Blogia
Kosh

LA CASA DE DOS PUERTAS

1

No había rastros del sol, el cielo estaba cubierto por una capa pesada gris oscuro, como un bloque de cemento sucio y desparejo. El viento soplaba con brisas fuertes, intermitentes y cambiantes. Se veía reflejado en las copas de los árboles, cuyas ramas desnudas se mecían como amenazando a derrumbarse por completo. La calle estaba sucia de hojas secas y húmeda. El otoño, melancólico y frío, había llegado a los suburbios de la gran ciudad. Coqui levantaba el cuello de su abrigo y caminaba a paso ligero pegada a las paredes, con las manos profundas en los bolsillos y la cabeza baja para proteger su rostro. Era una tarde ajena a toda mejora climática, una tarde aburrida que debía haber sido creada para estar en un hogar, al pie de un calentador o en una sala de cine, pero no para andar caminando por la calle, por eso es que era una de las pocas personas que lo hacían.
Maldecía una vez más el momento que se le había ocurrido salir y en su mente figuraba solo la idea de volver a estar pronto en un lugar cerrado y cálido. Pero el cielo parecía oponerse a sus intenciones y lo manifestó con un luminoso relámpago que se reflejó en el pavimento, luego lo siguió un trueno y luego comenzó a emerger un repiqueteo constante, que ascendió hasta dejar en claro que estaba lloviendo.
El agua caía recta, en forma de gotas pesadas y unidas, como una pantalla turbia. Coqui volvió a maldecir, esta vez a su suerte, y corrió a resguardarse. Se refugió debajo bajo el marco de un viejo portal. Era una casa antigua, muy antigua. La entrada era una doble puerta que alguna vez, hacía mucho tiempo, había sido barnizada con un tono verde opaco, aunque ahora era apenas perceptible. La madera de roble mostraba unas uniones agrietadas que la recorrían hacia abajo. En el centro de cada una de las puertas había un raro adorno hecho con hierro fileteado. Parecía un óvalo recostado, aunque era mas chato y con un quiebre formado por ángulos pequeños, en el centro, desde la parte superior bajaban dos líneas que se abrían y luego se cerraban, armando otros óvalos interiores perpendiculares al exterior. Le recordó vagamente al ojo de un felino. En realidad apenas le prestó atención, se dedicó a estimar cuanto tiempo podía durar la tormenta y a decidir en que punto, cansada de esperar, se arrojaría a la calle nuevamente, para empaparse pero llegar por fin a un lugar con calefacción.
Miró la hora, con el reloj que alguna vez le había regalado a su madre pero que ella usaba, eran poco mas de las seis, pero el cielo parecía adelantar los relojes al menos dos horas.
Espero durante un largo rato que la tormenta amainara, pero esta se negaba ceder. Los truenos se sucedían uno tras otro, estremeciendo el cielo. La calle estaba tranquila, eran pocos los autos que pasaban. Sus zapatos habían mojado y ensuciado el escalón de mármol blanco del portal, por lo que no podía sentarse. Apoyó su espalda contra la puerta y así se quedo mirando el cielo apagado y deseando volver a ver aquel astro olvidado y perdido entre las espesas nubes. La torrencial lluvia caía en todas direcciones, golpeando el asfalto, los autos, y todo lo que osaba interponerse entre el cielo y la tierra, con furiosas gotas que se unían en enormes charcos hasta el cordón de la vereda. Desde allí corrían formando el cause de un pequeño río, rápido y caudaloso, arrastrando consigo hojas secas derribadas por el viento desde los árboles de una plazoleta cercana. El repentino afluente desembocaba en una rejilla, la cuál no daba abasto y hacía un lago en su entorno. El viento de otoño derramaba su poder sobre los frágiles árboles, desnudándolos en un movimiento amenazador. Los rayos atravesaban el cielo con descargas luminosas acompañados de estruendos que parecían patear a las nubes para que lloren cada vez mas.
Coqui, aburrida y sin nada mejor que hacer, miraba el esplendor de aquél espectáculo natural con el unánime deseo de llegar a una casa pronto y tomar la leche. Fue entonces cuando vio a un hombre de saco y corbata que se aproximaba corriendo, lo mas pegado a la pared posible, y con un diario sobre su cabeza para intentar protegerse del agua. Saltaba para evitar pisar los charcos. Llevaba unos zapatos negros de marca y nada preparados para la lluvia.
El extraño se detuvo bajo el mismo portal donde Coqui se refugiaba, era el único lugar con techo en toda la calle, formada en su mayoría por casas antiguas de una planta o dos, pero sin balcones a la calle.
- ¿De donde salió toda esta agua? – dijo a modo de pregunta general y molesto.
Coqui lo miró desinteresada y respondió un breve, - no se. El hombre no superaba los cuarenta y cinco, era de estatura mediana y hombros caídos. Su saco era azul marino como su pantalón, mientras que la camisa era celeste y la corbata a rayas cruzadas negras y con unos pequeños círculos grises que definitivamente le sobraban. El conjunto completo le quedaba elegante, o al menos de buen gusto. Usaba gafas de vidrios blancos sin armazón y cargaba con un bolso cuadrado de tela negra que parecía pesado y valioso por la forma en la que lo protegía. Dedujo de inmediato que era un oficinista mas, de los tantos que abundan en las ciudades y que, en definitiva, las crean. No le interesó deducir su cargo o su tipo de industria, solo se limitó a compartir el portal junto a su lado.
- Temía por mi portátil – dijo luego, señalando su bolso negro. Luego del bolsillo interior del saco tomó un teléfono móvil e intentó marcar un número, pero luego de esperar lo apagó y reconoció – no hay cobertura, debe ser la tormenta.
Coqui se limitaba a asentir o responder con la cordialidad mínima necesaria para no ser interpretada como antipática. Luego se distrajo observando la casa en cuya entrada se protegía. Los ladrillos estaban gastados, le faltaba una buena dosis de yeso en algunas partes, y una buena limpieza de esas que hacen con agua a presión, para aclarar el color.
Pensó que podía estar abandonada, pero estaba en un error. Para su sorpresa una de las puertas se abrió a sus espaldas, acompañada por un chillido de metal oxidado.
Dio media vuelta y casi por reflejo introdujo sus ojos en el interior. El cuerpo de una anciana reposaba placidamente sobre un antiguo sillón de terciopelo bordó.
-Pasen, pasen los dos, por favor - indicó con ternura.
El hombre oyó las palabras y recién entonces giro, sin demasiado interés, para encontrar la puerta abierta. Coqui lo miró como intercambiando preguntas mentalmente. Se preguntó como se había abierto la puerta, pensó que podía haber alguien detrás de ella. Miró a través de la abertura del marco y no vio tan solo el blanco de una pared.
- Pasen, por favor – repitió nuevamente, con calma y una voz apagada por el paso del tiempo.
Esta vez hubo un remarcado intercambio de miradas entre la chica y el hombre, sus ojos chocaron y se preguntaron, sin decir nada, que debían hacer.
- Yo... – comenzó a responder el hombre, - llevo prisa – se excusó.
- No creo que puedas ir muy lejos con esta tormenta. Es peligroso caminar por la calle así, pueden caer árboles y las alcantarillas pueden ser trampas – le advirtió como una abuela protegiendo a sus nietos. – Bueno, no se queden ahí, pasen, pasen...
Intercambiaron miradas una vez más, trasmitiéndose un pensamiento que intercalaba confusión y el cuestionamiento sobre una situación inusual. No sentían miedo, - ¿qué mal podía hacerles una viejita de aspecto inofensivo? – pensaron, además no había nada mejor que hacer, la anciana tenía razón, era peligroso salir con esa tormenta, además de que se empaparían, y no hacia daño a nadie, por lo contrario, hacerle compañía a una persona que seguramente vivía en soledad, era incluso una buena acción gratuita y sin esfuerzo. Entraron y cerraron la puerta sin dar la espalda.
El interior de la casa era amplio, frío y olía a museo. El salón principal se abría en forma rectangular y con dos puertas esbeltas de picaportes labrados a cada lado. El techo era alto y sobraban las manchas de humedad, al medio se había instalado mucho tiempo atrás una lámpara abierta en complejos laberintos de hierro y focos con forma de vela, al fondo, detrás de una gran puerta doble abierta, se veía hundirse en la penumbra un pasillo a simple vista interminable. La anciana reposaba sobre un sillón de terciopelo bordó y espalda alta, delante de ella, había una ovalada mesita de mimbre, adornada con un florero en el centro que parecía muy antiguo, en cambio, los bizcochos de harina y confites que dormían en un plato sobre la mesa eran tan recientes que aún estaban calientes. Los muebles eran grandes, pesados y de madera oscura. Había una mesa de madera y base de mármol con dos filas de tres cajones contra la pared de un lado y del lado opuesto una biblioteca con varios adornos de porcelana y marfil en los estantes del centro, y libros anchos y polvorientos en los superiores. Los óleos que adornaban las amarillentas paredes eran oscuros y tristes. Mostraban algunos retratos personales de antepasados. Los caballeros postrados con uniformes militares y las damas con vestidos anchos y largos hasta el piso. A Coqui le atrajeron de inmediato y sobre su mente brotó la clara imagen de una época que le intrigaba, donde las personas caminaban siempre elegantes por las calles de empedrado y carretas. Pero más le sorprendió la expresión de la pintura sobre la pared que casi se escondía en la oscuridad en la pared del fondo, era una mujer vieja, de pelo blanco y piel arrugada, a su lado había un perro que le llegaba a la altura de la cintura y cuyos ojos resaltaban por su brillo. A un lado de la anciana también había una pequeña mesa redonda de tres patas, con un solo adorno, que desde lejos parecía un medio ovalo de cristal con alguna figura adentro.
Se sentaron en dos sillones de terciopelo bordó enfrentados al de la anciana y rodeando la mesilla. El hombre se quitó el saco y apoyó entre sus pies el bolso. Coqui permaneció en la punta del sillón.
- Les agradezco la compañía – dijo.
- No es nada – se apresuró a hacer notar Coqui, cuyas costumbres le impedían mostrarse tan poco cordial. El hombre en cambio se limitó a hacer un movimiento de labios difícil de interpretar.
Pasaron unos segundos de silencio que Coqui rompió con una pregunta: - ¿que es esa bola? – dijo refiriéndose al ovalo de cristal sobre la mesita.
- ¿Esto? – dijo levantándolo, - es Hume, mi mascota. Desde donde lo mostraba ahora se veía mejor, era un cuerpo raro atrapado dentro de aquella forma de vidrio con agua dentro. Detrás había una imagen de la ciudad pintada. Al agitarlo la bola se llenó de puntidos brillantes que flotaron por un instante en el líquido y luego volvieron al fondo. Era uno de esos adornos de feria. Coqui dedujo que debía provenir de China o alguno de esos países orientales y que no costaría demasiado. Pero la anciana parecía muy contenta con su adorno y lo mostraba orgullosa. – Es un ser hermoso – dijo refiriéndose a la figura atrapada allí adentro. – Debe tener hambre, pronto le daré de comer – concluyó volviendo a colocarlo sobre la mesita de tres patas. Aron y Coqui intercambiaron miradas, como expresando que la viejita no estaba del todo cuerda, pero no dijeron nada.
- Tomen de esas galletas – les sugirió la anciana cambiando el tema, - las he preparado esta tarde.
Realmente eran tentadoras, ambos se acercaron para tomar un par y volvieron a sentarse. Coqui fue la primera en probar, la sintió crocante y dulce. El hombre fue el primero en alabarlas sin demasiada emoción: - muy ricas – comentó sincero. La anciana le agradeció el comentario mientras se ponía de pie con calma.
- Voy a traerles un poco de leche – dijo alejándose por el pasillo del fondo, - es que me salieron un poco secas – criticó. Los dos se quedaron en la sala, comiendo y esperando.
- ¿Y como es tu nombre? – rompió el hielo el hombre.
- Coqui – respondió tapándose la boca con la mano para evitar esparcir migajas de su boca, ya que aún tragaba.
- Yo soy Aron, y todavía no sé bien como terminamos acá – se presentó. Coqui sonrió y respondió – mejor que estar bajo el agua.
La anciana apareció con una pequeña bandeja de plata y dos vasos de vidrio altos con leche. El hombre la miró desconcertado, parecía que hacía mucho que no veía un vaso de leche pura, sin un café de por medio.
Apoyo la bandeja en el centro de la mesa y los animó a tomar la leche alegando que era buena y natural. Ambos la bebieron, mas que por gusto, para bajar las empalagosas masas que habían comido. Luego volvió hacia la puerta doble del pasillo y la cerró con algo de dificultad.
Coqui, entonces, notó un leve matiz de extraña satisfacción en su mirada, era como si hubiese estado deseando mucho que tomasen ese vaso. La anciana volvió a sentarse.
-Si, necesito que hagan algo por mí - confesó.
-¿De que se trata?- preguntó Coqui con la certeza de que se refería a alguna tarea doméstica que requería mas fuerza que la que una señora mayor puede hacer. Seguramente les pediría mover algún baúl, alfombra, colchón o mueble pesado.
- Hay una caja en la otra habitación, allí al fondo -, indicó señalando la puerta del pasillo, - contiene recuerdos, fotos de esas blanco y negro que ustedes ya no conocen – describió con calma. – Esta en medio de la habitación y el otro día tropecé con ella y casi me caigo. Por favor, necesitaría si fuesen tan amables, que la subieran arriba del armario.
- Claro, por supuesto – respondieron ambos y se pusieron de pie. La vieja también se puse de pie entonces. – Vengan – les indicó acercándose a la doble puerta y abriéndola. El pasillo era largo y terminaba en una puerta idéntica a la que ahora la vieja cerraba a sus espaldas.
- Es esta puerta - dijo indicando la tercera o cuarta del lado izquierdo. – Pasen – agregó luego de abrirla y hacerse a un lado para que entrasen primero.
De la habitación salió un frío seco. Coqui recordó el interior de una biblioteca en la que una vez había estado. Las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros viejos. Había en un rincón una escalera para acceder a los que estaban mas altos. Al centro, sobre el fondo, había un antiguo y valioso escritorio de roble, detrás de este había un armario antiguo, de madera casi negra. Tenia solo dos puertas grandes redondeadas hacia fuera que se abrían de par en par. Delante de ellos, justo frente al escritorio y claramente molestando el paso, había un baúl bien cuadrado, recubierto en cuero marrón y remachado con clavos en todo su contorno.
- Allí esta – dijo señalándolo.
- ¿Donde quiere que lo coloquemos? – se adelantó Aron mientras se acercaba a él .
- Arriba de aquel armario – indicó señalando el fondo.
Coqui se paro del lado opuesto a Aron y juntos levantaron el baúl. Pesaba menos de lo que esperaban, pensaron que debía estar vacío, aunque era demasiado para una anciana. Lo llevaron hasta el fondo y, sin detenerse, lo elevaron hasta la altura del techo del armario. Luego lo empujaron hasta dejarlo acomodado sobre este. Se alejaron un par de pasos y miraron el armario con las manos en la cintura, como para comprobar lo bien que había quedado allí arriba.
- Listo – concluyó Aron dando media vuelta.
La señora se mostró muy agradecida, les aclaró y repitió lo mucho que la había ayudado, haciendo que ambos se sintieran como si hubiesen realizado una verdadera obra de bien.
Salieron juntos de la habitación, la anciana primero y aún dándoles las gracias, entonces esta dobló a la izquierda y avanzo hacia la puerta del final del pasillo. Aron la siguió sin dudarlo, Coqui en cambio, se había quedado un poco atrás cerrando la puerta de aquella habitación, y ahora los alcanzaba.
- Disculpen – los interrumpió al llegar a ellos, - ¿no vinimos por el otro lado? – preguntó señalando el extremo opuesto del pasillo. Aron no había prestado atención por lo que se mantuvo en silencio, pero la anciana la contradijo ya llegando a la puerta del fondo, - no, jovencita, por aquí esta la sala de estar – sentenció antes de abrir la puerta y mostrarles la habitación con los sillones bordó. Los vasos de leche vacíos y el plato de galletas estaban aún sobre la mesita. Coqui permaneció pensativa, estaba seguro de que habían entrado por la puerta opuesta del pasillo y que habían girado a la izquierda al entrar en aquella habitación, por tanto debían de haber doblado a la derecha al salir, pero la sala de estar estaba allí, por lo tanto ella debía estar equivocada. Pensó que a veces la mente nos hace confundir nuestra posición, ya le había pasado algunas veces en el metro. Trató de olvidarse del asunto, Aron ya se estaba despidiendo de la anciana y ella hizo lo mismo, luego fueron a la puerta de salida y la anciana les abrió, dejando entrar la claridad del día. Ya no llovía, el cielo estaba espléndido y el clima era mucho más agradable. Se despidieron una vez mas mientras la anciana, notablemente feliz, volvía a darles las gracias antes de cerrar la puerta.

2

El hombre fue el primero en hacer un comentario sobre el tiempo: - como ha cambiado – dijo refiriéndose al cielo, - cuando entramos a la casa parecía la tormenta del fin del mundo y ahora mira; casi no hay nubes – describió señalando un cuelo azul claro, sobre el cuál apenas vagaban sin orden algunos cirros.
Pero Coqui ya había ido mas allá con sus observaciones y se preguntaba algo más intrigante; - ¿cómo puede ser que la calle este seca? – quiso saber en voz alta. Entonces Aron también lo noto, no había pensado en ello pero era ciertamente intrigante la pregunta. El asfalto, la vereda, los árboles, todo estaba seco.
– Es que había agua en cualquier parte – agregó Coqui recordando, - esto, por ejemplo, estaba inundado – dijo señalando un espacio entre la vereda u la calle donde antes recordaba con claridad haber visto tanta agua que parecía un río navegable.
- Es cierto – respondió el hombre asombrado, - allí donde estaba ese auto azul – dijo apuntando a un lugar ahora vacío en la esquina, - había un charco que enorme.
- Pues ya no esta – concluyó Coqui tratando de quitarle misterio al tema. En realidad no estaba con ganas de buscar explicaciones, solo quería irse y agradecía que el tiempo haya mejorado. Pero Aron, sorprendido por el asunto, continuó: ¿cómo puede ser?, ¿cómo se habrá secado tan rápido?.
- Quizás ni bien entramos la lluvia paró y salió el sol – propuso.
- Pero es que no hay ni una gota, ni una mancha, ni siquiera las hojas apiladas por la corriente – concluyó acercándose hasta la alcantarilla mas cercana para mostrarle lo limpia de sedimentos que estaba. – Es como si nunca hubiese caído esa tormenta, o al menos como si hubiese pasado hace días.
- Eso parece – analizó Coqui aún intentando restar importancia al fenómeno.
– Bueno, yo debo ir hacia allá dijo luego señalando la esquina hacia la izquierda.
- Yo también – se sumo Aron.
Al caminar hasta la esquina, Coqui, que siempre era observadora, noto que casi no había autos estacionados, y los pocos que había parecían viejos y abandonados. No eran los mismos que había cuando miraba aburrida la calle, desde aquel portal, mientras caía la lluvia. Estos muy pocos autos que ahora habían eran viejos y en desuso, sucios de polvo y oxidados. Había uno en la vereda de enfrente, cuyos vidrios estaban rotos y su techo parecía haber sido aplastado por el paso de un elefante, estaba hundido desde su centro. Del espejo retrovisor colgaba un amuleto que parecía una moneda. Tampoco le pareció algo merecedor de profundos análisis, por lo que dejó de indagar sobre el tema.
No se veía a nadie por la calle, tampoco pasaban autos. Llegaron a la esquina y Coqui dudo que dirección debía tomar, no conocía muy bien aquella zona y sintió que estaba perdida. El hombre, aunque mostró también algo de inseguridad, doblo a la izquierda y, después de avanzar unos pasos, giró para ver que hacía la chica, como para despedirse de ella en caso de que sus caminos no fuesen los mismos. Pero Coqui también dobló a la izquierda. Creía firmemente que ese era el camino, incluso a pesar de no encontrar ninguna referencia concreta.
Siguieron un par de calles derecho, sin hacer comentaros, hasta que Aron preguntó: -¿ donde están todos?. Era una cuestión que los dos venían notando ahora: seguían sin pasar autos ni gente. Algunos negocios estaban abiertos pero no se veía a nadie adentro de ellos. Era como si estuviesen abandonados. No sabían que hacer; algo había ocurrido, la gente simplemente ya no estaba y debía haber un motivo, una razón lógica que lo pudiese explicar. - Las cosas no suceden porque sí y la gente no desaparece – pensaba Aron mientras buscaba encontrar a alguien en alguna parte.
La ciudad entera estaba algo cambiada, no podían definir con claridad que era lo que había distinto, pero lo podían sentir en el aire, en los edificios, en el cemento y en el cielo incluso. Descubrieron que había demasiada calma, no se oían las bocinas en la lejanía ni sirenas ni aviones. No se oían los ruidos de la ciudad. Los edificios se veían mas descuidados, como si estuviesen huecos o abandonados. La calle estaba vacía y parecía un decorado de esas películas de los ochenta. Las nubes no se movían, estaban clavadas, siempre idénticas, en el celeste firmamento. Los árboles de las veredas no tenían hojas, no tenían vida en realidad. Oían sus pasos cuando caminaban, hacían eco en las paredes y volvían secos para estrellarse contra sus oídos. De pronto se levantó un fuerte viento que soplaba casi con odio. Coqui colocó las manos en los bolsillos y bajo un poco la cabeza.
- Voy a llamar a la oficina – dijo sacando un pequeño teléfono móvil del bolsillo interno del saco. – Le voy a pedir a la secretaria que me envíe un taxi – le comunicó a la chica, al tiempo que marcada un número. - ¿En que calle estamos? – se preguntó al tiempo que se llevaba el aparato a la oreja. Pero entonces notó que su teléfono no hallaba ninguna señal. – Parece que no tiene cobertura – confesó al tiempo que se mostraba confundido, - es extraño, ¿no?.
- Si – le dijo Coqui que buscaba sin éxito ver a algún otro ser vivo. Trató en vano de oír algo, algún grito, alguna voz perdida en el viento. Entonces a sus oídos llegó un horrible grito, le sonó como un aullido de un gato cuando se defiende pero mas agudo y mucho mas fuerte. Miró a Aron para comprobar en su rostro que el también lo había oído.
- ¿Que fue eso? – se adelantó a preguntar.
Se quedaron en silencio un momento, hasta que se volvió a escuchar, esta vez mas cercano y mas agudo. – Es como un pájaro – trató de adivinar Aron, - debe ser muy grande.
El desagradable sonido llegó una vez mas, esta vez pudieron notar que venía de siguiente calle lateral. Luego comenzaron a oír ruidos ahogados en el asfalto, al principio parecía un tambor, quizá por la sincronización y el ritmo, pero enseguida se dieron cuenta que era algo mucho peor. Eran como pisadas y comenzaron a hacer temblar la tierra.
Se quedaron inmóviles, sin saber que hacer, al menos hasta que detrás de la esquina salió la horrible bestia. Tenía dos patas como un hombre, pero estas eran mucho mas grandes y musculosas, sobre todo en sus muslos. Su cuerpo entero media al menos tres metros y era de contextura robusta, espalda ancha y un tórax cuyas costillas sobresalían de manera deforme. Sus brazos eran largos, tanto que casi arrastraba sus enormes manos huesudas. Tenía los ojos bien redondos y brillaban de un color verdoso como la esmeralda, sus pupilas no eran redondas, tenían una forma rara que no llegaron a distinguir, su hocico era ancho y sobresalían dos colmillos triangulares y afilados como agujas pero que apuntaban hacia arriba, casi llegando hasta su aplastada nariz. No tenía pelo, solo una piel que parecía cuero seca y era rojiza como el fuego.
La figura olfateo el aire y luego giró su cabeza hacia donde se encontraban, entonces los vio y su boca se abrió haciendo una mueca horrible y mostrando sus dientes sucios de carne. Emitió un nuevo alarido que hizo eco en los edificios próximos, luego comenzó a avanzar hacia ellos.
- Corre – gritó Coqui al tiempo que huía por el centro de la calle. Aron tardó en reaccionar pero terminó por seguirla a toda prisa. El monstruo, al verlos escapar comenzó a correr también, dando saltos de casi dos metros.
Corrieron hasta la esquina y doblaron a la derecha sin saber realmente porque. Aron pasó a Coqui y casi la hace caer al golpearla con su hombro mientras miraba atrás, buscando ver que tan lejos estaba lo que fuese que los seguía. El monstruo estaba muy cerca de ellos, casi encima de Coqui, ya que Aron para entonces le había sacado varios metros, cuando llegaron a la otra esquina y se encontraron con una gran plaza o lo que quedaba de ella. Los árboles habían sido arrancados o cortados, algunos troncos aún yacían desparramados. Había grandes agujeros en las paredes de los edificios que rodeaban el lugar, la mayoría se encontraban en ruinas o muy mal cuidados, despintados. Todo estaba abandonado y destruido. En el centro, donde alguna vez habría lucido alguna estatua, ahora solo quedaban piedras apiladas y un enorme hueco que parecía una madriguera. Esparcidos sobre la tierra y el lodo seco que formaba la superficie de esa plaza, pudieron distinguir una cantidad enorme de huesos y cuerpos sin vida, y enseguida supieron que eran restos humanos. Parecía una fosa común de las que solo habían visto en documentales de guerra, el olor a podredumbre y descomposición se los confirmó. Era muy probable que aquel horrible monstruo viviese ahí, y que ellos se encontraran en el medio de su hogar.
El espeluznante escenario los detuvo un breve instante, pero al girar y ver que el temible ser corría hacia ellos les devolvió las intenciones de huir. Lo hicieron evitando el espacio abierto, se introdujeron en la calle lateral más cercana, que era asfaltada aunque se notaba que hacía mucho que no recibía mantenimiento. Siguieron derecho lo más rápido que podían pero era inútil, el monstruo ya estaba a tan solo unos pocos metros de ellos y los alcanzaría pronto. Aron trató de estirar la ventaja dejando a Coqui sola atrás, así quizá ella fuese la primera en ser atrapada y de esta forma podría tener una oportunidad de escapar, pero la chica, al mirar por última vez hacia atrás, no se percató de una alcantarilla abierta y al volver la vista hacia el frente ya era tarde, su pie derecho estaba cayendo dentro de esta y no pudo evitar que todo su cuerpo siguiera esa dirección. Cayó un par de metros golpeando contra una escalera a la que apenas intento sin éxito agarrarse y aterrizó de espaldas sobre una especie de río pequeño subterráneo. Su cabeza golpeo el fondo pero el agua del arroyuelo, de casi medio metro de profundidad, detuvo gran parte del choque. Pudo salir a respirar olvidando el monstruo y pensando solo en lo repugnante de aquella agua que era turbia y llena de mugre. Para colmo al salir a la superficie pudo ver como una rata asustada por la intrusa, huía por el cordón que sobresalía a un lado del agua. Si hay algo que odiaba eran las ratas, aunque reconocía que le daban menos miedo que aquel monstruo que la seguía. La rata se perdió en la oscura profundidad de aquel acueducto mientras ella escupía hasta asegurarse de que ni una gota de esa horrible agua quedaría en su paladar y tratando de olvidar la que ya se encontraba en sus pulmones pues era inevitable.
Sus ojos se centraron sobre el lugar por donde había caído, un cilindro de medio metro de diámetro y uno de largo, donde estaba la escalera. El monstruo había pasado por arriba sin detenerse, dispuesto a continuar la persecución. Coqui oyó entonces un grito humano de dolor, no pudo evitar trepar por la escalera y mirar al exterior. Unos cincuenta metros calle abajo pudo ver al monstruo desgarrando el cuerpo sin vida de Aron, con una de sus manos sostenía el torso y con la otra le arrancaba la cabeza y la arrojaba lejos, luego tomaba el resto y lo cargaba al hombro, como si fuese una bolsa. Luego se volvió hacia ella y comenzó a volver por el centro de la calle. Coqui se escondió dentro del agujero y espero a que el monstruo pasara y siguiera pero este se detuvo. Arrojó el cuerpo destrozado de Aron a un lado y luego observó con calma la alcantarilla. Olfateo el aire que salía de adentro con la misma precisión que un perro y enseguida introdujo la cabeza seguro de que su victima estaba escondida ahí. Coqui se ocultó lo mas profundo que pudo y vio como los ojos de aquel ser indagaban apenas hasta donde podían. No llegaba a ver mas allá de donde terminaba la escalera y era imposible que aquel enorme cuerpo pudiese pasar por allí por lo que al cabo de un rato el ser se alejó, cargando con su única presa.
Coqui respiró aliviada y miro el lugar. Era como un tubo, redondo y con una parte hundida en agua sucia, pero por el momento no sintió ni siquiera asco, incluso llegó a sentirse protegida allí. Decidió que debía buscar otro camino, no se atrevería a salir por el lugar donde el monstruo la había visto entrar, quizás lo estaría vigilando y esperándola. Calculó, de acuerdo a la dirección de la calle, cuál era el camino que la alejaba de la plaza y tomó hacia ese sentido.
Luego de avanzar unos cincuenta metros la luz del lugar por donde había entrado era apenas un punto en la distancia, por lo que caminaba en absoluta oscuridad, mojándose y soportando el olor a suciedad y barro del drenaje. Cada tanto oía el sonido agudo de alguna rata y huyendo de su presencia. Siguió, entre el agua podrida y dudando si no sería mejor dar marcha atrás, cuando vio a lo lejos otro punto de luz. Se acercó para comprobar que era otra alcantarilla y lo comprobó enseguida. También había una escalera que subía hacia la superficie. Subió y miró hacia fuera, estaba en el centro de un cruce de calles, el lugar estaba desolado y no había rastros del horrible bicho. Dudo un momento antes de animarse a salir. Cuando por fin lo hizo corrió deprisa hasta ocultarse en el pórtico de un edificio de tres plantas cuyas ventanas tenían todos sus cristales rotos. Allí se refugió mientras pensaba que dirección era la que la alejaba de la plaza. Al azar tomo la calle sobre la que se encontraba, avanzando pegada a la pared, refugiándose de puerta en puerta y controlando en todo momento la posible presencia de cosas extrañas, como la que la había perseguido.
Estaba un poco mas tranquila, aunque todavía no entendía nada, ni donde estaba ni porque no había nadie y menos porque la quería comer ese asqueroso ser.
Cruzaba una bocacalle cuando oyó apenas un susurro que la llamaba desde algún lado que no supo distinguir. La llamada volvió a escucharse, esta vez mas clara y mas fuerte.
- ¡Hey! – oyó que le decían, - ¡aquí, en la ventana!.
Coqui giró hacia el lugar desde donde venía la voz, era una casa de dos plantas sin revoque, en una de los ventanales superiores pudo distinguir la media figura oculta tras una cortina que colgaba despedazada como un trapo de limpieza.
Era un hombre, el primero que veía en la ciudad.

3

- Es por allá – le indicó señalando un edificio con varios locales comerciales en su fachada. - En la Farmacia.
Cruzaron la calle a paso ligero y se ocultaron detrás de los surtidores de una estación de servicio, luego avanzaron por la vereda hasta llegar al local.
Desde que se habían conocido casi no habían cruzado palabra. La primera frase fue: - si tu idea es sobrevivir unos días al menos sígueme. Luego solo recibió ordenes de por donde caminar, que hacer y como moverse, siempre respondiendo con un gesto de comprensión. Así habían cruzado media ciudad hasta por fin llegar a aquel comercio.
- Tuviste mucha suerte al caer en aquel acueducto, a tu compañero en cambio no le fue nada bien – le dijo demostrando que sabía muy bien lo ocurrido.
- ¿Estaba ahí?, porque no hizo nada, no nos ayudo – le recriminó.
- ¿Qué podía hacer?, no soy un súper héroe y ese bicho no es exactamente un cachorro.
La chica se calló, tenía razón.
- ¿Como es tu nombre? – le preguntó el hombre.
- Coqui, ¿y usted?.
- No recuerdo mi nombre, hace unas semanas me di un fuerte golpe o algo me ocurrió, pero perdí la memoria, pero me dicen Dino. Creo que lo sacaron de un cartel donde hay uno parecido a mí.
El hombre vestía ropa de marca, cómoda pero toda de color gris. Llevaba un reloj digital nuevo y calzado deportivo también recién estrenado, aún se podía sentir el olor particular de las prendas sin uso. Era de espalda ancha y grande, algo gordo también, pero se movía con mucha agilidad, coordinando cada paso con preescisión, tenía una mano completamente vendada y había algo de sangre seca en una herida cortante en su mejilla. Tenía una barba desarreglada de varios días y las manos de un hombre que trabajo con ellas.
- Te voy a presentar a los que somos – le dijo mientras entraban.
Sobre el mostrador habían colocado unos muebles, como formando una barricada improvisada, pasaron por un costado y Dino se agacho para correr una alfombra y, tomando de un aro, levantar una chapa metálica. Debajo había una escalera que conducía hacia un sótano iluminado por un simple foco que colgaba del techo. Entre las cajas había un par de colchones y en uno de ellos dormía un hombre de la misma edad que Dino y en el otro una niña de unos siete años. El hombre era flaco y de mediana estatura, pero no daba la impresión de ser débil, su pelo era castaño y su rostro no decía mucho
- Buenos días – dijo Dino en voz elevada, pretendiendo despertarlos.
La chica siguió durmiendo pero el hombre enseguida se despertó y se sentó en la cama. Al ver a Coqui se mostró sorprendido. - ¿Quién es ella? – fueron sus primeras palabras.
- Se llama Coqui y acaba de entrar. El bicho la persiguió pero se escondió en un acueducto y logró salvarse – le relató Dino.
- Has tenido suerte – le dijo el hombre levantándose del colchón.
- Te presento al Poli, su verdadero nombre es José, pero aquí a quien le importa. En su vida real era policía. Y ella es Mina – completó señalando a la niña que seguía durmiendo despreocupada.
- ¿Viven aquí? – preguntó Coqui mirando el lugar.
- No, nos vamos moviendo, pero hace dos días tuvimos un cruce con él – dijo Dino dando por entendido que sabía a quién se refería, - cuando no tiene comida y no llega nadie nuevo sale a buscarnos a nosotros, que sabe que estamos por algún lado, y nos encontró. Nos siguió por varias horas el rastro hasta que nos encontró, apenas logramos huir, como verás logro herirme – dijo mostrando su mano vendada, - así que vinimos a esta Farmacia donde por ahora estamos parando.
- ¿Qué es este lugar? – preguntó confundida, - de pronto aparecí aquí, en esta ciudad sin gente y con esa cosa que quiere matarnos, no lo comprendo – confesó resignada.
- Nosotros tampoco, empezamos igual, un día aparecimos en este lugar y comenzamos a sobrevivir como sea – dijo Dino.
- Le decimos “la jaula” – se sumó José, - en realidad lo encontramos escrito en las notas que dejó alguien que también estuvo atrapado en esta ciudad antes que nosotros. Encontramos su diario y por ahora ese hombre se lleva el premio de ser el que mas soportó antes de morir, y aguanto tan solo dos meses según lo que dice, las notas terminan de pronto, un día que escribió que debía salir a buscar alimentos – señaló mostrando un cuadernillo con apuntes.
- Pero al menos sus notas nos sirvieron. No nos vamos a rendir tan fácil, vamos a sobrevivir – intercaló nuevamente Dino.
- Sigo sin entender donde estoy – se lamentó Coqui.
- Voy a hacer guardia – dijo José interrumpiendo mientras tomaba una barra de acero y salía de la habitación.
- Bueno, no hay mucho que decir, estamos aquí y punto – resumió Dino.
Entre tanto Mina se despertó y se preocupó al ver que José no estaba, se levantó y buscó con su mirada angustiada por la habitación.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó Coqui con tono maternal, pero la chica la miró sin responder.
- Mina no habla – le informó Dino, - quedó muda del miedo, desde el momento en que vio al monstruo, no pudimos lograr que vuelva a decir una palabra y no creemos que podamos lograrlo, apenas se mueve y come poco, nos preocupa pero no hay nada que podamos hacer, no somos muy buenos en estos temas – se criticó. – Yo era mecánico, se de motores y como arreglarlos, pero no se reparar mentes ni personas – completó burlándose de si mismo.
- ¿Y desde cuando esta con ustedes? – lo interrogó.
- Desde que llegó el poli, es su hija, la cuida y protege mas que a nada, incluso mas que a su propia vida, pero sabe que Mina en este lugar no va a sobrevivir mucho tiempo. Además él se hecha la culpa de que este aquí.
- ¿Por qué, que culpa tiene él de todo esto?.
- Ninguna, yo se lo digo, pero el insiste que es por su culpa ya que él la llevó a la casa de la vieja
- ¿Cómo?.
- Estaba de servicio cuando llamo la anciana, dijo que necesitaba ayuda y cuando dio la dirección él se ofreció. Su hija iba a una escuela tan solo a dos calles por lo que fue darle la sorpresa de estar cuando salía de clases. Luego la llevó a la casa de la vieja que había pedido asistencia sin especificar que era lo que quería y aclarando que no era una emergencia. Parece que la policía recibe muchas llamadas de ese estilo y como no creyó que fuese algo peligroso decidió que Mina lo acompañe. No se con que pretexto les hizo comer sus galletas y tomar ese extraño jugo blanco y luego los llevó a la puerta de este lugar.
- Así que esa anciana tiene que ver en todo esto – razonó
- ¿No lo habías notado?, pensé que eras mas rápida – se burló riéndose.
- No se como no me di cuenta que iba a cruzar una puerta y aparecer en una ciudad fantasma con un ser del infierno siguiéndome para comerme, me pasa por ser descuidada – respondió irónica y ofendida.
- Bueno, como sea, ella trae aquí a la gente, con ingenuos pretextos, los hace salir por la puerta incorrecta, la que da a este lugar. Y a todos les da esa poción que parece leche, es un brebaje que prepara, es una bruja.
- Una bruja –
- Si, y esa cosa es su mascota, la que vive en esa bola de cristal que tiene en su mesa, y nosotros su alimento balanceado.
- ¿Nosotros estamos en esa bola?.
- No tengo ni idea de donde estamos, pero yo ahí de seguro que no entro – argumento riendo por su propia broma. – Lo único que sabemos y tenemos en común todos es que pasamos esa puerta.
- Es verdad, la puerta, ¿porque no volvemos a buscarla y salimos? – propuso Coqui.
- Que fácil lo dices, ¿cómo no se nos ocurrió? – se preguntó con gracia. - La puerta aparece y desaparece, es siempre la misma, verde despintada y con ese extraño símbolo que el bicho tiene en sus ojos y grabada en su pecho, pero las veces que la encontramos no la pudimos abrir, ya probamos con todo, además enseguida aparece el monstruo y debemos escaparnos, luego la puerta ya no esta, desaparece, no esta mas donde estaba, y aparece en algún otro lugar. Imposible saber donde – dijo con tristeza. – Cariño, estamos atrapados.
Mina había salido a buscar al poli y ya estaba de vuelta, pasó frente a ellos y volvió a recostarse.
- Debes estar cansada – le dijo Dino. – Recuéstate un rato, nosotros vamos a estar despiertos haciendo guardia.
Coqui tenía la mente despierta y confundida pero su cuerpo de verdad necesitaba un descanso. Le agradeció y se acostó en el colchón libre. No paso demasiado hasta que logró dormirse.


4

- De pie – oyó que decía Dino. Estaba parado frente a la puerta, mirando hacia fuera.
- ¿Que pasa? – preguntó Coqui que apenas recordaba donde estaba. Trató de levantarse lo mas rápido posible aunque aún se sentía cansada. No tenía idea de cuanto había dormido pero le daba la impresión de que no había sido mucho.
- Nos vamos de compras – dijo Dino, ya es tiempo de cambiar nuestras ropas, están pasadas de moda – dijo bromeando y riendo de su propio comentario.
- ¿Donde venden ropa?.
- ¿Venden? – repitió riendo, - nadie vende, es gratis y auto servicio. Es una de las ventajas de estar aquí atrapado y siendo perseguido por un monstruo feo.
Jose ya no estaba, había salido un rato antes en busca de un nuevo escondite. Se había llevado a Mina. En la Farmacia quedaban ropas que habían usado apiladas cerca de la puerta, tenían un fuerte aroma a perfume, el mismo que usaban José y Dino. Las mochilas con sus cosas no estaban mas. Estaba claro que pensaban abandonar el lugar. Mas tarde Dino le explicaría que el monstruo había pasado muy cerca de donde estaban, por una calle aledaña, había dejado rastros y eso significaba que estaba cerca de dar con ellos, por eso debían huir en busca de un nuevo refugio.
- ¿Porque tenemos que ir a buscar ropa? – quiso saber Coqui.
- Debemos cambiarnos para que pierda nuestro rastro, y vamos dejándola tirada para confundirlo, a veces prendemos fuegos en distintos puntos y nos ponemos distintos perfumes, hacemos cualquier cosa por despistarlo.
Era una mañana soleada y tranquila en la ciudad, parecía todo normal salvo por el abandono y la soledad que se respiraba en el ambiente. Salieron caminando hacia el sol, siempre lo hacían de esa manera, así sabían que se estaban alejando todo el tiempo, pero parecía no servir de nada, la metrópolis seguía siendo tan cerrada como siempre. Muchas calles y algunas avenidas, todas similares, todas rectas, formando esquinas con ángulos de noventa grados.
Dino le contó que una vez, con José habían trepado hasta la cina de una antena sobre un edificio de tres plantas. Desde allí habían podido comprobar como la ciudad se extendía como una maqueta hasta donde ellos podían ver. Sin embargo tenía que terminar, debía acabarse y comenzar el campo, un lugar abierto. Estaban planeando escapar de aquella ciudad.
Tras unos quince minutos de caminar derecho por una calle solitaria encontraron el cruce con una avenida, sobre esta había una gran tienda cuyos carteles anunciaban grandes rebajas en ropa de temporada.
Aquí podremos encontrar algo – dedujo Dino.
Cruzaron la avenida y entraron por puerta principal. El lugar tenía dos plantas y no había nadie, las escaleras mecánicas no funcionaban.
Las puertas automáticas se abrieron cuando se acercaron, dejando la remota impresión de ser un día de compras normal en una ciudad normal. Pasaron a un hall y entraron a la nave central. El lugar estaba limpio, las escaleras mecánicas funcionaban con normalidad, los carteles y los comercios estaban iluminados. En las vidrieras veían exhibidos los productos y los precios. Todo parecía tan cotidiano que por un momento olvidaron el verdadero lugar donde estaban. La enorme soledad, reflejada en un silencio fúnebre era el único nexo que impedía separarlos por completo de la realidad. Nadie, ni un alma perdida en aquel centro comercial. Los locales vacíos, el espacio desierto, nada tenía sentido.
Dino le explicó a Coqui que muchas veces se habían encontrado con sectores de la ciudad que tenían energía eléctrica, no tenían idea porque. También encontraban a veces lugares mas modernos y otros mas viejos, como si la ciudad fuese creándose a base de sectores mezclados de distintas urbes y tiempos variados, incluso, dentro de la modernidad o antigüedad en sí de los edificios, los había en ruinas y destruidos, como si hubiesen estado abandonados desde hace décadas, y otros que daba la impresión de haber sido habitados unos minutos atrás.
- Hemos entrado una vez a una casa donde la televisión estaba prendida, aunque sin señal, el grifo del lavado abierto con la vajilla a medio lavar, las luces encendidas, la heladera entreabierta, con alimentos y bebidas en buen estado y hasta la tostadora funcionando con pan adentro, mientras que la casa de al lado tenía los muebles cubiertos por una densa capa de polvo, no funcionaba ningún artefacto, y hasta había maleza crecida en las salas.
Le contaba mientras miraban subían las escaleras hacia la segunda planta. Avanzaron luego por el pasillo hasta encontrar tiendas de ropa deportiva. Entraron en la primera que vieron y comenzaron a probarse prendas cómodas, livianas y de colores sobrios. Luego eligieron calzado deportivo de atletismo y tomaron un bolso donde cargaron mas ropa. Salieron del comercio y buscaron una farmacia donde tomaron alcohol y vendas. Al pasar cerca de la caja Coqui notó que estaba abierta y con billetes, pero estos eran azulados y distintos a cualquiera que haya visto alguna vez. Las monedas eran doradas y tenían símbolos de algún país que también le resultó desconocido.
Pasaron también por una perfumería, donde seleccionaron distintas variedades de colonias y perfumes destinados a despistar a su cazador.
Coqui tenía hambre por lo que pasaron por un patio de comidas donde tomaron de uno de los bares varios bocadillos y bebidas y se sentaron en una mesa del patio a comer. El lugar era grande y solo se oía el monótono zumbido de la escalera mecánica en funcionamiento. En la margen opuesta a donde ellos estaban se podían leer los títulos de las carteleras de un complejo de cines. Las cabinas para comprar las entradas estaban iluminadas pero vacías. A Coqui le pareció extraño el no reconocer ninguna de las películas anunciadas ni a los actores protagonistas, por un momento se tentó de entrar a ver alguna.
Habían terminado de comer, Coqui estaba buscando un pastel en la barra de uno de los locales de comida y Dino tomaba su segunda cerveza cuando de pronto la escalera mecánica dejó de funcionar. El silencio que se sembró en la atmósfera fue sublime, pero nada hubiesen temido, ya que la escalera podría haberse detenido por muchas razones, de no haber escuchado el claro sonido de un cristal que se rompía no muy lejos. Era una de las puertas automáticas de la entrada. Dino dejó caer la cerveza y Coqui se alejó de las tartas y se acercó a su compañero. Se asomaron hacia el hall principal para ver lo que no querían ver, a lo lejos en el pasillo la horrible figura de aquella bestia. El ser Olfateaba el aire, seguro de que ellos estaban adentro y con la clara intención de encontrarlos.
Apenas duró la mirada, de inmediato se ocultaron de su mirada y corrieron alejándose.
- Debemos bajar por algún lado – sugirió Dino.
- ¡Bajar!, ¡la cosa esa esta abajo! – le recordó Coqui.
- Si, pero va a subir a buscarnos, ya sabe que estamos acá, tenemos que salir y tratar de perderlo. ¡Allá! – indicó señalando una puerta verde marcada como salida de incendios.
Llegaron hasta el otro extremo del patio y antes de dirigirse a la salida de emergencia Dino fue hasta otra puerta y la abrió. Era una sala de máquinas, tenía el techo alto y había un gran tanque de agua, un aparato que parecía ser el que generaba la calefacción central y un montón de cajas y lugares donde poder ocultarse. Abrió su viejo bolso y quitó un frasco del perfume que venía usando los últimos días y lo arrojó contra la pared del fondo de la sala. El frasco de vidrio estallo y el líquido se esparció por la pared, el piso y el aire. Luego dejó caer el bolso y salieron, dejándo la puerta entre abierta. A continuación entraron en el conducto de la salida de emergencias. Era un pasillo ancho que terminaba en unas escaleras que bajaban en caracól con una columna al centro. Apenas de detuvieron para verificar que no había ningún monstruo por allí y luego descendieron lo mas deprisa posible. No podían saber en que planta estaba la salida por lo que siguieron hasta la de mas abajo. Al salir se encontraron en un gran estacionamiento. Estaba desierto y no se oía mas que el goteo de un caño roto que pasaba por el bajo techo. Caminaron sin rumbo hasta encontrar un cartel con una indicación de salida y una flecha iluminada que apuntaba a la derecha. Siguieron la indicación hasta llegar a una rampa donde había una barrera para autos que se cerraba y abría sin control. La pasaron y subieron la rampa que, en su extremo opuesto y antes de una curva de noventa grados, permitía el fogozo paso de la luz del día.
Salieron a la con inseguridad, temiendo que la bestia haya optado por esperarlos abajo. Pero de todos modos no se detuvieron a comprobarlo, corrieron hasta una calle lateral y escaparon por ella.
Recién entonces volvieron a hablar – creo que nos estará buscando un rato entre los comercios – supuso Dino aún agitado y recuperando el aire.
Coqui asintió pero no dijo nada, miraba hacia atrás todavía con miedo. No había nada, solo la monotonía de una ciudad vacía.

5

- Todavía nos falta conseguir comida, quizá en aquella almacén podamos encontrar algo– sugirió señalando un pequeño local de la margen opuesta de la calle. – El problema es encontrar lugares que parezcan “nuevos”, sino todo lo que hay adentro estará podrido – agregó.
- No logro entender como la ciudad pueda estar compuesta por lugares nuevos y otros viejos – confeso Coqui.
- Pues somos dos, pero lo importante ahora es encontrar comida para tener los próximos días.
Cruzaron la calle, Coqui por costumbre miró si venía algún auto, cosa que no ocurrió. Entraron al comercio, todo estaba en orden, había polvo sobre los estantes pero no parecía demasiado abandonado el lugar. En una de las paredes detrás del mostrador estaban los productos no perecederos. Había muchas latas de conserva de todo tipo, botellas de vino, aceite, frascos de vidrio con tomates, olivas y otras verduras.
Coqui buscó una lata cualquiera y verificó el vencimiento, pero no pudo encontrar ninguna fecha, se fijó entonces en otra y tampoco encontró nada. Dino que recién se percataba de lo que hacía le dijo que no encontraría fechas.
- Tampoco sabemos porque, pero no hay fechas, en ningún lado las hay, ni en las latas, ni en los periódicos que puedas encontrar en las calles, ni en los relojes que funcionan. Simplemente las fechas en esta ciudad no existen.
Coqui no se interesó en indagar mas al respecto, mas bien se resigno a aceptar las reglas y solo preguntó como sabrían el vencimiento de las latas.
- Hay que arriesgar - respondió Dino mirando la estantería.
De allí tomaron algunas latas de tomate, cubos de sopa, frascos de paté y otras latas de legumbres que parecían en buen estado.
Se adentraron un poco mas para ver los productos de la pared del fondo, allí el aire olía mal, enseguida lo notaron. Era un olor nauseabundo que venía de la puerta de atrás. Coqui hubiese preferido no ir hacia esa puerta pero Dino quiso investigar. Del otro lado había una escalera de unos tres o cuatro peldaños que daba a una habitación repleta de cajas. Era un deposito pequeño. El olor era mas penetrante adentro. Coqui prefirió mirar desde la puerta sin pasar mientras que Dino se adentró entre los pasillos que formaban las cajas. Detrás de unos bidones con aceite encontró el cuerpo. Era de un joven de unos veinte años, de piel morena. Usaba lentes ahumados y vestía ropa informal, de su cuello colgaban dos cadenas de oro, parecía un pandillero. Tenía una herida profunda que le atravesaba el abdomen. La sangre que había perdido estaba seca y desparramada a su alrededor.
Dedujeron que había sido atacado por la bestia pero que había logrado escaparse, aunque las heridas fueron suficientes para que muriese mas tarde. Había alcanzado refugiarse allí hasta morir desangrado. Notaron que su reloj digital indicaba que eran las tres de la mañana y sin embargo funcionaba.
No se quedaron mucho tiempo analizando el cuerpo, prefirieron irse lo mas pronto posible y tratar de no pensar mas en lo que habían visto. La espantosa idea de poder acabar como aquel desdichado había impuesto el silencio mientras caminaban por una calle angosta y de construcciones bajas y precarias, alejándose y con el bolso de Dino repleto de comida.
Por donde andaban no había comercios, era una zona residencial de casas de dos o tres pisos manteniendo el mismo estilo, algunas eran antiguas pero estaban bien conservadas. Llegaron a una esquina donde quedaban desentonaban las ruinas de una iglesia. Los rastros las paredes negras y maderas consumidas delataban de había sufrido un incendio. A Coqui le pareció raro pues el resto de las viviendas estaban en buen estado. Los edificios podían tener distintas antigüedades y por esto algunos estaban en ruinas, pero ninguno estaba destruido intencionalmente. Le preguntó a Dino, el cuál se sorprendió de lo observadora que era la chica y le respondió:
- Es cierto, no me lo había pensado pero ahora que lo hago recuerdo que hace unos días pasamos por una iglesia y también había sido incendiada, y creo que los primeros días he visto otra igual. Alguien las prende fuego.
- ¿Por qué será? - se preguntó Coqui.
- Creo que la ciudad se va alimentando de partes completas de otras ciudades, y a veces estas tienen iglesias, pero quizá estas puedan resultar un buen refugio para los que caemos aquí.
- O quizás el monstruo no puede entrar en ellas - propuso ella.
- Puede ser, entonces las destruye, para que a nadie se le ocurra entrar a ellas y salvarse de la bestia.
-¿Quién las destruye?.
- La vieja; esa bruja que nos metió aquí - dijo enojado Dino.
- ¿Bruja?. ¡Eso es!, puede que sea una bruja y odiará las iglesias que alguna vez las perseguían y las quemaban.
- Y por eso ella ahora las incendia - completó Dino. - Bueno, y que mas da, no nos sirve de nada saberlo, seguimos estamos atrapados tratando de sobrevivir - se quejó y siguieron caminando.
Llegaron a la esquina, donde comenzaban a verse edificios mas modernos, y apenas al girar se encontraron con la horrible presencia del monstruo a poco mas de una calle de distancia. Retrocedieron pero demasiado tarde, la bestia ya los había visto. Una vez mas estaban corriendo a toda prisa buscando un lugar donde ocultarse. Doblaron en la siguiente esquina, alejándose por el momento de la visión del monstruo que los perseguía. Dino le indicó un pequeño callejón que partía en dos la separación entre unos edificios.
Lograron entrar antes de que le monstruo doblase pero, al cabo de unos metros de avanzar hacia adentro, notaron que el callejón parecía terminar en una pared de ladrillos expuestos. Ya era tarde para volver atrás, pero si aquel ser entraba a buscarlos allí no tendrían manera de escapar. Prefirieron intentar abrir alguna de las pocas puertas que había. No tuvieron éxito, todas estaban cerradas con candados y eran de metal. Había una escalera de emergencias pero no llegaba hasta el piso y estaba demasiado alta para que pudiesen alcanzarla.
El monstruo aparecería en cualquier momento, ya no les quedaba mas opciones que ocultarse y esperar que no los viese si entraba al callejón. Se escondieron detrás de unos botes de basura y permanecieron allí en silencio. El tiempo se detuvo en la agonía de una espera interminable. Por fin pudieron ver entre los botes la figura de la bestia. Atravesó lentamente el sector de la calle que podían ver desde allí y continuó su camino. Pasaron unos segundos y a medida que continuaban pasando daba la impresión de que el peligro se alejaba. De todas maneras no se atrevían a salir de donde estaban ocultos. Debían ser pacientes y esperar lo necesario para asegurarse que el camino estaba despejado.
Echaron una última mirada y se disponían a salir cuando apareció la cabeza del monstruo asomándose por una de las paredes, al inicio del callejón. El temor los invadió y aumento cuando vieron como el ser olía el aire y luego penetraba en el callejón. Su cuerpo apenas entraba en el ancho de las dos paredes pero era suficiente. Caminaba lentamente hacia ellos, como si ya no tuviese que correr porque sabía que los tenía atrapados, sabía que pronto comería. No había manera de escapar, nada podía salvarlos.
Dino le dijo a Coqui en voz baja: - dejaremos que se acerque y luego saldré a toda prisa hacia él, cuando me atrape trata de aprovechar el momento y escabullirte. Es tu única oportunidad - completó.
Coqui no respondió, no se mostró a favor ni en contra de la idea, tan solo permaneció en silencio e inmóvil. En ese momento se oyó un grito humano. Procedía de alguna calle cercana. Era una mujer.
- ¡Hola! - se oyó nuevamente la voz, esta vez con mayor claridad. - ¿Hay alguien?.
Calcularon que debía estar acercándose. Miraron como la bestia giraba la cabeza, como analizando el sonido. Luego olfateó nuevamente el aire, como confundido.
Dino le susurro a Coqui: - creo que piensa que se equivocó, que aquí no estamos sino en la calle.
- Que mas da mientras se vaya - replicó Coqui en voz baja.
Mientras tanto la bestia daba media vuelta, dándoles la espalda, salía del callejón y se alejaba hacia el origen de los gritos. Cuando desapareció se pusieron de pie y avanzaron con cautela hasta la calle. La bestia ya no estaba. Volvió a oírse un grito, esta vez no era de desconcierto como las otras veces, sino de temor. La voz era mas aguda. Se oyeron varios alaridos mas, que llegaba doblando por la esquina. Se miraron y luego decidieron ir hacia allí. Al llegar vieron como a unos cincuenta metros una mujer de unos treinta años y rasgos orientales corría desesperada mientras el extraño ser, con pasos mas largos, le daba alcance. Al estar sobre ella, estiró su enorme brazo para agarrar con brutalidad su cintura y levantarla por el aire. Coqui giró la cabeza prefiriendo no mirar lo que vendría. Con el otro brazo, la bestia la aferró del tórax y tirando con fuerza hacia fuera la partió en dos como a un pedazo de pan. Dino hasta entonces seguía mirando pero debió dejar de hacerlo invadido por fuertes nauseas. Se repuso para oír a Coqui pidiéndole que se fueran de ahí. Dino. Aceptó sin dudarlo y se alejaron corriendo mientras el monstruo devoraba lo que quedaba de aquella pobre mujer, que sin saberlo, les había salvado la vida.

6

Se encontraron con el José y su hija en una vieja biblioteca frente a una pequeña plazoleta con una estatua ecuestre al centro. Coqui trató de reconocer sin éxito al general que posaba sobre el caballo. La figura de bronce estiraba su espada hacia delante, animando a un supuesto ejercito que lo seguía a enfrentarse contra el enemigo.
La biblioteca era un edificio estilo romano, cuadrado y de cemento grisáceo. La puerta de dos piezas estaba elevada y se accedía a ella subiendo por una amplia escalinata de peldaños pequeños, el techo a dos aguas se sostenía por cuatro columnas dóricas, dando espacio a un hall exterior apenas decorado. La puerta estaba entre abierta y dibujaba sobre el piso del interior un haz de luz solar rectangular. Entraron sin tener que moverla, desdibujando por un momento el rectángulo de luz con sus sombras. El aire en el interior era mas frío y seco. Pasado el hall interior, decorado con mármol blanco y negro, bajaron una pequeña escalera que los llevó a una gran sala con paredes revestidas en madera oscura e incalculables estantes repletos con libros. En el centro había numerosos escritorios provistos con veladores de mesa dorados. En algunos habían libros abiertos, como si los hubiesen abandonado de repente. Se acercaron a uno donde reposaba un ejemplar de un manuscrito de aspecto ancestral. Sobre el libro, que estaba abierto casi por la mitad, habían dejado una lupa. Coqui lo tomó y buscó sin éxito el nombre del autor. Decidió dejarlo donde estaba y no indagar mas sobre el asunto. Dino, desinteresado de los libros, se sentó sobre una mesa larga que presidía el inicio de una nueva estantería y se remitió a esperar.
- Ya vendrán – supuso echando una breve mirada a la puerta del salón.
Unos diez minutos mas tarde José y su hija entraban a la biblioteca. La niña cargaba una mochila con medicamentos y algunas botellas de agua. José sostenía en cada brazo bidones cargados con un líquido que despedía olor a gasolina.
- Bueno, vamos – ordeno a todos Dino mientras avanzaba hacia una pequeña puerta en una esquina. Esta daba a un pasillo angosto que llegó hasta una escalera de cemento que subía en caracol. Salieron a una calle lateral por lo que parecía una puerta de emergencia, luego siguieron por esa calle unos diez minutos hasta que se detuvieron frente a un galpón. Dino y José se arrodillaron y empujaron hacia arriba para levantar la persiana metálica. Esta cedió ruidosa, pasaron al interior y luego volvieron a cerrarla.
Adentro, en el centro de lo que parecía un viejo taller mecánico, relucía la figura de un auto. José encendió una lámpara y la luz lo iluminó, mostrando su chapa pintada de rojo.
- Este es mi chico – le confesó Dino a Coqui, la cuál miraba el vehículo sin demasiada emoción. – es un Torino viejo, pero pronto va a sacarnos de esta ciudad para siempre, es cuestión de trabajarle un poco el motor – entonó con voz esperanzada.
Esa tarde Coqui se dedicó a tratar de descansar. Se recostó sobre un rotoso sofá de tela verde y trató de invocar sin mucho éxito el sueño. No le resultaba fácil relajarse con el ruido de martillazos sobre metal que hacían Dino y José mientras rectificaban el motor del auto. Decidió alejarse a una habitación en la planta superior. Allí estaba Mina, sentada en una silla en silencio y mirando el débil sol de la tarde hundiéndose entre los edificios. Coqui se aproximó a ella con mansedumbre y se sentó en una silla que arrimó a su lado.
- Hola – le dijo Coqui acompañándola en la mirada al atardecer, - no me gustan las ciudades, prefiero el campo – le comentó.
Pero la niña no respondió, quedó mirando el cielo que se apoyaba sobre el cemento de la ciudad. Decidió entonces que no debía decir nada mas, se acomodó en la silla y se unió a su silencio.
- Desearía vivir en el campo – dijo de pronto la niña.
Coqui se sorprendió de oírla hablar por primera vez. Pensó en bajar y comentárselo a su padre pero estaba cómoda así que prefirió quedarse allí y decírselo mas tarde.
Hablaron un rato, no demasiado, sobre el campo y sus ventajas. Coqui percibió un aire de confianza entre ambas. La conversación fue diluyéndose hasta que Mina le dijo que se recostaría un poco porque estaba cansada. Coqui hizo lo mismo, ya había terminado de caer el sol y estaba oscureciendo cuando se durmió.
A la mañana siguiente José las despertó. Estaba manchado con grasa en sus manos y en sus ropas, habían trabajado varias horas mas durante la noche hasta que el auto estuvo listo. Al bajar lo vieron, no parecía haber cambiado en nada para Coqui por lo que no hizo comentarios, pero la diferencia principal era que ahora funcionaba el motor.
Cargaron las provisiones, las ropas y los medicamentos, llenaron el tanque de combustible y subieron todos al auto. Dino manejaba y José, luego de abrir la puerta del garage, se sentó a su lado. Coqui y Mina se situaron atrás. Salieron y tomaron una avenida que iba hacia el norte. Pasaron por una plaza cuyo centro lo adornaba un asta de bandera vacía. Coqui la observó y notó como la cuerda de la bandera que alguna vez ondeó se mecía como un péndulo por el viento. La avenida terminó contra una calle de empedrado que debieron tomar para buscar alguna otra manera de seguir hacia el norte. Encontraron una calle que subía apenas inclinada, una loma y luego se encaminaba recta hacia la dirección deseada. Varias calles mas adelante culminó en un callejón sin salida por lo que debieron retomar y buscar otra calle que enseguida encontraron. Así continuaron intentando salir de la ciudad, siempre hacia el norte, durante toda la mañana. La urbe no parecía terminar, no había autopistas ni comenzaba a haber campo, ni siquiera se espaciaban mas las edificaciones, era todo igual, parejo, infinito y eterno.
- No hay salida – dijo José por primera vez.
- No es posible, debe haberla – se quiso convencer Dino.
Entonces pasaron junto a una plaza, en el centro había un asta, incluso a pesar de esta hubiese pasado desapercibida pero también estaba aquella cuerda, meciéndose por el viento de la misma manera que la que Coqui había visto antes.
- Ya pasamos por aquí – aseguró entonces.
- Es imposible, siempre maneje hacia el norte, estoy seguro - la contradijo Dino.
- Como digas, pero ya pasamos por esta plaza - dijo Coqui señalándola, - y también estoy segura. Pero nadie la recordaba, por lo que Coqui especificó aún mas – pasamos por aquella avenida – dijo refiriéndose al lado opuesto, recuerdo el mástil y la soga colgando, estoy segura de haberla visto – sentenció.
- Puede que sea otra plaza similar, muchas tienen mástiles con cuerdas – dijo José.
- No, estoy segura que era esta – afirmó Coqui.
- Bueno, de todas maneras no nos queda mas que seguir al norte y buscar una salida – concluyó Dino.
Pasó mas de una hora cuando vieron lo que parecía la misma plaza. Esta vez todos tuvieron la sensación de que Coqui estaba en lo cierto. La cuerda se movía de la misma manera que las otras veces, era como si la plaza estuviesen viviendo el mismo momento una y otra vez.
Dino, con voz de irritación dijo – ya veremos si es la misma plaza – y a continuación subió el Torino a la acera y recorriendo los jardines de la plaza se dirigió hasta el asta. Al llegar no se detuvo, atropellándolo. El poste, luego de tambalearse, cayó hacia un lado quebrándose en su base. Dino volvió el auto al camino repitiendo que ya sabrían si se trata de la misma plaza.
Siguieron por las calles hacia el norte, aunque esta vez comenzaron a dudar si el punto de referencia era el mismo, por momentos sentían como si el norte fuese cambiando de dirección aunque la calle por la que anduvieran fuera una recta.
Había pasado al menos otra hora cuando volvieron a encontrarse con la plaza. El mástil ahora estaba tirado a un lado, con la base partida.
- Estamos dando vueltas en círculos – dijo alarmado José.
Dino detuvo el auto y bajó para asegurarse de que el mástil era el mismo que había derribado, luego se pasó la mano por la frente, como cansado e intentó explicar – es como si la ciudad fuese una bola, una esfera redonda, no se, es una especie de planeta pequeño.
- No puedo creerlo – dijo José desanimado, viendo que sus esperanzas de abandonar la ciudad se desvanecían.
Entonces se oyó un grito ya conocido y temido, era el monstruo.
- Esta cerca – analizó José buscando deducir el origen del sonido.
- Salgamos de acá – dijo Dino mientras se subía al auto.
Aceleró por la avenida alejándose y esperando no cruzarse con el monstruo, pero no tuvieron suerte; la bestia apareció por la esquina de la calle mas próxima y se paró delante de ellos cortando parte de la avenida. Dino giró el volante hacia la izquierda, tratando de evitarlo , pero al pasar junto a él, este golpeo con su brazo la parte trasera del vehículo, el cuál giró la cola hacia un lado. Dino perdió el control y gritó que se agarrasen mientras trataba de evitar que el auto chocase de frente un farol al borde de la acera, entonces el auto giró hacia el lado opuesto y, ya sin control, subió a la vereda y golpeó de frente un par de botes de basura antes de estrellarse contra la fachada de una florería cuyas plantas estaban todas secas y marchitas.
José fue el primero en levantar la voz para preguntar si estaban todos bien, pero al girar a su izquierda supo que no era así. La cabeza de Dino colgaba del volante, su rostro ensangrentado y apenas reconocible por las heridas había quedado mirándo hacia él. lo, sus ojos estaban cerrados y no parecía estar vivo. Había destruido el vidrio delantero con su frente y un pedazo afilado se había clavado cerca de su garganta. José intentó reanimarlo pero Dino no reaccionó – Al menos ha muerto en su auto – pensó José intentando consolar su alma.
Las chicas atrás estaban golpeadas pero bien, Coqui tenía un dolor en el pie izquierdo pero anunció que podía caminar y Mina solo mostraba un pequeño rasguño en su frente. La parte delantera del vehículo estaba completamente destrozada por lo que José debió pasar al asiento de atrás y salir por la puerta de Mina, la única que lograron abrir. Abandonaron el auto y el cuerpo de Dino y corrieron al interior del local, encontraron una salida a un callejón en la parte trasera y escaparon por el.
El monstruo se acercó al auto donde los olores esparcidos por el aire de los perfumes rotos impidieron que utilizara su olfato para seguir a los sobrevivientes.
Se alejaron todo lo que pudieron en silencio, nadie quiso hacer comentarios sobre lo sucedido. Se detuvieron solo un momento cerca de una bodega donde encontraron algo de pan en buen estado, hasta que al caer la tarde buscaron refugio en una casa de dos plantas con balcones de estilo colonial. Allí decidieron quedarse a pasar la noche.


7

Coqui no supo que hora era ya que su reloj había dejado de funcionar, pero sabía que era plena noche ya que la luna llena dibujaba un perfecto círculo blanco brillante en el centro del cielo. Se había despertado exaltada, enseguida supo que estaba teniendo una pesadilla, aunque al despertar y recordar el lugar donde estaba dudo si no estaba mejor en su sueño. Le dolía la mandíbula y supo que era porque había estado apretando sus dientes con fuerza.
Tenía sed por lo que buscó la única botella de agua mineral que tenían y bebió un trago, luego se asomó por la ventana para encontrar una calle desolada y en calma. Estaban en la segunda planta de la casa, en lo que alguna vez había sido la habitación de huéspedes de una familia adinerada. José y Mina dormían en silencio. Trató sin éxito de hacer funcionar el reloj y luego decidió quitarselo y abandonarlo sobre una mesa pequeña pensando que la próxima vez que pasaran por un centro comercial tomaría uno nuevo y mas moderno.
Había perdido el sueño por lo que decidió tomar una silla y sentarse junto a la ventana para no perturbar el reposo de Mina y José. Se sentó y miró a lo lejos sin enfocar en nada en particular, la calle seguía sumida en un estado de quietud absoluta cuando a lo lejos creyó ver algo apenas perceptible que se movía. Concentró la vista en el punto donde parecía estar el objeto que se movía. En un principio no pudo distinguir nada pero de pronto notó un reflejo de la luna sobre algo parecido a un cristal que brillaba calle arriba. Se aseguró que no era su imaginación y pudo notar que lo que fuese que se movía se estaba acercando. Ahora sí Coqui decidió que debía despertar al menos a José, y avisarle.
Se acercó y al apenas moverlo José se puso de pie y le preguntó en voz baja que ocurría. Coqui le indicó la ventana y le describió brevemente que había visto algo moviéndose afuera. Se acercaron juntos a la ventana y José se asomó lo justo para poder ver la calle. A lo lejos distinguió enseguida que algo se movía lentamente en dirección hacia ellos.
Coqui había visto un reflejo pero este ya no se notaba, ahora era algo que se movía, algo que poco a poco fue tomando la forma de una figura humana.
- ¿Será otro náufrago? – sugirió en voz susurrante Coqui.
- No lo creo. Quien quiera que sea parece demasiado tranquilo para estar perdido y solo en una enorme ciudad desierta – opinó José.
Comenzó a oírse el rítmico ruido de los pasos quebrando el silencio de la ciudad vacía. Quien quiera que fuese que caminaba llevaba un andar lento y parejo. Entonces el reflejo que había alertado a Coqui en un principio volvió a verse. Era la luna que se refractaba en algo, un objeto que la misteriosa figura llevaba en sus manos. José creo que se podía tratar de un espejo pero cuando ya estaba mas cerca pudo rectificares, era un objeto de cristal pero con forma circular, una bola de cristal. Debió estar todavía mas cerca, casi al pasar por la vereda del frente a la casa donde se escondían, para reconocer que la persona era la misma anciana que los había invitado, con diferentes excusas, a pasar a su casa y luego había engañado para atraparlos en la ciudad. En su andar no se notaba temor ni preocupación en absoluto de encontrarse con la bestia, era como si sencillamente estuviese dando un paseo bajo la hermosa noche de luna llena y clima templado. Pasó por enfrente de la casa y siguió su camino, sin detenerse ni observar nada en la casa donde se escondían, como si su único objetivo fuese disfrutar de su paseo. Llegaron a verle el rostro, su expresión ya no representaba la amable abuelita que los había invitado a su casa sino el de una bruja anciana decrépita, cargada de maldad y odio. Pero de todas maneras estaba sola e indefensa, la bestia no daba muestras de estar cerca, por lo que José decidió que debían bajar a la calle y seguirla. Coqui acepto sin reparos y en silencio descendieron por la escalera de mármol gris y salieron a la calle. Decidieron que lo mejor era dejar a Mina, la cuál dormía sin perturbaciónes.
La vieja, de espaldas a ellos, avanzó hasta la siguiente esquina y desapareció doblando a la izquierda.
- Demos la vuelta y por el otro lado y la interceptamos en la siguiente esquina – sugirió José mientras comenzaba a alejarse hacia la dirección propuesta.
Apuraron el paso por la calle paralela mas próxima y volvieron a tomar la siguiente lateral hasta la esquina donde debía aparecer la anciana. Se escondieron detrás de un auto desmantelado que estaba aparcado junto a un puesto de periódicos cerrado. Esperaron pacientes hasta que la vieja apareció de frente a ellos y manteniendo su paso lento y despreocupado. A través de las ventanas sin cristales del auto pudieron verla perfectamente. La esfera de cristal que llevaba en sus manos brillaba de manera mágica y sin necesidad de la luz pálida de la luna, parecía tener energía propia. Notaron como de su cuello colgaba algo, era metálico y cuando paso junto a ellos pudieron estar seguros de que se trataba de una llave. Enseguida José y Coqui se miraron pensando lo mismo.
- Es la llave – le dijo en voz baja Coqui.
- Si, eso creo. Debemos quitársela, es nuestra oportunidad, el monstruo no esta cerca – sentenció.
La vieja se había alejado ya unos metros cuando decidieron salir de atrás del auto y avanzar deprisa hacia la anciana. Esta, al las ruidosas pisadas que hacían eco en las paredes de los edificios deshabitados giró hacia ellos.
- Ya la tenemos – festejó José mientras se acercaron hasta tenerla al alcance de su brazo. Pero los ojos de la vieja se enverdecieron de repente y apretando la bola de cristal gritó: - ¡este es mi mundo!.
Luego una fuerza invisible que partió de la esfera los impulsó varios metros hacia atrás, como si fuese un viento huracanado aparecido de la nada. Coqui y José volaron hasta caer sobre el asfalto en el medio de la calle. Luego la anciana siguió su camino hasta la próxima calle. Coqui tardó en reponerse de la caída que le había provocado un dolor de cintura y un golpe en la cabeza. José también se había golpeado la nuca contra el piso pero se repuso enseguida y volvió a cargar contra la anciana.
Esta se quitó la llave y la colocó en una puerta llegando a la esquina. Era la puerta de su casa, la misma que habían visto al entrar por primera vez en el mundo real, el símbolo de óvalos y la madera verdosa se los delató. José corrió lo mas deprisa que pudo pero no fue suficiente, la anciana ya había abierto la puerta y cuando llegó a ella no pudo evitar que la cerrase, desapareciendo tras ella.
Inútil fue intentar abrirla hasta que decidieron que lo mejor sería escapar antes de que el monstruo se hiciera presente.
Fueron hasta la casa donde aún Mina dormía desentendida, la despertaron y huyeron buscando un nuevo y lejano refugio donde descansar el resto de la noche.

8

Era una mañana un poco mas fría que las anteriores, algunas nubes del sur venían barriendo el cielo y cambiando su color celeste por un gris desparejo. Coqui, a pesar de todo, había dormido bien, esa noche no recordaba haber soñado.
Se despertaron tarde, comieron pan con miel y tomaron jugo de frutas, luego salieron en busca de otro lugar sin rumbo. No habían ánimo, no había mas ideas, tras el frustrado intento de fuga y la muerte de Dino se habían acabado las esperanzas, el único plan había terminado, ahora para José no quedaba otra alternativa que sobrevivir un poco mas, hasta que todo acabase un día que el monstruo los encuentre.
Pasaron la mañana en una calle peatonal, se cambiaron la ropa y tomaron nuevos perfumes. En una casa de electrodomésticos vieron como un montón de televisores encendidos mostraban el blanco de la falta de sintonía. Encontraron una cabina de teléfono pública pero la línea estaba muerta. En cada momento estaban pendientes de la aparición de la bestia. Podía surgir de cualquier esquina y acabar de inmediato con ellos. Seguramente estaría por esos momentos recorriendo las calles como ellos y no había nada que pudiesen hacer, ya era quizás el único destino posible y comenzaban a aceptarlo.
Entonces oyeron en la lejanía el grito del monstruo, al que ya con temor reconocían. Los sonidos eran los que habían oído la primera vez que lo vieron y luego cada vez que los atacaba, por lo que supusieron que un nuevo y desdichado individuo había entrado a la ciudad y probablemente sería la próxima víctima. Se imaginaron el desconcierto y la sorpresa que estaría sufriendo al ver a esa horrible bestia atacándolo sin piedad. Coqui propuso ir y hacer algo.
- ¿Algo? – respondió preguntando José, - ¿qué es algo?, ¿ver como muere y es devorado?, no – continuó resignado - , no hay salvación para el que ha entrado en la ciudad.
- Podríamos ayudarlo, al menos advertirle – propuso Coqui
- Será mejor que no se entere y muera lo antes posible, así no sufre nuestro calvario. Salvarlo sería solo extender su agonía – afirmó demostrando su falta de esperanza.
Se volvió a oír el grito, un poco mas cerca esta vez, seguramente ya había avistado a su víctima. La bestia, de alguna manera, sabía cada vez que había entrado una nueva víctima, pensaron que quizás la vieja le avisaba de alguna manera y le decía por donde estaba la puerta por la que había entrado. Entonces solo era cuestión de ir donde estuviese y atacar a un ser desprevenido.
- Bueno – dijo por fin José, - vamos a ver si podemos hacer algo – dijo y fueron sin apuros hacia donde se había oído el último de los sonidos.
Se estaban acercando cuando comenzaron a oír más gritos del monstruo, como si ya hubiese encontrado y se estuviese enfrentando a su víctima. De pronto se oyó, por primera vez, una especie de quejido de dolor proveniente de la bestia. Llegaron a una plaza donde vieron como un hombre joven huía a toda prisa mientras el monstruo trataba de seguirlo sin velocidad y caminando de manera despareja. Sus pies dejaban unas huellas de un líquido verdoso que parecía ser su sangre. Mas atrás se veían vidrios rotos esparcidos por el pavimento. Antes de perderse por una callejuela, el hombre giraba, enfrentando al monstruo que se acercaba con dificultad. Tomó una piedra y la arrojó al cristal de un auto, quebrándolo, luego patio con sus zapatos los vidrios rotos, esparciéndolos por la entrada de la bocacalle. La bestia se detuvo frente a estos y gritó con furia mientras el individuo escapaba.
Lo encontraron en la salida de la calle contigua. El hombre caminaba nervioso pero seguro de sí mismo. Al verlos se acercó como para avisarles que existía un horrible monstruo suelto por el barrio.
- Es una especie de minotauro – lo describía Murat Rutze esa tarde, recordando su cuerpo deforme y sus ojos verde brillantes, mientras descansaban en un café que parecía tener al menos cien años. Rutze no quiso contar mucho de su vida, solo aclaro que sabía muy bien como defenderse a pesar de que no era necesario una aclaración ya que lo había demostrado. Tenía veintisiete años y era de cuerpo flaco pero atlético. Usaba gafas sin armazón y tenía el pelo muy corto. Su ropa no aclaraba ni su profesión ni su calidad de vida, era sobria y cómoda, ideal para sobrevivir.
José le había contado todo lo que sabía sobre el lugar y lo que había sucedido desde que llegaron. Como era de esperar, Rutze tardó en asimilar que lo que le decían sobre el lugar donde se encontraba era cierto. Luego hablaron sobre la bestia.
- Recuerdo que vi sus pupilas, eran muy extrañas, con un símbolo grabado en el centro de ellas – describió. – También tenía algo que colgaba de su cuello, era como una especie de llave dorada, apenas visible en su pecho – agregó esforzándose por recordar.
- ¿Qué será? – pregunto en voz alta Coqui.
- Es igual, no hay nada que podamos hacer, tarde o temprano nos va a encontrar – maldijo José.
- El problema es que siempre se dedicaron a huir y no a enfrentarlo. Esta claro que escapar no es la solución, lo único que se puede hacer es luchar – animó Rutze poniéndose de pie y caminando entre las mesas.
- Es fácil decirlo, pero ...
- ¡Pero nada! – lo interrumpió Rutze, - yo pude herirlo y estaba solo y no sabía ni siquiera que era esa cosa, debemos pasar al ataque, entre todos podemos vencerlo – enfatizó.
Coqui, que se mantenía se mantuvo al margen de la discusión pero estaba de acuerdo con lo que Rutze decía, pensaba que con el fracaso de salir de la ciudad en coche la estrategia de huir ya no tenía sentido.
- ¿Tu que piensas? – le preguntó entonces José a Coqui.
Se tomo su tiempo antes de decir: - El monstruo no es invencible, lo vimos herido, sabe cuando alguien nuevo entra, es su comida y juega con el factor sorpresa, nadie espera encontrarse a una bestia cuando todavía no sabe ni siquiera que la ciudad ha cambiado y nadie sabe que hacer. Ha matado a muchos pero la mayoría ni siquiera huye, se quedan pálidos e inmóviles del desconcierto y son presa fácil, pero los pocos que logramos huir, sea por medios propios o por hechos fortuitos - dijo pensando en como se había salvado Coqui – si nos organizamos podemos luchar y vencerlo.
- Esta bien – cedió José, - vamos a intentarlo.
Esa noche José y Rutze se quedaron hasta tarde pensando y planificando las maneras posibles para acabar con la bestia. Coqui al principio estuvo en la mesa con ellos pero, al cabo de una hora de proponer diferentes opciones y discutirlas, comenzó a sentir sueño por lo que se fue con Mina, la cuál descansaba en una habitación pequeña al fondo del bar.
El problema principal era que no sabían como lograrían atraerlo hacia ellos y tampoco por donde aparecería. A Rutze se le ocurrió entonces cercar varias algunas calles para asegurarse el camino que tomará cuando los siga. Luego faltaba la trampa, debía ser algo que no pueda descubrir, pero no sabían que tan inteligente era el monstruo. Parecía ser astuto pero cuando atacaba la única ventaja real que poseía era su fuerza.

9

A la mañana siguiente, cuando Coqui se despertó, José y Rutze ya estaban levantados y terminando de discutir los detalles del plan. Desayunaron rápido y luego José salió. Mina estaba conversando con Coqui y al pasar junto a ellas saludo a su hija y les dijo que pensaba volver en menos de una hora. Antes de alejarse le pidió a Coqui que cuidase de Mina. Se sintió bien al enterarse de que Mina ya hablaba y cada vez mas fluido, quizás eso había ayudado para que no arrojase la toalla luego de lo de Dino.
- ¿Crees que saldremos alguna vez de este lugar? – le preguntó Mina a Coqui antes de llevarse a la boca un trozo de pan.
- No se – respondió con sinceridad, pero luego al levantar la vista y ver a Mina a los ojos percibió cuán necesario era para ella obtener un sí de respuesta, por lo que agregó: - pero tengo esperanzas, tu padre y Rutze están trabajando para acabar con esa bestia.
- Espero que lo logren, quiero volver a casa.
- No te preocupes, todo saldrá bien – la animó.
Mientras tanto Rutze seleccionaba algunas botellas de entre las de la barra del bar y las elegidas las iba dejando enfiladas sobre una de las mesas. Luego tomó algunos de los manteles blancos de las mesas y con un cuchillo que tomó de la cocina, comenzó a cortarlos en tiras.
Mas tarde llegó José, el cuello de su camisa estaba mojado de sudor, cargaba dos bidones de gasolina, esta vez eran mas grandes que los que había traído para el auto. Los dejó en la puerta y avanzó hasta la mesa de las botellas. Observándolas opinó:
- Son muy frágiles.
- Exacto, así se rompen con mayor facilidad – le explicó Rutze que seguía cortando tiras de tela.
José se sorprendió por su conocimiento sobre el tema.
- ¿A que te dedicabas? – quiso saber.
- Que importa – respondió evadiendo la pregunta mientras agrupaba las tiras de tela y las llevaba hacia la mesa de las botellas.
- Acerca el combustible y presta atención, voy a explicarte como armar un cóctel Molotov – le indicó.
Fue a los baños y vació una botella de whisky, luego le pidió a Coqui y a Mina que hagan lo mismo con las demás. Luego se sentó con José y juntos armaron varios cócteles.
Esa tarde salieron a patrullar la ciudad. Por delante caminaba Rutze, vestido con un chaleco de cuyos bolsillos sobresalían botellas. Tenía un mechero en la mano y jugaba con él mientras caminaba tratando de ocultar sus nervios. Más atrás iba José, cargando con mas botellas y un bidón mediano con gasolina. A unos pasos iban Coqui, cargando un bolso con botellas vacías y tiras de tela, y Mina que se mantenía a su lado sin despegarse.
Pasaron una avenida y dos calles más a plena luz de un sol estampado en un cielo que parecía de cristal azulado.
Tomaron una calle lateral y avanzaban cuando comenzaron a sentir la presencia cercana del monstruo. Se oyó por fin el grito de guerra y su figura apareció delante de ellos. De frente daba la impresión de ser mas enorme aún. Sus hombros eran desproporcionados con respecto a su cuerpo, tenía los antebrazos anchos y venosos. Miró a Rutze con odio en sus ojos, como si reconociera que él era quien se le había escapado el día anterior y quien además lo había herido. José se agazapó detrás de una furgoneta sin ruedas y le indicó a Coqui y Mina que se oculten y ellas obedecieron, escondiéndose tras las columnas de la entrada de una casona de roble antiguo.
Rutze tomó la mayor de las botellas y, aproximándola al mechero, encendió la tela que sobresalía. La bestia detuvo su avance y miró con expresión de desconcierto, como sabiendo que su víctima tramaba algo, pero de todas maneras continuó su avance. Entonces Rutze le arrojó con fuerza la botella. Esta recorrió el espacio que los separaba y se estrelló apenas debajo del cuello del monstruo, el cuál no se movió ni intentó eludirla.
Festejaron el impacto, pero enseguida comprobaron que la bomba no había explotado y que el cuerpo del monstruo no se había prendido fuego como esperaban. La breve deducción de Rutze fue que su fallo había estado en la mecha, se había apagado en el aire. Los vidrios cayeron a los pies del monstruo.
A pesar de reaccionar de inmediato y tomar otra botella, no tuvo el tiempo necesario para encenderla. La bestia se abalanzó sobre él y lo impacto con un fuerte golpe cruzado. Su cuerpo voló desarmado por el aire hasta caer un par de metros a un lado y rodar hasta la vereda. Estaba vivo pero no pudo ponerse de pie. Su rostro lo atravesaba un hilo de sangre que partía de su sien, también sentía un fuerte dolor en su torso, evaluó que al menos tendría dos costillas rotas y un esguince de tobillo que le impedía caminar. El caer todas las botellas que le quedaban se habían roto, esparciendo los vidrios por la zona.
La bestia se dirigió hacia él pero se detuvo cuando José, que había ya encendido una botella, se acercó para distraerlo mientras Rutze trataba de protegerse.
El monstruo entonces enfrento a José, y este, al tenerlo de frente, le arrojó la botella. Pero el vuelo, sin precisión, pasó a un lado de la cabeza del objetivo y continuó su vuelo hasta caer mas atrás en la calle. Esta vez si se mantuvo encendida he hizo explosión, prendiendo fuego un buzón y un coche blanco aparcado. Mientras tanto, y aprovechando la distracción de José, Rutze se arrastró hasta una alcantarilla y se ocultó dentro de ésta. Pero el monstruo optó por atacar al otro hombre, el cuál había quedado descubierto en el centro de la calle. José entonces corrió con desesperación y lo hizo en dirección a la casa donde estaban Mina y Coqui. La puerta estaba abierta y José les grito que entrasen. Ellas lo hicieron y se quedaron en una gran sala decorada con muchos adornos de porcelana y pinturas oscuras. Se asomaron por la ventana para ver como José era perseguido de cerca por la bestia.
Llegó con lo justo a refugiarse dentro de la casa y cerró la puerta apenas a tiempo. Pero el monstruo que venía corriendo, con el impulso golpeó la puerta, partiendo la madera. Retrocedió y volvió a cargar contra la entrada, esta vez los vidrios de las ventanas estallaron y el piso de la sala se inundó de cristales rotos. Los tres se escondieron debajo de una gran mesa cuando la bestia golpeó por tercera vez la puerta y esta terminó de partirse, acompañada por la pared del frente, la cual se abrió en dos partes, dejando un hueco por el cuál el enorme cuerpo de la bestia podía pasar. El techo se derrumbó dejando por completo al descubierto la sala. La mesa quedó bajo los escombros, tapada por unas vigas de madera, pero el monstruo comenzó a quitar los trozos hasta llegar a la mesa. Entonces José les gritó a Coqui y a Mina que salieran lo más rápido posible. Los tres lo hicieron justo para sentir como, con un golpe frontal, el monstruo aplastaba la tabla de la mesa.
Los tres quedaron atrapados entre las paredes blancas de la sala, el monstruo avanzó algunos pasos hasta arrinconarlos por completo. Mina se hecho en llanto y José la abrazó con ternura y tristeza, como aceptando el inevitable final, Coqui tan solo se quedó inmóvil de pie contra la pared.
El monstruo gruño con odio antes de su último ataque, pero entonces, desde algún lugar no muy lejano, y por detrás del cuerpo de la bestia, vieron como se acercaba por el aire un objeto luminoso. Recién al estar sobre el cuerpo de la bestia reconocieron que se trataba de una antorcha encendida.
Golpeó sin mucha fuerza la parte alta de la espalda de la bestia, sin hacerle daño, pero al tocar el fuego la piel rojiza del monstruo, su cuerpo entero se envolvió en llamas. El combustible que lo había rociado con la primar botella se había encendido. La bestia comenzó a caminar sin destino, gritando y retorciéndose con desesperación. Intentó sin éxito apagar su cuerpo golpeándose contra las paredes y por fin cayó al piso. Giró y continuó retorciéndose hasta que por fin el fuego lo venció. Luego el fuego fue apagándose, dejando por debajo solo un cuerpo deforme y carbonizado.
Nadie festejó, nadie dijo nada en realidad, se hizo un silencio que todos respetaron mientras miraban el cuerpo sin vida que yacía desparramado entre los restos de la casa.
José fue el primero en ponerse de pie, también fue el primero en mirar de donde habían arrojado la antorcha que mató a la bestia. Fue entonces el primero en verlo, luego lo hizo Coqui y Mina y por último Rutze, que a pesar de sus heridas había logrado ponerse de pie.
El que había lanzado la antorcha fue Dino.

10

- ¡Dino! – gritó José feliz de verlo con vida.
- Quien mas sino – respondió y se abrazaron con euforia.
Coqui y Mina se acercaron también y lo saludaron.
- Bueno, ¿cuando nos vamos? – preguntó Dino.
- No deseas pasar por el centro comercial antes – bromeó José.
- Gracias, pero ya estoy aburrido de esta ciudad – sentenció riendo.
- ¡Miren! – los interrumpió Coqui señalando hacia el margen izquierdo de la avenida. Allí, visible entre locales comerciales, estaba la puerta, inconfundible, de madera verdosa y despintada.
Se acercaron al cuerpo de la bestia, que ahora era una masa negra deforme, y reconocieron en su cuello la llave, que brillaba intacta. Rutze se puso de rodillas y se la arrancó. Entonces se sintió en el aire un cambió. Comenzó a soplar un fuerte viento sin una dirección clara, como si fuese un remolino. La tierra debajo de sus pies se empezó a mover.
- ¿Qué pasa? – gritó Mina.
- Parece un terremoto – describió Coqui preocupada.
Se formaron gritas en el asfalto y los edificios fueron perdiendo estabilidad.
- ¡Vamos! – ordenó Rutze mientras corría apresurado en dirección a la puerta. Todos los siguieron lo más rápido posible.
Se desprendían pedazos de las paredes y polvo. Los pedazos se convirtieron en bloques enteros y algunas de las construcciones se desplomaron por completo. El ruido crecía y la ciudad cada vez temblaba más, como si fuese a despedazarse por completo.
Llegaron hasta la puerta, Rutze introdujo la llave en la cerradura y la giró. La puerta por fin se abrió.
Mientras tanto los demás observaban como el mundo entero se derrumbaba. Vieron que el cielo azul cambiaba su color por un turquesa claro, luego comenzó a agrietarse, como si la atmósfera fuese un cristal. Las grietas se expandieron y se unieron de en varios puntos, formando puntos cada vez mas pequeños.
- ¡Salgamos de acá! – gritó Rutze al ver hacia atrás el espectáculo y desapareció en el interior de la casa. Lo siguió José, luego Mina, Coqui y por último Dino. El cuál cerró la puerta a su espalda y se apoyó sobre esta agitado, consciente que detrás de esta una ciudad misteriosa dejaba de existir.
Miraron el lugar donde estaban, era la misma sala donde había comenzado todo. El lugar permanecía idéntico a como se lo imaginaban; los óleos oscuros, los sillones de terciopelo, la mesa pequeña entre ellos.
Sentado en unos de los sillones, en el que se había sentado siempre, descansaba el cuerpo de la anciana. Pero ahora no tenía vida y apenas podían reconocerlo, estaba carbonizado, al igual que la bestia, se había prendido fuego. Sus rostro, desfigurado y consumido mostraba aún unos ojos que parecía que miraban. Eran verdes, brillantes.
Trataron de evitar mirarla, pasaron a un lado del sillón y caminaron en fila hacia el pasillo del fondo. Allí vieron un camino recto hasta otra puerta cerrada, replica exacta a la del lado opuesto. Pasaron junto a la habitación donde el baúl reposaba en el centro, listo para que otra víctima lo cargase hasta arriba del armario. Llegaron al final del corredor, abrieron la puerta y pasaron a un salón exacto al que estaba del otro lado. Pero era mas que exactitud, allí, sobre el sillón, estaba el cuerpo quemado de la anciana. Entonces entendieron que la casa poseía una simetría especial, mágica, creada para confundir a las presas del monstruo, que para conectarse con el mundo real se ocultaba en el cuerpo de una anciana.
Al pasar por segunda vez frente al cuerpo de la vieja, Coqui detuvo al resto
- Esperen – solicitó. Luego se acercó a la vieja y observó un objeto que aún sostenían sus manos huesudas.
Era una bola de cristal.
La miró con detenimiento. Parecía esos regalos que se encuentran en los bazares, se veían la imagen de una ciudad. En el centro había una figura que enseguida reconoció, era la bestia. A su espalda se veía también una puerta en miniatura, dibujada sobre una pared blanca. Coqui la tomó con sus manos y la levantó sorprendida para que todos pudiesen observar su interior. Los demás se acercaron. Pero el monstruo comenzó a arder de repente. Lo hizo por unos segundos y, cuando ya se había consumido, la bola comenzó a agrietarse hasta romperse. Los cristales se expandieron por la sala y todos retrocedieron.
- Salgamos ya de este lugar – pidió Mina.
- Si, vamos – se sumó Dino caminando a la puerta que daba a la calle. Todos los siguieron.
José fue el que tomó el picaporte y se detuvo un instante, deseando a sí mismo que afuera encontrase un mundo y entero y real. Luego abrió. El sol barnizó sus rostros y pudieron ver una calle en que parecía normal, pero desierta. Fue tan solo un instante, entonces apareció un peatón, era un anciano paseando a su perro que los miró sorprendidos al ver que estos lo miraban asombrados a él.
Salieron de inmediato a la calle y vieron como de la esquina un puñado de autos avanzaban, aprovechando la luz verde.
- ¡Sí! – gritó Rutze festejando. José abrazó al anciano cuyo perro gruño en defensa de su amo. Coqui y Mina también se abrazaron y Dino se sumo a los gritos de alegría.
Luego se estrecharon las manos y se despidieron como si se tratase de amigos de toda la vida.
No sabían cuanto tiempo había pasado ni donde estaban ,simplemente todos querían alejarse de esa casa, de esa puerta. Ya no importaba nada mas. No hablaron de decirle a nadie, no hablaron de mantener secretos tampoco, pero se creó una especie de pacto de silencio mientras se despedían. Coqui acompaño a la esquina a José y Mina y allí volvió a saludarlos, luego tan solo continuó su camino, esperando llegar pronto y sin mas problemas a su destino.

Habían pasado algunos meses, no sabía, quizás dos o tres, cuando caminaba por la calle y vio otra vez la puerta. Estaba en otra calle, en otro lugar, pero era el mismo símbolo, la misma madera verde claro despintada, la misma sensación de peligro. Decidió seguir sin prestarle atención y tratando de olvidar que la había visto. Pero pasaron algunos días y caminando por una calle por la que nunca antes había estado volvió a verla, y luego unas semanas después, en otra calle otra vez la vio, y así, una vez cada tanto, a veces luego de meses y otras con algunos días de diferencia, volvía a estar la puerta en su camino.
Una vez por fin se detuvo frente a la puerta, miró la pared blanca sin ventanas de la casa. Se acercó. No oía ruidos en el interior, ni siquiera al acercar su oreja y apoyarla contra la superficie rugosa de la puerta. Miró por la cerradura pero no veía nada claro. Por fin la curiosidad fue mas que ella. Estiró su brazo y con timidez intentó abrir la puerta. Esta cedió lentamente y oponiendo algo de resistencia. Introdujo medio cuerpo para ver un panorama desolado. No había mas muebles, ni pinturas ni sillones de terciopelo. Ni siquiera había techo. Era solo un terreno baldío.
En el piso, entre las malezas crecidas, algo brillaba. Concentró su vista para distinguir el origen. Enseguida supo que se trataba de cristales rotos, cristales que formaron, en algún tiempo, una esfera.

0 comentarios