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SEGÚN JUAN

Era realmente complicado, tenía todo sobre el escritorio, pero no sabía por donde comenzar. No se sentía un escritor, no sabía como describir, no sabía explicar, necesitaba una ayuda, aunque fuese divina, para impulsarlo.
Era el año 842 de Roma, el 90 para la nueva forma de contar, y el último de los doce apenas tenía fuerzas para seguir hablando. Por su vejez había salvado la vida en tiempos de Dominiciano, siendo desterrándolo a la isla de Patmos. Tenía la sabiduría de quien había estado en todos los hechos: había sido discípulo y había cenado oyendo las mejores palabras, lo vio morir y se ocupó de su madre, sufrió las persecuciones del emperador Nerón. Vivió la revuelta y la destrucción del templo, el crecimiento de la nueva iglesia, la conversión de Pablo, los evangelios, primero de Marcos, luego de Mateo y de Lucas, el martirio de Pedro en Roma y de muchos otros. Tenía sobre su mesa todos los escritos, lo que había dicho y hecho, más sus recuerdos. Y sin embargo, antes de hablar de todo eso, decidió que hablaría del fin del mundo...

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