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LOS CORDONDES DESATADOS

Pasó alguna vez durante una de las tantas batallas de caballeros de la edad media baja, que un príncipe del mal preparó una emboscada a los arqueros del buen señor feudal y le salió mal. Resulto ser que en lugar de arqueros por aquel estrecho del bosque pasó el fuerte de caballería y los escuderos del rey. El ataque fue un fracaso y el príncipe fue acorralado en contra una cañada y cayó por el barranco dejando su cuerpo sin vida tendido sobre las ramas de un antiguo roble. Pero antes de morir maldijo el bosque y a las almas de sus asesinos.
Aquel árbol, ciento cincuenta años más tarde fue derribado por una tormenta y su tronco sirvió de madera para encender la hoguera de una malvada bruja que habitaba en aquel rincón escondido del bosque. Sus hechizos apestaban de desgracias a los de la comarca hasta que un buen día fue quemada en su propia hoguera con leña del mismo roble. Antes de morir maldijo el fuego y el alma de sus asesinos. Sus cenizas se esparcieron por las tierras del bosque.
Pasaron trescientos años y una empresa taló por fin aquel bosque y utilizó la tierra para hacer cultivar algodón. Se utilizaron primero esclavos que trabajaron maldiciendo la tierra y a esos cultivos por los cuáles vivían y morían. Por fin las cosas mejoraron y así se llegó al tiempo moderno.
Y aquellos cultivos aún perduran y sirven de materia prima para hacer sobretodo cordones planos de zapatos y otros calzados. De allí la industria textil realizó los mismos cordones que en este momento tienen mis zapatos y todas las maldiciones que acumularon durante su historia son la sencilla explicación de porque en este momento, y cada vez que estoy apurado, mágicamente, se desatan.

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