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Kosh

EL ADIVINO

Eran las once y media, hacía más de cuatro horas que el instituto estaba cerrado y si yo estaba aún en aquella oficina era sólo porque aprovechaba la calma de la soledad para estudiar cuando era época de exámenes. El lugar al que me refiero es el Centro San Esteban, fundando hacía cinco años para varios temas sociales que no tenían un ente que los tratase o considere, entre ellos estaba el control y seguimiento de ciertas sectas, tanto religiosas como simples logias, tertulias u otro tipo de encuentros. También recibía y estudiaba las denuncias de ovnis y cualquier objeto no identificado, por último, mi departamento comprendía los casos de fenómenos paranormales, tarotistas, futurólogos, predicciones, magia, y demás categoría de cualquier persona, objeto o lo que sea, fuera de lo normal. Los primeros años nos habían inundado de folios con denuncias de prestidigitadores, magos, adivinos, etcétera, que querían ser reconocidos en nuestras listas, pero luego de trabajar seriamente e ir descubriendo que todos eran impostores, terminamos por simplificar el trabajo: se ofrecía un monto de un cien mil dólares a quién pudiese probar que controlaba realmente algún efecto paranormal, sea adivino, futurólogo, mago, daba igual. Desde es mismo día nuestro trabajo se redujo considerablemente, al día de hoy nadie se había presentado a reclamar el premio.
Fue entonces que se oyó el timbre sonar dos veces. Me puse de pie perezoso y recorrí el largo pasillo hasta la entrada. Detrás de la puerta de cristal se encontraba un hombre de mal aspecto, su rostro parecía sacado de un película en blanco y negro de la primera guerra mundial. Lo primero que pensé era que pediría limosna, pero al preguntarle desde dentro y sin abrir la puerta, que deseaba, respondió: - hola, soy adivino.
Despertar a Lina fue fácil, ella siempre dormía mal y en realidad estaba viendo una película de esas viejas comedias que emiten cuando nadie mira la televisión, en cambio el trabajo duro fue hacer reaccionar a Moreno, un hombre de unos cuarenta y cinco con sueño pesado y pocas ganas de trabajar.
- ¿Qué demonios quieres a esta hora? – dijo por fin cuando reconoció que era yo el que le hablaba.
- Hay alguien que pide hacer el test – le dije suavizando mis palabras lo más posible.
- ¿Y porque a esta hora? – maldijo, - hay que poner horarios cerrados – se lamentó luego al recordar que el aviso decía que cualquiera a cualquier hora podía presentarse a demostrar que era un verdadero adivino. Claro que eso se había publicado con el preconcepto de que nadie nunca se presentaría.
Ambos vivían cerca y una hora más tarde estábamos reunidos en la sala diseñada para el test. Lina tenía mi edad y era, al igual que yo, una estudiante que trabajaba en el lugar para tener tiempo de estudiar básicamente. Estaba enamorada de su novio y todas las conversaciones solían rondar en él, o al menos mencionarlo. Moreno era el clásico ser humano creado para ser empleado público, con un futuro homogéneo en un cargo cuyo único cambio que vería sería su jubilación en veinte años.
El hombre rellenó el formulario con el nombre de Rues Midot, y en profesión escribió: “mago de los andes”. En dirección preguntó a que nos referíamos, no sabía lo que era una dirección pues, y luego de explicarle respondió que no tenía “eso” y puso simplemente: las montañas del sur.
- Cada loco hay en este mundo – balbuceó Moreno.
El formulario continuó rellenándose con datos extravagantes e incomprensibles. – Creo que ya está – por fin declaró con una sonrisa, como quién termina un examen de física cuántica.
- Bueno, ahora solo resta probar que usted no es un impostor – dijo Moreno con algo de ironía.
- ¿Qué es lo que quieren saber? – preguntó.
- No se, díganos usted lo que sabe hacer – argumentó Lina.
- Digan lo que quieran y yo responderé.
Lina entonces preguntó: - ¿qué número saldrá premiado en la lotería de mañana? –
Los dos la miramos, sorprendidos por la extraña pregunta, pero ella nos devolvió una mirada que decía: ¿por qué no, es una buena pregunta?.
- 21.546 – dijo Rues, como quién dice que el cielo esta nublado luego de mirar hacia arriba.
- Seamos serios – recapacitó Moreno, - sabemos que usted no puede conocer ese tipo de cosas, pero que le interesa el dinero que ofrecemos...
Pero en ese momento Rue lo interrumpió: - ¿ofrecen dinero?, no sabía. ¿Cuánto pagan?.
- Dígalo usted, ¿no es que sabe todo?.
- Es verdad, ofrecen – meditó apenas dos segundos – cien mil dólares.
- Que pregunta, si no lo supiera no estaría aquí – razone en voz alta.
- No estoy aquí por eso – me dijo de manera directa.
- Entonces, ¿para qué ha venido?.
- Para decirles las cosas malas que pueden evitar que sucedan y dejarse el alma en ello – enfatizó sin modificar su tono sencillo de voz, - y esto último va sobre todo a usted, que creo que será el único que lo hará.
Al oír esas palabras, por primera vez desde que había visto a aquel extraño sentí miedo.
Las preguntas se sucedieron una tras otra. Moreno no prestaba demasiada atención, incluso por momentos se distraía y se percibía que sus pensamientos se alejaban por el deseo de volver a estar en su cama durmiendo. Como buen empleado público, su vida y todo lo que la rodeaba transcurría como la de un soldado sin guerra. Lina se mostraba, en cambio, interesada en el sujeto, aunque no hubiese creído que realmente se lo tomaba en serio. Por fin, pasadas les cuatro de la madrugada, al ver el hombre que no teníamos más que cuestionarle, pidió irse. Todas las preguntas eran temas de actualidad que se deberían ir concretando durante la semana entrante, había cuestiones de todo tipo, eventos deportivos, fenómenos climáticos, la lotería, hechos políticos, incluso algunos temas sociales. En algunos casos el hombre aclaró que por el mismo hecho de haber revelado el futuro, este puede variar para evadirlo, pero que esta variación nunca es extrema, por lo que la mayoría de los hechos se cumplirán como él decía.
Moreno le dijo que si el ochenta y cinco por ciento de los hechos pronosticados se concretaban como él había predicho sería reconocido su “don”. El hombre, mostrando poco interés en el reconocimiento, se despidió, pero antes de irse volvió a dirigirme la palabra para recordarme que confiaba en mí.
Aquella noche, o lo que quedaba de ella, apenas si pude pegar el ojo. Me desperté con sueño a las once y media de la mañana, y luego de beber un café compré el diario. El titular hablaba de una manifestación que se había cortado durante dos horas la calle principal, más abajo, en un recuadro hablaba de un fuerte Tifón que había sorprendido a los habitantes de República Dominicana, de inmediato recordé que el hombre había predicho que esa semana una fuerte tormenta caería sobre aquel país. De inmediato comencé a calcular cuantas posibilidades existían en que aquella predicción haya sido pura casualidad, por otra parte alguien que supiera de fenómenos climatológicos podía perversa, habría tan solo que ver como se encontraba el panorama, los que estudian el clima viven de eso, quizás aquel hombre fuese uno de ellos.
Las siguientes noticias fueron normales, pero no me quede tranquilo con ello, encendí la televisión y puse el noticiero. La primera de las noticias era la muerte, esa misma madrugada, del director Nino Fartiz. Lo había dicho también, aunque Nino era un hombre mayor y se corrían rumores de que estaba enfermo, por tanto era lógico prever su muerte. Olvidó el tema y se dedicó a tratar de darle un último repaso a la materia que debía rendir. Una vez con la mente avocada al estudio olvide el resto del mundo y así permanecía el resto del día, o al menos hasta que salí de la sala de examen. Había aprobado con un siete y, aunque esperaba mejor nota, no me sentí mal. Volviendo a casa pasé por un puesto de revistas donde el periódico deportivo anunciaba los resultados de los partidos, todos los que recordaba coincidían con lo que Rues Midot había anunciado. Esta vez no había posibilidad de suerte, y mi mente no podía encontrar una respuesta lógica, acertar con la muerte de un hombre mayor o una tormenta ya suponía un exceso de suerte, pero adivinar los resultados de los partidos ya era demasiado, no podía ser casualidad. Esa tarde llegó temprano a su trabajo, en la oficina lo esperaba Moreno, tomando un café y repasando unos papeles.
- ¡Has leído el periódico! – exclamé apenas entrar y mostrando un ejemplar.
- Si – respondió con una tranquilidad alquilada, - ¿qué sucede? – completó luego.
- ¿Cómo que sucede?, aquel hombre viene acertando en todo lo que dijo – repliqué ansioso por oír su respuesta.
- Suerte – dijo sorprendiéndome.
- ¿Cómo crees que puede ser suerte?, ¡aquel hombre es un adivino!.
- Eso está por verse, apenas si ha pasado un día y para cobrar debe haber adivinado en todo lo que predijo.
- En ese momento logré intuir la actitud de mi jefe, y era que esos cien mil dólares probablemente no existían, o incluso quizás si existían pero él se los había gastado pensando que nadie nunca se presentaría. Todas eran conjeturas mías, pero la realidad era que Moreno, por algún motivo, quería negar la realidad que estaba sucediendo.
- ¿Y Lina? – se me ocurrió preguntar para no seguir profundizando con el tema.
- No ha venido aún.
- Ella no es de llegar tarde, y debería haber entrado hace una hora – deduje, pero Moreno me respondió con un gesto de hombros que decían que no tenía ni idea sobre el paradero de Lina ni le interesaba tenerla.
Busqué el informe que habíamos escrito sobre el tal Rues Midot, y se me ocurrió hacer una copia de la lista de predicciones.
Esa noche volví a mi casa temprano y cené mirando la televisión y leyendo el diario. Entonces fue que vi el número de la lotería, era el 21.546, el mismo que decía en la lista. La noticia continuaba: “la ganadora, una joven estudiante...”, y de inmediato supe a quién había sido la afortunada. Deduje que Lina no volvería a trabajar ni el día siguiente ni nunca. Fue entonces que recordé algo más que había predicho aquel hombre, leí la lista que había copiado para estar seguro y, recordaba bien, había anunciado un accidente de un autobús para esa misma noche. Sin pensarlo salí hacia la terminal, pero cuando llegué el autobús ya había partido, me subí a un taxi y lo dirigí por la salida de la ciudad hasta que en una esquina, justo antes de subir la autovía, encontré el vehículo. No habían pasado ni un minuto desde que se había producido el accidente. Se había pasado en la curva cayendo hacia un lado sobre la banquina, aún los ocupantes estaban dentro cuando el tanque de combustible estalló. El autobús comenzó a incendiarse y desde fuera vi como los pasajeros se movían desesperados hacia la parte delantera e intentaban sin éxito romper el cristal del conductor. Tomando una piedra logré desde afuera partir el vidrio y los pasajeros pudieron salir.
Ese fue el primer día de una larga y dura semana de trabajo. Viajé por todas partes intentando evitar accidentes y salvando vidas sin siquiera poder explicar el motivo. Pasados los siete días, estaba exhausto sentado en un banco de un parque luego de rescatar a un niño a punto de caer en una alcantarilla mal cerrada, cuando un hombre se sentó a mi lado y me dijo – lo has hecho bien.
Giré de inmediato para encontrarme con Rues Midot, aunque esta vez se lo veía mucho más lúcido y mejor vestido y arreglado que la noche en que lo conocí.
- ¿Qué se siente? – me preguntó.
- No puedo más, estoy agotado – le dije apenas encontrando las palabras.
- Pues esa es mi vida, y por eso es que necesitaba tomarme una semana de vacaciones. El descanso me ha servido mucho, y ahora puedo continuar con mi tarea. Gracias por tu ayuda, has sido un buen sustituto – dijo antes de ponerse de pie y alejarse caminando por el parque.
- De nada – fue lo único que se me ocurrió responder.

1 comentario

nelida -

muy bueno...me encanto...