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LA COSTA Y EL MAR

Las aguas apenas perturbaban su tranquilidad con suaves caricias que mecían el bote y el sol quería terminar de irse cansado de un cielo sin nubes. A su espalda el horizonte desplegaba su inmensidad en la lejanía.
El pescador miraba las costas escarpadas desiertas, pensando en ella, y en las costas solitarias.
Mientras, en las costas escarpadas, entre los naranjos que se esforzaban por hacer equilibrio entre las terrazas, en un pequeño mirador de piedra natural, ella miraba el sol escaparle al día y las aves volar a su lado.
La mujer miraba un mar desierto pensando en él, y en el mar solitario.

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