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Kosh

UNO DE POLICIAS

El dolor crecía, de todas partes y direcciones. El metal aún se encontraba dentro suyo, lo castigaba, lo invadía, lastimándola sin piedad. La herida era grave, muy grave.
Las voces hacían un extraño eco en su mente, como si esta no permitiese que fueran claras. Estaba demasiado ocupado como para prestarles atención. Era un susurro intenso y penetrante, casi incomprensible. Había perdido noción del tiempo y el espacio. Viajaba semi dormido en un abismo de soledad, de misterio, de lucha.
-Aguanta. Por favor, aguanta un poco más-. Reconocía esa voz, era la de Torres. Entonces se vio a sí mismo mientras, con los ojos entrecerrados, giraba en forma circular la cabeza. Estaba tendido sobre un duro piso de asfalto. Su cabeza descansaba en el regazo de su compañero, éste no cesaba de hablarle. Las palabras contenían fuerza y valor aunque apenas cercaban la superficie de su razón.
-Vamos compañero, aguanta-. Las imágenes se mezclaban. Ahora él estaba sentado, sentado en un aula de su colegio. De la pared que enfrentaba colgaba un gran pizarrón verde, las demás paredes eran blancas y estaban cubiertas de mapas. Por una ventana a su espalda se filtraban los rayos solares. Estaba sentado en el centro del salón, rodeado de otros veinte niños que lo observaban en silencio. La maestra se acercó y lo miró atentamente. - ¿Te sientes bien?- preguntó. Respondió asintiendo. Sentía la sangre correr, nada estaba en su lugar.
-Esta noche va a ser tranquila-.
Sus amigos se acercaron a él. No paraban de reír, aunque no era para nada gracioso. Oyó que le preguntaban si seguía con vida. Permaneció en silencio. Las risas eran agudas y no paraban. -Nunca vi a alguien caer tan mal de una bicicleta.
-Nació para servir a la sociedad-, -Hay muchas formas de hacerlo, como médico, medico cirujano, eso es, un médico cirujano-.-Policía, un policía. ¿A quien salio este chico?-.
-Esta sonando una alarma-. -Es en la otra cuadra-.
-Ya vienen-. Una potente sirena se derramaba sobre las voces y se mezclaba entre ellas. La confusión reinaba su conciencia.
Solía recorrer la pradera a pie, viendo al sol resbalar sobre el cielo hasta el horizonte. La laguna albergaba a cientos de aves que escapaban al verlo acercarse. El asfalto apretaba su espalda. Eran insectos que masticaban su piel. Afiladas dagas lo atravesaban, una de ellas perforaba su pecho como una espada. Le costaba respirar, debía hacerlo lentamente y se asfixiaba.
-Vamos, no te rindas-. Era otra vez Torres. Un tipo especial. El ya estaba adentro cuando lo conocí y , fue el que me convenció para que entre yo. -Vamos, es tu vida, podes hacer lo que quieras-. -¿Arriesgarla por un sueldo miserable?-. -Si de eso se tratase jugaría para el otro bando amigo. En ese caso arriesgaría por más-. Nunca lo haría.
-Que dolor insoportable-... -¡Aguanta!-.
-Usted es ahora un servidor público- dijo un hombre vestido con un traje repleto de insignias. -Ahora yo me voy a mi casa a ver televisión mientras usted sale a caminar toda la noche buscando un lugar donde lo puedan matar. ¡Correcto!-. -¡Correcto, señor!-.
Corrieron casi cien metros. Era un mini-super. Cruzaban la calle cuando dos individuos salieron. Estaban armados, uno con una veintidós y el otro con una vieja Itaca recortada nada agradable.
La rama se partió. No tuvo tiempo para reaccionar, se encontraba en el aire y cayó. Su espalda golpeó la tierra con furia. Miraba el árbol que se elevaba a sus pies. Buscaba oxígeno pero no encontraba suficiente. Un frío intenso le recorría el cuerpo. Quedó allí tirado e intentando reponerse, le costó pero lo hizo. Nunca lo mencionó.
-Vas a recuperarte. Lo vas a hacer, vas a recuperarte-. Sus ojos vagaban sin rumbo por el espacio. Descansaba exhausto en el regazo de Torres.
-¡Están bajo arresto, bajen sus armas!-. Odiaba esa frase. Solo alertaba al enemigo, frustrando el factor sorpresa. Les da una oportunidad, una ventaja, una posibilidad de respuesta que pocos desperdiciaban.
Nos observaron temerosos. Entonces se escucho una detonación de calibre grueso que dio en el blanco. En la vereda de enfrente un hombre asomaba su arma desde la ventana del acompañante de un viejo auto verde, de esos que reinaban los sesenta. Estaba estacionado a la altura de la tienda. Debieron haberlo visto, pero no hubo tiempo.
-Hoy les toca salir muchachos. Por favor, no me traigan borrachos ni mujerzuelas molestas, solo grandes. Pretendo pasar una noche tranquila aquí adentro, ¿me escucharon?-. -Si señor-. Debería retirarse.
Sentía la sangre escapando de su cuerpo.
Torres giró y disparó al auto. El ocupante volvió a la posición de conductor y se agachó. Los otros aprovecharon para correr hacia el vehículo. Su amigo se veía enfurecido y no cesaba de disparar. El seguía de pie. El arma se deslizó de sus dedos, no aguantó mas su peso y cayó al piso. Uno de los hombres fue alcanzado por una bala del arma de Torres y lo derribó. El otro se arrojó dentro del auto y le ordenó al conductor que acelere. Este lo hizo y las ruedas, luego de chillar, alejaron al vehículo por la calle.
Aún permanecía de pie, observándolo todo, pero sus piernas dejaron de sostenerlo y lo acostaron en el lugar. Lo último que vio fue a Torres que corría hacia él.

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