Blogia
Kosh

ENSAYO SOBRE EL BIEN (3º PARTE)

Ya he hablado sobre la necesidad individual del bien y el hecho de que para un individuo todo acto siempre responde a su propio bien. Por ejemplo, hasta un suicida, si va a cometer el acto de quitarse la vida, por la razón que sea, lo hace porque él cree que será lo mejor para él, pero no va en contra de su propio bien. Así, transpolando a cualquier ámbito podemos decir que, quitando de por medio la moral marcada por costumbres y la ética definida por el hecho de la vida social y por el ajuste de libertades propias a favor de la libertad común, ejercidas por leyes que penalizan actos específicos, un individuo actúa siempre para su bien propio.
Pero esto tiene una excepción, y es la que hoy plantearé.
Primero quiero recordar el otro tema que traté sobre el bien y el mal que plantea que Dios creo el bien, pero no pudo haber creado el mal, el mal en realidad no existe en sí mismo sino que es la falta de bien, al igual que la oscuridad es la falta de luz. Estos opuestos son inevitables para ejercer la opción de libertad que Dios nos dio y que disfrutamos como seres humanos.
Habiendo puesto de manifiesto las intenciones y definición necesaria de mal como opuesto, ahora mi objetivo es introducir un nuevo tipo de bien, un bien único que se aborda de un punto de vista completamente diferente a lo demostrado.
Quiero aclarar que este pensamiento pertenece a Albert Taule, quién se debe llevar todo el mérito por desarrollarlo con su clásica armonía.
Existen diferentes tipos de “actos de bien”, el primero es hacer algo, un bien, un favor a un tercero, pero esperando consiente o inconscientemente algo a cambio. Por ejemplo cuando uno hace un favor, esperando que la otra persona tarde o temprano nos devuelva el favor. Si no lo hace nos sentiremos ofendidos y puede que la próxima vez no repitamos otro favor hacia éste.
Por supuesto, este primer caso no responde a los ideales católicos y si así actúa un católico no está representando a sus propias creencias. Pero existe el segundo caso, cuando hacemos un favor o una obra de bien, incluso sabiendo que la persona a la que estamos ayudando no puede devolvernos el favor, sea porque no tiene medios o por lo que sea, pero que sabemos que no podemos recibir algo a cambio.
En este caso ya estaríamos abarcando el ámbito creyente, pues, por poner un ejemplo, si un enfermo terminal, sin parientes ni herencia, le pide un favor a un ateo, éste no encontrará ninguna ventaja en realizar el favor ya que nadie se lo devolverá en otra vida (al no creer en ella) y como sólo las obras que “paguen” en esta vida tienen sentido, es entendible que no tendría necesidad de obrarlo (no es una crítica sino una deducción lógica y racional, si no creyera en otra vida actuaría así).
Pero en este segundo caso sí es posible que recibamos algo a cambio: el agradecimiento. Si éste es público puede que acreciente nuestra imagen hacia los demás, por lo que incluso podría abarcar al no creyente, y si éste es tan solo personal, es decir que solo nosotros mismos lo recibimos sin que nadie más lo sepa, puede que acreciente nuestro orgullo propio y nos produzca algún placer. El ser humano paga por diversas acciones que nos producen placer, como por ejemplo ver una película, escuchar música, etc, por lo que, el agradecimiento podría adecuarse a un placer más, y si realizamos una obra de bien puede que sea para recibir el agradecimiento de la persona a la que ayudamos. En estos casos, si la persona que ayudamos no nos lo agradece sentiremos que nos ha defraudado, o que nos debe algo, y lo llamaremos “desagradecido”.
Pero existe una tercera variante, más extrema aún, y es realizar una obra de bien sin esperar nada a cambio, ni siquiera un agradecimiento, y por ende, aunque sepamos de ante mano que ésta persona que reciba el favor no nos lo agradecerá, sea porque no quiere o sea porque no se enterará de la obra, de todas maneras la realicemos. Esta tercera variante sí que es exclusiva de los creyentes, ya que en estos casos el único que podrá “devolvernos” el favor será Dios en otra vida en la que creemos. Pero, por otro lado, si realizamos la obra esperando recompensa en otra vida no estamos haciendo más que actuar nuevamente esperando algo a cambio, con la única diferencia que este intercambio se remite a otra vida. Por ende, y a pesar de que estamos poniendo las creencias de por medio, y aunque para los ojos de un no creyente estamos haciendo una obra de bien desinteresada, en realidad no lo estamos haciendo.
Entonces existe esta cuarta variante, la del bien puro, que por otro lado es favorecida por el misterio de la fe, que no nos revela a ciencia cierta la existencia de otra vida. La fe es arrojarse al vacío, si supiéramos a través de fórmulas o estudios empíricos que Dios existe no sería fe sino conocimiento, estaría en los libros de ciencia. Pero Dios es sabio y por ello no se revela sino que nos deja intuir que “puede que exista algo detrás de la puerta” pero no lo sabremos hasta la muerte. Nos da la posibilidad de deducir su existencia, de hacernos esa pregunta. En la mente de cada ser humano, en cualquier parte del mundo, en toda civilización, existirá ese luz, que es exclusiva de los hombres, y que va más allá de las leyes naturales de supervivencia de especies, que no tiene una razón de ser más que la de darnos una pista, la de dejarnos una huella y decirnos que si la seguimos “puede” que encontremos algo. Si nos ponemos a pensar, ¿qué necesidad tiene el hombre de plantearse la existencia de otra vida?, ¿en que lo beneficia?, ¿por qué tiene esta facultad?, de no tenerla su vida continuaría sin cambios, el mundo marcharía exactamente igual, la supervivencia no se pondría en riesgo, ¿entonces por que surge esta pregunta innecesaria sobre la creación?. Ese misterio es el que nos dice que “puede” haber algo, pero no lo sabemos.
Bajo este principio, uno podría actuar realizando una obra de bien sin esperar respuesta, incluso por parte de Dios. Pues éste es el objetivo que pretende el creador sobre los católicos, que actúen sin esperar recompensa, ni siquiera de él mismo, y éste es el máximo esplendor del bien, ese al que se debe apuntar, el obrar de manera completamente desinteresada, sin esperar nada, pero nada, a cambio, si logramos alcanzar este punto habremos descubierto el bien.

0 comentarios