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TARCISIO VALLEJO EL EXORCISTA (II PARTE)

Era el encargado, entre otras cosas, de mantener viva la hoguera de la biblioteca el convento para que los monjes, día y noche, pudieran utilizarla para el estudio y la lectura. La sala era amplia y de paredes de piedra y techo alto en arcadas dóricas por lo que, a pesar de que la hoguera también era considerable, siempre requería nuevos leños para mantener el fuego y éstos ya no quedaban en el cobertizo. Tarcisio partió adentrándose entre el fío y la niebla en busca de algunos trozos de madera que habían dejado los leñadores para el monasterio en una pequeña cabaña casi en el corazón del bosque. Cuando por fin encontró la cabaña entró sin tomar precauciones. El lugar estaba oscuro y solo el reflejo de una luna caliza se arrastraba por el piso de madera, dibujando el marco en un rectángulo. No tardó en sentir una extraña percepción de compañía, entonces una sombra cubrió por apenas un momento el reflejo de la ventana, confirmándole que no estaba solo. Mantuvo la calma y fue arrinconándose hasta que decidió animarse a enfrentar la amenaza. Se movió hasta una mesa y buscó hasta encontrar un farol de kerosén que pudo encender al segundo intento. La imagen fue inolvidable, una mujer se arrastraba por el piso, presa de una terrible agonía que la consumía, mostrándole un rostro desgarrador de mueca grotesca y deforme.

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