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LA SOMBRA (I PARTE)

Comenzaba el otoño y con este los días fríos y grises que le daban al monasterio un ambiente de soledad. Soplaba un viento que ayudaba a los árboles a deshacerse de sus hojas pero dentro de los espesos muros de piedra de la iglesia ni siquiera se percibía. Juan Vidal Díaz era nativo de Girona, pero hacía cinco años que se había ido a vivir a Banyoles. Se había decidido por la dura vida eclesiástica a los diecinueve años pero debieron pasar tres años hasta que fue aceptado en el monasterio de Sant Esteve. En el verano de 1791 le llegó la carta en la que decía que se incorporaría a la vida del monasterio en concepto de portero. Desde entonces, por las noches, mientras el resto de los monjes se retiraban al monasterio, él era el encargado de quedarse en la Iglesia, cerrar las puertas y dejar todo en orden. Luego se sentaba en su escritorio frente al candelabro y comenzaba a escribir. Había copiado, con una editorial de caracteres movibles que tenía el monasterio, varios ejemplares de “La ciudad de Dios” para los párrocos de las iglesias de la comarca del Pla de l'Estany. Ahora estaba plenamente dedicado a estudiar a Santo Tomás de Aquino, pero esa noche tenía intenciones de leer pasajes bíblicos. Comenzó con el “Libro de los Hechos” e iba por el capítulo quince cuando oyó un ruido proveniente de la nave de la iglesia. Era tarde, probablemente pasada la medianoche, lo supo por la luz de la luna que penetraba por la única ventana de la habitación. Estaba detrás del escritorio en el que estaba sentado y era una ventana alta, situada a unos dos metros del suelo. Su función era que ingresara luz pero no se podía ver hacia afuera por su altura, de esta manera el paisaje del jardín al que miraba no distraía a los monjes en su lectura. A media noche la sombra del escritorio llegaba hasta la segunda línea de piedras del suelo, pero a medida que la noche transcurría la luna subía y la sombra se iba achicando hasta desaparecer a su espalda. El lugar en realidad era una antigua capilla secundaria, por lo que el techo había sido construido de una doble arcada románica. Desde hacía varios años se utilizaba como habitación de lectura y de administración. El único mueble era el escritorio de roble tallado con tres filas de cajones donde se guardaban archivos y registros del clero. Las paredes laterales eran, al igual que el piso, de piedra de la zona y estaban adornadas con pinturas murales del siglo XIV sobre el tema de la Crucifixión que el Abad tenía intenciones de trasladar al ábside. La puerta era de madera robusta y revestida con hierro forjado. Hacia allí se dirigió Juan Vidal Díaz al oír por segunda vez aquel sonido, como si algo o alguien estuviese caminando por la iglesia.

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