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EL RUIDO

Era un sonido preciso, claro y continuo. Sonaba lejano en la oscuridad, lo suficiente para no saber desde donde pero lo suficiente también como para poder sentirlo. Había durado ya tres días sin detenerse, tres noches de ira contenida, tres lunas con síndrome de impaciencia. Era el cuarto crepúsculo y me recosté con el molesto ruido de fondo, pero esa vez no me costó dormir, simplemente la almohada se sostuvo en mi rostro y el ruido se amoldó a mis sueños, acompañándolos en armonía. La noche siguiente fue lo mismo pero mas sencillo, ni siquiera me costó intentarlo, y entonces el problema volvió el día siguiente, cuando dormía relajado y distendido y de pronto el sonido, así como había venido, se fue. Se apagó, dejó de llegar a mis oídos, y entonces no pude volver a dormir.

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