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Kosh

LA ESCALERA HACIA ABAJO

Vivía en un departamento de unas cinco plantas, en la tercera. De niño siempre me intrigó la escalera que bajaba hacia el sótano, pero mi madre nunca me dejó ir hacia allí. Recuerdo el día que me lo advirtió y sus palabras: “no debes bajar nunca por esa escalera, está oscuro y sucio”. Pero con el paso de los años llegué a la conclusión de que, como ella misma decía, no quería que bajara solo para no ensuciarme o porque estaba oscuro, y en realidad no existía ningún peligro. Mi alma de niño explorador fue más que mi obediencia materna y un día bajé. Eran unos veinte escalones recuerdo, que terminaban en un pasillo que se adentraba como una boca de lobo hacia la nada. Los tonos grises ennegrecían hasta que se los trabaja la oscuridad, la cuál triunfaba sobre el único foco que colgaba de su propio cable apenas terminados los escalones. Decidí esa tarde volver a mi departamento, feliz por haber roto la regla de no bajar. Pero pasaron los días y ahora mi intriga se concentraba en el destino de aquel pasillo sin fin. Pensé que si ya había quebrado una vez la prohibición, dos daba lo mismo, y con aquella premisa tomé una linterna y volví a bajar la escalera. Esta vez no me detuve a las puertas del oscuro corredor sino que, linterna en mano, me adentré en éste, como un conquistador atraviesa las tierras recién descubiertas. Caminé un par de minutos hasta que el pasillo llegó hasta una nueva escalera que descendía. Por aquella vez estuvo bien la expedición, decidí entonces retornar a tierras conocidas y continuar en otra ocasión. Esa otra ocasión fue dos semanas más tarde, y en esa vez llevé conmigo unas galletitas ya que el camino a recorrer sería ahora más extenso. Baje la última escalera conocida durante un rato hasta llegar a un nuevo pasillo.
Pasaron muchos años y he bajado cientos de veces y todavía nunca he alcanzado el final, pero hoy mismo volveré a intentarlo, tengo provisiones para varios días, y esta vez no pienso volver hasta encontrar el final.

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