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EL HOLANDES ERRANTE

Tiró los dados esperando un siete. Era su alma contra su vida. Cuando vivimos aferrados a la vida no nos importa que apostamos por mantenerla, y ese era el caso del Holandés. Haciendo caso omiso a su tripulación se había dejado llevar por su codicia y su vanidad y decidió atravesar la tormenta. El cargamento de oro no valía la espera y él era el mejor navegante, el mejor capitán. Su barco, una hermosa fragata capaz de navegar a cuatro vientos, combatió como pudo contra las olas pero éstas eran gigantes enfurecidos incapaces de sentir piedad por el desafío. Derrotado al astillarse el palo mayor el Holandés pidió por su alma, pero no a Dios sino al diablo, quién se presentó riendo sobre cubierta. Los dados no le dieron suerte y la derrota fue su última visión humana. Una ola arrasó con toda la tripulación, pero sus almas se alejaron a la otra vida, en cambio él quedó allí. Solo en cubierta, con un barco fantasma, en una tormenta eterna, una tormenta que nunca jamás acabaría.
Desde entonces, cuando un barco es sorprendido por un temporal, y se encuentra en medio de la lucha contra las olas, puede que entre la neblina vea pasar al Holandés errante.

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