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LA SOMBRA (ULTIMA PARTE)

Albert Taulet no reaccionó hasta ver que La Sombra, dueña de la energía vital de su compañero, cobraba por fin forma física, similar a la de un ser humano aunque completamente oscura y transparente. Entonces se dio cuenta que si quería sobrevivir no le quedaba otra opción que volver a huir y, una vez más, corrió por el sendero hacia el lago. Esta vez La Sombra, provista de un cuerpo de tres dimensiones, lo persiguió.
Llegó al lago y corrió por la playa costeando la pequeña bahía. La Sombra se acercaba a sus espaldas como si flotara en el aire. Albert pasó las mesas vacías de la celebración y continuó su huida, pero al girar descubrió que La Sombra ya no lo perseguía sino que había cambiado de rumbo y se dirigía a las hogueras encendidas cuesta arriba, en las calles de Banyoles. Albert temió por la vida de los de la villa y decidió que debía atraer hacia él a aquel monstruo, por lo que tomó una antorcha clavada en la zona arenosa de la playa y comenzó a gritar y a agitarla esperando atraer la atención de la figura negra. Al principio pareció no prestarle atención pero finalmente lo consiguió, la figura volvía a encaminarse hacia él. Entonces Albert Taulet continuó su huída con la antorcha en la mano atrayendo a su perseguidor.
Llegó hasta un muelle donde se encontraban amarradas las barcas de los pescadores. Corrió hasta una caseta pequeña que se encontraba al inicio del muelle, donde los pescadores reparaban sus barcas y las guardaban los días de nevadas para que no se hundieran, pero esta vez no había barcas sino que estaba repleta de muñecos y monigotes de papel y madera fabricados para el desfile planificado por la calle mayor, una de las tantas tradiciones que se sumaba a los festejos del día de la virgen.
La construcción era de madera y alta, había un altillo y otros muchos lugares donde esconderse. Albert observó el lugar decidiendo qué hacer, no tenía mucho tiempo, su perseguidor estaba casi sobre él. Entonces visualizó unas cajas abiertas de las cuales sobresalían coloridos tubos con cañas y pequeñas mechas: eran los fuegos artificiales. La Sombra apareció a sus espaldas y avanzó hacia él, entonces Albert corrió a las cajas y lanzó la antorcha al centro de éstas. Pasó tan solo un segundo hasta que se oyó una primera detonación. La Sombra se detuvo mientras que Albert se arrojaba detrás del cuerpo de un muñeco, cubriéndose de lo que vendría a continuación. Cientos de bengalas se encendieron de pronto, todas juntas, proyectando una luz intensamente blanca e intermitente, al tiempo que interminables cohetes salían disparados para todas las direcciones, atravesando algunos con sus luces el cuerpo deforme de la sombra. Surgieron también explosivos que ensordecían el ambiente y proyectaban una serie de intermitentes flashes cegadores.
Albert Taulet se asomó cubriéndose el rostro para apenas poder distinguir, entre el impresionante destello de luces, al horrible espectro que padecía desconcertado. La potente luminosidad contrajo sus contornos hasta derretirlos como manteca al fuego y hacerlos desaparecer.

Al amanecer siguiente Albert recorría las ruinas del incendio que había acabado con la caseta. No tardó en hallar lo que buscaba, recogió el amuleto de entre las cenizas, se encontraba algo descolorido pero no se había quemado. Caminó hasta el bosque, cerca de la caverna y, luego de cavar un pozo, lo arrojó en el interior y lo enterró.

1 comentario

Albert -

Suerte, que me he salvado. Y no sólo yo, sino todo el pueblo. Esto me recuerda algo que hemos vivido estos días: el triunfo de la vida sobre la muerte. La victoria del bien sobre el mal.
Ahora, pensando en la película que podría salir de ahí, ese final de fuegos artificiales sería espectacular.