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LA CASA DE LOS ESPEJOS (1º parte)

- La compro – dijo el marido convencido de que esa era la casa de sus sueños para formar una hermosa familia con su reluciente esposa.
- De acuerdo, pero quiero advertirle que la casa tiene tres espejos, y que ellos reflejan imágenes que no siempre son la realidad, o hacen cosas raras – advirtió el vendedor, tratando de restar importancia al hecho.
- No veo que eso sea un problema – replicó el hombre sin realmente comprender a qué se refería, - un espejo no puede ir complicandole las cosas - pensó.
- Pues ya le advertí – dijo como limpiando su conciencia de que había hecho lo correcto, y que nada de lo que pudiera ocurrir sería su culpa.
Un mes más tarde la recién casada pareja se mudaba a aquella amplia casa, montada en dos plantas y un altillo. La planta inferior contaba con un gran salón decorado de forma sencilla y una gran biblioteca, y la planta superior tenía cuatro habitaciones y los baños.
- Hogar, dulce h... – decía la mujer cuando la interrumpió un aullido que se ahogaba en la nada.
- ¿Que fue eso? – preguntó con intriga más que con miedo.
- No te lo quería decir, pero viene a haber un fantasma que vive en el altillo – bromeó el esposo.
- Ja, ja – rió con falsa entonación la mujer, - y apuesto a que ahora me llevarás allí arriba a comprobar que no hay fantasmas, sino un momento romántico...
- Tan poco llevamos y ya me lees los pensamientos – se quejó con gracia.
Subieron al altillo donde encontraron a un lado de la puerta el primero de los grandes espejos de la casa. En el marco, sellado en bronce, una pequeña inscripción indicaba: “espejo de los gritos”. Rieron al leerlo, y luego se abrazaron y cayeron sobre un viejo colchón que alguien había dejado allí y comenzaron a besarse. Fue entonces cuando un espeluznante grito tronó la habitación. Los dos se pusieron de pie asustados, pasó un instante de desconcierto hasta que el marido, con dudas en la voz, explicó que debía ser que al girar sobre en el colchón habrían movido el piso y, con las vibraciones, el espejo habría rozado la pared creando aquel ruido. Ninguno creyó la explicación, pero prefirieron aceptarla, aunque también prefirieron abandonar el altillo para no volver nunca.

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