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Kosh

EL DIABLO Y EL ANGEL

Un día descubrí que sobre mi hombro derecho, cerca de la oreja existía un pequeño ser, que resultaba ser mi diablo. Hablaba poco, pero sabía ser convincente con sus palabras, si no fuera por las respuestas de otro lado, siempre le hubiera hecho caso. Y es que del hombro izquierdo habitaba otra diminuta figura me hablaba diciendo siempre lo contrario, también con una gran virtud y clara oratoria.
Al principio jamás los veía, apenas si los sentía como si fueran voces interiores, susurrando en mis orejas tan cercanos que creía que era yo mismo, o mi mente, que estaba razonando, evaluando sobre acciones que podían desencadenar consecuencias buenas o malas de acuerdo a las decisiones. Poco a poco, al girar rápido la cabeza hacia los lados podía llegar a ver apenas algo, como quién, en la comisura del ojo, en el límite de espectro de visión, se percibía una presencia, pero nada más que eso. Luego, cada vez fui desentrañando más aquellas existencias. Debí obsesionarme como nadie jamás se habría obsesionado en el tema, pasarme horas y horas, tardes, días meses enteros girando hacia los lados cada vez que me hablaban, cada vez que debía decidir. Recién entonces fui creyendo verlos, hasta llegado un punto en que, sabiéndose descubiertos o sabiendo que jamás acabaría mi extraña obsesión, decidieron, un buen día, presentarse y dejarse por fin ver completamente.
Una vez que los había descubierto nada cambió, excepto la aceptación de que existían. Me explicaron que siempre, en todo ser humano, existe un representante del bien y uno del mal, que vociferan desde sus hombros, tratando de incidir en sus decisiones y de ésta forma, en el curso de la humanidad.
- ¿Y la gente no se entera? – se me ocurrió preguntar.
- Creen que son voces interiores – respondió mi lado izquierdo, al que le creía ya que hablaba siempre del lado del bien.
Hasta entonces no me hacía demasiada idea de la importancia de estos pequeños seres, pero entonces comencé a investigar, me concentré en las grandes figuras de la historia, en particular los que se distinguieron por su bondad o por su maldad. Me enteré entonces que se solían repetir, en los casos de los buenos personajes, problemas de audición del oído derecho y, casualmente, los que tenían problemas del lado contrario eran los que pasaron a la historia como figuras siniestras.
Desde entonces recorro los colegios, buscando a niños sordos del lado derecho, y los hago desaparecer para salvar al mundo. Pero a medida que me ocupo de ellos voy perdiendo yo también cada vez más la audición y... curiosamente, pierdo la del lado derecho.

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