su familia. Di media vuelta algo sorprendido pero mas bien por costumbre. Era un joven. Lo miré intrigado pero invitándolo a acercarse. El interpretó mis ojos y lentamente se aproximó al altar. Al estar cerca mío percibí una expresión de catástrofe en sus ojos, supe enseguida que algo terrible le ocurría, que una desgracia lo sofocaba. Es una sensación muy difícil de explicar. Solo luego de enfrentarse durante años, día a día, con miradas que hay que leer, y sensaciones que hay que interpretar, uno alcanza e incorpora la virtud de descifrar de una mirada un estado de ánimo. Esta vez era algo grande, y por eso pude percibirlo a simple vista.
Sin formalidades como presentarse o al menos saludar me preguntó: -¿Usted es sacerdote de verdad?-. Su voz era torpe a pesar de que se esforzaba por no delatar su nerviosismo.
- Por supuesto- le respondí con firmeza para que se sienta seguro de decirme lo que debía decirme.
- Tengo que confesarme- dijo demostrando ansiedad.
- El horario de confesiones es por la mañana pero si es realmente importante puedo hacer una excepción- le comuniqué previendo su respuesta.
Bajo la vista hasta la altura de mis zapatos y exclamó: -Lo es-.
Sin decir mas caminó unos pasos en dirección al viejo confesionario situado en la esquina más oscura, luego dio media vuelta y con la mirada me pidió que lo siguiera. Yo lo hice apenas cuando reaccioné.
Antes de arrodillarse y de que yo entrase a la cabina volvió a mostrarme la expresión de su rostro. - La confesión es un secreto entre usted y yo, ¿no?- quiso saber.
- Por supuesto- le aclaré. Entonces ya sentía curiosidad por saber que era lo urgente y secreto que me debía decir.
-¿Y por nada del mundo usted se lo va a decir a nadie?-.
- Por nada del mundo- le ratifiqué.
-¿Me lo promete?-.
- El secreto de confesión es un juramento, ya lo prometí mucho tiempo atrás y los hombres jamás deben romper su palabra. Ese es uno de mis principios mas sagrados y lo voy a respetar hasta la muerte, lo juro- Mientras decía esas palabras pensaba en lo cierto que eran.
Lo había convencido por completo. Ahora él confiaba en mí y por ello me confesaría sus pecados con mas tranquilidad.
- No soy de este pueblo. Yo..., hace unos días me enteré que tengo una enfermedad que me va a matar. Se contagia por la sangre y no se como o porque me pasó a mí...-. Se detuvo un instante. Yo ya sabía de que enfermedad me hablaba y también sabía que no la llamaría por su nombre. -...Fue horrible...- .Sus siguientes palabras surgieron casi como un llanto, como una descarga. Es que tenía que hablar, que decirlo, era como descargarse un gran peso de encima, y todo ese peso caería, de algún modo sobre mí. -...Cuando lo supe me desesperé, no pude controlarme, sentí como si todo lo que me rodea me hubiese abandonado. Entonces huí de mi hogar, huí de mi pueblo. Estaba solo y actuaba como un caballo corriendo por el campo sin riendas, pero era peor, era como una pesadilla, como si estuviese bajo el efecto de una droga, una profunda depresión que me obligaba a actuar sin control -.
Ahora hablaba con más fluidez y confianza. Supe que se acercaba a la parte mas profunda, a lo que lo había acercado a mí.
- Yo..., no se como llegué . Recuerdo solamente que era de noche, una noche sin luna y oscura. Era aún temprano aunque no sabía la hora. Caminaba por las calles desiertas sin rumbo, sin sentido, como lo estaba mi vida. Entonces vi a una pareja. Era una chica hermosa, de cabellos largos y rubios, en él no me fijé pero sentí una fuerte envidia. Se besaban bajo un portal. Estaban tan felices, eran tan felices. Los odié, no pude soportarlo. Vi que el chico se despedía y entraba en una vivienda, se iría a dormir tranquilo a su cama, sin problemas ni dificultades. Yo hacía noches que no dormía, hacía noches que no veía una cama, a mí solo me esperaba la muerte. Luego vi a la chica que se alejaba por la calle. No había nadie, solo se oía el sonido del viento -. Volvió a tomar un descanso y prosiguió. - Yo..., no era yo, no sabía quién era, yo era el diablo, era un demonio, era una figura del mal. No pude controlar mis movimientos, no pude manejar mi cuerpo, fue un impulso incontrolable, por dios, no era la misma persona. Estaba tan cegado por mi futuro. ¿Porque la desgracia había caído sobre mí y no sobre otro?, ¿acaso no somos iguales?, nadie merecía menos que yo. ¿Por que?. ¿Por que ese destino me había tocado a mí y no a los demás?. Pero el que pensaba esas cosas no era yo, era un especie de sombra oscura y a pesar de eso fuí yo.
Corrí hasta ella y antes de que tuviese tiempo de reaccionar la golpié, y antes de que yo tuviese tiempo de reaccionar, de saber lo que estaba haciendo, ya la había golpeado mil veces. Quizás menos, quizás mas, pero eso fue lo que sentí. Entonces estaba muerta. Levanté su cuerpo y corrí desesperado. Recuerdo que lo tiré en un lugar oscuro pero no sé donde.
Eso es todo lo que puedo acordarme, luego me dormí y desperté en un terreno desierto, eso fue, creo, hace un par de horas, y vine hacia aqui entonces -.
Se hizo un instante de silencio. Fue lo que tardé en reaccionar, era como si estuviese soñando. Mi mente vagaba desorientada, simplemente no sabía que decir. Muchas veces había planteado la posibilidad de que una confesión de muerte llegara a mis oídos en busca de perdón, supongo que todo sacerdote se la plantea alguna vez, hasta me acuerdo que había formulado toda una respuesta para no improvisar si es que me sucedía. En teoría era algo sencillo de afrontar, y en teoría las cosas funcionan, pero la realidad resultó ser mucho mas compleja y delicada. Yo solo le pregunté si se sentía completamente arrepentido y le pedí que me sea sincero. El respondió que sí, supe que hablaba en serio. Se trataba de un pecado capital, pero pensé en Jesús, que murió en manos de los hombres y los perdonó, fue como un ejemplo que los hombres deben imitar para alcanzar la gloria, no cabía duda de ello. Lo absolví de sus pecados con el poder que me fue concedido y en nombre de Dios.
Percibí un aire de alivio en su respiración, y al mismo tiempo un fuerte peso que caía sobre mí, uno que me impediría respirar con facilidad por el resto de mis días. Fue como si me hubiese entregado una dura roca para que se la lleve mientras continuaba su camino, después de todo ese era mi trabajo.
Lo vi alejarse y desaparecer en la oscuridad por la nave principal del templo. Nunca mas supe de él.
Pero el peso de la piedra que me había transferido llegó recién dos días mas tarde, cuando encontraron el cuerpo de Alicia entre unos matorrales a las afueras del pueblo, estaba muerta y su rostro había sido desfigurado. Todos los testigos coincidieron que la habían visto por última vez caminando con Pablo muy tarde aquella noche, algunos aseguraron, no sé por que, de que estaban discutiendo y hasta que se gritaron. Sabemos que Pablo es un chico muy temperamental, y los testimonios en su contra fueron fácil de creer. No hablaba mucho, los hechos lo cegaron y solo repetía que él no la había matado, presentí entonces que de todos los que presenciaron el juicio solo yo le creía pero nada pude decir a su favor. Era una promesa, nada podía decir, nada podía hacer, solo sufrir el cada vez mas terrible peso de una piedra, una enorme piedra. Me acerqué a él y me dijo que no había sido, fue el momento mas difícil de mi vida. - Lo sé- le respondí mirando sus tristes ojos. Percibí su sensación de impotencia, pero creo que la mía la aplastó. Me preguntó entonces porque Dios le hacía esto. Sus palabras se hundieron como alfileres en mi corazón. - El sabe lo que hace- le respondí casi inseguro de mi voz. Estuve a punto de derrumbarme, pero él me salvó diciendo: - Sí, el sabe lo que hace -.
- No dejes de creer- le pedí.
- No lo haré- me respondió.
-¿Crees en las promesas?- apenas me atreví a preguntar.
- Si -.
- Te prometo que algún día se hará justicia- le aseguré y me fui.
La piedra creció día a día, colgando de mi cuello, pero ahora ya no esta mas, hoy es día de paga, pues todo tiene su recompensa.

Pablo, espero que me sepas perdonar y que sepas comprender mi silencio. Se que nadie puede devolverte el tiempo perdido, pero si crees como yo en otra vida te aseguro que en ella sabrán devolvértelo, y te darán mucho mas.

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