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Kosh

EL LABERINTO DEL IMPERIO

Entró al laberinto confiado en que sería tarea sencilla. No es que el lugar no fuese tenebroso, pero era optimista con lo que a sí mismo significaba. Sabía que el premio, de hallar la puerta de salida, sería el imperio completo. Toda la vida había soñado con ser emperador y aquella era una oportunidad inmejorable, - entrar, salir, y gobernar las extensas tierras de praderas – pensaba al ingresar por el corredor principal. Tendría uno, - no, mejor dos – palacios. El de verano, cerca de algún lago, y el de invierno donde estaría el trono y la corte principal. Viajaría en una carroza tirada por seis corceles y con una guardia de fieles. Comería en bandejas de plata y sobre una mesa amplia de roble, rodeado de sirvientes dispuestos a satisfacerlo. Tendría las más bellas doncellas a sus pies. Repartiría comida entre sus súbditos para que estén felices, gobernaría con nobleza, bajo leyes justas pero rígidas. Continuó su camino, doblando en las intersecciones que le decía su instinto, él comandaría su triunfo, él lo llevaría a la puerta correcta, la del imperio porque era su destino y porque había nacido para eso.
Pero siguió avanzando y también siguió pensando: - de todas formas también sería lindo no siempre estar rodeado de súbditos, deseosos de servir para ser recompensados, y de mostrarse sonrientes a pesar de lo que les pueda suceder, de esa manera nunca conocería lo que verdaderamente sienten. Y las doncellas, - no se si legraré a conocer el verdadero amor, es decir, yo me enamoraré pero nunca sabré si este amor será correspondido con amor o con obligación - pensaba, - por otra parte jamás conoceré el don de la humildad pues no me será permitido, según lo que tengo entendido, nunca podré dormir en una cabaña de los campesinos humildes, ni probar sus guisos o vestir sus sencillas pieles, solo podría usar alardeantes trajes de seda y probar los refinados platos de la realeza. No me dejarían ni por una vez al menos, comer un embutido de esos grasosos y espesos que tanto aprecio, tampoco podría volver alguna vez a estar solo, en algún valle con ovejas como lo hacen los pastores y sus rebaños. Yo en cambio debería ser acompañado por los escuderos reales esté donde esté, y no podría salir a pasear siguiera sin guardia. El verdadero problema es que mi vida correría peligro, el emperador siempre tiene enemigos malvados que quieren su trono, o tan solo rivales que intentan acabar con él por envidia - seguía meditando mientras continuaba buscando el camino correcto. - También debería participar en las guerras, sería atacado por otros imperios que intentarán conquistar el mío, deberé defenderme y atacar yo también, ya que mis generales, sedientos de ambición, me pedirán salir a combatir para expandir las fronteras del imperio. Y el ejercito, los soldados, exigirán pelear para saquear pueblos y ciudades y así saciarse con botines robados, ya que siempre han vivido de esa manera, pero la responsabilidad de todos esos saqueos y matanzas será siempre mía. Y no se como haría para controlarlos, si yo quisiera un estado de paz y armonía como sueño que sería - luego de pensar esto se detuvo.
- Es mejor no ser emperador, no tiene ninguna gracia, prefiero volver a ser el campesino, sencillo y humilde que siempre he sido, no se como se me ha podido ocurrir esta tan macabra idea de poder.
Entonces volvió sobre sus pasos, esperando hallar la puerta por la que había entrado, por fin la encontró y al salir descubrió que lo esperaban en un salón repleto de súbitos, a lo lejos vio su trono, entonces recordó que siempre había sido emperador, pero algún día lograría salir de aquel horrible laberinto por la puerta que lo convertiría, entregándole el mayor de los premios: ser el campesino humilde que deseaba ser.

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