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LA PUERTA (I PARTE)

La noche estaba oscura como pocas veces la había visto, no había estrellas sobre el cielo del desierto patagónico. Me detuve en la estación de servicio a eso de las tres y media de la mañana. El tanque marcaba vacío sin embargo al repostar descubrí que al menos estaba a la mitad. Pensé que la aguja se había estropeado, o quizás el flotador, o quién sabe qué. En realidad olvidé pronto el tema y busqué el baño. Era una puerta oscura que no invitaba a entrar. El único ser vivo en la estación, además de mí, era un viejo sentado en una silla de su misma edad que dormía como si estuviese borracho. Me costó despertarlo para intentar pagarle, por fin tomó el dinero y se hizo el que comprobaba que había cargado lo que pagaba, después volvió a echarse hacia atrás y en pocos segundos volvía a roncar. Me dirigí al auto cuando creí oír un grito de profundo, como apagando, atrás de la estación. Se lo atribuí, con convicción o por conveniencia, a mi imaginación, y continué mi marcha hacia el vehículo. Cuando estaba por girar la llave para darle arranque el sonido volvió a alcanzar mis oídos, y esta vez resultaba más difícil negarlo.

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