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Kosh

EL VIAJE

1

Una línea definida y luminosa cruzaba la habitación desde un hueco entre las cortinas sobre la ventana. Tendida entre las sabanas desarmadas y recostada sobre un lado, Coqui comenzaba un nuevo día, abriendo con dificultad los ojos sufriendo la luz contra sus retinas. Giró hacia el lado opuesto, despertando a una de las perras que descansaba apacible, la cuál abrió también sus ojos con cierto desconcierto y malestar, para luego ponerse de pie y bajarse de la cama, seguramente en busca de un nuevo lugar seguro donde poder continuar su reposo.
Se sentó sobre la cama y sus pies se encontraron con el suelo, aunque aún se negaban a ponerse de pie. Era un buen día y sería mejor ya que esa noche viajaba a Buenos Aires después de tanto tiempo. Trató de recordar que había soñado y apenas si se acordaba que había sido algo extraño. Las imágenes difusas vagaban por su inconsciente buscando formar algo coherente. Sabía que había un hombre, era una especie de anciano, deforme, apocalíptico, de largas barbas blancas y rostro arrugado y sin color. Tenía los hombros caídos y el cuerpo frágil y raquítico. La miraba mientras ella caminaba perdida por una gran sala, era un lugar húmedo, el techo estaba tan alto que se perdía en la oscuridad, había columnas y estatuas, pero no recordaba porque. Apenas comprendía que estaba allí en busca de algo, algo muy preciado. No recordaba mas y a cada segundo que pasaba se le escapaban nuevos trozos de sueño, hasta que termino de despedazarse y ya nada recordaba con claridad.
Apenas había pasado una semana desde que había vuelto del campo de Magda y las cosas habían también vuelto a la mas cotidiana realidad, no extrañaba en absoluto lo que había vivido, pero reconocía cierta acción perdida en el correr de días iguales, sin demasiada emoción. Tomaba unos deliciosos mates dulces por la mañana y por la tarde. Aprendía algunos nuevos platos y postres para algún día preparárselos al hombre de su vida. Había aprendido, de la mano de su madre, a hacer budín de pan, también hacía sus clásicos panqueques, y de comidas saladas hacía matahambre y algunas otras cosas no tan difíciles, pero que eran todo un logro para ella.
Esperaba que la hubiese despertado el teléfono, y escuchar a su madre acercándose a su habitación, abriendo con calma la puerta, y pasándole el tubo para oír la voz de su chico, pero no había sido así, y ahora tenía que tomar energía para ponerse de pie.
Fue a la cocina y preparó velozmente un mate. Después prendió la computadora y espero a establecer la conexión con la red. Volvió a la cocina, mientras tanto, para buscar el agua, ya caliente, y tomar un par de galletas de cereal. A su retorno encontró, en la pantalla, que había un usuario conectado al chat. Contenta sin dudar de que se trataría de la persona que quería, pero, como era su costumbre, sin apresurarse, tecleó un simple – hola -.
Hace mas de dos días que no hablaba con el hombre de su vida, él había estado viajando y ahora estaba en la Argentina, esperándola en Buenos Aires, y ella, después de tanto tiempo de esperarlo, solo quería que llegase la noche para abordar el micro que la depositaría en sus brazos. Imagino que se había despertado temprano y se había conectado para intercambiar algunas palabras.
Al recibir la respuesta, un mensaje que devolvía el saludo, descubrió que no era la persona que creía sino un desconocido. Figuraba en el sistema con el nombre de El Pastor. Se sintió un poco mal, tenía muchas ganas que fuese la persona que esperaba.
La verdad era que no le gustaba hablar con desconocidos, era perder el tiempo, aunque muchos utilizaban esto para descargarse, encubriéndose bajo la protectora impunidad de la red. Uno podía mantener una conversación con un ser humano totalmente desconocido, intercambiar problemas, alegrías, desdichas o cualquier tema que se necesite expresar con otra persona, aunque en el fondo las respuestas son simplemente palabras enviadas por alguien sin rostro, del cuál no se sabe su posición, su edad, su sexo, sus rasgos, sus costumbres ni nada en absoluto. La persona podría ser tanto un vecino como un campesino de Ucrania, pero en la pantalla se verían ambos sin distinción.
Coqui pensó en desconectarse y se dispuso a hacerlo cuando el desconocido escribió: – ¿esperabas a otro? -. Al no resultar un grave esfuerzo, decidió que merecía una respuesta, por lo que se remitió a decir un seco – si -.
- ¿Alguien que vive muy lejos y que hace mucho que no ves? – preguntó de inmediato la persona.
- si – volvió a escribir Coqui, algo interesada. – ¿Te conozco? – ahora quiso saber ella antes de cortar la comunicación.
- No, en absoluto. Pero me dedico a conocer yo a la gente, por lo que puedo saber esas cosas de alguien -.
Le resulto entretenida la respuesta, y luego de meditar en que no tenía nada mejor que hacer, y que ese día seguramente le resultaría demasiado largo y no vería el momento de que fuese la hora de partir, decidió que, para “matar el tiempo”, sería una buena idea quedarse un rato mas, conversando con un desconocido sin mas que hacer.
Podría haber conseguido un pasaje para esa mañana y ya estaría en Buenos Aires con la persona que amaba, pero, simplemente, cuando le preguntaron porque no había hecho eso, ella se remitió a responder, - porque no -. Sin mas causa, o razón que ese motivo tan genérico. Era la típica respuesta que su chico odiaba escuchar, pero de todas maneras era una fuerza que la superaba y siempre volvía a repetirla. Ahora debía pasar el tiempo hablando con un desconocido para hacer algo que le permitiese olvidar el deseo de estar en los cálidos brazos de su amado.
- ¿A ver?, ¿que mas podes adivinar de mi? – pregunto sin esperar mas que una gama de vagos disparos al aire intentando dar con un blanco mas que difícil e incierto.
- No me dedico mas que a saber lo esencial para mi existencia, y yo busco a alguien que desearía ir a mi origen -.
- ¿Y donde es tu origen? – se intrigó Coqui.
- En una vieja construcción de Dios, allá. Cruzando el Océano, muy lejos, donde nace el sol del viejo imperio.
- Parece un lugar lejano – replico sin entender demasiado.
- Lo es. Es un lugar lejano y húmedo – agregó, - pero ahora estoy acá, allá, estoy por todas partes, soy parte de todo -.
Coqui, ya cansada de escuchar a un loco que se creía Dios, le dije que sí tenía intenciones de viajar a ver a la persona que amaba y que algún día esperaba lograrlo.
- Pero una ayuda viene siempre bien, es un favor por otro, ¿correcto? -.
- De acuerdo – finalizó.
- Entonces nos volveremos a ver alguna otra vez -.
- Si, seguro -.
Ya era media mañana y se puso a ordenar su habitación, las perras se presentaron para molestarla en un par de ocasiones, pero al verla sin ganas de jugar ni interesarse por ellas mas que para correrlas cuando se colocaban en el camino de paso, se retiraron buscando otra manera de entretenerse o simplemente buscando un lugar para recostarse.
Almorzó temprano y la tarde paso lenta y aburrida, sin mas que hacer que leer algunas revistas y tomar mate hasta cansarse. Preparó luego, con sumo cuidado, el bolso con la ropa que llevaría. Puso todo lo que a su hombre le gustaba ver y a ella tener puesto, cargó un poco de mas, solo por costumbre. De todas maneras había conseguido a uno de los chicos se lo llevase. Llegaría el día siguiente, pero prefería esperar un día el bolso que un día de ver a su chico.
Llegó a la terminal con el tiempo justo para saludar, subir y sentarse a ver como el micro se ponía en movimiento. Un rato mas tarde las luces de su ciudad quedaban atrás y la oscuridad de la noche la tomaba de la mano para, cómplice del mecedor movimiento del micro, llevarla a encontrar el sueño.

Estaba caminando entre la niebla, era un lugar tenebroso, lleno de cemento, de pasillos angostos. El aire olía fuerte a espesa humedad. Entre las sombras que las paredes grises reflejaban entre los pasillos y la bruma que resaltaba las formas, pudo distinguir algo que se movía. Era una forma mas entre las que había, pero supo enseguida que tenía vida, tenía un corazón malo, y la buscaba a ella, estaba preocupado por atraparla. Dio media vuelta y comenzó a correr, correr desesperada, doblando en las estrechas esquinas o pasadizos del sinistro laberinto. Las puertas eran de madera vieja y estaban todas cerradas, las ventanas tenían rejas. Corría sin detenerse, sintiendo como su corazón latía frenéticamente y como sus pisadas hacían ecos secos sobre las paredes. Desparramaba el agua de los charcos que salían de las alcantarillas cubiertas de rejas de hierro. No miraba hacia atrás, no se atrevía, pero sabía que ese demonio estaba allí, siguiéndola, como una sombra, detrás de su espalda, tan solo a unos metros, tratando de alcanzarla con sus largos y angostos brazos. Cada vez mas cerca, en silencio, como volando entre la niebla. Entonces llegaba a un pasaje sin salida, y se aterrorizaba al encontrarse con una pared de ladrillos color ocre gastados y descoloridos. Entonces daba media vuelta, como para enfrentarse a esa figura sabiendo que era su inminente fin, sabiendo que su vida terminaría en las manos de un demonio, de una sombra. Pero al dar la vuelta, agitada y cubierta de sudor, se encontró con la mirada angustiante y algo temerosa de un hombre de unos cuarenta años, vestido con una campera de tela blanca, muy elegante, y unos pantalones azules de marca. El hombre mostraba rastros de haber estado durmiendo solo unos momentos atrás, y la detuvo con los brazos al ver como la chica sentada a su lado casi se le arrojaba encima al girar bruscamente.
Coqui lo miro buscando encontrar el sitio del universo donde se encontraba y lo hallo el interior de un micro a oscuras, al lado de un hombre que la miraba molesto.
- Perdón, estaba soñando, supongo – se disculpo apenas entreabriendo los ojos y aún bastante dormida.
El hombre solo asintió, demostrando que estaba en lo cierto pero que de todas maneras estaba molesto. Luego giro y trato de volver a dormir. Coqui ni siquiera lo intento, se quedo observando por la ventana como las luces de la autopista de Ezeiza pasaban una a una, generando una pantalla anaranjada que se movía hasta desaparecer y comenzaba una nueva.
Así, lenta y angustiosamente, fueron pasando las horas restantes hasta que el micro entró en la terminal y se detuvo. Aún no eran mas de las tres y media de la mañana cuando piso el húmedo asfalto de la ciudad.
Caminó a la salida y buscó entre las desiertas calles un taxi. Muy pocas personas circulaban por la lejanía, entre las grises y oscuras avenidas cercanas a Retiro. Una nebulosa imagen comenzaba a tomar forma de realidad para su cansada mente con una brisa fría que desparramó su pelo y golpeó su rostro.
Pasaron algunos minutos y ningún auto negro y amarillo asomaba por la explanada de la avenida así que empezó a caminar calle abajo, pensando tener mas suerte en aquella dirección. Pero de a poco se daba cuenta que la suerte seguía en su contra. Apenas, a lo lejos, su mirada pude distinguir un colectivo de línea que se acercaba. Era el ciento cincuenta y dos. Coqui tenía pensado pasar la noche en el departamento de una de sus amigas que vivía sobre la calle Charcas y recordaba perfectamente haber visto varias veces, de la tantas que había estado, pasar ese colectivo por esa misma calle, por lo que, al no encontrar ninguna mejor opción, y además al resultarle mas seguro que tomar un taxi a esas horas, opto por estirar el brazo para que el chofer se detenga. Al ver que lo hacía verificó que, entre los bolsillos de su campera de cuero, tuviese monedas. Siempre era de acarrear con muchas monedas, por lo que no se sorprendió al encontrarse la mano llena de pequeños círculos dorados, mas que suficientes para pagar el pasaje. Subió los escalones con dificultad, el no haber dormido bien y la alta hora de la noche le pesaban en todo su cuerpo y le recordaban a sus músculos, en cada movimiento, que debía encontrar una cama donde descansar pronto. Se arrastró hasta un asiento individual cercano al fondo y dejó caer su cuerpo sobre él, acomodando sus pies a un lado del asiento de adelante.
El vehículo se metió en la ciudad y Coqui, cansada, clavó la mirada en el respaldo del asiento delante de ella y se dejó llevar de la mano del somnífero movimiento del colectivo hasta que sus ojos se cerraron involuntariamente y su cabeza se ladeo hasta apoyarse contra el frío vidrio. El mundo a su alrededor fue envolviéndose en un remolino hasta desaparecer, como agua por el sumidero. Todo quedó en blanco para que nuevas imágenes se abrieran paso creando nuevas situaciones en un mundo inédito e irreal, el mundo de sus sueños.


2

Soplaba un viento frío sobre los techos de la aldea. Era una noche casi sin luna, cubierta por una espesa bruma proveniente de las costas y los acantilados del sur. La agonía de la espera desesperaba a los guerreros que miraban sobre las paredes del castillo, de pie sobre en el corredor de combate, como del horizonte aparecían, luego de varias semanas, las velas enemigas.
La batalla duro varios días, los barcos abriendo fuego día y noche y el fuerte respondiendo disparando sus mas de doscientos cañones hacia el mar. Las barrerías caían día y noche en el agua y sobre los muros de la ciudad. Hubo muchas bajas de los dos lados, pero finalmente, después de muchos días de intensos combates, y dos intentos fallidos de desembarco, el segundo llegando casi hasta las puertas del castillo, el enemigo se retiro derrotado, llevándose en los pocos barcos que aún se mantenían a flote, a los soldados sobrevivientes. Las velas de los maltrechos buques se sumergieron en el horizonte y no volvieron a aparecer. De entre los numerosos soldados desertores de las filas enemigas estaba un joven monje protestante de nombre Iréas, el cuál, al llegar a tierra, cambio sus creencias al cristianismo y se sumo a una de las parroquias del monte de San Antonio. La iglesia quedaba cerca de la villa de Mayales, del lado opuesto del valle, en la parte mas árida y lejana.
Allí se instalo y vivió muchos años, casi oculto en una parroquia que apenas frecuentaban algunos pastores, pero que de a poco fueron abandonando, hasta dejarla en la soledad, solo acompañado por el silbido del fuerte viento que bajaba las colinas.
En un principio el era el monaguillo, y el sacerdote era un viejo de barbas blancas que solía bajar seguido al pueblo en verano, en busca de frutas y pan blando. Pero luego dejo de verse y no se supo mas de él, pero Iréas se hizo cargo de la desolada parroquia.
Por las noches se veía desde los campos cercanos, como los días sin luna, encendía una hoguera y practicaba extraños ritos, muy lejanos a la doctrina cristiana, pero que nadie le prestaba demasiada atención como para hacer algo al respecto.
Del lado opuesto de la villa, sobre el bosque de Soler, se erguía la Capilla del Señor, dirigida por el padre Romeo, también conocido por su apodo de joven, El Pastor, ya que era uno de los pocos pastores, sino el primero, cuando apenas había ganado en el valle. Un día, sin demasiadas explicaciones pero si con mucha determinación, dejo sus rebajos y viajo hasta el monasterio de San Mateo, donde estudio para, luego volver al valle como sacerdote y construir la iglesia donde residía.
Al Pastor nunca le preocupo la extraña mística de su colega de la lejana ladera opuesta, simplemente nunca le había prestado demasiada atención, además solía no tener demasiado tiempo ya que debía estar atendiendo su huerta, rezando o dando misa y confesando todo el día. También ejercía labores de carpintería, tallando la madera con gran maestría y arte. Las estatuas de madera que adornaban su parroquia habían sido escupidas por el mismo, con paciencia y sobrada dedicación.
La vida siempre había transcurrido sin demasiados pesares en el valle, hasta que un día, uno de los hijos de un campesino desapareció misteriosamente. Los que lo habían visto por última vez lo habían hecho vagando por las cercanías de la parroquia de Iréas, en ese entonces los campesinos del valle le llamaban el Monje de Tierra, ya que siempre se lo veía vestido de marrón con una soga a la altura de la cintura. La soga era negra, ya que, sin una razón lógica, estaba siempre impregnada en alquitrán.
Lo buscaron por las colinas cercanas pero no lograron hallar rastros del niño y nunca mas se supo nada de él.
Meses mas tarde otro joven, este un poco mayor, de unos quince años, también desapareció. En total fueron cuatro los que desaparecieron en los siguientes seis años, aunque algunos comentaban que también habían desaparecido un par de jóvenes viajeros que habían subido la colina de la capilla de San Antonio.
En la última de las misteriosas desapariciones, un par de cosechadores aseguraban haber visto al joven desaparecido ingresando por las puertas de la misteriosa capilla. Al contar esto, y sin ninguna idea mejor, los pobladores de la aldea fueron en búsqueda de El Pastor, para que hiciera algo al respecto con su sospechado colega, ya que nadie para entonces, se atrevía a subir a la capilla y menos dejar a sus hijos acercarse a sus cercanías.
El Pastor, en compañía de unos cinco voluntarios, subieron esa tarde a la ladera de la capilla de San Antonio. Cuando llegaron hasta el lugar el sol ya había caído y el crepúsculo comenzaba a devorarse los reflejos anaranjados de luz de las nubes sobre las montañas.
Cuando estaban cerca pudieron distinguir unas luces, como de una gran hoguera, que surgía de la cima del viejo campanario. Las pequeñas ventanas de la torre de piedra, por efectos del brillo del fuego, resaltaban en la oscura quietud de la ladera.
A medida que se fueron acercando, un tenebroso canto interpretado por ahogadas voces, fue impregnando el aire de un sabor místico. Se estaba celebrando un ritual, algo totalmente pagano y nada parecido a las sagradas ceremonias cristianas. Pudieron acercarse hasta las cercanías del portal principal que estaba abierto de par en par. Al fondo de la pequeña nave de la capilla se venían movimientos. Eran un grupo de unos quince jóvenes que estaban rodeando una especie de atrio, donde reposaba un niño de escasa edad atado de pies y manos. El Pastor se aproximo hasta la puerta y ocultándose detrás de ella pudo ver con mas claridad a través del marco. Había dos hombres, de pie, solo a unos metros delante de la puerta, uno de ellos dio media vuelta y levantó una antorcha que cargaba en su mano izquierda, siguiendo los extraños movimientos del ritual. Temió que podían llegar a verlo, aunque ese temor cambio a un siniestro espanto cuando pudo ver que los ojos del joven que había dado media vuelta estaban cubiertos por una horrible mancha negra, como una especie de capa oscura, entremezclada y recubierta por carne derretida a su alrededor. Los jóvenes eran ciegos, sus ojos habían sido quemados con alquitrán.
Los pocos hombres que acompañaban al Pastor, ya estaban a sus espaldas y habían podido impresionarse de la misma manera que él, al ver también, lo que quedaba en las cuencas de los ojos de los jóvenes. Los hombres de inmediato reconocieron a uno de aquellos jóvenes, era uno de los niños que había desaparecido hacía unos cuatro años atrás, aunque ahora ya no tenía ojos en su desfigurado rostro.
Uno de los campesinos era el padre del niño desaparecido esa tarde. Al ver con mas detenimiento el altar pudo distinguir que era su hijo el que estaba allí atado. Mientras tanto, de una de las puertas situadas en uno de los rincones de la capilla emergió la enigmática figura de un monje envuelto en una especie de capa marrón, la cuál le cubría el cuerpo y la cabeza, ocultando su rostro a los presentes. Se aproximó al altar y dejó ver su rostro al levantar la mirada a lo alto del campanario, elevando hacia arriba un hierro cuyo extremo habían sacado del fuego. El metal brillaba cadente. Lo introdujo en un barril donde, al extraerlo, el extremo del metal había quedado cubierto de una sustancia azabache y espesa. Luego, lentamente, lo aproximo al niño recostado sobre el altar.
El interior del lugar se encontraba decorado de una extraña manera, no había una cruz detrás del altar, sino un símbolo oscuro, hecho con una serie de sogas atadas y embadurnadas en una sustancia espesa oscura. El altar era también de madera negra y las paredes de piedra estaban pintadas con extraños símbolos, desconocidos para cualquier párroco normal. Eran como formas copiadas de las llamas de un fuego.
Cuando el padre del chico descubrió las intenciones de Iréas, y al oír las súplicas de su hijo, que lo invocaba a gritos alarmado, no pudo contenerse y salió de donde estaba oculto gritando al monje que se detuviera. Los demás hombres, al verse descubiertos y sin alternativa mas que ayudar a su compañero, salieron detrás de él. El Pastor se colocó al frente de ellos y sin temor, aunque impresionado por la crueldad que estaba presenciando, avanzó decidido a detener al monje. Corrió entre los hombres jóvenes ciegos que presenciaban de oyentes la ceremonia y ahora no comprendían demasiado lo que sucedía. Iréas elevó el hierro y lo apunto hacia El Pastor que ya estaba casi sobre el altar. Tomó un candelabro de metal negro con algunas velas encendidas y, al ver que Iréas lo atacaba con el hierro, lo cruzó para detener el arma rival en su camino y desviarla hacia un lado, luego empujo hacia atrás al hombre de marrón, el cuál retrocedió sin soltar su arma, y alejándose del niño. Mientras tanto, el padre del chico ya estaba sobre el altar y se apresuro a desatar a su hijo. El resto de los hombres trataban de ayudar a los jóvenes que estaban desconcertados sin saber que hacer.
El Monje, al verse rodeado, corrió hacia la pequeña puerta, a un lado del altar, por la que había surgido en un principio, y entró por ella, desapareciendo entre las sombras de una hoguera que allí había encendida. El Pastor lo siguió, entrando por la misma puerta.
El lugar era una especie de torre hueca, en la cima estaba el campanario y una angosta escalera de maderas que subía de manera circular pegada a la pared. En el centro de la base estaba la hoguera, encendida en una plataforma semicircular. El brillo de las llamas se elevaban en silencio, solo roto de momentos por el crujir de las ramas al quemarse. Las sombras parecían danzar al ser proyectadas sobre las paredes.
Por la escalera, a media altura de camino al campanario, vio al monje. Se atrevió a perseguirlo, subiendo por la escalera que estaba compuesta por peldaños de madera empotrados en la pared entre las piedras.
Subieron hasta el campanario, desde donde Iréas tomó una de las antorchas encendidas que iluminaba la parte alta de la torre. Allí la luz de las llamas de la base apenas eran un reflejo amarillento. Le arrojó la madera encendida al Pastor, y aunque este supo protegerse, el fuego le quemo levemente los brazos. La antorcha calló entre los peldaños y terminó sobre unos fardos apostados debajo de la base de la escalera, allí comenzó a encenderse otra hoguera y esta comenzó a encender los primeros escalones y fue subiendo.
El campanario era apenas una plataforma con un agujero en el centro, rodeando un conjunto de dos campanas sujetas a un eje de madera que giraba al ser impulsado por una soga atada a una polea. Las campanas eran viejas y se notaba que hacía tiempo que no sonaban. El techo era circular, de madera y sobre los costados había cuatro grandes ventanas que mostraban la oscuridad de la noche hasta las lejanías del valle.
Iréas trató de impedir que su perseguidor lograse hacerse un lugar en la plataforma pero no pudo evitarlo ya que, con el candelabro aún en sus manos, logro hacerlo retroceder.
Quedaron así enfrentados, con un hierro y un candelabro como armas. Iréas intento atacarlo, yendo hacia delante con el hierro de frente, pero su rival evito el embate, girando y cambiando hacia el otro sector del pequeño lugar. Volvió a intentarlo, arremetió de frente contra el Pastor que debió esforzarse para evitar el arma moviéndose bruscamente hacia un lado y perdiendo el equilibrio frente al hueco del centro de la torre. Iréas había quedado casi pegado a una de las ventanas, y de allí pudo ver como su enemigo caía de espaldas al vacío. Pero, al caer, el Pastor pudo aferrarse firmemente a la soga que hacía sonar la campanas. La polea giró y las grandes campanas se movieron, cada una hacia un lado opuesto. Una de ellas hacia Iréas. Apenas tuvo el tiempo para ver a la enorme masa de metal acercarse a él en línea recta.
Lo golpeó en la frente, arrastrándolo hacia atrás y arrojando su cuerpo por la ventana. Iréas cayó en silencio hasta estrellarse contra el piso. Su cuerpo quedo desparramado sobre la hierba, con la cabeza destrozada y sumergida en un charco de sangre.
El Pastor permaneció colgado, como un péndulo, de la soga del campanario. Intentó trepar hasta arriba, y después de mucho esfuerzo pudo lograrlo, pero para entonces ya el fuego encendido en la base había quemado la escalera por completo y ya estaba sobre él, llegando hasta la plataforma. No había manera de escapar. Tuvo el tiempo como para arrodillarse y rezar, luego la plataforma, alcanzada por el fuego, se desplomo y el Pastor cayó.
Al día siguiente los cuerpos fueron enterrados, cada uno en su parroquia. La gente del pueblo no hablaba demasiado de lo sucedido. Fue como que estaban de acuerdo en tratar de olvidarlo todo y seguir la apacible vida de una aldea.



3

De pronto abrió sus ojos como si algo la hubiese perturbado. Se encontró en una posición incómoda, le costaba creer que había logrado dormir en aquella difícil situación. No tenía idea de que hora era pero había subido al colectivo casi a las cuatro, al menos según lo que había impreso en el boleto. Pensó en la distancia que la separaba de una cama y se sintió cansada, odió al mundo y luego intentó pensar en otra cosa.
Estaba sentada en la ante última fila del lado izquierdo, donde solo había un asiento por fila. Una vieja luz amarillenta despedía su tenue energía sobre su cuerpo.
Frotó con la mano el vidrio, buscando limpiar la capa de agua que empañaba la ventana, para mirar hacia fuera. El vehículo seguía avanzando por las calles vacías de la oscura ciudad, pero al mirar hacia el exterior, se sintió desubicada. La calle con la cuál se había dormido no estaba mas allí, en realidad no estaba por completo segura pero sabía que era así, como por un instinto. Ahora no tenía ni idea de cuál era la que veía en su lugar. Era mas oscura y prácticamente sin comercios. Una típica zona residencial del laberinto de las cientos de calles impregnadas de la clase media porteña. Siempre mismo estilo de edificios de nueve u ocho pisos plagados de balcones con barandas de metal y pocas plantas, entradas pequeñas con puertas de vidrio que permitían ver con toda nitidez interiores poco iluminados y cubiertos en general de mármol y espejos camino al elevador, casi pensados en forma ideal para unos besos de despedida con la pareja antes de verla subir.
Odiaba pasarse con el colectivo pero aún así su personalidad parecía estar muy conforme con dicho defecto, mientras la razón fuese haber dormido, aunque sea unos minutos. Era tarde y estaba demasiado cansada para decidir que hacer con lógica y hasta para reprocharse la distracción, solo quería llegar a una cama lo antes posible.
Se puso de pie y caminó hasta la puerta trasera, pulsó el botón del timbre y en la siguiente cuadra el vehículo se detuvo y el chofer le abrió. Descendió y enseguida hecho un vistazo sobre la desolada calle. Los faroles escupían una descolorida luz que se apoyaban en el asfalto y en las paredes de los edificios. Oía motores, bocinas perdidas, y alguna sirena de ambulancia por el espacio lejano como sucede las veinticuatro horas del día en la ciudad del plata.
Luego de mirar a su alrededor se aseguro de que no tenía la menor idea de donde me encontraba. Pensó en retomar el mismo colectivo, pero no tenía ni remota idea del recorrido de vuelta.
Caminó un par de cuadras para tratar de hallar algún punto de referencia conocido, después de todo, había estado por esos barrios ya varias veces, el problema es que siempre con alguien que supiese del enjambre de callejuelas de aquel lugar, por lo que nunca había tenido que prestar atención sobre donde se encontraba. Los nombres de las calles no le decían nada, aunque si hay algo que nunca pudo aprender de esa ciudad son nombres de calles, ni siquiera de su propia ciudad. Solía a veces ubicarse recordando esquinas, plazas o edificios llamativos y memorizaba mejor objetos que palabras de batallas o próceres que ninguna relación guardan con un tramo asfaltado. Pero esta vez ni los objetos ni las palabras daban indicios de su posición, si es que supusiera que alguna vez había estado allí.
Decidió recorrer la calle en sentido contrario a la dirección que venía con el colectivo. Había recorrido unas cuatro o cinco cuadras de sitios desconocidos, atravesando esquinas vacías, cuando dedujo, por fin, que estaba perdido. Increíble deducción había resultado la suya.
Vestía una remera azulada que le habían regalado, unos viejos jeans celestes y zapatillas negras. No llevaba ningún otro abrigo. Tenía un suéter de lana fina, pero sus ropas mas abrigadas, incluyendo una campera ancha, habían quedado en su armario luego de escuchar por la radio un pronóstico húmedo y caluroso. Ahora sufría el frío de la noche por haber hecho caso a esos pronósticos que a duras penas lograban acertar cada tanto.
Decidió continuar valiéndose de su propio instinto. No supo que era lo que quería probar, pero no lo probó. Tal vez estaba muy cansada para pensar, cosa que hubiese simplificado notablemente su accionar, pero solo quería llegar a una cama, y caminar parecía a simple vista la mejor forma. Lo hizo por un buen rato.
El barrio cada vez se tornaba mas extraño, pero aún tenía ese aire de cercanía, como si al doblar por la esquina siguiente encontraría algo reconocible y así saber por donde seguir.
Caminaba ahora por una calle de faroles altos que combatían la oscuridad lanzando aureolas anaranjadas sobre el asfalto y los autos estacionados de cada lado. Oía sus propios pasos replicar en las paredes de los edificios cercanos. Un par de gatos intentaban destruían unas bolsas negras de residios que alguien había situado junto a un viejo árbol, para desparramar su contenido en busca de restos de comida. Al verla huyeron por un callejón oscuro y sucio, rodeado por paredes altas y sin ventanas.
Miró hacia adentro del callejón, parecía que del lado opuesto había una calle mas ancha, al menos de cuatro o cinco carriles, - quizá – pensó, - sería la tan buscada Santa Fe -. No parecía un lugar peligroso, así que se arriesgo a atravesarlo.
Los gatos habían atravesado una reja para esconderse entre unos botes de basura, salvo uno, de color negro oscuro y ojos verdes, que caminaba en línea recta delante de ella. Cada tanto volteaba la cabeza, mostrando los ojos brillando, para observar la posición de la amenaza que venía en el ser que lo seguía. A la mitad del recorrido noto algo raro, de pronto se detuvo, como si hubiese detectado un peligro, levantó las orejas, y miro atento hacia delante, buscando algo anormal en el silencio y la aparente quietud del lugar. Sacudió la cabeza, como buscando de estar seguro de algo, luego, en un rápido movimiento, giró su cuerpo y corrió lo mas rápido que pudo, inclusive pasando sin importarle, a un lado de Coqui. Se perdió entre la oscuridad de un rincón lejano.
Miró fijo hacia la soledad, buscando ver lo que había asustado al animal, pero no encontró nada anormal, el camino estaba desierto, no había ruidos cercanos, estaba todo en la mas plena quietud, inclusive el aire estaba quieto en el espacio, no soplaba ni la menor brisa.
Sintió como si, apenas delante suyo, habría una pintura con un dibujo de lo que veía, como si fuese una capa que cristal.
Sin prestarle demasiada atención, y al no ver peligro mas que el de permanecer allí parada mas de lo necesario, continuó su camino.
Fueron apenas unos pasos cuando vio algo, solo por un pequeño instante, fue como una luz, un flash, algo que exploto en silencio y sin demasiada notoriedad, a sus espaldas. Sintió un extraño cambio en el aire, aunque todo seguía igual. Algo imposible de describir, como una vaga sensación, y por eso, siguió caminando sin prestarle importancia y con el deseo mas profundo de llegar a una cama y dejar su cuerpo descansar sobre ella.
Salió del callejón, pero en lugar de una amplia avenida, encontró una pequeña avenida de apenas una vía. Se sintió un poco decepcionada y reconoció que los faroles que la iluminaban de costado le daban la impresión lejana, de ser una gran calle, pero no lo era. Miró las construcciones que había allí; eran edificios muy viejos y bajos. Ninguno superaba las cinco plantas y ninguno parecía tener menos de veinte años. Tenían pequeños balcones con barandas de hierro al estilo antiguo. Las paredes eran grises amarronadas y los frentes se encontraban agrietados por los años. La calle estaba bastante descuidada, se notaba que hacía tiempo que no recibía una limpieza, tenía muchas suciedad y había marcas de fluidos en las veredas.
Miró a su alrededor, todo parecía ser mas antiguo allí. Aunque no le llamó la atención, después de todo, los barrios porteños tienen una amplia variedad de matices y estilos, tan amplia como sus orígenes. La calle apenas era iluminada por la luz amarilla de un farol negro que colgaba de un balcón pequeño y se desparramaba apenas unos pocos metros alrededor del suelo justo debajo de él.
Caminó un poco mas, sin rumbo y algo asustada por estar en un lugar tan extraño, ahora deseaba mas que nunca encontrar su destino. Buscaba a alguien a quien poder preguntarle. Entonces, de un pasaje, apenas del ancho como para que pase una moto, salió a paso lento y pausando, un hombre. Coqui, no sintió temor al verlo, a pesar de que estaba sola, en una calle oscura y desconocida, en un lugar perdido, algo de ese ser le impidió temerle, era simplemente que no tuvo la sensación de miedo, inclusive a pesar de su aspecto, sin poder explicar el porque, no lo sintió.
El hombre era mayor, pero no llegaba a ser un anciano, su rostro tenía varias arrugas que emergían de la comisura de sus labios y ojos y se desparramaban hacia los lados, sus pómulos morenos mostraban un avanzado desgaste de una vida difícil. Su pelo era duro y se desparramaba sin ley, de color gris, como su apenas crecida barba.
Al verla a su lado, levantó apenas la mirada que parecía atada al piso, para mostrar unos misteriosos ojos oscuros que brillaron con el resplandor de una frágil luz blanca cuyo flujo que se abrió paso desde el infinito.
- Hola – saludó, y sin preámbulos pregunto: - quisiera saber para que lado queda la calle Santa Fe -.
- Por fin te encuentro – respondió el hombre con una voz de frustración acabada y desconcertándola por completo, pero continuó, – estos cambios repentinos de lugares hacen que se pierda un pobre viejo como yo, estuve muy preocupado por ti -. El hombre hablaba con un extraño acento de español antiguo.
- Disculpe – lo interrumpió demostrando poca paciencia, - ¿puede o no responderme? – sentenció.
- Ya te darás cuenta lo lejos que estas de tu destino, entonces nos volveremos a ver, ahora sigue tu camino – concluyó, y comenzó a perderse tras la luz del farol, entre las sombras de los balcones pequeños.
Ella lo miró alejarse durante un instante, no sabía porque lo estaba haciendo, es que aquel hombre tenía algo, un aire misteriosamente familiar, imposible de definir, pero fácil de percibir. Cuando estuvo cerca de ese desconocido, se había sentido, de alguna manera, protegido, y ahora estaba sola y perdida otra vez. Trató de reponerse, borrar sus extraños pensamientos, y dedicarse a encontrar el camino de vuelta.
Siguió avanzando sin destino, atravesando callecitas angostas y antiguas hasta que por fin encontró una plaza que se abría entre el cemento. No había gente, pero al menos algún auto pasaba cada tanto por una calle lejana, y era suficiente para sentirse un poco mas acompañada. Caminó hacia la calle en busca de alguien que pudiese responder algo coherente sobre su posición.
Entonces a un lado, vio algo extraño, algo que la obligo a detenerse y sentarse en uno de los bancos de la plaza. Había una enorme catedral a un lado de la plaza, era impresionantemente alta, y de un estilo muy raro para lo que había visto en su vida, pero al verla supo que ya antes la había visto, sabía que la conocía, aunque tardo mucho en encontrar dentro de los rincones de su mente aquel recuerdo, cuando lo hizo se alarmo ya que algo no tenía sentido. Era en una foto que le había mandado su chico, era del Barrio Gótico, en Barcelona.
-No..., no puede ser - intentó convencerse diciendo para sus adentros, - no es real -. Se hablaba con un tono irónico pero a la vez preocupado. Todo parecía indicar de que estaba en España, no sabía como ni porque pero lo que le sucedía no era posible.
Finalmente, luego de dejar pasar un tiempo indeterminado sin saber que hacer, se puso de pie y siguió caminando, no muy segura de hacia donde. Las siguientes horas las utilizó para darse cuenta de que era verdad, de algún modo estaba en Barcelona. Caminó observando todo a su paso. Los letreros de muchos de los comercios estaban escritos en Catalán. También lo estaban las publicidades y hasta algunos de los carteles indicadores.
Por fin, un taxi pasó frente a ella, si no hubiese estado ya segura de donde estaba se lo hubiese tomado y le habría indicado que lo lleve para Santa Fe, pero ya era inútil, porque estaba en otro sitio, en otra ciudad. El auto era también amarillo y negro, pero los colores los llevaba al revés y tenía una extraña luz verde sobre el techo. Miró la cara del conductor e intercambiaron miradas, él, aguardando a ver si la chica se decidía a detenerlo, pensando que era una simple peatona con intención de hacer un viaje. Al final lo hizo pero no para lo que el hombre esperaba. Lo paro, y a través de la ventana del acompañante le pregunto, solo para cerciorarse. El taxista oyó la pregunta desconcertado pero respondió - por supuesto, esto es Barcelona -. Luego continuó, algo molesto por haberse detenido en vano.

4

Un par de siglos mas tarde de los hechos de aquella pequeña aldea, un Obispo de Cataluña ordeno desenterrar de las precarias tumbas a los cuerpos de los sacerdotes misioneros de los valles y darles una sepultura mas acorde a sus sacrificadas vidas. Decidió colocarlos en las nuevas bóvedas de las catacumbas de la Catedral de Barcelona. De esta manera sus restos tendrían el privilegio de estar junto al sepulcro de un grupo de obispos que en esa época se estaban construyendo. Nunca nadie supo si realmente su orden fue cumplida, ya que en esa época no había muchos escribas por lo que no quedo ningún registro escrito de lo sucedido. El hecho es que algunos cuerpos se habían trasladado a los pasillos que recorrían los sótanos de la Catedral, entre ellos, el del Pastor, e Iréas, aunque tampoco se supo jamás donde descansaban verdaderamente los cuerpos, aunque se creía que estaban casi juntos, en un pasillo cercano a uno de los rincones de la gran Catedral.
Años mas tarde, algunos cuidadores de la Catedral juraron haber visto extraños cuerpos entre las sombras. Según ellos, eran los espíritus de monjes y párrocos, amantes de la libertad y disconformes por estar lejos de sus montañas y valles. Deambulaban entre las sombras quejándose de haber sido desenterrados de sus tierras y llevados a esos húmedos pasillos de piedras.
Las historias de fantasmas y almas perdidas por los pasillos siguieron durante años aunque nunca se tomo de verdad en serio.

5

No sabía que hacer, quedo parada, desconcertada, de espaldas a la calle por donde se alejaba el taxi. Estaba perdida, perdida en el mundo, perdida en su mente, en su razón, no sabía como había llegado y tampoco que haría para volver. Encima la noche parecía no tener fin, el tiempo se había detenido, todo era lo mismo, y ella estaba quieta, de pie, a un costado de una plaza de cemento.
Se sentía muy despierta, no era un sueño, solo que la realidad no encajaba, simplemente carecía en absoluto de sentido. Su asombro era una traba que no le permitía pensar. Comenzó entonces a caminar. Caminar y caminar sin rumbo, no buscaba nada mas que alguna pista, alguna razón que le responda como había llegado hasta ahí. Había oído hablar de muchos fenómenos extraños, incluso llegó a creer en algunos de estos, pero nunca había escuchado sobre algo así.
Sintió mucha pena de pensar el tiempo que había esperado para ver a su chico, el amor de su vida, y lo que había soñado ir a visitarlo, y ahora, como en la peor de sus pesadillas en las que todo sale al revés de lo planeado, ella estaba ahí, en su ciudad, y él esperándola tan lejos. No podía sentirse peor, deseaba verlo tanto que esperar un rato mas era sufrir, y odio no haberle hecho caso y haber salido a la mañana.
Se le ocurrió ir a la policía, pero supo de inmediato que no era una buena idea. No tenía pasaporte ni podía probar como había llegado hasta ahí y sería un milagro hacerles creer la verdad, le tomarían por loca, si es que de verdad no lo estaba, y acabaría en una celda. No era buena idea.
Pensó, entonces, que debía existir una relación entre los dos lugares, un lazo que los unía y por el cuál ella, sin querer, había descubierto, y se había filtrado accidentalmente por él. Quizá se trataba de un lugar en especial, un punto en el cuál ambas ciudades coincidían, donde el espacio de ambos lugares se unían, y quizá estuvo en dicho sector y de alguna forma fue trasladada hasta allí. No le convencía la idea, debía encontrar una respuesta racional, pero por el momento era lo que mas sentido tenía.
Llegó a una esquina de las interminables callejuelas, casi pasillos, que forman el laberinto del Barrio Gótico. Los edificios eran viejos y lúgubres, había poca luz y ningún local abierto. Casi no veía gente por la calle y la poca que había era extraña y de a poco fue desapareciendo hasta no volver a ver gente.
Seguía perdida. Bajo la cabeza, clavando la mirada al piso, desanimada, cuando sobre el reflejo de la luz blanca de un farol, proyectada sobre las baldosas grises de cemento, cubiertas con polvo y suciedad, vio la silueta de una sombra humana. Levantó los ojos, para cruzarse con la mirada penetrante de esos ojos oscuros que ya había visto antes. Era el mismo hombre que, entre las calles, ya antes había cruzado.
- ¿ya sabes donde estas? – le preguntó el hombre con un leve acento de español antiguo que antes no había notado.
- En Barcelona – respondió sin lograr poder admitir estar segura.
- ¿Y qué haces aquí? – continuó preguntando, acabando con su poca paciencia.
- ¿porque tengo que responder? – argumentó ofendida.
- Por nada en especial – explicó el desconocido, - solo quiero saber si lo sabes – completó -.
- No tengo porque darle explicaciones a nadie – se enfadó Coqui, - No tengo porque contar nada – volvió a repetir.
- Esta bien – exclamó el hombre que vestía de negro, como su sombra. - No tenía la intención de que te enojes, yo solo deseaba colaborar – le confirmó clavando la mirada en sus ojos.
Coqui percibió entonces, a través de esos ojos oscuros, en la mirada, en los gestos, en todo ese hombre, una especie de calma, una profunda tranquilidad. Muy difícil le resultaba explicarse lo que sentía, era como un alivio, una seguridad que la conquistaba solo por el simple hecho de acercarse a ese ser. Era como una aureola que lo rodeaba y que al tenerlo cerca le daba su protección. Sin embargo, era simplemente un desconocido, no sabía nada de él, aunque percibía que él si sabía de ella, mas de lo que ella pudiese comprender.
- Lo que necesito no lo podes saber, no hay nada que puedas hacer para ayudar – le dijo de manera cortante, sin intención de complicarse mas aún la vida.
- Dame una oportunidad – solicitó el hombre mientras una fría brisa movía el cuello de tela levantado de su gabardina. – Yo puedo ayudar, se que como ayudarte a encontrar tu camino -.
- Busco el camino a mi casa, pero esta difícil – le respondió, casi burlándose de él y de ella misma.
- Yo te puedo guiar – le propuso.
- ¿Y porque había de hacerte caso? – le cuestionó.
- Porque estas perdida y no hay mejores opciones – planteó.
Coqui lo pensó unos instantes. No sabía quien era ese extraño, pero por algún motivo le irradiaba seguridad, sentía que podía confiar en él, era una sensación muy extraña, pero palpable al fin. La noche no podía ser mas extraña, había tratado de hacer lo correcto, sin embargo, todo lo que le estaba ocurriendo no podía ser mas anormal, así que nada perdía en seguir por la senda de lo extraño.
- ¿Qué puedo hacer? – casi le susurro con voz de resignación.
- Bajando por esta calle – indicó, - unas dos calles, podrás ver una boca de metro. Por allí esta el camino que buscas -.
Coqui asintió sin mostrar credibilidad pero aceptando. Se alejó en la dirección indicada, viendo cada tanto por sobre su hombro, como a sus espaldas el hombre acomodaba su espalda paciente sobre la pared y encendía, con un fósforo, un cigarro, cubriendo la llama de la suave pero fría brisa con la palma de la mano.
Luego de recorrer las dos calles llegó a un cruce con una avenida pavimentada donde pasaban apenas unos pocos autos esporádicamente. Sobre una de las veredas, en la esquina contraria, vio un cartel rojo iluminado, con una visible eme blanca en el centro. Debajo caía una escalera hacia dentro de la tierra. Cruzó la calle por el medio y se acercó a la escalera. Desde adentro emergía una luz blanca que contrastaba con los focos anaranjados de la ciudad. Bajó la escalera y pudo ver como se abría un largo pasillo de techo semicircular. Caminó siguiéndolo, oyendo como sus propios pasos resonaban en las paredes y volvían a sus oídos una y otra vez. El corredor doblaba en un esquina y luego terminaba en otra escalera, detrás de una hilera de molinetes. Miró a su alrededor. No había ninguna señal de presencia humana. A un lado habían unas cabinas vacías y cerradas, al otro un puesto de diarios y un café, ambos con las persianas bajas. También habían sobre la pared un par de teléfonos. Se aproximo a ellos deseando poder utilizarlos, pero noto que utilizaban otro tipo de monedas. También había a su lado una máquina para tomarse fotos personales, y otra máquina que parecía un juego de videos.
No había nada mas, seguía sin ver ningún indicio de seres humanos cerca. Tampoco encontraba ninguna razón por la cuál debía seguir en ese extraño lugar, no había caminos de vuelta ni nada que pudiese interesarle allí.
Comenzó a volver sobre sus pasos, buscando la salida, molesta por haberle prestado atención a aquel desconocido.
Al pasar junto a esa máquina similar a un video, noto que la misma contaba con una pantalla y un teclado, y estaba encendida. Sobre la pantalla un cartel indicaba que era un servicio de Internet. Deseaba mandar un mail, contándole a su chico donde se encontraba, pero mas abajo indicaba un cartel que debía colocarse una moneda en la máquina para que funcionase durante diez minutos. Ella no contaba con dichas monedas, así que se dispuso a continuar su retorno. Dio medio vuelta, y, con el último de los reojos, pudo percibir un cambio en la pantalla encendida. Se abrió una ventana blanca, sobre el azul de fondo. Volvió a aproximarse con cautela.
- hola, Coqui – decía sobre la ventana abierta. La frase figuraba escrita por un nombre que ya había visto antes: El Pastor.

6

- ¿Por donde se pueden pasar los cables? – pregunto el hombre que cargaba la caja de herramientas, mientras observaba las paredes. Los dos vestían ropas de trabajo azules, descoloridas por el uso y con algunas manchas negras imposibles de quitar.
- Pueden pasar por debajo, así no hay que romper la loza – respondió el sacerdote sin estar demasiado seguro.
- ¿Que hay debajo de este piso? – quiso saber el operario.
- Hay un pasillo que recorre unas viejas sepulturas – respondió.
Estaban los tres hombres de pie, en el silencio de la siesta, hablando sobre el corredor que unía la basílica con el claustro, cerca del hermoso portal procedente de la antigua basílica romana, al que luego se le agregaron el tímpano y la crestería de marcado estilo gótico y otros elementos del siglo XI.
- Bajemos a ver el lugar. Quizás podemos pasar los cables por el techo de esos pasillos y así solo tener que agujerear la boca de salida a la terminal.
Bajaron por una pequeña escalera, y avanzaron por los pasillos subterráneos de la Catedral, cuyas paredes lucían pinturas góticas de artistas como Jaume Hunguet y Bartolomé Bermejo hasta llegar a una pequeña puerta de madera muy vieja que estaba bajo llave, y hacía tanto que no se abría, que el sacerdote estuvo unos quince minutos buscando en el cajón de las llaves la correcta.
El lugar estaba oscuro y húmedo. Era un angosto pasillo sin salida, de unos treinta metros. Terminaba en una pared, y a ambos lados tenía pequeñas hendiduras donde había antiquísimos ataúdes insertados. El techo estaba muy bajo, por lo que el mas alto casi tenía que caminar agachado. Luego de un pequeño análisis, el mas experimentado, un hombre de pelo corto blanco y bigotes anchos, le dijo al sacerdote que no habría ningún problema en pasar por allí los cables, y, luego de algunos cálculos a ojo, indico desde el punto donde debían ingresar, la trayectoria y el lugar donde saldrían hacia la superficie, dentro de la nave lateral de la Catedral. Luego, desparramaron las herramientas de la caja y comenzaron a hacer su trabajo.
El Obispado, con el principal objetivo de no dar esa imagen de parecer anclados en el tiempo, había tomado la decisión de sumarse a las nuevas tecnologías de comunicación e instalar una terminal con acceso a Internet dentro de la Catedral; de esta forma, tanto los turistas como los católicos que visitasen el recinto, podrían acceder directamente a la página oficial del Vaticano, y así obtener cualquier tipo de información, inclusive la misma historia de la Catedral. Para ello habían comprado un equipo completo y contratado a una empresa, a la cuál pertenecían aquellos operarios, para tirar los cables de conexión. Debían pasar tanto la línea de conexión como la de energía para abastecer la terminal.
Trabajaron durante un par de horas de la tarde, querían terminar rápido y salir lo antes posible de aquel tenebroso lugar. No habían escuchado nunca las historias de los espíritus de aquellos sepulcros, pero no era necesario conocerlas para sentir cierto temor al estar ahí.
Estaban pasando los cables por el techo, fijándolo con unas canaletas de metal, sujetas por bielas que se incrustaban en la piedra del techo, cuando uno de los hombres creyó ver algo moverse entre la oscuridad, al final del pasillo. Fue apenas una especie de sensación, pero igual tomó su linterna, la encendió y la apuntó hacia la dirección del pasillo. Había solo un rincón vacío y polvoriento. Se volvió para ver a su compañero que seguía trabajando, pero no se quedo tranquilo, tenía una horrible sensación de que alguien estaba allí, solo unos pasos detrás de ellos.
Volvió a percibir los movimientos un par de veces mas, hasta que la sensación logró ponerlo nervioso. Su camisa azul estaba sudaba y sentía que su corazón se aceleraban. No quería dar media vuelta y mirar atrás, pero igual lo hacía, para ver el contorno del pasillo perderse en la negra oscuridad. Su compañero rompió el silencio pidiéndole que sujetase los cables mientras el terminaba de colocar un gancho de metal en un hueco que había agujereado en el techo. El hombre tomó los cables y los mantuvo sosteniéndolos contra el techo, mientras su compañero trataba de colocar el soporte. Entonces volvió a sentir algo que se movía a sus espaldas, esta vez fue mas real, estaba seguro de sentir el aire moverse y percibió que algo pasaba junto a él. Atemorizado, giró bruscamente, tirando de los cables, los cuáles arrancaron uno de los soportes, se cortaron, y cayeron del lado opuesto, al fondo del pasillo. El cable de energía, al caer, produjo una fogosa chispa que recorrió el lugar iluminando, solo por un pequeñísimo instante una, extraña figura que al final del pasillo cubría su rostro con sus brazos deformes y quemados para protegerse. Fue apenas una luz blanca que iluminó fugazmente aquel cuerpo. Luego la luz se consumió absorbiéndose como una nube de humo a través del cable caído, como si la extraña figura, rodeada de energía, hubiese sido aspirada por el conductor, quedando un vacío en el espacio, cubierto enseguida por el aire que rodeaba la estela.
El pasillo quedo en silencio unos segundos, luego se encendió una linterna y uno de los desconcertados operarios, el que estaba tratando de colocar el soporte, iluminó hacia el fondo del corredor, para ver solo un espacio desierto, y el cable cortado reposando como una serpiente muerta sobre el piso. El otro hombre apenas podía respirar, su corazón había sufrido un fuerte golpe de nervios, estaba aterrado y debió ser atendido por una ambulancia que llamó el sacerdote. Esa noche la pasó en una de las salas de observación del hospital Saint Pau, intentando sin éxito dormir, recordando la imagen de esa figura y preguntándose como su imaginación había podido elaborar algo tan real. Nunca le contó lo que había presenciado a nadie, y con el tiempo fue olvidando el hecho y, las veces que lo recordaba, obligaba a su mente a asegurarse que había sido una simple alucinación, carente de toda posibilidad de realidad.
Finalmente el cable fue conectado sin mas problemas, pasando por aquel pasillo que no volvió a ser visitado, y la Catedral tuvo su terminal de Internet.

7

Coqui miró la pantalla. El chat estaba abierto con su nombre. El cursor estaba situado para escribir una respuesta. Quedo un rato mirando fijo, buscando una explicación, pero no la había.
- Hola – escribió tímidamente.
- ¿Ya estas ahí, en Barcelona, no? –, preguntó para luego acotar, -¿has visto a la persona que tanto querías ver? -.
La respuesta no se hizo esperar, - ¿cómo sabe que estoy en Barcelona? -.
- Pues porque yo te envié, como habíamos quedado, ahora debes hacer algo por mi – le comentó.
- ¿ Que?, ¿cómo?, ¿tuvo que ver en todo esto? – escribió sorprendida.
- Por supuesto, como habíamos quedado -.
- ¿Qué? – pregunto sin saber que mas poner.
- Quizás primero debería contarte un poco mas de mi; yo en mi tiempo de vida fui el sacerdote de un pueblo lejano. Mi muerte fue algo trágica, se podría decir -.
- Un momento – lo interrumpió escribiendo la frase, - ¿me esta diciendo que esta muerto? -.
- Así es – leyó que respondía. – Mi cuerpo fue colocado en un sepulcro en un pasillo algo perdido, debajo de la Catedral de Barcelona. Pero debido a mi muerte podía esta en el mundo mortal como un espíritu, al menos en las cercanías de mis restos -.
Coqui leía ya sin saber que debía creer, pero luego de lo que le estaba ocurriendo ya nada le parecía extraño, así que continuó leyendo sin interrumpir.
- hace poco tiempo, unas personas por error, al colocar unos cables de comunicación, generaron un campo que atrajo mi alma, dejándome atrapado en la red. Ahora necesito tu ayuda para poder salir de aquí -.
- ¿Y yo que puedo hacer para ayudarte? – pregunto descreída y sin consideración.
- Ya vas a saberlo, hay alguien al cuál le he contado todo lo que tienes que hacer, y te lo dirá cuando logres confiar en él -.
Coqui se quedo pensativa, no había nada que pudiese estar segura de entender, era como esas mañanas que se levantaba temprano y no lograba adecuarse a la realidad, solo que esta vez la realidad era la que no lograba adecuarse a ella. Estaba cada vez mas lejos de comprender nada de lo que le ocurría, por su desconcertada y frágil mente circundaban ideas efímeras de lo que podía estar viviendo, como muchos ríos que se abren por el llano sin avanzar, y sin llegar a destino.
Caían sobre el techo del hogar de sus recuerdos las imágenes de sus perras rodeándola y alejándose de ella por el espacio irreal y vacía o de los recuerdos, luego aparecía el hombre que amaba, dando vueltas y sin poder alcanzarlo.
- ¿Por qué? – gritó. Su voz reboto en las paredes del túnel y volvieron una y otra vez hasta diluirse en la nada.
- No es el porque lo que cuenta – apareció escrito en la pantalla, como si ese ser estuviese disperso en todas partes.
- ¿Cómo.....? – se pregunto y le pregunto sin preguntar, mas bien negándole – no es posible, eso lo dije, no lo escribí – puso.
- Pero lo pude oír. Yo estoy en la red, pero conozco algunos secretos del espacio y del tiempo, el día que mueras, quizá también puedas conocerlos, al menos si aún te quedan asuntos pendientes, que debas resolver en la superficie de este precario universo. Pero no estoy hablando por recordar melancolías, trato de ofrecerte razones y respuestas que anestesien tu desconcierto, nada mas -.
La chica escucho todo y trato de comprender como pudo la rareza de ese ser, de la atmósfera que la rodeaba. Estaba confinada a un mundo mas complejo del que esperaba, pero ya tratar de comprender no tenía ningún sentido, y la única puerta de salida llevaba un cartel de hacer caso sin preguntar para pasar.
- Bueno, necesito saber claramente que hacer – exigió.
- Camina por las calles, allí están las respuestas, además por allí puede que encuentres a tu protector, tu ser mas cercano. Y, gracias, de verdad agradezco que hagas esto por mí – concluyó.
Luego la pantalla se cerro, sola, y volvió el cartel que pedía que se introduzca una moneda para que la máquina pudiese funcionar.
Subió la escalera y salió a la superficie. La misma calle, con una hilera de faroles que pintaban las paredes de tonos anaranjados, la suave brisa, y, en el centro, un pequeño cuerpo, sin saber que hacer.

8

Había caminado un poco, sin dirección, cuando vio a alguien. Su cuerpo apoyado sobre la pared, con una pierna doblada contra esta, encendiendo un cigarro cuya luz sobresalía de la oscuridad, con un punto rojo ardiente. Supo enseguida quien era, pero recién, al pasar frente a él, como desentendida de su presencia, fue que lo volvió a escuchar.
- Ahora que sabes quien te trajo y como salir, tal vez sea necesario que me quede un poco mas cerca, ¿no te parece? – le dijo a la pasada.
La chica se detuvo para mirarlo. El hombre apenas parecía prestarle un poco mas de atención que a su cigarro. Dio un vistazo paciente hacia el horizonte de la calle, luego giró con calma hasta que sus ojos chocaron con los de Coqui.
- Te puedo ayudar mas de lo que estas pensando – sentenció.
- ¿Y porque debería confiar en un desconocido? – le cuestionó, - no lo conozco para nada, no se de donde viene ni donde va, no se nada de su pasado -.
- Escuche que alguna vez le hablaste a alguien, diciendo que no importa el pasado de una persona, solo importa desde el momento en que la conoces, ¿no? -.
Coqui se sorprendió, recordaba pensar eso pero no entendía como era que ese ser lo sabía.
El hombre continuó: - Lo se – asintiendo a su pensamiento, - y te diría todo sobre mí si tuviese pasado, pero no lo tengo, tampoco futuro, soy solo parte del presente inmediato -.
- Eso es imposible, nadie puede vivir sin pasado, ya el recuerdo de un rato atrás es parte del pasado -.
- No en mi caso, solo con tu presencia se enlaza mi tiempo y mi espacio, pero queda todo en un plano. El tiempo es medida del cambio, y yo no cambio, eso es todo lo que te puedo decir de mi, ahora vamos, es por allá – indicó señalando hacia una callejuela sin apariencia de buena reputación. Luego comenzó a alejarse a paso lento. Al cabo de unos metros dio media vuelta para ver a la chica, aún desconcertada, clavada como una estaca en el pavimento.
- Vamos, ¿que esperas? – la apuró.
Coqui se encamino hacia él para seguirlo. Ya no pensaba mas que no era necesario saber el pasado de alguien para poder confiar, quería saber quien era esa persona, saber su vida, todas sus cosas, después de todo le estaba confiando mucho.
Pero decidió que confiaría en él, no porque quisiera sino porque no veía otra salida.
Caminaron juntos por estrechos pasajes, la mayoría peatonales, siempre en aquel extraño barrio, mugroso y antiguo. El cielo nublado reflejaba las luces suburbanas como sucede en todas las ciudades que están bajo cielos nublados.
El hombre le fue hablando con precisa simpleza, como si lo que contase fuese algo muy sencillo
- El espacio es relativo y varía dentro de un patrón desconocido de combinaciones lineales dentro de un mismo sistema. Dos sistemas de patrones similares, que sería un punto entre millones donde se da una coincidencia espacial, puede afectar al universo y provocar un traslado de masas, similar a lo que sucede en un agujero negro. En tal caso debías hallar dicho punto. Pasaste por él. No recordaras donde fue, también has pasado por muchos lugares durante las últimas horas. Has recorrido al azar muchas calles y doblado en muchas esquinas, pero en una de ellas te ha ocurrido esto -. Mientras tanto avanzaban por el laberinto de calles del Barrio Gótico.
- ¿Hacia donde vamos? – se atrevió a preguntar Coqui.
- Ya hemos llegado, ahora lo veras -, respondió mientras giraban en una esquina. De inmediato, frente a sus ojos se desplegó la inmensa Catedral. La tercera en diecisiete siglos de una ciudad de tradición cristiana.
Su figura, allí situada, daba la impresión de ser un gran coloso, posado en el centro de un barrio que le rendía honor. Sus torres eran como brazos que se extendían hacia el oscuro cielo.
Los dos quedaron allí, mirando la edificación durante un instante.
La magistral obra, madre de todas las iglesias del arzobispado de Barcelona y recinto de mas de un centenar de obispos, se posaba como un coloso sobre sus murallas. Era la tercera en mas de diez siglos de una ciudad con historia y población de larga tradición católica. Erguida desde el año mil doscientos noventa y ocho, durante el reinado de Jaime II y el pontificado del obispo Bernat Pelegrí. Su construcción principal había sido realizada en varias etapas y demoró casi ciento cincuenta años, resaltando particularmente la labor del magnifico arquitecto Jaime Fabré, impulsado por el Obispo Ponc de Gualba y acabando para el siglo XV, en tiempos de Alfonso V, rey de Aragón, y el obispo Climent Sapera.
- ¿Y porque estamos en este lugar? – quiso saber.
- Deberías haberlo comprendido para entonces. ¿De verdad no lo sabes aún? -.
- No, no entiendo nada -.
- Vas a entrar allí, buscar el lugar donde se encuentra el sepulcro del Pastor, y liberarlo para que pueda volver a él. No es tan difícil, ¿no? – le explicó con voz paciente el hombre.
- ¿Cómo? – se sobresalto, - ¿entrar ahí?, ¿a estas horas?. Podes ir yendo solo -.
- Es que yo no pensaba ir, eres tu la que debe hacerlo -.
- ¿Y porque yo? – quiso saber, - además, ni lo conozco, ¿cómo es su nombre? -.
- No tenemos nombre - replicó.
- ¿Cómo no “tenemos” nombre?. ¿Y quien es?, eso, al menos, debería saberlo, ¿no? -.
- Creo que si, soy el ángel que te cuida, tu ángel guardián -.
Coqui echo una forzada y algo intrigada carcajada, pero terminó casi abruptamente al ver la penetrante mirada de su interlocutor. Los ojos le brillaron apenas al chocar las miradas. Algo muy raro de verdad tenía ese ser, no era un hombre común.
- Supongo que te costará creerlo – dedujo, - pero terminarás por hacerlo. Siempre que algo es verdad se termina por saber, y si es mentira también -.
- ¿Entonces siempre me protegiste? -.
- No, en realidad no siempre lo fui, es una larga historia, pero el hecho es que los ángeles protectores pueden cambiarse de persona cuando encuentra al ángel de la otra persona, y estos se ponen de acuerdo en el cambio -.
- ¿Y cuando es que ves a otros ángeles?, ¿siempre? -.
- No, solo cuando estas con una persona que realmente amas, muy cerca -.
Quedo entendido que el ángel no quiso entrar en detalles pero a Coqui le quedo muy claro que fue lo que quiso decir con eso, además, dentro de lo extraño, le pareció lógico, después de todo durante esos largos momentos los ángeles podían estar relativamente tranquilos, ya que, si se querían de verdad, mas que peligro, sus protegidos estarían viviendo todo lo contrario.
- Entiendo – se limitó a responder para dejarlo en claro.
- En esos momentos uno se sienta a descansar y habla con su colega, si ambos están de acuerdo y las personas de verdad se quieren, esto no se porque es pero es parte de la ley, se puede hacer el cambio -.
- ¿Y porque me elegiste a mí?, si es que se puede realmente elegir -.
- En realidad fue un consenso inmediato. Yo venia con mucho trabajo de verdad, mi protegido anterior no me dejaba descansar, era demasiado para un ángel ya algo viejo como yo, por el contrario, tu ángel anterior era joven y vivía terriblemente aburrido, nunca tenía nada de acción, y se estaba deprimiendo mucho ya que casi no tenía nada que hacer durante el día, así que, de esta forma, él y yo estamos felices. Para mi, no te lo tomes a mal, pero de alguna manera, esto es como una jubilación – concluyó la explicación.
- ¿Y como puede ser que te puedo ver?, yo que sepa nadie ha visto a un ángel, al menos no es lo mas común -.
- Es verdad, es que al irte de la línea del espacio y tiempo de tu universo real estas en donde me puedes ver, es difícil de explicar para que sea entendido por un humano, pero es como que te encuentras fuera de la esfera que encierra al universo donde existes, y acá afuera esta todo lo que lo rodea, como yo -.
- No entiendo -.
- No te preocupes ahora, cuando te mueras lo vas a entender de inmediato -.
- Quedamos así -.
La verdad es que no lograba entender nada bien, pero ya con estas respuestas estaba mas que confundida y ya no le quedaban ganas de preguntar nada mas.
- Vamos – dijo el ángel, y caminó hacia uno de las angostas calles que rodeaban el gran edificio. Mientras tanto, su protector se dedico a instruirla de lo que debía hacer. – La puerta lateral por la que ingresaras quedará abierta. Debes caminar por la nave central hasta ver a tu izquierda, cerca de una imagen de San Juan, una pequeña puerta de madera -.
- Perdón – lo interrumpió Coqui, - ¿ hacer esto es la única forma que tengo de salir de acá y volver a mi mundo? -.
- si – se limitó a responder el ángel.
- Entonces debo decirte que no tengo ni la menor idea de cómo se ve ese San Juan -.
- Si, debí suponerlo. Mira, San Juan Evangelista es siempre representado con un águila, pues también era llamado el Águila de Patmos debido a que allí fue donde compuso el Apocalipsis, por lo que también habrá un águila, eso si lo vas a reconocer, ¿no? -.
- Por supuesto – respondió ofendida.
- Bueno, debes entrar por esa puerta y recorrer un pasillo recto, al fondo hay otra puerta, detrás de esta baja una escalera en caracol que te depositará en un pasillo sin salida de techo bajo, así que llegaras a él. Por este techo verás que lo recorren una serie de cables, apoyados sobre una bandeja de metal. Debes cortarlos, todos, y dejarlos así, sueltos, en el pasillo – le dijo con preciso acento español, mientras del bolsillo de su pantalón sacaba una antigua navaja y se la entregaba.
- Tan sencillo – respondió.
- Recuerda que estarás muy sola y es un lugar oscuro, ten cuidado -.
La chica oyó el consejo como si se tratara de su madre. Ahora percibía con mas claridad esa sensación de protección que le producía aquel ser.
Caminó hasta la fachada principal, que lucía nítida entre la oscuridad, mostrando su imponente cimborrio de setenta metros, el cuál se encontraba sobre el atrio de la entrada principal y no sobre el falso crucero como en la mayoría de las Catedrales, coronando por imágenes de Santa Helena, madre de Constantino, venerada ya desde el siglo V durante el concilio de Barcelona durante el período Visigodo, en conjunto con la Santa Eulalia, recuperada en el hallazgo en el ochocientos setenta y siete de las reliquias de Santa María del Mar. Era la obra mas reciente de la catedral, de principios del siglo pasado, aunque originalmente había sido proyectada por Carlí de Ruan desde el mil cuatrocientos ocho. En dicho proyecto la fachada contaría con ciento doce figuras, centralizadas por la de Maiestas Domini.
Bordeo el frente y una de las dos grandes arcaicas puertas laterales de origen italiano, rodeando una pared muy alta de piedra hasta llegar a una puerta. La giró hacia adentro, estaba abierta, no debía estarlo, pero sabía que ese Pastor podía hacer casi cualquier cosa, una de las que no podía era lo que ella estaba haciendo. Entró y cerró a sus espaldas, el golpe de la puerta aniquiló el profundo silencio reinante, resonando en los techos y tardando en disiparse. Avanzó hasta llegar a la nave central. La Catedral había sido diseñada en su interior con un ábside y tres naves de igual altura, diez capillas radiales, un deambulatorio, el presbiterio, el altar mayor y la cripta por debajo. Las capillas radiales llegaban hasta el trascoro y tienen una gran galería superior. Con dicha estructura se daba la sensación de amplitud e iluminación clásicos del Gótico Catalán. Además, con esta forma particular, desde la vista simétrica el templo pareciera que diverge en lugar de converger.
En la nave central dos filas de bancos de madera la rodeaban. Miró hacia arriba. Las columnas se alejaban hasta cerrarse en el lejano techo. Delante de ella, pero a lo lejos, se erguía el altar, con una gran mesa cubierta de un mantel blanco, detrás, mas arriba, una escultura adornaba el fondo. A los costados había mas altares en las capillas, la mayoría cerrados con una reja y mostrando figuras de santos y retablos góticos bien conservados de Miquel Nadal, Gabriel Alemany, Lluís Borrassá y otros tantos de los cuales no tenia ni idea. Pasó frente a las claves de bóveda de la nave central, las cuáles, entre la oscuridad, se venían como enormes platos de cinco toneladas y dos metros de diámetro.
Tardó mucho en encontrar el águila que buscaba, estaba junto a la figura de un santo cuyo rostro parecía estar mirándola. A un lado del sarcófago del canónigo Francisco de Santa Coloma, coronado con un calvario tallado en piedra sobre un cristal azul. Debajo del pájaro, con las alas desplegadas como queriendo desprenderse de su esencia de piedra y salir a volar, estaba la pequeña puerta que buscaba. Era una escultura hermosa, antigua y muy bien terminada, pero no era un buen momento para detenerse a apreciar el arte.
Del lado contrario había otra capilla, la antigua episcopal llamada de Las Santas Vírgenes del siglo XIII, hoy conocida como Santa Lucía. A su lado había un altar, con unas barras de madera para arrodillarse a rezarle a un Santo que sostenía una cruz de madera con una mano y la otra la apoyaba sobre su corazón. A cada lado del Santo, había dos figuras de monjes, estaban inmóviles pero le parecieron muy reales. Sus rostros no llegaban a verse ya que se sumergían en lo profundo de unas capuchas que formaba parte de sus largas batas marrones. De sus cuellos colgaban unas sogas negras.
Abrió la puerta y se adentró en un nuevo pasillo, mucho mas oscuro y húmedo. Antes de adentrarse dio un ultimo vistazo a la nave central. A lo lejos pudo llegar a ver la pintura del tímpano de un portal de Joan Llimona y la sillería del coro donde alguna vez se habían juntado los caballeros soberanos de Europa para discutir la defensa frente a una escalada Turca, con sus misericordias y altos respaldos con escudos de cada uno de los reyes y caballeros que asistieran al capítulo del Toisón de Oro.
Caminó con cautela, apenas podía ver donde estaba. Llegó hasta una escalera en caracol y la bajó lentamente hasta depositarse en un pasillo donde ya no llegaba la poca luz que ingresaba desde las numerosas vidrieras renacentistas de Gil Fontanet. Debió manejarse con el tacto. Sin perder tiempo buscó en el techo los cables, no tardó en encontrarlos. Tomó el cuchillo sin dejar de aferrar los cables con la otra mano, luego se aseguro que el lado del filo era el correcto, y cortó con fuerza hasta sentir que los cables cedían hasta separarse por completo. Oyó como un lado caía al suelo, el otro aún lo estaba sosteniendo. Sin perder tiempo volvió hasta la escalera. Pero antes de llegar a ella sintió como un movimiento de aire cerca, como si un cuerpo o algo estuviese pasando a su lado, muy junto a ella. Por mas que el único sonido era el de sus pasos, algo le decía que no estaba sola allí y tuvo mucho miedo. De pronto, casi sin pedírselo a sus pies, empezó a correr. Casi tropezó con el primer peldaño de la escalera. Subió muy rápido, oyendo sus propias pisadas y sintiendo los latidos de su propio corazón. Una vez arriba continuo su huída hacia la poca luz que le decía donde estaba la puerta donde terminaba aquel pasillo. Salió al recinto principal y siguió corriendo hasta la puerta por donde había ingresado, pasando frente al sepulcro de los obispos San Oleguer y Sancha Ximenis de Cabrera, sin siquiera percibir que los dos monjes que había visto junto a la estatua del Santo ya no estaban.



9

Atravesó la plaza, del otro lado podía ver nuevamente a su ángel. Estaba apoyado contra la pared tranquilo, fumando un cigarro cuya luz podía distinguirse desde lejos. Al acercarse a él se sintió aliviado, era algo que no podía comprender, algo tan adentro suyo que le inspiraba protección.
La persona no se movió pero la siguió con la vista hasta que estuvo cerca.
- He percibido tu miedo – le comentó apenas algo preocupado, - ¿qué fue lo que ocurrió -.
Coqui ya no estaba interesada en recordar sino en irse lo mas lejos posible de allí y volver a su mundo, por lo que trató de evitar la pregunta, - nada – le dijo, - solo sentí miedo -.
- Es lógico, esta bien – la tranquilizó. - ¿Lograste hacerlo? -.
- Si. Corte los cables -.
- Entonces todo ha terminado. El espíritu ya debe estar libre recorriendo nuevamente los pasillos – dijo mirando la enorme Catedral.
- Así lo creo, aunque por mi que haga lo que le parezca, mientras no me moleste mas y me devuelva a mi casa. Es mas, creo que lo sentí pasar a mi lado – agregó como un simple comentario.
- ¿Cómo lo sabes? – quiso saber.
- Porque cuando volvía por el pasillo, estoy seguro de haber sentido que el aire se movía a mi lado, como si alguien pasara por allí. Eso fue lo que me asustó . confesó.
- ¿Cómo? – se sorprendió el ángel.
- Eso – contesto sin darle mucha importancia, - fue una pequeña ráfaga de aire, pero suficiente para haberme asustado mucho - concluyó.
- No es posible – dijo mostrándose preocupado ahora, - los espíritus al desplazarse no mueven el aire, ¿estas segura? -.
- Lo estoy – respondió recordando que esa era una pregunta que solía escucharla mucho de alguien mas.
- Pero no puede ser. No viste nada extraño, ninguna presencia de nadie, ningún ser, nada -.
- No, solo vi estatuas de santos, cruces, monjes,... -.
- ¿Monjes? – la interrumpió, - la Catedral no tiene estatuas de monjes -.
- Pues había dos figuras de marrón, muy reales, que parecían monjes -.
- No lo puedo creer – se quejó como si ella tuviese la culpa de no saberlo, - estaban los monjes de Iréas -.
- De acuerdo, ¿y esos quienes son? – preguntó ya cansada de que se le presenten nuevos problemas.
- Son monjes que seguramente estaban allí para liberar al espíritu de Iréas -.
- No se como puede no haberlo supuesto – se burlo sabiendo que lo que había hecho, sin saber siquiera que era, le complicaría las cosas.
El ángel, sin prestarle casi atención, apoyó una mano debajo de su mentón y permaneció un instante observando la Catedral que parecía petrificada por la quietud de la noche y meditando que debía hacer. Finalmente decidió: - debo ir a la Catedral -.
- ¿Cómo? – se preocupo Coqui. No quería alejarse de ese ser, y algo le decía que no era una buena idea que la dejase sola en aquellas callejuelas desiertas.
- No te preocupes, no pienso abandonarte, pero necesito ver que fue lo que ocurrió ahí dentro. Además, el Pastor ya debería estar cerca y no puedo percibir nada sobre él -.
Pero mientras terminaba de decir esto, a la distancia, del otro lado de la plaza, cerca de la puerta principal de la Catedral, se generó un extraño resplandor. Era una luz muy blanca, al mirar con precisión pudieron observar un cuerpo casi transparente. Era un hombre, y supieron de inmediato quién podía ser.
Todo, tanto las imágenes como la luz, solo duraron un pequeño instante, luego la oscuridad volvió hacerse dueña de la soledad. Los dos se quedaron mirando el extraño espectáculo, aunque el ángel no se mostró tan sorprendido, como si para él lo sobrenatural fuese parte de lo natural, pues él mismo estaba un poco mas allá del mundo.
- Debo ir – dijo ahora mas seguro de estar en lo correcto, - No te alejes demasiado y ten cuidado -, le pidió. Luego, sin mas, partió en dirección a la puerta principal de la Catedral. Ella lo siguió con la vista, preocupada sin saber realmente bien porque, algo le daba mala espina, y sentía que ese ser valía mucho, tanto como su protección.
La figura se alejó hasta desaparecer entre la oscuridad de las sombras de los campanarios. Nuevamente estaba sola en ese laberinto de angostas calles.
Busco un pórtico cercano, que tenía un escalón y desde el cuál podía ver las inmediaciones de la Catedral. Se sentó y permaneció mucho rato allí.
El cielo oscuro de una noche eterna se había poblado de pequeña nubes que cubrían algunas constelaciones, aunque la luna se mantenía firme, como si las nubes prefiriesen evitarla al correr empujadas por el viento.
Coqui comenzó a sentir sueño. Había dormido poco y mal las últimas horas y, a pesar de todas la extrañas complicaciones, su cuerpo le exigía un descanso. Sus párpados comenzaban a cerrarse involuntariamente aunque les hacía frente tratando de volver a abrirlos una y otra vez. Pero la batalla parecía perdida y era casi inevitable que cayese víctima de un reparador descanso.
Había recostado su espalda sobre la pared y ladeado su cuello hacia el rincón. Pero entonces vio algo, algo que logro despabilarla de enseguida. Fue un movimiento cerca de una de las paredes de la catedral, como algo que se escurría entre las sombras. No creía que haya sido su imaginación ni el cansancio, sin embargo, no volvió a ver nada mas. Continuo uno largo momento de quietud absoluta, hasta que luego volvió a verlo otra vez, pero esta vez no provenía del mismo lugar. Luego volvió a repetirse, y otro mas desde el mismo lugar donde había lo visto por primera vez. Como para terminar de certificar que no era su imaginación, una tercera imagen, ya esta con clara forma de figura humana, se deslizo a un lado de la plaza.
Coqui reaccionó temerosa poniéndose de pie y lista para huir. Las figuras parecían estar acercándose y le daban la sensación de ser hostiles. De su ángel no se trataba, de eso podía estar segura solo por la tranquilidad que la mera presencia de este ser le producía.
Se acurruco asustada contra el rincón. Sus ojos buscaban ahora la posición de las figuras pero nuevamente no las veía mas. Pensó que lo mejor sería irse de allí por lo que se alejó a través de una callejuela, avanzando con el cuerpo casi rozando la pared y mirando continuamente hacia atrás para asegurarse que nadie la siguiese. Llegó a la esquina y se detuvo sin saber que dirección tomar. Dio vuelta para ver la calle por la que venía, estaba desierta. Al fondo se veía la plaza, pero no había ningún rastro de nada extraño.
Ahora pensó que quizá debería volver, ya que si se introducía otra vez entre las calles se perdería. Prefería estar en el lugar donde se había separado del ángel y donde le había dicho que aguardase su regreso. Entonces percibió algo que se había movido apenas en el límite del radio de visión de sus ojos, giró de inmediato. Había frente a ella dos extraños seres vestidos de marrón. Al verles la cara noto que no tenían ojos sino manchas negras en su lugar. Coqui no pudo evitar gritar y retroceder aterrada al instante, pero su cuerpo golpeo otro, que al apenas girar pudo ver con claridad. Era un hombre de mirada profunda, en la cuál brillaba cierta amenaza maligna. Trató de huir pero los dos monjes lograron evitarlo aferrándola de ambos brazos. Gritó pidiendo auxilio y pataleando desesperada, pero ya nada podía hacer para escapar.

Su ángel, mientras tanto, había encontrado al Pastor y le había relatado lo que sabía de los monjes. El Pastor ya no podía dejar la catedral por lo que solo pudo darle la fuerza de la piedra para poder luchar contra los monjes si era necesario, pero este poder no le serviría contra Iréas.
Recorría la plaza en busca de su protegida cuando oyó el pedido de socorro y se maldijo por haber tenido que dejarla sola, sin protección.
Comenzó a correr por las calles en su búsqueda. Sabía donde estaba, podía sentir con claridad los agitados latidos de su corazón, era uno de los poderes que los ángeles guardianes tenían sobre los humanos. Llegó hasta una esquina desierta y se detuvo para tratar de aclarar desde donde oía el corazón de la chica. Notó entonces que a unos metros delante, por una de las calles laterales con casas de hasta cuatro plantas, había una pequeña escalera que bajaba a un lado de una puerta de hierro. El edificio parecía un comercio.
Bajó la escalera y se encontró con una puerta abierta en un subsuelo. Se abría un corredor angosto que terminaba en un depósito.
Entró con mucha cautela ya que no quería ser visto. El lugar era amplio, había pallets apilados, cajas de cartón sueltas por los pasillos y mas atrás vio unas pequeñas máquinas de embalaje.
Al llegar al fondo y cubriéndose detrás de detrás de una columna rodeada de barriles, pudo ver una gran mesa repleta de herramientas desordenadas. La chica estaba sujeta sobre la mesa, con sogas negras, a un torno fijo y a una bisagra. Se veía en su rostro el temor que sentía.
Los dos monjes estaban solos como aguardando algo, no había rastros de Iréas, aunque el ángel sabía que no debía andar muy lejos.
Coqui había sido rociada con alguna clase de combustible que se podía oler intensamente en el ambiente. Tendió a cabeza hacia un lado y de pronto volvió a sentir, a pesar de su situación, esa tranquilidad de saber que alguien la protegería.
Entonces el ángel salió de su escondite y se posó frente a los monjes. Estos, al intuir la su presencia, ya que no tenían ojos para verlo, se abalanzaron torpemente sobre él, pero el ángel, ahora con el poder del espíritu, permaneció erguido sin siquiera moverse y uniendo las manos. Emitió en voz baja, como un susurro, unas palabras desconocidas para cualquier oído humano.
Cuando los monjes cargaron sobre él, desde el punto donde lo tocaron, la piel se les convirtió en roca, hasta quedar en la posición en la cuál se encontraban, como dos imágenes petrificadas, similares a esculturas perfectamente talladas. Luego cayeron desequilibradas, quedando inmóviles tendidas sobre un lado.
Coqui pudo ver todo esto y se alegro mucho al saber que su protector no la había abandonado. El ángel la observó desde donde se encontraba, ofreciéndole en sus ojos una mirada abrasadora.
Pero entonces una puerta pequeña en un rincón apenas unos pasos detrás de donde estaba la mesa, se abrió e Iréas salió por ella sosteniendo una antorcha encendida en una de sus manos.
Al ver la situación, y a sus mojes petrificados, se sorprendió e intento acercarse a la chica enseguida. El ángel se encontraba del lado opuesto del lugar, desesperado porque sabía que no llegaría hasta la chica antes que su rival. Tomó entonces una fina pero dura barra de hierro que se hallaba recostada sobre una columna al alcance de su mano y la arrojó con una fuerza sobrehumana hacia el otro ser.
El metal se dirigió al blanco en línea recta y se clavó en su pecho, atravesando el cuerpo y saliendo una parte por el lado opuesto de Iréas, quien solo pudo ver como su estómago era perforado, sin tiempo a reaccionar.
Pero antes de caer de espaldas, sin vida, tuvo el tiempo de arrojar la antorcha encendida sobre Coqui. El trozo de madera con fuego en su extremo recorrió un arco, girando en su vuelo, hasta llegar al cuerpo repleto de combustible, que estaba sujeto a la mesa sin poder evitarlo.
El momento duró mas de los que tardó la antorcha en caer sobre Coqui. Ella solo podía esperar su final, pero el ángel estaba dispuesto a salvar a su protegida como fuese.
La antorcha cayó y encendió el cuerpo de la chica, pero las llamas no llegaron a hacerle daño, inclusive no llegaron a tocarla, el fuego se desvió, repentinamente, como si fuese aspirado por una fuerza de atracción, y se direccionó, hacia el cuerpo del ángel, como un chorro amarillo ardiente.
Al alcanzarlo su cuerpo se encendió. Las llamas lo absorbieron por completo, mientras permanecía de pie, como luchando porque el fuego descargase toda su energía calórica sobre él en lugar de Coqui.
El calor había quemado la soga que la mantenía atada, por lo que, luego de tirar con fuerza lastimándose un poco la muñeca, logró liberarse. Bajó de la mesa y enseguida corrió hacia donde se encontraba el cuerpo de su ángel, que se desplomaba, todavía rodeado por el fuego, al piso.
Las llamas se extinguieron y solo quedo el cuerpo, en parte carbonizado pero todavía con vida.
Coqui llegó hasta él, pero era tarde y no había nada que pudiera hacer. Sin embargo se arrodillo a su lado, como queriendo agradecerle lo que había hecho por ella.
De sus ojos cayeron lágrimas que se desviaron por sus mejillas mientras sentía una pena difícil de explicar. Apenas conocía a ese ser que la había acompañado toda la noche y que se había sacrificado por ella, pero sentía que desde hacía mucho tiempo que estaba a su lado, cuidándola, y que el lazo que los había unido trascendía el mundo humano, iba mas allá de lo conocido, de la naturaleza del hombre, era parte de esas cosas que nadie es capaz de comprender.
Entonces oyó una voz que emergía de la nada. Era la del ángel, pero ahora sonaba como un eco y sin ningún origen mas que el de su propia mente, como si le estuviesen hablando de su interior, de su mismo ser.
- No te preocupes, podrás seguir sin mi – le dijo, comprendiendo su dolor.
- ¿Pero como los ángeles pueden morir? – le pregunto con un tono apagado, aún de rodillas, - ¿no se supone que son inmortales o algo de eso? -.
- No, solo pueden morir por el ser que protegen, y ese fue mi caso – le respondió. – Pero siempre hay gente que puede cuidarte – le dijo mostrándose seguro de sus palabras, - Aquí, en tu mundo, hay muchos ángeles perdidos, o seres que saben mi trabajo, son hombres como cualquiera, pero saben que hacer en los momentos difíciles, para mantenerte a salvo de los peligros. Encontraras uno, se que lo harás -.
- Pero no quiero – casi le grito al espacio vacío con los ojos llenos de lágrimas. Su voz repercutió en las paredes y murió entre las cajas.
Ahora estaba seguro que ese ser había sido su ángel.
- Confía en mi, se que estarás bien – concluyó.
La voz fue desvaneciéndose hasta desaparecer para siempre. Luego Coqui sintió que una parte de su alma desaparecía, fue como un vacío que se creo a sus espaldas, un vacío difícil de volver a llenar.

10

Salió del lugar y caminó sin dirección por las calles mientras pensaba como continuaría su vida. Sabía que ahora no tenía quien la protegiese, que sus días no serían los mismos ya que ningún ser invisible, pero real, caminaba a sus espaldas, cuidando sus pasos y tratando de evitar, dentro de lo posible, que se hiciera daño. Ya nadie negociaría por su salud. Pero debía aceptarlo, podría vivir igual.
La noche seguía inerte, la luna brillando sobre las paredes. Sintió miedo y tristeza, pero también recordó las palabras de su ángel; debía encontrar a alguien que lograse protegerla, que fuese su ángel en la tierra, que vele por ella y se preocupase día y noche por cuidarla, y debía ser un ser humano. Todo un desafío, difícil de hallar, pero si su ángel le había dicho que podía lograrlo debía existir, ya que no podía mentirle.
Mientras tanto seguía caminando perdida por calles desconocidas. Aunque ahora, al menos, parecían un poco mas anchas. Llegó hasta un cruce donde la calle era pavimentada y donde había varios autos estacionados a los lados, siguió por ahí, tratando de volver un poco mas al mundo y alejarse de la inmersión de pensamientos en la que estaba nadando.
Las calles comenzaron a resultarle, al menos, mas familiares. Fue entonces cuando desde la esquina opuesta un vehículo emergió y doblo por esa calle. Era un colectivo ciento cincuenta y dos, al que de inmediato le hizo señas para que se detuviera y la llevase a su destino original.
Ya estaba otra vez en su mundo, y en su lugar. Deseaba olvidar todo lo mas posible y recordar solo lo que le esperaba.
El cielo fue, de a poco, cambiando el negro por un color azulado, era el amanecer que desterraba a la noche. Coqui sintió como el tiempo volvía a avanzar, tomando por fin las riendas de esa noche tan larga, y conduciéndola a su fin.

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