ATAQUES SOBRE LA CIUDAD
Esta oscuro afuera, y adentro el fuego reconfortaba a los presentes. Cuando el desinterés sobraba y las pupilas se enrojecían con el humo de cigarros se oyeron las sirenas y de inmediato se sintió el sonido de los motores rugiendo en el cielo de la noche. Los presentes corrieron a refugiarse en los túneles. Entraron uno a uno, situándose en las posiciones que tenían designadas. Quienes no tuvieran el privilegio de pertenecer a un refugio no podía ingresar y debía improvisar, en algún sótano, su propio lugar, algunos, los más entregados, simplemente se escondían debajo de las mesas, como si una tabla de madera fuese a salvaguardarlos de algo.
Luego comenzaban los silbidos de las bombas cayendo y luego las explosiones, una tras otra, algunas lejos, otras cerca, otras encima. Nunca duraba más de diez minutos, entonces las sirenas dejaban de sonar y las personas salían de sus escondites. A quiénes la suerte los acompañaba, continuaban la reunión, bebiendo y fundando entre charlas y risas, y a quienes el azar no los había acompañado esperaban al día siguiente, para ser sepultados.
Luego comenzaban los silbidos de las bombas cayendo y luego las explosiones, una tras otra, algunas lejos, otras cerca, otras encima. Nunca duraba más de diez minutos, entonces las sirenas dejaban de sonar y las personas salían de sus escondites. A quiénes la suerte los acompañaba, continuaban la reunión, bebiendo y fundando entre charlas y risas, y a quienes el azar no los había acompañado esperaban al día siguiente, para ser sepultados.
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