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Kosh

EL ORIGEN DEL ADIVINO

Pasaron muchos años hasta que por esas casualidades de la vida, si es que en la vida existen casualidades, me volvía a encontrarme con aquel adivino. No dude en cruzar la vereda y detenerlo, aún sin saber que diría, pero es que luego de aquella semana tan dura que había tenido que sufrir al ser su reemplazante, al menos merecía un intercambio de palabras.
Luego del saludo, se me ocurrió preguntarle si estaba apurado, conociendo su vida agitada, corriendo de un lado a otro tratando de evitar lo que el destino aún no escrito pretende escribir. Me dijo que hasta las cinco de la tarde no tenía nada que hacer, o al menos nada que él pudiese evitar. Las últimas palabras sonaron tristes, como si ya se hubiese resignado a que ciertas cosas no están a su alcance.
Lo primero que se me ocurrió pensar es el enorme poder de adaptación que tiene el ser humano a las situaciones que les toca vivir. Aquel hombre estaba ya acostumbrado a esa vida, a ir de lado a lado tratando de salvar vidas de forma anónima, como una suerte de héroe invisible.
Sentí pena por él, pero traté de no demostrárselo. Lo invité a tomar un café y aceptó.
- ¿Cómo empezó todo? – se me antojó preguntar.
- ¿A que se refiere? – dijo sin comprender la pregunta.
- Lo de ser adivino, ¿cómo comenzó?, ¿cuándo descubrió que podía hacerlo? – me expliqué.
- Es una larga historia, pasó mucho tiempo atrás – respondió manifestando un intento por esquivar el tema.
- Cuénteme – le insistí de todas maneras.
El hombre suspiró, como quién debe relatar algo que no le agrada, luego levantó la mirada, buscando en su pasado los hechos y en su lengua las palabras para engendrar su propia historia:
- Yo era un sacerdote, de hecho lo soy, aunque debí dejar mi parroquia por culpa de esta misión. Era joven y tenía las energías y el optimismo suficiente como para intentar, día a día, resolver todos los problemas de la gente que acudía a mí, y pasaba todo el tiempo trabajando para ello. Un día acudió a mí una madre desesperada, su hijo había desaparecido. Lo habían buscado por todo el barrio desde hacía tres días, en los lugares donde solía andar, pero el niño, de tan sólo ocho años, no aparecía. Los siguientes dos días me encerré en la capilla y los pasé rezando y rezando sin parar, intentando poder hablar con Dios, intentándolo como nunca antes nadie lo había hecho.
Me miró a los ojos, con una mirada insostenible, para luego preguntarme: - ¿sabes cuanta gente intenta realmente, con todas sus energías, y sin desilusionarse, comunicarse con Dios?.
- La verdad es que nunca lo pensé...
- Nadie. Nadie tiene la fe suficiente para hacerlo. Siempre, en algún punto, la persona, por más creyente que se crea, duda, ¡siempre!. Duda sobre la misma existencia de Dios, duda sobre la posibilidad de que realmente escuche, duda de que pueda responder. El sólo hecho de no conocer a nadie que lo haya logrado es suficiente, pues todo hombre necesita ver para creer. ¿Y si los que lo logran no lo manifiestan?, ¿si se lo guardan en secreto?, pues esas personas serían especiales, sería gente que no necesita compartirlo con nadie más. Tu eres una persona especial, y se que nunca hablarás sobre mí, está en tu sangre, en tus venas...
- Yo... – traté de decir algo sin saber que.
- No importa, déjalo, me he ido del tema, estaba contando mi historia – dijo como tratando de quitarme el peso del compromiso de responder.
- No sabía que hora era, ni siquiera si era de día o de noche ya, pero entonces una voz me habló. Podría haber creído que era mi mente, cansada, que buscaba confortarme tratando de confundirme, auto defendiéndose inventándo ser una voz externa, pero no, yo en cambio no dude que era Dios, y por eso realmente fue él.
En ese momento llegó el café, y el hombre aprovecho para darse un respiro en el relato y beber un poco para luego continuar, - no importa lo que me dijo, pero yo le supliqué que me ayudara a salvar al niño aquel. Entonces hicimos un trato, el me daría el poder para encontrarlo, pero a cambio yo debería mantener el secreto, nadie debería saber que yo sabía las cosas, y si la gente se enteraba todos los hechos se desvanecerían y volverían a estar como antes. Era una tentación, como la manzana del paraíso, pero yo le dije que no la comería.
me dio el poder para ver más allá del lugar donde llegan mis ojos, me dio la posibilidad de ver otros tiempos venideros, otros lugares, otras cosas. Vi entonces al niño que buscaba, había caído en un pozo, y estaba vivo aunque moriría pronto. Corrí al lugar que había visto, era en un bosque, ni siquiera supe como llegué allí, pero lo encontré. Dije que había estado recorriendo lugares durante días hasta, “por suerte”, toparme con el pozo. La madre me agradeció y su felicidad es una de las pocas medicinas que tomo para sobrevivir ahora, aquel recuerdo lo debo rememorar cada vez que siento que mi vida se ha convertido en una pesadilla, en un nunca acabar. Tu has vivido una semana lo que yo vivo hace años. El peso que debo cargar sobre mi espalda me consume día a día. Todo lo que se que sucederá y no puedo evitar, todas las personas que, aunque quisiera, no llego a salvar...¿sabes las veces que pienso en rendirme?.
- ¿Pero entonces como pude entrar en tu vida?, ¿como es posible que yo ahora lo sepa? – quise saber, o en realidad pregunté para cambiar el rumbo de una confesión que se estaba desviando al límite del llanto.
- Luego de volver a suplicar pidiendo un descanso o una ayuda, Dios, que bien sabía lo que estaba soportando, me concedió una semana de vacaciones. Primero le dije que prefería no tomarla pero me dijo que le podía delegar a alguien la responsabilidad durante ese tiempo. ¿Sabes la libertad que sentí al oír la noticia?. Ahora somos dos los que llevamos el secreto y solo de saber que alguien más lo sabe me quita un enorme peso de encima, me hace sentir mejor.

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