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VACACIONES EN SYLDAVIA

Planeaba mis vacaciones, esta vez quería algo distinto, original y a la vez pretendía que fuese algo impulsivo, cuando pasé por la vidriera de la agencia de viajes y leí: “Conozca Syldavia por 360 €”. No tenía idea de donde podía quedar pero supuse que sería uno de esos pequeños países europeos que alguna vez habría tenido que aprender en geografía y luego había olvidado. Las fotos del lugar que se mostraban eran bellísimas, con lagos y montañas y campesinos vestidos con prendas tradicionales. Decidí entrar a preguntar. La chica de la agencia me mostró folletos y me aseguró que eran unas tierras dignas de ser visitadas. Me aclaró que el precio incluía el aéreo, cinco noches de hotel en un cuatro estrellas al pie de la montaña en un valle de bosques, media pensión y algunas excursiones, entre ellas una al centro aéro-espacial.
Cumplía todas las exigentes condiciones que me había impuesto aquel verano por lo que me decidí por conocer este desconocido país.
Una semana más tarde aterrizaba en el aeropuerto internacional de Szohod, capital de Borduria, un país limítrofe de Syldavia que tampoco conocía, aunque este nombre me sonaba algo más conocído, sentía que lo había oído nombrar o lo había leído en alguna parte, en realidad también sentía lo mismo de Syldavia, pero es que por los Balcanes, todos los países parecían tener los mismos nombres.
En el aeropuerto nos esperaba un micro que nos traslado hasta la frontera, atravesando campos de cultivos sobre una ruta angosta apenas pavimentada. El paso fronterizo fue complicado, revisaron mi equipaje ya que ambos países tenían una larga historia de hostilidades que yo hasta entonces desconocía pero que fui aprendiendo a medida que leía los folletos que la agencia me había proporcionado.
Desde que pise aquellas tierras comencé a sentirme fuera de la realidad, no era algo sencillo de percibir, solo que el mundo parecía de otro tono, como si las cosas fuesen más coloridas, como si las personas y los objetos tuviesen..., no se, otra forma de ser. El cielo era mas celeste, el color de la piel de la gente más anaranjados, las plantas más verdes, la tierra más marrón. Todo lo que me rodeaba era raro, distinto y en realidad no era malo, quizás si misterioso.
Me llevaron a un hotel muy lindo en las afueras de la ciudad, por allí ondeaba una bandera con un gran pelícano negro, símbolo del reino de Muskar XII. Esa tarde me recosté a descansar de tan agotador viaje y no me desperté hasta la mañana siguiente. Durante los siguientes tres días conocí pueblitos tradicionales, trepé montañas, recorrí ferias y mercados. El cuarto día me llevaron al palacio del rey donde vi el cetro con el que, según la tradición, gobierna. El guía nos informó sobre la historia de este hermoso objeto y los continuos intentos de robo, incluso habló sobre uno que casi tuvo éxito en la década del cincuenta. El último día me llevaron a visitar el centro aero-espacial, donde, curiosamente, afirmaban haber llegado a la luna. - cada país dice ser el primero en hacer todo lo que se hizo – pensé desacreditando la historia.
Tomé muchas fotos y compré algunos regalos de recuerdo que por desgracia olvide en la habitación del hotel al partir. A la mañana siguiente salí de regreso.
A la semana siguiente volví al trabajo y les conté a mis compañeros sobre mi viaje. Me sorprendió que nadie conociera el país de Syldavia, aunque uno dijo que lo había oído nombrar, y que averiguaría donde. Esa tarde llevé las fotos a revelar y al volver a mi casa pase por la puerta de la agencia de viajes, pero esta no existía más y en su lugar había una tienda de regalos.
El día siguiente cuando llegué al trabajo me esperaba mi compañero riendo por mi original broma y, abriendo un libro me mostró donde, se supone, había estado. El libro se titulaba “El asunto tornasol”, y en realidad era un comic.
- ¿Así que estuviste dentro de una tira de Tintín? – continuó riendo, - a mi no me engañas – dijo por fin y continuó sus tareas en el trabajo.
- Yo, ... – me quedé sin palabras y sin reacción hasta que por fin logré decirle: - las fotos, puedo probarlo, tengo fotos. Esa tarde fui a buscarlas y el empleado me dijo, reconociéndome al entrar – su rollo estaba en blanco y jamás fue utilizado. Se habrá confundido de carrete.
Ya no habría forma de probar donde había estado, por lo que debí simular que había sido una broma, y que en realidad jamás había viajado a Syldavia. Pero de todas maneras habían sido unas buenas vacaciones.

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