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Kosh

LA PLATAFORMA

1
- No se para que habré aceptado este trabajo – se maldijo Aron mientras el helicóptero se dejaba reposar brevemente en la gran “H” el tiempo justo para que él pudiese bajar del mismo, quedando a la intemperie bajo una intensa tormenta de lluvia y viento. Luego el aparato volvió a levantar vuelo y desapareció entre las nubes. Recorrió la zona de aterrizaje hasta la escalera de hierro que descendía hasta una pasarela, buscando refugio bajo el techo de vigas de acero macizas. Todo allí era en realidad de algún tipo de metal, estaba en la plataforma petrolera P-0293 del mar del norte, la cuál había enviado hacía no menos de seis horas un pedido de médico. La empresa, cuando esto sucedía, enviaba a alguno de sus médicos de personal fijo. Aron era uno de éstos, que solía vivir en tierra firme pero que cada tanto, sobre todo en épocas frías como aquella, era solicitado para atender casos de gripe y, ocasionalmente, algún accidente de trabajo. Nadie había ido a recibirlo, aunque era de esperarse teniendo en cuenta la lluvia torrencial que caía. Sin embargo todas las luces de la plataforma estaban encendidas y las máquinas funcionaban, extrayendo el valioso combustible para dejarlo en tanques que luego se descargaban en enormes barcos petroleros que lo transportaban al continente.
Al acercarse a la entrada a la zona habitada de la isla metálica flotante, encontró algo extraño que le llamó la atención, habían unas manchas verdosas que parecían huellas desparramadas sobre el suelo de metal hueco cuadriculado, y en la barandilla que acompañaba el pasillo hasta la puerta. Si lo notó fue porque casi patina con aquella sustancia gelatinosa y brillante.
Apenas entrar saludó al aire, sin obtener respuesta alguna. Recién comenzó a preocuparse cuando llegó al comedor, lugar siempre frecuentado por los operarios que no están de servicio, y estaba desierto. Volvió a distinguir esas manchas verdes en el lugar. – ¿Hay alguien? – gritó tensionado, pero tan solo le respondió un eco que repercutió en las paredes metálicas hasta ahogarse en la nada. Entonces, justo antes de repetir el llamado, esta vez con más preocupación, oyó algo parecido a una pieza pequeña, quizás un tornillo, cayendo y rebotando hasta detenerse en el suelo metálico en la lejanía, sin poder detectar desde donde provenía. Camino sin un verdadero rumbo pero con un objetivo: encontrar el origen del ruido. Entró en las habitaciones de los empleados, todo estaba en su lugar, como si apenas un rato atrás habrían estado allí. Hasta encontró un cigarrillo a medio fumar consumido en el cenicero, lo que le dio la pista de que algo había hecho desaparecer a la tripulación, pero aún no tenia idea de qué podía ser ese “algo”.
El sonido volvió a oírse, esta vez reconoció que podía venir de la zona del puente de mando, en la parte alta de la plataforma. Subió con cautela, observando en cada esquina de la angosta escalera la posible presencia de alguien en la recta siguiente. Al llegar arriba se encontró con una sala desierta, cuyos paneles de control se veían funcionando normalmente. Había una taza de café frío sobre una mesita, pero el contenido del termo situado a su lado aún se mantenía tibio. Un termo de aquellas características podía, según sus cálculos, aguantas el calor hasta doce horas como mucho.
2
Miró hacia fuera, en busca de alguna señal de vida perdida por entre las tuberías que formaban esa inmensa mole de metales, fue entonces que volvió a sentir el ruido, esta vez en una habitación contigua, donde se encontraba, según sus vagos recuerdos del lugar, el comedor de los gerentes. Había una barra de metal a un lado de la consola de control, la aferró con su mano derecha, listo para utilizarla en caso necesario. Se acercó luego a la puerta lentamente y, al ver que estaba entreabierta, tan solo dejó pasar medio rostro, hasta que uno de sus ojos pudo ver adentro. Había un hombre de espaldas sentado frente a una radio de onda corta, como si estuviese escuchando alguna señal, pero la radio no emitía ningún sonido, también detecto sobre la mesa una pistola nueve milímetros sin el seguro y con el cargador puesto. Se acercó con cuidado, deslizándose por el espacio entreabierto de la puerta y tratando de no hacer ruido. Había restos de esa sustancia verde gelatinosa por debajo del asiento donde reposaba el único hombre que había encontrado. De pronto la radio se conectó y una extraña voz emitió: - ¿me recibes?. El hombre de la silla se levantó sobresaltado, como si hubiese estado dormido, y acercó su cuerpo hacia delante, dejando su cabeza a la altura del micro para responder. – Si. Lo recibo claro.
- ¿Has cumplido? – se oyó que preguntaban del otro lado.
- Si, señor. Los hombres están todos en el agua – indicó el sujeto, - debió haberlos visto corriendo desesperados – rió luego al comentar, - no sabían para donde correr los pobres infelices. Yo sólo cumplí las ordenes al pie de la letra – completo mostrándose orgulloso de su proceder.
- ¿Quedo alguno? – cuestionaron del otro lado.
- Creía que no, pero hace no más de quince minutos aterrizó un helicóptero, bajo sólo un hombre – informó.
Del otro lado lo felicitaron y luego le ordenaron que debía encontrar a ese hombre, también le dijeron que “terminara el juego”, después de eso cortaron la comunicación. – Si, dijo el hombre en voz alta pero para sí mismo, ya es tiempo de terminar el juego.
Aron creyó comprenderlo todo, aquel hombre había, de alguna manera acabado con todos. El hombre se reclinó sobre la mesa y tomó el arma, pero antes de que girase y lo viese, Aron lo golpeó con la barra en la cabeza, el hombre cayó inconsciente. Aron alejó el arma de su mano, por si acaso aún respirase y pudiese recobrar la conciencia, algo prácticamente imposible ya que, por el aspecto de la herida, Aron pronosticó que el sujeto estaba muerto. Prefirió no comprobar su pulso, tan sólo abandonó la sala y bajó a una de las cubiertas inferiores. Entonces pudo ver como, entre medio de la tormenta, una barca se aproximaba con dificultad al muelle flotante. Aron se ocultó tras una columna hasta que la barca amarró. Contenía al menos veinte tripulantes, todos empapados y cansados. También, casi al mismo, desde el agua surgieron un grupo de submarinistas, en sus piernas colgaban unas espesas algas de color verde oscuro, que al subir la escalera fueron desprendiendo.
- Porque el imbécil aún no ha disparado – se preguntó uno de los submarinistas en voz alta y genérica.
- Tal vez aún no se ha cumplido el maldito tiempo reglamentario – respondió uno de la barca, que se unió al grupo de los submarinistas para al subir la escalera, - sino, mira el día que hace y a pesar de todo el muy cabrón nos ha hecho abandonar la plataforma, ni siquiera suspendió la evacuación de los submarinistas. Odio estos simulacros – declaró por fin, explicándole con esas palabras todo a Aron, aunque ya era demasiado tarde.

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