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LAS POESIAS DE ABD AL-RAHMAN

Recordaba su Siria natal como la palma misma de su mano, sabiendo que estaba condenado a no volver, como los Omeyas mismos habían padecido por Damasco, el lo haría por Granada, y decidió que no era suficiente, por lo que mando a traer poetas que le escribiesen lo que sentía. Sin figuras, sin rostros, sus artesanos tallaban el conocimiento como la religión del desierto decora sus palacios, y no salía nada bueno de lo que oía, hasta que vino aquel que nadie supo llamar por su nombre correcto, y le pidió menos de lo que le daba a los ciervos por regalarle sus palabras.
Así recibió la poesía que esperaba, donde los guerreros luchaban y morían satisfechos porque sus almas tenían un lugar designado en el paraíso, porque los colores flotaban en las sedas que bordaban sus hermosas mujeres, y porque la belleza no siempre está en los lugares, sino en los verbos que los describen. Desde entonces conoció una ciudad de belleza y esplendor, digna con honores para llevar el peso de un imperio, para disfrutar los sabores del mediterráneo.
Los apócrifos sentaron cabeza en las lenguas desconocidas, "en poco tiempo volveremos a ser caníbales" decía, pero los otros poetas, con sus túnicas salpicadas con Platón, alegaron que antes serían fulminados los hombres del cielo y la tierra, excepto los que el mismo Dios quisiera salvar, y ese Dios, esta vez, y por única vez, sería Allah, porque así mil años antes lo decía el Apocalipsis.
Para comprenderlo hay que saber que las leyendas se escriben con pluma de la fantasía, pero con tinta de verdad.

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