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FIESTA DE LOS SANTOS

Tratábamos de acomodar cada nuevo aporte para que, la primera escena de la segunda versión del incendio de Roma, no se volviera una pila de fuego desparramado. Cajas, trapos, ya eran actores de nuestra historia.
Finalmente terminamos la estructura casera diseñada por los mas antiguos protagonistas. Era enorme y se podía decir que nos conmovía aún antes de verla arder. Es que no solo se trataba de un fuego, era un símbolo de esperanza, una fiesta en memoria de los Santos. Cada uno de nosotros, en el fondo de nuestras almas, guardábamos un deseo. Yo, hace dos años que, siempre agradeciendo primero todo lo que poseía, pedía lo mismo. Era un secreto que solo compartía con ellos.
Otros, solo lo vivían como un bonito espectáculo. Por alguna razón el fuego siempre es un bonito espectáculo. Tal vez por aquel extraño poder que inspira. Se lo desea y se lo odia. Se le teme pero nos gusta verlo crecer, desprender su furia, su calor, su energía electrizante, a veces protectora, a veces destructiva. Nos hipnotiza obligando a mirarlo elevarse como un Dios.
A la noche estaba todo listo, pensábamos que sería un acto sin auditorio, sin embargo, todo el barrio estaba allí. El grito de guerra de dejó oír y le arrimamos el fósforo al combustible, no sin antes enviar mentalmente nuestros deseos. Fueron unos segundos de silencio, cada uno dejo flotando sobre el aire un secreto para que los Santos lo recojan y lo hagan realidad.
El rito duró mas de una hora. Claro, es el tiempo que necesitan San Juan, San Pablo y San Pedro para leer todos los pedidos y llevárselos a su jefe para que este vea que se puede hacer.
Poco a poco el fuego consumía todo y se acostaba a dormir. Pero nadie quería imitarlo. Algunas brasas perduraban como si fueran alimentadas por los que las observaban deseando que vivan por siempre. Comenzó entonces el intercambio de anécdotas, chistes y cuentos. Alguien trajo una guitarra y esta completo la velada. A mí las historias me aburrían, por suerte estaba toda mi barra de amigos presente; el gordito Sanchez, juancho, María, Mariana, la de rojo que nunca me acuerdo el nombre, Pedrito, el Peti, y Clarisa, la chica mas linda del mundo. Siempre sola, era un poco tímida, pero tan bonita. Sus ojos negros mostraban toda su dulzura. Miraba el fuego, como si este la hubiese poseído, pero de vez en cuando levantaba la vista hacia mí. Yo rápidamente bajaba la mía hasta la altura de mis zapatos.
Era tarde, mi deseo no se haría realidad. Es que, pobres Santos, tienen tantas cosas que hacer, tantas personas de todo el mundo; pobres que necesitan comida, gente que esta sin trabajo, chicos que desean que sus padres vuelvan a estar juntos, hombres que piden que sus países no se peleen más. Tantos deseos, tantos pedidos, como pueden tener tiempo para uno tan pequeño como el mío.
Sin darme cuenta estaba caminando, solo, alejándome de lo que quedaba de un imperio de fuego, ahora vencido por el frío. Me alejaba, tal vez un poco triste, pero jamás defraudado, porque la esperanza es algo que no se debe perder nunca, porque alguien me lo dijo, una vez, y yo le creo.
Encaré para mi casa, doblé en la esquina. Entonces me detuve. Frente a mí había una sombra. ¡Era ella!. ¡Estaba allí, esperándome!. La mire a los ojos. Sin decir una sola palabra nos acercamos. Nos detuvimos frente a frente un instante y luego, sin saber como ni porque, nuestros labios estaban juntos. Fue el momento mas feliz de mi vida, me sentí como un alpinista que toca la cumbre del Aconcagua. Tenía los ojos cerrados, pero de alguna forma estaban abiertos y mirando al cielo. Allí, dos rostros ancianos me miraban sonriendo. -La fe es el arma más poderosa del hombre- dijo uno. -Y los Santos cumplimos los deseos- concluyó el otro mientras ambos desaparecían.

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