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Kosh

EL CARTERO DE LOS SENTIMIENTOS

Su profesión podía ser la más hermosa de las crueles, todo dependía de la carta. Se la entregaban cerrada, en el centro de distribución de sentimientos, y su trabajo era tan solo repartirlas.
Todo comenzó y acabo cuando Martín López cruzó la avenida pensando en lo que había aprendido en el curso al que asistía, pero sin pensar que la luz se había puesto en rojo. Un camión repartidor, con prisas por entregar en horario y con un conductor preocupado por las noticias de la radio más que por el tráfico, no pudo frenar lo suficiente y, sin armar las maletas y con apenas con el tiempo para enterarse que era su fin, Martín comenzó un inesperado viaje al más allá.
- ¿Esto es el cielo? – preguntó algo decepcionado, observando un sitio claro sin espacio ni tiempo, pero sin nada mejor ni peor, simplemente sin nada.
- Claro que no – corrigió un ángel que surgió a sus espaldas.
- ¿Estoy en el infierno? – dedujo entonces preocupado.
- Si estuvieses allí te habrías enterado – volvió a corregirlo el ángel.
- ¿Entonces?.
- Si me dejas hablar...
Martín por fin cedió a su ansiedad y permitió que la celestial figura se exprese.
- Observa – dijo mostrando un espacio vacío. De inmediato la nada se transformó en un teatro real, un lugar lleno de vida, con objetos reales, objetos que había sentido alguna vez. En ese momento apareció él mismo, se vio entonces desde fuera y se dio cuenta que estaba viendo una escena de una película muy particular: su propia vida.
Una tras otra, participó como espectador de sus errores, de las veces que se dejo llevar por el mal e hizo lo que no debía.
- No eres una mala persona, pero estas son manchas en tu alma, manchas que debes limpiar – dijo por fin el ángel, una vez terminada la función.
- ¿Estoy en el purgatorio? – dedujo por fin Martín.
- Si. Tu vida no estuvo mal, eres digno del cielo, pero para ingresar debes limpiar esas manchas, debes ganarte el lugar para estar al lado del señor del triángulo – explicó el ángel.
- ¿Como?.
- Te daremos un trabajo, aquí en el purgatorio tenemos muchos puestos, desde éste lugar controlamos diversos parámetros del mundo, realizamos tareas de mantenimiento, llevamos a cabo obras y reformas de las estructuras del universo y demás. Hay mucho trabajo para los que lo habitan y todos sirven para ingresar al cielo.
Martín tuvo infinitas preguntas, pero tan solo podía ir de una a la vez, por lo que expresó lo primero que se le pasó por la mente: - ¿y que trabajos hay disponibles en este momento?
- Hay un puesto que creo podrás cumplir sin problemas, un trabajo de cartero.
- ¿Cartero? – se sorprendió Martín, - así de fácil.
- No es tan fácil, serás un cartero especial, serás un cartero de sentimientos.
Era un hombre más, un hombre común, tan común que pasaba desapercibido.
- ¿Y si alguien se me acerca?, ¿si me hablan? – había preguntado.
- ¿Por qué habrías de acercarte a un desconocido y hablarle?, la gente no hace eso.
- Pero puede pasar...
- No es un problema, nadie se acercará a hablarte, es tan sencillo como asumirlo: no sucederá.
- ¿Y como entregaré entonces las cartas?
- Lo sabrás cuando sea el momento – le había dicho.
Y el momento había llegado, la carta estaba sellada, y como se la habían entregado la había guardado sin preguntar. No era papel sino un material que nunca antes había conocido, similar a una energía acumulada en una forma que parecía a simple vista una hoja de árbol cerrada.
Descubrió que nadie le prestaba atención, aunque lo veían y era un cuerpo sólido, real. También descubrió que para él las puertas siempre estaban abiertas y que aunque entrase en una casa habitada, cuando él pasaba justo las personas miraban hacia otro lado, distraídas en alguna tarea, que les impedía notar su presencia.
Cuando encontró el primer receptor de su carta creyó que éste sí le prestaría atención, pero no, al tiempo que entró a la habitación sonaba el teléfono y la persona, un hombre de unos sesenta, se disponía a atender sin notar su presencia. Pero entonces un mismo cuerpo surgió de entre la carne del hombre que levantaba el auricular y decía –Diga- esperando respuesta. La figura era el mismo hombre pero diferente, transparente, claro, puro, cristalino. Supo entonces que estaba viendo por primera vez un alma.
- Vengo a traer...
- Sí, me imagine, llega tarde – le hizo notar.
- Es que es mi primer trabajo – se excusó.
- No te preocupes, ya aprenderás a entrar a tiempo – dijo antes de saludarlo dándole a entender que era todo.
Observó como leía la carta y luego volvía a insertarse al cuerpo que parecía detenido en el tiempo. Pasaron apenas unos segundos, supo entonces que el hombre hablaba por teléfono con su hijo y que le informaba algo que Martín no llegó a oír, entonces comenzaron a caerle lágrimas de los ojos, pero enseguida supo que no eran de tristeza sino de alegría.
- Seré abuelo – fue lo único que oyó que respondía emocionado antes de salir de la habitación.
Pasó el tiempo y su vida, o mejor dicho su muerte y purgatorio, entre repartos y encomiendas. Encontrándose con almas que salían de sus cuerpos para leer el mensaje, la carta o las instrucciones que los humanos debían sentir. Fue comprendiendo que el cuerpo y la mente de un humano no tiene el control sobre las emociones, sino que son una función directa del alma, la cuál oculta su verdadera presencia en el mundo pero que siempre está, encerrada en cada uno como un prisionero, pero que domina la celda y que puede derribar las paredes y salir si es necesario. - Al final Platón tendría algo de razón en su cosmología del mundo de las ideas en su Timeo - pensó haciendo memoria de algo que por extraño que parezca había permanecido en su inconsiente. Se encontró a veces que su interlocutor no se encontraba en el cuerpo sino que formaba parte de la sombra y es que nada retenía ni unía directamente a un cuerpo con su alma, simplemente que para manejarse en el mundo, al igual que por una ruta, se requiere de un conductor y un vehículo, y que uno sin el otro no llegarían a ningún lado, no pueden funcionar por separado.
Descubrió que él mismo no había perdido lo referente a su propia alma, es decir que aún sentía, se entristecía y se emocionaba como cualquiera de sus receptores, pero le faltaba esa otra parte: el cuerpo, por lo que había perdido todo lo que éste objeto físico, que sirve de enlace con el mundo, arrastra. No comía, no dormía, no se cansaba ni envejecía, no tenía dolores físicos y sus sentidos funcionaban en un nivel imposible para una mente formada por materia, ya que no existía éste concepto en su nueva versión de sustancia individual. Sin intentarlo comprendía cosas que en vida no llegaría, ni con todo el esfuerzo del cerebro más brillante del mundo, siquiera a plantearse. Su ser no estaba más formado por átomos, no había estructuras ni moléculas, su sustancia formaba parte de una esencia que superaba todo concepto terrenal, iba más allá del mundo.
Su tiempo transcurría de manera diferente a la humana, en realidad no existía el concepto del tiempo en su ser, sino que al participar en el proyecto del mundo, vivía una secuencia de escenas que comenzaban y terminaban en cada una de sus apariciones y encuentros con las almas, el resto, lo que había de por medio, simplemente no existía.
Pero pasaban las misiones y nada cambiaba, sentía que el cielo seguía allí, siendo tan solo un sueño inconquistable. Casi se había adaptado a ser parte de ese espacio intermedio, ser uno más del purgatorio.
Las encomiendas a veces eran buenas, sentimientos de felicidad, de alegría, de tranquilidad, pero otras eran de sufrimiento, de angustia, de tristeza. No era fácil de llevar, a veces se podía percibir el contenido antes de entregar la sensación y Martín podía casi prever la reacción del receptor.
Esa vez le entregaron los sobres como todas las otras veces, fue hacia su primer destino, una casa en las afueras, y al acercarse escuchó la conversación de unos hombres que también se dirigían a la misma casa. Hablaban entre ellos, desinteresados de su presencia, como si algo más importante los absorbiera en un debate interno.
- ¿Cómo se lo decimos? – preguntó uno.
- No lo sé, jamás pensé que tendría que enfrentarme a algo así, tan delicado.
- Quería tanto a su hija, no se como reaccionará cuando se entere del accidente.
Las últimas palabras le llegaron como una bala atravesando su esencia. Ahora sabía que contenía aquel sobre, sabía que iba a entregar un mensaje de dolor, de esos en los que hasta el alma que saldría a recibirlo sufriría. Se adelantó y entró a la vivienda como siempre, sin que notaran su presencia. En la cocina una mujer de pie desayunaba un café humeante mientras ojeaba el periódico y, cada tanto, echaba una mirada preocupada al reloj de pared, donde se enteraba que la mañana avanzaba como un tren mientras que su hija aún no regresaba de la salida de la noche anterior.
El alma salió a recibirlo con un aspecto que predecía las noticias que debía recibir, pero entonces el sobre que Martín le entregó fue otro, uno que no esperaba, uno que decía que debía estar feliz, que su hija iría al cielo, que era un lugar mejor, y que no debía estar triste.
Luego de recibir la noticia por parte de los humanos, que entraron apenas segundos más tarde a la casa, su reacción no fue la esperada, no se sintió triste sino reconfortada. Algunos de sus parientes le llamaron insensible por no llorar lo suficiente, otros admiraron su entereza y su firmeza en la fe. – Nunca se sabe como reacciona la gente . comentaron.
Ese día, sin aviso previo y aún esperando el castigo por lo que había hecho, Martín entró al cielo.

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