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EL PERRO DEL PUEBLO

Todos los pueblos tienen su perro, que no es de nadie y es de todos, que pasea y vaga por las calles soleadas en verano y se refugia en los zaguanes en invierno, que alegra a los niños y hace compañia a los ancianos, que ve el paso del tiempo de la forma que ve las cosas la naturaleza, una visión diferente a la de los hombres. Pero en mi pueblo este perro era diferente, era una cruza rara de pelo negro y ojos marrones como la tierra. Su mirada entregaba una paz misteriosa a quien, desinteresado, se acercaba a darle una suave palmada. Caminaba lento y pausado de puerta en puerta por la calle principal, mas que investigar lo hacía de rutina, como si fuera parte de su profesión canina, un contrato implicito con el pueblo, con sus habitantes. En las fiestas comia bien y cuando no había nada revolvía algúna basura. Pero, como decía, era especial, todos lo sabían pero nadie comentaba nunca sobre esa distinción, a pesar de lo que se habla en las comunidades pequeñas sobre todo. No se veía a simple vista, era como un don mágico, un poder cautivador que atraía, que parecía leer las mentes de quienes lo observeban, el poder estaba en su mirada.
Un día desapareció. Algunos dicen que lo vieron alejarse por la calle principal en dirección a la ruta, otros que se había perdido en los campos. Desde ese día el pueblo perdió algo más que un perro, perdió una fuerza invisible que irradiaba vitalidad, que mantenía con vida las calles durante el día y por las noches. Desde entonces comenzó el éxodo, la gente fue lentamente migrando hacia otros lugares hasta que terminó por quedar un lugar fantasma, abandonado.
He vuelto para ver lo que quedo del pueblo, de pie en la calle principal, entre la paz y la soledad que ahora reinaban en ambiente, y entre las sombras de los árboles frutales, sé que vaga un espiritu especial, de pelo negro y ojos marrones.

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