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Kosh

EL HOMBRE QUE CORRIA

Estaba asustado, muy asustado. Se deslizaba con todas sus fuerzas por el bosque. El suelo estaba cubierto de profunda nieve. Los pinos parecían describir un camino, una vía de escape. Los lobos le estaban pisando los talones y, a pesar de correr lo mas rápido posible, no podía evitarlos. Le seguirían el rastro siempre. Oía sus aullidos agitados cada vez mas cerca, como si fueran parte de una grabación que era amplificada a cada momento. No se atrevía a mirar atrás, pero sabía que si lo hacía podría ver, entre los pinos, el brillo de sus ojos, llenos de ansiedad por alcanzar su presa. Eran cinco o seis, y estaban hambrientos, al menos eso demostraban. Su almuerzo corría solo unos metros delante de sus hocicos y no lo dejarían escapar. Pero él no se los dejaría tan simple, y por eso corría. Solo por pensar como sería devorado si estos lo atrapaban le producía escalofríos y lo impulsaba a continuar corriendo. Primero le morderían las piernas, para que ya no pueda correr más, luego seguirían con su torso y sus brazos, mutilándolo. Finalmente lo despedazarían entre todos dejando solo huesos sobre la nieve. -Una muerte espantosa- pensaba. Y así, siguió sin rendirse por kilómetros y kilómetros hasta que, milagrosamente, perdió de vista a los feroces animales.
Estaba a punto de detenerse a descansar cuando, desde la cima de la montaña donde se encontraba, se oyó un prolongado estruendo que parecía acercarse. Miró hacia arriba y sus ojos se toparon con cientos de toneladas de nieve que descendía por la ladera. El alud lo alcanzaría en cuestión de segundos. Al hacerlo arrasaría con él, enterrándolo en la nieve. Moriría. Corrió desesperado en sentido opuesto al sitio del derrumbe. Lo hizo por cientos de metros. Sus botas se enterraban en la nieve dejando profundas huellas. Temía que su velocidad no fuese suficiente para escapar. Sin embargo lo fue. La nieve se había detenido a sus espaldas.
Estaba a punto de parar a descansar cuando oyó un grito, miró hacia el lugar del cuál provenía. Eran cinco hombres, altos y corpulentos. Vestían ropas de combate verdes y marrones, intentando sin éxito imitar los colores de los pinos para pasar desapercibidos. Todos portaban fusiles automáticos y armas cortas, además de un buen suministro de municiones. Era una patrulla enemiga que lo había descubierto y por lo visto parecían ansiosos de acabar con él. -Maldita suerte- pensó mientras corría alejándose de ellos. No eran muy buenos disparando, o al menos eso demostraban. Era un milagro que aún no lo hubiesen derribado. No tenía ningún lugar para ocultarse, solo podía alejarse de ellos lo más rápido posible si quería permanecer con vida.
Respiraba agitado, escuchando el sonido de su cuerpo moviéndose. Observó que a unos cien metros había una cueva. Decidió que era el mejor escondite y se dirigió hasta esta. Antes de llegar había notado que se trataba de un túnel ferroviario ya que lo atravesaban un par de rieles. Era muy angosto, el ancho justo y necesario para que lo atravesara un tren. Pero no tenía elección por lo que, sin perder tiempo, entró. Ahora sus pasos hacían eco contra las paredes. Se movía como al viento, rápido y parejo. Había recorrido unos trescientos metros y ya no oía las detonaciones que sus perseguidores, al accionar sus armas, le hacían correr mas rápido. En cambio, y cuando pensaba que por fin podría detenerse a descansar, escuchó un sonido de motor a vapor. Detrás de él apareció una luz amarilla. Era el tren. Delante suyo, a lo lejos veía el extremo opuesto del túnel. Era un largo tramo, pero no le quedaba otra opción más que correr hasta éste si no quería ser arrollado. Sus piernas apenas respondían, pero lo que estaba en juego era su vida y eso les daba más fuerza. Corrió mucho y muy rápido hasta pasar el portal después del cuál pudo ver el cielo.

Entonces escucho miles de voces que gritaban y vio a su alrededor un estadio colmado. Solo le restaba dar la vuelta a la pista de atletismo. El aliento del público lo hizo posible. Delante suyo apareció la línea de llegada y una banda blanca la atravesaba indicándole que era el primero en llegar. La cruzo, y dejo por fin de correr. Una pantalla gigante que se encontraba en la cima del estadio decía que se había marcado un nuevo record mundial.
-La clave esta en no perder concentración de lo que se esta haciendo, solo pensar en la carrera y en llegar a la meta- mentía esa tarde, con la mirada seria y tono de declaración, frente a los micrófonos, en la conferencia de prensa.

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