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ALFAOMEGA

Lo llamaban de esa forma por la creencia de su eternidad, aunque luego el nombre le fue modificado por el de “Alfaomega”, que siendo la primero y la última de las letras del alfabeto, representan que era el principio y el fin.
Vivió en las siete ciudades y conocía cada una como su propio hogar, Primero fue a Efeso, aún estando viejo, porque tenía las maravillas del mundo antiguo y el templo maldito de Diana, lugar donde se encontraba el laberinto infinito de las almas, donde se perdían para siempre. Pero él logro entrar y salir del laberinto, mostrándoles el camino a todas la salmas allí perdidas.
Viajo luego a Esmirna, que seducía a los hombres por su fragancia de la molienda de la planta. Vivió las diez persecuciones en las que fue herido y quemado, pero la fragancia dulce de sus calles lo mantuvo sano y vivo.
Entonces se mudó a Pérgamo o casado, donde encontró el trono de Satanás, dejó que los de babilonia descubriesen su maldad y nació un hombre que se llamó Pecado, viviendo algunos años a la sombra de un templo abandonado, para padecer una tarde sin enfermedad ni razón conocida.
Pero para ese entonces él ya estaba en Tiarita, donde conoció a Lidia, la falsa profetisa, y donde visitó la casa del mejor de los Pablos. La gente vestía de púrpura y le pedían las lluvias a Baal, pero éste no los oía, pues no tenía ni oídos, ni cuerpo, ni existencia mas que una roca con su figura inerte.
Pero cuando los purpurados los supieron ya él no estaba, sino que entraba en Sardis, que significaba remanente, y que era la ciudad de los muertos, contaminada de espíritus fantasmales.
Por las calles desiertas sus pasos eran los únicos que hacían ruido, los templos estaban desiertos, muertos y repletos de telas de araña, como todos allí.
Sin hallar modo de ver vida, se dirigió a Filadelfia, o “amor fraternal” para la mayoría. En aquel pueblo todas las casas y templos tenían siempre las puertas abiertas, ni siquiera las puertas de las cárceles se cerraban, y al principio era porque no había razones para cerrar una puerta, pero luego descubrieron que no tenía sentido cerrar ninguna puerta sabiendo que Dios la podría abrir las veces que lo quisiera.
Pues conforme pero aún con ganas de avanzar, marcho a la iglesia tibia, llamada así por sus aguas termales, cerca de Colosia y de Hierápolis, de nombre Laodicea. Su nombre indicaba que los derechos estaban en la gente.
Por fin se cansó de recorrer el mundo y volvio a su trono, rodeado por los veinticuatro ancianos que eran grandes reyes, pero aún le faltaría mucho para gobernar la tierra, aún debía abrir los siete sellos y combatir muchos dragones y bestias, pero eso ya es otra historia.

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