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WILLEM

Llegaron a las 10.30 a la fiesta, ya había muchos de los invitados presentes, la ceremonia era en conmemoración del nuevo centro médico de la fundación Tariccio, donde se tratarían los enfermos de leucemia. El señor Willem, presidente de la fundación, estaba a cargo de la inauguración.
Comenzó el discurso hablando de su vida, de cómo había logrado su fortuna a base de trabajo y esfuerzo, y como dedicaba gran parte de sus ganancias, aunque en contra de lo que sus socios desearan, en ayudar al prójimo. El mismo, contaba, había sufrido, de pequeño, una enfermedad que ataca a los sentidos, y lo había dejado sordo por casi tres años, pero el se esforzó, y luego de recibirse de médico comenzó los estudios para encontrar la cura a sus propio mal. Cuando la encontró el mundo conoció la enfermedad como el mal Tariccio, en honor a su descubridor. Le había merecido el premio nobel de aquel año. De allí llegaron inversores que percibieron una posibilidad de hacer fortuna a costa del investigador. Pero la cosa fue mal, ya que Willem era una persona demasiado caritativa, que invertía sus ganancias en otras obras o estudios, no siempre con buenas posibilidades de resultados satisfactorios económicos, aunque muchas veces si satisfactorios para la ciencia.
Esta última inversión había sido el colmo, y sus socios, muy enfadados, planearon en secreto acabar con él. Para no arriesgarse, planearon el asesinato mientras Willem hablaba. Sabían que sospechaba algo, pero no podría saber como es que lo matarían.
Terminó de hablar y se acerco a una mesa a responder preguntas a periodistas. Atrás de estos, en un rincón, los hombres, hablando bajo para no ser oídos, conspiraban. El veneno solo debía estar en su copa, nadie mas debía resultar envenenado o se sospecharía. La droga actuaba y luego desaparecía del organismo sin dejar ratro. Esto les estaba informando uno de los socios a los otros, él mismo, científico también, había sido el creador de la droga, pero era la primera vez que tenía que usarla. Se lamentó de tener que hacerlo, apreciaba a Willem pero no le quedaba otra opción dadas las circuntancias. Willem le correspondió la mirada desde la distancia elevando su copa para brindar a con ellos.
Terminaron los reporteros y Willem se acercó a su nuevo guardaespaldas y le dijo algo al oído, lo había contratados luego de que la semana anterior alguien había tratado de matarlo. Desde ese momento había empezado a sospechar de todos a su alrededor. Había aceptado ir a la ceremonia porque no podía faltar pero también porque el siempre había sido de enfrentarse a los problemas, en lugar de ocultarse. Frente a las críticas de su guardaespaldas él había respondido: siempre he luchado contra las enfermedades.
Un mozo dejó una bandeja con cuatro copas de vino blanco sobre la mesa. Uno de ellos, cuando estuvo completamente seguro de no ser visto, arrojó un pequeño polvito sobre la copa, que estaba ligeramente mas llena que el resto.
Willem no vio nada, y se acercó tranquilamente a sus socios. Lo recibieron con halagos y lo invitaron a una copa. El la levanto pero no llego a beberla, solo miró hacia un rincón lejano y mediante una seña llamo a su guardaespaldas. Luego le explico que la copa contenía vino con veneno, hasta supo decirle el nombre de la droga. El hombre de seguridad detuvo a los tres hombres.
Willem le confesó a su guardaespaldas, mas tarde, que había ido allí a propósito ya que solo sabía que los que deseaban acabar con él estarían entre los presentes y solo desde donde daba el discurso podría saberlo.
- ¿Pero como supo quién sería, y el método que usarían? – le preguntó el hombre.
- Los sordos aprenden a leer los labios – respondió.

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