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Kosh

LA NOCHE DEL ACCIDENTE

1

Las llamas se elevaban arrojando pequeños puntos rojos ardientes que se esparcían sin dirección, resaltados por el aire oscuro. La madera ardía con brutalidad frente a las miradas cautivadas por ese misterio que esconde el fuego. Los que estaban reunidos hablaban a la vez y en voz alta, había copas llenas de vino y cerveza en la mayoría de las manos. También moría un plato con pequeños trozos de queso acompañado de un trozo de pan desgarrado. La carne todavía aguardaba en una bandeja de metal. Sobre el color blanco de la grasa cruda se notaba la sal bien distribuida. Soplaba con delicadeza una brisa tibia que apenas perturbaba la quietud de los eucaliptos cercanos. Ya no hacía ese calor extenuante de los días anteriores, la temperatura era la ideal para estar saboreando un cielo negro estrellado.
La gente que faltaba no tardaría en llegar para no perderse la ceremonia de la transformación de carne roja en comida. Ya había caído la tarde unas horas atrás y, como es común en gran parte de la pampa, la cena estaba lista demasiado tarde, sobretodo para algunos estómagos sufridos y acostumbrados al estilo americano de cena temprana.
Se asomó una luz detrás de los árboles, a pocos metros de la tranquera, el vehículo doblo e ingreso con cuidado de no golpear contra las maderas que apenas daban el espacio para una moto. Al acerarse lo suficiente, se notaban dos figuras detrás de la luz de una Honda XR100. Era blanca, aunque por la oscuridad, apenas se notaba el color.
De la que conducía, lo primero que se vio fue una bota negra que se acomodo en el pasto, luego, al apagarse la luz y el motor, pudo aparecer el cuerpo de Magdalena Bruey. Vestía un jean negro y una polero bordó cubierta por una campera del mismo color negro y también de jean. Detrás de ella salió, levantando una de sus piernas para quedar fuera del vehículo, su amiga.
Luego de saludar a todos y recibir algunos comentarios sobre sus apariencias, se sentaron a unos metros del fuego sumándose al resto.
Coqui vestía un pantalón de tela negra, ajustado por un cierre que bajaba unos centímetros por detrás. Arriba llevaba una remera con cuello en ve bordó y, sobre esta, una campera de cuero bien oscuro. El viento apenas había perturbado su cabello atado con un prendedor negro. Coqui era una chica de extraña personalidad, por momentos demostraba un absoluto descontento con el universo, pero siempre se le pasaba y volvía a ser parte del grupo. Estaba saliendo con un chico de la gran ciudad. Había estudiado y a simple vista parecía buen chico, pero era alcohólico y algo desquiciado, nada conveniente para ella, aunque tampoco pretendía mucho más.
Esa tarde había viajado de La Plata con La Rusa, la cual ya estaba ahí, sentada entre el resto de los chicos. Venía de ver a su hermano, aunque antes había estado en la capital. Esa tarde la había ido a buscar Magdalena, y habían pasado, hasta entonces, el tiempo en su casa, bebiendo mate con galletas y actualizándose de diversos hechos de poca relevancia de las últimas semanas. También arreglaban algunos de los detalles de la salida que vendría a continuación de aquella reunión. Irían todos a una disco pequeña del pueblo. Era un local de alcohol barato y pocas luces, pero muy divertido ya que se llenaba de gente de otros pueblos cercanos que, quien sabe porque, preferían aquel lugar.
La mayor parte del grupo venía directamente de Olavaria, salvo Magdalena que vivía en aquel pequeño poblado y venía de su propia casa. Fueron llegando en varios autos hasta completar el número esperado por el asador. Mientras tanto la carne se terminaba de asar y se comenzaba a servir.
Una vez mas o menos terminada la comida continuó la charla entre amigos con una larga sobremesa. La mayoría seguían tomando vino tinto y cerveza. Pero a Coqui se le antojaba un Fernet con cola, algo que a nadie se le había ocurrido traer. Luego de intentos en vano de conseguir a algún voluntario dispuesto a ir a buscar una botella, tuvo que ir ella. Magdalena, por ser la única que conocía la zona y contar con el vehículo más sencillo de movilizar, se ofreció a llevarla.
Tomaron la XR100 y salieron a comprar el Fernet y, de paso y nunca sin faltar mas, cigarrillos. Magdalena era de la zona pero no conocía las cercanías de aquel campo. De acuerdo a lo que recordaba por otras veces que había estado allí, había un caserío con una estación de servicio sobre la ruta, siguiendo por el camino de tierra hasta el cruce con la vía y luego doblando a la izquierda un par de kilómetros por la ruta, ya de pavimento.
El camino era básicamente a través de campos con amplios potreros y montes o cascos con casas lejanas. Llegando a las vías, recién comenzaban a verse algunas casas quintas asiladas.
Magdalena andaba rápido y hablando con su amiga, al cuál apenas podía escucharla por detrás del brumoso sonido del motor y del viento que golpeaba su rostro e ingresaba en sus oídos. Le contaba en voz alta y tratando de mover su cuello sin quitar la vista del camino, algunos sucesos de las últimas semanas entre el chico que le gustaba y su impaciencia por conquistarlo.
Coqui pensaba sobretodo en el Fernet y en tener pronto un cigarrillo en su boca. Le agradaba el aire agitando su pelo aunque sabía que luego, al bajarse de la moto, debería luchar un buen rato para ubicarlo correctamente.
Su amiga estaba repitiéndole por quinta vez desde entonces, como fue que conoció a aquel muchacho. El relato siempre comenzaba con la imagen de ella bebiendo sola en la barra de un bar de La Plata, luego, cuando describía como fue que se acercó y comenzaron a hablar, fue que Coqui elevó un exaltado grito de advertencia. Pero ya era tarde para la desprevenida reacción de Magda. Era una vaca situada en el centro del camino de forma tal que lo atravesaba con su cuerpo, impidiendo el paso de cualquier vehículo. Coqui recordó la mirada del animal, su cabeza completamente girada hacia el reflector de la moto, como hipnotizada por su brillo, su cuerpo inmóvil, y sus ojos, sus ojos atravesando la luz para clavarse en sus ojos. Parecía estar mirándola a ella, como sabiendo que esa sería su última mirada, como resignada a esperar su inminente final, sin nada que pudiese hacer al respecto. También recordaría esa particular mancha negra, inconfundiblemente marcada como un ovalo perfecto en el centro de su lomo.
La moto golpeó con fuerza el vientre del animal y voló hacia delante por sobre el cuerpo que se retorcía y caía arrastrado hacia atrás. Enseguida las dos chicas salieron despedidas. Coqui se vio a si misma volando por la brisa calma de la noche. Su mundo giraba sin distancias ni tiempo, como un remolino donde veía pasar una mezcla de imágenes de su alrededor. Todo se detuvo por un lapso que no pudo determinar mientras padecía una sensación indescriptible de desconcierto.
Luego sintió el duro golpe de la tierra sobre su espalda y su cabeza. Su cuerpo rodó varias veces hasta perder velocidad y detenerse. Lo ultimo que vio fue la imagen de Las Tres Marías brillando casi al centro del firmamento.

2

Magdalena Bray nunca había comprendido porque sus padres, veintiún años atrás, habían dejado un lugar tan lindo como Madrid para ir a vivir a Sud América. Ellos habían elegido un país como Argentina, según sus propia palabras en ese entonces, porque era un lugar con futuro. Pero hasta entonces el futuro esperado no había llegado, aunque, a pesar de todo, las cosas no andaban tan mal. Sus padres habían adquirido unos silos que daban lo suficiente como para no dejar lugar a las quejas y pedidos de una niña consentida. Los silos se encontraban ubicados cerca de monte hermoso, un balneario que vive a las sombras de Bahía Blanca, sobre la ruta 3, la que atraviesa el centro de la verde pampa, ya no tan verde por esos territorios pero lo suficiente como para dar y recibir. Y así, cuando el trabajo y la voluntad son mas que los rezongos y quejidos, las cosas marchan. Pero eso era todo un sermón aburrido para Magdalena, o Magda, como la llamaban sus amigas. Para Magda solo era un pueblo mas en la estepa húmeda, un pueblo perdido en un mundo de grandes ciudades cubiertas de imponentes edificios y mucha gente junta. En cambio, su hábitat eran las casitas de una planta, chacras y campos con cascos arbolados pero sin alma. La verdad y lo único que le faltaba a su vida, en el fondo, era diversión. Eso que abunda en la calle Constitución de Mar del Plata en verano, en la costanera norte de Buenos Aires, con autos y gente apilada por todos los rincones, caminando de un lado a otro, siempre hablando de algo, algún tema irrelevante quizá, pero hablando con gente, con amigos, en grupos. En nueve de Julio y Corrientes, por ejemplo, donde cualquier noche del año se siente el calor de la ciudad, ese calor que le faltaba a la vida de Magdalena. Quizás por esa y algunas otras razones mas no era una chica demasiado difícil con los hombres, de todas maneras, ahora parecía estar mas bien tranquila con su actual pareja, un chico sin nada especial de La Plata.
Esa noche volvía a ver a sus amigas después de varios meses, y pensaba divertirse mucho con ellas.
A ella la conocía desde la secundaria, se habían hecho amigas compartiendo asiento en tercer año luego habían afianzado su amistad por viajar juntas a La Plata en algunas ocasiones y por formar parte del mismo grupo de amigas. Coqui admiraba de Magda su total independencia de su familia y su capacidad para ser autosuficiente, sin necesitar la protección ni el cariño de nadie. Por supuesto, esa era la imagen hacia fuera, era el personaje que ofrecía al mundo, un papel protagónico. Aunque a veces resultaba algo chocante enfrentarse a dicha actitud tan cerrada en sí misma. Magda era algo egocéntrica y vivía confiada en que todo lo que hacía estaba bien o al menos correcto. Tenía un elevado autoestima, un buen manejo de su presente y una aceptable visión de su futuro. No deseaba demasiado de la vida, no era egoísta ni codiciosa, pero cuando creía que merecía algo resultaría muy desdichado quién intente negárselo.
Magda era muy linda, de pelo castaño enrolado, nariz sobria, piel casi morena y ojos verdes esmeralda. Era de mediana estatura y cuerpo excesivamente flaco. Lo suficiente para que su amiga le recordase de vez en cuando que debía alimentarlo mas de lo que apenas le daba.
Siempre se cuidaban y aconsejaban entre ellas, eran buenas amigas y, mas allá de las virtudes y los defectos de ambas, y mas allá de las peleas ocasionales típicas de las mujeres, se querían de verdad.
Todo esto se le paso por la mente, tan solo en ese pequeño instante donde apenas giro su cabeza, aun desde el piso y con su cuerpo acostado sobre la tierra, para ver a su amiga desparramada sobre la tierra, completamente llena de polvo en su pelo y su rostro ensangrentado.

3

El viaje desde La Plata a Olavaria, aquella tarde, había sido largo y aburrido. La rusa enseguida había logrado dormirse profundamente mientras que su amiga no podía lograrlo ni deseaba perturbar la paz de su amiga. Coqui, venía recordando a su amor lejano. Para dejar de pensar tomó unos diarios apilados en el asiento vacío de atrás.
La sección policial era siempre la que, sin atraparla, le resultaba de mayor interés. Leyó que dos policías habían muerto en un sangriento asalto y tiroteo en Wilde. Uno de ellos murió al intentar detener a uno de los mal vivientes y el segundo en una persecución posterior, cuando el patrullero chocó contra un árbol. Le pareció muy triste y sintió pena por ellos, sobretodo por el mas joven, que era padre de una niña de tres años, solo mostraban una borrosa foto cuatro por cuatro de uno de ellos, el mas joven, donde tenía puesto un reluciente uniforme, y luego una gran foto de sus compañeros uniformados llorando. En la ceremonia del entierro mostraban banderas de policía bonaerense acompañadas del escudo argentino sobre los cajones. También leyó que seguían buscando a una tal Maria Miconi, una niña de seis años que había desaparecido dos días atrás, la hipótesis mas firme era la del rapto pero los mas pesimistas presagiaban lo peor. El diario no mostraba ninguna foto, pero daba una pequeña descripción: ojos claros, rubia, vistiendo un vestido azul y con una cadenita con sus iniciales al cuello. Entre los accidentes, moneda cotidiana en las rutas argentinas, esta vez le había tocado a una pareja cuyo auto se mostraba completamente despedazado debajo del acoplado de un camión.
Fue suficiente, dejo el diario, el cuál no había resuelto ninguno de sus problemas y solo le había mostrado la crudeza del mundo que la rodeaba, resultando una carta mas al recuerdo de la persona que quería.
Luego busco desprenderse de aquella persona mirando hacia fuera. El camino era sencillamente aburrido, era una postal de la clásica pampa, había montes arbolados de eucaliptos sutilmente disipados entre la inmensidad del llano. Algunas casas, estaciones de servicios, locales, y molinos aislados. Cada tanto una laguna producto de las intensas lluvias de verano. Nada especial, ganado, pocas ovejas, muchas vacas. En realidad si, algo especial había visto aquella tarde, algo que no le resulto especial en ese entonces pero que luego le llamaría la atención. Era una vaca, una que luego volvería a ver. Era blanca pero tenía una mancha negra perfecta en el centro de su lomo.

4

Sentía una fuerte contractura en sus brazos y un intenso dolor en su cabeza. Apenas podía concentrarse en su mirada. Veía por momentos borroso, como si estuviese rodeada de niebla. Sentía también un ardor en su rodilla derecha, al examinarla notó que de ella sangraba, sobre el pantalón, dejando una mancha oscura. No agradeció estar viva, sino que maldijo el momento en que se le ocurrió subir a esa moto.
Al ver el cuerpo de su amiga, se levanto con dificultad y desesperación para acercarse a ella. Magda estaba recostada de espaldas, casi al borde del camino, con sus brazos estirados hacia delante por sobre su cabeza y sus piernas dobladas, una sobre la otra. Su pelo estaba envuelto por la tierra y la sangre ya seca, que corría como pequeños canales por la parte que podía ver de su rostro. Al aproximarse creyó ver que se movía, por lo que le preguntó, forzando la voz para rescatar un susurro ahogado, si se encontraba bien, pero no obtuvo respuesta. Se acercó mas y la movió, girándola hacia ella, para ver que la otra mitad de su rostro se encontraba totalmente desfigurado. Podía verse parte de masa encefálica desparramada por su alrededor y se notaba parte del hueso de su pómulo. Coqui retrocedió espantada, arrastrándose sobre sus manos, se puso de pie olvidando el mareo y el dolor y se alejó varios metros del cuerpo sin vida de su amiga. Luego, y recién unos segundos después de que pudo volver a tomar aire y respirar agitada, pudo largarse en llanto agudo y desconsolado, faltándole por momentos el oxígeno y perdiendo toda resistencia de sus lágrimas.
Finalmente, pasado un lapso incalculable por ella, levantó la vista buscando alguna clase de ayuda. Sus ojos agrietados de lágrimas encontraron, muy a lo lejos, que había unas luces. Se puso nuevamente de pie para observar mejor el lugar. Era casa a unos quinientos metros, pasando una tranquera abierta e internándose unos cincuenta metros mas por una huella de tierra apenas distinguible.
No creía tener la energía suficiente como para llegar hasta allá a pie. Entonces se acercó a la moto, tirada de costado y le dio arranque. El motor encendió sin problemas por lo que se subió y se dirigió hacia las luces. Debió esquivar el cuerpo de la vaca muerta, con las entrañas abiertas por el impacto y brotando aún sangre de su interior.
Llegó hasta la tranquera. Esta estaba cerrada por lo que debió dejar allí la moto y caminar hasta la vivienda. Al apoyarla contra la madera noto que la moto tenía el volante torcido y el guardabarros delantero destruido. Por fortuna el foco delantero funcionaba e iluminaba el oscuro camino hasta la vivienda.
La casita era pequeña, de una planta. Las paredes eran de ladrillos expuestos por falta de una terminación correcta. El techo era de madera recubierta a dos aguas. Tenía un prolijo hall cubierto en la entrada, iluminado por un pequeño farol a un lado de la puerta de entrada, que avanzaba un par de metros sobre la cara delantera. Tendría unas dos o tres habitaciones, calculó.
Tocó la puerta luego de buscar sin éxito alguna clase de movimiento a través de la única ventana que daba al frente. Coqui estaba aún aterrada, nerviosa y en estado de shock, no comprendía como podía haber llegado sola hasta allí. Sus ojos estaban rojos y cubiertos de lágrimas, estaba temblando compulsivamente y su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en todo su cuerpo.
Pasó un rato hasta que, finalmente, una persona abrió la puerta. Era un hombre alto, de tez rojiza, orejas grandes y pelo gris. Vestía unos jeans gastados, una vieja camisa leñadora y zapatos marrones. Enseguida noto que tenía un aire extraño, como si le faltara energía, tanto en sus movimientos como en su expresión corporal.
De inmediato, Coqui comenzó a explicarle lo sucedido. El hombre, gentilmente trató de calmarla y la invitó a pasar. Ella aceptó y avanzó hacia la luz del interior de la vivienda.
Se sentó en un sillón antiguo y gastado de dos plazas, frente a ella se repartían detrás de una mesita de madera rústica, otros dos sillones del mismo estilo. Detrás, sobre la pared, había un pequeño modular con fotos y algunos adornos baratos. Una puerta daba a la cocina y otra a un pasillo que debía terminar en alguna habitación. A un lado había una mesa para cuatro rodeada de sillas de madera.
Cuando se sentó el hombre le pidió que se tranquilizara y le ofreció un té, ella acepto moviendo la cabeza, entonces se puso de pie y salió de la sala. Oyó voces entre el hombre y una mujer. La conversación fue en voz baja, algo sospechosa y prolongada. Luego el hombre volvió y le dijo que su esposa había puesto el agua a calentar. A continuación oyó el relato entre cortado, confuso e impreciso de la chica. Coqui se largó en llanto nuevamente al contar que su amiga había muerto y que la había dejado abandonada en el camino.
El hombre se puso de pie y le pidió a la joven que aguardase mientras se dirigía en busca del teléfono, situado en su habitación, para comunicarse con la policía.
A Coqui le llamo la atención el hecho de que aquel hombre se mostrase tan extrañamente tranquilo. Claro que para ella, que había visto morir a su compañera y había volado por el aire frente a una vaca solo unos minutos atrás, todo el mundo le parecía demasiado tranquilo.
Pasaron unos minutos durante los cuales trataba de mantenerse en calma y de no pensar demasiado en nada. Su cuerpo estaba sucio y transpirado, sentía por momentos la piel caliente, como si estuviese enferma con temperatura y por otros momentos mas prolongados un frío intenso, sobretodo en sus manos y pies. El aire estaba quieto como si fuese solo vacío.
De la cocina apareció una mujer de mediana edad, de ojos oscuros y cejas anchas y precisas. Llevaba puesto un vestido verde desarreglado. Pasó frente a ella trayendo, en una bandeja de madera, una taza y una tetera de la cuál se elevaba una columna de vapor pareja. Le sirvió el té y, sin hacer nada mas, dio media vuelta y volvió a la cocina. Antes de ingresar, como si se estuviese arrepintiendo de hablar, le preguntó que le había sucedido. Le contó del accidente con un pequeño resumen de solo un par de frases. La mujer, apoyándose sobre el marco de la puerta y sosteniendo la bandeja con una sola mano, le respondió que le apenaba lo de su amiga y le contó como anécdota, que unos meses atrás ellos habían sufrido, también, un fuerte accidente en la ruta del lado opuesto de la vía, contra un camión amarillo de cemento, pero que por milagro había resultado ambos ilesos. Entonces oyó que su marido volvía de la habitación y rápidamente, como queriendo evitarlo, ingreso a la cocina.
El hombre, por lo que pudo deducir de su expresión, la había oído hablando con la chica y parecía molesto. Cruzó la sala y los dos fueron un momento a la cocina y los oyó hablar nuevamente en voz baja. Coqui observó la sala de estar a su alrededor, ya estaba un poco más tranquila y resignada de lo sucedido. Trataba de descansar su mente y pensar en nada, hasta que, de pronto, sintió esa extraña sensación de estar siendo observada, noto que dos ojos la estaban mirando como levantaba la taza y la llevaba a su boca cuidando de no quemarse la lengua al beber. Giró la cabeza y se sorprendió al ver que, de la puerta entreabierta que daba al pasillo, se asomaba una pequeña niña.
Entre la penumbra que apenas permitía verla, pudo reconocer con esfuerzo que tenía puesto un vestido azul y era rubia, de ojos celestes. Le llamo la atención que sus padres eran ambos de pelo mas bien oscuro y ojos negros. La niña dio un tímido paso hacia delante, apenas lo suficiente para que la luz de la única lámpara encendida de la sala llegase hasta por encima de su vestido. Así, pudo observar, sobre su pequeño cuello, una cadenita dorada de la cuál colgaba una medalla con las iniciales MM. Su mente proceso vagamente la información, y, entre los recuerdos confusos y perdidos de aquel día, encontró una respuesta precisa a esas iniciales. Una respuesta que cerraba justo con la actitud de las dos personas que discutían en la cocina y que la ponía en un grave peligro.
Coqui, sin pensar demasiado en nada, se puso de pie, arrojando la taza de té sobre la mesita de madera, y, de inmediato corrió a la puerta. Salió de aquella casa dejando la puerta entreabierta y corrió hacia la tranquera mirando cada tanto, por encima de su hombro, hacia atrás. Llegó a donde había dejado parada la moto, se subió a esta e intento darle encendido saltando sobre la pata con fuerza. Pero el motor no encendió. Lo intento en forma repetida, varias veces, pero el motor solo emitía un ahogado murmullo y luego se volvía a callar. Comenzó a sentir calor, su rostro comenzó percibir el sudor que brotaba de la piel de su frente. Miraba continuamente la puerta entreabierta de la casa y los movimientos dentro de esta.
La moto seguía sin arrancar cuando pudo ver que alguien abría la puerta y miraba hacia el camino en dirección a ella, entonces, dejo caer la XR100 y comenzó a correr con todas sus energías por el camino.
Corrió mucho tiempo, tratando de ocultarse en la oscuridad de la noche y mirando continuamente hacia atrás. Recién cuando estuvo segura de que nadie la seguía y sintiendo su respiración agitada y sus piernas extremadamente cansadas se detuvo para continuar caminando.
Se dirigió en dirección hacia el pueblo, hacia donde, desde un principio, debían ir a comprar el Fernet.

5

El camino hacia el pueblo parecía interminable. Avanzaba llenada de temores y desdicha. Sentía un nudo en su garganta y un vacío en su estómago, estaba envuelta en dolor y miedo. La noche comenzaba a nublarse, las estrellas apenas se dejaban ver tras una capa brumosa de nubes bajas. Cada tanto creía ver extrañas luces en la lejanía reflejadas en el espacio vacío, pero estaba segura que era producto de su castigada imaginación. El camino era oscuro y tenebroso, no pasaban autos ni se oían ruidos. Coqui se mantenía inmersa en sus pensamientos. Pensó mucho en su amiga, en cuanto la quería, en cuanto la extrañaría y sobretodo en la desgarradora imagen del cuerpo sin vida, que la acompañaría por siempre y que jamás podría borrar de su mente. Pero también muchos otros recuerdos, eventos de su vida, imágenes aisladas y sueños atravesaban su mente. Respiraba un aire diferente y percibía una sensación de tiempo detenido.
Cruzó la vía y llegó a la ruta, de allí siguió caminando sin detenerse hasta el pueblo. Era apenas una pequeña localidad sin mucha vida. No había gente por las calles, aunque ya era muy tarde.
En las primeras luces de la calle principal vio la comisaría. Fue hacia allí y entró casi corriendo. La atendió un oficial de guardia. Era bastante joven, aunque daba un aspecto de haber envejecido por inactividad, y tenía esas caras de persona común, como esos rostros que creemos que siempre los hemos visto antes alguna vez.
Casi sin detenerse a respirar, le contó que había visto a la chica que estaban buscando en los diarios. Agregó que estaba viva y que la había raptado una pareja. Al oír esto, el oficial llamo a otro uniformado, el cuál, enseguida se presentó y comenzó a hacerle algunas preguntas rápidas sobre como encontrar a la niña y sobre como era que ella estaba segura que se trataba de la chica que buscaban. Luego de oír respuestas convincentes, ambos policías tomaron su campera y sus armas reglamentarias y salieron.
Subieron junto a Coqui a una camioneta doble cabina de la bonaerense, el policía que la había atendido inicialmente al volante y el que la había interrogado a su lado. Ella los acompañaba para indicarles el camino ya que no había logrado explicar correctamente la dirección. Ella se sentó atrás y comenzó a dar explicaciones de cómo llegar hasta la vivienda.
En el trayecto recordó el accidente de su amiga, pero prefirió, por el momento, esperar para contárselo a los policías. En el fondo sentía algo de rechazo sobre hablar del accidente, trataba de olvidar, de borrar de su mente la imagen de su amiga muerta. Pero, por otro lado sabia que no podía dejar su cuerpo mucho tiempo mas abandonado en el camino.
Los policías casi no hablaban entre ellos, solo preguntaban cada tanto si el camino era el correcto y seguían las indicaciones de Coqui. La camioneta avanzaba y, mientras los oficiales estaban en silencio, se escuchaba el sonido del motor y el de las ruedas aplastando el ripio.
Al cruzar la vía, de pronto, un enorme camión de los que transportan cemento apareció sin luces en la oscuridad. El vehículo venía por el mismo carril, en sentido opuesto. Por un instante creyó que sería imposible esquivarlo, pero el oficial dio un volantazo con fuerza, realizando un giro brusco hacia la banquina y pudieron eludir la colisión. Los policías estaban furiosos. Supusieron enseguida que el conductor del camión debía estar severamente ebrio y que de no ser por estar realmente con prisa lo seguirían para detenerlo y encarcelarlo. La indignación duro varios minutos, también comentaban lo afortunados que habían sido al salvarse y lo magnifico que resulto el movimiento evasivo del oficial conductor. Ahora si continuaron hablando hasta estar cerca de la casa, recordando anécdotas de hechos similares. Comentaron, por ejemplo, una larga persecución con un peligroso tiroteo incluido donde, por un momento, confesaron que tuvieron miedo de perder la vida. Estaban persiguiendo a un Chevy blanco según comentaban. Inicialmente habían querido detener un robo, pero el sospechoso disparó contra ellos y luego escapó en ese auto. Cuando lo seguían casi se van del camino pero lograron, como en esta ocasión, maniobrar antes de que fuese tarde. Continuaron relatando historias hasta estar próximos a la casa.
Cuando llegaron, por fin, hasta el lugar, le preguntaron a Coqui si estaba segura que eran solo dos personas, si creía que estaban armados y una pequeña descripción para poder reconocerlos. Cuando ella los describió noto una extraña expresión de los policías, sin embargo ellos no dijeron nada, solo intercambiaron unas miradas. Luego el acompañante le dijo que esperase en la camioneta mientras se quitaba la campera azul con la insignia de la policía y su placa metálica sobre el bolsillo derecho y la acomodaba sobre el asiento. Tomo su arma reglamentaria de la guantera y la acomodó en su funda, luego con mucha suavidad para no hacer ruido, cerro la puerta, quedando esta mal cerrada y dejando la luz interior del vehículo encendida. Ella observó como ambos oficiales se alejaban, caminando juntos hacia la casa.

6

Coqui se quedo mirando los movimientos de los policías. Vio como llegaron hasta la casa y como golpeaban la puerta. Notó que previamente observaron cuidadosamente alrededor de la vivienda, buscando otras salidas y memorizando todas las ventanas. Sin embargo, luego de tocar la puerta, los policías no mostraron ansiedad por rescatar a la niña, solo aguardaban tranquilos a que, de adentro, alguien abriera la puerta.
Paso un rato mas o menos largo hasta que por fin abrieron, dejando la luz del interior del hogar escapar hacia el camino. Pudo ver como los dos policías y el hombre que la había atendido a ella, se ponían a conversar intensamente. Los observaba atentamente, intentando descifrar el rumbo de la conversación. Por momentos parecía algo tensa pero luego se parecía mas a una charla entre amigos. Pensó que no debía ser tan extensa, pero como ella no tenía la menor idea de los procedimientos policiales, mas allá de los que pudo haber visto en las películas, no se reocupo. Pensó que quizá lo estaban interrogando antes de registrar su casa en busca de la niña. Le sorprendió que en repetidas ocasiones observaban hacia la camioneta policial, donde ella se encontraba, luego hablaban entre ellos, cono buscando llegar a un acuerdo, como queriendo tomar una decisión.
Coqui vio que su moto aún seguía allí, tirada a un costado del camino, enfrente de la camioneta. Creyó que aquella pareja, quizás, al salir a buscarla, la habrían quitado del camino, pero no, allí permanecía.
Como la conversación se extendía comenzó a sentir que se había equivocado, quizás había cometido un error al ver la cadenita o quizás el estado de shock por el accidente de Magda le habían hecho ver las cosas de una manera diferente. Esa niña bien podría ser la hija de aquella pareja, tal vez hasta los policías los conocían, ya que aquel pueblo era chico y todos debían conocerse en él. Probablemente solo estaban chequeando quien era esa niña por rutina. Tal vez la chica era una pariente de esa pareja que estaba parando allá, una prima o sobrina, quizás algún pariente que salió de vacaciones y la dejo en custodia de ellos, o personas de la ciudad que la dejaron para que pase las vacaciones en el campo. Recién entonces comenzó a sentir que existían demasiadas posibilidades que indicarían que se había equivocado. Además, pensó, cuantas niñas con las mismas características había en todo el territorio. Los policías debían estar acostumbrados a esta clase de errores, o eso, al menos, era lo que Coqui ahora pensaba.
Vio que a su lado, apoyado sobre el tapizado del asiento trasero sobre el cuál estaba sentada se encontraba un diario, era el mismo diario que había leído aquella tarde en el micro, o al menos era del mismo día. Busco la sección policial, donde estaba la descripción de la niña. Cuando la había leído no le había prestado tanta atención, ahora estaba segura que encontraría diferencias en la descripción de esa niña y la de la noticia de la chica raptada.
Abrió el periódico en la sección policial y leyó en primera plana que habían encontrado el cuerpo de la chica desaparecida. Enseguida noto que el diario era la quinta edición, el de las noticias de la tarde. No había duda, la noticia decía que ese mismo día habían encontrado el cuerpo de la niña, con lo cuál se terminaba de comprobar que había cometido un error.
Pensó en bajar de la camioneta a pedirle disculpas a la amable pareja que la había atendido tan atentamente y a la cuál, ella les había pagado acusándolos de raptores, pero no se animo. Lo que entonces le vino a la mente era el propósito de los policías de ir hasta allá si ellos seguramente habían sido los que habían comprado y leído aquel periódico de la tarde. Quizás, pensó, solo fueron para cerciorarse de que la niña hallada era la correcta y no otra víctima, habían aceptado ir hasta allá. O quizás, simplemente, no habían leído la sección policial donde indicaba que la niña en cuestión ya había sido hallada.
De todas maneras, tomó el diario, lo dobló y lo acercó a la luz para leer mejor la noticia. Mas abajo había una nota mas extensa y detallada de la muerte de los policías que también había leído esa tarde. Esta vez se mostraba una foto mas clara del mas joven de ellos, al verlo con detenimiento su corazón saltó de la impresión.
El hombre era idéntico al oficial que manejaba.
Vio de inmediato que del otro uniformado muerto la noticia solo informaba sobre la placa. 1612.
Sobre el asiento delantero, brillo el reflejo del mismo número en la campera del otro policía.
Antes de cerrar el periódico llena de espanto pudo ver que la foto de la niña muerta, una que la mostraba jugando en un jardín con un pequeño oso blanco de peluche, era, y de eso estaba completamente segura, igual a la niña que había visto dentro de la vivienda.
Arrojó las hojas arrugadas hojas del diario lejos, lo mas lejos posible, para luego abrir la puerta casi de un golpe y salir despedida por sus piernas descontroladas de temor. Corrió sin noción de sus actos, preguntándose muchas cosas que no encontraban sentido y rebotaban al mezclarse en su confundida mente. Llegó a la moto recostada en el pasto, la levanto, se subió sobre ella y dio un fuerte golpe con su pierna y con el peso de todo su cuerpo sobre la pata. El motor hizo un fuerte ruido pero no encendió. Mientras tanto los policías y el hombre, desde el hall de la casa, giraron sus cabezas al oír el ruido, para ver a la chica sobre el vehículo. Ella volvió a patear otra y otra vez tratando, inútilmente, de no prestarles atención. Pero pudo ver como los hombres, y la mujer, que también había salido, comenzaron a caminar velozmente, luego trotar, para, finalmente correr hacia ella.
La sangre de Coqui empezó a fluir desesperadamente por sus venas, no entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que debía huir, que tenía que alejarse lo más rápido posible de ese lugar endemoniado.
Ya los policías, que se habían adelantado y ahora corrían amenazantes, estaban tan solo a unos metros detrás de ella.
Pateó una vez mas el arranque, y, para su inmensa tranquilidad, cuando las personas ya casi estaban sobre ella, oyó el ruido del motor rugiendo en el silencio de la noche. De inmediato y con los dos policías casi sobre ella, acelero, dejándolos de inmediato atrás.
Se alejó a gran velocidad por el camino mientras observaba como los dos oficiales y la pareja se subían a la camioneta policial para seguirla.
La moto avanzaba rápido, pero, de todas maneras, la camioneta era mas veloz y la estaba alcanzando. Coqui nunca había sido demasiado buena conduciendo motos y no le agradaba la velocidad, pero en esta ocasión aceleraba lo máximo que el motor podía.
De a poco los faros de la camioneta fueron acercándose a la moto, hasta posicionarse solo un par de metros detrás de ella. Sentía la cercanía de sus perseguidores y veía como ya el camino era iluminado mas por las luces de la camioneta que por la luz de la moto.
Entonces, en el centro del camino, de entre la oscuridad, surgió una gran mancha. De inmediato las luces, tanto de la camioneta como de la moto, revelaron que se trataba de una vaca parada de costado y mirando a los vehículos acercarse a ella sin reaccionar. El animal era blanco, pero tenían un círculo negro en su lomo. Coqui, al ver al animal lo reconoció, aunque no pudo comprender como podía estar allí. Era la misma vaca que había muerto en el accidente. La mancha negra en el centro de su lomo blanco, hacía de su cuerpo, iluminado por las luces, algo similar a un gran ojo, un ojo como el de que representa a los dioses Egipcios, dioses que lo observan todo, los dioses que administran las almas que se alejan del mundo, los barqueros de la muerte.
De todas maneras, poco tiempo tuvo para pensar en eso, tan poco como el necesario para intentar alguna maniobra para esquivarla. Por segunda vez en la noche, golpeo con la rueda delantera, de frente, al centro del animal.
Coqui se vio volar girando por el aire nocturno. Al caer sintió el duro golpe de la tierra contra su cuerpo y cabeza. Por un pequeño instante pudo ver algunas nubes cubriendo las estrellas, y luego perdió todo sentido de la realidad.

7

Abrió los ojos. No sabía cuanto tiempo había pasado aunque supuso que nada, que fue solo el tiempo que termino de rodar y detener su cuerpo. El aire frío de la noche, una leve brisa que antes no había sentido, y el cielo estrellado, sin nubes, era lo que podía ver en ese momento. Oyó unos pasos que se acercaban corriendo. Apenas podía mover sus huesos. Sentía varios músculos contraídos y un inmenso ardor en su nuca. Un líquido cálido rociaba su cuello y parte de sus hombros. Pero nada de esto le preocupo al levantar levemente la cabeza y apuntar los ojos al sonido. Vio como unas figuras avanzaban había ella delante de unas luces blancas que cegaban todo intento por distinguir con claridad. Sin poder controlar sus nervios sintió como se su garganta intentaba gritar, pero apenas salió de ella un susurro agudo entre respiraciones agitadas. Así continuo, casi resignada a la suerte que le esperaba al ver las figuras ya casi sobre ella.
- Parece que esta consiente - dijo una voz familiar. Coqui se esforzó por enfocar sus ojos hacia rostro que había hablado. Era Magdalena, de pie junto a los otros chicos , los cuáles, de rodillas, la asistían.
- Estoy - respondió desconcertada, - estoy bien - dijo finalmente Coqui intentando incorporarse. Pero al hacerlo por sus propios medios perdió el equilibrio y tuvieron sostenerla para que no volviese a caer.
Le dijeron que se mantenga recostada, pero, siendo fiel a su personalidad, no hizo caso y volvió a buscar levantar el cuerpo. Lo logro con dificultad.
La subieron a un auto con cuidado y la llevaron a la sala de primeros auxilios de una pequeña clínica en el pueblo.
Magdalena buscó intercambiar algunas palabras con su amiga, sin embargo la mente de Coqui estaba puesta en todos los extraños sucesos que había vivido aquella noche. Nunca antes había sufrido una accidente por lo cuál no podía saber como era estar inconsciente de esa manera, de lo que estaba segura era de que las cosas que le habían ocurrido no parecían en ningún momento un sueño. En los sueños las cosas pueden tener sentido pero siempre hay hechos que no concuerdan, pero siempre, en algún momento uno siente la sensación de que todo es parte de una mezcla de recuerdos del pasado almacenados en el inconsciente, pero, en cambio, estos eran hechos que nunca había vivido, gente que nunca había visto. Cosas nuevas.
Sin embargo, en esta vez había sido muy distinto. Se preguntó si tendría algo que ver con un sus sueños del pasado. Desde hacía bastante tiempo atrás, en sus sueños siempre ocurría una muerte. Coqui nunca le había prestado atención a ese extraño detalle. Lo había comentado con algunos de sus amigos pero mas como una anécdota curiosa que como un problema. Muchas veces se trataba de algún conocido pero, durante los últimos tiempos, comenzaba a ver muertes de gente desconocida, gente que nunca antes había pasado por su vida. Además, esa mala costumbre venía incrementándose notablemente. Pero recién ahora comenzaba a notar este particular hecho. Se puso a recordar y su mente comenzó a encontrar distintos sueños olvidados, todos con un final trágico, donde los personajes siempre morían de formas extrañas.
Magdalena, al verla inmersa en sus pensamientos, perdida en el silencio de la ruta, volvió a repetirle su realmente se encontraba bien. Coqui, frotándose el cuello y realizando giros con la cabeza, le respondió que seguía algo mareada. Magdalena la tranquilizó diciendo que se repondría pronto e irían a comprar aquel Fernet juntas. Coqui busco responderle con una risa fingida, a media cara, de esas que solían salirle muy bien.
Entre tanto y justo en ese mismo instante, a un lado del camino pudo ver la casa. Era la misma en la que había estado.
Estaba demasiado cansada y confortablemente segura como para contar en ese instante a su amiga lo que había vivido y no pensaba pedir que detengan el auto, solo miro hacia la vivienda por instinto, en busca de algún rastro familiar. Vio una luz encendida, y una figura inconfundible, era la niña. Desde donde estaba, sintió que podía ver sus labios moviéndose para decir algo. Ella lo pudo escuchar, era algo, como un nombre, pero no pudo comprenderlo. Sabía que era imposible, pero estaba segura de que en su mente una voz ajena había sonado. Pensó que quizá eran solo visiones debido al shock nervioso que había vivido, no comento nada y trató de dormir. Lo logró apenas unos minutos mas tarde.

8

Al día siguiente Coqui se levantó tarde. Había pasado por el hospital la noche anterior pero los médicos le dijeron que no tenía mas que un buen susto. El médico que la atendió, de unos cincuenta años, se la pasó todo el tiempo criticando a las motos, a la juventud y a los tiempos modernos. Ella lo escucho en silencio, casi sin prestarle atención y con ganas de irse a dormir. Por su mente aún navegaban todas esas imágenes que había soñado. Eran demasiado reales para encasillarlas como un sueño mas, pero no tenía otra explicación, por lo que no tuvo mas remedio que considerarlas como tal.
Por precaución le tomaron algunas placas, pero luego de observarlas concluyeron en que no tenía ningún hueso roto. Las contusiones eran leves. Luego le hicieron algunas preguntas y le palparon con delicadeza los pómulos y el cráneo, buscando algún rastro de una herida escondida, pero no la había. Justificaban la perdida de conocimiento con algún golpe en la cabeza pero sin demasiadas consecuencias. Los raspones de su rodilla y codos fueron curados dolorosamente con alcohol y gazas, sin necesidad de coser ya que ninguna herida resulto profunda. Sufrió las curaciones sin demasiadas quejas ni palabras, pero sufrió.
Desayuno unos mates preparados por Magdalena, la cuál ni siquiera había tenido que ir al hospital, aunque lo hizo solo para acompañar a su amiga, ya que no sufrió ni un rasguño en la caída.
- ¿Estas mejor? - le preguntó mientras se sentaba a su lado en la mesa de la cocina y apoyaba la pava recién salida del fuego sobre un plato de madera.
- Supongo - dijo observando un folleto de descuentos de un supermercado que habían dejado sobre la mesa.
- Deberían multar a los que dejan animales sueltos en la ruta - le dijo Coqui aún mirando el papel y acercando la bombilla a su boca.
- ¿Porque decís eso? - le pregunto su amiga mientras, con una cuchara pequeña, jugaba con el azúcar encerrada en un frasco de vidrio.
- Por lo de ayer - respondió mientras tomaba el mate con cuidado de no quemarse.
- ¿Y que tiene que ver? - insistió Magdalena.
- Si no hubiese sido por esa vaca idiota ahora tendría los codos con piel y menos polvo en el estomago -.
- No entiendo - sentenció Magda - ¿que tienen que ver las vacas?. La culpa la tuvo ese badén. Deberían poner un cartel o algo - propuso.
- ¿Como un badén?, ¿no chocamos contra una vaca? - preguntó un poco para su amiga y otro para su propia mente.
- ¿Que vaca?. Me parece que debería haberte dejado en el hospital, estas mal de la cabeza. ¿De donde sacaste eso de que chocamos contra una vaca? -.
- No sé, me habrá parecido, paso todo tan rápido - se justificó. Aunque para sus adentros fue solo una excusa. Estaba segura que habían atropellado a una vaca, a esa maldita vaca blanca con una mancha negra en el medio de su lomo, no podía olvidarla, no podría olvidarla nunca, con esa expresión, esos ojos. Pero no quería terminar internada en un manicomio así que si su amiga decía que fue un badén, sería un estúpido badén, y hasta, si debía hacerlo, reclamaría que pongan un cartel para que a nadie le vuelva a ocurrir lo mismo.
Quería olvidarlo todo, bloquear su mente y que nunca haya pasado. Pero las cosas del pasado nunca se pueden olvidar, y por mas que las enterremos, las escondamos, o tratemos de no decírselas a nadie, si pasaron, pasaron y no hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Y si Coqui no lo sabía o no quería saberlo, tarde o temprano lo aprendería.
- La policía nos espera - cambió bruscamente de tema su amiga, - Ayer estábamos bastante cansadas como para tener que ir así que les dije que a la mañana íbamos a pasar porque queríamos descansar. Igual tengo todos los papeles de la moto y tengo registro así que no creo que nos hagan drama. Además mi papá es amigo del sargento. En este pueblo todos se conocen -.
Mientras su amiga le explicaba todo eso, Coqui no dejaba de pensar en la vaca, los policías, la chica y la pareja. Todo era tan real, tan palpable, no podía ser un sueño.
Luego de desayunar unas tostadas poco quemadas con miel de campo y más mates, se vistieron y fueron a la comisaría. Coqui se puso unos jeans celestes y una remera blanca con Cartoons de la Warner, y su amiga un pantalón de tela celeste y una camisa blanca. A pesar de que la moto andaba perfectamente, prefirieron ir a pie. Eran solo unas seis o siete cuadras y el día estaba soleado y templado.
La comisaría estaba cruzando la plaza principal, donde unos niños jugaban en las hamacas vigilados por sus madres desde bancos de madera a la sombra. Del lado opuesto había un Banco Nación y estaba la Iglesia del pueblo, con un campanario bien pintado de blanco y una cruz en la cima. Sobre la vereda había muchos autos estacionados, una pick up ford azul claro, un gol, un Chevy. Pensó que seguramente sería la hora de la misa.
Desde el mostrador de recepción, un oficial de unos treinta años las saludo y, sabiendo de ante mano quienes eran y a que venían, las llevó directamente a la oficina del sargento. Allí los recibió un policía que, sin ser un anciano, era bastante mayor para su oficio. Tenía la voz ronca y grave por años de cigarrillos y unas anchas cejas grises que hacían una mirada dura, aunque ya desgastada por el tiempo. Su escritorio tendría unos veinte años y, sobre la pared blanca, detrás de él, colgaba una réplica de un óleo de San Martín.
Se presento, estrechándoles suavemente las manos, como el sargento Beltran. Un hombre sencillo y ordenado. Había sido sargento casi diez años y ahora solo aguardaba su retiro, el cuál llegaría en unos cuatro meses, y así tener todo el tiempo del mundo para ocuparse de su flamante título de abuelo, ya que su primer nieto tenía apenas unos días de vida.
Juntas relataron un breve resumen del asado y la razón por la que salieron por el camino en moto y luego, con mas detalle, el accidente. Los momentos de la caída, intencionalmente, dejó que los cuente su amiga, la cuál, además, se entretenía describiendo hasta el mínimo detalle.
El sargento parecía buen hombre e hizo algunos comentarios sobre ese badén y sobre las motos de baja cilindrada. Les dijo también que estaba para servirlos y que cualquier cosa que necesitasen, por mas simple que pareciera, acudan a él. Estas palabras le dieron a Coqui una extraña tranquilidad, inclusive a pesar de que habían sonado como un discurso prefabricado de un policía que ya tenía bastantes años y que seguramente repetía eso mismo a todos los que pasaban por su despacho. El sargento les comentó que probablemente esa tarde o al día siguiente debían acompañarlo al lugar del accidente para hacer los peritajes de rutina, de esa manera, quizá lograría que pusiesen un cartel y así evitar futuros accidentes. Las chicas asintieron aunque ninguna de las dos estaba interesada en volver al lugar, esperando que el sargento olvidase el tema y dejase las cosas como estaban.
Quince minutos mas tarde salían de la oficina con saludos para el padre de su amiga. Magdalena quería hacer unas compras. La madre le había pedido que comprase pan y algunas otras cosas que ya no recordaba para el almuerzo y Coqui quería ir a un locutorio a llamar a su casa para avisar que se encontraba bien, así que cada una se fue por su lado, esperando encontrarse nuevamente en la casa de Magda.
En realidad no quería llamar a su familia, sino estar un poco sola para pensar. De todas formas fue a un locutorio que encontró del otro lado de la plaza y llamo a su casa. No dijo nada del accidente en la moto ni mucho menos de sus "visiones", solo que se encontraba bien y que pensaba quedarse unos días más. A su mamá le sorprendió un poco ya que, salvo cuando viajaba a Buenos Aires, no era de quedarse mas de lo necesario en un lugar, además siempre había descripto el pueblo de su amiga como un lugar aburrido, pero como conocía a su hija, y sabía como era, ya nada le parecía raro.
Al salir buscó un kiosco abierto, compró unos tic-tacs de menta y se sentó en un banco de la plaza a descansar.
Mientras se metía varias pastillas en la boca a la vez, pensaba que en algún momento iba a tener que contarle a alguien lo que había soñado, era demasiado fuerte y real para guardárselo. Pero, ¿a quién?. Quizá había alguien que la escucharía pero estaba muy lejos en ese momento. - Los hombres nunca están cuando se los necesita - penso malhumorada.
La plaza estaba en calma, los chicos seguían jugando bajo el sol y sobre la arena, un par de perros corrían libres lejos de sus dueños en los espacios de pasto que quedaban entre los caminos de cemento que atravesaban la plaza, cortándola como a una pizza. La misa ya había terminado y la mayoría de los autos se habían ido. La mayoría, pero quedaba uno, y un hombre se acercaba a él con la intención de ponerlo en marcha. No salía de la Iglesia sino que surgió de la esquina opuesta. El auto blanco era el único que quedaba en toda la calle.
Entonces, le vino algo a la memoria, algo que la dejó helada. Enseguida se puso de pie nerviosa, tenía que hacer algo al respecto, necesitaba hacerlo, o se quedaría el resto de su vida preguntándose lo mismo.
Camino deprisa a la comisaría, al cruzar la calle, ya cerca de la puerta, se topó con el sargento Beltrán que salía en dirección a su auto particular, probablemente para ir a su casa a almorzar. Lo reconoció, aunque esta vez llevaba la gorra puesta, lo cuál lo hacía mas mayor aún.
Algo se le tenía que ocurrir, algo que le quitase toda duda pero que a la vez no levante sospechas sobre lo que ella misma describiría como "su locura".
El policía la reconoció e inmediato la saludo con un gesto animado.
- Disculpe - lo detuvo Coqui sin todavía saber que diría, mientras el hombre abría la puerta de su auto.
El sargento se paró frente a ella y, fruto de sus años de experiencia como agente, noto enseguida que algo grave la traumaba.
- Dime - dijo cordialmente mostrándose en extremo libre para escuchar lo que fuese.
Al recibir esta palabra amable del sargento se le ocurrió decir - No estoy completamente segura - comenzó con la mejor voz de ingenuidad que pudo ensayar, - pero creo que aquel hombre de allá lleva un arma debajo de su campera - concluyó señalando a un hombre alto de barba con campera militar.
El sospechoso ya había ingresado al auto, un Chevy blanco, y lo había puesto en marcha.
Coqui observó como se generó una expresión de preocupación en el sargento, al oír sus palabras. Notó como el hombre trataba de decidir si creerle o no, y al mismo tiempo, en caso de creerle, como actuar.
Mientras tanto el auto arrancaba y doblaba con cautela la esquina, bordeando la plaza. Solo en unos segundos pasaría junto a ellos.
El sargento Beltrán optó por dejarse llevar de su instinto policial. Por un lado deseo que no se equivocase en la elección, pero por otro lado quería estar equivocado y no meterse en problemas solo unos meses antes de su retiro.
Quitó el arma reglamentaria de su funda, pocas veces usada para otra cosa que no fuese el polígono de tiro, le sacó la traba, y volvió a colocarla en su estuche. Luego esperó que el auto blanco se aproximase y, cuando estuvo cerca, elevó su mano en clara señal para que el auto se detuviese.
El conductor del vehículo, al ver al hombre de uniforme, dudo un instante que pareció eterno en la mirada preocupada del sargento, y luego presionó con fuerza el pedal del acelerador. Los neumáticos chillaron y Beltran debió arrojarse sobre la parte delantera de su auto para no ser embestido.
El Chevy recorrió velozmente la media cuadra restante y llegó al cruce para encontrarse con un camión repartidor que salió descuidadamente de la bocacalle. Apenas tuvo el tiempo para reaccionar y clavar los frenos, pero era tarde, las ruedas bloquearon y, a la velocidad con la que circulaba el auto, embistió el compartimiento de carga del camión, haciéndolo girar media vuelta. La trompa del auto blanco quedó destruida, salía humo gris del radiador y caía aceite sobre el asfalto.
De inmediato la puerta del Chevy se abrió y el hombre alto salió corriendo, con la cara ensangrentada por una herida cortante en la ceja. Cruzó la calle y atravesó la plaza.
De la comisaría, y alertados por los ruidos y gritos de la gente, salieron dos oficiales que persiguieron de inmediato al sospechoso. Le gritaron que se detuviese amenazando con abrir fuego, pero el hombre no les hizo caso sabiendo que no se atreverían a disparar en medio de todos los pequeños que jugaban en el arenero.
Coqui permaneció observando el Chevy blanco, ahora semi destruido por el choque. A la memoria le vinieron todos los detalles. Entonces estaba en lo cierto, aunque no disfrutaba para nada de estarlo, por el contrario, sufría una sensación de temor. Era como un frío que le recorría la espalda y apenas le permitía respirar con normalidad.
A su alrededor todo se había detenido, no oía ni los gritos ni las corridas, solo recordaba, desde un lugar lejano y remoto de su mente, la descripción que los oficiales que había "visto" en su sueño, habían hecho del auto que habían perseguido. Recordó que no les había prestado demasiada atención mientras lo describían, y solo se había limitado a escucharlos para relajar un poco su mente, sin embargo, en el momento en que lo vio allí aparcado, todos los detalles volvieron, como si alguien los hubiese traído intencionalmente y se los hubiese puesto frente a sus ojos. Habría miles de autos parecidos, pero algo, algo quién sabe de que lugar, le decía que el que estaba viendo era idéntico al que le habían descrito, y quizás, si estaba en lo cierto, era el mismo.
Mientras tanto, del otro lado de la plaza, un hombre alto con campera militar escapaba corriendo de la policía. Ya había cruzado la calle y avanzaba por la vereda cuando desde el Banco Nación salió un guardia de seguridad y le gritó, encañonándolo con su viejo revolver treinta y ocho, que se detenga.
El hombre no lo hizo, y en cambio sacó un arma del interior de su abrigo y se dispuso a levantarla para disparar cuando se oyeron dos detonación.
Del revolver treinta y ocho salía humo mientras el cuerpo del dueño del Chevy blanco caía, sin vida y con dos balas en el pecho, sobre el pavimento.

Esa tarde llegaban al pueblo otros tres oficiales. Se presentaron como de la seccional veintitrés, de Wilde, y dijeron que, enterados de la descripción del malviviente abatido, decidieron viajar por un asunto que les concernía.
Luego de reconocer el auto y de examinar el cadáver, le informaron al sargento Beltran, el cuál todavía no sabía nada del muerto ya que no llevaba papeles ni documentos, que se trataba de Cristian Casares.
- Era un hombre intensamente buscado por el conurbano bonaerense durante los últimos días - dijeron los agentes. - Tenemos pruebas como para estar seguros que fue el autor material de los asesinatos de dos policías, días atrás, durante un asalto en Wilde -.

9

Coqui estaba levantada y preparándose mate y algunas tostadas en la cocina cuando alguien golpeó un par de veces la puerta. Se había despertado muy temprano esa mañana aunque en realidad apenas había logrado dormir. Sentía temor de volver a soñar con muertos, volver a sentir esa horrible sensación de ser perseguida, y le hacía casi imposible conciliar el sueño.
Magdalena dormía envidiablemente relajada y no quería perturbar su tranquilidad. Los padres de Magda se habían ido a la casa de unos parientes así que debió ir ella a ver quién era que tocaba.
Se sentía muy sola desde el accidente. Su amiga era muy buena y la quería mucho, pero no veía en ella a alguien para contarle lo que le sucedía, hablar de hombres, películas, chismes, o cualquier otra de esas cosas estaba bien, era ideal, pero esto era diferente. Por otro lado no quería entrometerla en todo algo tan extraño que ni ella misma comprendía.
Desde la tarde anterior se pregunta como era posible que justo ella resultaría tener la casualidad de sentarse en una plaza y ver a un auto, que podría haber estado en cualquier parte del universo, pero que estaba justo ahí, y que le vuelva esa extraña descripción como tallada en su mente de ese mismo auto que, además, había visto en un sueño. Porque seguía tratando de hacerle creer a su mente que solo había sido un sueño.
Antes de abrir miró a través del ojo de la puerta. Del otro lado había una figura inconfundible, abrió la puerta y saludo al sargento Beltran. El hombre, vestido con su prolijo pero gastado uniforme, respondió el saludo y de inmediato se disculpó por la visita tan temprana. Sonó como una formalidad pues eran ya casi las diez de la mañana.
- Ya estaba levantada - replicó ella, - estaba desayunando -.
EL sargento explicó que venía a buscarlas para que lo llevasen al lugar del accidente, como habían quedado la mañana anterior. Coqui apenas recordaba que habían quedado en eso pero simuló que lo aguardaba para ello.
En realidad, para el sargento fue solo una excusa, poco le interesaba el lugar del accidente y sabía que nadie iría a poner un cartel por un badén ni nada solo porque dos chicas desprevenidas, que iban a comprar alcohol, se cayeron por su culpa. La razón verdadera era que intuía que Coqui sabía mas de la cuenta, primero porque la expresión de su rostro, cuando le había dicho que ese hombre estaba armado, no lo convencía para nada. Daba toda la sensación de que estaba mintiendo, de que había querido que él interviniese porque sabía algo de ese hombre, pero no por que lo hubiese visto armado. Y, por otro lado, cuando él la había visto venir, ella caminaba desde un banco situado del otro lado de la plaza y el hombre se acercaba al auto desde la calle opuesta, era imposible que pudiese haber visto algo que portase dentro de su campera y apenas sobresaldría con suficiente claridad, y encima estar tan seguro que se tratase de un arma. Además la chica no daba la impresión de ser una experta en armas como para estar tan segura de qué era y qué no era un revolver.
Sus años de experiencia policial le advertían que lo del arma había sido solo una coartada, una excusa para alertarlo del hombre del Chevy, pero no era el verdadero motivo y quería saber cuál era. Ella sabía quién era ese hombre, o al menos lo suficiente como para ir a buscarlo y mentirle para que él interviniese, y quería saber porque, quería saber cuanto sabía de ese hombre al avisarle y cuanto mas conocía del caso de los policías muertos.
Como policía y como hombre conocía bien la mentira. Sabía que cuando alguien miente lo hace siempre por algo, y sabía que luego todo el resto de las cosas que diga perderían credibilidad. Sería muy difícil para él saber hasta donde podía confiar en ella. Pero, como buen policía, quizá hablando entrelíneas de lo sucedido el día anterior y observando con atención sus gestos y reacciones, podría obtener algo de información.
Y para ello la única excusa que se le había ocurrido era llevarla al lugar del accidente fingiendo realizar las pericias correspondientes.
Por eso le vino como anillo al dedo cuando Coqui le propuso de ir ella sola para no molestar a su amiga Magdalena, que estaba aún profundamente dormida. Es mas, sintió lo hacía a propósito porque quería confesarle algo, podía llamarlo nuevamente intuición policial.
Por otro lado, una voz le decía que lo dejara pasar, que si seguía enterrando el pie podía meterse en problemas, solo unos meses antes de su retiro. - Por tu nieto - llegó a decirle esa voz del inconsciente. Pero su instinto policial era mucho mas fuerte que su instinto de supervivencia y si lo había dominado por tantos años, no había nada, ni un retiro en pocos meses, que fuese a convencerlo, por eso se consideraba un buen policía, y por eso estaba allí, hablando con esa chica.
Pero Coqui en realidad había decidido aceptar por otro motivo muy diferente al que suponía el policía, porque pasarían cerca de la misteriosa casita donde había pasado casi toda su "visión" y sentía, como una necesidad desde lo mas profundo de su alma, de volver a verla o, al menos, ver lo que había en ese lugar.
Subieron al auto particular del sargento. Enseguida el hombre encendió un cigarrillo y a continuación le ofreció uno a la chica. Coqui en principio iba a aceptar pero luego recordó que le había prometido a su chico que dejaría de fumar, y como quería demostrarle a él y al mundo que siempre cumplía sus promesas, lo rechazo amablemente, aclarando que no le molestaba que él fumase. De todas maneras el hombre bajo la ventanilla para que el humo no la moleste, luego puso el motor en marcha y se encaminaron hacia el sitio del accidente.
Anduvieron por las calles del pueblo hasta llegar a las afueras y, luego de las indicaciones de la chica, siguieron la ruta que bordeaba las vías hasta llegar a un ensanche donde cruzaron las vías y tomaron un camino de ripio. Hablaban poco y cada uno iba pensando en lo suyo. Beltran esperando el mejor momento para preguntarle sobre los sucesos de la tarde anterior y Coqui pensando en que le diría al pasar por el lugar que pretendía ver.
Estaban comentando lo bueno y agradable que había estado el clima durante los últimos días y lo bien que le hacía esto al campo cuando Coqui pudo ver a lo lejos la casita que tanto le intrigaba. Apenas era un punto en la distancia, pero necesitaba ir pensando en algo para hacer que el sargento la acompañase, al menos hasta las inmediaciones.
- Esta zona esta muy despoblada - dijo cambiando bruscamente de tema, - es peligroso tener aquí un accidente, ya que, salvo un par de casas aisladas, como aquella de allá - dijo señalando su objetivo, - no hay ningún lugar donde pueda pedirse ayuda -.
- Es verdad - dijo el sargento y agregó: - inclusive muchos de los ranchos están abandonados, como esa - dijo refiriéndose a la misma casa que Coqui le había indicado.
- ¿Como abandonada? - replicó de inmediato.
- Si, esa casa esta abandonada - repitió, - lo sé porque esta a un lado del campo de un primo mío -.
Coqui observó con detenimiento la casa que ya estaba mas cerca. Desde donde estaba se veía que apenas le quedaba algo del techo y que el pasto de los alrededores estaba alto y descuidado.
- No es posible - aulló para sus adentros pero en voz alta. - El día del accidente recuerdo que estaba iluminada, inclusive, mientras esperábamos que alguien nos recoja se nos paso por la cabeza ir a pedir ayuda allí -. Eso era una mentira que se le había ocurrido en el momento y que esperaba que el sargento se creyera. En realidad, según el relato de las chicas, Coqui había estado inconsciente hasta que llegaron sus amigos, pero estaba segura que el sargento apenas recordaba los detalles del aburrido relato de su amiga.
Beltran ni noto la sutil mentira y replicó, luego de meditar unos segundos: - es imposible. Nadie puede esta viviendo en ese lugar. A esta altura no debe tener ni techo -.
- Pero yo misma vi luces, estoy segura. Porque no nos acercamos a ver si hay alguien - propuso la muchacha buscando el consentimiento del sargento.
- ¿Para que? - preguntó deprisa y acentuando las palabras.
- Por nada en especial, simplemente para ver. Además me intriga ver el estado de una casa así, abandonada - dijo queriendo demostrar interés por los misterios de las residencias en desuso.
Sus últimas palabras apenas fueron creíbles. El sargento noto que ese extraño interés era falso, pero por otro lado penso que el interés de ver la casa, sea por lo que fuera, sí existía en la chica. En realidad no tenía ganas de perder tiempo y no veía que detenerse allí pudiese estar relacionado con lo que él quería averiguar de ella. Sin embargo, si luego quería obtener información, debía tratarla bien y darle todos los gustos, por mas inusuales que pareciesen.
- Esta bien - aceptó el agente, - pero solo un momento, y luego vamos al lugar del accidente y me respondes todo lo que necesite saber - condicionó jugando una carta a su favor para las cosas que le preguntaría mas adelante.
Por otro lado, una vez mas volvió a surgir del fondo de su mente esa voz que el día anterior le había advertido de esa chica: - Va a meterte en problemas, solo unos meses antes de tu retiro, justo cuando, después de tantos años de esperar, te convertiste en abuelo -.
Pero su carta ya estaba jugada en la mesa y, a pesar de que le parecía solo un capricho de una niña, quién sabe porque, la acompañaría unos minutos sin perder nada a cambio.
Detuvo el auto a un costado del camino y el polvo que iban levantando los cubrió por unos segundos. Luego abrieron las puertas y juntos salieron.
Había un sendero de tierra que comenzaba detrás de una tranquera y llegaba hasta las inmediaciones de la edificación. Estaba rodeado de pasto que no había sido emprolijado por mucho tiempo y comenzaba a trepar, borrando la huella. La tranquera estaba oxidada y les costo moverla, se notaba que no era usada desde hacía muchos años. Se acercaron a la pequeña casa abandonada por el sendero.
Al aproximarse se fue notando que de la casita solo quedaban en pie unas viejas ruinas. Casi no había nada del techo, no tenía puertas ni ventanas, solo huecos en las paredes descoloridas por la humedad. Crecían yuyos de los rincones y de entre las grietas. Pero Coqui podía recordar esa misma casa en buen estado, con las paredes blancas, el techo de tejas a dos aguas en su lugar, la puerta de madera cerrada y las luces y la gente en su interior.
Cuando estaban ya cerca el sargento vio algo, un reflejo que brillo entre las ruinas bajo la luz del sol y que le llamó la atención. Entrecerró los ojos, agudizando la vista y frunciendo el ceño, para concentrarse en el brillo. Entonces su expresión cambio y de inmediato se arrojó sobre Coqui que miraba desconcertada a su lado. Ambos cayeron sobre el pasto alto, a un lado del sendero, y entonces se oyó una detonación seca, y luego otra mas, que hicieron escapar a algunas aves que bebían en un charco entre las huellas del sendero.
Beltran, agitado y con un claro gesto de preocupación, le indicó a Coqui, apenas levantando la cabeza, que se quedase quieta, sin mover ni un pelo, y que cuando él se alejase tratará de cubrirse detrás de unos eucaliptos que estaban a unos metros del sendero, cercanos a un pozo de agua en desuso.
A continuación el policía se puso de pie y corrió, lo más rápido que su pobre estado atlético le permitía, hasta cubrirse detrás de una pared que, en algún tiempo, había formado parte de un asador. Una vez allí, sacó por segunda vez en los últimos dos días, su arma, se aseguró que estuviese cargada, y le quito el seguro.
Miró hacia la casa en busca de algún nuevo movimiento mientras maldecía la hora que se le había ocurrido hacerle caso a esa chica, la cuál solo le había traído problemas, y recordó a la voz de su lado precavido que se lo había advertido.
Todo estaba en calma entre las paredes viejas de la casa, ni un movimiento. Un rato mas tarde pudo ver como Coqui se arrastraba, lo mejor que podía y sin levantar la cabeza, hacia los árboles.
Pasó otro rato en silencio, apenas perturbado por el zumbido del viento, el movimiento de las ramas de los árboles cercanos y algún que otro chillido de cotorras. Luego oyó que algo se movía, eran pisadas sobre hojas secas que se acercaban.
Beltran respiró profundo y, en un movimiento lo mas veloz que pudo, sacó la mitad de su cuerpo de su escondite y, con su pistola al frente, apunto hacia la dirección de donde escuchaba el ruido.
A unos metros se encontró con la mirada de un hombre de tez morena, ojos y pelo oscuro desarreglado, el cuál también levanto un arma y, mas joven y veloz que el sargento, disparó primero.
La bala calibre veintidós entró y salió apenas por debajo del hombro, dejando a su paso una perforación perfecta y dolorosa. El sargento también tuvo el tiempo como para apretar el gatillo, pero su disparo pasó entre los árboles y se perdió en la inmensidad de la llanura pampeana.
El hombre corrió, escapando y para cubrirse, hacia los eucaliptos donde Coqui se había escondido.
Mientras tanto, el sargento, dolorido detrás de la pared nuevamente, miraba como de su hombro comenzaba a salir la sangre y bajaba por su costado, manchando la camisa. Nunca había sido demasiado bueno disparando, pero en esta ocasión tampoco lo había ayudado para nada la suerte, pensaba mientras sufría el dolor de la herida.
Después de terminar de maldecir a su suerte, buscó con la mirada, sacando apenas media cabeza de la pared, la posición del hombre que lo había herido.
Lo vio ingresando a la arboleda donde estaba la chica y se preocupó. En ese momento, Coqui veía, desde atrás de un árbol, a solo un par de metros, como un hombre moreno con pantalones azules de tela sucios, como los que suelen usar los mecánicos, se refugiaba detrás de un árbol. Estaba nervioso, se notaba a simple vista, tenía la frente sudada y los ojos bien abiertos. Cada tanto miraba hacia la pared donde se refugiaba el sargento.
Entonces oyó dos disparos y se cubrió lo mejor que pudo detrás del tronco del eucaliptos. Escuchó como las dos balas impactaban del otro lado del tronco, enterrándose en la corteza. Mientras tanto, y luego de efectuar los disparos, el sargento corría lo mas rápido que podía hasta la casa.
Entró por el marco de la puerta principal de la vivienda sin ser visto por su rival, el cuál seguía parapetado con los brazos bien pegados al cuerpo, pensando que si se asomaba le dispararían. Al rato, emergió, con cautela y bastante dificultad, por una de las ventanas laterales y se escabulló entre unos arbustos que lo acercaron hasta la arboleda por un costado.
Desde allí pudo ver, nuevamente, al hombre que le había disparado. Por sus movimientos impacientes, y algunos giros bruscos hacia el sector opuesto, dedujo que todavía seguía creyendo que él se encontraba detrás de la pared de la parrilla. Entonces aguardo, paciente, a que su víctima actuase nuevamente. No tardó en hacerlo. Salió de detrás del árbol y disparó tres veces seguidas hacia la pared, suponiendo que allí estaba el policía. Luego corrió hacia otro árbol, mas atrás, y mas cercano a la nueva posición de Beltran.
El agente temió por Coqui ya que desde la nueva posición del hombre, podría verla. La chica, al verlo moverse, también giró sobre el tronco para quedar oculta a su mirada, pero ya era tarde, el hombre la había visto, o al menos había visto que algo se movía, y sin saber que era o pensando que se podía tratar de otro uniformado, disparó dos veces. Las balas levantaron astillas de madera, solo a unos centímetros del cuerpo agazapado de Coqui. Al ver esto, y temer por la vida de la niña, el sargento Beltran salió de su escondite y le gritó la voz de alto al hombre. Este giró hacia él, apuntó su revolver y gatillo, pero no se oyó ningún ruido. Su arma se había quedado sin municiones. Entonces, al ver que estaba siendo encañonado, salió corriendo por entre los árboles, pasando solo a unos pies de donde estaba oculta Coqui.
Beltran no se animo a tirar hacia esa dirección así que apuntó al cielo y disparó una vez mientras repetía a gritos que se detenga.
Pero el hombre de tez morena desoyó sus gritos y siguió corriendo, hasta que, unos metros mas adelante, de pronto, su cuerpo desapareció. Beltran no podía creerlo, apenas había parpadeado y ya no estaba. Coqui, que había asomado apenas la cabeza, había visto lo mismo. De pronto, simplemente, no estaba mas.
El sargento fue hasta donde estaba la joven, temiendo por su vida. Al ver que se encontraba bien se mostró mas tranquilo y caminó hacia donde el sujeto de pantalón azul con manchas había desaparecido. Al llegar al lugar vio un profundo agujero en la tierra. Con cautela miró hacia el interior.
- Es un peligro que haya un pozo así, sin nada que lo cubra, ni siquiera un cartel de advertencia, cualquier chico que se le ocurra jugar por esta zona pudo haber caído - dijeron los bomberos mientras sacaban el cuerpo sin vida y con el cuello partido al medio de aquel desdichado sujeto. Habían tardado mas de una hora en llegar, y lo hicieron en conjunto con los otros agentes de la comisaría y una ambulancia.
La fosa tendría unos siete metros de profundidad y el ancho de una mesa redonda. El hombre, mientras caía, se había roto el cuello al trabarse con un desnivel en la tierra, para terminar enterrado en los pocos centímetros de agua estancada, que hacían del fondo un fango húmedo y verdoso, lleno de insectos.
Pero eso no fue el único cuerpo que encontraron los agentes, dentro de la casa, en el lugar donde alguna vez había habido un baño, encontraron los restos de una niña. Calcularon que tendría unos cinco o seis años, y la autopsia revelaría que había sido violada varias veces y luego asesinada.
El hombre había estado viviendo por unos días en aquel lugar, había rastros de fuegos encendidos recientemente y varios envases de cartones de vino vacíos. Era un mecánico de la zona, bastante violento y con antecedentes de asaltos y acosos sexuales.
Uno de los oficiales reconoció el cuerpo de la chica, era el de la niña secuestrada que hacía varios días estaban buscando sin éxito, - estaba la foto en el diario - explicó, - María Miconi - recordó que era su nombre. Una primera confirmación llegó con la cadenita que su cuerpo llevaba aún colgada al cuello. Era una medallita plateada con dos emes grabadas.
Coqui todavía se encontraba en el lugar y pudo oír esas palabras y, aunque no se atrevió siquiera a observar el cuerpo, estaba seguro que se trataba de la niña que había visto esa noche.

10

Se despertó tarde y se vistió en pocos minutos, luego de darse una corta pero intensa ducha con agua bien caliente. Había amanecido un tanto más fresco que los días anteriores, aunque aún brillada el sol en el cielo claro del pueblo. Vistió unos pantalones negros de tela y una remera gris, acompañada por un sueter de lana fina casi rosado.
Magdalena ya la esperaba sentada en la mesa con el almuerzo servido y muchas preguntas sobre los sucesos del día anterior.
Agradeció no haber estado con ella luego de que Coqui relataba la secuencia de disparos y la desgracia de toparse, por esas casualidades, con gente como el hombre que murió en el pozo. Concluyeron que el país estaba cada vez peor y la violencia era insostenible, culpándose al gobierno y a la terrible situación económica.
Pero para sus adentros, era la primara vez que les agradecía a los políticos por haber hecho algo por ella, y eso era el poder haber cerrado el tema con esas conclusiones, evitando toda sospecha del verdadero motivo de todos esos episodios que había vivido. La verdad se la guardaría. Debía hacerlo.
Esa tarde Magdalena partía hacia La Plata. Coqui fue a despedirla ya que ella tenía que quedarse para declarar sobre los hechos del día anterior y luego, esa misma noche, partiría, por fin, hacia Olavarría. La despedida fue, como siempre, emotiva pero rápida. Vio a su amiga agitar la mano saludando desde la ventana del micro, con una pequeña caja de cartón que guardaba dos alfajores de dudosa calidad y que nunca comía, en su mano y una sonrisa de tristeza.
Un par de horas mas tarde iba a la comisaría. Debió aguardar unos minutos al sargento ya que estaba dando una pequeña conferencia de prensa para algunos medios locales. Tenía el brazo vendado pero, de todas maneras, llevaba puesta una camisa. La herida no había sido grave ya que no había tocado ningún órgano vital, inclusive ningún hueso, por lo que ni siquiera debieron enyesar, una buena desinfección y cicatrizantes bastaron para ponerlo nuevamente en la calle y sin ganas de volver al hospital. Odiaba los hospitales ya que lo hacían sentir viejo. Aunque los último días se había sentido mas joven y activo que nunca.
Oyó una parte de la conferencia y le parecieron buenas las respuestas a las difíciles preguntas de los reporteros, aunque sabía que eran verdades a medias o directamente mentiras.
- Me disponía a realizar, con la niña, los peritajes de rutina ya que la misma había sufrido un siniestro por esa zona, cuando vi movimientos sospechosos en la vivienda. Como tenía conocimiento de que esa casa estaba abandonada, ya que un primo es dueño de un campo aledaño, me acerque al lugar - respondió a la pregunta sobre como había sido alertado.
- ¿Y porque llevó a la niña consigo? - preguntó con aire de reproche un periodista de traje desde el fondo y levantando una pequeña grabadora al aire.
- Pues mire - le respondió con tono defensivo pero sin perder la tradicional jerga policial - hace diez años que soy sargento en este pueblo e hice cientos de veces aproximaciones semejantes. En todos los casos, siempre se trato de chicos que decidían acampar en lugares como ese por placer, para beber bebidas alcohólicas, en algún que otro caso para fumar, pero jamás un caso como el de ayer. Con lo cuál yo solo intervenía advirtiendo que se trataba de una propiedad privada y me retiraba. En alguna aislada ocasión pude encontrarme con cazadores pero ya hace años que no están por esta zona ya que poco queda por cazar, y solo en una ocasión me cruce con cuatreros pero ese era un campo abandonado y me constaba que no había animales que robar - respondía firmemente y con un discurso que se notaba a distancia que lo había preparado cuidadosamente con antelación y para no dejar ninguna duda de que su actuar había sido impecable.
Esta respuesta calló al sujeto de la grabadora y atenuó las siguientes preguntas, las cuáles fueron perdiendo importancia hasta que dieron por concluida la ronda.
Entonces el sargento se puso de pie y vio al fondo del pequeño auditorio improvisado, a la niña. Apenas le envió un gesto elevando las cejas, como justificando las repuestas que sabía que ella había oído.
Unos minutos mas tarde estaban reunidos en su despacho, a solas. Ni Coqui ni el sargento comentaron sobre la conferencia de prensa pero en el aire se noto que los dos estaban de acuerdo con las respuestas.
Beltrán la observó sentarse y luego caminó hacia el lado opuesto del escritorio. Esa chica no dejaba de llamarle la atención. Luego y mientras tomaba asiento, con precaución para no agitar la herida que trataba de curar en su hombro, abrió la conversación. Ella sabia que no hablarían de declaraciones ni nada y que eso había sido solo una excusa para que se volvieran a ver. Intuía a que apuntaba la reunión, era imposible, y menos para un policía, no darse cuenta de que no habían sido meras coincidencias los encuentros con asesinos alertados indirectamente por la chica. Por otro lado agradecía que la prensa no la había relacionado directamente con ambos sucesos y en gran parte se lo debía al sargento.
- En todos mis años de servicio, que no son pocos, no tuve tanto trabajo - comenzó el sargento, apoyado en el respaldo de su sillón y mirando aún hacia un lado - hasta que llegaste a este lugar - dijo apoyando sus antebrazos en el escritorio y cambiando la mirada hacia los ojos evasivos de la chica.
- Este era un pueblo tranquilo, no pasaba nada - continuó casi lamentándose, - de vez en cuando algún borracho, algún accidente en la ruta, pero nada mas. Pero estos últimos días todo cambio, se convirtió en el centro de la mirada de la prensa, en el lugar favorito de los asesinos, en una especie de far west donde yo soy el sheriff. Solo espero poder retirarme a tiempo -. Notó que no le interesaba ya saber quién era o como había sabido lo que sabía, que prefería que ella se guardase el secreto para sí, pero que a cambio lo dejase vivo.
- No se preocupe - respondió Coqui resignada - esta noche me voy -.
Sabía que todo era por su extraña culpa, la mirada del sargento se lo decía, pero no podía acusarla de nada, al contrario, lo estaba convirtiendo en una celebridad, solo que a él ya no le interesaba. Le había interesado cuando era joven y había entrado al servicio, pero ahora nada mas le importaba su nieto y ser un buen abuelo. - Historias para contarle no me van a faltar - se consolaba.
- Voy a serte franco - confeso siendo lo más directo que pudo, - veo algo muy extraño en tu persona. No creo que hayas visto un arma bajo la campera de aquel hombre del auto blanco. Sé que me llevaste a esa casa con una excusa infantil en busca de un violador, porque no creo que hayas visto luces el día anterior. Conozco a muchos que vienen con la idea de que vieron luces, o gente, o marcianos, metidos en casas robando, o campos, o lo que sea. Generalmente los acompaño nada mas para demostrarles que estaban en un error o, en el peor de los casos, para cerciorarme de que eran mentiras, pero en tu caso, siento que estabas queriendo decir otra cosa. Que sabías que me encontraría con esos hombres en esos lugares. Sé que sabes mas de lo que decís, no se como es que lo sabes ni porque, y a esta altura de mi vida, no lo voy a preguntar. Quizá es miedo de encontrarme con cosas que no podría entender, quizá es simplemente no querer problemas. Como sea, lo mejor va a ser que olvidemos todo, pero, por supuesto, si es que estás de acuerdo -.
Ella se limitó a asentir, demostrando que estaba totalmente de acuerdo con el discurso, con las conclusiones y, sobre todo, con la proposición.
- Pero, si alguna vez necesitas contarle la verdad a alguien, quiero que sepas que te voy a escuchar - le indicó, nuevamente promoviendo en Coqui esa sensación de protección, de un refugio alternativo.
Coqui no se atrevió a contarle la historia verdadera de aquella noche, pero se sintió tranquila, sabiendo que, al menos, si alguna vez decidía hacerlo, tendría alguien en quién confiar.
- Se lo agradezco, y también por haberme ayudado -.
Unas horas mas tarde, Beltrán, de civil, pasaba a buscarla. Había tenido el tiempo justo para hacer el bolso, comer dos empanadas de carne y llamar a su casa para avisar que a la mañana siguiente la fuesen a buscar a la terminal.
Se subieron al auto y partieron a la terminal de ómnibus. Quedaba apenas a unas calles de distancia. Cuando se disponían a atravesar la avenida para ingresar al estacionamiento, un camión de cemento surgió de una calle lateral y por centímetros no los embistió. El sargento, furioso por la horrible maniobra del camionero, dijo que si no fuera porque temía que perdiese el micro, habría detenido al chofer del vehículo.
Coqui no dijo nada, pero estuvo de acuerdo con la decisión de su acompañante. Quería dejar a toda costa ese pueblo y no tenía ninguna intención de formar parte de otra persecución. Además el micro salía a las once y veinte y ya eran casi las once.
Aparcó el auto y fueron a la sala de espera. El hombre se sentó en una hilera de incómodos bancos de madera, mientras Coqui se excusaba con deseos de ir al baño ya que odiaba los sucios toilletes de los micros.
- Y para los hombres, con el movimiento, resulta más difícil aún - le respondió Beltrán tratando de demostrar humor en el comentario.
No conocía el lugar, pero supuso, como en la mayoría de las terminales, que los baños se encontrarían cercanos al bar, por lo que caminó hacia la dirección de un café, al fondo, atravesando las ventanillas donde se venden los pasajes. Le preguntó de pasada a un a señor bastante obeso y de anteojos anchos que leía con interés el suplemento deportivo. El sujeto contestó describiendo una puerta verde, detrás de un kiosco de revistas que señalo con la mano en la que sostenía un cigarro.
Siguiendo mas o menos las instrucciones, encontró una puerta que daba toda la sensación de ser el camino a su destino. Estaba entreabierta y, haciéndola a un lado, paso rápido y siguió hasta el fondo de un pasillo sin revoque. Atravesó una arcada haciendo a un lado pequeñas tiras de plástico de colores, que colgaban, agitándose con las corrientes de aire, y siguió caminando un par de metros hasta darse cuenta que se encontraba en un patio sin salida.
- Por aquí no es - dedujo al ver el lugar. Era una especie de depósito a la intemperie y apenas iluminado por el frágil haz de color anaranjado de un farol de la calle. Sobre una pared de ladrillos expuestos, a su lado, reposaba una pila de cajones con botellas de gaseosas y cervezas vacías y llenas de polvo. Había un tinglado de chapa a medio hacer que cubría apenas un fregadero lleno de baldes vacíos de cemento, algunas herramientas y un barril oxidado y lleno de agua.
De pronto percibió esa extraña sensación de ser observada, pero fue solo un instante y no prestó en absoluto atención. Dio media vuelta, y entre la penumbra, tan solo a unos pasos delante de ella, se topó con la silueta de dos figuras. Estaban de pie, mirándola a los ojos, con una expresión seria e inquisidora.
Aunque no pudo verlos con claridad, supo enseguida de quiénes se trataba, no había olvidado aquellos rostros, eran la pareja que había visto esa noche en la casa abandonada. Solo que ahora eran diferentes, estaban totalmente demacrados. Tenían profundas ojeras negras y la piel blanca. El hombre vestía la misma ropa pero sucia y rasgada, tenía un horrible corte en el cuello, repleto de sangre oscura y seca, se le veía parte de una costilla expuesta. La mujer tenía casi toda la cara y el pelo quemado y la piel negra y corroída.
Coqui se sobresalto y tragó aire mientras retrocedía aterrorizada hasta golpear su cabeza contra los cajones de bebidas.
- Hicimos todo lo posible - dijo el hombre con una voz perdida, como proveniente de otro mundo, un mundo de tinieblas, - pero no nos ayudaste. Ellos ya estaban muertos, pero nosotros no, y eras nuestra esperanza, pero nos abandonaste -.
Fue solo un segundo, terminó las palabras y, cuando pestañeo, ya no había nadie. El patio estaba desierto y solo un gato corría por la cornisa de la pared, asustado por el ruido que las botellas al golpear los cajones.
Quedó sola, atemorizada e inmóvil, mirando la quietud de las sombras entre la oscuridad. Le vinieron muchas cosas a la mente, cosas que la bombardeaban sin que pudiese evitarlo, pasaron imágenes y recuerdos, la mayoría sin sentido, pero ya nada tenía sentido para el mundo donde estaba viviendo.
Todavía sus piernas no reaccionaban, estaban clavadas al suelo, débiles y temblorosas. Cuando por fin lo hicieron, encontró lo que buscaba, lo que necesitaba saber, lo que quizá podría liberarla de sus males y darle una respuesta a la horrible imagen que había visto. Corrió desesperada por el pasillo y en busca de gente, de luces, de cosas que la devolviesen al mundo. Cruzó una puerta y se encontró detrás del mostrador de un bar, corrió, pasando por detrás de un mozo vestido con un saco blanco que preparaba un capuchino sobre vieja máquina de café. Había dos hombres mayores sentados sobre unas banquetas contra la barra que la vieron pasar desconcertados mientras comían un tostado.
Encontró al sargento sentado en el mismo sitio, cuidando su bolso en el piso a un costado. Se había sacado la gorra, apoyándola en su pierna. Al verla venir corriendo, se puso de pie y fue a su encuentro con preocupación.
- ¿Que ocurre? - le preguntó.
Sin siquiera prestarle atención, y con algo que claramente la perturbaba, metido en la cabeza, le ordenó: - ¡Vamos, rápido! -.
- ¿Adonde? - respondió el sargento mientras seguía a la chica que caminaba decidida hacia el estacionamiento.
- A detener ese camión de cemento - le explicó apurando el paso.
- ¿Que camión? - pregunto el sargento desconcertado y algo molesto por recibir ordenes de una pequeña.
- El camión que casi nos mata cuando entrábamos - .
Beltran recordó entonces aquel vehículo, pero seguía sin comprender a que se refería la chica o para que quería ir en su búsqueda.
- Pero vas a perder el micro. Sale en menos de quince minutos - le recordó mirando su reloj pulsera.
- Que importa, tenemos que apurarnos - respondió indiferente.
- ¿No irás a meterme otra vez en dificultades? - se resguardó el sargento preocupado.
- No - contestó ya en cerca del auto, - esta vez no va a pasar nada - aseguró. - Además usted es policía, no debería asustarse - le recordó Coqui ofendiéndolo un poco, pero a la vez tocándole el orgullo, el cuál, como el de todo buen policía, es mucho más grande que cualquier otra fuerza.
Resultó el plato ideal, el agente la miró con cara de “no me asusto tan fácil” y no hubo voz de precaución que se deje escuchar en su mente.
Subieron al auto y salieron por la ruta en la dirección en la que habían cruzado al camión hasta llegar a una rotonda.
- ¿Y ahora? - preguntó para, al menos, tener una pista de a que se enfrentaría en esta ocasión.
- Para allá - dijo señalando la dirección del camino que circundaba la vía para la dirección donde, unos kilómetros mas adelante, nacía la calle de tierra donde había tenido el accidente.
Sin pedir explicaciones sobre la certeza de su afirmación, se aseguró que no viniese nadie y luego tomó el rumbo indicado.
Unos pocos minutos mas tarde, a la distancia, veían las luces de un vehículo. Era el camión que buscaban, se veía desde lejos que zigzagueaba peligrosamente de un lado hacia el otro de la ruta. No les costó alcanzarlo pero si les costó mucho sobrepasarlo, debieron hacerlo por la banquina ya que el camión de color amarillo se movía peligrosamente, sin importarle las señales de luces ni las bocinas.
Coqui lo miraba perpleja. Al igual que con el Chevy Blanco, era la misma descripción de la que tenía en la mente, no recordaba cuando o quién se lo había descripto esta vez, pero era ese el camión que tenía dibujado adentro de su cabeza, probablemente dibujado en un sueño de esos que al despertar no recordamos pero que al ver algo semejante, el inconsciente nos lo recuerda devolviendo hasta el menor detalle.
Una vez delante, el conductor reaccionó ante las indicaciones persistentes de que se detuviese. Lo hizo sobre un costado y casi enterrándose a una zanja paralela al camino.
Del vehículo se bajó un hombre de bigotes negros y baja estatura. Vestía con un overoll gris claro. Ni bien toco el asfalto se balanceó hacia un costado y debió apoyarse en el camión para no caer.
- Esto le va a salir caro, en este estado de seguro tendría un accidente - le dijo el sargento, realmente enfadado, al verlo así.
El hombre estaba completamente ebrio. Apenas podía responder, las palabras salían de su boca mezclándose como sonidos incomprensibles y sin sentido. No comprendía nada de lo que le decía el agente.
- Debo detenerlo - le dijo a Coqui, - no puede seguir manejando en este estado -.
- Si, entiendo -
- Gracias una vez más. De verdad, podría haber causado un accidente. Es una suerte que por esta ruta casi no circulen autos -.
- Lo es - dijo ella pensando en si tenía algún sentido lo que había hecho. El sargento sabía que no, o al menos no lo comprendía. Le había hecho caso solo por instinto y porque ya se había resignado a que sus caprichos siempre terminaban en algo cierto.
- Voy a llamar a la comisaría, pero tengo que esperar acá, hasta que lleguen los oficiales. Este tipo va a pasar la noche en una celda y le va a costar mucho volver a conducir, eso te lo puedo asegurar - le comentó mientras esposaba al sujeto, - es una lástima que vayas a perder el micro - agregó después, recordando ese detalle.
- Ya casi es la hora, seguramente lo pierda - se lamentó.
- Aguarda un momento - dijo Beltran observando a la distancia dos faros que se acercaban por el camino.
Cuando el auto estuvo próximo el sargento lo detuvo, le mostró la placa y habló unos instantes con el conductor mientras Coqui seguía pensando la extraña razón que la motivó a perder su micro tan deseado por una visión sin sentido.
Enseguida, el sargento se acercó a ella y le dijo que habían aceptado dejarla en la terminal ya que pasarían por allí. Ella le agradeció.
- Al final supe poco de vos, pero fue un placer haberte conocido y haber sufrido a tu lado - le confeso, - y la próxima vez que quieras venir por acá,..., no vengas - concluyó bromeando.
Luego se saludaron estrechándose las manos y Coqui le agradeció por todo lo que había hecho por ella. Se sentó a la parte trasera del auto y, agitando la mano, lo saludo por última vez y lo observo mientras se alejaba.
Ya eran mas de las once y veinte, pero tenía la esperanza de que, entre cargar todas las maletas y que subiese toda la gente, quizá la partida del micro se atrasara y llegaría a tomarlo antes de que se fuese.
El que la estaba llevando manejaba relativamente rápido. A su lado, su mujer no paraba de hablar aunque el hombre parecía acostumbrado a su forma de ser ya que apenas le prestaba atención.
Le comentó que venían viajando hace varias horas y que siempre le decía a su marido que no es bueno viajar de noche. Pero ella apenas la oía, estaba inmersa en sus pensamientos sobre el camión y los motivos de su extraña actitud, también se preguntaba que más podía pasarle.
En pocos minutos ya estaban en el pueblo y con las esperanzas firmes de poder llegar a tiempo.
- ¿Y adonde vas? - le preguntó la mujer, trayéndola nuevamente a la realidad y cuando ya estaban cerca de la terminal.
- A Olavarría. Soy de ahí - explicó luego de tardar unos instantes en reaccionar.
- Linda ciudad, yo tengo unos primos viviendo ahí - le contó la mujer sin que a Coqui le interese y mientras seguía mirando por la ventana pensando en todo lo que le había sucedido.
- Nosotros no somos de por aquí - le informó el que manejaba. Era la primera palabra que le oía decir, pero le sonó extrañamente familiar.
Entonces levantó la vista para ver a la mujer que daba media vuelta hacia ella para comentarle que eran de Santa Rosa, La Pampa. Se sobresaltó al ver que era ella, la que había visto en la casa abandonada y en la terminal, pero esta vez no tenía la cara quemada y tenía la misma ropa, pero prolija y radiante. Observó por el espejo al conductor. Era el hombre que había visto pero no tenía el cuello roto ni las costillas expuestas.
Esta vez no se asustó, la pareja lucía llena de vida y completamente normales. No parecían saber nada de ella, como si nunca la hubieran visto antes, como si no supiesen nada de que los había visto hacía tan solo media hora atrás, o al menos había visto algo que no sabía definir, algo, unos cuerpos sin animación, sin vida, lo que quedaba de ellos, sus espiritus, o lo que fuese.
Pero ahora, inclusive se sentía más tranquila porque, al verlos allí, sintió que nunca mas volvería a toparse con ese horrible encuentro anterior.
La mujer notó su sobresalto y la mirada con la que la chica la estaba observando, pero no llegó a decir nada al respecto porque su esposo la interrumpió indicando que ya habían llegado, y que el micro, si era el que estaba señalando, aún no había partido.
Lo era, ya había cerrado la puerta y se ponía en movimiento cuando el chofer vio a la joven haciéndole señales para que se detuviese. Abrió la puerta y la chica subió, con el pasaje en la mano, y, luego de encontrar su asiento al fondo contra la ventana, se sentó para ver como se alejaba, por fin, del pueblo.
Siempre le había costado dormir en los micros, sin embargo esa noche durmió mas que bien, sintiendo que se sacaba un gran peso de encima, que todo había pasado y que ahora su vida volvería a la normalidad. Esta vez no tuvo sueños de muertos ni de cosas raras, nunca mas lo haría, de ahora en mas soñaría cosas normales, como el resto de los mortales. Durmió toda la noche, estirándose en el asiento vacío a su lado. Soñó con su amor, soñó que lo abrazaba, que reía de sus tontos comentarios, con esa risa desinhibida y sensible, y que le decía, mirándolo a los ojos, cuanto lo necesitaba.
Se despertó sonriendo y acariciada por los primeros rayos de sol de una mañana hermosa. Estiro como pudo su pequeño cuerpo en el asiento y se refregó los ojos con sus manos. Ya estaba cerca de su destino, mirando pasar los campos sembrados y potreros llenos de animales. Volvía a estar en una dimensión natural, la misma de todos, la de sus amigas, que la esperarían para salir esa noche a tomar un Fernet, la de su madre que le prepararía esos mates tan amoldados a su hija, la de sus perras que la saludarían al llegar moviendo la cola, felices de verla. Tenía muchas ganas de comer un gran plato de papas fritas con mucha sal y hechas por ella misma. El mundo volvía a estar de su lado, a ser el mundo de Coqui.
Miraba, feliz de su vida, por la ventana cuando, muy cerca de la ruta, apenas un par de metros detrás de un alambrado de púa, vio una vaca que parecía estar observándola. Su mirada era especial, distinta y estaba segura que estaba dirigida hacia ella. El animal tenía una inconfundible mancha negra en su lomo.

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