LA SOMBRA (XXI PARTE)
Las tribus que habitaban la comarca de Banyoles en la Era del Neolitico, aproximadamente por el 5000 AC, se caracterizaban por su organización agrícola alrededor del lago, por sus artesanías talladas en madera y por la magia negra que practicaban.
Los hombres que habitaban aquellas tierras vivían en cabañas de madera, material que dominaban a la perfección. Tallaban vigas de roble y las colocaban en el suelo, fijando senderos que unían las cabañas. Dominaban el fuego y gustaban de utilizarlo. También utilizaban arces y laureles para los objetos pequeños y fresnos olmos y avellanos que rodeaban los poblados formando un bosque por la riviera. Vivían de la pesca y las frutas silvestres que crecían tierra adentro. El área habitada marcaba una pendiente suave que subía hacia el norte, hasta donde caía un río que, al crecer en invierno, mantenía al poblado a veces en una isla y otras con un acceso por un estrecho istmo, lo cuál lo abastecía de una protección natural.
Practicaban rituales de magia avanzada para sus tiempos, siempre a la orilla del lago, el cuál en esa época se encontraba dos metros más bajo. Se creía que lograban, a veces por error, invocar al demonio y por supuesto, no sabían controlarlo. En realidad no sabían ni siquiera cómo manejar las llamas a las que adoraban. Se crearon figuras talladas que representaban a cada objeto idolatrado. Los brujos de aquellos días apenas lograban controlar sus hechizos, el universo aún no sentaba sus bases y todavía la naturaleza no tenía sus reglas claras, por lo que los magos de entonces encontraban puertas y huecos aún no cerrados por un mundo natural incompleto.
De alguna manera, quizás por error, invocaron al demonio de las sombras. No existen registros pero se sabe que las aldeas completas fueron consumidas por la mancha oscura. Ocurrió durante un rito que practicaban los brujos de la tribu para invocar a sus ancestros. Se pintaban la piel y bailaban y cantaban en torno al fuego con estacas de madera mientras gritaban las invocaciones. En ese entonces simbolizaban a los espíritus con amuletos, y habían tallado uno especialmente para aquella invocación. Era pequeño, de madera y con un círculo grabado, partido al medio con una línea zigzagueante. Entre los llamados al más allá se abrió una brecha en el velo que separa este mundo del mundo de las almas errantes y la sombra se coló por ella. Los magos, ingenuos y desconocedores del poder con el que jugaban, no supieron cómo controlar esta alma perdida, y luego de un intenso juego de hechizos, un grupo de los mejores hechiceros de las tribus de los valles unieron sus poderes y lograron concentrar la sombra en un punto fijo y la condenaron a permanecer encerrada en el amuleto, el cuál enterraron y marcaron con una piedra. Mientras quedase bajo tierra, la sombra no podría ser materia, sólo si alguien desenterraba la pieza de madera podía traer el alma maldita nuevamente a la vida.
Aquellos brujos escribieron luego, mediante símbolos en una caverna cercana la advertencia sobre el amuleto: El que toca ese amuleto corporiza la sombra del demonio.
Los hombres que habitaban aquellas tierras vivían en cabañas de madera, material que dominaban a la perfección. Tallaban vigas de roble y las colocaban en el suelo, fijando senderos que unían las cabañas. Dominaban el fuego y gustaban de utilizarlo. También utilizaban arces y laureles para los objetos pequeños y fresnos olmos y avellanos que rodeaban los poblados formando un bosque por la riviera. Vivían de la pesca y las frutas silvestres que crecían tierra adentro. El área habitada marcaba una pendiente suave que subía hacia el norte, hasta donde caía un río que, al crecer en invierno, mantenía al poblado a veces en una isla y otras con un acceso por un estrecho istmo, lo cuál lo abastecía de una protección natural.
Practicaban rituales de magia avanzada para sus tiempos, siempre a la orilla del lago, el cuál en esa época se encontraba dos metros más bajo. Se creía que lograban, a veces por error, invocar al demonio y por supuesto, no sabían controlarlo. En realidad no sabían ni siquiera cómo manejar las llamas a las que adoraban. Se crearon figuras talladas que representaban a cada objeto idolatrado. Los brujos de aquellos días apenas lograban controlar sus hechizos, el universo aún no sentaba sus bases y todavía la naturaleza no tenía sus reglas claras, por lo que los magos de entonces encontraban puertas y huecos aún no cerrados por un mundo natural incompleto.
De alguna manera, quizás por error, invocaron al demonio de las sombras. No existen registros pero se sabe que las aldeas completas fueron consumidas por la mancha oscura. Ocurrió durante un rito que practicaban los brujos de la tribu para invocar a sus ancestros. Se pintaban la piel y bailaban y cantaban en torno al fuego con estacas de madera mientras gritaban las invocaciones. En ese entonces simbolizaban a los espíritus con amuletos, y habían tallado uno especialmente para aquella invocación. Era pequeño, de madera y con un círculo grabado, partido al medio con una línea zigzagueante. Entre los llamados al más allá se abrió una brecha en el velo que separa este mundo del mundo de las almas errantes y la sombra se coló por ella. Los magos, ingenuos y desconocedores del poder con el que jugaban, no supieron cómo controlar esta alma perdida, y luego de un intenso juego de hechizos, un grupo de los mejores hechiceros de las tribus de los valles unieron sus poderes y lograron concentrar la sombra en un punto fijo y la condenaron a permanecer encerrada en el amuleto, el cuál enterraron y marcaron con una piedra. Mientras quedase bajo tierra, la sombra no podría ser materia, sólo si alguien desenterraba la pieza de madera podía traer el alma maldita nuevamente a la vida.
Aquellos brujos escribieron luego, mediante símbolos en una caverna cercana la advertencia sobre el amuleto: El que toca ese amuleto corporiza la sombra del demonio.
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a.t. -