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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO

Estaba sentado en su puesto, en la silla de siempre, ahí, en el faro del fin del mundo. El viento y la lluvia barrían, como casi siempre, el paisaje gris y desolado, donde se palpitaba el miedo y el frío con la simple contemplación de aquel espacio vacío y desconocido. Aquel era, desde la torre, el responsable de mantener la única luz que orientaba a los navegantes en el mar austral, la esperanza, la salvación en un estrecho agitado y borrascoso, donde descansaban los cadáveres de tantos desafortunados barcos y navegantes. Aquel era el encargado de mantener la guía, el camino, era un trabajo mucho más duro de lo que cualquier ser humano no divino podría soportar. Por eso un día desapareció, pero la luz seguía encendida, y por ello nadie se acercaba a preguntar y nadie lo hizo por muchos años, hasta que un día una expedición paso cerca y decidió parar, para encontrar un faro siempre encendido, pero abandonado.

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