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EL ESPEJISMO DE LA MINA

La mina tenia infinitos pasillos que se enlazaban como nudos. Eramos tres: Juan, Manuel y yo, del grupo de control, medíamos el contenido de grisú. El mapa era viejo, los túneles habían cambiado, por eso nos perdimos. Entonces vimos, en un pasillo lateral, un reflejo de blancura que se abría paso como un aliento brumoso.
- ¿Que es eso? – Pregunté asombrado mientras los tres nos acercábamos con cautela. Al llegar a la esquina nos asomamos con temor. Nos encontramos con un pasillo de unos diez metros de profundidad que terminaba en una pared de piedra. Casi en el centro de esta pared, de un pequeño agujero del tamaño de un ojo, surgía la fuente de luz, un brillo cristalino puro de un blanco hermoso e irresistible.
- ¿Qué demonios...? – masculló mi compañero Juan, pero el mayor y jefe de nosotros, Manuel, que ya tenía más de veinte años en la profesión, lo interrumpió con unas palabras que nos dejaron helados: - es un espejismo, el espejismo del minero, he oído hablar de ellos, lo mejor será alejarnos – recomendó.
- ¡Alejarnos!, ni hablar, debemos saber que es eso – se quejó Juan. Yo preferí mantenerme fuera de la discusión. A continuación el más joven se acercó a la fuente de luz e intentó mirar a través de esta. – Hay algo del otro lado – denunció admirado. Luego cavó con sus manos hasta que la pequeña hendija por la que espiaba se convirtió en una suerte de ventana al más allá. Los tres miramos hacia adentro de ese extraño vínculo, el reflejo nos iluminó el rostro. Se veía un hermoso paisaje de campos verdes y floreados, montañas al horizonte, un valle con ríos y cascadas, era un lugar celestial.
- Al igual que los náufragos ven islas, o los beduinos ven oasis, en una mina uno ve este tipo de cosas, ve el deseo del corazón de un minero – dijo Manuel resignado y como si fuese un hecho que debía aceptarse, - pero estos espejismos son malignos, como una sirena, intentan atraer a las almas angustiadas para devorarlos en una dimensión paralela.
- ¡Es mentira! – gritó Juan – dices eso para que no entremos, pero no me vas a detener – y diciendo esto se pasó al otro lado. Lo vimos correr feliz por la hierba, cantando y saltando de alegría, pero entonces el cielo comenzó a agrietarse, los falsos campos se destiñeron, tornándose grises, el espacio comenzó a derretirse y el agujero se derrumbó, atrapando a Juan en sus deseos.

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