EL PERSEGUIDO (I PARTE)
Estaba en plena feria, los fuegos artificiales y el esplendor de las bengalas inundaban el ambiente de insoportables ruidos de explosiones, olor a pólvora quemada, colores brillantes de bengalas, luces y humo en el aire. Ángel Arregui se pedía una cerveza en un puesto callejero improvisado, impregnado de olor a hamburguesas aceitosas mientras miraba el espectáculo a su alrededor. Había llegado a la ciudad apenas dos días antes, y era la primera vez que, llamado más por el ruido que por la intención, salía por la noche. Su mirada rozó la multitud sin dirección y con paneos desenfocados, pero entonces, en uno de aquellas recorridas se le atravesaron dos ojos que se perpetraban en su figura con una extraña mirada contemplativa. Retorno hacia el lugar donde se había topado con aquellos ojos pero ya no estaban. Bebió despreocupado la cerveza y caminó un poco entre el gentío. En un punto indeterminado, por aquellas sensaciones que invaden a veces la mente, se giró bruscamente, para volver a encontrar, esta vez a otro par de ojos, que le seguían y que también, de inmediato y al verse al descubierto, desaparecieron entre los cuerpos que atravesaban el espacio que los separaba. Ángel llegó a una esquina donde la música de una banda, compuesta por vientos y tambores, derrotaba a las detonaciones y al murmullo de la multitud, allí volvió a incurrir entre los rostros, para divisar por tercera vez, un sigiloso vigía que lo tenía a él por objetivo. - Me observan - fue la conclusión a la que llegó. Ángel había sido, en su país de origen, policía, y sabía muy bien reconocer las intenciones de los ojos que apuntan a una dirección fija. El también había seguido a mucha gente y sabía que no es igual la mirada de curiosidad que la que esconde una segunda y más profunda intención, tal vez sean las pupilas, o el entornado de las cejas, pero él sabía diferenciarlas. Decidió continuar sin prestar demasiada atención a sus misteriosos seguidores, tal vez se trataría de una mala sensación, solo eso.
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