LA SOMBRA (XXV PARTE)
Pasó un lapso de tiempo incalculable para ellos, parecieron horas, el silencio de la noche sólo era estropeado por la música lejana de trovadores que provenía del pueblo, los cuáles entretenían y amainaban la tensión de la espera. Temían que las hogueras del pueblo atrajeran la atención de la sombra más y ésta fuese hacia allí en lugar de ir hacia la hoguera que habían hecho ellos, pero si el amuleto se encontraba por las cercanías la sombra estaría allí también y buscaría corporizarse en aquel bosque primero.
Cuando la luna ya se encontraba en el centro del cielo y las llamas del círculo encendido en torno a la lanza se mantenían estables frente a las brisas cambiantes que anunciaban la tormenta, en ese momento supieron que no estaban solos, apenas se vio algo diferente que se movía entorno de los reflejos que proyectaba el fuego, luego sólo pasó un rato donde no sucedió nada nuevo hasta que por fin, de la nada, en la parte interior del círculo ardiente comenzó a nacer una figura. Ésta fue elevándose junto a los reflejos de las llamas, como una serpiente que se eleva seducida por el encantador.
Los dos hombres siguieron la transformación del contorno negro en el espacio en silencio, sólo cuando ésta había adquirido una forma consistente Emilio tomó el libro y se puso de pie, quedando al descubierto de la tenue pero radiante luz del fuego, entonces enunció al cielo unas palabras. La figura de inmediato percibió la presencia humana y giró hacia ellos como si se hubiese sorprendido de verlos y de verse amenazada. Albert también salió de su escondite y se posó detrás de las malezas de frente al fuego. El cielo pareció oír las palabras de Emilio y comenzó a soplar un viento fuerte, acompañado luego por truenos y rayos que surgieron de entre las nubes y buscaron la superficie de la tierra para acabar sus caminos de luz. Pasaron algunos segundos pero ningún rayo de los que salían de las nubes sobre sus cabezas cayó en la lanza. La sombra comenzó a trasladarse hacia ellos, Emilio permanecía de pie y continuaba repitiendo la misma frase una y otra vez, esperando que algún rayo cayera sobre aquel paraje de bosque, pero ningún destello blanco se hacía presente.
- ¡No funciona! gritó Albert al ver que La Sombra se acercaba a Emilio.
- ¡Debo seguir intentándolo! respondió y luego continuó pronunciando más y más la misma frase, acrecentando el poder de la tormenta. A lo lejos se veía cómo los pobladores de Banyoles, reunidos en las costas del lago, huían a buscar refugio de lo que parecía una tormenta inminente, dejando sólo mesas y sillas vacías donde minutos antes celebraban con cantos y bailes la fiesta.
- ¡Vamos! gritó Albert al ver que La Sombra estiraba sus garras oscuras por el espacio, avanzando hacia su presa, que seguía firme con el libro en la mano convocando el poder del rayo y sin prestarle atención a lo que el sacerdote decía.
- ¡Está sobre ti, sal de ahí! pidió desesperado a gritos, pero Emilio no le hizo caso, - ¡Déjame! respondió antes de decir por última vez la misma frase que repetía y repetía.
Ningún rayo cayó y La Sombra por fin lo alcanzó, entumeciendo sus músculos. Antes de perder su esencia llegó a gritar: - ¡escapa, vete! al sacerdote, que se encontraba un par de metros detrás de él. Fueron las últimas palabras de Emilio, luego su cuerpo se contrajo, como una pasa de uva desvaneciéndose sobre la hierba.
Cuando la luna ya se encontraba en el centro del cielo y las llamas del círculo encendido en torno a la lanza se mantenían estables frente a las brisas cambiantes que anunciaban la tormenta, en ese momento supieron que no estaban solos, apenas se vio algo diferente que se movía entorno de los reflejos que proyectaba el fuego, luego sólo pasó un rato donde no sucedió nada nuevo hasta que por fin, de la nada, en la parte interior del círculo ardiente comenzó a nacer una figura. Ésta fue elevándose junto a los reflejos de las llamas, como una serpiente que se eleva seducida por el encantador.
Los dos hombres siguieron la transformación del contorno negro en el espacio en silencio, sólo cuando ésta había adquirido una forma consistente Emilio tomó el libro y se puso de pie, quedando al descubierto de la tenue pero radiante luz del fuego, entonces enunció al cielo unas palabras. La figura de inmediato percibió la presencia humana y giró hacia ellos como si se hubiese sorprendido de verlos y de verse amenazada. Albert también salió de su escondite y se posó detrás de las malezas de frente al fuego. El cielo pareció oír las palabras de Emilio y comenzó a soplar un viento fuerte, acompañado luego por truenos y rayos que surgieron de entre las nubes y buscaron la superficie de la tierra para acabar sus caminos de luz. Pasaron algunos segundos pero ningún rayo de los que salían de las nubes sobre sus cabezas cayó en la lanza. La sombra comenzó a trasladarse hacia ellos, Emilio permanecía de pie y continuaba repitiendo la misma frase una y otra vez, esperando que algún rayo cayera sobre aquel paraje de bosque, pero ningún destello blanco se hacía presente.
- ¡No funciona! gritó Albert al ver que La Sombra se acercaba a Emilio.
- ¡Debo seguir intentándolo! respondió y luego continuó pronunciando más y más la misma frase, acrecentando el poder de la tormenta. A lo lejos se veía cómo los pobladores de Banyoles, reunidos en las costas del lago, huían a buscar refugio de lo que parecía una tormenta inminente, dejando sólo mesas y sillas vacías donde minutos antes celebraban con cantos y bailes la fiesta.
- ¡Vamos! gritó Albert al ver que La Sombra estiraba sus garras oscuras por el espacio, avanzando hacia su presa, que seguía firme con el libro en la mano convocando el poder del rayo y sin prestarle atención a lo que el sacerdote decía.
- ¡Está sobre ti, sal de ahí! pidió desesperado a gritos, pero Emilio no le hizo caso, - ¡Déjame! respondió antes de decir por última vez la misma frase que repetía y repetía.
Ningún rayo cayó y La Sombra por fin lo alcanzó, entumeciendo sus músculos. Antes de perder su esencia llegó a gritar: - ¡escapa, vete! al sacerdote, que se encontraba un par de metros detrás de él. Fueron las últimas palabras de Emilio, luego su cuerpo se contrajo, como una pasa de uva desvaneciéndose sobre la hierba.
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