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Kosh

ESPERANZA

El sol se derrumbaba paso a paso sobre la tarde, eran ya casi las siete, el calor del asfalto cedía frente a la voz del anochecer. Las ruedas giraban eternamente, llevando hacia adelante la pesada carrocería.
Veía una ruta inmóvil uniéndose al lejano horizonte. Debía detenerse pronto para afrontar la noche. Esos caminos eran nuevos para él por lo que, al ver el cartel que de repente apareció en la recta, halló una conveniente solución a su reposo.
“Esperanza”, decía junto a un numero cinco que marcaba la distancia en kilómetros. Era cerca y –debía ser un pequeño pueblo, de esos que nadie suele visitar – supuso al divisar la bifurcación de tierra que lo llevaría hasta el nuevo destino.
Aún no oscurecía cuando el camino murió en la calle principal de un caserío. Su primer presentimiento fue que el lugar estaba abandonado, quizá por eso se alegró un poco al ver a un anciano meciéndose bajo el portal de una descuidada casa de madera.
Detuvo el camión a un lado de la desierta calle y una pequeña nube de polvo lo rodeó provisionalmente. Descendió para estirar sus músculos contraídos por las horas sentadas frente al volante en la cabina. Entonces se sorprendió al respirar, era algo difícil de definir, el aire estaba como enrarecido, estancado, insípido, no soplaba ninguna clase de viento, ni siquiera una leve brisa, sin embargo recordaba como el viento había estado moviéndo los arbustos esa tarde en la ruta.
Pero no pensó más en ello y dispuso su mente en preparar su cabina para dormir. Solía detenerse en estaciones de servicio pero esta vez no tenía esperanzas de hallar alguna ya que no había visto autos en lo que parecía ser la única calle del pueblo. Aún así, sentía hambre y debía buscar provisiones.
Miró a su alrededor buscando una despensa entre las precarias construcciónes. Descubrió así que muchos lo miraban, tanto ancianos como niños, desde cada ventana, desde cada puerta o de pie sobre la calle. Era de suponer que en un lugar casi sin movimiento como lo era ese pueblo, ver a un forastero sería noticia, pero en los ojos que lo observaban percibió algo inusual. Era como una luz, como una sensación de esperanza, esperanza barrida tras un manto de agonía, de sufrimiento.
Se fijó, también, que miraban al camión como esperado algo de este. Una espesa mezcla de sensaciones lo rodeaba. Se sentía incómodo, atropellado por las insistentes observaciónes de la gente. Creyó que todo pasaría pero la nube se polvo se esfumó, sus piernas descansaron, y las penetrantes miradas seguían atravesando las paredes del camión. Por el contrario, cada vez le producían mas intriga y temor.
El aire reposaba sin ganas, como cansado, descubrió que le costaba calcular el tiempo y el espacio allí. Se acercó a un hombre de entre los que lo miraban. Este parecía esperando ansioso una pregunta y él se la ofreció: – perdone, ¿Dónde podría conseguir algo de alimentos?– preguntó venciendo el temor que lo enmudecía. Sus palabras sonaron secas y parecieron tardar en recorrer la distancia. El hombre simuló no prestarles atención, en cambio, lleno de esperanza en sus ojos preguntó: –¿es usted?, ¿usted debe traerlo?–.
Sin comprender la pregunta respondió: –no sé a que se refiere, yo necesito algo para comer, es que desde el mediodía que no como.
Pero el hombre lo interrumpió sin importarle lo que le decía. Parecía emocionado al verlo. –Sí. ¡Usted debe traerlo!. Así fue como nos lo relataron nuestros padres, y así se lo contaron nuestros abuelos.
Notó entonces que el resto de la gente se iba aproximando lentamente y en silencio.
–Yo, no sé que esta diciendo - vociferó desconcertado. Entonces observó que la gente ya se hallaba al pie del trailer. –No sé que buscan – dijo, esta vez a la pequeña multitud allí reunida.
Alguien de entre el grupo gritó: –¡debe estar dentro de ésto!– refiriéndose al camión. –Solo llevo latas de conservas, no hay nada más adentro – respondió atemorizado.
Pero nadie parecía creerle, esperaban algo más. Entonces fue hasta la parte trasera del acoplado y, con intención de demostrarles que sólo tenía latas de tomate en su interior, lo abrió.
Los ojos de las personas allí reunidas se llenaron de una extraña alegría al observar el interior.
–¿Qué sucede?– se preguntó a sí mismo cuando dio media vuelta, intrigado por una súbita sensación que lo desconcertó. No había ningún cajón con latas de conservas, solo el espacio vació y, en el centro, una silla. En ella, un anciano aguardaba pacientemente. Su expresión fue tan inexplicable como lo que veía. El viejo se puso entonces de pie con tranquilidad, como si todo el tiempo hubiese estado esperando el momento, avanzó hasta la puerta y tendió la mano para que lo ayude a bajarse.
Hace varios días que no abría el acoplado, este se cerraba por fuera, era imposible lo que sucedía. Las preguntas lo invadieron. –¿De donde vino, como sobrevivió, quien era?–.
La gente perecía satisfecha. El extraño ser se paró en la calle y lo miró a través de sus ojos. –Gracias por traerme - le dijo, y justo antes de que haga la pregunta le agregó: – soy la esperanza de este lugar. Ahora puedes seguir tu camino - concluyó.
El camionero, asustado cerró las puertas del vacío trailer y subió a la cabina, puso en marcha el motor y dando la vuelta volvió por el camino a la ruta sin mirar atrás. En el asiento del acompañante había un pan de esos que solía pedirle a su padre cuando era niño, un trozo de queso del que más le gustaba y una botella de agua fría. Exactamente lo que tenía pensado comer cuando llegaba a aquel poblado.
Ya en la ruta se detuvo, en un intento de vencer el temor que aún lo entumecía se bajo de la cabina, caminó hasta la parte trasera y abrió el remolque. Como supuso, estaba repleto de cajas, todas con latas de conservas.

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