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Kosh

LA LEYENDA DEL DRAGON

La señal indicadora era un cartel de madera viejo y arrugado por la humedad. Algunos pequeños arbustos comenzaban a taparlo con sus hojas largas y finas. Estaba clavado en un madero muerto a un costado del angosto sendero, entre los árboles. Adelante comenzaba un nuevo tramo de subida donde se veían cada vez mas piedras a los costados, reemplazando la tierra húmeda cubierta por pastizales del camino.
Se detuvo frente a la señal y se sentó en una piedra a descansar, apenas a un lado del sendero. Apoyó la pesada espada en ella y ambas manos, ahora libres, sobre sus piernas.
Estaba bastante cansado y no quería darle esa ventaja a su enemigo. Había caminado mucho a lo largo de ese día. Desde muy temprano supo partir de la vieja “Posada del Guerrero”, donde había pasado la noche, quizá su última noche. Allí, tanto los viajeros que paraban como el posadero y los residentes, le desearon la mejor de las suertes y lo vieron partir hacia el bosque. Se negaron a cobrarle la noche y la cena había sido por cuenta de la casa, era lo que siempre hacían con los guerreros que se atrevían a enfrentar a Ufisto, así era como llamaban los del lugar al Dragón del “Bosque de las Marcas”. En realidad, la mayoría no creía que fuese a vencer, sin embargo, invitarlo era una muestra de confianza ya que de esta manera se hacía creer que al ganar volvería e invitaría él.
Antes de irse, el mas anciano de los que allí habitaban lo apartó del resto y le dijo cosas que le resultaron muy extrañas: - yo se que tu idea es vengar la muerte de tu hermano, pero también se que es por la leyenda. La leyenda dice que el que lo destruya se convertirá en el ser más poderoso sobre la tierra, y que todos le van a temer. Recuerda esto: esas leyendas siempre ocultan realidad entre sus palabras, no confíes -. Rufo apenas le prestó atención, estaba apurado por partir, ya había perdido bastante tiempo en conversaciones, oyendo consejos y precauciones que debía tomar.
En el interior del bosque, rayos solares aislados se filtraban entre las copas de los árboles dibujando perfectas líneas que se estrellaban contra los arbustos verdes. Observó el hermoso paisaje mientras sus pies se reponían. Desde donde estaba sentado podía ver los troncos de viejos robles extenderse en línea recta hacia arriba. Los árboles esparcían sus ramas como brazos formando un arco sobre le camino.
Le decían el Bosque de las Marcas porque hacía unos sesenta años atrás hubo una enorme crecida del Río Blanco, tan grande que cubrió todo el bosque de agua por unos meses, durante ese tiempo, el Dragón llegó nadando y se instaló en el refugio que encontró, una cueva entre las rocas en lo profundo del bosque, desde entonces allí vivía. Había quedado la marca del agua sobre la corteza de los robles del bosque. Ciertamente, se notaba una línea pareja marcada sobre la madera. Era como un tono mas claro que resaltaba rodeando la rugosa superficie.
Los de la zona decían que el Dragón debía ser fruto de las criaturas de Omífedes, demonio cuya fortaleza, se decía, estaba en la cima del enorme monte Yukon, lugar donde terminaba el Bosque de las Marcas y desde donde bajaba el Río Blanco. Según ellos, el Castillo de Omífedes tenía extensos jardines sobre la colina, en los cuáles había animales, bestias y monstruos sueltos. Había Dragones, feroces Minotauros, Serpientes gigantes, Costrados dotados de colmillos venenosos, Leones de dos cabezas y Lobos negros cazadores. También tenía plantas carnívoras y hiedras asfixiantes. Posiblemente Ufisto sería parte de aquel jardín pero con aquella crecida del Río Blanco debió haber escapado de las tierras de Omífedes y acabado en el Bosque.
Omífides nunca bajó al Bosque a buscarlo, pero se decía que al verlo irse, arrastrado por la corriente, el demonio tuvo tiempo de enviarle un hechizo, aunque nadie supo en que consistía o cuales eran sus consecuencias. Lo único cierto era que el Dragón llegó al Bosque y allí permaneció.
Un día, un caballero que recorría el bosque, se enfrentó al Dragón solo para tener su cabeza, fue una lucha dura y extensa, hasta que finalmente el Dragón lo venció y devoró. El caballero era de la corte del rey Popelio. El rey era amigo personal del guerrero caído, y al conocer la noticia ofreció una recompensa al caballero que lograse vencer al Dragón y traerle su cabeza.
Desde entonces muchos fueron los guerreros que lo enfrentaron. Siempre iban solos, a pie y con sus espadas, pero ninguno volvió jamás. Todos fueron vencidos y devorados por el Dragón, el cuál parecía no envejecer nunca, inclusive, parecía ser cada vez más poderoso con el correr de los años.
Nunca nadie presenciaba los combates mas que el caballero desafiante y el Dragón, pero se corría la voz de que una vez un hombre tuvo la valentía de ver parte del combate y creyó que el guerrero había vencido a la bestia, inclusive, el espectador fue corriendo al pueblo para dar la noticia de que Ufisto había sido por fin vencido, sin embargo, cuando volvió, junto a otros campesinos, el Dragón estaba allí, y el caballero, uno de los más fuertes y valientes que lo había desafiado, ya no estaba.
El Dragón había ganado una vez más.
Pasaron los años y la gente empezó a creer que realmente Ufisto era invencible. El rey Popelio murió sin poder vengar a su amigo y, su sucesor, que tenía un corazón más noble y un alma de conquistador, no le intereso que sus caballeros luchasen y perdiesen la vida contra una criatura que no causaba ningún mal sino que prefería enviar a sus valientes a cruzadas y conquistas. A pesar de todo, muchos guerreros de la corte eran tentados por el desafío. Para ellos, hombres cuyas vidas eran regidas por el honor y las victorias, la figura de Ufisto era como un trofeo único e invalorado. Sabían que podían ganar muchas batallas pero solo el que derrotase a aquella fiera sería el mayor guerrero de todos los tiempos. El duelo con aquel animal siempre terminaba siendo la razón de sus existencias, algo que los llamaba, que los atraía. Si no lo enfrentaban sentían que les faltaba algo, algo que los molestaba siempre como una astilla en el pie. Por ello, tarde o temprano decidían ir a enfrentarlo. Sobre todo muchos buenos jóvenes que querían la máxima distinción sin importarle los riesgos.
Uno de aquellos jóvenes guerreros que pretendían ser algún día un grande caballero y fue tentado por el desafío fue el hermano de Rufo, Voldus.
Rufo y Voldus eran los únicos hijos de una familia de nobles. Su padre había muerto en la Batalla de Los Contilos, frente a las tribus del sur, cuando Rufo tenía apenas siete años. Desde entonces, su hermano Voldus, que en ese entonces tenía dieciséis, tomó el lugar de su padre y lo instruyó para hacer de él un caballero. Le había enseñado todo lo que sabía. Día a día lo entrenaba y se entrenaba él también. Para Rufo su hermano era el mas grande de los caballeros y, en efecto, Rufo tenía bastante razón, Voldus era un magnífico guerrero.
A los doce años su hermano le entregó una gran espada. El mismo había trabajado el metal durante días para lograr un arma dura, sólida y letal.
- Esto es más que un trozo de metal - le dijo, - esta es la razón que va a sostener tu existencia, es la esencia de tu alma. Con ella tendrás el poder sobre la vida de otros, tendrás la responsabilidad de hacer lo correcto y, lo más importante, tendrás un honor que defender. La espada es como una bandera, la espada es la insignia de los caballeros - hizo hincapié mirando a los ojos emocionados de Rufo.
La espada brillaba con el reflejo del sol sobre el metal pulido. El filo era ancho, medía medio cuerpo. Sobre el canto se podía ver con claridad un símbolo tallado. Era el símbolo de la familia, la orden de la sangre ancestral. El arma era casi idéntica a la de su hermano. A él se la había entregada en sus brazos su padre a la misma edad que él ahora tenía.
Desde ese entonces, Voldus le enseño las técnicas de ataque y defensa, lo entreno en los movimientos de combate, le enseño tácticas y estrategias para enfrentar al enemigo. Cada mañana era una nueva práctica, luego por la tarde lo mismo. Poco a poco, Rufo fue aprendiendo los movimientos, aprendió a pararse correctamente y a no perder el equilibrio, a levantar la espada, a esquivar ataques, la defensa de los costados, la embestida frontal, y todos los trucos que su hermano conocía.
Mas adelante, su hermano comenzó alejarse. Salía a luchar junto a otros caballeros. Participó en batallas y cruzadas. A veces se iba por meses enteros y volvía cansado pero siempre feliz. En ocasiones sufrió algunas heridas cortantes, pero nunca nada de gravedad. Entre los caballeros se reconocía a Voldus como un gran guerrero, y Rufo, al oír los comentarios, se sentía orgulloso y soñaba con ser algún día como su hermano.
Pasaron los años y Rufo seguía entrenándose para ser un caballero mientras su hermano combatía y se llenaba de gloria.
Un día, su hermano comenzó a entrenarse nuevamente. Se despertaba temprano y practicaba movimientos con la espada. Ensayaba técnicas de ataque y defensa durante toda la mañana. Rufo se colocaba apollando su espalda sobre de un árbol y observaba con atención cada movimiento. Sabía que se trataba de algo especial, nunca antes se había preparado tanto para una cruzada.
Finalmente, una tarde, a la puesta del sol, Voldus se sentó junto a su hermano a la orilla de un arrollo y le contó que se preparaba para enfrentar a Ufisto. Mientras miraba correr el agua y el reflejo de las nubes teñidas de rojo en el cielo, le explicó quién era el Dragón y la tentación que resultaba obtener el trofeo. Le dijo que la leyenda decía que el que venciese a Ufisto se convertiría en el ser mas fuerte y poderoso de la tierra.
Creía en la leyenda y se mostraba seguro de que podía vencer al Dragón, y, aunque no lo hubiese estado, en el fondo, el orgullo seguramente lo hubiese llevado a enfrentarlo de todas formas. Rufo, a su vez, confiaba en su hermano y lo respaldo. Estaba confiado en que destruiría al Dragón.
La semana siguiente Voldus partió hacia la cueva del Dragón. Esa mañana al despedirse le dijo que volvería, y que si así no fuese, le confeso que creía que él también sería algún día un gran caballero.
Rufo se emocionó por sus palabras pero, como un hombre que era, no derramó lágrimas ni demostró debilidad, solo lo abrazó y le dijo que se cuidara y que lo vería pronto de regreso.
Nadie presenció la pelea pero un campesino que estaba en las cercanías oyó gritos que parecían de victoria, aunque luego de pasados unos minutos se convirtieron en gritos de dolor y pánico para, finalmente, se escuchar el clásico rugido de Ufisto.
El poblador, que conocía los sonidos del dragón, aseguro que tanto ese rugido como el de los días siguientes al combate , sonaban diferentes. Según su experiencia, significaba que el caballero que había enfrentado era realmente un oponente digno y que había resultado difícil de vencer, pero, como siempre, finalmente había vencido el dragón. Recordó que la última vez que los gritos de Ufisto sonaron de esa manera, había sido ocho años atrás, luego del enfremiento con Mitidres, uno de los caballeros mas duros y respetados de los que padecieron frente al Dragón.
Rufo recibió las condolencias de muchos de los amigos y compañeros de batalla de su hermano, todos coincidían que había sido uno de los mejores y que había muerto con valentía, gloria y honor.
Para ese entonces ya tenía catorce años y era todo un hombre. Prosiguió sus entrenamientos y se propuso, ante todo, que él vengaría a su hermano matando, de una vez por todas, al Dragón.
Desde ese día, todas las mañanas pensaba en Ufisto y en como lo enfrentaría. Se entrenaba para la lucha sin descanso, practicando técnicas de ataque y defensa específicas para enfrentar a un ser de gran tamaño. No temía, como ningún buen caballero, a la muerte, el peor temor era perder el honor o ser cobarde, pero Rufo sabía que no lo era, sabía que era un guerrero tan valiente como su hermano y que lo vengaría.
El cartel decía: “A la cueva del dragón”. No especificaba cuanto faltaba para llegar, la indicación decía simplemente el destino, como para que ningún forastero distraído siguiese si no tenía intenciones de encontrarse con el monstruo.
Desde allí en adelante sería un camino peligroso, el Dragón muchas veces salía a recorrer el bosque en busca de alimento, nunca demasiado lejos, pero él ya estaba cerca y podía cruzárselo inesperadamente, por ello, aunque estaba sentado descansando, no perdía de vista su alrededor. Miraba cualquier movimiento entre los árboles, cualquier indicio de una presencia viva.
Ajustó su casco. Rufo llevaba puesto una armadura completa. Era un poco mas liviana que la que solían usar para las cruzadas, ya que requería mayor movilidad para defenderse de los fuegos de Ufisto, sin embargo, el peso era importante para soportar los golpes. La protección consistía de un chaleco de metal que cubría su pecho y espalda y se apoyaba sobre sus hombros. Sus brazos los cubría una tela metálica que le daba protección y movilidad. La cabeza la protegía un casco que le cubría todo el rostro, menos los ojos, y llegaba hasta su cuello. Por último, sus piernas también estaban cubiertas por defensas metálicas. Las protecciones las había hecho un herrero del pueblo que también le había hecho la armadura a su padre y hermano. El hombre le dijo que era lo mejor que había hecho pero también lo trató de convencer para que no enfrentase al dragón, diciéndole que los desafíos son como una fuerza invisible que atrapa a cada caballero. Casi un defecto que los somete a sus voluntades, los obliga a arriesgar por el simple hecho de lograr un objetivo. Mientras mayor sea, mejor. Rufo simplemente le dijo que debía hacerlo ya que era un guerrero, estaba orgulloso de serlo y que, a diferecia de los hombres comunes, él, ni ningún buen caballero, renunciaría a un combate.
Pero el hombre insistió: - les doy ánimo a los guerreros cuando preparo sus armaduras, pero el Dragón es distinto, es un presentimiento - se detuvo un instante, lo miró detenidamente a los ojos y repitió - el Dragón, el Dragón es distinto -.
Se puso nuevamente de pie, tomo con firmeza su espada y, luego de mirar al cielo claro sobre el bosque y respirar profundamente el delicioso aire, prosiguió su marcha por el angosto trecho.
Mientras avanzaba no podía dejar de pensar en su hermano. Recordaba esa tarde que lo vio por última vez, recordaba su entusiasmo y convicción cuando partió en busca del Dragón.
Hablaron un largo rato esa vez. Voldus le confesó que durante un combate, ciertas veces llegaba a sufrir el temor a la muerte. - Es imposible que ese temor no exista, ni siquiera en un guerrero - le confesó en aquella ocasión, - la muerte esta y es una posibilidad en cada batalla. El problema es saber manejar esos pensamientos, saber controlar el miedo para que no sea un factor que juegue en contra - agregó. Luego le explicó que todo eso era necesario que lo sepa porque sino, se sentiría culpable al sentir temor e intentaría hacerlo desaparecer, - no es lo correcto, lo correcto es que permanezca allí, en un rincón de nuestras mentes, demostrando que la muerte es mas que cualquier poder humano y se merece respeto -.
Ahora Voldus ya no estababa. Recordaba que cuando supo que Ufisto lo había vencido se puso triste pero no lloró, mas bien se conformó con que su hermano había vivido y muerto como él lo había deseado, como un caballero. Tampoco tuvo en ese instante, fuertes deseos de venganza, no penso siquiera en el Dragón, aunque sabía que finalmente lo enfrentaría, casi por una cuestión de tradición. El único trofeo era el orgullo propio. No importaba el riesgo si la causa lo valía, y vengar la muerte de su hermano era defender el honor y eso siempre lo valía. Esos son los hombres con valor, y él era uno de ellos.
Se estaba acercando el momento que había estado esperando y para el que se había preparado durante tantos años. La cueva estaba cada vez mas cerca. Encontró los primeros rastros de la bestia, eran unas huellas profundas en el lodo seco que atravesaban el camino. Medían casi el largo de un antebrazo humano. El animal era pesado, pero de todas maneras, según los campesino, se movía con rapidez y agilidad. Por los costados comenzó a ver árboles rotos, arrancados desde sus raíces o con sus ramas cortadas. Seguramente, por su tamaño, necesitaba mayor espacio al pasar por el intrincado bosque. El lugar estaba en pleno silencio, se oía alguna ave al pasar en vuelo, pero nada mas. Los pasos del joven caballero era lo único que difería del estado, el metal que lo acompañaba y protegía era único origen de ruido de todo el bosque.
Ya estaba muy cerca. Comenzaba a dejar lo mas espeso de la vegetación atrás y encontraba mayor espacio entre los árboles, menos arbustos y piedras que comenzaban a aparecer esparcidas alrededor del camino. Avanzaba observando el lugar y recordando las indicaciones. Buscaba una abertura en la roca, la puerta de una cueva. Según los que la conicían, era imposible pasar desapercibido por el lugar. Avanzaba en silencio, procurando oír cualquier sonido sospechoso. El dragón estaba cerca, podía percibirlo, solo era cuestión de tiempo para que se dejase ver.
Por fin encontró, luego de trepar una pequeña loma, la cueva. Estaba al fondo de un marcado claro en lo que quedaba de bosque. La entrada medía como dos veces el alto de una persona y tenía forma de arcada irregular. Cruzó el claro con cautela. El suelo estaba cubierto de barro, en partes, algo húmedo. Ya no crecían pastizales allí. En los alrededores y sobre el piso había restos humanos dispersos. Los cadáveres eran de todos los guerreros que se habían enfrentado al dragón y este los había derrotado. Algunos cuerpos estaban calcinados, otros mostraban sus huesos expuestos, también había espadas lanzas y otras armas, la mayoría ya oxidadas, pertenecientes a las víctimas. El ambiente estaba aromatizado con la pudredumbre de huesos y carne humana, lo que le impedía respirar con naturalidad. La mayoría de los restos tenían muchos años y solo quedaban los esqueletos incompletos. El paisaje era deprimente, pero no se impresionó.
Miró hacia el interior de la cueva, adentro reinaba una sepulcral oscuridad. Avanzó un poco mas, hasta quedar a tan solo unos pies de la entrada. Entonces pudo ver, al pie de una de las paredes de piedra, una espada con un símbolo especial en su filo. Era el arma de su hermano, Rufo permaneció inmóvil, algo triste. Muchas veces había tenido la dudosa esperanza de que, en realidad, Voldus no había muerto. Son esos pensamientos que solo existen en la mente de quienes perdieron seres queridos sin poder despedirse de ellos viendo, al menos una vez, un cuerpo sin vida que les asegure que ya no existe la esperanza de volver a verlos en este mundo. Entonces su imaginación había supuesto complejas teorías de como podría seguir con vida, - quizá habría tenido que ir a otras tierras a cumplir alguna misión secreta, quizá se había unido a otro ejercito y estaba en otros reinos combatiendo -. Cuando era pequeño, en cierta ocasión Voldus lo había dejado sin dar ninguna explicación. Pasaron varias semanas y, cuando el temor de no volver a ver nunca mas a su hermano se había impuesto en Rufo, un día, Voldus apareció. Le explicó que debió ir a cumplir una encomienda cuyos detalles había dado su palabra que no revelaría, luego, nunca mas habló del tema y Rufo nunca supo donde había estado ese tiempo. Por ello siempre había guardado en un rincón, en el fondo de su corazón, la esperanza de que su hermano estaría en algún lugar, con vida.
Pero ahora, al ver su espada, aquella que siempre llevaba consigo y que, como buen caballero, jamás abandonaría, estuvo primera vez realmente convencido de la derrota y muerte de su hermano. No se atrevía a mirar entre los cuerpos con la intención de reconocer los restos de su hermano, aunque, inevitablemente sus ojos, sin su consentimiento, lo estaban ya haciendo. Pero no, no pudo ver a nadie, entre lo que quedaba de los que allí yacían, que pudiese reconocer con los rasgos de su hermano.
Se aproximo a la espada y, luego de colocar la suya sobre las piedras, tomó la de su hermano con ambas manos y levantó su filo sobre su cintura. Sería un honor utilizar la espada de su hermano para combatir, penso que seguramente eso era lo que él querría de estar vivo. No estaba demasiado afilada, pero era suficiente para cortar, de un buen golpe, cualquier tejido vivo.
El cielo se había nublado tomando un tono gris como el de las piedras que lo rodeaban. Las nubes venían del sur, y, aunque no eran de tormenta, lograron oscurecer bastante el cielo que antes había estado soleado.
Oyó un sonido seco, como un golpe contra la pared rocosa, proveniente del interior de la gruta. De inmediato retrocedió hasta el centro del claro y se puso en guardia, colocando la espada frente a su cuerpo y agudizando la vista, dispuesto a reconocer cualquier movimiento entre la oscuridad del interior del umbral. Luego fue como si se oyese un tenebroso rugido apagado que hizo eco en las paredes de la caverna y llegó a sus oídos como un trueno. Lo siguió un inquietante momento de profundo silencio. El caballero continuó expectante. Entonces el piso pareció temblar una y otra vez con los pasos de la bestia que se acercaba a la salida de la cueva, seguramente advertido por su excepcional olfato, de que un intruso merodeaba por allí. El tiempo se detuvo para Rufo, la espera resulto interminable. Por fin, desde el centro de lo más oscuro de la cueva surgió una enorme cabeza. La piel de la bestia era verde ocre, como el color de las hojas. Tenía dos grandes ojos similares a los reptiles pero de fondo rojo, cuyo centro era atravesado de manera vertical por un fondo negro ovalado. Desde los lados partían orejas puntiagudas de modesto tamaño en comparación con el resto de su estructura. Su hocico era prolongado hacia el frente, partiendo desde el centro de su rostro. Mostraba dos grandes fosas nasales, dispuestas de manera de abarcar todo el espectro de olores a su alrededor. Mas abajo, una enorme boca recorría de lado a lado la extensión del hocico, deteniéndose recién al llegar a su rostro. Cuatro colmillos sobresalían de manera pronunciada, escapaban de entre sus labios por cada lado, uno más cercano de menor tamaño y otro mas largo y encorvado mas atrás. Por sobre los ojos nacía una frente que se alejaba por entre las orejas y se perdía en un curvado cráneo. Su piel era arrugada y brillaba con el resplandor de la claridad de la luz del día. Su mirada era penetrante, sus ojos se clavaron en el visitante, parecía perturbado, lo observó con detenimiento, enseguida supo sus intensiones.
Asomó un poco mas su cuello y emitió, enseguida, una especie de gruñido diabólico. Echaba un humo gris oscuro de sus grandes mandíbulas y por los orificios de su nariz. En un instante el humo se contrajo, como si estuviese tomando una gran cantidad de aire, luego emitió un ruido sombrío y sopló con fuerza. Enseguida, desde su interior, se formó una extensa llamarada de fuego roja que lanzó, como una ráfaga, en dirección al caballero.
Rufo se cubrió el rostro con ambos brazos y recibió el fuego, quemándose una pequeña parte de su cabello y brazos, los cuáles estaban expuestos hasta el codo. Su armadura soportó el intenso calor, protegiendo el resto de su cuerpo. La ráfaga duro apenas unos segundos, lo que tardó Ufisto en vaciar sus pulmones de aire inyectado con el fuego que producían sus amígdalas de dragón. A cualquier otra persona que no estuviese cubierta con armadura, probablemente lo hubiese calcinado de inmediato, pero Rufo estaba preparado. De todas formas debía responder rápidamente ya que el metal se había calentado bastante y no resistiría demasiadas ráfagas ardientes más. El metal cadente mismo lo quemaría.
Rufo se movió velozmente, alejándose de la distancia a la que llegaba el aliento hirviente de la bestia y se reincorporó en posición defensiva.
Ufisto aún no mostraba su cuerpo, solo un largo cuello que se perdía en el interior. Sus ojos colorados mostraban una mezcla de furia y desgaste, quizá el monstruo estaba hibernando cuando el intruso lo despertó.
El primer ataque del Dragón había sido solo una pequeña demostración de su poder para alejar o, en el caso de que no estuviese preparado para resistir, acabar con él, pero ahora, en la lucha verdadera utilizaría todo su poder.
Rufo necesitaba que el Dragón saliese por competo de la cueva, así podría rodearlo y atacarlo por los costados, en cambio, como se encontraba en aquel momento, el único punto débil era el cuello, pero estaba bien protegido y cualquier intento por acercarse podía terminar con una llamarada. Retrocedió un poco mas. El dragón, lo observó un largo rato, demostrando claramente estar indeciso, como evaluando si era mejor salir o dejar que el intruso se alejara, pensando que quizá se marchase sin continuar la lucha. Pero Ufisto ya debía saber que los caballeros nunca se dan por vencidos, y por eso salió de su cueva para enfrentarlo en el campo.
El cuerpo del Dragón emergió desde la oscuridad, avanzó unos metros en dirección al caballero, que lo esperaba del otro lado del claro. Era corpulento y pesado. Cuatro pequeñas patas, que terminaban en pies anchos y con garras afiladas, sostenían todo esa infernal estructura verde. Su cola se extendía algunos metros más. Una especie de cresta puntiaguda atravesaba toda su espalda por la espina dorsal y llegaba hasta el fin de su cola, como dividiendo a la bestia en dos partes iguales.
El caballero aprovecho el avance del monstruo para correr hacia un lado de este e intentar atacarlo por allí, se movió lo mas rápido posible, sosteniendo con fuerza y determinación su espada. Casi logró llegar hasta su piel para atravesarla con el arma, pero la cola del dragón se movió hacia adelante y lo golpeó sin que tuviese el tiempo suficiente para defenderse con la espada. El impacto dio en su armadura pero la cresta de la cola era tan dura que dejó una marca profunda en el metal, hundiéndolo hacia adentro, casi perforándolo. Rufo voló por el aire y cayó sobre el barro, a unos metros, cerca de un árbol donde los restos de un caballero descansaban apoyados sobre su tronco. Antes de levantarse pudo ver la expresión de aquel rostro desgarrado y sin vida y temió que él pudiese terminar así. Pero el miedo pasó de inmediato, recordo entonces las palabras de su hermano sobre el miedo y decidió que no era correcto que un caballero se permita debilitar por ese sentimiento. La valentía prevaleció, y en cuanto se pudo reincorporar volvió a embestir a la bestia, que se vio un tanto sorprendida por la pronta reacción de su enemigo.
Corrió con todas sus energías intentando colocarse debajo del cuello de ufisto, y desde allí clavarle su espada. Logró llegar hasta la posición. En su carrera, arrojándose al suelo pudo evadir una pequeña columna de fuego que el dragón apenas tuvo el tiempo de lanzar. Cuando estuvo debajo y a punto de colocar su espada en posición para clavarla, el mismo cuello de Ufisto bajo para golpearlo. Si su espada hubiese estado hacia arriba habría perforado la garganta de la bestia pero no había llegado a hacerlo. Cayó al suelo y se repuso mientras el dragón se alistaba para aplastarlo con una de sus patas. Rufo escapó hacia un lado y volvió a alejarse, por segunda vez vencido, pero no desanimado.
El caballero era muy persistente, Ufisto, a pesar de ser un dragón, lo había notado. Una vez mas, recién repuesto del segundo intento fallido y como si fuera la primera vez, volvió a la carga. Esta vez su blanco fue una de las patas, pensó que si llegaba hasta ella y le podía hacer un corte lo suficientemente profundo como para dejarlo inmóvil luego sería más sencillo acabar con él.
Fue directo al blanco por uno de los lados del cuerpo de su enemigo. El dragón, esta vez, tuvo el tiempo para descargar una ráfaga ardiente sobre él. El fuego se abrió frente al paso del guerrero, solo una parte se escurrió entre el metal que lo protegía y quemó parte de su pecho. A pesar del dolor que sintió no se detuvo, llegó hasta el pie delantero izquierdo del dragón y, en un movimiento circular, perforó la piel con su espada, de forma horizontal, de lado a lado. La herida fue profunda, enseguida un líquido azul oscuro, casi púrpura, comenzó a salir del corte, deslizándose por su pata hasta juntarse en el suelo con el barro.
El dragón rugió abriendo su gran mandíbula, sintiendo el dolor en su cuerpo. Le costaría mucho volver a mover su pata con velocidad. El caballero sintió ánimo y esperanzas al ver que su movimiento había funcionado, sintió placer al oír el grito de dolor. Luego de terminar el movimiento se alejó del cuerpo de su enemigo. Su armadura se había salpicado con la sangre azul de Ufisto.
Enseguida, y sin darle tiempo para reponerse volvió a cargar sobre él desde su retaguardia. Quería herirlo de la misma forma que lo había hecho, pero ahora sobre una de sus patas traseras, ya que estas eran las que mas fuerza hacían para movilizarlo. Se acercó lo suficiente y preparó el movimiento bélico, pero, esta vez, a pesar de estar desorientado y dolorido, Ufisto movió su cola para repeler al enemigo y dio justo en las costillas del guerrero, el cuál salió despedido con violencia. El impacto había sido muy fuerte y directo. La armadura no resistió y se rasgó en el lugar. Posiblemente se había roto o, al menos, fisurado alguna costilla, Rufo sintió mucho dolor. Cayó sobre el barro, boca abajo y aturdido. Tardó en reponerse, su cabeza había golpeado el piso en la dura caída. Estaba mareado y desconcertado. Perdió el equilibrio en el primer intento de restablecerse. Su visión se tornó borrosa por un momento y se dio cuenta que no podría pararse hasta, por lo menos, poder aclararla.
El dragón, mientras tanto, se movía con dificultad para acercarse a su víctima. Ya estaba casi sobre su víctima. Rufo lo vio desde el suelo. Apenas tenía fuerzas para levantarse, el último golpe había sido muy fuerte. El dragón ya estaba a pocos metros de él y penso, por primera vez, que podía ser su fin. Ahora ningún premio valía tanto, ni la venganza de su hermano, ni el mismo premio de convertirse en un ser poderoso al vencer al dragón, ya nada importaba, nada valía tanto como haber sobrevivido, como la vida misma, pero era tarde para esas conclusiones.
Todo había ocurrido tan rápido que apenas había podido estudiar a su enemigo. Quizá aquel impulso por hacer las cosas tan rápido era una de las causas de su pronta derrota. Desde el piso elevó su mirada para clavarla contra los ojos del Dragón. Todavía tenía esperanzas de que tuviese el tiempo para alejarse, pero no era probable que Ufisto le diera ese tiempo.
El dragón lo miró fijo, seguro de ser el vencedor, como el verdugo que observa a su víctima antes de ejecutarla. Miro con detenimiento el rostro de aquel caballero y su espada. Entonces, algo le llamó la atención, algo tan fuerte que hizo retrasar, al menos unos momentos, la ráfaga de fuego que pondría fin a la vida del guerrero que lo había desafiado.
La bestia cambio su mirada, fue una especie de imagen, recuerdo, o lo que fuese que la desconcertó. Comenzó a emitir rugidos cortos y bajos. Duró unos instantes, siempre los mismos sonidos. Parecía esforzare para realizarlos de esa manera, exigiendo su garganta para que produzca ruidos que no le eran comunes o para los que no había sido creada. El dragón movía su cuello de un lado a otro, buscando una posición que pueda resultarle favorable para su misterioso fin.
Rufo oía sin prestar demasiada atención mientras pensaba en que podía hacer para escapar de su enemigo. Pero, sobre todo, al sentir que apenas podía mover su cuerpo por el dolor, prestó cierta atención, casi curiosidad por saber de que se trataba aquella especie de ritual que protagonizaba Ufisto. Oyó durante un momento aquellos dificultosos sonidos hasta llegar a la conclusión de que su enemigo intentaba darle un mensaje, como queriendo hablar al igual que un humano. Los rugidos, de a poco comenzaron a tener sentido, era como una voz de fondo, un sonido real detrás de esos ruidos sin sentido que salían de su garganta.
Rufo permaneció en el piso, con la costilla muy dolorida, aún sin poder reponerse. Necesitaba tiempo, y Ufisto, por alguna razón, se le estaba otorgando esa chance.
Entre los ruidos sin sentido, el caballero pudo sentir que escuchaba algo racional, algo con sentido: - la espada - escuchaba como una especie de murmullo de fondo entre la mezcla de roncos gruñidos. Rufo creyó que era su imaginación, pero la voz permaneció y fue cada vez mas notable, mas clara, mas perceptible entre los demás ruidos que la opacaban.
- esa espada, esa espada, el caballero que la tiene, el caballero - repetía una y otra vez entre el murmullo de los ronquidos diabólicos que rodeaban las palabras.
Rufo lo miraba a los ojos y notaba algo diferente en la mirada de aquella bestia que lo amenazaba. Era una especie de aprecio especial, antes, durante el combate no tenía había notado esa mirada, solo recién cuando se aproximó para acabar con él.
Era la espada, la espada que no debaba de mirar aquella bestia, pero que tenía ella, que había visto aquel monstruo sin sentimientos mas que el de combatir y vencer a otros guerreros.
El dragón, en un nuevo nuevo intento de emitir algo con sentir, esta vez de manera perfectamente clara y precisa logró, hacer una corta pregunta: - ¿porque, porque, porque? -.
Rufo, algo desconcertado, respondió pensando en tener una oportunidad para volver a atacar: - Para que mi hermano descanse en paz - , le dijo con una voz apagada.
El dragón se sorprendió de una manera profunda y comprensiva al oír esas palabras. Bien pudo haber acabado con su enemigo mucho antes, pero quedó inmóvil, como si hubiese recordado todo lo que lo perturbaba de una vez, en un segundo. Fue como si su mente se hubiese despejado por completo. Había logrado, dentro de su pequeño cerebro de animal, encontrar la respuesta que necesitaba, ahora sabía quién era y quién había sido. Recordó su vida y su pasado, recordó, de pronto, quién lo enfrentaba y porque lo hacía. Así permanecio, debatiéndose entre esa fuerza con la que los recuerdos se habían desenterrado para ser colocados, todos a la vez.
No podía justificar su propia muerte, tampoco, sintió, que podía matar a su enemigo, era una decisión muy dura y difícil. Dejar que aquel joven guerrero obtenga el premio que nadie nunca había comprendido como lo que era en verdad, o acabar con su vida y evitar las desgracias y sufrimientos que el destino le había impuesto al consagrarlo. Era demasiado para pensarlo en tan poco tiempo.
Desde el mundo externo, Rufo solo veía a un Ufisto inmóvil y visiblemente confundido. Aprovecho el extraño desconcierto que el monstruo padecía para, sin dudarlo y utilizando toda la energía que podía juntar, atacar. Arrojó la espada, desde el piso, con toda su potencia hacia el cuello del dragón. Esta, voló en dirección a la garganta de la bestia y se clavó en el centro de ella, atravesándola por completo y saliendo por su nuca.
Ufisto permaneció inmóvil observando como la espada atravesaba su piel. Luego, de su nariz arrojó llamas amarillas. La sangre azul brotó como una cascada de la herida, sus piernas temblaban casi sin poder continuar soportando el enorme peso y, apenas un momento mas tarde, el enorme cuerpo calló.
Cuando el dragón moría llegó a decir, casi con tristeza y con mucha dificultad, algunas palabras: - y el premio será tuyo, como lo fue para mí, porque yo fui…-.
Pero no pudo terminar la fase, la sangre azul le salía por su boca y le cubría toda su enorme cabeza, ahora recostada hacia adelante.
Luego murió.
Pasó un instante y su cuerpo, tendido en el barro, enflaqueció. Comenzó a temblar y a encogerse, como una corteza húmeda. De a poco fue desarmándose, hasta que, finalmente, desapareció por completo. El caballero sonrió feliz al verlo morir. Pensaba que sería una leyenda, que por siempre todos hablarían de él, del caballero que derrotó al dragón. Desde ese día sería recordado por siempre.
Ya estaba por emprender su regreso cuando observó aterrorizado sus pies. Estos habían crecido y estaban destruyendo la armadura, luego creció todo su cuerpo, hasta que la armadura se destruyó por completo. Un cuerpo verde emergió de entre el acero, un cuerpo que continuó expandiéndose hasta tomar la forma de un dragón. El caballero se miraba y gritaba desconcertado. Entonces, y al poco tiempo, se dio cuenta de que ahora era un Dragón idéntico al que había destruido. Ahora era Ufisto.
La leyenda era cierta, se convertiría en el ser mas poderoso, el que nadie podía jamás vencer, ese era Ufisto, el Dragón del bosque de las Marcas.
Su memoria comenzó a fallar, de a poco fue perdiendo las imágenes de su pasado, de su vida como hombre. Una bestia guerrera no necesita de recuerdos para existir.
Antes de olvidar toda su vida pasada pudo darse cuenta de que había matado a su hermano, el cuál, durante todos esos años, había sido el dragón. Voldus, al ver su propia espada y a su hermano, había recordado todo, lo había reconocido, pero no supo que debía hacer. Al final, prefirió morir que matarlo, ahora era el turno de Rufo para tomar su lugar.
Mas tarde, dos hombres aparecieron de entre los árboles del bosque. Eran de la posada donde Rufo había parado la última noche. Querían saber el resultado del combate. Observaron los restos de su antigua armadura, vieron al caballero, ahora convertido en Dragón, y se estremecieron.
- El guerrero no pudo con él - comentó tristemente uno de ellos al otro, el cuál asintió con la cabeza.
Pero el caballero, ahora con el cuerpo de Ufisto, intentó acercarse a ellos y explicarles quién era, antes que terminase de olvidarlo por completo. Sin embargo sus palabras solo fueron extraños gruñidos. Los hombres se alejaron por el bosque cautelosamente sin permitirse siquiera oír lo que una bestia sin sentidos podría querer decir.
Ahora, por fin, era, como bien decía la leyenda, el mas poderoso. Caballeros de todo el reino vendrían para tratar de matarlo y la única forma de mantenerse con vida sería esperarlos allí, en la caverna, y, con su nuevo enorme cuerpo, sus llamas ardientes y su fuerza, matarlos primero.
Con el tiempo olvidaría que fue humano, la empobrecida memoria de aquella bestia solo iría recordando su vida como Dragón. Su nueva esencia le impediría volver a sentir temor, compasión y demás instintos del hombre que solo perjudican al guerrero mas perfecto y poderoso del reino.
Y así sería, luchando por mantener su vida frente a los caballeros que pretendiesen alcanzar la gloria sin conocer la verdad, hasta que, algún día, alguien le quitase el premio.

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