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Kosh

LA PIEDRA

Eran las cuatro de la madrugada y el hombre no podía dormir, su vida no transitaba el rumbo que él esperaba, las cosas no eran como deseaba que fueran, no seguían el camino que quería. Miró a su alrededor en busca de un espacio libre en la mesa, un lugar donde apoyar el vaso y darle un reposo a su alma. Decidió entonces salir, caminar sin rumbo por las húmedas calles del pueblo. Se alejó luego, atravesando un bosque que precedía el inicio del las montañas. Por allí recorría el valle un arroyo. Su cause caprichoso se desparramaba entre las piedras grises, buscando y encontrando caminos para escurrirse. Se sentó en una piedra grande a contemplar la decoración de la naturaleza. La luna, vestida de un blanco tiza, desplegaba su manto, revistiendo de pequeñas luces blancas intermitentes las cristalinas aguas.
Desconentrado en vislumbrar el paisaje perdió noción del tiempo, sin embargo, su mente intranquila seguía reprochando el camino descarrilado de su vida de acuerdo a sus deseos soñados. Fue entonces que, como quién se enfrenta a la naturaleza y cree comprender los misterios de la creación, le habló a alguien que debería estar situado en el más allá para pedirle ayuda. Suplico algo, una señal, un resplandor que lo ilumine en su desgracia. Terminó la súplica y al bajar la mirada nuevamente al arroyo vislumbró un brillo inusual que acudía a sus ojos desde el agua. La luz era hermosa, diferente a los demás reflejos productos de la luna, entonces se puso de pie y, saltando de piedra en piedra, llegó al origen de aquella extraña fuente de luz. De inmediato comprendió, o creyó comprender, que esa era la señal. Se agacho y levantó de entre las aguas una pequeña piedra. Al salir del agua dejó de brillar. La miró analizándola; era un piedra comnún y corriente, o eso al menos parecía a simple vista. Volvió a su hogar renovado y con la piedra en el bolsillo, la dejó a su lado en la mesa de noche y por fin pudo dormir.
Pasaron algunos meses y se encontró feliz y agradecido con la vida. Las cosas marchaban bien, salían más o menos como él esperaba. No era que el cambio hubiese sido abrupto, pero eran pequeños detalles que hacían de la desgracia pasada una vida llevadera y entonada. Siempre cargaba con su piedra en un bolsillo. La llevaba de lado a lado y cuando podía la tomaba con las manos y la mantenía allí, entre sus dedos. Pero un día se la olvidó en su casa, y sin embargo el día fue muy bueno, las cosas le salieron igual o mejor que siempre, entonces, por primera vez, dudo si era la piedra lo que le daba esa "suerte" o era él mismo. Decidió probar dejándola en su casa una semana, comprobó entonces que las cosas iban incluso mejor que antes. Pensó entonces que, definitivamente, no era la piedra sino él quién comandaba su vida y que si las cosas iban bien o mal dependía solo de él mismo y no de un objeto inerte. Tanto se convenció que decidió quitarsela de encima, y esa noche la arroyó al arroyo donde la había hallado. Ahora llevaría él el timón de su vida, navegando sin depender de lo que creía que era una brújula pero que en realidad era una falsa ilusión.
Pasaron algunas semanas y al principio las cosas siguieron su rumbo favorable, pero pronto todo se derrumbo. Esa noche, nuevamente sin dormir, maldijo su vida y volvió al arroyo a pedir ayuda a la naturaleza o a quién fuere que lo escuchase del "otro lado". Pero esta vez nadie respondió, no aprerecieron brillos ni piedras. Desde entonces él recorre todas las noches el arroyo, en busca de la piedra que una vez tuvo y que por propia voluntad abandono.

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