Blogia
Kosh

EL TREN

1

Llegó a la estación a las nueve y cuarenta, el tren ya estaba anunciado por la vía doce en los carteles de Chamartin. Compró un agua mineral en una máquina y bajó las escaleras sobre las que colgaba el cartel indicando el andén de la vía doce. Pudo ver la noche fría y nublada desplegarse entre las luces de la ciudad.
Cargaba solo con un bolso de mano. Tomó el pasaje de uno de los bolsillos de su abrigo y buscó el espacio donde se indicaba el vagón en el que viajaría, luego avanzó hasta encontrarlo y subió al tren.
Encontró su camarote y dejó el bolso sobre la litera que le correspondía, de las seis que había la suya era la de mas arriba de las tres apiladas sobre el lado izquierdo. Debió utilizar la escalinata para acceder a esta. El camarote aún estaba vacío, ella era la primera en llegar pero no se quedaría mucho, bajó la escalera y salió del camarote en busca del bar. Siempre hacía lo mismo en sus viajes de Madrid a Barcelona: subía, dejaba las cosas e iba al bar a tomar algo y acumular sueño hasta la media noche. Aunque era la primera vez que tenía que viajar sola, las otras veces su novio la había acompañado.
Pasada media noche Coqui estaba recostada en su litera viendo pasar el tiempo. Llovía. El lugar estaba oscuro, solo se veían los reflejos intermitentes de los relámpagos, blancos opacos, que iluminaban el camarote por algún momento, formando imágenes en movimiento que vivían apenas unos segundos en las penumbras, luego el lugar volvía a la espesa oscuridad. Los truenos estremecían la calma de la noche.
El vagón se mecía, creando un clima ideal para dormir, aunque las literas eran algo duras y el espacio chico. El tren no iba completo, en su camarote estaban ocupadas cuatro de las seis camas disponibles.
Debajo de Coqui dos mujeres hablaban desde sus literas, una le relataba a su amiga los problemas que había tenido en su trabajo y porque pensaba dejarlo, la otra le daba consejos sin comprometerse demasiado. Al subir al tren las había visto bien, con la luz del andén, era dos chicas de unos veintisiete o veintiocho, vestían bien y llevaban poco equipaje. Luego pasaron a hablar del extraño mal clima cambiante de ese día. Era verano pero las temperaturas habían bajado mucho y llovía de manera misteriosa. Una fuerte tormenta eléctrica que se había desatado casi por sorpresa después de que el tren había dejado la estación. Coqui recordaba que por la mañana había oído que el clima sería bueno y que el cielo estaría despejado ese y los siguientes días. Claro que no siempre se puede confiar en el pronóstico y eso era lo que pensaba al ver las gotas golpear la ventana de costado y bajar como lágrimas hasta desaparecer.
- ¿Estas dormida? - preguntó la mujer que estaba recostada en la litera opuesta a Coqui.
- No - respondió. El sueño aplastaba sus párpados pero no llegaba a dormirse, por momentos entraban en su mente imágenes irreales, fruto de los sueños, pero aún miraba la ventana del tren.
- No puedo creer esta lluvia - aclaró la mujer.
La había visto en el bar y había hablado con ella por primera vez cuando le había pedido fuego. Coqui tenía unos fósforos casi por casualidad. Se los dio y la mujer sacó unos Gitanes a medio consumir del bolsillo trasero de su pantalón y encendió uno de los cigarrillos. Le ofreció otro a Coqui, que aceptó a pesar de que no fumaba demasiado, salvo cuando tomaba algo con alcohol, algo como la cerveza que estaba bebiendo. Hablando se enteraron de que sus literas estaban en el mismo camarote.
Coqui se quedó hasta la medianoche en el bar. Leía un libro que una amiga le había prestado. Pudo avanzar dos capítulos hasta que, algo cansada, decidió ir al camarote a dormir.
Caminó con dificultad por los pasillos vacíos del tren que se tambaleaba e iluminaba por la creciente tormenta.
- Demasiada dura la litera – opinó la mujer.
- Horrible – replicó ella.
Coqui cerró definitivamente los ojos, no es que fuera a dormirse de inmediato pero cerrar los ojos era un primer paso. No sabe cuanto paso pero al abrirlos nuevamente notó que se había estado un rato dormida. Ahora las mujeres de las literas de abajo estaban en silencio. El camarote estaba inmerso en una especie de aire místico, todos callados y el sonido constante y rítmico del andar del tren. Seguía la tormenta, ahora mas extraña, como si fuese falsa, como en las malas películas.
- Todavía no pasaron por los billetes - pensó al tocar algo de papel en el bolsillo de su abrigo que ahora usaba como almohada. Dedujo que el hombre de los pasajes habría pasado cuando ellas estaban en el bar. Así volvió a dormirse, pensando en todo esto mas algunas imágenes aleatorias que se sobreponían, debía de buscar al hombre pero no tenía ganas de levantarse.
Se oyó un sonido seco, era alguien que intentaba abrir la puerta corrediza del camarote, al primer intento no había podido y ahora lo intentaba por segunda vez. Se abrió. La luz descolorida del pasillo entró al pequeño recinto.
- Pasajes - pidió un hombre de mediana edad, con gorra y un saco viejo.
Coqui no llego a verle el rostro que se ocultaba en la penumbra ya que la única luz llegaba por su espalda, era casi una sombra que se movía hacia el interior del recinto.
- Si, ya va - respondió con voz cansada mientras buscaba entre los bolsillos. - Aquí tiene - le indicó mientras depositaba el billete en la palma de la mano estirada del guardia. El hombre no agradeció, solo se remitió a verificar el billete contra la luz, luego sacó un papel pre impreso del bolsillo interior de su saco y un bolígrafo que estaba fijo contra su solapa. Volvió la mirada oscura contra Coqui y le dijo algo que no olvidaría: - usted hoy no va a morir -. Las venas se le helaron al oír aquella frase, fue una voz diferente a la que venía hablando, fue como una voz apagada, fría, maligna. Luego el hombre marcó un círculo sobre el papel, exactamente donde figuraba el número de su litera. Ella llego perfectamente a notar que las literas del resto del vagón figuraban vacías o con una cruz, la suya era la única con un círculo.
La puerta se cerró, el hombre no dijo nada de despertarla media hora antes de llegar a su destino, como solían decir en aquel tren. Se llevó, como siempre, el pasaje. Todo volvió a estar en un breve silencio, entonces un ruido golpeó el tren y Coqui se despertó sobresaltada.
- ¿Le ocurre algo? - preguntó la mujer de su lado que mostraba signos de haber estado dormida unos segundos atrás.
- ¿A mí? - quiso saber Coqui.
- Pues si, me despertó con un grito. ¿Estaba soñando? -.
- Yo,.... no me acuerdo,... era,... no estoy segura, es que estaba soñando - trató de recordar mas para ella misma que para su interlocutora - soñé que me pedían el pasaje, pero fue algo raro, no se - se justifico avergonzada, pero la mujer no la oía, estaba quedándose nuevamente dormida. Coqui le hubiese seguido contando su extraño sueño cuando se apoyó sobre el abrigo y notó que no sentía mas el papel de los pasajes.
Estaba segura que el hombre que había entrado solo había sido un sueño. Era algo difícil de definir, pero eran esas pistas que delatan a un sueño cuando este intenta formar parte de la realidad, el lugar era más oscuro, la atmósfera más irreal. De todas maneras al buscar entre los bolsillos el pasaje y no encontrarlo volvió a dudar si había sido un sueño o había ocurrido de verdad.
No se convenció, pero decidió pensar que los pasajes estarían en otro lado, quizá nunca los puso en aquel abrigo, estaba cansada. - Mejor tratar de dormir y esperar a la mañana, de seguro que todo se aclararía - pensó, lo que soñó se olvidaría como se olvidan los sueños y los pasajes estarían donde los habían puesto. Volvió a cerrar los ojos aguardando que el cansancio la conquistase.
No supo cuanto pasó desde que empenzó a oír los gritos hasta que se despertó. Al principio pensó que eran parte de su inconsciente, pero comenzaron a ser mas reales. Se oían lejanos y ocultos detrás del ruido del tren, pero a la vez se oían claros. Se sorprendió de ser la única que se despertó. Las demás mujeres del camarote dormían como piedras, en silencio. Trató de imitarlas pero no pudo. El grito era agudo y prolongado, como de un niño, un niño sufriendo. No logró soportarlo, se bajó de la litera y fue a ver que era lo que sucedía.

2

Paco tenía doce años y odiaba ir a esos campamentos de verano, no era que no le gustase el lugar, en la costa brava, ni los amigos que hacía, ni que no se divirtiese. Le encantaban los fogones a orillas de la playa, donde hasta a veces, a escondidas, tomaba cerveza. Volvería a ver a sus amigos del campamento, con los que se había escrito durante el año. Había planeado ya algunas escapadas al campamento vecino donde estaban las chicas. Había planeado muchas cosas, pero igual odiaba viajar allá. Lo que de verdad le molestaba era esa sensación, al irse, de que sus padres lo enviaban tan lejos para deshacerse de él. Ellos nunca le daban explicaciones, solo le recordaban que se acercaba el verano y su madre preparaba la mochila con todas sus cosas. Nunca le habían dado razones por las cuáles debía ir, por las cuáles lo enviaban mas allá de Barcelona sin preguntarle.
Con él viajaban dos chicos, una chica y un monitor que ya conocía del año anterior. Los dos chicos eran nuevos, no los había visto antes y parecía ser que era la primera vez que iban a un campamento de verano. Uno de ellos, que era muy flaco, de piel muy blanca y que tenía un reloj con la imagen de La guerra de las galaxias, parecía estar algo asustado, en cambio el otro, aunque tenía un aire un poco melancólico, parecía ansioso por llegar. Era un poco mas alto que Paco y tenía una camiseta de Los Simpson y una mochila marrón muy grande desde la cuál colgaba un termo de metal rojo. La chica casi no había hablado en todo el viaje, era pelirroja y pecosa, usaba el pelo atado muy tirante y escuchaba música con un walkman, parecía que era algo de pop cantado por un grupito de mujeres. Tenía zapatillas de tenis blancas, medias azules y masticaba un chicle siempre.
El Monitor tendría unos veintiséis años y era muy gracioso. Habían ido a despedirlo un grupo de amigos, que reían y gritaban en el andén. Ya comenzado el viaje habían comido y se recostaron en sus literas. Dentro del tren el monitor les daba la libertad de hacer lo que les plazca, era bueno. Paco había recorrido todos los vagones, mas por aburrimiento que otra cosa. Se había quedado un rato entre dos vagones mirando por la ventana y luego se había ido a dormir.
Durmió mal y poco. A cada momento se despertaba con calor y algo de dolor de cabeza. Pasadas unas horas había perdido el sueño. Se sentó en la litera y se quedo mirando la ventana. Así sentado volvió a dormirse, con la mirada puesta en las gotas que golpeaban el vidrio. Entonces comenzó la pesadilla: seguía mirando la ventana cuando sintió un fuerte estallido. Todos los cristales explotaron y los pedazos de vidrio volaron al interior del tren, clavándose en las paredes y en los cuerpos de sus compañeros. Sin embargo a él ninguno de los vidrios lo había tocado. Gritó con desesperación, hasta que abrió los ojos. Aún seguía gritando cuando noto que los vidrios de las ventanas de la realidad seguían en sus sitios, intactos, y que todo había sido un sueño. También noto que el camarote estaba inmerso en una especie de nube de gas invisible, o así fue como lo percibió, era un olor extraño, penetrante, como un ácido o algo.
Nadie se había levantado a pesar de sus gritos, pensó que quizá incluso estos los había soñado. Trató de dormir pero no pudo, a pesar del silencio sepulcral, nadie roncaba y respiraba fuerte, solo estaba el ruido continuo y rítmico del tren como una cortina sonora de fondo. Decidió bajarse de su litera y salir al pasillo. Al tocar el piso sintió como sus pies pisaban algo ruidoso. La oscuridad no le permitió ver que era, pero parecían cristales. La puerta corrediza parecía mas pesada, pero logró abrirla. La luz entró en el camarote e iluminó apenas el interior. Antes de salir al pasillo pudo ver que al monitor, su tez era más pálida de lo normal. Se lo atribuyó al color de la luz, pero notó que algo caía de uno de las fosas nasales, era un líquido que parecía negro, pero tenía un leve tinte rojo. Era sangre. Con el brazo extendido intentó despertarlo. Agitó el cuerpo pero no reaccionó.
Pensó que podía estar desmayado. Se acercó más con la idea de golpear con su palma la mejilla para hacerlo reaccionar, pero en el camino su mirada se dirigió a la de uno de los chicos que estaba del lado opuesto de donde estaba el monitor. La luz del pasillo que se filtraba por la puerta iluminaba su rostro. Tenía la piel seca, media verdosa y los ojos abiertos, muy grandes, pero no miraban mas que él mas allá. Le recordó la mirada de los peces en la pecera de su casa, siempre abiertos detrás del vidrio.
Se acercó y lo miró fijo. Ya no tenía mas dudas, estaba muerto, todos estaban muertos. Lo invadió una repentina desesperación, sentía que un frío congelaba su cuerpo mientras su mirada agitada reconocía que todos, todos estaban muertos. Comenzó a gritar y temblar, sentía náuseas mientras se arrodillaba, apoyando su espalda contra la pared.

3

Coqui salió al corredor principal y trató de afinar el oído hasta asegurarse de que los gritos venían del vagón de atrás. Caminó iluminada por la débil luz hasta llegar al vagón siguiente.
No había nadie y llegó a sentir que estaba viajando sola en aquel tren. Cruzó al siguiente vagón y entró al pasillo donde vio al chico. Estaba sudando, sentado en un rincón, se notaba que había estado corriendo mucho, corriendo solo. Su respiración parecía la de un perro cansado. Por momentos casi se ahogaba por tragar tanto aire, mas del que despedía. Ya no gritaba, no se oía ningún sonido humano en todo el tren.
Al ver a Coqui no dijo nada, apenas le tembló el labio inferior. Parecía emocionado de encontrar a alguien, pero no lograba demostrarlo.
- Hola - le dijo acercándose despacio.
El chico no respondió, pero en sus ojos se despertó algo, como una luz de esperanza.
Coqui se aproximó un poco mas, como si el niño fuese un gato al que se quisiera acariciar y teme que huya. - ¿Cuál es tu nombre? - preguntó para romper el hielo.
El chico seguía sin responder. Estaba claro que la oía y la entendía, su mirada se movía de un lado a otro, sus labios ahora estaban unidos hacia adentro, como si se esforzara por responder pero las palabras no llegasen a salir de su garganta.
- ¿Qué pasa? - preguntó Coqui con tono maternal y sentándose frente a él, apoyando las rodillas sobre el piso hacia delante.
Entonces, como expulsando nervios y miedo por fin escupió las palabras: - ¡están muertos! - dijo echándose nuevamente en llanto, - ¡todos, todos! -.
- ¿Muertos? - se sorprendió Coqui. - ¿Quiénes? -.
- Ahí - dijo señalando la puerta entreabierta de uno de los camarotes. Coqui miró por la abertura, pero estaba oscuro y no llegaba a distinguir nada. Se puso de pie y se acercó a la puerta.
- No, no vayas, es horrible - le advirtió asustado.
Le sonó muy extraño escuchar eso. No sabía que sería lo que había pero no tenía otra opción que mirar. - No te preocupes - lo tranquilizó mientras se acercaba y metía la cabeza en la habitación. Se giró y miro al chico una vez más. Estaba acurrucado, como si sufriera por lo que la chica iba a hacer. A Coqui le dio pena verlo así. - ¿Cómo te llamas? - le pregunto.
- Paco - respondió sorprendida por la pregunta.
- Yo me llamo Coqui - se presentó.
Luego volvió a girar hacia la puerta entreabierta y volvió a meter la cabeza con cautela. - Hola - pronunció hacia el aire, intentando advertir de su presencia antes de entrar por completo al camarote.
Reinaba una calma absoluta, todos parecían estar durmiendo. No sintió miedo hasta entonces, pero todo cambio cuando su mirada, recorriendo la oscuridad, se topó con los ojos abiertos de uno de los chicos. Pudo distinguir de inmediato que la mirada carecía de vida, era como si mirase al mas allá. Retrocedió espantada y con movimientos torpes hasta el pasillo. Tardaría mucho en olvidar esos ojos abiertos. Su espalda golpeó contra la pared y se sentó al lado del chico. Por su mente se cruzaron un conjunto de sensaciones desagradables.
Afuera el niño la recibió con una extraña sensación de alivio, como si ahora que veía la horrible expresión de Coqui se aseguraba que no estaba solo, y hacia horas que buscaba sin éxito, esa sensación reconfortante de no estar solo, esa necesidad de compañía.
- ¿Que pasó? - gritó horrorizada cuando ya estaba a su lado.
El chico asintió mientras la miraba pidiendo una explicación. Permanecieron intercambiando miradas, como si no supieran que hacer ni que creer. Permanecieron juntos un rato, sentados, sin hablar. Coqui trataba de analizar lo mas fríamente posible que podía haber ocurrido, pero le resultaba muy difícil mantener la tranquilidad. Sentía ganas de huir de allí, de correr, de gritar, pero por otra parte sus piernas no querían moverse. Pensó que el chico ya había sufrido todas esas horribles sensaciones un rato antes. También se preguntó porque nadie pasaba caminando por el vagón, porque sentía que el tren estaba vacío o porque nadie había respondido a los gritos del chico.
No les importó cuanto tiempo pasaron tratando de sobreponerse al shock de ver los cuerpos, pero finalmente habló: - Hay que avisarle a alguien -.
- Si. Avisémos al guardia del vagón - opinó. - Vamos.
Caminaron juntos por el pasillo, Coqui adelante y el chico detrás, pegado a ella y mirando hacia atrás cada tres pasos. Paco no quería decir nada pero intuía que la tragedia era mucho peor de lo que ya era. El tren se mecía hacia el lado derecho, como si estuviese pasando una curva. Coqui miró hacia fuera pero no pudo distinguir nada mas que la oscuridad y su propia figura reflejada en el cristal.
- ¿Los conocías? - se atrevió a preguntar con cautela. De inmediato se arrepintió de la pregunta pero es que había sentido la necesidad de decir algo para romper el tenebroso silencio que comenzaba a preocuparle.
- Apenas - respondió con un tono que denotaba bastante madurez para su corta edad.
Llegaron al camarote donde descansa el guardia del vagón. La puerta de madera plastificada estaba cerrada. Coqui se antrevió a abrirla. La luz apagada. Podía distinguirse la figura de un hombre que descansaba sobre un asiento revestido en tela. Palpó la pared hasta dar con el interruptor de la luz, lo presionó y un tubo largo sobre el techo se encendió, iluminando de color blanco las paredes.
El rostro del hombre se vio con definida claridad, mejor aún que los ojos del chico o el monitor. Lo supieron enseguida: estaba en el mismo estado que los demás pasajeros que habían visto. Su piel parecía teñida de un tono verdoso, como si lo hubiesen manchado con algas marinas, su pelo estaba duro, seco, descolorido. Tenía los ojos cerrados, pero en sus párpados aparecían pequeñas perforaciones negras. De las orejas bajaba, como derramado, un líquido amarillento que ahora se había secado y se mantenía impregnado como pintura. Su cuerpo estaba mas flaco que la ropa que vestía, como si se hubiese contraído, parecía como si ya se encontrase en el proceso de putrefacción.
Retrocedieron hasta salir del lugar. Paco comenzó a sufrir arcadas. Tosió de manera compulsiva durante un largo rato mientras apoyaba sus brazos contra la pared del pasillo, ya fuera del camarote, y bajaba la cabeza para devolver. Coqui lo miraba pero sin poder prestarle ayuda, tenía un horrible nudo en la garganta que le impedía siquiera respirar con normalidad.
Finalmente el chico logró levantar la mirada hacia el único ser vivo que tenía cerca, y con los ojos rojos llenos de lágrimas y con voz llorosa preguntó: - ¿qué pasa? -. No esperaba una respuesta aunque insistió: - ¡dime!, ¿qué pasa?, ¿que esta pasando? -. Su voz rebotaba en las paredes y se perdía en el continuo rumiar del tren.
- no,…no lo se - trató de justificarse Coqui con la mirada baja e inquieta, como si buscase alguna respuesta lógica pero sabiendo que no encontraría nada. - No lo entiendo - concluyó rindiéndose.
Quedaron recuperándose un largo rato. Vagaban las ideas de que había ocurrido en aquel tren.
Se preguntaron si estaban completamente solos o había mas como ellos. Quizá algunos estaban vivos pero durmiendo.
- Espera aquí - le indicó. Paco asintió aunque sabía qué era lo que Coqui pretendía averiguar y no le agradaba en absoluto la idea. De todas maneras le sorprendió que se atreviese a hacerlo, sobre todo después de ver el horrible cuerpo del guardia.
- No te alejes - le pidió.
Caminó por el pasillo hasta la primera de las puertas. La miró fijamente como tomando valor. Respiró profundo y la abrió.
Lo mismo, la habitación sumergida en una calma fúnebre, los cuerpos recostados en sus literas, sin vida, como una bóveda con féretros. Cerró la puerta y comprobó en el compartimento siguiente, luego ya no quiso comprobar más, concluyó que estaban todos sin vida, todos, tal como había oído decir al niño. Pensó en muchas cosas, pero nada le daba una respuesta, sintió suerte de estar con vida.
- ¿Que pasó? - volvió a preguntar el chico cuando la vio acercarse y notar s expresión de desconcierto.
- Nada. Creo que estamos solos - dedujo.
- ¿Pero que fue lo que ocurrió? - insistió.
- No lo sé.
Se quedaron un rato mas allí, pensando que debían hacer. Paco ahora estaba de pie y miraba a través del cristal de la ventana. Por mas que lo intentaba no llegaba a distinguir nada afuera, solo la oscuridad. Se aproximó al vidrio y apoyó sus manos rodeando su rostro para que el reflejo no le molestase y volvió a mirar. Nada, era como si estuviesen atravesando un túnel, aunque no llegaba a ver la pared.
- No veo nada - se quejó. Pero Coqui no le prestaba atención, sólo buscaba una explicación lógica.
- Quizá hallan mas personas vivas, deberíamos fijarnos - sugirió. Pero la idea no fue bien recibida por Paco, en realidad ni siquiera a ella le agradaba tener que ir buscando entre cuerpos sin vida alguno que estuviese durmiendo en lugar de estar en putrefacción.
- No quiero, tengo miedo - reconoció Paco.
- Yo también - contestó.
- Quizá encontremos a alguien en el vagón comedor - sugirió.
- Puede ser, vamos a ver -.
Atravesaron el vagón y siguieron hasta el siguiente, donde había dormido ella. Al pasar por la puerta de su camarote prefirió no mirar adentro. Siguieron hasta el final del pasillo. De pronto Paco se detuvo, miró fugazmente hacia atrás, como si hubiese sentido algo, pero no supo que era por lo que continuó sin perderle el paso a su nueva compañera.
No lo llegaron a percibir ninguno de los dos, pero antes de pasar al siguiente vagón la puerta del camarote del guardia se abrió apenas, dejando el hueco para que alguien, del otro lado, pudiese verlos alejarse hacia el vagón siguiente.

4

A fines del siglo diecinueve, un grupo de arqueólogos europeos encontró, en la caverna de Borno, un cofre que contenía algunos objetos artesanales que parecían amuletos y unas escrituras que hablaban de los antiguos campesinos del valle de las tierras de Mágra. Los pergaminos relataban la vida de los hombres de aquel tiempo, y algunas historias del valle.
Contaba una de las leyendas que existió una vez en la tierra una tribu de prófugos del fuego eterno. Los hombres de la aldea los llamaron Orizes.
Poco se sabía en Mágra sobre los Orizes al principio. Habían aparecido de la nada unos meses atrás, y se habían instalado el borde del cráter del volcán de Rohndar. Al principio pensaron que eran bárbaros de las tierras del oeste pero pronto se dieron cuenta que ni los bárbaros actuaban tan cruel y salvajemente como ellos. Se los veía cuando bajaban de las altas cumbres a los valles en las noches de niebla, arrasando con las villas, matando a todo ser vivo que encontrasen a su paso, saqueando y destruyendo las aldeas.
Los aldeanos fueron a buscar ayuda a los caballeros de la orden del valle. Describieron a sus agresores como un grupo de bestias sanguinarias, dudaban de verdad que fuesen seres humanos.
No se conocían sus costumbres ni sus ritos, pero a veces desde el valle se oían extraños cantos, música de tambores, y fuegos. Por lo general en las noches posteriores a alguna de sus sangrientas incursiones.
Un grupo de cincuenta caballeros que aceptaron enfrentarlos viajo hasta el valle, los esperarían cuando volviesen a bajar al valle y les presentarían conbate. Cavaron zanjas y prepararon una muralla de maderas. Encendieron muchas hogueras para poder verlos y enfrentarlos cara a cara, para que no pudiesen protegerse detrás de la oscuridad.
Esa noche, bajo una intensa niebla, los Orizes atacaron, El combate duro poco, los Orizes atacaban en grupos de a dos, uno de frente y el otro buscando cortar la retirada. No importase que estuviesen separados, al atacar se unían nuevamente rodeando a su presa, para asegurarse que no pudiese huir.
Los caballeros fueron cayendo uno a uno, sus espadas no podían contra las pesadas armas y la extraordinaria fuerza del enemigo, sus armaduras eran retorcidas y atravesadas por los fuertes golpes. Los que vieron y relataron luego la batalla dudaban que aquellos seres fuesen humanos, parecían bestias. Sus pupilas eran rojas y brillaban con el reflejo de las hogueras, sus rostros parecían de piedra y eran horriblemente deformados, no mostraban dolor cuando eran heridos.
El combate había terminado, los caballeros fueron vencidos, sus cuerpos habían quedado mutilados y esparcidos por el campo de batalla. Los enemigos ni siquiera se quedaron saqueando lo poco que quedaba en la aldea, parecía que el único objetivo que perseguían era matar, y se retiraban satisfechos por la sangre derramada.
Pero según la leyenda sobrevivió un caballero, uno solo, su nombre era Euride.
Los pergaminos habían sido escritos por un pastor del pueblo, y no decían nada mas, no decía que fue de aquel valle ni que pasó con los Orizes.

5

Siguieron avanzando hasta llegar al vagón comedor. Un único foco sobre el centro penas se esforzaba por iluminar el lugar, dándole un ambiente irreal, como si fuese un dibujo. En la primera mitad se desplegaban tres mesas alineadas contra las ventanas a cada lado, dejando un pasillo angosto en el medio y en la segunda había una especie de barra con asientos individuales que llegaban hasta la ventana que daba a la cocina y por la cuál se atendía. El salón parecía vacío, no había nadie ni en las mesas ni en la barra. La ventana a la cocina estaba abierta pero al asomarse pudieron ver que estaba desierta por dentro. Sobre la barra, sin embargo, vieron que había un par de latas de cerveza, un vaso con café lleno y una bolsa de patatas fritas abierta. En la cocina había vinos pequeños y muchos panes apilados a un costado del mostrador.
- No hay nadie - concluyó Coqui echando otra mirada al lugar.
- Quizá era muy tarde - pensó en voz alta Paco.
Coqui lo miró preocupada y dijo: - No lo sé, quizá desaparecieron todos.
- ¿Por que hay tan poca luz? - dijo Paco mirando el único punto débil de iluminación.
- No tengo ni idea - respondió Coqui que estaba mirando a través del cristal hacia fuera. Le preocupó un poco el hecho de que no lograba ver nada, ni luces, ni caminos, ni siquiera el cielo. Era como si estuviesen inmersos en una especie de nube. - Nube - pensó, - debe haber un poco de bruma. Miró con mas detenimiento pero no llegaba a distinguir mas que la oscuridad, sin embargo le pareció muy probable que el problema fuese la niebla.
Paco tenía hambre por lo que estirando el brazo por la ventana y en puntas de pie. Como no llegaba Coqui se acercó y, esforzándose, llego a tomar un pan. Notó que estaba duro como una piedra, imposible de comer. Se lo mostró al chico, que debió dejarlo y se acercó entonces al paquete de patatas. Tomó un puñado
Entonces oyeron un ruido, los dos giraron deprisa, venía de la zona de las mesas y había sido como un pequeño golpe a la madera. Pero el lugar estaba vacío. No había nadie hasta el final del vagón, que apenas se podía ver, oculto tras un manto de sombras. Los dos pensaron que podía haber sido causa del movimiento del tren. Notaron, al mirar las mesas, que también había algunos restos de comida y vasos medios llenos sobre ellas.
Paco mordió y sintió un horrible gusto en su boca, escupió de inmediato y se acercó a la luz del foco para ver mejor. Las patatas tenían enormes manchas verdes. Coqui comprobó que El vaso con café también estaba repleto de hongos.
- Parece todo viejo - dedujo Paco.
- Si - respondió aún analizando el vaso de café, - es como si estuviese hace dos semanas aquí.
Volvió a escucharse un ruido, mas leve y seco esta vez, pero los dos lo oyeron. Miraron hacia las mesas pero no había nadie, aunque esta vez vieron algo que apenas se movió en la penumbra. Intercambiaron miradas asustados, temían acercarse a ver que había, pero debían hacerlo.
- ¿Vas tu? - le susurró Paco luego de darse cuenta que pasaba el tiempo y seguían los dos helados en el mismo sitio.
- No te alejes - le respondió también susurrando y con la intención de que permanezca a sus espaldas.
Comenzó a acercarse con cautela y a paso lento a la mesa. Miraba continuamente para asegurarse de que no había nuevos movimientos. Tan solo a uno par de metros se detuvo, tomo fuerza y animo, respiró profundo y se agacho para ver por debajo de la tabla. Sus ojos chocaron de inmediato con otros, que también la miraban. Detrás de la oscuridad, en un rincón, y acurrucada lo mas posible, encontró a una niña. Dedujo a simple vista y tendría cinco o seis años, aunque por su posición y su estado de temor parecía aún menor.
- Hola - saludo Coqui mas tranquila.
Recién entonces Paco se acercó y se arrodilló a su lado para ver que había. La niña, al verlo, cambio su mirada hacia él.
- Es solo una niña - reconoció sorprendido.
- Si, y parece asustada - agregó mientras la estudiaba. Vestía un vestido a cuadros bordo y negro, bastante clásico. Su pelo castaño oscuro estaba sujeto hacia atrás por una cinta de seda bordo cuyos extremos colgaban detrás de sus hombros.
- No temas - le dijo Paco con tono maternal mientras Coqui le estiraba la mano cuidado para que no se asuste, como para ayudarla a salir.
- Ven - insistió Paco al ver que la chica se acurrucaba cada vez mas, pegándose a la pared, como si fuese un gato.
Coqui se sumo a Paco, - vamos - la animo, - no te vamos a hacer daño.
Finalmente la chica cambio su expresión y se dejó tomar por la mano, incluso ayudándose a salir por sí misma. Entonces pudieron verla mejor, sus ojos eran oscuros y exhibían una mirada cargada de inocencia. Movió levemente la cabeza hacia su izquierda y levantó su hombro hasta que se juntaron, luego terminó de salir y se puso de pie. Apenas superaba el alto de las mesas. Usaba zapatos negros que parecían de muñeca, y medias blancas.
- ¿Qué haces aquí sola? - preguntó Coqui aún de rodillas para quedar a la altura de su rostro de mejillas rosas.
- Tenía miedo - dijo al fin y en voz baja, como hablándole al piso. - Estaba sola - completó.
- No te preocupes, nosotros también estábamos solos - se involucró Paco, - pero ahora estamos juntos para cuidarnos -. Miró a Coqui buscando apoyo.
- Si, nosotros te cuidaremos -.
Su rostro era casi perfecto, ancho y liso, dejando resaltar los ojos. Lo único diferente era un pequeño lunar en la frente, del tamaño de la marca de una colilla de cigarrillo. Coqui pensó que podría ser fruto de un golpe al haberse escondido apresurada debajo de la mesa aunque no se detuvo demasiado a analizarlo.
Se pusieron de pie y de la mano de la niña avanzaron hasta la zona de la barra, donde había mas espacio. Coqui se preguntaba si la niña viajaba sola, - seguramente que no - concluyó al echarle un vistazo y ver que era demasiado pequeña, pero ahora se había quedado sola. Paco, en cambio, aún pensaba en comer, aunque encontrar algo comestible le parecía ya una posibilidad remota.
De pronto la niña se tambaleó hacia un lado, su cuello dio un giro, sus ojos se entrecerraron y luego su cuerpo se desplomó hacia el frente. Tuvieron tiempo de atraparla y evitar que golpease el piso. Coqui la tomo en brazos y juntos la recostaron boca arriba. Su cuerpo se había relajado, sus brazos se dejaban caer hasta tocar el suelo.
- ¿Que le ocurre? - preguntó Paco impaciente.
- No lo se - respondió nerviosa Coqui.
La niña abrió los ojos y recobró las fuerzas aunque no intentó moverse. Luego habló: - Yo... necesito... mi mamá me da un remedio, un remedio -.
Coqui notó entonces que llevaba colgando una cadenita con una medalla de las que usan los diabéticos.
- Necesita su medicamento - dedujo.
- Debe estar en su camarote - supuso Paco.
- Es probable - se aclaró Coqui mientras se mostraba sorprendida por la inteligente deducción de Paco. Le pareció que actuaba y pensaba demasiado rápido y despierto para un chico de su edad.
- ¿Recuerdas dónde dormías? -.
- ¿Al menos para que lado? - agregó Coqui dudando que pudiese ser tan precisa.
Tardó en responder, por un momento pensaron que no lo haría, abrió la boca pero no dijo nada, solo tomo aire y movió sus ojos hacia arriba, luego volvió a intentarlo con éxito: - para ese lado, no sé, creo... - dijo señalando adelante - era cerca -.
- ¿No recuerdas cuantas puertas? - le preguntó Paco.
- ¿Cómo va a recordar eso? - lo criticó. Pero, para su sorpresa, la niña respondió: - unas cuatro o cinco - en mi cama hay un bolso rojo, ahí esta - les precisó.
- Bueno -, dijo Paco, - ¿ quien va? -.
- ¿Cómo quien va?, vamos los dos - remarcó.
- ¿Y dejamos sola a la niña? - le hizo notar. Ambos la miraron un instante.
- Es cierto -.
- ¿Te animas a ir sola? -.
Coqui se lo pensó un momento sin encontrar palabras, estaba claro que no se animaba, pero había que ir y ella debía hacerlo.
- Bueno, voy - suspiró poco convencida pero sin mas remedio. - ¿En que litera estabas? - recordó preguntarle.
- En una de abajo - respondió antes de toser un par de veces.
- No se muevan de este lugar - solicitó mientras se alejaba hacia la parte delantera del tren. Abrió la puerta y paso al vagón siguiente, dejando a sus espaldas a Paco y a la niña que la miraban alejarse, y sumergiéndose en un pasillo en penumbras. Caminaba despacio, mirando las puertas y temiendo que alguna se abriese y alguien o algo se arrojara sobre ella. Echó un vistazo por la ventana para ver, una vez mas, solo la oscura bruma. Pensó que ya deberían haber llegado a una estación, pero el tren no se había detenido, entonces, por primera vez se preguntó si alguien lo estaba conduciendo o viajaba a la deriva. La tranquilizó un poco recordar haber leído alguna vez que los trenes contaban con un pedal que, de no apretarse durante treinta segundos, aplica los frenos - entonces debería haber alguien en la cabina presionando aquel pedal - recapacitó.
Contaba las puertas, se detuvo en la cuarta, - esta - se dijo a sí misma. La siguiente era la quinta, pero probaría suerte primero en aquella. Respiró profundo y abrió hasta la mitad puerta corrediza. Al hacerlo sintió que un aire espeso encontraba un camino de escape. Le pareció ver que algo adentro se movía, apenas un leve movimiento.
- Hola - dijo como pidiendo permiso para entrar. Un silencio sepulcral fue la única respuesta. - Bueno, paso - informó de todas formas en voz alta.
Estaba oscuro, apenas entraba una parte de la poca luz del pasillo, debió forzar la vista para mirar hacia adentro. Notó que las camas de abajo estaban vacías, en las del medio había un cuerpo que parecía el de un hombre, sobre la parte más alta no llegaba a distinguir nada, aunque creyó ver un pequeño bulto sobresaliendo de una de las literas, un brazo quizás. Se adentró y buscó con el tacto encontrar algo sobre las camas de abajo. En la primera no encontró nada, solo las sábanas revueltas, en la segunda sintió tocar algo. Fijó la vista sobre el objeto, era duro, no parecía un bolso.
Unos ojos la miraban, inmóviles, a su espalda. Seguían a detalle los movimientos de la chica. Algo se movió, apenas, cuando Coqui tocó el objeto que había encontrado en la cama.
Descubrió que era algo cuadrado, no tardó en deducir que se trataba de un libro, un libro ancho y pesado, como una Biblia. Pero no era lo que buscaba por lo que de inmediato lo dejó caer sobre la cama y se volvió hacia la puerta para salir.
Los ojos persiguieron cada uno de sus movimientos, sobresaltándose cuando había tomado el libro. Eran los del hombre que estaba recostado en la segunda fila de literas. Luego de que la chica salió se puse de pie y la siguió. En su mano izquierda empuñaba con fuerza una daga, la cuál había estado a punto de utilizar hasta que Coqui soltó aquel libro y se alejó.

6

Euride era un joven caballero, recién nombrado por la orden. No sobresalía entre los caballeros pero su valor tampoco había sido puesto a prueba. Esa noche combatió con destreza y pudo matar a uno de los Orizes, luego continuó resistiendo hasta que se dio cuenta que ya quedaba solo él entre los hombres. Estaba herido en un brazo y a su alrededor solo veía los cuerpos sin vida de sus compañeros. Supo entonces sumergirse en la niebla y esconder su huida. Corrió hacia la parte baja del valle, dejándose llevar por la pendiente, así podría ir mas deprisa que sus seguidores ya que estos eran mas pesados y corpulentos. Hizo bien en correr pues los Orizes, no conformes con haber matado al resto de los caballeros, lo persiguieron durante unas horas. Pero él no se detuvo, intuyó que le seguían su rastro por lo que bajó hasta el río y continuo su camino por el cauce, hacia los rápidos.
La mayoría de los Orizes fueron abandonando la cacería y regresando a las montañas, solo uno perduro, era el compañero del que había matado.
Ya estaba amaneciendo cuando Euride, exhausto, decidió detenerse. Trepó hasta lo alto de un peñasco, desde donde podía ver con claridad el cauce del río hacia arriba, y verificó que nadie iba tras él. Pero entonces pudo ver que un Orize aún lo seguía. Lo vio saltando entre las piedras del río, se movía de manera rápida y ágil. Si seguía a ese ritmo en tan solo un par de horas lo alcanzaría. Euride decidió que debía esperarlo y luchar. Había abandonado la espada en el camino por lo que estaba desarmado. Recordó a su padre, un gran guerrero que le había enseñado todo lo que sabía. Recordó cuando él le preguntó que debía hacer si el enemigo era mas fuerte y poderoso, ¿como podía vencerlo?. - El poder esta aquí arriba - le dijo apuntando con el dedo a su cabeza, - un caballero tiene el deber y se debe enfrentar con todo lo que cause el mal en su reino, sea un ejército, un dragón, o una bestia, y muchas veces la fuerza del enemigo es mayor, pero el poder no reside por completo en la fuerza, también, y sobretodo, depende de la astucia, debes conocer las debilidades del enemigo, todas, su inteligencia, sus métodos, su carácter, hasta las mas pequeñas pueden significar la victoria si las sabes aprovechar. Siempre debes tener una estrategia.
El Orize apareció detrás de las rocas. Allí el lecho del río tomaba velocidad y las paredes del valle se cerraban, creando un estrecho cañadón. Trepó hasta la mas alta y desde allí vio al caballero. Lo esperaba en el medio del cauce del río, apenas al borde de una enorme cascada cuyo ruido ensordecía la paz del cañadón. Euride lo miró a los ojos, como desafiándolo al enfrentamiento, de pie sobre una piedra, tan solo un paso lo separaba de la gran caída de agua. No cargaba más con la pesada armadura y estaba armado solo con una lanza de madera cuya punta había afilado. Las aguas corrían rápidas y espumosas en aquel tramo. El Orize lo observó tan solo un momento sin demostrar el menor temor, era como si supiese que lo esperaba allí porque sabía que no le quedaba otra posibilidad, que enfrentarlo, enfrentarlo y morir.
Emitió un sonido casi inhumano que rebotó en las paredes rocosas y se extendió por el cielo. Un par de pájaros negros salieron de unos arbustos y volaron alejándose. Luego bajó saltando entre las piedras, hacia su presa.
Euride apretó con fuerza su arma, levantó los codos y se perfiló lo que pudo dentro del reducido espacio sobre el que sus piernas hacían equilibrio. El Orize llegó hasta el borde del río y volvió a mirar a su víctima, luego, impaciente por atacar, comenzó a acercarse, saltando entre las piedras que sobresalían de la superficie. En las primeras tuvo un poco de cuidado, asegurándose de que fuesen lo suficientemente sólidas para sostenerlo, pero luego al ver que todas lo eran comenzó a avanzar mas deprisa. Cerca del caballero había solo una piedra de tamaño mediana sobre la cuál el Orize podía pisar y sostenerse en pie. Preparó su arma en posición de ataque y saltó hasta esta última piedra, desde donde, con un certero movimiento, cortaría en dos partes el cuerpo del caballero. Pero al caer sobre la piedra, a diferencia de todas las demás, esta se movió a un costado y se hundió, desequilibrando al Orize, que hasta entonces solo pensaba en atacar. Euride trató de alejarse lo mas posible mientras observaba como su enemigo caía de espaldas al agua, sin tiempo para evitar que la corriente lo empujase al vacío. En un último intento por salvarse, el Orize intentó aferrarse a una rama pero Euride clavó la lanza de madera en su mano, hasta que la soltó y desapareció en la cascada. Su trampa había resultado.

7

- Sería la quinta puerta - pensaba mientras caminaba hasta ésta sin mirar atrás. La abrió y enseguida sintió un hedor horrible que a punto estuvo de desmayarla. Era un olor pesado, penetrante, pero peor fueron las imágenes que le siguieron. Las paredes y el techo estaban repletos de sangre. Había formas amorfas destripadas y mutiladas sobre las camas, en el piso había trozos de carne desparramadas, tardó poco en descubrir que eran miembros humanos y que lo que había sobre las camas había sido alguna vez un cuerpo. Llegó a ver en una de las camas el rostro de una niña, y era similar a la chica del comedor, pensó que podía ser la hermana quizás, pero apenas era reconocible ya que estaba desfigurado. Todo estaba en estado avanzado de descomposición, sintió asco y no pudo hacer otra cosa que retroceder y cerrar la puerta lo mas rápido posible. Giró, como para volver a toda prisa al comedor, cuando se topó con la figura de un hombre que estaba parada detrás de ella, como esperándola. Gritó sin proponérselo muy alto y agudo, mientras inconscientemente retrocedía su torso, perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás.
El hombre era de mediana edad, con rasgos nórdicos aunque escondidos bajo unos ojos oscuros acompañados de tupidas cejas. Usaba una camisa leñadora a cuadros que hacían que sus hombros fuesen casi cuadrados.
La expresión de su rostro, serio y agresivo, fue lo que mas le impresionó a Coqui, que enseguida se había puesto de pie de un salto y corría sin mirar atrás. No sabía ni quería saber si la seguía, no miraba atrás ni oía pasos a sus espaldas, solo trataba de ir lo mas rápido posible, buscando algún lugar donde ocultarse, pensó en los baños, que podían cerrarse por dentro, pero no se atrevió, nunca les gustaron los lugares cerrados y menos como escondite. Llegó hasta la parte delantera del primer vagón del tren y comprobó que ya no tenía mas escapatoria. Trató de tranquilizarse y pensar que hacer, miró hacia atrás y no había rastros del hombre, pero sabía que en cualquier momento aparecería al fondo del pasillo y acercándose a ella. Intentó entonces abrir una de las puertas de salida, giró con fuerza la manija y esta, con dificultad, fue cediendo hasta quedar el espacio suficiente como para que pudiese bajarse del tren. Miró hacia fuera, no había nada, era como un espacio vacío, no había movimiento en el aire, solo una espesa niebla que lo cubría todo salvo la oscuridad. No había luces ni ruidos. Tampoco sentía el aire golpeando su cara por el avanzar del tren. Era extraño ya que no había notado el silencio desde dentro del tren, en cambio afuera la calma era absoluta. - El tren esta parado - pensó, quizás hacia mucho tiempo que se había detenido, pero recién entonces lo notaba. No veía la tierra, pero sabía que debía estar ahí y también sabía que en cualquier momento aquel hombre aparecería por el pasillo y debía hacer algo. La única forma de huir era bajándose del tren, y teniendo en cuenta todo lo extraño que estaba sucediendo allí dentro, no le pareció mala idea. Pensó que podría ir a buscar ayuda, que debía haber algún pueblo cerca y sino, de todas maneras era mejor que quedarse allí.
Puso los pies en el último de los escalones, diseñados para coincidir con él anden, y se preparó, decidida a saltar. Estaba casi en el aire cuando un brazo la agarró con firmeza y la volvió a meter enseguida en el interior del tren.

8

Eurides, salió del río y trepó, con esfuerzo y tratando de no mover su brazo herido, el cañadón. Luego caminó un par de días por las montañas hasta que, ya exhausto, tuvo la suerte de cruzarse con un pastor. Este, al ver su medalla y notar que se trataba de un caballero, lo guió hasta el monasterio de los señores de la magia, subiendo la montaña hasta llegar a las cumbres. Había oído hablar de esa orden, eran magos y velaban por la armonía del mundo, pero creía que solo era una leyenda y que no existían de verdad.
Lo recibió uno de los guardias que, sin hacerle preguntas, como si ya supiese todo lo necesario, le abrió las puertas y lo llevo en presencia del señor de la orden. Atravesaron un patio y entraron a un salón de tres naves separadas por columnas de madera. Al fondo, sentado en una silla de madera rústica, se encontraba un anciano de rostro arrugado y que sostenía un bastón entre sus manos.
- Eres un caballero, ¿qué te ha ocurrido y donde están los tuyos? - preguntó.
- Mi nombre es Eurides, soy caballero de la orden del valle de Mágra. Mis compañeros han muerto con honor en combate, defendiendo a los hombres de las aldeas, al pie del volcán de Rohndar.
- ¿Y contra quiénes los defendían? - quiso saber.
- No se quienes son, los campesinos los llaman Orizes, son una tribu que habita sobre el volcán. No sabemos nada de ellos, mas que atacan sin piedad a los hombres. No buscan otra cosa que la destrucción.
El anciano medito las palabras.
- ¿Dónde dices que habitan estos seres?.
- Por lo que nos han contado los pastores, al parecer tienen el único campamento cerca del cráter del volcán. No entiendo como un ser humano puede vivir por ahí, con tanto frío por la altura, y al mismo tiempo tanto calor y gases de azufre por la lava.
El anciano lo miró pensativo, luego cambió la mirada hacia el espacio del extenso salón, en el cuál algunos otros se habían detenido a oír la conversación. Buscaba a alguien que por fin encontró.
- Zurmeio, recuerdo que hace un tiempo me hablaste de ciertas predicciones del oráculo de Ekrios.
- Así fue, Manhetor. Aunque me temo que daba unas referencias poco claras. El hombre que había respondido era un joven monje de barba marrón, ojos claros y piel rojiza. Vestía ropas grises al igual que todos los del salón.
- Sin embargo caballero parece coincidir con algo similar al oráculo - respondió el anciano.
- Puede ser parte de este entonces -.
- Pues síguelo en su camino, que te lleve hasta las tierras que describe y resuélvelo - le ordenó.
- Yo,..., maestro, aún no soy un mago, apenas puedo usar... - pero el anciano lo interrumpió diciendo: - pudiste ver parte del futuro, y tienes los conocimientos y las habilidades suficientes para cumplir, sino no te encomendaría esta misión.
- Como usted diga - concluyó inclinando la cabeza levemente en señal de aceptación. Luego giró y se alejó hasta desaparecer por la puerta principal.
Eurides aún seguía en el mismo sitio. Había prestado atención a la conversación pero no había llegado a comprender por completo. Se preguntaba a que se refería aquel oráculo o que debía hacer. El anciano noto su desconcierto y le informó: - dijiste que protegerías a aquellos aldeanos, pues debes cumplir tu palabra de caballero. No puedes rendirte, debes volver.
- Pero señor, los he enfrentado con otros muchos caballeros y todos han muerto, no hay nada mas que pueda hacer yo.
- Zurmeio requiere tu ayuda, debes guiarlo hasta ellos. Es tu deber.
El caballero medito en silencio, - lo se - por fin respondió - iré.
Al día siguiente partieron juntos hacia las tierras de Mágra. Caminaron varios días hasta llegar a la aldea pero no entraron y procuraron no ser vistos por nadie de allí. El mago decidió rodearla por encima de la montaña, he ir directamente a acampar en las cercanías del campamento de los Orizes. Eurides intentó no demostrar temor frente a tan arriesgada decisión, decidió que el mago sabía lo que hacía, o al menos lo sabía mejor que él, por lo que le indicó un sendero posible para trepar el volcán y luego se encaminaron por este hasta caer la noche.
- Hoy descansaremos acá - había dicho Zurmeio, mañana debemos ubicar el campamento de los Orizes, y por la noche nos aproximaremos más.
Y así fue, durante el día siguiente estuvieron por las cercanías del cráter buscando rastros de los Orizes. Se movían tratando de no dejar marcas y pendientes en todo momento de no ser vistos. Los tramos que estaban al descubierto los recorrían corriendo y analizando previamente los posibles lugares para ocultarse. Al caer la tarde visualizaron el campamento, unos trescientos metros debajo del cráter de la cara opuesta al sol del amanecer. Estaba en un lugar desprotegido, donde soplaban fuertes vientos sin paredes cercanas que lo detengan. - Demasiado descubierto - dijo el mago, que analizaba cada detalle en busca de pistas para saber quienes eran esos seres.
Eran una docena de tiendas de cuero de diversos animales de montaña, la mayoría con pelaje grueso. Se veían varias hogueras ya consumidas pero aún humeantes y restos de huesos esparcidos. No había orden alguno por el campamento, eran como animales salvajes, como una raza prehistórica. Recién entonces vieron al primero de los Orizes, un enorme cuerpo que salía de una de las tiendas y refugiándose de la luz del día con sus anchos y velludos brazos, caminó hasta un hueso con carne de animal tirado en el suela, lo tomó y se lo llevó a la boca, arrancando un pedazo y masticándolo hasta tragar, luego se fue con el hueso a seguir comiendo dentro de la tienda. Al parecer durante el día solo dormían y comían.
Al anochecer se acercaron más, incluso, luego de comprobar que todos estaban descansando en sus tiendas, Zurmeio recorrió el campamento buscando cosas que Eurides, que vigilaba desde lejos, no llegaba a comprender. Caminó con delicadeza entre las tiendas, mirando los objetos que había desordenados por la tierra y los restos de animales mutilados. Volvió pensativo, con una firme expresión de preocupación.
Al día siguiente volvió a acercase, en total fueron cuatro veces, hasta que pudo llegar a una conclusión. Esa noche estaban volviendo a su campamento cuando le dijo: - no logro entender aún como han conseguido escaparse -.
- ¿Escaparse? - preguntó Eurides.
- ¿No lo has notado aún? - le criticó el mago.
- No - se limitó a responder.
- Los Orizes son prófugos.
- ¿De donde se han escapado? - quiso saber Eurides.
- Han escapado de las profundidades del volcán, del centro del calor eterno, de la dimensión del mal absoluto.
- Crees que salieron del volcán - se burló con respeto el caballero.
- Creo que salieron del infierno - respondió Zurmeio.
- ¿Del infierno? - repitió.
- Han encontrado una puerta, debe haberla dentro de este cráter, en las profundidades del fuego mas cadente. Debe existir algún pasaje que une el mundo de las tinieblas con el nuestro - explico. - No parece algo intencional, debe haber sido el azar, estos seres la han encontrado por error y han salido a través del volcán.
- ¿Y quienes son entonces?.
- Demonios, guardianes en las tierras del mal -.
Eurides permaneció entonces en silencio, quizás no supo que mas decir, no supo que mas creer o pensar.
- Tienen la marca, en la frente, es la marca del diablo -. Completó el mago.
- ¿Y que vamos a hacer? . preguntó mas tarde el caballero.
- Eso aún no lo se, llevará algo de tiempo y estudio, pero debemos expulsarlos de la tierra -.
Y así fue, pasaron algunas semanas en las cuales Zurmeio continuaba observándolos y luego meditaba. Se concentró en preparar una especie de poción, uso una pequeña vasija que dejaba a fuego lento y echaba hierbas que guardaba en el un bolso que llevaba siempre colgado.
- Creo que esta listo - dijo al fin, - pero debemos probarlo.
- ¿Y como?.
- Pues con uno de ellos, solo tienes que capturarlo y traerlo hacia aquí - le respondió mientras guardaba un líquido en una pequeña botella redondeada que luego guardó en su bolso.
- Claro, como no se me ocurrió - ironizó Eurides - sino también puedo ir yo solo y atacarlos a todos.
- Prepara una trampa y espera que alguno te vea y te persiga, ya tienes experiencia en ser perseguido -.
Durante el día siguiente Eurides se dedicó a cavar una fosa encerrada entre dos piedras de gran tamaño, tardó todo el día pero al caer el sol estaba lista. La tapo con ramas sobre los que puso algunos cueros y sobre estos una pequeña capa de tierra. No había quedado perfecta, se notaba que había algo allí, pero la oscuridad de la noche debí ocuparse de las imperfecciones.
Se acercaron a los Orizes lo mas que pudieron y permanecieron allí observando y aguardando una buena oportunidad. Se dio varias horas mas tarde, cuando uno de los demonios salió a buscar algo para comer. Estaba con su compañero de combate, pero este se quedó sentado sobre una piedra mientras se alejaba hacia la ladera opuesta. Eurides se dejó ver recién cuando el Orize estaba lejos y se mostraba molesto por no hallar alimento. Al verlo se detuvo un momento, como pensando si buscar ayuda o cazarlo en soledad, optó por lo segundo ya que de inmediato comenzó a correr hacia él. Eurides también echo a correr, lo mas rápido que podía, pero sin alejarse demasiado. Recorrió la ladera hacia las piedras donde estaba la trampa y aminoró el paso solo cuando estuvo cerca, asegurándose que el Orize lo seguiría de cerca, luego desapareció tras las rocas. Su perseguidor llegó al mismo punto unos minutos mas tarde para doblar tras las rocas y ver a Eurides tan solo a unos veinte o treinta metros delante, sin dudarlo echo a correr nuevamente hacia su presa, pero al pasar entre las rocas se hundió en la fosa junto a las ramas y los cueros.
Zurmeio entonces salió de atrás de una pequeña colina y se acercó a Eurides, que aún estaba con las manos sobre sus rodillas, agitado por la corrida.
- Ves que fácil resultó - le comentó mientras le daba una pequeña palmada en la espalda y siguió hacia la fosa. En el fondo estaba tirado entre las ramas el Orize, los miraba y mostraba sus dientes amenazante. Zurmeio no le prestó atención. Tomó de su bolso la botella, la destapó y luego dijo unas palabras que Eurides no logró entender, luego echo el brebaje sobre el Orize. Era un líquido similar al agua, pero especial. Al tocar el cuerpo del demonio salió humo, estaba quemando y atravesando su piel. El Orize gritó sin poder evitar comenzar a consumirse entre el humo, su cuerpo pareció derretirse hasta desaparecer, dejando apenas una pila de polvo seco, como arcilla que el viento de la montaña se encargó de esparcir.
- Funcionó - dijo Eurides por fin.
Al día siguiente los dos bajaron al pueblo del valle. Les costó mucho convencer a los pocos habitantes que aún quedaban viviendo allí que contaban con un arma para destruir a los Orizes.
Zurmeio en ningún momento explicó que eran demonios ni dijo nada de su origen, se limitó a hablar de la poción y de que debían utilizarla la próxima vez que fuesen atacados.
Preparó una gran cantidad del brebaje y lo repartió entre los hombres, luego esperaron a que cayera la niebla de la noche. Los Orizes aparecieron bajando la colina. Los campesinos no creían en ellos y pensaban huir, como acostumbraban, si eran atacados, por eso Eurides y Zurmeio se adelantaron al verlos venir. Solo al verlos correr hacia ellos la mayoría de los hombres, que ya huían, se detuvieron y observaron como los enfrentaban.
Rociaron el líquido en los primeros Orizes que llegaron a la carga y estos comenzaron a quemarse. Algunos de los enemigos se detuvieron al ver como se quemaban los demonios. Pero entonces los hombres comenzaron a animarse, volvieron hacia la villa y enfrentaron a los Orizes. Al comprobar que el brebaje funcionaba sintieron alegría y comenzaron a dar gritos de victoria, mientras el enemigo se deshacía a sus pies. La mayoría de los demonios no reaccionaban, miraban incrédulos como sus cuerpos eran devorados por el agua. Los hombres corrieron hasta alcanzar a los pocos Orizes que, al verse vencidos, intentaron huir montaña arriba, no dejaron que ninguno lograse escapar.
Antes de acabar con el ultimo pudo ve claramente la marca del demonio en su frente mientras su rostro se deformaba hasta consumirse por completo.
Los días siguientes hubo festejos en el pueblo. Mucha gente volvió a sus casas luego de haber vivido escondidos en otros valles.
Zurmeio dedico esos días escribir. Era un libro en donde anoto todo lo ocurrido. Escribio de los Orizes, sus costumbres, su teoría sobre el origen, y por ultimo la receta de la poción para vencerlos. Un día antes de partir lo entrego el libro al caballero, nombrándolo su dueño.
- Tu misión será velar por los hombres de estos demonios que escapan de las tierras del mal. Debes estudiar este libro y saber usarlo en caso necesario. Antes de morir asegúrate de elegir a un buen discípulo que continúe con el libro. Cuéntale la historia.
El caballero se mostró honrado y dio su palabra de que cumpliría y dejaría el libro en buenas manos.
- tu supervivencia en aquella batalla significó mucho mas de lo que crees, no fue casualidad, fue el destino, el mismo que ahora te dará la responsabilidad. Aquí esta escrita la maldición n de los Orizes, mientras alguien la sepa ellos no podrán volver al mundo de los vivos.
La maldición sobre ellos fue impuesta, que dure por siempre. Toda maldición tiene su cura y aquí también
Podrá encontrarse. Protege el libro y nunca podrán volver.

9

- caerías eternamente – le dijo luego de tomarla por la cintura ya cuando se encontraba en el aire, aferrarla con fuerza e introducirla nuevamente en el tren. Cerró la puerta a su espala y antes de acercarse a Coqui miró hacia el fondo del pasillo, como esperando la posible aparición de alguien mas. Coqui lo noto, no fue una mirada de temor, pero si de preocupación.
También noto que debajo de su brazo izquierdo tenía, apretado contra su abdomen, un libro ancho y familiar. Era sin duda el que había visto sobre una de las literas.
En la otra mano sostenía con firmeza una antigua daza, cuyo filo brillaba con esplendor, rociada por la poca luz del lugar. Al verla sintió miedo, aunque razono que si hubiese querido usarla ya estaría muerta. De todas maneras se mantuvo aprisionada contra la pared, como buscando encogerse hasta desaparecer detrás de esta.
- ¿Quien eres? – de pronto pregunto mirándola fija a sus pupilas.
Coqui no esperaba esa pregunta, al contrario, ella era la que tenía la curiosidad de saber quién ese hombre.
- ¿yo? – se atrevió a responder con voz apagada. – No se quien es usted – completó mirando hacia la daga y tratando de hundirse en la pared.
- ¿Por qué te entraste al camarote, buscabas esto? – preguntó moviendo la cabeza hacia el hombro debajo del cuál tenía el libro.
- yo,….no – se mostró desconcertada. Juntó las palabras y volvió a intentarlo – no sabía que ese libro era de usted, no fue mi intención despertarlo – se disculpó.
- Se que no eres un demonio – le confesó entonces, - solo una naufraga del tiempo.
Coqui lo miró aún mas perdida en sus palabras, ya no supo que más decir y el silencio invadió el lugar por unos instantes. El hombre de pronto se puso de pie y se alejó unos metros, hasta la margen del pasillo. Coqui intentó vociferar algo, promovida por el extraño actuar del hombre, aunque no llego a decir nada al toparse con un gestó de “silencio”, obrado por el dedo de la mano derecha apoyado sobre sus labios.
El hombre Estacionó su mirada en el vacío de la ventana y giró el cuello, buscando encontrar algún sonido distinto la monótona cortina sonora del tren, que se ocultaba tras una atmósfera de aire estancado.
- Vamos – decretó a continuación y tomándola suavemente del brazo la ayudó a levantarse. Fueron hacia atrás, el hombre siempre alerta y desconfiando de cada puerta del pasillo. Llegaron hasta la intersección de ambos vagones y se detuvieron.
- ¿Si todos están muertos, quien conduce el tren? – se le ocurrió preguntar a Coqui, que recién entonces lo notaba.
- Nadie, pero ese es el menor de los problemas – le respondió el hombre. - ¿Cómo es tu nombre? – quiso saber demostrando por primera vez una remota imagen de amistad.
- Coqui. ¿Y usted? – se refirió con formalidad.
- Nahir – respondió seco.
Coqui miró entre la abertura de la unión de los vagones, buscó la vía pero no la encontró, no pudo ver siquiera el piso. Comentó intrigada: - no hay vías -.
- Claro que no, estamos viajando sin tiempo ni espacio, estamos fuera de todo lo que conoces – respondió como estuviese hablando de algo trivial que puede pasar cualquier buen día.
Se notaba que quería decirle algo importante cuando por din dijo: - mira, toma este libro. Debes cuidarlo ya que es muy importante para mí.
- Lo se – interrumpió Coqui.
Pero el hombre insistió: - no tienes ni idea de la importancia que tiene. No es un libro común.
Coqui lo miró intrigado. Pero Nahir había cambiado de actitud, y ahora hablaba y le explicaba cosas que para ella eran casi imposibles de asimilar. – ¿No te has preguntado aún porque tu estas viva?, tu, entre todos los pasajeros -.
Le costo hacerse con una respuesta, y antes de tenerla en los labios ya seguía hablando Nahir – eres solo un señuelo, una carnada, una pieza para confundir a la presa y dejarla a merced del cazador. Estas viva, te dejaron viva a propósito, para que yo creyera que tú eras el demonio y saliera de mi escondite a matarte.
- ¿A matarme? – se aterrorizó Coqui.
- Si, y cerca estuve de hacerlo cuando te acercaste al libro, fue tan solo un instante mas que deje pasar, como para darte una última oportunidad, y fue el momento exacto que lo soltaste y saliste del camarote – relató sin mostrarse arrepentido de nada. – ¿Qué podía hacer?, se juega el destino de cosas mucho mas importante que nuestras vidas en esto – aclaró, - si hubieses abierto el libro no me hubiese quedado otro remedio que matarte.
Miró brevemente el desconcierto reinante en la expresión de Coqui, luego continuó:
- Por eso cambiaron la trayectoria del tiempo y el espacio, para llevar al tren a un lugar donde ellos puedan estar, ya que en el mundo, hasta no tener el libro, no podrán existir.
- ¿Y que dice ese libro tan importante?.
- Dice la manera de mantener al mundo protegido, es una muralla, un cerrojo para impedir a seres de otros mundos entrar a hacer daño en este – acomodó su espalda contra la pared, como anticipando estar dispuesto ser mas específico y retomó: - muchos años atrás hubo demonios en el mundo. Habían logrado saltar las barreras del infierno y acechaban a los hombres. Pero gracias a la ayuda de un mago estos fueron expulsados y, según cuenta la leyenda, el mago puso un hechizo por escrito en este libro para detener a los demonios de cualquier nuevo intento de volver al mundo de los mortales. El libro fue pasando de mano en mano, de maestro a discípulo, durante siglos. Durante todo ese tiempo hubo muchos intentos de los demonios, llamados Orizes, de hacerse con el libro y destruirlo. Los herederos del libro fueron escribiendo sus vivencias, todo esta aquí escrito – dijo remarcando con la mirada el libro.
Coqui lo escuchaba atenta y pensativa. Se preguntaba como siempre terminaba enrollada en estos problemas. Se preguntaba que tenía ella de especial para siempre invocarlos.
- En cada ocasión que algún demonio logra eludir las barreras de fuego y escapa de las tierras del mal se encuentra con este libro y su maldición. Es una pared infranqueable, por eso ellos vienen por el libro, a buscarlo y destruirlo, solo así podrán pasar y ser libres en el mundo.
Nahir se asomó nuevamente por el pasillo, asegurándose que estuviese vacío. Luego volvió hacia la chica – hace muchos años, yo era un estudiante de filosofía. Me pasaba horas leyendo y aprendiendo en las bibliotecas, estaba obsesionado con el origen del hombre y su destino final. Estudiaba sobre los tiempos antiguos, sobre otras civilizaciones y otras creencias. Una tarde, en una estantería alta de la biblioteca encontré un libro que jamás había visto, comencé a leerlo y me fue apasionando. Me quede toda la noche hasta terminarlo y descubrí que había aprendido mucho, mucho mas que con cualquier otro libro. En ningún momento note que alguien me vigilaba, alguien que había puesto el libro allí con la intención de que yo lo encontrase. Al cerrarlo el hombre apareció a mis espaldas, ese hombre había sido uno de mis maestros en la cátedra de Historia de las Culturas y se había fijado en mí, me nombró su discípulo. Allí comenzó mi historia con este libro, luego me convertí en el heredero del libro y aquí estoy, tratando de evitar que caiga en manos demoníacas.
- Y yo que puedo hacer al respecto – le preguntó Coqui. No era una chica de enfrentar de cara los problemas, siempre que había una manera de evitarlos le parecía mejor. Después de todo era muy sensible con respecto a los demás y a herir sentimientos. Algunos lo podían tomar como un defecto pero también era una grandeza, la actitud que muchas veces logra evitar una guerra.
- Debo buscar al demonio que me esta buscando, debo encontrarlo antes que él me encuentre a mí. Sé que esta por algún lado oculto y tu debes ayudarme – le solicitó.
– Mira – comenzó a responder, - no es que no quiera ayudarte…. – pero Nahir la interrumpió bruscamente: - debes hacerlo, toma el libro – le dijo entregándoselo, - debes cuidarlo mientras lo busco, debes ayudarme – concluyó.
Coqui tomó el libro casi por reflejo, pero sin querer de verdad hacerlo.
- Mira allá afuera, mira la nada, la eternidad en la que estamos metidos – le dijo indicándole la ventana a su espalda. Ella, también por reflejo dio media vuelta pensativa, enfrentándose a la ventana y dándole por un momento la espalda a Nahir. Afuera seguía la oscuridad inerte, como una pintura negra pegada sobre el cristal. – Alguien nos ha metido aquí, alguien que te ha dejado viva -. Al oír aquella frase que concluía, de inmediato invadió su mente un recuerdo, algo conciso pero que su había estacionado en el olvido, detrás de todos los sucesos de aquella extraña noche: recordó las palabras del guardia del vagón, aquellas palabras que creía haber soñado.
Usted hoy no va a morir
- El guardia – dedujo, - el guardia de mi vagón es a quien usted busca – exclamó satisfecha por su conclusión. Pero al girar repentinamente notó que estaba sola, Nahir ya no estaba y no había rastros de él. En cambio la puerta que daba hacia fuera estaba abierta y entraba apenas una brisa. Coqui se acercó a la puerta preguntándose si el hombre había salido por ella. Miró hacia fuera pero no vio a nadie ni nada. Se preguntó porque había confiado en ella, después de todo había dejado aquel libro tan valioso en sus manos.
Decidió ir al bar, entonces la puerta automática que uno los vagones se abrió, era el guardia.
- Quiero ese libro ahora – le ordenó con una voz diferente a la de cualquier hombre normal. Era mas profunda y se replicaba como si hablase por un micrófono distorsionado.
- No puedo creer que deje como señuelo al que quería matar – maldijo. Entonces Coqui comprendió que ese ser la confundía con Nahir, y que probablemente Nahir le había dado el libro a ella con esa intención.
– No tienes escape – le dijo cortando con su brazo la posibilidad de avanzar por el pasillo. – Dame ese libro – volvió a ordenarle, esta vez con un tono mas agresivo.
Sus ojos eran verdes, pero un verde oscuro y brillante. No eran humanos. Ella no lo había notado cuando la había despertado para pedirle el pasaje, pero no podía reprochárselo, no había manera de imaginarse quien era ese ser.
- No tienes escape – repitió y se abalanzó sobre ella. Pero en ese momento se abrió la puerta opuesta a la que ya estaba abierta, y desde afuera apareció Nahir. Su cuerpo caía del techo del tren, impulsándose con las manos, en forma horizontal y con ambas piernas hacia adelante. Con el impulso sus piernas golpearon el cuerpo del guardia, el cuál salió despedido hacia fuera. Pero antes de caer tuvo el tiempo de aferrarse a un brazo de Coqui y llevársela consigo en su caída.
Nahir de inmediato se arrojó hacia delante y logró atrapar a Coqui de su torso, mientras para no caer también se agarraba con fuerza a una barra dispuesta para que la gente se sostenga al bajar del tren.
Fue todo tan rápido que Coqui no llego a emitir ningún sonido, pero ahora que se percataba que estaba colgada tambaleándose hacia el vacío absoluto gritó.
El demonio, sin perder tiempo, estiró su brazo libre para tratar de quitarle el libro que Coqui aún presionaba bajo su brazo.
- ¡Golpéalo!, ¡has que se suelte! – oyó que le gritaba Nahir mientras tanto. Miró apenas hacia abajo, si es que había un abajo donde referirse, aunque no había nada que ver. Sentía un fuerte dolor en el brazo del cual colgaba el guardia pero no le prestó demasiada atención.
Todo terminó cuando Coqui dejó resbalar el libro hasta tomarlo con su mano libre y lo utilizó para golpear con toda la fuerza que pudo la cabeza del guardia. Este se soltó de inmediato, pero al caer llegó a estirar el brazo y arrebatarle el libro de la mano a Coqui.
Cayó hacia la nada riéndose y abrazando el libro.
Nahir, sin prestarle atención al hecho de haber perdido el libro, se ocupo de tirar del cuerpo de Coqui para volver a entrarla en el tren. Una vez a salvo se sentaron pegando la espalda contra la pared, uno a la par del otro y permanecieron en silencio y respirando agitados. Nahir fue el primero en hablar.
- ¿Estas bien? – le preguntó mirándola de reojo.
- Si – respondió apesadumbrada. – Siento lo tu libro – se disculpó.
- No te preocupes – la tranquilizó.
- Se que era muy importante.
- No es – aclaró y luego agregó, - siento haberte metido en esto. Se que no estuvo bien utilizarte como señuelo pero era la única manera para sorprender a ese Orize – se justificó mientras se ponía de pie, - por suerte ya todo terminó.
- Pero ya no tienes el libro – argumentó Coqui.
- ¿El libro?, ese no era el verdadero, es una copia que hice hace mucho tiempo, por si algo como esto sucedía. El original se encuentra seguro, debajo de mi cama.
- O sea que de verdad tenías todo planeado – dedujo.
- Todo no, la verdad es que no esperaba que fuese tan difícil.

Paco abrió la puerta del camarote y se puso de rodillas, como en busca de algo, miró debajo de la litera y, al no llegar a distinguir nada, pasó el brazo.
Mientras tanto, en otra parte del tren Coqui y Nahir se reponían. Coqui había perdido un zapato y sentía un dolor en el codo, se había golpeado al caer del tren.
- ¿Hay mas gente viva en el tren? – preguntó Nahir.
- Si, hay un chico de nombre Paco, es un pequeño muy inteligente, y también hay una chica asustada y lastimada. No he visto a nadie mas – describió.
- Espera – razonó de pronto Nahir, - los demonios siempre vienen de a dos, así es como dice el libro que atacan.
- ¿Quiere decir que hay otro demonio escondido?.
- Me temo que si, y en este momento debe estar buscando el libro – pensó de repente mientras de un salto se ponía de pie. – Vamos – exclamó ayudándola a levantarse.
Comenzaron a avanzar por los pasillos. Nahir iba primero y vigilando cada puerta, Coqui tan solo lo seguía de cerca. Llegaron al comedor, pero no había nadie. Atravesaron las mesas y la barra y siguieron al vagón siguiente. Al entrar vieron una pequeña y lejana figura en la otra punta del pasillo. Coqui logró reconocerlo enseguida, a pesar de la poca luz, era Paco. Caminaba hacia ellos, pero al verlos se detuvo.
- Ese es Paco, el chico que encontré vivo – le informó.
El chico solo llegó a ver a Nahir, ya que este tapaba casi por completo la figura de Coqui. Al ver que el hombre caminaba hacia él se asustó.
- ¿Es el que dijiste que parecía demasiado inteligente para ser un niño? – preguntó.
- Si, bueno, en realidad... – pero Nahir la interrumpió, - Tiene algo en sus manos.
Estaba oscuro y lejos, pero Coqui logró distinguir que era lo que tenía: era un libro.
- ¡Paco! – gritó Coqui.
- ¿Coqui? – respondió el chico esforzándose por mirar detrás de Nahir.
- Tiene el libro – dijo Coqui en voz baja solo para que Nahir lo oyese.
- Si, lo veo.
- Pero entonces,... el es el demonio – dedujo.
- Ya lo creo – respondió Nahir apartándola hacia atrás y avanzando.
Paco, al ver a Coqui, se mostró mas relajado, luego comenzó a acercarse a ellos diciéndole a Coqui – pensé que te había perdido.
- ¡Tienes el libro! – exclamó Nahir señalándolo.
- ¿Quién es este hombre? – preguntó Paco a Coqui.
- Es... – pero se quedó sin palabras para explicar.
- ¿Dónde has estado?, nos dejaste solos, ¿dónde has estado? – la interrogó.
- ¿Qué haces con ese libro? – quiso saber Coqui sin prestarle atención a sus preguntas.
- Pués la niña me pidió que se lo busque, me costo mucho encontrarlo ya que ella no recordaba en que camarote estaba – se quejó, - pero por fin lo encontré – dijo mostrándolo, - espero que esto ayude a que se tranquilize, no sabes lo mal que respira. Yo pienso que le ha hecho mal el golpe que se dio en la frente.
- ¿Que golpe?, ¿qué tiene en la frente? – le preguntó Nahir con ansiedad.
- Coqui lo vió, ¿no?, recuerdas la marca....
- ¡La marca! – gritó Nahir, - ¡la chica!, ¡es la chica!. Los demonios pueden tomar cuerpos humanos, pero nunca pueden borrar la marca en sus frentes, un círculo pequeño, símbolo del pecado, grabada para siempre en sus cuerpos – explicó con prisa.
Paco se mostró desconcertado e iba a componer alguna palabra cuando de una de las puertas, a su espalda, apareció otra figura, era la chica y de inmediato saltó hacia él.
- ¡Cuidado! – llegó a gritar. Paco no comprendió de que lo advertían y aunque lo hubiese comprendido ya era tarde. La chica calló sobre su espalda y lo presionó contra la pared.
- ¡No sueltes el libro! – le pidió Nahir mientras corría hacia ellos. Paco, quizás por instinto, retuvo el libro contra su pecho con fuerza y entre sus brazos. También por instinto se agacho, haciendo que la niña quedara colgada encima de él. Se sorprendió de la increíble fuerza y la desesperada insistencia de la chica por arrebatarle el libro, pero no le sería fácil quitárselo. Retrocedió y el cuerpo de la chico golpeo con fuerza la ventana. Pero ella le presionó los hombros, obligando a que los doblase hacia fuera y que dejase caer el libro. Al llegar al piso con un movimiento hacia delante Paco, sin quererlo, lo pateo lejos hacia donde estaban Nahir y Coqui. Entonces la chica lo solto y se apresuró a buscar el libro, arrojó con fuerza el cuerpo de Paco hacia un lado. Este entró a uno de los camarotes y cayó entre las literas. Nahir llegó a la posición de la chica y se encontraron en un choque de frente. Se agarraron mutuamente, la chica lo tomo del cuello, intentando estrangularlo. Su fuerza no era la de una niña, era la de un Orize disfrazado, la de un demonio luchando por hacer el mal con todas sus energías. Coqui tomó el libro pero no hizo nada mas, se quedo mirando la pelea ya que de nada le serviría huir.
Nahir trató de quitarse los brazos de la chica de su cuello, la empujó hacia atrás pero apenas logró reducir levemente la presión. Pudo ver de cerca la marca, era el símbolo de los Orizes, grabada a fuego en su frente. Luego la chica emitió un grito y giró con hacia un lado el cuerpo de Nahir, quedando del lado de Coqui, la cuál se asustó y esta vez si comenzó a alejarse. Nahir cayó al piso y vio como la niña se alejaba hacia Coqui. En un útlimo intento estiró el brazo desde el suelo, intentando agarrarla, pero no pudo.
Coqui corrió pero no logró evadirla, la chica la alcanzó antes que lograse llegar al fondo del vagón. La tomó por la espalda y la giró, quedando frente a frente, luego, con una voz emergente de las profundidades de una garganta diferente a la de una niña oyó que le decía: - entrégame el libro.
No supo que hacer, notó la furia acumulada detrás de las retinas de ese pequeño cuerpo de niña. Su rostro ahora era pálido, descolorido, atemorizaste.
Estiró el brazo, como dispuesto a recibir lo que buscaba cuando por detrás apareció la figura de Nahir. La niña no lo noto hasta que la tomó por la cintura y con el impulso de la carrera previa la levantó y golpearon la ventana. El cristal se rompió y los dos cuerpos atravesaron la ventana, saliendo del tren. Nahir llegó a agarrarse del borde pero no logró desprenderse de la chica, que estaba enrollada como una serpiente a su torso. Coqui y Paco, que había aparecido con la cabeza sangrando debido al golpe contra una de las literas, llegaron a acercarse a la ventana. Allí pudieron ver como Nahir colgaba apenas sostenido con un brazo. Su mano sangraba por los cristales que habían quedado sobre el marco de la ventana. Supieron entonces que mucho no resistiría.
Su gesto cambió al ver a Paco, trató de ocultar el sufrimiento. La niña no cesaba de golpearlo he intentar usar su cuerpo como escalera para llegar al tren. Nahir sabía que estaba perdido, no le costo reconocerlo, entonces hablo, - Paco, eres el nuevo dueño del libro. Has sabido protegerlo y confío en que podrás seguir haciéndolo. Debes leerlo, leerlo y comprender. Solo así podrás protegerlo. Es especial, verás como lo es. Léelo y aprenderás todo lo que necesitas para ser el heredero, por siempre.
Luego de decir esto Nahir se soltó y su cuerpo, junto al de la niña, desaparecieron en el silencio y la nada.


10

- ¿Como volveremos? – preguntó Coqui cansada.
Habían pasado ya varias horas. Coqui estaba en el bar sentada sobre una de las mesas. Con los pies estirados y su espalda contra el cristal. Paco seguía leyendo el libro. Le había pedido que le dejase un tiempo para que pudiese leer con calma. Luego de haber estado un rato en la mesa frente a ella, prefirió irse a una litera vacía, donde podía estar tranquilo y solo. Desde entonces el tiempo corría y Coqui tenía hambre y ganas de estar en su casa descansando.
Luego de ver caer a Nahir se habían quedado juntos un rato, sin saber bien que hacer, sin estar seguros de lo que había pasado. Paco sintió que algo cambiaría en su vida, pero no lo supo hasta pedirle a Coqui el libro.
- ¿Qué harás? – le había preguntado Coqui.
- ¿Qué harás con que?.
- Con lo que dijo Nahir. ¿Leerás el libro?, ¿harás eso? – especificó.
Paco había olvidado por completo lo del libro. Pero ahora estaban allí, los dos, atrapados en un lugar sin tiempo, sin futuro ni pasado, sin espacio mas que el del tren. De pronto había recordado que el ahora era el dueño de aquellas hojas encuadernadas. - ¿De que podía servirle? – se preguntó.
- Si – afirmó, - lo leeré -. Dijo mientras Coqui se lo entregada. Después fueron al comedor, donde se habían quedado un rato.
- ¿Puedes dejar de jugar con ese paquete vacío de papas? – le había pedido Paco a Coqui.
- Esta bien – dijo resignada y dejando caer al piso el paquete.
- Perdona – se disculpó Paco, - mejor voy a seguir leyendo a un sitio más tranquilo – dijo y se marcho hacia el vagón delantero. Coqui Había notado como Paco, tan solo con lo que había leído antes de irse del bar, ya parecía una persona distinta. Era difícil para ella describir las diferencias, pero ahora Paco parecía una persona mayor, mas centrado, mas responsable, mas sabio.
Por fin apareció. Entró al comedor y se sentó con la cabeza baja, como perdido en sus propios pensamientos. El libro descansaba bajo su brazo.
- El libro lo dice todo – confesó levantando la vista hasta encontrarse con la de Coqui.
- ¿Dice como salir de aquí? – resumió mientras jugaba con un vaso vacío.
- Creo que si – respondió antes de explicar, - verás, el cambio del tiempo y el espacio esta dada por la velocidad del tren. El tiempo es la medida del cambio y el espacio el vínculo que se intercepta con él en el infinito. No tenemos referencias, pero si las tuviésemos veríamos que el tren esta andando a una velocidad infinitamente rápida.
- ¿Y que hacemos? – inquirió Coqui, que solo quería oír soluciones.
- Vamos a tratar de parar este tren.
Fueron hasta el primer vagón, donde encontraron unos comandos. Había botones, palancas y luces. Delante de ellos estaba la máquina, pero aquellos comandos serían tal vez suficientes. Comenzaron entonces a tocar todo, probaron con varios botones hasta dar con uno que pareció el indicado. No notaron nada hasta un instante mas tarde, cuando todo comenzó a temblar. Las paredes se tambaleaban y daban la impresión de estar por caerse. Entonces se oyó un ruido como un trueno, perdieron el equilibrio y cayeron juntos al piso. Al ponerse de pie vieron como afuera aparecía el mundo. Vieron las montañas en la lejanía, algunas luces de caseríos dispersas bajo la luz de la luna llena, un río casi seco al costado de la vía. ¡Había vía!.
El tren perdía velocidad. Miraron por la ventana hasta verlo detenerse por completo. Paco fue el que abrió la puerta.
- ¿Que haremos con el tren? – preguntó Coqui mientras se acercaba a la escalera para descender.
- Nadie debe saber lo ocurrido – decretó mientras volvía hacia los comandos de la máquina. Tocó algunos botones hasta que el tren comenzó a ponerse en movimiento.
- Vamos – dijo mientras se acercaba a la puerta.
Bajaron del tren y vieron como tomaba velocidad, hasta que nuevamente desapareció en la nada.
- Debo irme ahora – le dijo Paco, - gracias por todo lo que has hecho por mí y por el libro. Hablaba como si hubiera sido el dueño del libro hacia mucho tiempo. La saludó con un gesto y comenzó a alejarse en la dirección de las montañas.
- Adiós – llegó a decir Coqui antes de que se perdiera de vista.
- Adiós – oyó que, sin darse vuelta, le respondía.
Coqui caminó hacia el lado opuesto, donde a lo lejos se veían las luces. Luego de un rato se encontró con un camino de tierra y siguiéndolo llegó hasta una ruta.
Comenzó a hacerles señas a los pocos autos que circulaban, esperando que alguno la llevase.
- ¿Qué haces a estas horas caminando sola por la ruta? – preguntó intrigado el conductor de la Van blanca que la levantó.
- Salí a dar un paseo – respondió tajante, correspondiente con su costumbre de no dar explicaciones.

0 comentarios