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Kosh

EL VIAJERO DEL CRISTAL

Eran las cinco y algo de la madrugada, el autobús avanzaba entre los fríos puertos de montaña que mantienen ese rincón de soledad artificial entre las ciudades. A mi alrededor todos dormían, o lo intentaban entre movimientos y reacomodamientos que buscaban encontrar una comodidad complicada sino imposible en el asiento. Afuera el cielo sembrado de estrellas se ocultaba detrás de un cristal húmedo. La oscuridad era la dueña de los valles y de las montañas en el exterior, se veía una naturaleza casi pura, no había luces ni otras cicatrices de humanidad. Mi insomnio me entretuvo con la monotonía de un paisaje que se repetía, sin embargo, sin encontrar nada mejor, mi mirada permanecía inmersa en aquella nada. Fue entonces que, merced del reflejo del vidrio, vi como el pasajero sentado a mi lado se despertaba y acompañaba mi mirada hacia la ventana. Entonces, casi por el instinto de quién recuerda algo alarmante giré hacia el interior del autobús para comprobar que el asiento junto a mí estaba vacío. Volví, como quién cree haber visto algo que no era, la mirada hacia el cristal y allí estaba nuevamente, sentado a mi lado. Esta vez no me atreví a volver a mirar el asiento junto a mí, el real, ya que lo que veía proyectado se supone era sólo un reflejo. Era un joven, de unos veinte años, su mirada era triste, otoñal, oculta detrás de un rostro emblanquecido. Me miró a los ojos, como quién busca a alguien para decir algo. Estaba por esbozar las primeras palabras pero no me atreví a oírlas, sin pensarlo corrí deprisa la cortina, ocultando aquel reflejo fantasmal que me observaba desde el exterior del vidrio. Me atreví entonces a mirar a mi lado y no había nadie. No volví a tocar la cortina, esperando llegar pronto a mi destino y olvidar algo inolvidable.

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