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LA SOMBRA (XXIII PARTE)

- Nos atacó – dijo el sacerdote al volver a reunirse con Emilio, que estaba cenando con el Abad.
- Escapé, pero el enfermero no tuvo la misma suerte. Llevaba el amuleto, por eso lo atacó a él. Yo no pude hacer nada más que correr – se disculpó Albert al tiempo que se lamentaba.
Le dieron agua para beber y descansó un rato antes de volver a relatar lo sucedido, esta vez el relato fue más claro y detallado.
- Entonces el amuleto está en poder de La Sombra – dedujo Emilio.
- No lo sabemos, La Sombra no puede incidir en el mundo, por lo tanto puede que el amuleto se encuentre en el bosque – corrigió el Abad.
- Cómo sea, debemos recuperarla y acabar con ese demonio – propuso Albert luego de terminar la tercera jarra de agua, - ¿has logrado algo con los libros incas?.
- Si, todo indica que esa fue la forma como aniquilaron a aquella Sombra, las escrituras dicen claramente cómo se debe llamar la tormenta y atraer al rayo hacia un sitio exacto, la luz incandescente de un rayo fulminará a La Sombra.
- Debemos tenderle una trampa – señaló Albert.
Al día siguiente, pasada la media tarde de un día nublado, Albert y Emilio se encontraban escondidos en el bosque, detrás de unos arbustos en un espacio pequeño pero suficiente para preparar lo que parecía un ritual antiguo.
- ¿Qué es eso? – le preguntó Albert a Emilio, el cuál esparcía sobre la hierba un manto blanco.
- Sobre este manto debemos colocar la sal y las piedras adecuadas – explicó, luego cavó una pequeña zanja circular y en el centro colocó una lanza clavada, con punta de un metal brillante. Estaban situados a unos cincuenta metros de donde se encontraba la cueva y un poco más cerca del lago. El lugar era una especie de claro rodeado de maleza, donde volverían a ocultarse más tarde a esperar la aparición de la figura maligna.

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