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Kosh

EL HOMBRE TRANSPARENTE

Eran las mentes que dominaban los cuerpos. Como el suyo, ese que le habían entregado al nacer, y lo sabía porque tenía una herramienta que nadie conocía, había encontrado un fragmento perdido del “Poema del ser”, el mas bello, a su entender, de lo escrito por Platón. Lo situó de inmediato entre el quince bis y el dieciséis, incluso llego a asignarselo a el quince mismo. Era hermoso y decía mucho mas que la única palabra que se conocía de aquella parte: acuarraigada. Era correcto que se refería a la tierra aquella única palabra, tan correcto como lo que hablaría luego sobre “la mezcla de muy extraviados miembros, así el noûs esta a disposición de los hombres. Pues lo mismo es lo que reflexión, phýsis de miembros para los hombres, para todos y para todo. Pues lo más es el pensamiento”...
El calor agobiante de la tarde se había desintegrado en el desalmado frío de la noche, pero él seguía inmerso en su tienda de campaña, sin sentir ni calor ni frío, ni sueño ni hambre, desprovisto de todo salvo obsesión y corrompiendo su mente entre intriga y conocimientos difusos que nacían desde donde habían sido enterrados. Tenía clara su esencia, fluida en un universo de espíritus, de almas que se liberan al recibir el poder para escapar de sus celdas, cuyos barrotes se esfuman al sufrir las tormentas del tiempo y de lo finito.
¿Y en quién podía basar su existencia en esos momentos?, si el gratificante sabor del descubrimiento sabía conocerlo, ese descubrimiento que no llego a ver la luz, que no llegó a mostrar al mundo, pero por tan poco...
Se apoyó sobre la mesa, dejando brotar su alma sin forma definida por la extensión de su cuerpo transparente mientras fijaba su mirada a los papeles. Pensaba lo importante que era su hallazgo, como cambiaría la filosofía con esas nuevas líneas. Eran solo pensamientos lo que sentía, pues sus dedos no llegaban a tocar el papel, sus dedos no podían moverlo, solo podían pensar.
Entonces se oyeron voces que se acercaban, supo que no pertenecían a su plano existencial, eran voces del más allá, del lado opuesto de la cortina que divide a las almas encerradas de las libres.
- Pudo haberse salvado si hubiese salido a tiempo – dijo uno de los jóvenes, notablemente consternado al entrar a la tienda.
- Pero sabes como era el profesor, no abandonaría el trabajo de tantos meses por un peligro de derrumbe, su obsesión por hallar esos escritos fue su perdición. – opinó el otro.
- Ahora se quedo sin esos papeles y sin vida – completó el primero mientras pasaba a través del alma sin cuerpo y transparente que, sentada sobre en su escritorio, continuaba al margen de los intrusos, leyendo el poema de Platón que había descubierto justo antes de que el techo cayera.

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