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Kosh

EL PROFUGO

Estaba con mi compañero en la parte más profunda de la mina. Ibamos verificando con el higrómetro la humedad y midiendo el polvo en suspensión y el Grisú cuando notamos un extraño aumento de la temperatura en un punto. Nos detuvimos a analizar, en realidad a ver que problema tenía aquel viejo termómetro, pensando que la causa era el aparato de medición, pero a la temperatura le siguió un fuerte y penetrante olor a azufre. No teníamos como medirlo, en realidad no había cuencas de azufre ni actividad de placas en aquella zona.
- ¿Qué sucede? – preguntó mi compañero.
- No lo sé – confesé confundido. En ese momento vimos asombrados como de un rincón, en la esquina entre el piso y la pared, una piedra se movió, rodando y quedando en el medio del camino, luego otra y otra, como si algo las empújase desde el mismo corazón de la montaña. Temimos un sismo pero nada temblaba, solo se movían esas piedras. Fue formándose un espacio desde dentro, al que con temor y cautela, nos acercamos. Entonces una mano apareció del interior del agujero, nos quedamos helados, conteniendo la respiración, mientras esa mano imposible se habría paso, corriendo las rocas hasta dejar un lugar suficiente para que un cuerpo humano se arrastrase, saliendo a nuestros pies.
Era un hombre, o al menos en el fondo de aquel ser lo habría sido, estaba medio quemado, con un aspecto tétrico y una expresión desecha que se expresaba en los ojos. No lograba incorporarse, entonces se oyó un ruido en el agujero, como si alguien más estuviese por salir.
- ¡No dejen que me atrapen! – suplicó el hombre trastabillando al querer pararse, - ¡por favor, ayúdenme!.
Sin comprender a que se refería ni de donde había salido aquel hombre, lo pusimos de pie entre los dos y lo ayudamos a caminar, apoyándolo en nuestros hombros. Al girar vimos como del agujero surgían dos las cabezas de figuras horribles, compuestas de algo que parecía asfalto grasoso, arrojaban fuego por la boca al respirar. Escapamos de la mina deprisa, temiendo que aquellos monstruos nos persiguiesen, y una vez afuera el hombre, un poco más tranquilo, nos explicó con voz llorosa: - escapé del infierno, ¡estuve allí!,... es horrible,... te torturan,... juro que nunca más en esta vida volveré a hacer algo malo,... seré bueno, lo juro – y, diciendo esto y agradeciendonos una vez más, se alejo.

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