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LA SOMBRA (III PARTE)

Miró hacia su lado izquierdo pero no había nada, solo penumbra y oscuridad. Entonces todas las sombras temblaron, miró el altar donde la pequeña llama en las velas del candelabro se agitaban, como si una suave brisa las hubiese movido. Juan comenzó a sentir miedo, sentía que no estaba solo y no parecía un ave su compañía. Se aproximó hacia la escalinata de tres peldaños que bajaba del altar y en el suelo vio reflejado el contorno de la luz de la luna que entraba por una de las ventanas del segundo nivel. Pero al fijar la vista pudo notar que aquel contorno se movía lentamente. La llama de las velas era discontinua por y movía las sombras a medida que se consumía, pero la luna estaba inmóvil, sin embargo habría jurado que la sombra que proyectaba la luna también se había desplazado levemente. En el medio del reflejo de la ventana dibujado sobre el suelo pudo distinguir un objeto. Era pequeño y redondeado, se aproximó con cautela hasta tener el objeto a sus pies, dentro del contorno de la ventana. Se agachó y recogió lo que parecía ser una especie de amuleto. Era como una medalla ancha de madera y tenía tallado profundo en el centro un símbolo que por la poca luz no llegaba a distinguir. Lo acarició, notando la suavidad de su textura y lo elevó luego para verlo con el reflejo de la luz. Entonces fue cuando vio que la arcada gótica de la ventana que se reflejaba a su alrededor comenzaba a cerrarse. Miró el suelo a su alrededor y comenzó a sentir que estaba parado sobre algo. La oscura penumbra de sombras se concentró frente a él, cobrando poco a poco una forma corpórea tridimensional, como un cuerpo deforme que crecía delante de sus ojos. Los músculos de Juan Vidal Díaz se petrificaron como témpanos de hielo al ver la siniestra figura cobrar vida, abrió su boca sin siquiera desearlo y parecía intentar decir algo o gritar, pero la voz jamás salió de su garganta. De pronto las cuatro velas se apagaron y todo oscureció.

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