CARTAS DE AMOR
La conoció en un viaje, y se enamoraron. Le prometió que volverían a verse, y ella le dijo que esperaría su carta.
Le escribió un mes más tarde, era una carta de amor, donde decía que daría todo por verla, que con ella a su lado su alma era un atardecer en el mar, un espacio de pinceladas de colores en el aire. Cerró el sobre y al escribir su nombre al dorso las letras parecieron convocarla, emitiendo ese nombre para que permaneciera un rato haciendo ecos en la habitación. Tan abstraído en los recuerdos lo encontró la realidad que anotó mal la dirección. Y así el sobre partió hacia un destino equivocado. Las casualidades de esas a las que le atribuimos la sencilla palabra: suerte, para no complicarnos en justificar, quisieron que descienda en el buzón de una joven de mismo nombre. Nunca esperaba volver a recibir una carta de aquel hombre, cuyo nombre era igual al del remitente. Era un chico que había conocido una vez de vacaciones, cenaron juntos y fue suficiente para que se enamorara, pero luego es se fue y nunca más lo vio. Le había dado la dirección para que le escriba. Enseguida respondió la carta, y él volvió entonces a escribirle. Así comenzó un romance por cartas, hasta que llegó el día que se propusieron encontrarse. El lugar elegido fue una esquina, y allí estaban los dos, esperando ver a la otra persona que recordaban, pero el tiempo pasó y solo veían a otra persona que estaba igual que ellos. El que comenzó el diálogo fue ella, que le preguntó la hora. Él respondió y luego hablaron un rato. Ninguno de los dos quiso admitir que estaba esperando a alguien que, por lo visto, no vendría. Cruzaron la calle y se sentaron en un bar a tomar un café. Les sorprendió que sus nombres fuesen como las personas que esperaban, pero tampoco quisieron decir nada, y cada uno seguía pensando en que era otra la persona que aguardaban, pero el destino los unió como pareja, aunque siempre, en el fondo, cada uno seguía esperando recibir una carta.
Le escribió un mes más tarde, era una carta de amor, donde decía que daría todo por verla, que con ella a su lado su alma era un atardecer en el mar, un espacio de pinceladas de colores en el aire. Cerró el sobre y al escribir su nombre al dorso las letras parecieron convocarla, emitiendo ese nombre para que permaneciera un rato haciendo ecos en la habitación. Tan abstraído en los recuerdos lo encontró la realidad que anotó mal la dirección. Y así el sobre partió hacia un destino equivocado. Las casualidades de esas a las que le atribuimos la sencilla palabra: suerte, para no complicarnos en justificar, quisieron que descienda en el buzón de una joven de mismo nombre. Nunca esperaba volver a recibir una carta de aquel hombre, cuyo nombre era igual al del remitente. Era un chico que había conocido una vez de vacaciones, cenaron juntos y fue suficiente para que se enamorara, pero luego es se fue y nunca más lo vio. Le había dado la dirección para que le escriba. Enseguida respondió la carta, y él volvió entonces a escribirle. Así comenzó un romance por cartas, hasta que llegó el día que se propusieron encontrarse. El lugar elegido fue una esquina, y allí estaban los dos, esperando ver a la otra persona que recordaban, pero el tiempo pasó y solo veían a otra persona que estaba igual que ellos. El que comenzó el diálogo fue ella, que le preguntó la hora. Él respondió y luego hablaron un rato. Ninguno de los dos quiso admitir que estaba esperando a alguien que, por lo visto, no vendría. Cruzaron la calle y se sentaron en un bar a tomar un café. Les sorprendió que sus nombres fuesen como las personas que esperaban, pero tampoco quisieron decir nada, y cada uno seguía pensando en que era otra la persona que aguardaban, pero el destino los unió como pareja, aunque siempre, en el fondo, cada uno seguía esperando recibir una carta.
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