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Kosh

COQUI

LA CASA DE DOS PUERTAS

1

No había rastros del sol, el cielo estaba cubierto por una capa pesada gris oscuro, como un bloque de cemento sucio y desparejo. El viento soplaba con brisas fuertes, intermitentes y cambiantes. Se veía reflejado en las copas de los árboles, cuyas ramas desnudas se mecían como amenazando a derrumbarse por completo. La calle estaba sucia de hojas secas y húmeda. El otoño, melancólico y frío, había llegado a los suburbios de la gran ciudad. Coqui levantaba el cuello de su abrigo y caminaba a paso ligero pegada a las paredes, con las manos profundas en los bolsillos y la cabeza baja para proteger su rostro. Era una tarde ajena a toda mejora climática, una tarde aburrida que debía haber sido creada para estar en un hogar, al pie de un calentador o en una sala de cine, pero no para andar caminando por la calle, por eso es que era una de las pocas personas que lo hacían.
Maldecía una vez más el momento que se le había ocurrido salir y en su mente figuraba solo la idea de volver a estar pronto en un lugar cerrado y cálido. Pero el cielo parecía oponerse a sus intenciones y lo manifestó con un luminoso relámpago que se reflejó en el pavimento, luego lo siguió un trueno y luego comenzó a emerger un repiqueteo constante, que ascendió hasta dejar en claro que estaba lloviendo.
El agua caía recta, en forma de gotas pesadas y unidas, como una pantalla turbia. Coqui volvió a maldecir, esta vez a su suerte, y corrió a resguardarse. Se refugió debajo bajo el marco de un viejo portal. Era una casa antigua, muy antigua. La entrada era una doble puerta que alguna vez, hacía mucho tiempo, había sido barnizada con un tono verde opaco, aunque ahora era apenas perceptible. La madera de roble mostraba unas uniones agrietadas que la recorrían hacia abajo. En el centro de cada una de las puertas había un raro adorno hecho con hierro fileteado. Parecía un óvalo recostado, aunque era mas chato y con un quiebre formado por ángulos pequeños, en el centro, desde la parte superior bajaban dos líneas que se abrían y luego se cerraban, armando otros óvalos interiores perpendiculares al exterior. Le recordó vagamente al ojo de un felino. En realidad apenas le prestó atención, se dedicó a estimar cuanto tiempo podía durar la tormenta y a decidir en que punto, cansada de esperar, se arrojaría a la calle nuevamente, para empaparse pero llegar por fin a un lugar con calefacción.
Miró la hora, con el reloj que alguna vez le había regalado a su madre pero que ella usaba, eran poco mas de las seis, pero el cielo parecía adelantar los relojes al menos dos horas.
Espero durante un largo rato que la tormenta amainara, pero esta se negaba ceder. Los truenos se sucedían uno tras otro, estremeciendo el cielo. La calle estaba tranquila, eran pocos los autos que pasaban. Sus zapatos habían mojado y ensuciado el escalón de mármol blanco del portal, por lo que no podía sentarse. Apoyó su espalda contra la puerta y así se quedo mirando el cielo apagado y deseando volver a ver aquel astro olvidado y perdido entre las espesas nubes. La torrencial lluvia caía en todas direcciones, golpeando el asfalto, los autos, y todo lo que osaba interponerse entre el cielo y la tierra, con furiosas gotas que se unían en enormes charcos hasta el cordón de la vereda. Desde allí corrían formando el cause de un pequeño río, rápido y caudaloso, arrastrando consigo hojas secas derribadas por el viento desde los árboles de una plazoleta cercana. El repentino afluente desembocaba en una rejilla, la cuál no daba abasto y hacía un lago en su entorno. El viento de otoño derramaba su poder sobre los frágiles árboles, desnudándolos en un movimiento amenazador. Los rayos atravesaban el cielo con descargas luminosas acompañados de estruendos que parecían patear a las nubes para que lloren cada vez mas.
Coqui, aburrida y sin nada mejor que hacer, miraba el esplendor de aquél espectáculo natural con el unánime deseo de llegar a una casa pronto y tomar la leche. Fue entonces cuando vio a un hombre de saco y corbata que se aproximaba corriendo, lo mas pegado a la pared posible, y con un diario sobre su cabeza para intentar protegerse del agua. Saltaba para evitar pisar los charcos. Llevaba unos zapatos negros de marca y nada preparados para la lluvia.
El extraño se detuvo bajo el mismo portal donde Coqui se refugiaba, era el único lugar con techo en toda la calle, formada en su mayoría por casas antiguas de una planta o dos, pero sin balcones a la calle.
- ¿De donde salió toda esta agua? – dijo a modo de pregunta general y molesto.
Coqui lo miró desinteresada y respondió un breve, - no se. El hombre no superaba los cuarenta y cinco, era de estatura mediana y hombros caídos. Su saco era azul marino como su pantalón, mientras que la camisa era celeste y la corbata a rayas cruzadas negras y con unos pequeños círculos grises que definitivamente le sobraban. El conjunto completo le quedaba elegante, o al menos de buen gusto. Usaba gafas de vidrios blancos sin armazón y cargaba con un bolso cuadrado de tela negra que parecía pesado y valioso por la forma en la que lo protegía. Dedujo de inmediato que era un oficinista mas, de los tantos que abundan en las ciudades y que, en definitiva, las crean. No le interesó deducir su cargo o su tipo de industria, solo se limitó a compartir el portal junto a su lado.
- Temía por mi portátil – dijo luego, señalando su bolso negro. Luego del bolsillo interior del saco tomó un teléfono móvil e intentó marcar un número, pero luego de esperar lo apagó y reconoció – no hay cobertura, debe ser la tormenta.
Coqui se limitaba a asentir o responder con la cordialidad mínima necesaria para no ser interpretada como antipática. Luego se distrajo observando la casa en cuya entrada se protegía. Los ladrillos estaban gastados, le faltaba una buena dosis de yeso en algunas partes, y una buena limpieza de esas que hacen con agua a presión, para aclarar el color.
Pensó que podía estar abandonada, pero estaba en un error. Para su sorpresa una de las puertas se abrió a sus espaldas, acompañada por un chillido de metal oxidado.
Dio media vuelta y casi por reflejo introdujo sus ojos en el interior. El cuerpo de una anciana reposaba placidamente sobre un antiguo sillón de terciopelo bordó.
-Pasen, pasen los dos, por favor - indicó con ternura.
El hombre oyó las palabras y recién entonces giro, sin demasiado interés, para encontrar la puerta abierta. Coqui lo miró como intercambiando preguntas mentalmente. Se preguntó como se había abierto la puerta, pensó que podía haber alguien detrás de ella. Miró a través de la abertura del marco y no vio tan solo el blanco de una pared.
- Pasen, por favor – repitió nuevamente, con calma y una voz apagada por el paso del tiempo.
Esta vez hubo un remarcado intercambio de miradas entre la chica y el hombre, sus ojos chocaron y se preguntaron, sin decir nada, que debían hacer.
- Yo... – comenzó a responder el hombre, - llevo prisa – se excusó.
- No creo que puedas ir muy lejos con esta tormenta. Es peligroso caminar por la calle así, pueden caer árboles y las alcantarillas pueden ser trampas – le advirtió como una abuela protegiendo a sus nietos. – Bueno, no se queden ahí, pasen, pasen...
Intercambiaron miradas una vez más, trasmitiéndose un pensamiento que intercalaba confusión y el cuestionamiento sobre una situación inusual. No sentían miedo, - ¿qué mal podía hacerles una viejita de aspecto inofensivo? – pensaron, además no había nada mejor que hacer, la anciana tenía razón, era peligroso salir con esa tormenta, además de que se empaparían, y no hacia daño a nadie, por lo contrario, hacerle compañía a una persona que seguramente vivía en soledad, era incluso una buena acción gratuita y sin esfuerzo. Entraron y cerraron la puerta sin dar la espalda.
El interior de la casa era amplio, frío y olía a museo. El salón principal se abría en forma rectangular y con dos puertas esbeltas de picaportes labrados a cada lado. El techo era alto y sobraban las manchas de humedad, al medio se había instalado mucho tiempo atrás una lámpara abierta en complejos laberintos de hierro y focos con forma de vela, al fondo, detrás de una gran puerta doble abierta, se veía hundirse en la penumbra un pasillo a simple vista interminable. La anciana reposaba sobre un sillón de terciopelo bordó y espalda alta, delante de ella, había una ovalada mesita de mimbre, adornada con un florero en el centro que parecía muy antiguo, en cambio, los bizcochos de harina y confites que dormían en un plato sobre la mesa eran tan recientes que aún estaban calientes. Los muebles eran grandes, pesados y de madera oscura. Había una mesa de madera y base de mármol con dos filas de tres cajones contra la pared de un lado y del lado opuesto una biblioteca con varios adornos de porcelana y marfil en los estantes del centro, y libros anchos y polvorientos en los superiores. Los óleos que adornaban las amarillentas paredes eran oscuros y tristes. Mostraban algunos retratos personales de antepasados. Los caballeros postrados con uniformes militares y las damas con vestidos anchos y largos hasta el piso. A Coqui le atrajeron de inmediato y sobre su mente brotó la clara imagen de una época que le intrigaba, donde las personas caminaban siempre elegantes por las calles de empedrado y carretas. Pero más le sorprendió la expresión de la pintura sobre la pared que casi se escondía en la oscuridad en la pared del fondo, era una mujer vieja, de pelo blanco y piel arrugada, a su lado había un perro que le llegaba a la altura de la cintura y cuyos ojos resaltaban por su brillo. A un lado de la anciana también había una pequeña mesa redonda de tres patas, con un solo adorno, que desde lejos parecía un medio ovalo de cristal con alguna figura adentro.
Se sentaron en dos sillones de terciopelo bordó enfrentados al de la anciana y rodeando la mesilla. El hombre se quitó el saco y apoyó entre sus pies el bolso. Coqui permaneció en la punta del sillón.
- Les agradezco la compañía – dijo.
- No es nada – se apresuró a hacer notar Coqui, cuyas costumbres le impedían mostrarse tan poco cordial. El hombre en cambio se limitó a hacer un movimiento de labios difícil de interpretar.
Pasaron unos segundos de silencio que Coqui rompió con una pregunta: - ¿que es esa bola? – dijo refiriéndose al ovalo de cristal sobre la mesita.
- ¿Esto? – dijo levantándolo, - es Hume, mi mascota. Desde donde lo mostraba ahora se veía mejor, era un cuerpo raro atrapado dentro de aquella forma de vidrio con agua dentro. Detrás había una imagen de la ciudad pintada. Al agitarlo la bola se llenó de puntidos brillantes que flotaron por un instante en el líquido y luego volvieron al fondo. Era uno de esos adornos de feria. Coqui dedujo que debía provenir de China o alguno de esos países orientales y que no costaría demasiado. Pero la anciana parecía muy contenta con su adorno y lo mostraba orgullosa. – Es un ser hermoso – dijo refiriéndose a la figura atrapada allí adentro. – Debe tener hambre, pronto le daré de comer – concluyó volviendo a colocarlo sobre la mesita de tres patas. Aron y Coqui intercambiaron miradas, como expresando que la viejita no estaba del todo cuerda, pero no dijeron nada.
- Tomen de esas galletas – les sugirió la anciana cambiando el tema, - las he preparado esta tarde.
Realmente eran tentadoras, ambos se acercaron para tomar un par y volvieron a sentarse. Coqui fue la primera en probar, la sintió crocante y dulce. El hombre fue el primero en alabarlas sin demasiada emoción: - muy ricas – comentó sincero. La anciana le agradeció el comentario mientras se ponía de pie con calma.
- Voy a traerles un poco de leche – dijo alejándose por el pasillo del fondo, - es que me salieron un poco secas – criticó. Los dos se quedaron en la sala, comiendo y esperando.
- ¿Y como es tu nombre? – rompió el hielo el hombre.
- Coqui – respondió tapándose la boca con la mano para evitar esparcir migajas de su boca, ya que aún tragaba.
- Yo soy Aron, y todavía no sé bien como terminamos acá – se presentó. Coqui sonrió y respondió – mejor que estar bajo el agua.
La anciana apareció con una pequeña bandeja de plata y dos vasos de vidrio altos con leche. El hombre la miró desconcertado, parecía que hacía mucho que no veía un vaso de leche pura, sin un café de por medio.
Apoyo la bandeja en el centro de la mesa y los animó a tomar la leche alegando que era buena y natural. Ambos la bebieron, mas que por gusto, para bajar las empalagosas masas que habían comido. Luego volvió hacia la puerta doble del pasillo y la cerró con algo de dificultad.
Coqui, entonces, notó un leve matiz de extraña satisfacción en su mirada, era como si hubiese estado deseando mucho que tomasen ese vaso. La anciana volvió a sentarse.
-Si, necesito que hagan algo por mí - confesó.
-¿De que se trata?- preguntó Coqui con la certeza de que se refería a alguna tarea doméstica que requería mas fuerza que la que una señora mayor puede hacer. Seguramente les pediría mover algún baúl, alfombra, colchón o mueble pesado.
- Hay una caja en la otra habitación, allí al fondo -, indicó señalando la puerta del pasillo, - contiene recuerdos, fotos de esas blanco y negro que ustedes ya no conocen – describió con calma. – Esta en medio de la habitación y el otro día tropecé con ella y casi me caigo. Por favor, necesitaría si fuesen tan amables, que la subieran arriba del armario.
- Claro, por supuesto – respondieron ambos y se pusieron de pie. La vieja también se puse de pie entonces. – Vengan – les indicó acercándose a la doble puerta y abriéndola. El pasillo era largo y terminaba en una puerta idéntica a la que ahora la vieja cerraba a sus espaldas.
- Es esta puerta - dijo indicando la tercera o cuarta del lado izquierdo. – Pasen – agregó luego de abrirla y hacerse a un lado para que entrasen primero.
De la habitación salió un frío seco. Coqui recordó el interior de una biblioteca en la que una vez había estado. Las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros viejos. Había en un rincón una escalera para acceder a los que estaban mas altos. Al centro, sobre el fondo, había un antiguo y valioso escritorio de roble, detrás de este había un armario antiguo, de madera casi negra. Tenia solo dos puertas grandes redondeadas hacia fuera que se abrían de par en par. Delante de ellos, justo frente al escritorio y claramente molestando el paso, había un baúl bien cuadrado, recubierto en cuero marrón y remachado con clavos en todo su contorno.
- Allí esta – dijo señalándolo.
- ¿Donde quiere que lo coloquemos? – se adelantó Aron mientras se acercaba a él .
- Arriba de aquel armario – indicó señalando el fondo.
Coqui se paro del lado opuesto a Aron y juntos levantaron el baúl. Pesaba menos de lo que esperaban, pensaron que debía estar vacío, aunque era demasiado para una anciana. Lo llevaron hasta el fondo y, sin detenerse, lo elevaron hasta la altura del techo del armario. Luego lo empujaron hasta dejarlo acomodado sobre este. Se alejaron un par de pasos y miraron el armario con las manos en la cintura, como para comprobar lo bien que había quedado allí arriba.
- Listo – concluyó Aron dando media vuelta.
La señora se mostró muy agradecida, les aclaró y repitió lo mucho que la había ayudado, haciendo que ambos se sintieran como si hubiesen realizado una verdadera obra de bien.
Salieron juntos de la habitación, la anciana primero y aún dándoles las gracias, entonces esta dobló a la izquierda y avanzo hacia la puerta del final del pasillo. Aron la siguió sin dudarlo, Coqui en cambio, se había quedado un poco atrás cerrando la puerta de aquella habitación, y ahora los alcanzaba.
- Disculpen – los interrumpió al llegar a ellos, - ¿no vinimos por el otro lado? – preguntó señalando el extremo opuesto del pasillo. Aron no había prestado atención por lo que se mantuvo en silencio, pero la anciana la contradijo ya llegando a la puerta del fondo, - no, jovencita, por aquí esta la sala de estar – sentenció antes de abrir la puerta y mostrarles la habitación con los sillones bordó. Los vasos de leche vacíos y el plato de galletas estaban aún sobre la mesita. Coqui permaneció pensativa, estaba seguro de que habían entrado por la puerta opuesta del pasillo y que habían girado a la izquierda al entrar en aquella habitación, por tanto debían de haber doblado a la derecha al salir, pero la sala de estar estaba allí, por lo tanto ella debía estar equivocada. Pensó que a veces la mente nos hace confundir nuestra posición, ya le había pasado algunas veces en el metro. Trató de olvidarse del asunto, Aron ya se estaba despidiendo de la anciana y ella hizo lo mismo, luego fueron a la puerta de salida y la anciana les abrió, dejando entrar la claridad del día. Ya no llovía, el cielo estaba espléndido y el clima era mucho más agradable. Se despidieron una vez mas mientras la anciana, notablemente feliz, volvía a darles las gracias antes de cerrar la puerta.

2

El hombre fue el primero en hacer un comentario sobre el tiempo: - como ha cambiado – dijo refiriéndose al cielo, - cuando entramos a la casa parecía la tormenta del fin del mundo y ahora mira; casi no hay nubes – describió señalando un cuelo azul claro, sobre el cuál apenas vagaban sin orden algunos cirros.
Pero Coqui ya había ido mas allá con sus observaciones y se preguntaba algo más intrigante; - ¿cómo puede ser que la calle este seca? – quiso saber en voz alta. Entonces Aron también lo noto, no había pensado en ello pero era ciertamente intrigante la pregunta. El asfalto, la vereda, los árboles, todo estaba seco.
– Es que había agua en cualquier parte – agregó Coqui recordando, - esto, por ejemplo, estaba inundado – dijo señalando un espacio entre la vereda u la calle donde antes recordaba con claridad haber visto tanta agua que parecía un río navegable.
- Es cierto – respondió el hombre asombrado, - allí donde estaba ese auto azul – dijo apuntando a un lugar ahora vacío en la esquina, - había un charco que enorme.
- Pues ya no esta – concluyó Coqui tratando de quitarle misterio al tema. En realidad no estaba con ganas de buscar explicaciones, solo quería irse y agradecía que el tiempo haya mejorado. Pero Aron, sorprendido por el asunto, continuó: ¿cómo puede ser?, ¿cómo se habrá secado tan rápido?.
- Quizás ni bien entramos la lluvia paró y salió el sol – propuso.
- Pero es que no hay ni una gota, ni una mancha, ni siquiera las hojas apiladas por la corriente – concluyó acercándose hasta la alcantarilla mas cercana para mostrarle lo limpia de sedimentos que estaba. – Es como si nunca hubiese caído esa tormenta, o al menos como si hubiese pasado hace días.
- Eso parece – analizó Coqui aún intentando restar importancia al fenómeno.
– Bueno, yo debo ir hacia allá dijo luego señalando la esquina hacia la izquierda.
- Yo también – se sumo Aron.
Al caminar hasta la esquina, Coqui, que siempre era observadora, noto que casi no había autos estacionados, y los pocos que había parecían viejos y abandonados. No eran los mismos que había cuando miraba aburrida la calle, desde aquel portal, mientras caía la lluvia. Estos muy pocos autos que ahora habían eran viejos y en desuso, sucios de polvo y oxidados. Había uno en la vereda de enfrente, cuyos vidrios estaban rotos y su techo parecía haber sido aplastado por el paso de un elefante, estaba hundido desde su centro. Del espejo retrovisor colgaba un amuleto que parecía una moneda. Tampoco le pareció algo merecedor de profundos análisis, por lo que dejó de indagar sobre el tema.
No se veía a nadie por la calle, tampoco pasaban autos. Llegaron a la esquina y Coqui dudo que dirección debía tomar, no conocía muy bien aquella zona y sintió que estaba perdida. El hombre, aunque mostró también algo de inseguridad, doblo a la izquierda y, después de avanzar unos pasos, giró para ver que hacía la chica, como para despedirse de ella en caso de que sus caminos no fuesen los mismos. Pero Coqui también dobló a la izquierda. Creía firmemente que ese era el camino, incluso a pesar de no encontrar ninguna referencia concreta.
Siguieron un par de calles derecho, sin hacer comentaros, hasta que Aron preguntó: -¿ donde están todos?. Era una cuestión que los dos venían notando ahora: seguían sin pasar autos ni gente. Algunos negocios estaban abiertos pero no se veía a nadie adentro de ellos. Era como si estuviesen abandonados. No sabían que hacer; algo había ocurrido, la gente simplemente ya no estaba y debía haber un motivo, una razón lógica que lo pudiese explicar. - Las cosas no suceden porque sí y la gente no desaparece – pensaba Aron mientras buscaba encontrar a alguien en alguna parte.
La ciudad entera estaba algo cambiada, no podían definir con claridad que era lo que había distinto, pero lo podían sentir en el aire, en los edificios, en el cemento y en el cielo incluso. Descubrieron que había demasiada calma, no se oían las bocinas en la lejanía ni sirenas ni aviones. No se oían los ruidos de la ciudad. Los edificios se veían mas descuidados, como si estuviesen huecos o abandonados. La calle estaba vacía y parecía un decorado de esas películas de los ochenta. Las nubes no se movían, estaban clavadas, siempre idénticas, en el celeste firmamento. Los árboles de las veredas no tenían hojas, no tenían vida en realidad. Oían sus pasos cuando caminaban, hacían eco en las paredes y volvían secos para estrellarse contra sus oídos. De pronto se levantó un fuerte viento que soplaba casi con odio. Coqui colocó las manos en los bolsillos y bajo un poco la cabeza.
- Voy a llamar a la oficina – dijo sacando un pequeño teléfono móvil del bolsillo interno del saco. – Le voy a pedir a la secretaria que me envíe un taxi – le comunicó a la chica, al tiempo que marcada un número. - ¿En que calle estamos? – se preguntó al tiempo que se llevaba el aparato a la oreja. Pero entonces notó que su teléfono no hallaba ninguna señal. – Parece que no tiene cobertura – confesó al tiempo que se mostraba confundido, - es extraño, ¿no?.
- Si – le dijo Coqui que buscaba sin éxito ver a algún otro ser vivo. Trató en vano de oír algo, algún grito, alguna voz perdida en el viento. Entonces a sus oídos llegó un horrible grito, le sonó como un aullido de un gato cuando se defiende pero mas agudo y mucho mas fuerte. Miró a Aron para comprobar en su rostro que el también lo había oído.
- ¿Que fue eso? – se adelantó a preguntar.
Se quedaron en silencio un momento, hasta que se volvió a escuchar, esta vez mas cercano y mas agudo. – Es como un pájaro – trató de adivinar Aron, - debe ser muy grande.
El desagradable sonido llegó una vez mas, esta vez pudieron notar que venía de siguiente calle lateral. Luego comenzaron a oír ruidos ahogados en el asfalto, al principio parecía un tambor, quizá por la sincronización y el ritmo, pero enseguida se dieron cuenta que era algo mucho peor. Eran como pisadas y comenzaron a hacer temblar la tierra.
Se quedaron inmóviles, sin saber que hacer, al menos hasta que detrás de la esquina salió la horrible bestia. Tenía dos patas como un hombre, pero estas eran mucho mas grandes y musculosas, sobre todo en sus muslos. Su cuerpo entero media al menos tres metros y era de contextura robusta, espalda ancha y un tórax cuyas costillas sobresalían de manera deforme. Sus brazos eran largos, tanto que casi arrastraba sus enormes manos huesudas. Tenía los ojos bien redondos y brillaban de un color verdoso como la esmeralda, sus pupilas no eran redondas, tenían una forma rara que no llegaron a distinguir, su hocico era ancho y sobresalían dos colmillos triangulares y afilados como agujas pero que apuntaban hacia arriba, casi llegando hasta su aplastada nariz. No tenía pelo, solo una piel que parecía cuero seca y era rojiza como el fuego.
La figura olfateo el aire y luego giró su cabeza hacia donde se encontraban, entonces los vio y su boca se abrió haciendo una mueca horrible y mostrando sus dientes sucios de carne. Emitió un nuevo alarido que hizo eco en los edificios próximos, luego comenzó a avanzar hacia ellos.
- Corre – gritó Coqui al tiempo que huía por el centro de la calle. Aron tardó en reaccionar pero terminó por seguirla a toda prisa. El monstruo, al verlos escapar comenzó a correr también, dando saltos de casi dos metros.
Corrieron hasta la esquina y doblaron a la derecha sin saber realmente porque. Aron pasó a Coqui y casi la hace caer al golpearla con su hombro mientras miraba atrás, buscando ver que tan lejos estaba lo que fuese que los seguía. El monstruo estaba muy cerca de ellos, casi encima de Coqui, ya que Aron para entonces le había sacado varios metros, cuando llegaron a la otra esquina y se encontraron con una gran plaza o lo que quedaba de ella. Los árboles habían sido arrancados o cortados, algunos troncos aún yacían desparramados. Había grandes agujeros en las paredes de los edificios que rodeaban el lugar, la mayoría se encontraban en ruinas o muy mal cuidados, despintados. Todo estaba abandonado y destruido. En el centro, donde alguna vez habría lucido alguna estatua, ahora solo quedaban piedras apiladas y un enorme hueco que parecía una madriguera. Esparcidos sobre la tierra y el lodo seco que formaba la superficie de esa plaza, pudieron distinguir una cantidad enorme de huesos y cuerpos sin vida, y enseguida supieron que eran restos humanos. Parecía una fosa común de las que solo habían visto en documentales de guerra, el olor a podredumbre y descomposición se los confirmó. Era muy probable que aquel horrible monstruo viviese ahí, y que ellos se encontraran en el medio de su hogar.
El espeluznante escenario los detuvo un breve instante, pero al girar y ver que el temible ser corría hacia ellos les devolvió las intenciones de huir. Lo hicieron evitando el espacio abierto, se introdujeron en la calle lateral más cercana, que era asfaltada aunque se notaba que hacía mucho que no recibía mantenimiento. Siguieron derecho lo más rápido que podían pero era inútil, el monstruo ya estaba a tan solo unos pocos metros de ellos y los alcanzaría pronto. Aron trató de estirar la ventaja dejando a Coqui sola atrás, así quizá ella fuese la primera en ser atrapada y de esta forma podría tener una oportunidad de escapar, pero la chica, al mirar por última vez hacia atrás, no se percató de una alcantarilla abierta y al volver la vista hacia el frente ya era tarde, su pie derecho estaba cayendo dentro de esta y no pudo evitar que todo su cuerpo siguiera esa dirección. Cayó un par de metros golpeando contra una escalera a la que apenas intento sin éxito agarrarse y aterrizó de espaldas sobre una especie de río pequeño subterráneo. Su cabeza golpeo el fondo pero el agua del arroyuelo, de casi medio metro de profundidad, detuvo gran parte del choque. Pudo salir a respirar olvidando el monstruo y pensando solo en lo repugnante de aquella agua que era turbia y llena de mugre. Para colmo al salir a la superficie pudo ver como una rata asustada por la intrusa, huía por el cordón que sobresalía a un lado del agua. Si hay algo que odiaba eran las ratas, aunque reconocía que le daban menos miedo que aquel monstruo que la seguía. La rata se perdió en la oscura profundidad de aquel acueducto mientras ella escupía hasta asegurarse de que ni una gota de esa horrible agua quedaría en su paladar y tratando de olvidar la que ya se encontraba en sus pulmones pues era inevitable.
Sus ojos se centraron sobre el lugar por donde había caído, un cilindro de medio metro de diámetro y uno de largo, donde estaba la escalera. El monstruo había pasado por arriba sin detenerse, dispuesto a continuar la persecución. Coqui oyó entonces un grito humano de dolor, no pudo evitar trepar por la escalera y mirar al exterior. Unos cincuenta metros calle abajo pudo ver al monstruo desgarrando el cuerpo sin vida de Aron, con una de sus manos sostenía el torso y con la otra le arrancaba la cabeza y la arrojaba lejos, luego tomaba el resto y lo cargaba al hombro, como si fuese una bolsa. Luego se volvió hacia ella y comenzó a volver por el centro de la calle. Coqui se escondió dentro del agujero y espero a que el monstruo pasara y siguiera pero este se detuvo. Arrojó el cuerpo destrozado de Aron a un lado y luego observó con calma la alcantarilla. Olfateo el aire que salía de adentro con la misma precisión que un perro y enseguida introdujo la cabeza seguro de que su victima estaba escondida ahí. Coqui se ocultó lo mas profundo que pudo y vio como los ojos de aquel ser indagaban apenas hasta donde podían. No llegaba a ver mas allá de donde terminaba la escalera y era imposible que aquel enorme cuerpo pudiese pasar por allí por lo que al cabo de un rato el ser se alejó, cargando con su única presa.
Coqui respiró aliviada y miro el lugar. Era como un tubo, redondo y con una parte hundida en agua sucia, pero por el momento no sintió ni siquiera asco, incluso llegó a sentirse protegida allí. Decidió que debía buscar otro camino, no se atrevería a salir por el lugar donde el monstruo la había visto entrar, quizás lo estaría vigilando y esperándola. Calculó, de acuerdo a la dirección de la calle, cuál era el camino que la alejaba de la plaza y tomó hacia ese sentido.
Luego de avanzar unos cincuenta metros la luz del lugar por donde había entrado era apenas un punto en la distancia, por lo que caminaba en absoluta oscuridad, mojándose y soportando el olor a suciedad y barro del drenaje. Cada tanto oía el sonido agudo de alguna rata y huyendo de su presencia. Siguió, entre el agua podrida y dudando si no sería mejor dar marcha atrás, cuando vio a lo lejos otro punto de luz. Se acercó para comprobar que era otra alcantarilla y lo comprobó enseguida. También había una escalera que subía hacia la superficie. Subió y miró hacia fuera, estaba en el centro de un cruce de calles, el lugar estaba desolado y no había rastros del horrible bicho. Dudo un momento antes de animarse a salir. Cuando por fin lo hizo corrió deprisa hasta ocultarse en el pórtico de un edificio de tres plantas cuyas ventanas tenían todos sus cristales rotos. Allí se refugió mientras pensaba que dirección era la que la alejaba de la plaza. Al azar tomo la calle sobre la que se encontraba, avanzando pegada a la pared, refugiándose de puerta en puerta y controlando en todo momento la posible presencia de cosas extrañas, como la que la había perseguido.
Estaba un poco mas tranquila, aunque todavía no entendía nada, ni donde estaba ni porque no había nadie y menos porque la quería comer ese asqueroso ser.
Cruzaba una bocacalle cuando oyó apenas un susurro que la llamaba desde algún lado que no supo distinguir. La llamada volvió a escucharse, esta vez mas clara y mas fuerte.
- ¡Hey! – oyó que le decían, - ¡aquí, en la ventana!.
Coqui giró hacia el lugar desde donde venía la voz, era una casa de dos plantas sin revoque, en una de los ventanales superiores pudo distinguir la media figura oculta tras una cortina que colgaba despedazada como un trapo de limpieza.
Era un hombre, el primero que veía en la ciudad.

3

- Es por allá – le indicó señalando un edificio con varios locales comerciales en su fachada. - En la Farmacia.
Cruzaron la calle a paso ligero y se ocultaron detrás de los surtidores de una estación de servicio, luego avanzaron por la vereda hasta llegar al local.
Desde que se habían conocido casi no habían cruzado palabra. La primera frase fue: - si tu idea es sobrevivir unos días al menos sígueme. Luego solo recibió ordenes de por donde caminar, que hacer y como moverse, siempre respondiendo con un gesto de comprensión. Así habían cruzado media ciudad hasta por fin llegar a aquel comercio.
- Tuviste mucha suerte al caer en aquel acueducto, a tu compañero en cambio no le fue nada bien – le dijo demostrando que sabía muy bien lo ocurrido.
- ¿Estaba ahí?, porque no hizo nada, no nos ayudo – le recriminó.
- ¿Qué podía hacer?, no soy un súper héroe y ese bicho no es exactamente un cachorro.
La chica se calló, tenía razón.
- ¿Como es tu nombre? – le preguntó el hombre.
- Coqui, ¿y usted?.
- No recuerdo mi nombre, hace unas semanas me di un fuerte golpe o algo me ocurrió, pero perdí la memoria, pero me dicen Dino. Creo que lo sacaron de un cartel donde hay uno parecido a mí.
El hombre vestía ropa de marca, cómoda pero toda de color gris. Llevaba un reloj digital nuevo y calzado deportivo también recién estrenado, aún se podía sentir el olor particular de las prendas sin uso. Era de espalda ancha y grande, algo gordo también, pero se movía con mucha agilidad, coordinando cada paso con preescisión, tenía una mano completamente vendada y había algo de sangre seca en una herida cortante en su mejilla. Tenía una barba desarreglada de varios días y las manos de un hombre que trabajo con ellas.
- Te voy a presentar a los que somos – le dijo mientras entraban.
Sobre el mostrador habían colocado unos muebles, como formando una barricada improvisada, pasaron por un costado y Dino se agacho para correr una alfombra y, tomando de un aro, levantar una chapa metálica. Debajo había una escalera que conducía hacia un sótano iluminado por un simple foco que colgaba del techo. Entre las cajas había un par de colchones y en uno de ellos dormía un hombre de la misma edad que Dino y en el otro una niña de unos siete años. El hombre era flaco y de mediana estatura, pero no daba la impresión de ser débil, su pelo era castaño y su rostro no decía mucho
- Buenos días – dijo Dino en voz elevada, pretendiendo despertarlos.
La chica siguió durmiendo pero el hombre enseguida se despertó y se sentó en la cama. Al ver a Coqui se mostró sorprendido. - ¿Quién es ella? – fueron sus primeras palabras.
- Se llama Coqui y acaba de entrar. El bicho la persiguió pero se escondió en un acueducto y logró salvarse – le relató Dino.
- Has tenido suerte – le dijo el hombre levantándose del colchón.
- Te presento al Poli, su verdadero nombre es José, pero aquí a quien le importa. En su vida real era policía. Y ella es Mina – completó señalando a la niña que seguía durmiendo despreocupada.
- ¿Viven aquí? – preguntó Coqui mirando el lugar.
- No, nos vamos moviendo, pero hace dos días tuvimos un cruce con él – dijo Dino dando por entendido que sabía a quién se refería, - cuando no tiene comida y no llega nadie nuevo sale a buscarnos a nosotros, que sabe que estamos por algún lado, y nos encontró. Nos siguió por varias horas el rastro hasta que nos encontró, apenas logramos huir, como verás logro herirme – dijo mostrando su mano vendada, - así que vinimos a esta Farmacia donde por ahora estamos parando.
- ¿Qué es este lugar? – preguntó confundida, - de pronto aparecí aquí, en esta ciudad sin gente y con esa cosa que quiere matarnos, no lo comprendo – confesó resignada.
- Nosotros tampoco, empezamos igual, un día aparecimos en este lugar y comenzamos a sobrevivir como sea – dijo Dino.
- Le decimos “la jaula” – se sumó José, - en realidad lo encontramos escrito en las notas que dejó alguien que también estuvo atrapado en esta ciudad antes que nosotros. Encontramos su diario y por ahora ese hombre se lleva el premio de ser el que mas soportó antes de morir, y aguanto tan solo dos meses según lo que dice, las notas terminan de pronto, un día que escribió que debía salir a buscar alimentos – señaló mostrando un cuadernillo con apuntes.
- Pero al menos sus notas nos sirvieron. No nos vamos a rendir tan fácil, vamos a sobrevivir – intercaló nuevamente Dino.
- Sigo sin entender donde estoy – se lamentó Coqui.
- Voy a hacer guardia – dijo José interrumpiendo mientras tomaba una barra de acero y salía de la habitación.
- Bueno, no hay mucho que decir, estamos aquí y punto – resumió Dino.
Entre tanto Mina se despertó y se preocupó al ver que José no estaba, se levantó y buscó con su mirada angustiada por la habitación.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó Coqui con tono maternal, pero la chica la miró sin responder.
- Mina no habla – le informó Dino, - quedó muda del miedo, desde el momento en que vio al monstruo, no pudimos lograr que vuelva a decir una palabra y no creemos que podamos lograrlo, apenas se mueve y come poco, nos preocupa pero no hay nada que podamos hacer, no somos muy buenos en estos temas – se criticó. – Yo era mecánico, se de motores y como arreglarlos, pero no se reparar mentes ni personas – completó burlándose de si mismo.
- ¿Y desde cuando esta con ustedes? – lo interrogó.
- Desde que llegó el poli, es su hija, la cuida y protege mas que a nada, incluso mas que a su propia vida, pero sabe que Mina en este lugar no va a sobrevivir mucho tiempo. Además él se hecha la culpa de que este aquí.
- ¿Por qué, que culpa tiene él de todo esto?.
- Ninguna, yo se lo digo, pero el insiste que es por su culpa ya que él la llevó a la casa de la vieja
- ¿Cómo?.
- Estaba de servicio cuando llamo la anciana, dijo que necesitaba ayuda y cuando dio la dirección él se ofreció. Su hija iba a una escuela tan solo a dos calles por lo que fue darle la sorpresa de estar cuando salía de clases. Luego la llevó a la casa de la vieja que había pedido asistencia sin especificar que era lo que quería y aclarando que no era una emergencia. Parece que la policía recibe muchas llamadas de ese estilo y como no creyó que fuese algo peligroso decidió que Mina lo acompañe. No se con que pretexto les hizo comer sus galletas y tomar ese extraño jugo blanco y luego los llevó a la puerta de este lugar.
- Así que esa anciana tiene que ver en todo esto – razonó
- ¿No lo habías notado?, pensé que eras mas rápida – se burló riéndose.
- No se como no me di cuenta que iba a cruzar una puerta y aparecer en una ciudad fantasma con un ser del infierno siguiéndome para comerme, me pasa por ser descuidada – respondió irónica y ofendida.
- Bueno, como sea, ella trae aquí a la gente, con ingenuos pretextos, los hace salir por la puerta incorrecta, la que da a este lugar. Y a todos les da esa poción que parece leche, es un brebaje que prepara, es una bruja.
- Una bruja –
- Si, y esa cosa es su mascota, la que vive en esa bola de cristal que tiene en su mesa, y nosotros su alimento balanceado.
- ¿Nosotros estamos en esa bola?.
- No tengo ni idea de donde estamos, pero yo ahí de seguro que no entro – argumento riendo por su propia broma. – Lo único que sabemos y tenemos en común todos es que pasamos esa puerta.
- Es verdad, la puerta, ¿porque no volvemos a buscarla y salimos? – propuso Coqui.
- Que fácil lo dices, ¿cómo no se nos ocurrió? – se preguntó con gracia. - La puerta aparece y desaparece, es siempre la misma, verde despintada y con ese extraño símbolo que el bicho tiene en sus ojos y grabada en su pecho, pero las veces que la encontramos no la pudimos abrir, ya probamos con todo, además enseguida aparece el monstruo y debemos escaparnos, luego la puerta ya no esta, desaparece, no esta mas donde estaba, y aparece en algún otro lugar. Imposible saber donde – dijo con tristeza. – Cariño, estamos atrapados.
Mina había salido a buscar al poli y ya estaba de vuelta, pasó frente a ellos y volvió a recostarse.
- Debes estar cansada – le dijo Dino. – Recuéstate un rato, nosotros vamos a estar despiertos haciendo guardia.
Coqui tenía la mente despierta y confundida pero su cuerpo de verdad necesitaba un descanso. Le agradeció y se acostó en el colchón libre. No paso demasiado hasta que logró dormirse.


4

- De pie – oyó que decía Dino. Estaba parado frente a la puerta, mirando hacia fuera.
- ¿Que pasa? – preguntó Coqui que apenas recordaba donde estaba. Trató de levantarse lo mas rápido posible aunque aún se sentía cansada. No tenía idea de cuanto había dormido pero le daba la impresión de que no había sido mucho.
- Nos vamos de compras – dijo Dino, ya es tiempo de cambiar nuestras ropas, están pasadas de moda – dijo bromeando y riendo de su propio comentario.
- ¿Donde venden ropa?.
- ¿Venden? – repitió riendo, - nadie vende, es gratis y auto servicio. Es una de las ventajas de estar aquí atrapado y siendo perseguido por un monstruo feo.
Jose ya no estaba, había salido un rato antes en busca de un nuevo escondite. Se había llevado a Mina. En la Farmacia quedaban ropas que habían usado apiladas cerca de la puerta, tenían un fuerte aroma a perfume, el mismo que usaban José y Dino. Las mochilas con sus cosas no estaban mas. Estaba claro que pensaban abandonar el lugar. Mas tarde Dino le explicaría que el monstruo había pasado muy cerca de donde estaban, por una calle aledaña, había dejado rastros y eso significaba que estaba cerca de dar con ellos, por eso debían huir en busca de un nuevo refugio.
- ¿Porque tenemos que ir a buscar ropa? – quiso saber Coqui.
- Debemos cambiarnos para que pierda nuestro rastro, y vamos dejándola tirada para confundirlo, a veces prendemos fuegos en distintos puntos y nos ponemos distintos perfumes, hacemos cualquier cosa por despistarlo.
Era una mañana soleada y tranquila en la ciudad, parecía todo normal salvo por el abandono y la soledad que se respiraba en el ambiente. Salieron caminando hacia el sol, siempre lo hacían de esa manera, así sabían que se estaban alejando todo el tiempo, pero parecía no servir de nada, la metrópolis seguía siendo tan cerrada como siempre. Muchas calles y algunas avenidas, todas similares, todas rectas, formando esquinas con ángulos de noventa grados.
Dino le contó que una vez, con José habían trepado hasta la cina de una antena sobre un edificio de tres plantas. Desde allí habían podido comprobar como la ciudad se extendía como una maqueta hasta donde ellos podían ver. Sin embargo tenía que terminar, debía acabarse y comenzar el campo, un lugar abierto. Estaban planeando escapar de aquella ciudad.
Tras unos quince minutos de caminar derecho por una calle solitaria encontraron el cruce con una avenida, sobre esta había una gran tienda cuyos carteles anunciaban grandes rebajas en ropa de temporada.
Aquí podremos encontrar algo – dedujo Dino.
Cruzaron la avenida y entraron por puerta principal. El lugar tenía dos plantas y no había nadie, las escaleras mecánicas no funcionaban.
Las puertas automáticas se abrieron cuando se acercaron, dejando la remota impresión de ser un día de compras normal en una ciudad normal. Pasaron a un hall y entraron a la nave central. El lugar estaba limpio, las escaleras mecánicas funcionaban con normalidad, los carteles y los comercios estaban iluminados. En las vidrieras veían exhibidos los productos y los precios. Todo parecía tan cotidiano que por un momento olvidaron el verdadero lugar donde estaban. La enorme soledad, reflejada en un silencio fúnebre era el único nexo que impedía separarlos por completo de la realidad. Nadie, ni un alma perdida en aquel centro comercial. Los locales vacíos, el espacio desierto, nada tenía sentido.
Dino le explicó a Coqui que muchas veces se habían encontrado con sectores de la ciudad que tenían energía eléctrica, no tenían idea porque. También encontraban a veces lugares mas modernos y otros mas viejos, como si la ciudad fuese creándose a base de sectores mezclados de distintas urbes y tiempos variados, incluso, dentro de la modernidad o antigüedad en sí de los edificios, los había en ruinas y destruidos, como si hubiesen estado abandonados desde hace décadas, y otros que daba la impresión de haber sido habitados unos minutos atrás.
- Hemos entrado una vez a una casa donde la televisión estaba prendida, aunque sin señal, el grifo del lavado abierto con la vajilla a medio lavar, las luces encendidas, la heladera entreabierta, con alimentos y bebidas en buen estado y hasta la tostadora funcionando con pan adentro, mientras que la casa de al lado tenía los muebles cubiertos por una densa capa de polvo, no funcionaba ningún artefacto, y hasta había maleza crecida en las salas.
Le contaba mientras miraban subían las escaleras hacia la segunda planta. Avanzaron luego por el pasillo hasta encontrar tiendas de ropa deportiva. Entraron en la primera que vieron y comenzaron a probarse prendas cómodas, livianas y de colores sobrios. Luego eligieron calzado deportivo de atletismo y tomaron un bolso donde cargaron mas ropa. Salieron del comercio y buscaron una farmacia donde tomaron alcohol y vendas. Al pasar cerca de la caja Coqui notó que estaba abierta y con billetes, pero estos eran azulados y distintos a cualquiera que haya visto alguna vez. Las monedas eran doradas y tenían símbolos de algún país que también le resultó desconocido.
Pasaron también por una perfumería, donde seleccionaron distintas variedades de colonias y perfumes destinados a despistar a su cazador.
Coqui tenía hambre por lo que pasaron por un patio de comidas donde tomaron de uno de los bares varios bocadillos y bebidas y se sentaron en una mesa del patio a comer. El lugar era grande y solo se oía el monótono zumbido de la escalera mecánica en funcionamiento. En la margen opuesta a donde ellos estaban se podían leer los títulos de las carteleras de un complejo de cines. Las cabinas para comprar las entradas estaban iluminadas pero vacías. A Coqui le pareció extraño el no reconocer ninguna de las películas anunciadas ni a los actores protagonistas, por un momento se tentó de entrar a ver alguna.
Habían terminado de comer, Coqui estaba buscando un pastel en la barra de uno de los locales de comida y Dino tomaba su segunda cerveza cuando de pronto la escalera mecánica dejó de funcionar. El silencio que se sembró en la atmósfera fue sublime, pero nada hubiesen temido, ya que la escalera podría haberse detenido por muchas razones, de no haber escuchado el claro sonido de un cristal que se rompía no muy lejos. Era una de las puertas automáticas de la entrada. Dino dejó caer la cerveza y Coqui se alejó de las tartas y se acercó a su compañero. Se asomaron hacia el hall principal para ver lo que no querían ver, a lo lejos en el pasillo la horrible figura de aquella bestia. El ser Olfateaba el aire, seguro de que ellos estaban adentro y con la clara intención de encontrarlos.
Apenas duró la mirada, de inmediato se ocultaron de su mirada y corrieron alejándose.
- Debemos bajar por algún lado – sugirió Dino.
- ¡Bajar!, ¡la cosa esa esta abajo! – le recordó Coqui.
- Si, pero va a subir a buscarnos, ya sabe que estamos acá, tenemos que salir y tratar de perderlo. ¡Allá! – indicó señalando una puerta verde marcada como salida de incendios.
Llegaron hasta el otro extremo del patio y antes de dirigirse a la salida de emergencia Dino fue hasta otra puerta y la abrió. Era una sala de máquinas, tenía el techo alto y había un gran tanque de agua, un aparato que parecía ser el que generaba la calefacción central y un montón de cajas y lugares donde poder ocultarse. Abrió su viejo bolso y quitó un frasco del perfume que venía usando los últimos días y lo arrojó contra la pared del fondo de la sala. El frasco de vidrio estallo y el líquido se esparció por la pared, el piso y el aire. Luego dejó caer el bolso y salieron, dejándo la puerta entre abierta. A continuación entraron en el conducto de la salida de emergencias. Era un pasillo ancho que terminaba en unas escaleras que bajaban en caracól con una columna al centro. Apenas de detuvieron para verificar que no había ningún monstruo por allí y luego descendieron lo mas deprisa posible. No podían saber en que planta estaba la salida por lo que siguieron hasta la de mas abajo. Al salir se encontraron en un gran estacionamiento. Estaba desierto y no se oía mas que el goteo de un caño roto que pasaba por el bajo techo. Caminaron sin rumbo hasta encontrar un cartel con una indicación de salida y una flecha iluminada que apuntaba a la derecha. Siguieron la indicación hasta llegar a una rampa donde había una barrera para autos que se cerraba y abría sin control. La pasaron y subieron la rampa que, en su extremo opuesto y antes de una curva de noventa grados, permitía el fogozo paso de la luz del día.
Salieron a la con inseguridad, temiendo que la bestia haya optado por esperarlos abajo. Pero de todos modos no se detuvieron a comprobarlo, corrieron hasta una calle lateral y escaparon por ella.
Recién entonces volvieron a hablar – creo que nos estará buscando un rato entre los comercios – supuso Dino aún agitado y recuperando el aire.
Coqui asintió pero no dijo nada, miraba hacia atrás todavía con miedo. No había nada, solo la monotonía de una ciudad vacía.

5

- Todavía nos falta conseguir comida, quizá en aquella almacén podamos encontrar algo– sugirió señalando un pequeño local de la margen opuesta de la calle. – El problema es encontrar lugares que parezcan “nuevos”, sino todo lo que hay adentro estará podrido – agregó.
- No logro entender como la ciudad pueda estar compuesta por lugares nuevos y otros viejos – confeso Coqui.
- Pues somos dos, pero lo importante ahora es encontrar comida para tener los próximos días.
Cruzaron la calle, Coqui por costumbre miró si venía algún auto, cosa que no ocurrió. Entraron al comercio, todo estaba en orden, había polvo sobre los estantes pero no parecía demasiado abandonado el lugar. En una de las paredes detrás del mostrador estaban los productos no perecederos. Había muchas latas de conserva de todo tipo, botellas de vino, aceite, frascos de vidrio con tomates, olivas y otras verduras.
Coqui buscó una lata cualquiera y verificó el vencimiento, pero no pudo encontrar ninguna fecha, se fijó entonces en otra y tampoco encontró nada. Dino que recién se percataba de lo que hacía le dijo que no encontraría fechas.
- Tampoco sabemos porque, pero no hay fechas, en ningún lado las hay, ni en las latas, ni en los periódicos que puedas encontrar en las calles, ni en los relojes que funcionan. Simplemente las fechas en esta ciudad no existen.
Coqui no se interesó en indagar mas al respecto, mas bien se resigno a aceptar las reglas y solo preguntó como sabrían el vencimiento de las latas.
- Hay que arriesgar - respondió Dino mirando la estantería.
De allí tomaron algunas latas de tomate, cubos de sopa, frascos de paté y otras latas de legumbres que parecían en buen estado.
Se adentraron un poco mas para ver los productos de la pared del fondo, allí el aire olía mal, enseguida lo notaron. Era un olor nauseabundo que venía de la puerta de atrás. Coqui hubiese preferido no ir hacia esa puerta pero Dino quiso investigar. Del otro lado había una escalera de unos tres o cuatro peldaños que daba a una habitación repleta de cajas. Era un deposito pequeño. El olor era mas penetrante adentro. Coqui prefirió mirar desde la puerta sin pasar mientras que Dino se adentró entre los pasillos que formaban las cajas. Detrás de unos bidones con aceite encontró el cuerpo. Era de un joven de unos veinte años, de piel morena. Usaba lentes ahumados y vestía ropa informal, de su cuello colgaban dos cadenas de oro, parecía un pandillero. Tenía una herida profunda que le atravesaba el abdomen. La sangre que había perdido estaba seca y desparramada a su alrededor.
Dedujeron que había sido atacado por la bestia pero que había logrado escaparse, aunque las heridas fueron suficientes para que muriese mas tarde. Había alcanzado refugiarse allí hasta morir desangrado. Notaron que su reloj digital indicaba que eran las tres de la mañana y sin embargo funcionaba.
No se quedaron mucho tiempo analizando el cuerpo, prefirieron irse lo mas pronto posible y tratar de no pensar mas en lo que habían visto. La espantosa idea de poder acabar como aquel desdichado había impuesto el silencio mientras caminaban por una calle angosta y de construcciones bajas y precarias, alejándose y con el bolso de Dino repleto de comida.
Por donde andaban no había comercios, era una zona residencial de casas de dos o tres pisos manteniendo el mismo estilo, algunas eran antiguas pero estaban bien conservadas. Llegaron a una esquina donde quedaban desentonaban las ruinas de una iglesia. Los rastros las paredes negras y maderas consumidas delataban de había sufrido un incendio. A Coqui le pareció raro pues el resto de las viviendas estaban en buen estado. Los edificios podían tener distintas antigüedades y por esto algunos estaban en ruinas, pero ninguno estaba destruido intencionalmente. Le preguntó a Dino, el cuál se sorprendió de lo observadora que era la chica y le respondió:
- Es cierto, no me lo había pensado pero ahora que lo hago recuerdo que hace unos días pasamos por una iglesia y también había sido incendiada, y creo que los primeros días he visto otra igual. Alguien las prende fuego.
- ¿Por qué será? - se preguntó Coqui.
- Creo que la ciudad se va alimentando de partes completas de otras ciudades, y a veces estas tienen iglesias, pero quizá estas puedan resultar un buen refugio para los que caemos aquí.
- O quizás el monstruo no puede entrar en ellas - propuso ella.
- Puede ser, entonces las destruye, para que a nadie se le ocurra entrar a ellas y salvarse de la bestia.
-¿Quién las destruye?.
- La vieja; esa bruja que nos metió aquí - dijo enojado Dino.
- ¿Bruja?. ¡Eso es!, puede que sea una bruja y odiará las iglesias que alguna vez las perseguían y las quemaban.
- Y por eso ella ahora las incendia - completó Dino. - Bueno, y que mas da, no nos sirve de nada saberlo, seguimos estamos atrapados tratando de sobrevivir - se quejó y siguieron caminando.
Llegaron a la esquina, donde comenzaban a verse edificios mas modernos, y apenas al girar se encontraron con la horrible presencia del monstruo a poco mas de una calle de distancia. Retrocedieron pero demasiado tarde, la bestia ya los había visto. Una vez mas estaban corriendo a toda prisa buscando un lugar donde ocultarse. Doblaron en la siguiente esquina, alejándose por el momento de la visión del monstruo que los perseguía. Dino le indicó un pequeño callejón que partía en dos la separación entre unos edificios.
Lograron entrar antes de que le monstruo doblase pero, al cabo de unos metros de avanzar hacia adentro, notaron que el callejón parecía terminar en una pared de ladrillos expuestos. Ya era tarde para volver atrás, pero si aquel ser entraba a buscarlos allí no tendrían manera de escapar. Prefirieron intentar abrir alguna de las pocas puertas que había. No tuvieron éxito, todas estaban cerradas con candados y eran de metal. Había una escalera de emergencias pero no llegaba hasta el piso y estaba demasiado alta para que pudiesen alcanzarla.
El monstruo aparecería en cualquier momento, ya no les quedaba mas opciones que ocultarse y esperar que no los viese si entraba al callejón. Se escondieron detrás de unos botes de basura y permanecieron allí en silencio. El tiempo se detuvo en la agonía de una espera interminable. Por fin pudieron ver entre los botes la figura de la bestia. Atravesó lentamente el sector de la calle que podían ver desde allí y continuó su camino. Pasaron unos segundos y a medida que continuaban pasando daba la impresión de que el peligro se alejaba. De todas maneras no se atrevían a salir de donde estaban ocultos. Debían ser pacientes y esperar lo necesario para asegurarse que el camino estaba despejado.
Echaron una última mirada y se disponían a salir cuando apareció la cabeza del monstruo asomándose por una de las paredes, al inicio del callejón. El temor los invadió y aumento cuando vieron como el ser olía el aire y luego penetraba en el callejón. Su cuerpo apenas entraba en el ancho de las dos paredes pero era suficiente. Caminaba lentamente hacia ellos, como si ya no tuviese que correr porque sabía que los tenía atrapados, sabía que pronto comería. No había manera de escapar, nada podía salvarlos.
Dino le dijo a Coqui en voz baja: - dejaremos que se acerque y luego saldré a toda prisa hacia él, cuando me atrape trata de aprovechar el momento y escabullirte. Es tu única oportunidad - completó.
Coqui no respondió, no se mostró a favor ni en contra de la idea, tan solo permaneció en silencio e inmóvil. En ese momento se oyó un grito humano. Procedía de alguna calle cercana. Era una mujer.
- ¡Hola! - se oyó nuevamente la voz, esta vez con mayor claridad. - ¿Hay alguien?.
Calcularon que debía estar acercándose. Miraron como la bestia giraba la cabeza, como analizando el sonido. Luego olfateó nuevamente el aire, como confundido.
Dino le susurro a Coqui: - creo que piensa que se equivocó, que aquí no estamos sino en la calle.
- Que mas da mientras se vaya - replicó Coqui en voz baja.
Mientras tanto la bestia daba media vuelta, dándoles la espalda, salía del callejón y se alejaba hacia el origen de los gritos. Cuando desapareció se pusieron de pie y avanzaron con cautela hasta la calle. La bestia ya no estaba. Volvió a oírse un grito, esta vez no era de desconcierto como las otras veces, sino de temor. La voz era mas aguda. Se oyeron varios alaridos mas, que llegaba doblando por la esquina. Se miraron y luego decidieron ir hacia allí. Al llegar vieron como a unos cincuenta metros una mujer de unos treinta años y rasgos orientales corría desesperada mientras el extraño ser, con pasos mas largos, le daba alcance. Al estar sobre ella, estiró su enorme brazo para agarrar con brutalidad su cintura y levantarla por el aire. Coqui giró la cabeza prefiriendo no mirar lo que vendría. Con el otro brazo, la bestia la aferró del tórax y tirando con fuerza hacia fuera la partió en dos como a un pedazo de pan. Dino hasta entonces seguía mirando pero debió dejar de hacerlo invadido por fuertes nauseas. Se repuso para oír a Coqui pidiéndole que se fueran de ahí. Dino. Aceptó sin dudarlo y se alejaron corriendo mientras el monstruo devoraba lo que quedaba de aquella pobre mujer, que sin saberlo, les había salvado la vida.

6

Se encontraron con el José y su hija en una vieja biblioteca frente a una pequeña plazoleta con una estatua ecuestre al centro. Coqui trató de reconocer sin éxito al general que posaba sobre el caballo. La figura de bronce estiraba su espada hacia delante, animando a un supuesto ejercito que lo seguía a enfrentarse contra el enemigo.
La biblioteca era un edificio estilo romano, cuadrado y de cemento grisáceo. La puerta de dos piezas estaba elevada y se accedía a ella subiendo por una amplia escalinata de peldaños pequeños, el techo a dos aguas se sostenía por cuatro columnas dóricas, dando espacio a un hall exterior apenas decorado. La puerta estaba entre abierta y dibujaba sobre el piso del interior un haz de luz solar rectangular. Entraron sin tener que moverla, desdibujando por un momento el rectángulo de luz con sus sombras. El aire en el interior era mas frío y seco. Pasado el hall interior, decorado con mármol blanco y negro, bajaron una pequeña escalera que los llevó a una gran sala con paredes revestidas en madera oscura e incalculables estantes repletos con libros. En el centro había numerosos escritorios provistos con veladores de mesa dorados. En algunos habían libros abiertos, como si los hubiesen abandonado de repente. Se acercaron a uno donde reposaba un ejemplar de un manuscrito de aspecto ancestral. Sobre el libro, que estaba abierto casi por la mitad, habían dejado una lupa. Coqui lo tomó y buscó sin éxito el nombre del autor. Decidió dejarlo donde estaba y no indagar mas sobre el asunto. Dino, desinteresado de los libros, se sentó sobre una mesa larga que presidía el inicio de una nueva estantería y se remitió a esperar.
- Ya vendrán – supuso echando una breve mirada a la puerta del salón.
Unos diez minutos mas tarde José y su hija entraban a la biblioteca. La niña cargaba una mochila con medicamentos y algunas botellas de agua. José sostenía en cada brazo bidones cargados con un líquido que despedía olor a gasolina.
- Bueno, vamos – ordeno a todos Dino mientras avanzaba hacia una pequeña puerta en una esquina. Esta daba a un pasillo angosto que llegó hasta una escalera de cemento que subía en caracol. Salieron a una calle lateral por lo que parecía una puerta de emergencia, luego siguieron por esa calle unos diez minutos hasta que se detuvieron frente a un galpón. Dino y José se arrodillaron y empujaron hacia arriba para levantar la persiana metálica. Esta cedió ruidosa, pasaron al interior y luego volvieron a cerrarla.
Adentro, en el centro de lo que parecía un viejo taller mecánico, relucía la figura de un auto. José encendió una lámpara y la luz lo iluminó, mostrando su chapa pintada de rojo.
- Este es mi chico – le confesó Dino a Coqui, la cuál miraba el vehículo sin demasiada emoción. – es un Torino viejo, pero pronto va a sacarnos de esta ciudad para siempre, es cuestión de trabajarle un poco el motor – entonó con voz esperanzada.
Esa tarde Coqui se dedicó a tratar de descansar. Se recostó sobre un rotoso sofá de tela verde y trató de invocar sin mucho éxito el sueño. No le resultaba fácil relajarse con el ruido de martillazos sobre metal que hacían Dino y José mientras rectificaban el motor del auto. Decidió alejarse a una habitación en la planta superior. Allí estaba Mina, sentada en una silla en silencio y mirando el débil sol de la tarde hundiéndose entre los edificios. Coqui se aproximó a ella con mansedumbre y se sentó en una silla que arrimó a su lado.
- Hola – le dijo Coqui acompañándola en la mirada al atardecer, - no me gustan las ciudades, prefiero el campo – le comentó.
Pero la niña no respondió, quedó mirando el cielo que se apoyaba sobre el cemento de la ciudad. Decidió entonces que no debía decir nada mas, se acomodó en la silla y se unió a su silencio.
- Desearía vivir en el campo – dijo de pronto la niña.
Coqui se sorprendió de oírla hablar por primera vez. Pensó en bajar y comentárselo a su padre pero estaba cómoda así que prefirió quedarse allí y decírselo mas tarde.
Hablaron un rato, no demasiado, sobre el campo y sus ventajas. Coqui percibió un aire de confianza entre ambas. La conversación fue diluyéndose hasta que Mina le dijo que se recostaría un poco porque estaba cansada. Coqui hizo lo mismo, ya había terminado de caer el sol y estaba oscureciendo cuando se durmió.
A la mañana siguiente José las despertó. Estaba manchado con grasa en sus manos y en sus ropas, habían trabajado varias horas mas durante la noche hasta que el auto estuvo listo. Al bajar lo vieron, no parecía haber cambiado en nada para Coqui por lo que no hizo comentarios, pero la diferencia principal era que ahora funcionaba el motor.
Cargaron las provisiones, las ropas y los medicamentos, llenaron el tanque de combustible y subieron todos al auto. Dino manejaba y José, luego de abrir la puerta del garage, se sentó a su lado. Coqui y Mina se situaron atrás. Salieron y tomaron una avenida que iba hacia el norte. Pasaron por una plaza cuyo centro lo adornaba un asta de bandera vacía. Coqui la observó y notó como la cuerda de la bandera que alguna vez ondeó se mecía como un péndulo por el viento. La avenida terminó contra una calle de empedrado que debieron tomar para buscar alguna otra manera de seguir hacia el norte. Encontraron una calle que subía apenas inclinada, una loma y luego se encaminaba recta hacia la dirección deseada. Varias calles mas adelante culminó en un callejón sin salida por lo que debieron retomar y buscar otra calle que enseguida encontraron. Así continuaron intentando salir de la ciudad, siempre hacia el norte, durante toda la mañana. La urbe no parecía terminar, no había autopistas ni comenzaba a haber campo, ni siquiera se espaciaban mas las edificaciones, era todo igual, parejo, infinito y eterno.
- No hay salida – dijo José por primera vez.
- No es posible, debe haberla – se quiso convencer Dino.
Entonces pasaron junto a una plaza, en el centro había un asta, incluso a pesar de esta hubiese pasado desapercibida pero también estaba aquella cuerda, meciéndose por el viento de la misma manera que la que Coqui había visto antes.
- Ya pasamos por aquí – aseguró entonces.
- Es imposible, siempre maneje hacia el norte, estoy seguro - la contradijo Dino.
- Como digas, pero ya pasamos por esta plaza - dijo Coqui señalándola, - y también estoy segura. Pero nadie la recordaba, por lo que Coqui especificó aún mas – pasamos por aquella avenida – dijo refiriéndose al lado opuesto, recuerdo el mástil y la soga colgando, estoy segura de haberla visto – sentenció.
- Puede que sea otra plaza similar, muchas tienen mástiles con cuerdas – dijo José.
- No, estoy segura que era esta – afirmó Coqui.
- Bueno, de todas maneras no nos queda mas que seguir al norte y buscar una salida – concluyó Dino.
Pasó mas de una hora cuando vieron lo que parecía la misma plaza. Esta vez todos tuvieron la sensación de que Coqui estaba en lo cierto. La cuerda se movía de la misma manera que las otras veces, era como si la plaza estuviesen viviendo el mismo momento una y otra vez.
Dino, con voz de irritación dijo – ya veremos si es la misma plaza – y a continuación subió el Torino a la acera y recorriendo los jardines de la plaza se dirigió hasta el asta. Al llegar no se detuvo, atropellándolo. El poste, luego de tambalearse, cayó hacia un lado quebrándose en su base. Dino volvió el auto al camino repitiendo que ya sabrían si se trata de la misma plaza.
Siguieron por las calles hacia el norte, aunque esta vez comenzaron a dudar si el punto de referencia era el mismo, por momentos sentían como si el norte fuese cambiando de dirección aunque la calle por la que anduvieran fuera una recta.
Había pasado al menos otra hora cuando volvieron a encontrarse con la plaza. El mástil ahora estaba tirado a un lado, con la base partida.
- Estamos dando vueltas en círculos – dijo alarmado José.
Dino detuvo el auto y bajó para asegurarse de que el mástil era el mismo que había derribado, luego se pasó la mano por la frente, como cansado e intentó explicar – es como si la ciudad fuese una bola, una esfera redonda, no se, es una especie de planeta pequeño.
- No puedo creerlo – dijo José desanimado, viendo que sus esperanzas de abandonar la ciudad se desvanecían.
Entonces se oyó un grito ya conocido y temido, era el monstruo.
- Esta cerca – analizó José buscando deducir el origen del sonido.
- Salgamos de acá – dijo Dino mientras se subía al auto.
Aceleró por la avenida alejándose y esperando no cruzarse con el monstruo, pero no tuvieron suerte; la bestia apareció por la esquina de la calle mas próxima y se paró delante de ellos cortando parte de la avenida. Dino giró el volante hacia la izquierda, tratando de evitarlo , pero al pasar junto a él, este golpeo con su brazo la parte trasera del vehículo, el cuál giró la cola hacia un lado. Dino perdió el control y gritó que se agarrasen mientras trataba de evitar que el auto chocase de frente un farol al borde de la acera, entonces el auto giró hacia el lado opuesto y, ya sin control, subió a la vereda y golpeó de frente un par de botes de basura antes de estrellarse contra la fachada de una florería cuyas plantas estaban todas secas y marchitas.
José fue el primero en levantar la voz para preguntar si estaban todos bien, pero al girar a su izquierda supo que no era así. La cabeza de Dino colgaba del volante, su rostro ensangrentado y apenas reconocible por las heridas había quedado mirándo hacia él. lo, sus ojos estaban cerrados y no parecía estar vivo. Había destruido el vidrio delantero con su frente y un pedazo afilado se había clavado cerca de su garganta. José intentó reanimarlo pero Dino no reaccionó – Al menos ha muerto en su auto – pensó José intentando consolar su alma.
Las chicas atrás estaban golpeadas pero bien, Coqui tenía un dolor en el pie izquierdo pero anunció que podía caminar y Mina solo mostraba un pequeño rasguño en su frente. La parte delantera del vehículo estaba completamente destrozada por lo que José debió pasar al asiento de atrás y salir por la puerta de Mina, la única que lograron abrir. Abandonaron el auto y el cuerpo de Dino y corrieron al interior del local, encontraron una salida a un callejón en la parte trasera y escaparon por el.
El monstruo se acercó al auto donde los olores esparcidos por el aire de los perfumes rotos impidieron que utilizara su olfato para seguir a los sobrevivientes.
Se alejaron todo lo que pudieron en silencio, nadie quiso hacer comentarios sobre lo sucedido. Se detuvieron solo un momento cerca de una bodega donde encontraron algo de pan en buen estado, hasta que al caer la tarde buscaron refugio en una casa de dos plantas con balcones de estilo colonial. Allí decidieron quedarse a pasar la noche.


7

Coqui no supo que hora era ya que su reloj había dejado de funcionar, pero sabía que era plena noche ya que la luna llena dibujaba un perfecto círculo blanco brillante en el centro del cielo. Se había despertado exaltada, enseguida supo que estaba teniendo una pesadilla, aunque al despertar y recordar el lugar donde estaba dudo si no estaba mejor en su sueño. Le dolía la mandíbula y supo que era porque había estado apretando sus dientes con fuerza.
Tenía sed por lo que buscó la única botella de agua mineral que tenían y bebió un trago, luego se asomó por la ventana para encontrar una calle desolada y en calma. Estaban en la segunda planta de la casa, en lo que alguna vez había sido la habitación de huéspedes de una familia adinerada. José y Mina dormían en silencio. Trató sin éxito de hacer funcionar el reloj y luego decidió quitarselo y abandonarlo sobre una mesa pequeña pensando que la próxima vez que pasaran por un centro comercial tomaría uno nuevo y mas moderno.
Había perdido el sueño por lo que decidió tomar una silla y sentarse junto a la ventana para no perturbar el reposo de Mina y José. Se sentó y miró a lo lejos sin enfocar en nada en particular, la calle seguía sumida en un estado de quietud absoluta cuando a lo lejos creyó ver algo apenas perceptible que se movía. Concentró la vista en el punto donde parecía estar el objeto que se movía. En un principio no pudo distinguir nada pero de pronto notó un reflejo de la luna sobre algo parecido a un cristal que brillaba calle arriba. Se aseguró que no era su imaginación y pudo notar que lo que fuese que se movía se estaba acercando. Ahora sí Coqui decidió que debía despertar al menos a José, y avisarle.
Se acercó y al apenas moverlo José se puso de pie y le preguntó en voz baja que ocurría. Coqui le indicó la ventana y le describió brevemente que había visto algo moviéndose afuera. Se acercaron juntos a la ventana y José se asomó lo justo para poder ver la calle. A lo lejos distinguió enseguida que algo se movía lentamente en dirección hacia ellos.
Coqui había visto un reflejo pero este ya no se notaba, ahora era algo que se movía, algo que poco a poco fue tomando la forma de una figura humana.
- ¿Será otro náufrago? – sugirió en voz susurrante Coqui.
- No lo creo. Quien quiera que sea parece demasiado tranquilo para estar perdido y solo en una enorme ciudad desierta – opinó José.
Comenzó a oírse el rítmico ruido de los pasos quebrando el silencio de la ciudad vacía. Quien quiera que fuese que caminaba llevaba un andar lento y parejo. Entonces el reflejo que había alertado a Coqui en un principio volvió a verse. Era la luna que se refractaba en algo, un objeto que la misteriosa figura llevaba en sus manos. José creo que se podía tratar de un espejo pero cuando ya estaba mas cerca pudo rectificares, era un objeto de cristal pero con forma circular, una bola de cristal. Debió estar todavía mas cerca, casi al pasar por la vereda del frente a la casa donde se escondían, para reconocer que la persona era la misma anciana que los había invitado, con diferentes excusas, a pasar a su casa y luego había engañado para atraparlos en la ciudad. En su andar no se notaba temor ni preocupación en absoluto de encontrarse con la bestia, era como si sencillamente estuviese dando un paseo bajo la hermosa noche de luna llena y clima templado. Pasó por enfrente de la casa y siguió su camino, sin detenerse ni observar nada en la casa donde se escondían, como si su único objetivo fuese disfrutar de su paseo. Llegaron a verle el rostro, su expresión ya no representaba la amable abuelita que los había invitado a su casa sino el de una bruja anciana decrépita, cargada de maldad y odio. Pero de todas maneras estaba sola e indefensa, la bestia no daba muestras de estar cerca, por lo que José decidió que debían bajar a la calle y seguirla. Coqui acepto sin reparos y en silencio descendieron por la escalera de mármol gris y salieron a la calle. Decidieron que lo mejor era dejar a Mina, la cuál dormía sin perturbaciónes.
La vieja, de espaldas a ellos, avanzó hasta la siguiente esquina y desapareció doblando a la izquierda.
- Demos la vuelta y por el otro lado y la interceptamos en la siguiente esquina – sugirió José mientras comenzaba a alejarse hacia la dirección propuesta.
Apuraron el paso por la calle paralela mas próxima y volvieron a tomar la siguiente lateral hasta la esquina donde debía aparecer la anciana. Se escondieron detrás de un auto desmantelado que estaba aparcado junto a un puesto de periódicos cerrado. Esperaron pacientes hasta que la vieja apareció de frente a ellos y manteniendo su paso lento y despreocupado. A través de las ventanas sin cristales del auto pudieron verla perfectamente. La esfera de cristal que llevaba en sus manos brillaba de manera mágica y sin necesidad de la luz pálida de la luna, parecía tener energía propia. Notaron como de su cuello colgaba algo, era metálico y cuando paso junto a ellos pudieron estar seguros de que se trataba de una llave. Enseguida José y Coqui se miraron pensando lo mismo.
- Es la llave – le dijo en voz baja Coqui.
- Si, eso creo. Debemos quitársela, es nuestra oportunidad, el monstruo no esta cerca – sentenció.
La vieja se había alejado ya unos metros cuando decidieron salir de atrás del auto y avanzar deprisa hacia la anciana. Esta, al las ruidosas pisadas que hacían eco en las paredes de los edificios deshabitados giró hacia ellos.
- Ya la tenemos – festejó José mientras se acercaron hasta tenerla al alcance de su brazo. Pero los ojos de la vieja se enverdecieron de repente y apretando la bola de cristal gritó: - ¡este es mi mundo!.
Luego una fuerza invisible que partió de la esfera los impulsó varios metros hacia atrás, como si fuese un viento huracanado aparecido de la nada. Coqui y José volaron hasta caer sobre el asfalto en el medio de la calle. Luego la anciana siguió su camino hasta la próxima calle. Coqui tardó en reponerse de la caída que le había provocado un dolor de cintura y un golpe en la cabeza. José también se había golpeado la nuca contra el piso pero se repuso enseguida y volvió a cargar contra la anciana.
Esta se quitó la llave y la colocó en una puerta llegando a la esquina. Era la puerta de su casa, la misma que habían visto al entrar por primera vez en el mundo real, el símbolo de óvalos y la madera verdosa se los delató. José corrió lo mas deprisa que pudo pero no fue suficiente, la anciana ya había abierto la puerta y cuando llegó a ella no pudo evitar que la cerrase, desapareciendo tras ella.
Inútil fue intentar abrirla hasta que decidieron que lo mejor sería escapar antes de que el monstruo se hiciera presente.
Fueron hasta la casa donde aún Mina dormía desentendida, la despertaron y huyeron buscando un nuevo y lejano refugio donde descansar el resto de la noche.

8

Era una mañana un poco mas fría que las anteriores, algunas nubes del sur venían barriendo el cielo y cambiando su color celeste por un gris desparejo. Coqui, a pesar de todo, había dormido bien, esa noche no recordaba haber soñado.
Se despertaron tarde, comieron pan con miel y tomaron jugo de frutas, luego salieron en busca de otro lugar sin rumbo. No habían ánimo, no había mas ideas, tras el frustrado intento de fuga y la muerte de Dino se habían acabado las esperanzas, el único plan había terminado, ahora para José no quedaba otra alternativa que sobrevivir un poco mas, hasta que todo acabase un día que el monstruo los encuentre.
Pasaron la mañana en una calle peatonal, se cambiaron la ropa y tomaron nuevos perfumes. En una casa de electrodomésticos vieron como un montón de televisores encendidos mostraban el blanco de la falta de sintonía. Encontraron una cabina de teléfono pública pero la línea estaba muerta. En cada momento estaban pendientes de la aparición de la bestia. Podía surgir de cualquier esquina y acabar de inmediato con ellos. Seguramente estaría por esos momentos recorriendo las calles como ellos y no había nada que pudiesen hacer, ya era quizás el único destino posible y comenzaban a aceptarlo.
Entonces oyeron en la lejanía el grito del monstruo, al que ya con temor reconocían. Los sonidos eran los que habían oído la primera vez que lo vieron y luego cada vez que los atacaba, por lo que supusieron que un nuevo y desdichado individuo había entrado a la ciudad y probablemente sería la próxima víctima. Se imaginaron el desconcierto y la sorpresa que estaría sufriendo al ver a esa horrible bestia atacándolo sin piedad. Coqui propuso ir y hacer algo.
- ¿Algo? – respondió preguntando José, - ¿qué es algo?, ¿ver como muere y es devorado?, no – continuó resignado - , no hay salvación para el que ha entrado en la ciudad.
- Podríamos ayudarlo, al menos advertirle – propuso Coqui
- Será mejor que no se entere y muera lo antes posible, así no sufre nuestro calvario. Salvarlo sería solo extender su agonía – afirmó demostrando su falta de esperanza.
Se volvió a oír el grito, un poco mas cerca esta vez, seguramente ya había avistado a su víctima. La bestia, de alguna manera, sabía cada vez que había entrado una nueva víctima, pensaron que quizás la vieja le avisaba de alguna manera y le decía por donde estaba la puerta por la que había entrado. Entonces solo era cuestión de ir donde estuviese y atacar a un ser desprevenido.
- Bueno – dijo por fin José, - vamos a ver si podemos hacer algo – dijo y fueron sin apuros hacia donde se había oído el último de los sonidos.
Se estaban acercando cuando comenzaron a oír más gritos del monstruo, como si ya hubiese encontrado y se estuviese enfrentando a su víctima. De pronto se oyó, por primera vez, una especie de quejido de dolor proveniente de la bestia. Llegaron a una plaza donde vieron como un hombre joven huía a toda prisa mientras el monstruo trataba de seguirlo sin velocidad y caminando de manera despareja. Sus pies dejaban unas huellas de un líquido verdoso que parecía ser su sangre. Mas atrás se veían vidrios rotos esparcidos por el pavimento. Antes de perderse por una callejuela, el hombre giraba, enfrentando al monstruo que se acercaba con dificultad. Tomó una piedra y la arrojó al cristal de un auto, quebrándolo, luego patio con sus zapatos los vidrios rotos, esparciéndolos por la entrada de la bocacalle. La bestia se detuvo frente a estos y gritó con furia mientras el individuo escapaba.
Lo encontraron en la salida de la calle contigua. El hombre caminaba nervioso pero seguro de sí mismo. Al verlos se acercó como para avisarles que existía un horrible monstruo suelto por el barrio.
- Es una especie de minotauro – lo describía Murat Rutze esa tarde, recordando su cuerpo deforme y sus ojos verde brillantes, mientras descansaban en un café que parecía tener al menos cien años. Rutze no quiso contar mucho de su vida, solo aclaro que sabía muy bien como defenderse a pesar de que no era necesario una aclaración ya que lo había demostrado. Tenía veintisiete años y era de cuerpo flaco pero atlético. Usaba gafas sin armazón y tenía el pelo muy corto. Su ropa no aclaraba ni su profesión ni su calidad de vida, era sobria y cómoda, ideal para sobrevivir.
José le había contado todo lo que sabía sobre el lugar y lo que había sucedido desde que llegaron. Como era de esperar, Rutze tardó en asimilar que lo que le decían sobre el lugar donde se encontraba era cierto. Luego hablaron sobre la bestia.
- Recuerdo que vi sus pupilas, eran muy extrañas, con un símbolo grabado en el centro de ellas – describió. – También tenía algo que colgaba de su cuello, era como una especie de llave dorada, apenas visible en su pecho – agregó esforzándose por recordar.
- ¿Qué será? – pregunto en voz alta Coqui.
- Es igual, no hay nada que podamos hacer, tarde o temprano nos va a encontrar – maldijo José.
- El problema es que siempre se dedicaron a huir y no a enfrentarlo. Esta claro que escapar no es la solución, lo único que se puede hacer es luchar – animó Rutze poniéndose de pie y caminando entre las mesas.
- Es fácil decirlo, pero ...
- ¡Pero nada! – lo interrumpió Rutze, - yo pude herirlo y estaba solo y no sabía ni siquiera que era esa cosa, debemos pasar al ataque, entre todos podemos vencerlo – enfatizó.
Coqui, que se mantenía se mantuvo al margen de la discusión pero estaba de acuerdo con lo que Rutze decía, pensaba que con el fracaso de salir de la ciudad en coche la estrategia de huir ya no tenía sentido.
- ¿Tu que piensas? – le preguntó entonces José a Coqui.
Se tomo su tiempo antes de decir: - El monstruo no es invencible, lo vimos herido, sabe cuando alguien nuevo entra, es su comida y juega con el factor sorpresa, nadie espera encontrarse a una bestia cuando todavía no sabe ni siquiera que la ciudad ha cambiado y nadie sabe que hacer. Ha matado a muchos pero la mayoría ni siquiera huye, se quedan pálidos e inmóviles del desconcierto y son presa fácil, pero los pocos que logramos huir, sea por medios propios o por hechos fortuitos - dijo pensando en como se había salvado Coqui – si nos organizamos podemos luchar y vencerlo.
- Esta bien – cedió José, - vamos a intentarlo.
Esa noche José y Rutze se quedaron hasta tarde pensando y planificando las maneras posibles para acabar con la bestia. Coqui al principio estuvo en la mesa con ellos pero, al cabo de una hora de proponer diferentes opciones y discutirlas, comenzó a sentir sueño por lo que se fue con Mina, la cuál descansaba en una habitación pequeña al fondo del bar.
El problema principal era que no sabían como lograrían atraerlo hacia ellos y tampoco por donde aparecería. A Rutze se le ocurrió entonces cercar varias algunas calles para asegurarse el camino que tomará cuando los siga. Luego faltaba la trampa, debía ser algo que no pueda descubrir, pero no sabían que tan inteligente era el monstruo. Parecía ser astuto pero cuando atacaba la única ventaja real que poseía era su fuerza.

9

A la mañana siguiente, cuando Coqui se despertó, José y Rutze ya estaban levantados y terminando de discutir los detalles del plan. Desayunaron rápido y luego José salió. Mina estaba conversando con Coqui y al pasar junto a ellas saludo a su hija y les dijo que pensaba volver en menos de una hora. Antes de alejarse le pidió a Coqui que cuidase de Mina. Se sintió bien al enterarse de que Mina ya hablaba y cada vez mas fluido, quizás eso había ayudado para que no arrojase la toalla luego de lo de Dino.
- ¿Crees que saldremos alguna vez de este lugar? – le preguntó Mina a Coqui antes de llevarse a la boca un trozo de pan.
- No se – respondió con sinceridad, pero luego al levantar la vista y ver a Mina a los ojos percibió cuán necesario era para ella obtener un sí de respuesta, por lo que agregó: - pero tengo esperanzas, tu padre y Rutze están trabajando para acabar con esa bestia.
- Espero que lo logren, quiero volver a casa.
- No te preocupes, todo saldrá bien – la animó.
Mientras tanto Rutze seleccionaba algunas botellas de entre las de la barra del bar y las elegidas las iba dejando enfiladas sobre una de las mesas. Luego tomó algunos de los manteles blancos de las mesas y con un cuchillo que tomó de la cocina, comenzó a cortarlos en tiras.
Mas tarde llegó José, el cuello de su camisa estaba mojado de sudor, cargaba dos bidones de gasolina, esta vez eran mas grandes que los que había traído para el auto. Los dejó en la puerta y avanzó hasta la mesa de las botellas. Observándolas opinó:
- Son muy frágiles.
- Exacto, así se rompen con mayor facilidad – le explicó Rutze que seguía cortando tiras de tela.
José se sorprendió por su conocimiento sobre el tema.
- ¿A que te dedicabas? – quiso saber.
- Que importa – respondió evadiendo la pregunta mientras agrupaba las tiras de tela y las llevaba hacia la mesa de las botellas.
- Acerca el combustible y presta atención, voy a explicarte como armar un cóctel Molotov – le indicó.
Fue a los baños y vació una botella de whisky, luego le pidió a Coqui y a Mina que hagan lo mismo con las demás. Luego se sentó con José y juntos armaron varios cócteles.
Esa tarde salieron a patrullar la ciudad. Por delante caminaba Rutze, vestido con un chaleco de cuyos bolsillos sobresalían botellas. Tenía un mechero en la mano y jugaba con él mientras caminaba tratando de ocultar sus nervios. Más atrás iba José, cargando con mas botellas y un bidón mediano con gasolina. A unos pasos iban Coqui, cargando un bolso con botellas vacías y tiras de tela, y Mina que se mantenía a su lado sin despegarse.
Pasaron una avenida y dos calles más a plena luz de un sol estampado en un cielo que parecía de cristal azulado.
Tomaron una calle lateral y avanzaban cuando comenzaron a sentir la presencia cercana del monstruo. Se oyó por fin el grito de guerra y su figura apareció delante de ellos. De frente daba la impresión de ser mas enorme aún. Sus hombros eran desproporcionados con respecto a su cuerpo, tenía los antebrazos anchos y venosos. Miró a Rutze con odio en sus ojos, como si reconociera que él era quien se le había escapado el día anterior y quien además lo había herido. José se agazapó detrás de una furgoneta sin ruedas y le indicó a Coqui y Mina que se oculten y ellas obedecieron, escondiéndose tras las columnas de la entrada de una casona de roble antiguo.
Rutze tomó la mayor de las botellas y, aproximándola al mechero, encendió la tela que sobresalía. La bestia detuvo su avance y miró con expresión de desconcierto, como sabiendo que su víctima tramaba algo, pero de todas maneras continuó su avance. Entonces Rutze le arrojó con fuerza la botella. Esta recorrió el espacio que los separaba y se estrelló apenas debajo del cuello del monstruo, el cuál no se movió ni intentó eludirla.
Festejaron el impacto, pero enseguida comprobaron que la bomba no había explotado y que el cuerpo del monstruo no se había prendido fuego como esperaban. La breve deducción de Rutze fue que su fallo había estado en la mecha, se había apagado en el aire. Los vidrios cayeron a los pies del monstruo.
A pesar de reaccionar de inmediato y tomar otra botella, no tuvo el tiempo necesario para encenderla. La bestia se abalanzó sobre él y lo impacto con un fuerte golpe cruzado. Su cuerpo voló desarmado por el aire hasta caer un par de metros a un lado y rodar hasta la vereda. Estaba vivo pero no pudo ponerse de pie. Su rostro lo atravesaba un hilo de sangre que partía de su sien, también sentía un fuerte dolor en su torso, evaluó que al menos tendría dos costillas rotas y un esguince de tobillo que le impedía caminar. El caer todas las botellas que le quedaban se habían roto, esparciendo los vidrios por la zona.
La bestia se dirigió hacia él pero se detuvo cuando José, que había ya encendido una botella, se acercó para distraerlo mientras Rutze trataba de protegerse.
El monstruo entonces enfrento a José, y este, al tenerlo de frente, le arrojó la botella. Pero el vuelo, sin precisión, pasó a un lado de la cabeza del objetivo y continuó su vuelo hasta caer mas atrás en la calle. Esta vez si se mantuvo encendida he hizo explosión, prendiendo fuego un buzón y un coche blanco aparcado. Mientras tanto, y aprovechando la distracción de José, Rutze se arrastró hasta una alcantarilla y se ocultó dentro de ésta. Pero el monstruo optó por atacar al otro hombre, el cuál había quedado descubierto en el centro de la calle. José entonces corrió con desesperación y lo hizo en dirección a la casa donde estaban Mina y Coqui. La puerta estaba abierta y José les grito que entrasen. Ellas lo hicieron y se quedaron en una gran sala decorada con muchos adornos de porcelana y pinturas oscuras. Se asomaron por la ventana para ver como José era perseguido de cerca por la bestia.
Llegó con lo justo a refugiarse dentro de la casa y cerró la puerta apenas a tiempo. Pero el monstruo que venía corriendo, con el impulso golpeó la puerta, partiendo la madera. Retrocedió y volvió a cargar contra la entrada, esta vez los vidrios de las ventanas estallaron y el piso de la sala se inundó de cristales rotos. Los tres se escondieron debajo de una gran mesa cuando la bestia golpeó por tercera vez la puerta y esta terminó de partirse, acompañada por la pared del frente, la cual se abrió en dos partes, dejando un hueco por el cuál el enorme cuerpo de la bestia podía pasar. El techo se derrumbó dejando por completo al descubierto la sala. La mesa quedó bajo los escombros, tapada por unas vigas de madera, pero el monstruo comenzó a quitar los trozos hasta llegar a la mesa. Entonces José les gritó a Coqui y a Mina que salieran lo más rápido posible. Los tres lo hicieron justo para sentir como, con un golpe frontal, el monstruo aplastaba la tabla de la mesa.
Los tres quedaron atrapados entre las paredes blancas de la sala, el monstruo avanzó algunos pasos hasta arrinconarlos por completo. Mina se hecho en llanto y José la abrazó con ternura y tristeza, como aceptando el inevitable final, Coqui tan solo se quedó inmóvil de pie contra la pared.
El monstruo gruño con odio antes de su último ataque, pero entonces, desde algún lugar no muy lejano, y por detrás del cuerpo de la bestia, vieron como se acercaba por el aire un objeto luminoso. Recién al estar sobre el cuerpo de la bestia reconocieron que se trataba de una antorcha encendida.
Golpeó sin mucha fuerza la parte alta de la espalda de la bestia, sin hacerle daño, pero al tocar el fuego la piel rojiza del monstruo, su cuerpo entero se envolvió en llamas. El combustible que lo había rociado con la primar botella se había encendido. La bestia comenzó a caminar sin destino, gritando y retorciéndose con desesperación. Intentó sin éxito apagar su cuerpo golpeándose contra las paredes y por fin cayó al piso. Giró y continuó retorciéndose hasta que por fin el fuego lo venció. Luego el fuego fue apagándose, dejando por debajo solo un cuerpo deforme y carbonizado.
Nadie festejó, nadie dijo nada en realidad, se hizo un silencio que todos respetaron mientras miraban el cuerpo sin vida que yacía desparramado entre los restos de la casa.
José fue el primero en ponerse de pie, también fue el primero en mirar de donde habían arrojado la antorcha que mató a la bestia. Fue entonces el primero en verlo, luego lo hizo Coqui y Mina y por último Rutze, que a pesar de sus heridas había logrado ponerse de pie.
El que había lanzado la antorcha fue Dino.

10

- ¡Dino! – gritó José feliz de verlo con vida.
- Quien mas sino – respondió y se abrazaron con euforia.
Coqui y Mina se acercaron también y lo saludaron.
- Bueno, ¿cuando nos vamos? – preguntó Dino.
- No deseas pasar por el centro comercial antes – bromeó José.
- Gracias, pero ya estoy aburrido de esta ciudad – sentenció riendo.
- ¡Miren! – los interrumpió Coqui señalando hacia el margen izquierdo de la avenida. Allí, visible entre locales comerciales, estaba la puerta, inconfundible, de madera verdosa y despintada.
Se acercaron al cuerpo de la bestia, que ahora era una masa negra deforme, y reconocieron en su cuello la llave, que brillaba intacta. Rutze se puso de rodillas y se la arrancó. Entonces se sintió en el aire un cambió. Comenzó a soplar un fuerte viento sin una dirección clara, como si fuese un remolino. La tierra debajo de sus pies se empezó a mover.
- ¿Qué pasa? – gritó Mina.
- Parece un terremoto – describió Coqui preocupada.
Se formaron gritas en el asfalto y los edificios fueron perdiendo estabilidad.
- ¡Vamos! – ordenó Rutze mientras corría apresurado en dirección a la puerta. Todos los siguieron lo más rápido posible.
Se desprendían pedazos de las paredes y polvo. Los pedazos se convirtieron en bloques enteros y algunas de las construcciones se desplomaron por completo. El ruido crecía y la ciudad cada vez temblaba más, como si fuese a despedazarse por completo.
Llegaron hasta la puerta, Rutze introdujo la llave en la cerradura y la giró. La puerta por fin se abrió.
Mientras tanto los demás observaban como el mundo entero se derrumbaba. Vieron que el cielo azul cambiaba su color por un turquesa claro, luego comenzó a agrietarse, como si la atmósfera fuese un cristal. Las grietas se expandieron y se unieron de en varios puntos, formando puntos cada vez mas pequeños.
- ¡Salgamos de acá! – gritó Rutze al ver hacia atrás el espectáculo y desapareció en el interior de la casa. Lo siguió José, luego Mina, Coqui y por último Dino. El cuál cerró la puerta a su espalda y se apoyó sobre esta agitado, consciente que detrás de esta una ciudad misteriosa dejaba de existir.
Miraron el lugar donde estaban, era la misma sala donde había comenzado todo. El lugar permanecía idéntico a como se lo imaginaban; los óleos oscuros, los sillones de terciopelo, la mesa pequeña entre ellos.
Sentado en unos de los sillones, en el que se había sentado siempre, descansaba el cuerpo de la anciana. Pero ahora no tenía vida y apenas podían reconocerlo, estaba carbonizado, al igual que la bestia, se había prendido fuego. Sus rostro, desfigurado y consumido mostraba aún unos ojos que parecía que miraban. Eran verdes, brillantes.
Trataron de evitar mirarla, pasaron a un lado del sillón y caminaron en fila hacia el pasillo del fondo. Allí vieron un camino recto hasta otra puerta cerrada, replica exacta a la del lado opuesto. Pasaron junto a la habitación donde el baúl reposaba en el centro, listo para que otra víctima lo cargase hasta arriba del armario. Llegaron al final del corredor, abrieron la puerta y pasaron a un salón exacto al que estaba del otro lado. Pero era mas que exactitud, allí, sobre el sillón, estaba el cuerpo quemado de la anciana. Entonces entendieron que la casa poseía una simetría especial, mágica, creada para confundir a las presas del monstruo, que para conectarse con el mundo real se ocultaba en el cuerpo de una anciana.
Al pasar por segunda vez frente al cuerpo de la vieja, Coqui detuvo al resto
- Esperen – solicitó. Luego se acercó a la vieja y observó un objeto que aún sostenían sus manos huesudas.
Era una bola de cristal.
La miró con detenimiento. Parecía esos regalos que se encuentran en los bazares, se veían la imagen de una ciudad. En el centro había una figura que enseguida reconoció, era la bestia. A su espalda se veía también una puerta en miniatura, dibujada sobre una pared blanca. Coqui la tomó con sus manos y la levantó sorprendida para que todos pudiesen observar su interior. Los demás se acercaron. Pero el monstruo comenzó a arder de repente. Lo hizo por unos segundos y, cuando ya se había consumido, la bola comenzó a agrietarse hasta romperse. Los cristales se expandieron por la sala y todos retrocedieron.
- Salgamos ya de este lugar – pidió Mina.
- Si, vamos – se sumó Dino caminando a la puerta que daba a la calle. Todos los siguieron.
José fue el que tomó el picaporte y se detuvo un instante, deseando a sí mismo que afuera encontrase un mundo y entero y real. Luego abrió. El sol barnizó sus rostros y pudieron ver una calle en que parecía normal, pero desierta. Fue tan solo un instante, entonces apareció un peatón, era un anciano paseando a su perro que los miró sorprendidos al ver que estos lo miraban asombrados a él.
Salieron de inmediato a la calle y vieron como de la esquina un puñado de autos avanzaban, aprovechando la luz verde.
- ¡Sí! – gritó Rutze festejando. José abrazó al anciano cuyo perro gruño en defensa de su amo. Coqui y Mina también se abrazaron y Dino se sumo a los gritos de alegría.
Luego se estrecharon las manos y se despidieron como si se tratase de amigos de toda la vida.
No sabían cuanto tiempo había pasado ni donde estaban ,simplemente todos querían alejarse de esa casa, de esa puerta. Ya no importaba nada mas. No hablaron de decirle a nadie, no hablaron de mantener secretos tampoco, pero se creó una especie de pacto de silencio mientras se despedían. Coqui acompaño a la esquina a José y Mina y allí volvió a saludarlos, luego tan solo continuó su camino, esperando llegar pronto y sin mas problemas a su destino.

Habían pasado algunos meses, no sabía, quizás dos o tres, cuando caminaba por la calle y vio otra vez la puerta. Estaba en otra calle, en otro lugar, pero era el mismo símbolo, la misma madera verde claro despintada, la misma sensación de peligro. Decidió seguir sin prestarle atención y tratando de olvidar que la había visto. Pero pasaron algunos días y caminando por una calle por la que nunca antes había estado volvió a verla, y luego unas semanas después, en otra calle otra vez la vio, y así, una vez cada tanto, a veces luego de meses y otras con algunos días de diferencia, volvía a estar la puerta en su camino.
Una vez por fin se detuvo frente a la puerta, miró la pared blanca sin ventanas de la casa. Se acercó. No oía ruidos en el interior, ni siquiera al acercar su oreja y apoyarla contra la superficie rugosa de la puerta. Miró por la cerradura pero no veía nada claro. Por fin la curiosidad fue mas que ella. Estiró su brazo y con timidez intentó abrir la puerta. Esta cedió lentamente y oponiendo algo de resistencia. Introdujo medio cuerpo para ver un panorama desolado. No había mas muebles, ni pinturas ni sillones de terciopelo. Ni siquiera había techo. Era solo un terreno baldío.
En el piso, entre las malezas crecidas, algo brillaba. Concentró su vista para distinguir el origen. Enseguida supo que se trataba de cristales rotos, cristales que formaron, en algún tiempo, una esfera.

EL TREN

1

Llegó a la estación a las nueve y cuarenta, el tren ya estaba anunciado por la vía doce en los carteles de Chamartin. Compró un agua mineral en una máquina y bajó las escaleras sobre las que colgaba el cartel indicando el andén de la vía doce. Pudo ver la noche fría y nublada desplegarse entre las luces de la ciudad.
Cargaba solo con un bolso de mano. Tomó el pasaje de uno de los bolsillos de su abrigo y buscó el espacio donde se indicaba el vagón en el que viajaría, luego avanzó hasta encontrarlo y subió al tren.
Encontró su camarote y dejó el bolso sobre la litera que le correspondía, de las seis que había la suya era la de mas arriba de las tres apiladas sobre el lado izquierdo. Debió utilizar la escalinata para acceder a esta. El camarote aún estaba vacío, ella era la primera en llegar pero no se quedaría mucho, bajó la escalera y salió del camarote en busca del bar. Siempre hacía lo mismo en sus viajes de Madrid a Barcelona: subía, dejaba las cosas e iba al bar a tomar algo y acumular sueño hasta la media noche. Aunque era la primera vez que tenía que viajar sola, las otras veces su novio la había acompañado.
Pasada media noche Coqui estaba recostada en su litera viendo pasar el tiempo. Llovía. El lugar estaba oscuro, solo se veían los reflejos intermitentes de los relámpagos, blancos opacos, que iluminaban el camarote por algún momento, formando imágenes en movimiento que vivían apenas unos segundos en las penumbras, luego el lugar volvía a la espesa oscuridad. Los truenos estremecían la calma de la noche.
El vagón se mecía, creando un clima ideal para dormir, aunque las literas eran algo duras y el espacio chico. El tren no iba completo, en su camarote estaban ocupadas cuatro de las seis camas disponibles.
Debajo de Coqui dos mujeres hablaban desde sus literas, una le relataba a su amiga los problemas que había tenido en su trabajo y porque pensaba dejarlo, la otra le daba consejos sin comprometerse demasiado. Al subir al tren las había visto bien, con la luz del andén, era dos chicas de unos veintisiete o veintiocho, vestían bien y llevaban poco equipaje. Luego pasaron a hablar del extraño mal clima cambiante de ese día. Era verano pero las temperaturas habían bajado mucho y llovía de manera misteriosa. Una fuerte tormenta eléctrica que se había desatado casi por sorpresa después de que el tren había dejado la estación. Coqui recordaba que por la mañana había oído que el clima sería bueno y que el cielo estaría despejado ese y los siguientes días. Claro que no siempre se puede confiar en el pronóstico y eso era lo que pensaba al ver las gotas golpear la ventana de costado y bajar como lágrimas hasta desaparecer.
- ¿Estas dormida? - preguntó la mujer que estaba recostada en la litera opuesta a Coqui.
- No - respondió. El sueño aplastaba sus párpados pero no llegaba a dormirse, por momentos entraban en su mente imágenes irreales, fruto de los sueños, pero aún miraba la ventana del tren.
- No puedo creer esta lluvia - aclaró la mujer.
La había visto en el bar y había hablado con ella por primera vez cuando le había pedido fuego. Coqui tenía unos fósforos casi por casualidad. Se los dio y la mujer sacó unos Gitanes a medio consumir del bolsillo trasero de su pantalón y encendió uno de los cigarrillos. Le ofreció otro a Coqui, que aceptó a pesar de que no fumaba demasiado, salvo cuando tomaba algo con alcohol, algo como la cerveza que estaba bebiendo. Hablando se enteraron de que sus literas estaban en el mismo camarote.
Coqui se quedó hasta la medianoche en el bar. Leía un libro que una amiga le había prestado. Pudo avanzar dos capítulos hasta que, algo cansada, decidió ir al camarote a dormir.
Caminó con dificultad por los pasillos vacíos del tren que se tambaleaba e iluminaba por la creciente tormenta.
- Demasiada dura la litera – opinó la mujer.
- Horrible – replicó ella.
Coqui cerró definitivamente los ojos, no es que fuera a dormirse de inmediato pero cerrar los ojos era un primer paso. No sabe cuanto paso pero al abrirlos nuevamente notó que se había estado un rato dormida. Ahora las mujeres de las literas de abajo estaban en silencio. El camarote estaba inmerso en una especie de aire místico, todos callados y el sonido constante y rítmico del andar del tren. Seguía la tormenta, ahora mas extraña, como si fuese falsa, como en las malas películas.
- Todavía no pasaron por los billetes - pensó al tocar algo de papel en el bolsillo de su abrigo que ahora usaba como almohada. Dedujo que el hombre de los pasajes habría pasado cuando ellas estaban en el bar. Así volvió a dormirse, pensando en todo esto mas algunas imágenes aleatorias que se sobreponían, debía de buscar al hombre pero no tenía ganas de levantarse.
Se oyó un sonido seco, era alguien que intentaba abrir la puerta corrediza del camarote, al primer intento no había podido y ahora lo intentaba por segunda vez. Se abrió. La luz descolorida del pasillo entró al pequeño recinto.
- Pasajes - pidió un hombre de mediana edad, con gorra y un saco viejo.
Coqui no llego a verle el rostro que se ocultaba en la penumbra ya que la única luz llegaba por su espalda, era casi una sombra que se movía hacia el interior del recinto.
- Si, ya va - respondió con voz cansada mientras buscaba entre los bolsillos. - Aquí tiene - le indicó mientras depositaba el billete en la palma de la mano estirada del guardia. El hombre no agradeció, solo se remitió a verificar el billete contra la luz, luego sacó un papel pre impreso del bolsillo interior de su saco y un bolígrafo que estaba fijo contra su solapa. Volvió la mirada oscura contra Coqui y le dijo algo que no olvidaría: - usted hoy no va a morir -. Las venas se le helaron al oír aquella frase, fue una voz diferente a la que venía hablando, fue como una voz apagada, fría, maligna. Luego el hombre marcó un círculo sobre el papel, exactamente donde figuraba el número de su litera. Ella llego perfectamente a notar que las literas del resto del vagón figuraban vacías o con una cruz, la suya era la única con un círculo.
La puerta se cerró, el hombre no dijo nada de despertarla media hora antes de llegar a su destino, como solían decir en aquel tren. Se llevó, como siempre, el pasaje. Todo volvió a estar en un breve silencio, entonces un ruido golpeó el tren y Coqui se despertó sobresaltada.
- ¿Le ocurre algo? - preguntó la mujer de su lado que mostraba signos de haber estado dormida unos segundos atrás.
- ¿A mí? - quiso saber Coqui.
- Pues si, me despertó con un grito. ¿Estaba soñando? -.
- Yo,.... no me acuerdo,... era,... no estoy segura, es que estaba soñando - trató de recordar mas para ella misma que para su interlocutora - soñé que me pedían el pasaje, pero fue algo raro, no se - se justifico avergonzada, pero la mujer no la oía, estaba quedándose nuevamente dormida. Coqui le hubiese seguido contando su extraño sueño cuando se apoyó sobre el abrigo y notó que no sentía mas el papel de los pasajes.
Estaba segura que el hombre que había entrado solo había sido un sueño. Era algo difícil de definir, pero eran esas pistas que delatan a un sueño cuando este intenta formar parte de la realidad, el lugar era más oscuro, la atmósfera más irreal. De todas maneras al buscar entre los bolsillos el pasaje y no encontrarlo volvió a dudar si había sido un sueño o había ocurrido de verdad.
No se convenció, pero decidió pensar que los pasajes estarían en otro lado, quizá nunca los puso en aquel abrigo, estaba cansada. - Mejor tratar de dormir y esperar a la mañana, de seguro que todo se aclararía - pensó, lo que soñó se olvidaría como se olvidan los sueños y los pasajes estarían donde los habían puesto. Volvió a cerrar los ojos aguardando que el cansancio la conquistase.
No supo cuanto pasó desde que empenzó a oír los gritos hasta que se despertó. Al principio pensó que eran parte de su inconsciente, pero comenzaron a ser mas reales. Se oían lejanos y ocultos detrás del ruido del tren, pero a la vez se oían claros. Se sorprendió de ser la única que se despertó. Las demás mujeres del camarote dormían como piedras, en silencio. Trató de imitarlas pero no pudo. El grito era agudo y prolongado, como de un niño, un niño sufriendo. No logró soportarlo, se bajó de la litera y fue a ver que era lo que sucedía.

2

Paco tenía doce años y odiaba ir a esos campamentos de verano, no era que no le gustase el lugar, en la costa brava, ni los amigos que hacía, ni que no se divirtiese. Le encantaban los fogones a orillas de la playa, donde hasta a veces, a escondidas, tomaba cerveza. Volvería a ver a sus amigos del campamento, con los que se había escrito durante el año. Había planeado ya algunas escapadas al campamento vecino donde estaban las chicas. Había planeado muchas cosas, pero igual odiaba viajar allá. Lo que de verdad le molestaba era esa sensación, al irse, de que sus padres lo enviaban tan lejos para deshacerse de él. Ellos nunca le daban explicaciones, solo le recordaban que se acercaba el verano y su madre preparaba la mochila con todas sus cosas. Nunca le habían dado razones por las cuáles debía ir, por las cuáles lo enviaban mas allá de Barcelona sin preguntarle.
Con él viajaban dos chicos, una chica y un monitor que ya conocía del año anterior. Los dos chicos eran nuevos, no los había visto antes y parecía ser que era la primera vez que iban a un campamento de verano. Uno de ellos, que era muy flaco, de piel muy blanca y que tenía un reloj con la imagen de La guerra de las galaxias, parecía estar algo asustado, en cambio el otro, aunque tenía un aire un poco melancólico, parecía ansioso por llegar. Era un poco mas alto que Paco y tenía una camiseta de Los Simpson y una mochila marrón muy grande desde la cuál colgaba un termo de metal rojo. La chica casi no había hablado en todo el viaje, era pelirroja y pecosa, usaba el pelo atado muy tirante y escuchaba música con un walkman, parecía que era algo de pop cantado por un grupito de mujeres. Tenía zapatillas de tenis blancas, medias azules y masticaba un chicle siempre.
El Monitor tendría unos veintiséis años y era muy gracioso. Habían ido a despedirlo un grupo de amigos, que reían y gritaban en el andén. Ya comenzado el viaje habían comido y se recostaron en sus literas. Dentro del tren el monitor les daba la libertad de hacer lo que les plazca, era bueno. Paco había recorrido todos los vagones, mas por aburrimiento que otra cosa. Se había quedado un rato entre dos vagones mirando por la ventana y luego se había ido a dormir.
Durmió mal y poco. A cada momento se despertaba con calor y algo de dolor de cabeza. Pasadas unas horas había perdido el sueño. Se sentó en la litera y se quedo mirando la ventana. Así sentado volvió a dormirse, con la mirada puesta en las gotas que golpeaban el vidrio. Entonces comenzó la pesadilla: seguía mirando la ventana cuando sintió un fuerte estallido. Todos los cristales explotaron y los pedazos de vidrio volaron al interior del tren, clavándose en las paredes y en los cuerpos de sus compañeros. Sin embargo a él ninguno de los vidrios lo había tocado. Gritó con desesperación, hasta que abrió los ojos. Aún seguía gritando cuando noto que los vidrios de las ventanas de la realidad seguían en sus sitios, intactos, y que todo había sido un sueño. También noto que el camarote estaba inmerso en una especie de nube de gas invisible, o así fue como lo percibió, era un olor extraño, penetrante, como un ácido o algo.
Nadie se había levantado a pesar de sus gritos, pensó que quizá incluso estos los había soñado. Trató de dormir pero no pudo, a pesar del silencio sepulcral, nadie roncaba y respiraba fuerte, solo estaba el ruido continuo y rítmico del tren como una cortina sonora de fondo. Decidió bajarse de su litera y salir al pasillo. Al tocar el piso sintió como sus pies pisaban algo ruidoso. La oscuridad no le permitió ver que era, pero parecían cristales. La puerta corrediza parecía mas pesada, pero logró abrirla. La luz entró en el camarote e iluminó apenas el interior. Antes de salir al pasillo pudo ver que al monitor, su tez era más pálida de lo normal. Se lo atribuyó al color de la luz, pero notó que algo caía de uno de las fosas nasales, era un líquido que parecía negro, pero tenía un leve tinte rojo. Era sangre. Con el brazo extendido intentó despertarlo. Agitó el cuerpo pero no reaccionó.
Pensó que podía estar desmayado. Se acercó más con la idea de golpear con su palma la mejilla para hacerlo reaccionar, pero en el camino su mirada se dirigió a la de uno de los chicos que estaba del lado opuesto de donde estaba el monitor. La luz del pasillo que se filtraba por la puerta iluminaba su rostro. Tenía la piel seca, media verdosa y los ojos abiertos, muy grandes, pero no miraban mas que él mas allá. Le recordó la mirada de los peces en la pecera de su casa, siempre abiertos detrás del vidrio.
Se acercó y lo miró fijo. Ya no tenía mas dudas, estaba muerto, todos estaban muertos. Lo invadió una repentina desesperación, sentía que un frío congelaba su cuerpo mientras su mirada agitada reconocía que todos, todos estaban muertos. Comenzó a gritar y temblar, sentía náuseas mientras se arrodillaba, apoyando su espalda contra la pared.

3

Coqui salió al corredor principal y trató de afinar el oído hasta asegurarse de que los gritos venían del vagón de atrás. Caminó iluminada por la débil luz hasta llegar al vagón siguiente.
No había nadie y llegó a sentir que estaba viajando sola en aquel tren. Cruzó al siguiente vagón y entró al pasillo donde vio al chico. Estaba sudando, sentado en un rincón, se notaba que había estado corriendo mucho, corriendo solo. Su respiración parecía la de un perro cansado. Por momentos casi se ahogaba por tragar tanto aire, mas del que despedía. Ya no gritaba, no se oía ningún sonido humano en todo el tren.
Al ver a Coqui no dijo nada, apenas le tembló el labio inferior. Parecía emocionado de encontrar a alguien, pero no lograba demostrarlo.
- Hola - le dijo acercándose despacio.
El chico no respondió, pero en sus ojos se despertó algo, como una luz de esperanza.
Coqui se aproximó un poco mas, como si el niño fuese un gato al que se quisiera acariciar y teme que huya. - ¿Cuál es tu nombre? - preguntó para romper el hielo.
El chico seguía sin responder. Estaba claro que la oía y la entendía, su mirada se movía de un lado a otro, sus labios ahora estaban unidos hacia adentro, como si se esforzara por responder pero las palabras no llegasen a salir de su garganta.
- ¿Qué pasa? - preguntó Coqui con tono maternal y sentándose frente a él, apoyando las rodillas sobre el piso hacia delante.
Entonces, como expulsando nervios y miedo por fin escupió las palabras: - ¡están muertos! - dijo echándose nuevamente en llanto, - ¡todos, todos! -.
- ¿Muertos? - se sorprendió Coqui. - ¿Quiénes? -.
- Ahí - dijo señalando la puerta entreabierta de uno de los camarotes. Coqui miró por la abertura, pero estaba oscuro y no llegaba a distinguir nada. Se puso de pie y se acercó a la puerta.
- No, no vayas, es horrible - le advirtió asustado.
Le sonó muy extraño escuchar eso. No sabía que sería lo que había pero no tenía otra opción que mirar. - No te preocupes - lo tranquilizó mientras se acercaba y metía la cabeza en la habitación. Se giró y miro al chico una vez más. Estaba acurrucado, como si sufriera por lo que la chica iba a hacer. A Coqui le dio pena verlo así. - ¿Cómo te llamas? - le pregunto.
- Paco - respondió sorprendida por la pregunta.
- Yo me llamo Coqui - se presentó.
Luego volvió a girar hacia la puerta entreabierta y volvió a meter la cabeza con cautela. - Hola - pronunció hacia el aire, intentando advertir de su presencia antes de entrar por completo al camarote.
Reinaba una calma absoluta, todos parecían estar durmiendo. No sintió miedo hasta entonces, pero todo cambio cuando su mirada, recorriendo la oscuridad, se topó con los ojos abiertos de uno de los chicos. Pudo distinguir de inmediato que la mirada carecía de vida, era como si mirase al mas allá. Retrocedió espantada y con movimientos torpes hasta el pasillo. Tardaría mucho en olvidar esos ojos abiertos. Su espalda golpeó contra la pared y se sentó al lado del chico. Por su mente se cruzaron un conjunto de sensaciones desagradables.
Afuera el niño la recibió con una extraña sensación de alivio, como si ahora que veía la horrible expresión de Coqui se aseguraba que no estaba solo, y hacia horas que buscaba sin éxito, esa sensación reconfortante de no estar solo, esa necesidad de compañía.
- ¿Que pasó? - gritó horrorizada cuando ya estaba a su lado.
El chico asintió mientras la miraba pidiendo una explicación. Permanecieron intercambiando miradas, como si no supieran que hacer ni que creer. Permanecieron juntos un rato, sentados, sin hablar. Coqui trataba de analizar lo mas fríamente posible que podía haber ocurrido, pero le resultaba muy difícil mantener la tranquilidad. Sentía ganas de huir de allí, de correr, de gritar, pero por otra parte sus piernas no querían moverse. Pensó que el chico ya había sufrido todas esas horribles sensaciones un rato antes. También se preguntó porque nadie pasaba caminando por el vagón, porque sentía que el tren estaba vacío o porque nadie había respondido a los gritos del chico.
No les importó cuanto tiempo pasaron tratando de sobreponerse al shock de ver los cuerpos, pero finalmente habló: - Hay que avisarle a alguien -.
- Si. Avisémos al guardia del vagón - opinó. - Vamos.
Caminaron juntos por el pasillo, Coqui adelante y el chico detrás, pegado a ella y mirando hacia atrás cada tres pasos. Paco no quería decir nada pero intuía que la tragedia era mucho peor de lo que ya era. El tren se mecía hacia el lado derecho, como si estuviese pasando una curva. Coqui miró hacia fuera pero no pudo distinguir nada mas que la oscuridad y su propia figura reflejada en el cristal.
- ¿Los conocías? - se atrevió a preguntar con cautela. De inmediato se arrepintió de la pregunta pero es que había sentido la necesidad de decir algo para romper el tenebroso silencio que comenzaba a preocuparle.
- Apenas - respondió con un tono que denotaba bastante madurez para su corta edad.
Llegaron al camarote donde descansa el guardia del vagón. La puerta de madera plastificada estaba cerrada. Coqui se antrevió a abrirla. La luz apagada. Podía distinguirse la figura de un hombre que descansaba sobre un asiento revestido en tela. Palpó la pared hasta dar con el interruptor de la luz, lo presionó y un tubo largo sobre el techo se encendió, iluminando de color blanco las paredes.
El rostro del hombre se vio con definida claridad, mejor aún que los ojos del chico o el monitor. Lo supieron enseguida: estaba en el mismo estado que los demás pasajeros que habían visto. Su piel parecía teñida de un tono verdoso, como si lo hubiesen manchado con algas marinas, su pelo estaba duro, seco, descolorido. Tenía los ojos cerrados, pero en sus párpados aparecían pequeñas perforaciones negras. De las orejas bajaba, como derramado, un líquido amarillento que ahora se había secado y se mantenía impregnado como pintura. Su cuerpo estaba mas flaco que la ropa que vestía, como si se hubiese contraído, parecía como si ya se encontrase en el proceso de putrefacción.
Retrocedieron hasta salir del lugar. Paco comenzó a sufrir arcadas. Tosió de manera compulsiva durante un largo rato mientras apoyaba sus brazos contra la pared del pasillo, ya fuera del camarote, y bajaba la cabeza para devolver. Coqui lo miraba pero sin poder prestarle ayuda, tenía un horrible nudo en la garganta que le impedía siquiera respirar con normalidad.
Finalmente el chico logró levantar la mirada hacia el único ser vivo que tenía cerca, y con los ojos rojos llenos de lágrimas y con voz llorosa preguntó: - ¿qué pasa? -. No esperaba una respuesta aunque insistió: - ¡dime!, ¿qué pasa?, ¿que esta pasando? -. Su voz rebotaba en las paredes y se perdía en el continuo rumiar del tren.
- no,…no lo se - trató de justificarse Coqui con la mirada baja e inquieta, como si buscase alguna respuesta lógica pero sabiendo que no encontraría nada. - No lo entiendo - concluyó rindiéndose.
Quedaron recuperándose un largo rato. Vagaban las ideas de que había ocurrido en aquel tren.
Se preguntaron si estaban completamente solos o había mas como ellos. Quizá algunos estaban vivos pero durmiendo.
- Espera aquí - le indicó. Paco asintió aunque sabía qué era lo que Coqui pretendía averiguar y no le agradaba en absoluto la idea. De todas maneras le sorprendió que se atreviese a hacerlo, sobre todo después de ver el horrible cuerpo del guardia.
- No te alejes - le pidió.
Caminó por el pasillo hasta la primera de las puertas. La miró fijamente como tomando valor. Respiró profundo y la abrió.
Lo mismo, la habitación sumergida en una calma fúnebre, los cuerpos recostados en sus literas, sin vida, como una bóveda con féretros. Cerró la puerta y comprobó en el compartimento siguiente, luego ya no quiso comprobar más, concluyó que estaban todos sin vida, todos, tal como había oído decir al niño. Pensó en muchas cosas, pero nada le daba una respuesta, sintió suerte de estar con vida.
- ¿Que pasó? - volvió a preguntar el chico cuando la vio acercarse y notar s expresión de desconcierto.
- Nada. Creo que estamos solos - dedujo.
- ¿Pero que fue lo que ocurrió? - insistió.
- No lo sé.
Se quedaron un rato mas allí, pensando que debían hacer. Paco ahora estaba de pie y miraba a través del cristal de la ventana. Por mas que lo intentaba no llegaba a distinguir nada afuera, solo la oscuridad. Se aproximó al vidrio y apoyó sus manos rodeando su rostro para que el reflejo no le molestase y volvió a mirar. Nada, era como si estuviesen atravesando un túnel, aunque no llegaba a ver la pared.
- No veo nada - se quejó. Pero Coqui no le prestaba atención, sólo buscaba una explicación lógica.
- Quizá hallan mas personas vivas, deberíamos fijarnos - sugirió. Pero la idea no fue bien recibida por Paco, en realidad ni siquiera a ella le agradaba tener que ir buscando entre cuerpos sin vida alguno que estuviese durmiendo en lugar de estar en putrefacción.
- No quiero, tengo miedo - reconoció Paco.
- Yo también - contestó.
- Quizá encontremos a alguien en el vagón comedor - sugirió.
- Puede ser, vamos a ver -.
Atravesaron el vagón y siguieron hasta el siguiente, donde había dormido ella. Al pasar por la puerta de su camarote prefirió no mirar adentro. Siguieron hasta el final del pasillo. De pronto Paco se detuvo, miró fugazmente hacia atrás, como si hubiese sentido algo, pero no supo que era por lo que continuó sin perderle el paso a su nueva compañera.
No lo llegaron a percibir ninguno de los dos, pero antes de pasar al siguiente vagón la puerta del camarote del guardia se abrió apenas, dejando el hueco para que alguien, del otro lado, pudiese verlos alejarse hacia el vagón siguiente.

4

A fines del siglo diecinueve, un grupo de arqueólogos europeos encontró, en la caverna de Borno, un cofre que contenía algunos objetos artesanales que parecían amuletos y unas escrituras que hablaban de los antiguos campesinos del valle de las tierras de Mágra. Los pergaminos relataban la vida de los hombres de aquel tiempo, y algunas historias del valle.
Contaba una de las leyendas que existió una vez en la tierra una tribu de prófugos del fuego eterno. Los hombres de la aldea los llamaron Orizes.
Poco se sabía en Mágra sobre los Orizes al principio. Habían aparecido de la nada unos meses atrás, y se habían instalado el borde del cráter del volcán de Rohndar. Al principio pensaron que eran bárbaros de las tierras del oeste pero pronto se dieron cuenta que ni los bárbaros actuaban tan cruel y salvajemente como ellos. Se los veía cuando bajaban de las altas cumbres a los valles en las noches de niebla, arrasando con las villas, matando a todo ser vivo que encontrasen a su paso, saqueando y destruyendo las aldeas.
Los aldeanos fueron a buscar ayuda a los caballeros de la orden del valle. Describieron a sus agresores como un grupo de bestias sanguinarias, dudaban de verdad que fuesen seres humanos.
No se conocían sus costumbres ni sus ritos, pero a veces desde el valle se oían extraños cantos, música de tambores, y fuegos. Por lo general en las noches posteriores a alguna de sus sangrientas incursiones.
Un grupo de cincuenta caballeros que aceptaron enfrentarlos viajo hasta el valle, los esperarían cuando volviesen a bajar al valle y les presentarían conbate. Cavaron zanjas y prepararon una muralla de maderas. Encendieron muchas hogueras para poder verlos y enfrentarlos cara a cara, para que no pudiesen protegerse detrás de la oscuridad.
Esa noche, bajo una intensa niebla, los Orizes atacaron, El combate duro poco, los Orizes atacaban en grupos de a dos, uno de frente y el otro buscando cortar la retirada. No importase que estuviesen separados, al atacar se unían nuevamente rodeando a su presa, para asegurarse que no pudiese huir.
Los caballeros fueron cayendo uno a uno, sus espadas no podían contra las pesadas armas y la extraordinaria fuerza del enemigo, sus armaduras eran retorcidas y atravesadas por los fuertes golpes. Los que vieron y relataron luego la batalla dudaban que aquellos seres fuesen humanos, parecían bestias. Sus pupilas eran rojas y brillaban con el reflejo de las hogueras, sus rostros parecían de piedra y eran horriblemente deformados, no mostraban dolor cuando eran heridos.
El combate había terminado, los caballeros fueron vencidos, sus cuerpos habían quedado mutilados y esparcidos por el campo de batalla. Los enemigos ni siquiera se quedaron saqueando lo poco que quedaba en la aldea, parecía que el único objetivo que perseguían era matar, y se retiraban satisfechos por la sangre derramada.
Pero según la leyenda sobrevivió un caballero, uno solo, su nombre era Euride.
Los pergaminos habían sido escritos por un pastor del pueblo, y no decían nada mas, no decía que fue de aquel valle ni que pasó con los Orizes.

5

Siguieron avanzando hasta llegar al vagón comedor. Un único foco sobre el centro penas se esforzaba por iluminar el lugar, dándole un ambiente irreal, como si fuese un dibujo. En la primera mitad se desplegaban tres mesas alineadas contra las ventanas a cada lado, dejando un pasillo angosto en el medio y en la segunda había una especie de barra con asientos individuales que llegaban hasta la ventana que daba a la cocina y por la cuál se atendía. El salón parecía vacío, no había nadie ni en las mesas ni en la barra. La ventana a la cocina estaba abierta pero al asomarse pudieron ver que estaba desierta por dentro. Sobre la barra, sin embargo, vieron que había un par de latas de cerveza, un vaso con café lleno y una bolsa de patatas fritas abierta. En la cocina había vinos pequeños y muchos panes apilados a un costado del mostrador.
- No hay nadie - concluyó Coqui echando otra mirada al lugar.
- Quizá era muy tarde - pensó en voz alta Paco.
Coqui lo miró preocupada y dijo: - No lo sé, quizá desaparecieron todos.
- ¿Por que hay tan poca luz? - dijo Paco mirando el único punto débil de iluminación.
- No tengo ni idea - respondió Coqui que estaba mirando a través del cristal hacia fuera. Le preocupó un poco el hecho de que no lograba ver nada, ni luces, ni caminos, ni siquiera el cielo. Era como si estuviesen inmersos en una especie de nube. - Nube - pensó, - debe haber un poco de bruma. Miró con mas detenimiento pero no llegaba a distinguir mas que la oscuridad, sin embargo le pareció muy probable que el problema fuese la niebla.
Paco tenía hambre por lo que estirando el brazo por la ventana y en puntas de pie. Como no llegaba Coqui se acercó y, esforzándose, llego a tomar un pan. Notó que estaba duro como una piedra, imposible de comer. Se lo mostró al chico, que debió dejarlo y se acercó entonces al paquete de patatas. Tomó un puñado
Entonces oyeron un ruido, los dos giraron deprisa, venía de la zona de las mesas y había sido como un pequeño golpe a la madera. Pero el lugar estaba vacío. No había nadie hasta el final del vagón, que apenas se podía ver, oculto tras un manto de sombras. Los dos pensaron que podía haber sido causa del movimiento del tren. Notaron, al mirar las mesas, que también había algunos restos de comida y vasos medios llenos sobre ellas.
Paco mordió y sintió un horrible gusto en su boca, escupió de inmediato y se acercó a la luz del foco para ver mejor. Las patatas tenían enormes manchas verdes. Coqui comprobó que El vaso con café también estaba repleto de hongos.
- Parece todo viejo - dedujo Paco.
- Si - respondió aún analizando el vaso de café, - es como si estuviese hace dos semanas aquí.
Volvió a escucharse un ruido, mas leve y seco esta vez, pero los dos lo oyeron. Miraron hacia las mesas pero no había nadie, aunque esta vez vieron algo que apenas se movió en la penumbra. Intercambiaron miradas asustados, temían acercarse a ver que había, pero debían hacerlo.
- ¿Vas tu? - le susurró Paco luego de darse cuenta que pasaba el tiempo y seguían los dos helados en el mismo sitio.
- No te alejes - le respondió también susurrando y con la intención de que permanezca a sus espaldas.
Comenzó a acercarse con cautela y a paso lento a la mesa. Miraba continuamente para asegurarse de que no había nuevos movimientos. Tan solo a uno par de metros se detuvo, tomo fuerza y animo, respiró profundo y se agacho para ver por debajo de la tabla. Sus ojos chocaron de inmediato con otros, que también la miraban. Detrás de la oscuridad, en un rincón, y acurrucada lo mas posible, encontró a una niña. Dedujo a simple vista y tendría cinco o seis años, aunque por su posición y su estado de temor parecía aún menor.
- Hola - saludo Coqui mas tranquila.
Recién entonces Paco se acercó y se arrodilló a su lado para ver que había. La niña, al verlo, cambio su mirada hacia él.
- Es solo una niña - reconoció sorprendido.
- Si, y parece asustada - agregó mientras la estudiaba. Vestía un vestido a cuadros bordo y negro, bastante clásico. Su pelo castaño oscuro estaba sujeto hacia atrás por una cinta de seda bordo cuyos extremos colgaban detrás de sus hombros.
- No temas - le dijo Paco con tono maternal mientras Coqui le estiraba la mano cuidado para que no se asuste, como para ayudarla a salir.
- Ven - insistió Paco al ver que la chica se acurrucaba cada vez mas, pegándose a la pared, como si fuese un gato.
Coqui se sumo a Paco, - vamos - la animo, - no te vamos a hacer daño.
Finalmente la chica cambio su expresión y se dejó tomar por la mano, incluso ayudándose a salir por sí misma. Entonces pudieron verla mejor, sus ojos eran oscuros y exhibían una mirada cargada de inocencia. Movió levemente la cabeza hacia su izquierda y levantó su hombro hasta que se juntaron, luego terminó de salir y se puso de pie. Apenas superaba el alto de las mesas. Usaba zapatos negros que parecían de muñeca, y medias blancas.
- ¿Qué haces aquí sola? - preguntó Coqui aún de rodillas para quedar a la altura de su rostro de mejillas rosas.
- Tenía miedo - dijo al fin y en voz baja, como hablándole al piso. - Estaba sola - completó.
- No te preocupes, nosotros también estábamos solos - se involucró Paco, - pero ahora estamos juntos para cuidarnos -. Miró a Coqui buscando apoyo.
- Si, nosotros te cuidaremos -.
Su rostro era casi perfecto, ancho y liso, dejando resaltar los ojos. Lo único diferente era un pequeño lunar en la frente, del tamaño de la marca de una colilla de cigarrillo. Coqui pensó que podría ser fruto de un golpe al haberse escondido apresurada debajo de la mesa aunque no se detuvo demasiado a analizarlo.
Se pusieron de pie y de la mano de la niña avanzaron hasta la zona de la barra, donde había mas espacio. Coqui se preguntaba si la niña viajaba sola, - seguramente que no - concluyó al echarle un vistazo y ver que era demasiado pequeña, pero ahora se había quedado sola. Paco, en cambio, aún pensaba en comer, aunque encontrar algo comestible le parecía ya una posibilidad remota.
De pronto la niña se tambaleó hacia un lado, su cuello dio un giro, sus ojos se entrecerraron y luego su cuerpo se desplomó hacia el frente. Tuvieron tiempo de atraparla y evitar que golpease el piso. Coqui la tomo en brazos y juntos la recostaron boca arriba. Su cuerpo se había relajado, sus brazos se dejaban caer hasta tocar el suelo.
- ¿Que le ocurre? - preguntó Paco impaciente.
- No lo se - respondió nerviosa Coqui.
La niña abrió los ojos y recobró las fuerzas aunque no intentó moverse. Luego habló: - Yo... necesito... mi mamá me da un remedio, un remedio -.
Coqui notó entonces que llevaba colgando una cadenita con una medalla de las que usan los diabéticos.
- Necesita su medicamento - dedujo.
- Debe estar en su camarote - supuso Paco.
- Es probable - se aclaró Coqui mientras se mostraba sorprendida por la inteligente deducción de Paco. Le pareció que actuaba y pensaba demasiado rápido y despierto para un chico de su edad.
- ¿Recuerdas dónde dormías? -.
- ¿Al menos para que lado? - agregó Coqui dudando que pudiese ser tan precisa.
Tardó en responder, por un momento pensaron que no lo haría, abrió la boca pero no dijo nada, solo tomo aire y movió sus ojos hacia arriba, luego volvió a intentarlo con éxito: - para ese lado, no sé, creo... - dijo señalando adelante - era cerca -.
- ¿No recuerdas cuantas puertas? - le preguntó Paco.
- ¿Cómo va a recordar eso? - lo criticó. Pero, para su sorpresa, la niña respondió: - unas cuatro o cinco - en mi cama hay un bolso rojo, ahí esta - les precisó.
- Bueno -, dijo Paco, - ¿ quien va? -.
- ¿Cómo quien va?, vamos los dos - remarcó.
- ¿Y dejamos sola a la niña? - le hizo notar. Ambos la miraron un instante.
- Es cierto -.
- ¿Te animas a ir sola? -.
Coqui se lo pensó un momento sin encontrar palabras, estaba claro que no se animaba, pero había que ir y ella debía hacerlo.
- Bueno, voy - suspiró poco convencida pero sin mas remedio. - ¿En que litera estabas? - recordó preguntarle.
- En una de abajo - respondió antes de toser un par de veces.
- No se muevan de este lugar - solicitó mientras se alejaba hacia la parte delantera del tren. Abrió la puerta y paso al vagón siguiente, dejando a sus espaldas a Paco y a la niña que la miraban alejarse, y sumergiéndose en un pasillo en penumbras. Caminaba despacio, mirando las puertas y temiendo que alguna se abriese y alguien o algo se arrojara sobre ella. Echó un vistazo por la ventana para ver, una vez mas, solo la oscura bruma. Pensó que ya deberían haber llegado a una estación, pero el tren no se había detenido, entonces, por primera vez se preguntó si alguien lo estaba conduciendo o viajaba a la deriva. La tranquilizó un poco recordar haber leído alguna vez que los trenes contaban con un pedal que, de no apretarse durante treinta segundos, aplica los frenos - entonces debería haber alguien en la cabina presionando aquel pedal - recapacitó.
Contaba las puertas, se detuvo en la cuarta, - esta - se dijo a sí misma. La siguiente era la quinta, pero probaría suerte primero en aquella. Respiró profundo y abrió hasta la mitad puerta corrediza. Al hacerlo sintió que un aire espeso encontraba un camino de escape. Le pareció ver que algo adentro se movía, apenas un leve movimiento.
- Hola - dijo como pidiendo permiso para entrar. Un silencio sepulcral fue la única respuesta. - Bueno, paso - informó de todas formas en voz alta.
Estaba oscuro, apenas entraba una parte de la poca luz del pasillo, debió forzar la vista para mirar hacia adentro. Notó que las camas de abajo estaban vacías, en las del medio había un cuerpo que parecía el de un hombre, sobre la parte más alta no llegaba a distinguir nada, aunque creyó ver un pequeño bulto sobresaliendo de una de las literas, un brazo quizás. Se adentró y buscó con el tacto encontrar algo sobre las camas de abajo. En la primera no encontró nada, solo las sábanas revueltas, en la segunda sintió tocar algo. Fijó la vista sobre el objeto, era duro, no parecía un bolso.
Unos ojos la miraban, inmóviles, a su espalda. Seguían a detalle los movimientos de la chica. Algo se movió, apenas, cuando Coqui tocó el objeto que había encontrado en la cama.
Descubrió que era algo cuadrado, no tardó en deducir que se trataba de un libro, un libro ancho y pesado, como una Biblia. Pero no era lo que buscaba por lo que de inmediato lo dejó caer sobre la cama y se volvió hacia la puerta para salir.
Los ojos persiguieron cada uno de sus movimientos, sobresaltándose cuando había tomado el libro. Eran los del hombre que estaba recostado en la segunda fila de literas. Luego de que la chica salió se puse de pie y la siguió. En su mano izquierda empuñaba con fuerza una daga, la cuál había estado a punto de utilizar hasta que Coqui soltó aquel libro y se alejó.

6

Euride era un joven caballero, recién nombrado por la orden. No sobresalía entre los caballeros pero su valor tampoco había sido puesto a prueba. Esa noche combatió con destreza y pudo matar a uno de los Orizes, luego continuó resistiendo hasta que se dio cuenta que ya quedaba solo él entre los hombres. Estaba herido en un brazo y a su alrededor solo veía los cuerpos sin vida de sus compañeros. Supo entonces sumergirse en la niebla y esconder su huida. Corrió hacia la parte baja del valle, dejándose llevar por la pendiente, así podría ir mas deprisa que sus seguidores ya que estos eran mas pesados y corpulentos. Hizo bien en correr pues los Orizes, no conformes con haber matado al resto de los caballeros, lo persiguieron durante unas horas. Pero él no se detuvo, intuyó que le seguían su rastro por lo que bajó hasta el río y continuo su camino por el cauce, hacia los rápidos.
La mayoría de los Orizes fueron abandonando la cacería y regresando a las montañas, solo uno perduro, era el compañero del que había matado.
Ya estaba amaneciendo cuando Euride, exhausto, decidió detenerse. Trepó hasta lo alto de un peñasco, desde donde podía ver con claridad el cauce del río hacia arriba, y verificó que nadie iba tras él. Pero entonces pudo ver que un Orize aún lo seguía. Lo vio saltando entre las piedras del río, se movía de manera rápida y ágil. Si seguía a ese ritmo en tan solo un par de horas lo alcanzaría. Euride decidió que debía esperarlo y luchar. Había abandonado la espada en el camino por lo que estaba desarmado. Recordó a su padre, un gran guerrero que le había enseñado todo lo que sabía. Recordó cuando él le preguntó que debía hacer si el enemigo era mas fuerte y poderoso, ¿como podía vencerlo?. - El poder esta aquí arriba - le dijo apuntando con el dedo a su cabeza, - un caballero tiene el deber y se debe enfrentar con todo lo que cause el mal en su reino, sea un ejército, un dragón, o una bestia, y muchas veces la fuerza del enemigo es mayor, pero el poder no reside por completo en la fuerza, también, y sobretodo, depende de la astucia, debes conocer las debilidades del enemigo, todas, su inteligencia, sus métodos, su carácter, hasta las mas pequeñas pueden significar la victoria si las sabes aprovechar. Siempre debes tener una estrategia.
El Orize apareció detrás de las rocas. Allí el lecho del río tomaba velocidad y las paredes del valle se cerraban, creando un estrecho cañadón. Trepó hasta la mas alta y desde allí vio al caballero. Lo esperaba en el medio del cauce del río, apenas al borde de una enorme cascada cuyo ruido ensordecía la paz del cañadón. Euride lo miró a los ojos, como desafiándolo al enfrentamiento, de pie sobre una piedra, tan solo un paso lo separaba de la gran caída de agua. No cargaba más con la pesada armadura y estaba armado solo con una lanza de madera cuya punta había afilado. Las aguas corrían rápidas y espumosas en aquel tramo. El Orize lo observó tan solo un momento sin demostrar el menor temor, era como si supiese que lo esperaba allí porque sabía que no le quedaba otra posibilidad, que enfrentarlo, enfrentarlo y morir.
Emitió un sonido casi inhumano que rebotó en las paredes rocosas y se extendió por el cielo. Un par de pájaros negros salieron de unos arbustos y volaron alejándose. Luego bajó saltando entre las piedras, hacia su presa.
Euride apretó con fuerza su arma, levantó los codos y se perfiló lo que pudo dentro del reducido espacio sobre el que sus piernas hacían equilibrio. El Orize llegó hasta el borde del río y volvió a mirar a su víctima, luego, impaciente por atacar, comenzó a acercarse, saltando entre las piedras que sobresalían de la superficie. En las primeras tuvo un poco de cuidado, asegurándose de que fuesen lo suficientemente sólidas para sostenerlo, pero luego al ver que todas lo eran comenzó a avanzar mas deprisa. Cerca del caballero había solo una piedra de tamaño mediana sobre la cuál el Orize podía pisar y sostenerse en pie. Preparó su arma en posición de ataque y saltó hasta esta última piedra, desde donde, con un certero movimiento, cortaría en dos partes el cuerpo del caballero. Pero al caer sobre la piedra, a diferencia de todas las demás, esta se movió a un costado y se hundió, desequilibrando al Orize, que hasta entonces solo pensaba en atacar. Euride trató de alejarse lo mas posible mientras observaba como su enemigo caía de espaldas al agua, sin tiempo para evitar que la corriente lo empujase al vacío. En un último intento por salvarse, el Orize intentó aferrarse a una rama pero Euride clavó la lanza de madera en su mano, hasta que la soltó y desapareció en la cascada. Su trampa había resultado.

7

- Sería la quinta puerta - pensaba mientras caminaba hasta ésta sin mirar atrás. La abrió y enseguida sintió un hedor horrible que a punto estuvo de desmayarla. Era un olor pesado, penetrante, pero peor fueron las imágenes que le siguieron. Las paredes y el techo estaban repletos de sangre. Había formas amorfas destripadas y mutiladas sobre las camas, en el piso había trozos de carne desparramadas, tardó poco en descubrir que eran miembros humanos y que lo que había sobre las camas había sido alguna vez un cuerpo. Llegó a ver en una de las camas el rostro de una niña, y era similar a la chica del comedor, pensó que podía ser la hermana quizás, pero apenas era reconocible ya que estaba desfigurado. Todo estaba en estado avanzado de descomposición, sintió asco y no pudo hacer otra cosa que retroceder y cerrar la puerta lo mas rápido posible. Giró, como para volver a toda prisa al comedor, cuando se topó con la figura de un hombre que estaba parada detrás de ella, como esperándola. Gritó sin proponérselo muy alto y agudo, mientras inconscientemente retrocedía su torso, perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás.
El hombre era de mediana edad, con rasgos nórdicos aunque escondidos bajo unos ojos oscuros acompañados de tupidas cejas. Usaba una camisa leñadora a cuadros que hacían que sus hombros fuesen casi cuadrados.
La expresión de su rostro, serio y agresivo, fue lo que mas le impresionó a Coqui, que enseguida se había puesto de pie de un salto y corría sin mirar atrás. No sabía ni quería saber si la seguía, no miraba atrás ni oía pasos a sus espaldas, solo trataba de ir lo mas rápido posible, buscando algún lugar donde ocultarse, pensó en los baños, que podían cerrarse por dentro, pero no se atrevió, nunca les gustaron los lugares cerrados y menos como escondite. Llegó hasta la parte delantera del primer vagón del tren y comprobó que ya no tenía mas escapatoria. Trató de tranquilizarse y pensar que hacer, miró hacia atrás y no había rastros del hombre, pero sabía que en cualquier momento aparecería al fondo del pasillo y acercándose a ella. Intentó entonces abrir una de las puertas de salida, giró con fuerza la manija y esta, con dificultad, fue cediendo hasta quedar el espacio suficiente como para que pudiese bajarse del tren. Miró hacia fuera, no había nada, era como un espacio vacío, no había movimiento en el aire, solo una espesa niebla que lo cubría todo salvo la oscuridad. No había luces ni ruidos. Tampoco sentía el aire golpeando su cara por el avanzar del tren. Era extraño ya que no había notado el silencio desde dentro del tren, en cambio afuera la calma era absoluta. - El tren esta parado - pensó, quizás hacia mucho tiempo que se había detenido, pero recién entonces lo notaba. No veía la tierra, pero sabía que debía estar ahí y también sabía que en cualquier momento aquel hombre aparecería por el pasillo y debía hacer algo. La única forma de huir era bajándose del tren, y teniendo en cuenta todo lo extraño que estaba sucediendo allí dentro, no le pareció mala idea. Pensó que podría ir a buscar ayuda, que debía haber algún pueblo cerca y sino, de todas maneras era mejor que quedarse allí.
Puso los pies en el último de los escalones, diseñados para coincidir con él anden, y se preparó, decidida a saltar. Estaba casi en el aire cuando un brazo la agarró con firmeza y la volvió a meter enseguida en el interior del tren.

8

Eurides, salió del río y trepó, con esfuerzo y tratando de no mover su brazo herido, el cañadón. Luego caminó un par de días por las montañas hasta que, ya exhausto, tuvo la suerte de cruzarse con un pastor. Este, al ver su medalla y notar que se trataba de un caballero, lo guió hasta el monasterio de los señores de la magia, subiendo la montaña hasta llegar a las cumbres. Había oído hablar de esa orden, eran magos y velaban por la armonía del mundo, pero creía que solo era una leyenda y que no existían de verdad.
Lo recibió uno de los guardias que, sin hacerle preguntas, como si ya supiese todo lo necesario, le abrió las puertas y lo llevo en presencia del señor de la orden. Atravesaron un patio y entraron a un salón de tres naves separadas por columnas de madera. Al fondo, sentado en una silla de madera rústica, se encontraba un anciano de rostro arrugado y que sostenía un bastón entre sus manos.
- Eres un caballero, ¿qué te ha ocurrido y donde están los tuyos? - preguntó.
- Mi nombre es Eurides, soy caballero de la orden del valle de Mágra. Mis compañeros han muerto con honor en combate, defendiendo a los hombres de las aldeas, al pie del volcán de Rohndar.
- ¿Y contra quiénes los defendían? - quiso saber.
- No se quienes son, los campesinos los llaman Orizes, son una tribu que habita sobre el volcán. No sabemos nada de ellos, mas que atacan sin piedad a los hombres. No buscan otra cosa que la destrucción.
El anciano medito las palabras.
- ¿Dónde dices que habitan estos seres?.
- Por lo que nos han contado los pastores, al parecer tienen el único campamento cerca del cráter del volcán. No entiendo como un ser humano puede vivir por ahí, con tanto frío por la altura, y al mismo tiempo tanto calor y gases de azufre por la lava.
El anciano lo miró pensativo, luego cambió la mirada hacia el espacio del extenso salón, en el cuál algunos otros se habían detenido a oír la conversación. Buscaba a alguien que por fin encontró.
- Zurmeio, recuerdo que hace un tiempo me hablaste de ciertas predicciones del oráculo de Ekrios.
- Así fue, Manhetor. Aunque me temo que daba unas referencias poco claras. El hombre que había respondido era un joven monje de barba marrón, ojos claros y piel rojiza. Vestía ropas grises al igual que todos los del salón.
- Sin embargo caballero parece coincidir con algo similar al oráculo - respondió el anciano.
- Puede ser parte de este entonces -.
- Pues síguelo en su camino, que te lleve hasta las tierras que describe y resuélvelo - le ordenó.
- Yo,..., maestro, aún no soy un mago, apenas puedo usar... - pero el anciano lo interrumpió diciendo: - pudiste ver parte del futuro, y tienes los conocimientos y las habilidades suficientes para cumplir, sino no te encomendaría esta misión.
- Como usted diga - concluyó inclinando la cabeza levemente en señal de aceptación. Luego giró y se alejó hasta desaparecer por la puerta principal.
Eurides aún seguía en el mismo sitio. Había prestado atención a la conversación pero no había llegado a comprender por completo. Se preguntaba a que se refería aquel oráculo o que debía hacer. El anciano noto su desconcierto y le informó: - dijiste que protegerías a aquellos aldeanos, pues debes cumplir tu palabra de caballero. No puedes rendirte, debes volver.
- Pero señor, los he enfrentado con otros muchos caballeros y todos han muerto, no hay nada mas que pueda hacer yo.
- Zurmeio requiere tu ayuda, debes guiarlo hasta ellos. Es tu deber.
El caballero medito en silencio, - lo se - por fin respondió - iré.
Al día siguiente partieron juntos hacia las tierras de Mágra. Caminaron varios días hasta llegar a la aldea pero no entraron y procuraron no ser vistos por nadie de allí. El mago decidió rodearla por encima de la montaña, he ir directamente a acampar en las cercanías del campamento de los Orizes. Eurides intentó no demostrar temor frente a tan arriesgada decisión, decidió que el mago sabía lo que hacía, o al menos lo sabía mejor que él, por lo que le indicó un sendero posible para trepar el volcán y luego se encaminaron por este hasta caer la noche.
- Hoy descansaremos acá - había dicho Zurmeio, mañana debemos ubicar el campamento de los Orizes, y por la noche nos aproximaremos más.
Y así fue, durante el día siguiente estuvieron por las cercanías del cráter buscando rastros de los Orizes. Se movían tratando de no dejar marcas y pendientes en todo momento de no ser vistos. Los tramos que estaban al descubierto los recorrían corriendo y analizando previamente los posibles lugares para ocultarse. Al caer la tarde visualizaron el campamento, unos trescientos metros debajo del cráter de la cara opuesta al sol del amanecer. Estaba en un lugar desprotegido, donde soplaban fuertes vientos sin paredes cercanas que lo detengan. - Demasiado descubierto - dijo el mago, que analizaba cada detalle en busca de pistas para saber quienes eran esos seres.
Eran una docena de tiendas de cuero de diversos animales de montaña, la mayoría con pelaje grueso. Se veían varias hogueras ya consumidas pero aún humeantes y restos de huesos esparcidos. No había orden alguno por el campamento, eran como animales salvajes, como una raza prehistórica. Recién entonces vieron al primero de los Orizes, un enorme cuerpo que salía de una de las tiendas y refugiándose de la luz del día con sus anchos y velludos brazos, caminó hasta un hueso con carne de animal tirado en el suela, lo tomó y se lo llevó a la boca, arrancando un pedazo y masticándolo hasta tragar, luego se fue con el hueso a seguir comiendo dentro de la tienda. Al parecer durante el día solo dormían y comían.
Al anochecer se acercaron más, incluso, luego de comprobar que todos estaban descansando en sus tiendas, Zurmeio recorrió el campamento buscando cosas que Eurides, que vigilaba desde lejos, no llegaba a comprender. Caminó con delicadeza entre las tiendas, mirando los objetos que había desordenados por la tierra y los restos de animales mutilados. Volvió pensativo, con una firme expresión de preocupación.
Al día siguiente volvió a acercase, en total fueron cuatro veces, hasta que pudo llegar a una conclusión. Esa noche estaban volviendo a su campamento cuando le dijo: - no logro entender aún como han conseguido escaparse -.
- ¿Escaparse? - preguntó Eurides.
- ¿No lo has notado aún? - le criticó el mago.
- No - se limitó a responder.
- Los Orizes son prófugos.
- ¿De donde se han escapado? - quiso saber Eurides.
- Han escapado de las profundidades del volcán, del centro del calor eterno, de la dimensión del mal absoluto.
- Crees que salieron del volcán - se burló con respeto el caballero.
- Creo que salieron del infierno - respondió Zurmeio.
- ¿Del infierno? - repitió.
- Han encontrado una puerta, debe haberla dentro de este cráter, en las profundidades del fuego mas cadente. Debe existir algún pasaje que une el mundo de las tinieblas con el nuestro - explico. - No parece algo intencional, debe haber sido el azar, estos seres la han encontrado por error y han salido a través del volcán.
- ¿Y quienes son entonces?.
- Demonios, guardianes en las tierras del mal -.
Eurides permaneció entonces en silencio, quizás no supo que mas decir, no supo que mas creer o pensar.
- Tienen la marca, en la frente, es la marca del diablo -. Completó el mago.
- ¿Y que vamos a hacer? . preguntó mas tarde el caballero.
- Eso aún no lo se, llevará algo de tiempo y estudio, pero debemos expulsarlos de la tierra -.
Y así fue, pasaron algunas semanas en las cuales Zurmeio continuaba observándolos y luego meditaba. Se concentró en preparar una especie de poción, uso una pequeña vasija que dejaba a fuego lento y echaba hierbas que guardaba en el un bolso que llevaba siempre colgado.
- Creo que esta listo - dijo al fin, - pero debemos probarlo.
- ¿Y como?.
- Pues con uno de ellos, solo tienes que capturarlo y traerlo hacia aquí - le respondió mientras guardaba un líquido en una pequeña botella redondeada que luego guardó en su bolso.
- Claro, como no se me ocurrió - ironizó Eurides - sino también puedo ir yo solo y atacarlos a todos.
- Prepara una trampa y espera que alguno te vea y te persiga, ya tienes experiencia en ser perseguido -.
Durante el día siguiente Eurides se dedicó a cavar una fosa encerrada entre dos piedras de gran tamaño, tardó todo el día pero al caer el sol estaba lista. La tapo con ramas sobre los que puso algunos cueros y sobre estos una pequeña capa de tierra. No había quedado perfecta, se notaba que había algo allí, pero la oscuridad de la noche debí ocuparse de las imperfecciones.
Se acercaron a los Orizes lo mas que pudieron y permanecieron allí observando y aguardando una buena oportunidad. Se dio varias horas mas tarde, cuando uno de los demonios salió a buscar algo para comer. Estaba con su compañero de combate, pero este se quedó sentado sobre una piedra mientras se alejaba hacia la ladera opuesta. Eurides se dejó ver recién cuando el Orize estaba lejos y se mostraba molesto por no hallar alimento. Al verlo se detuvo un momento, como pensando si buscar ayuda o cazarlo en soledad, optó por lo segundo ya que de inmediato comenzó a correr hacia él. Eurides también echo a correr, lo mas rápido que podía, pero sin alejarse demasiado. Recorrió la ladera hacia las piedras donde estaba la trampa y aminoró el paso solo cuando estuvo cerca, asegurándose que el Orize lo seguiría de cerca, luego desapareció tras las rocas. Su perseguidor llegó al mismo punto unos minutos mas tarde para doblar tras las rocas y ver a Eurides tan solo a unos veinte o treinta metros delante, sin dudarlo echo a correr nuevamente hacia su presa, pero al pasar entre las rocas se hundió en la fosa junto a las ramas y los cueros.
Zurmeio entonces salió de atrás de una pequeña colina y se acercó a Eurides, que aún estaba con las manos sobre sus rodillas, agitado por la corrida.
- Ves que fácil resultó - le comentó mientras le daba una pequeña palmada en la espalda y siguió hacia la fosa. En el fondo estaba tirado entre las ramas el Orize, los miraba y mostraba sus dientes amenazante. Zurmeio no le prestó atención. Tomó de su bolso la botella, la destapó y luego dijo unas palabras que Eurides no logró entender, luego echo el brebaje sobre el Orize. Era un líquido similar al agua, pero especial. Al tocar el cuerpo del demonio salió humo, estaba quemando y atravesando su piel. El Orize gritó sin poder evitar comenzar a consumirse entre el humo, su cuerpo pareció derretirse hasta desaparecer, dejando apenas una pila de polvo seco, como arcilla que el viento de la montaña se encargó de esparcir.
- Funcionó - dijo Eurides por fin.
Al día siguiente los dos bajaron al pueblo del valle. Les costó mucho convencer a los pocos habitantes que aún quedaban viviendo allí que contaban con un arma para destruir a los Orizes.
Zurmeio en ningún momento explicó que eran demonios ni dijo nada de su origen, se limitó a hablar de la poción y de que debían utilizarla la próxima vez que fuesen atacados.
Preparó una gran cantidad del brebaje y lo repartió entre los hombres, luego esperaron a que cayera la niebla de la noche. Los Orizes aparecieron bajando la colina. Los campesinos no creían en ellos y pensaban huir, como acostumbraban, si eran atacados, por eso Eurides y Zurmeio se adelantaron al verlos venir. Solo al verlos correr hacia ellos la mayoría de los hombres, que ya huían, se detuvieron y observaron como los enfrentaban.
Rociaron el líquido en los primeros Orizes que llegaron a la carga y estos comenzaron a quemarse. Algunos de los enemigos se detuvieron al ver como se quemaban los demonios. Pero entonces los hombres comenzaron a animarse, volvieron hacia la villa y enfrentaron a los Orizes. Al comprobar que el brebaje funcionaba sintieron alegría y comenzaron a dar gritos de victoria, mientras el enemigo se deshacía a sus pies. La mayoría de los demonios no reaccionaban, miraban incrédulos como sus cuerpos eran devorados por el agua. Los hombres corrieron hasta alcanzar a los pocos Orizes que, al verse vencidos, intentaron huir montaña arriba, no dejaron que ninguno lograse escapar.
Antes de acabar con el ultimo pudo ve claramente la marca del demonio en su frente mientras su rostro se deformaba hasta consumirse por completo.
Los días siguientes hubo festejos en el pueblo. Mucha gente volvió a sus casas luego de haber vivido escondidos en otros valles.
Zurmeio dedico esos días escribir. Era un libro en donde anoto todo lo ocurrido. Escribio de los Orizes, sus costumbres, su teoría sobre el origen, y por ultimo la receta de la poción para vencerlos. Un día antes de partir lo entrego el libro al caballero, nombrándolo su dueño.
- Tu misión será velar por los hombres de estos demonios que escapan de las tierras del mal. Debes estudiar este libro y saber usarlo en caso necesario. Antes de morir asegúrate de elegir a un buen discípulo que continúe con el libro. Cuéntale la historia.
El caballero se mostró honrado y dio su palabra de que cumpliría y dejaría el libro en buenas manos.
- tu supervivencia en aquella batalla significó mucho mas de lo que crees, no fue casualidad, fue el destino, el mismo que ahora te dará la responsabilidad. Aquí esta escrita la maldición n de los Orizes, mientras alguien la sepa ellos no podrán volver al mundo de los vivos.
La maldición sobre ellos fue impuesta, que dure por siempre. Toda maldición tiene su cura y aquí también
Podrá encontrarse. Protege el libro y nunca podrán volver.

9

- caerías eternamente – le dijo luego de tomarla por la cintura ya cuando se encontraba en el aire, aferrarla con fuerza e introducirla nuevamente en el tren. Cerró la puerta a su espala y antes de acercarse a Coqui miró hacia el fondo del pasillo, como esperando la posible aparición de alguien mas. Coqui lo noto, no fue una mirada de temor, pero si de preocupación.
También noto que debajo de su brazo izquierdo tenía, apretado contra su abdomen, un libro ancho y familiar. Era sin duda el que había visto sobre una de las literas.
En la otra mano sostenía con firmeza una antigua daza, cuyo filo brillaba con esplendor, rociada por la poca luz del lugar. Al verla sintió miedo, aunque razono que si hubiese querido usarla ya estaría muerta. De todas maneras se mantuvo aprisionada contra la pared, como buscando encogerse hasta desaparecer detrás de esta.
- ¿Quien eres? – de pronto pregunto mirándola fija a sus pupilas.
Coqui no esperaba esa pregunta, al contrario, ella era la que tenía la curiosidad de saber quién ese hombre.
- ¿yo? – se atrevió a responder con voz apagada. – No se quien es usted – completó mirando hacia la daga y tratando de hundirse en la pared.
- ¿Por qué te entraste al camarote, buscabas esto? – preguntó moviendo la cabeza hacia el hombro debajo del cuál tenía el libro.
- yo,….no – se mostró desconcertada. Juntó las palabras y volvió a intentarlo – no sabía que ese libro era de usted, no fue mi intención despertarlo – se disculpó.
- Se que no eres un demonio – le confesó entonces, - solo una naufraga del tiempo.
Coqui lo miró aún mas perdida en sus palabras, ya no supo que más decir y el silencio invadió el lugar por unos instantes. El hombre de pronto se puso de pie y se alejó unos metros, hasta la margen del pasillo. Coqui intentó vociferar algo, promovida por el extraño actuar del hombre, aunque no llego a decir nada al toparse con un gestó de “silencio”, obrado por el dedo de la mano derecha apoyado sobre sus labios.
El hombre Estacionó su mirada en el vacío de la ventana y giró el cuello, buscando encontrar algún sonido distinto la monótona cortina sonora del tren, que se ocultaba tras una atmósfera de aire estancado.
- Vamos – decretó a continuación y tomándola suavemente del brazo la ayudó a levantarse. Fueron hacia atrás, el hombre siempre alerta y desconfiando de cada puerta del pasillo. Llegaron hasta la intersección de ambos vagones y se detuvieron.
- ¿Si todos están muertos, quien conduce el tren? – se le ocurrió preguntar a Coqui, que recién entonces lo notaba.
- Nadie, pero ese es el menor de los problemas – le respondió el hombre. - ¿Cómo es tu nombre? – quiso saber demostrando por primera vez una remota imagen de amistad.
- Coqui. ¿Y usted? – se refirió con formalidad.
- Nahir – respondió seco.
Coqui miró entre la abertura de la unión de los vagones, buscó la vía pero no la encontró, no pudo ver siquiera el piso. Comentó intrigada: - no hay vías -.
- Claro que no, estamos viajando sin tiempo ni espacio, estamos fuera de todo lo que conoces – respondió como estuviese hablando de algo trivial que puede pasar cualquier buen día.
Se notaba que quería decirle algo importante cuando por din dijo: - mira, toma este libro. Debes cuidarlo ya que es muy importante para mí.
- Lo se – interrumpió Coqui.
Pero el hombre insistió: - no tienes ni idea de la importancia que tiene. No es un libro común.
Coqui lo miró intrigado. Pero Nahir había cambiado de actitud, y ahora hablaba y le explicaba cosas que para ella eran casi imposibles de asimilar. – ¿No te has preguntado aún porque tu estas viva?, tu, entre todos los pasajeros -.
Le costo hacerse con una respuesta, y antes de tenerla en los labios ya seguía hablando Nahir – eres solo un señuelo, una carnada, una pieza para confundir a la presa y dejarla a merced del cazador. Estas viva, te dejaron viva a propósito, para que yo creyera que tú eras el demonio y saliera de mi escondite a matarte.
- ¿A matarme? – se aterrorizó Coqui.
- Si, y cerca estuve de hacerlo cuando te acercaste al libro, fue tan solo un instante mas que deje pasar, como para darte una última oportunidad, y fue el momento exacto que lo soltaste y saliste del camarote – relató sin mostrarse arrepentido de nada. – ¿Qué podía hacer?, se juega el destino de cosas mucho mas importante que nuestras vidas en esto – aclaró, - si hubieses abierto el libro no me hubiese quedado otro remedio que matarte.
Miró brevemente el desconcierto reinante en la expresión de Coqui, luego continuó:
- Por eso cambiaron la trayectoria del tiempo y el espacio, para llevar al tren a un lugar donde ellos puedan estar, ya que en el mundo, hasta no tener el libro, no podrán existir.
- ¿Y que dice ese libro tan importante?.
- Dice la manera de mantener al mundo protegido, es una muralla, un cerrojo para impedir a seres de otros mundos entrar a hacer daño en este – acomodó su espalda contra la pared, como anticipando estar dispuesto ser mas específico y retomó: - muchos años atrás hubo demonios en el mundo. Habían logrado saltar las barreras del infierno y acechaban a los hombres. Pero gracias a la ayuda de un mago estos fueron expulsados y, según cuenta la leyenda, el mago puso un hechizo por escrito en este libro para detener a los demonios de cualquier nuevo intento de volver al mundo de los mortales. El libro fue pasando de mano en mano, de maestro a discípulo, durante siglos. Durante todo ese tiempo hubo muchos intentos de los demonios, llamados Orizes, de hacerse con el libro y destruirlo. Los herederos del libro fueron escribiendo sus vivencias, todo esta aquí escrito – dijo remarcando con la mirada el libro.
Coqui lo escuchaba atenta y pensativa. Se preguntaba como siempre terminaba enrollada en estos problemas. Se preguntaba que tenía ella de especial para siempre invocarlos.
- En cada ocasión que algún demonio logra eludir las barreras de fuego y escapa de las tierras del mal se encuentra con este libro y su maldición. Es una pared infranqueable, por eso ellos vienen por el libro, a buscarlo y destruirlo, solo así podrán pasar y ser libres en el mundo.
Nahir se asomó nuevamente por el pasillo, asegurándose que estuviese vacío. Luego volvió hacia la chica – hace muchos años, yo era un estudiante de filosofía. Me pasaba horas leyendo y aprendiendo en las bibliotecas, estaba obsesionado con el origen del hombre y su destino final. Estudiaba sobre los tiempos antiguos, sobre otras civilizaciones y otras creencias. Una tarde, en una estantería alta de la biblioteca encontré un libro que jamás había visto, comencé a leerlo y me fue apasionando. Me quede toda la noche hasta terminarlo y descubrí que había aprendido mucho, mucho mas que con cualquier otro libro. En ningún momento note que alguien me vigilaba, alguien que había puesto el libro allí con la intención de que yo lo encontrase. Al cerrarlo el hombre apareció a mis espaldas, ese hombre había sido uno de mis maestros en la cátedra de Historia de las Culturas y se había fijado en mí, me nombró su discípulo. Allí comenzó mi historia con este libro, luego me convertí en el heredero del libro y aquí estoy, tratando de evitar que caiga en manos demoníacas.
- Y yo que puedo hacer al respecto – le preguntó Coqui. No era una chica de enfrentar de cara los problemas, siempre que había una manera de evitarlos le parecía mejor. Después de todo era muy sensible con respecto a los demás y a herir sentimientos. Algunos lo podían tomar como un defecto pero también era una grandeza, la actitud que muchas veces logra evitar una guerra.
- Debo buscar al demonio que me esta buscando, debo encontrarlo antes que él me encuentre a mí. Sé que esta por algún lado oculto y tu debes ayudarme – le solicitó.
– Mira – comenzó a responder, - no es que no quiera ayudarte…. – pero Nahir la interrumpió bruscamente: - debes hacerlo, toma el libro – le dijo entregándoselo, - debes cuidarlo mientras lo busco, debes ayudarme – concluyó.
Coqui tomó el libro casi por reflejo, pero sin querer de verdad hacerlo.
- Mira allá afuera, mira la nada, la eternidad en la que estamos metidos – le dijo indicándole la ventana a su espalda. Ella, también por reflejo dio media vuelta pensativa, enfrentándose a la ventana y dándole por un momento la espalda a Nahir. Afuera seguía la oscuridad inerte, como una pintura negra pegada sobre el cristal. – Alguien nos ha metido aquí, alguien que te ha dejado viva -. Al oír aquella frase que concluía, de inmediato invadió su mente un recuerdo, algo conciso pero que su había estacionado en el olvido, detrás de todos los sucesos de aquella extraña noche: recordó las palabras del guardia del vagón, aquellas palabras que creía haber soñado.
Usted hoy no va a morir
- El guardia – dedujo, - el guardia de mi vagón es a quien usted busca – exclamó satisfecha por su conclusión. Pero al girar repentinamente notó que estaba sola, Nahir ya no estaba y no había rastros de él. En cambio la puerta que daba hacia fuera estaba abierta y entraba apenas una brisa. Coqui se acercó a la puerta preguntándose si el hombre había salido por ella. Miró hacia fuera pero no vio a nadie ni nada. Se preguntó porque había confiado en ella, después de todo había dejado aquel libro tan valioso en sus manos.
Decidió ir al bar, entonces la puerta automática que uno los vagones se abrió, era el guardia.
- Quiero ese libro ahora – le ordenó con una voz diferente a la de cualquier hombre normal. Era mas profunda y se replicaba como si hablase por un micrófono distorsionado.
- No puedo creer que deje como señuelo al que quería matar – maldijo. Entonces Coqui comprendió que ese ser la confundía con Nahir, y que probablemente Nahir le había dado el libro a ella con esa intención.
– No tienes escape – le dijo cortando con su brazo la posibilidad de avanzar por el pasillo. – Dame ese libro – volvió a ordenarle, esta vez con un tono mas agresivo.
Sus ojos eran verdes, pero un verde oscuro y brillante. No eran humanos. Ella no lo había notado cuando la había despertado para pedirle el pasaje, pero no podía reprochárselo, no había manera de imaginarse quien era ese ser.
- No tienes escape – repitió y se abalanzó sobre ella. Pero en ese momento se abrió la puerta opuesta a la que ya estaba abierta, y desde afuera apareció Nahir. Su cuerpo caía del techo del tren, impulsándose con las manos, en forma horizontal y con ambas piernas hacia adelante. Con el impulso sus piernas golpearon el cuerpo del guardia, el cuál salió despedido hacia fuera. Pero antes de caer tuvo el tiempo de aferrarse a un brazo de Coqui y llevársela consigo en su caída.
Nahir de inmediato se arrojó hacia delante y logró atrapar a Coqui de su torso, mientras para no caer también se agarraba con fuerza a una barra dispuesta para que la gente se sostenga al bajar del tren.
Fue todo tan rápido que Coqui no llego a emitir ningún sonido, pero ahora que se percataba que estaba colgada tambaleándose hacia el vacío absoluto gritó.
El demonio, sin perder tiempo, estiró su brazo libre para tratar de quitarle el libro que Coqui aún presionaba bajo su brazo.
- ¡Golpéalo!, ¡has que se suelte! – oyó que le gritaba Nahir mientras tanto. Miró apenas hacia abajo, si es que había un abajo donde referirse, aunque no había nada que ver. Sentía un fuerte dolor en el brazo del cual colgaba el guardia pero no le prestó demasiada atención.
Todo terminó cuando Coqui dejó resbalar el libro hasta tomarlo con su mano libre y lo utilizó para golpear con toda la fuerza que pudo la cabeza del guardia. Este se soltó de inmediato, pero al caer llegó a estirar el brazo y arrebatarle el libro de la mano a Coqui.
Cayó hacia la nada riéndose y abrazando el libro.
Nahir, sin prestarle atención al hecho de haber perdido el libro, se ocupo de tirar del cuerpo de Coqui para volver a entrarla en el tren. Una vez a salvo se sentaron pegando la espalda contra la pared, uno a la par del otro y permanecieron en silencio y respirando agitados. Nahir fue el primero en hablar.
- ¿Estas bien? – le preguntó mirándola de reojo.
- Si – respondió apesadumbrada. – Siento lo tu libro – se disculpó.
- No te preocupes – la tranquilizó.
- Se que era muy importante.
- No es – aclaró y luego agregó, - siento haberte metido en esto. Se que no estuvo bien utilizarte como señuelo pero era la única manera para sorprender a ese Orize – se justificó mientras se ponía de pie, - por suerte ya todo terminó.
- Pero ya no tienes el libro – argumentó Coqui.
- ¿El libro?, ese no era el verdadero, es una copia que hice hace mucho tiempo, por si algo como esto sucedía. El original se encuentra seguro, debajo de mi cama.
- O sea que de verdad tenías todo planeado – dedujo.
- Todo no, la verdad es que no esperaba que fuese tan difícil.

Paco abrió la puerta del camarote y se puso de rodillas, como en busca de algo, miró debajo de la litera y, al no llegar a distinguir nada, pasó el brazo.
Mientras tanto, en otra parte del tren Coqui y Nahir se reponían. Coqui había perdido un zapato y sentía un dolor en el codo, se había golpeado al caer del tren.
- ¿Hay mas gente viva en el tren? – preguntó Nahir.
- Si, hay un chico de nombre Paco, es un pequeño muy inteligente, y también hay una chica asustada y lastimada. No he visto a nadie mas – describió.
- Espera – razonó de pronto Nahir, - los demonios siempre vienen de a dos, así es como dice el libro que atacan.
- ¿Quiere decir que hay otro demonio escondido?.
- Me temo que si, y en este momento debe estar buscando el libro – pensó de repente mientras de un salto se ponía de pie. – Vamos – exclamó ayudándola a levantarse.
Comenzaron a avanzar por los pasillos. Nahir iba primero y vigilando cada puerta, Coqui tan solo lo seguía de cerca. Llegaron al comedor, pero no había nadie. Atravesaron las mesas y la barra y siguieron al vagón siguiente. Al entrar vieron una pequeña y lejana figura en la otra punta del pasillo. Coqui logró reconocerlo enseguida, a pesar de la poca luz, era Paco. Caminaba hacia ellos, pero al verlos se detuvo.
- Ese es Paco, el chico que encontré vivo – le informó.
El chico solo llegó a ver a Nahir, ya que este tapaba casi por completo la figura de Coqui. Al ver que el hombre caminaba hacia él se asustó.
- ¿Es el que dijiste que parecía demasiado inteligente para ser un niño? – preguntó.
- Si, bueno, en realidad... – pero Nahir la interrumpió, - Tiene algo en sus manos.
Estaba oscuro y lejos, pero Coqui logró distinguir que era lo que tenía: era un libro.
- ¡Paco! – gritó Coqui.
- ¿Coqui? – respondió el chico esforzándose por mirar detrás de Nahir.
- Tiene el libro – dijo Coqui en voz baja solo para que Nahir lo oyese.
- Si, lo veo.
- Pero entonces,... el es el demonio – dedujo.
- Ya lo creo – respondió Nahir apartándola hacia atrás y avanzando.
Paco, al ver a Coqui, se mostró mas relajado, luego comenzó a acercarse a ellos diciéndole a Coqui – pensé que te había perdido.
- ¡Tienes el libro! – exclamó Nahir señalándolo.
- ¿Quién es este hombre? – preguntó Paco a Coqui.
- Es... – pero se quedó sin palabras para explicar.
- ¿Dónde has estado?, nos dejaste solos, ¿dónde has estado? – la interrogó.
- ¿Qué haces con ese libro? – quiso saber Coqui sin prestarle atención a sus preguntas.
- Pués la niña me pidió que se lo busque, me costo mucho encontrarlo ya que ella no recordaba en que camarote estaba – se quejó, - pero por fin lo encontré – dijo mostrándolo, - espero que esto ayude a que se tranquilize, no sabes lo mal que respira. Yo pienso que le ha hecho mal el golpe que se dio en la frente.
- ¿Que golpe?, ¿qué tiene en la frente? – le preguntó Nahir con ansiedad.
- Coqui lo vió, ¿no?, recuerdas la marca....
- ¡La marca! – gritó Nahir, - ¡la chica!, ¡es la chica!. Los demonios pueden tomar cuerpos humanos, pero nunca pueden borrar la marca en sus frentes, un círculo pequeño, símbolo del pecado, grabada para siempre en sus cuerpos – explicó con prisa.
Paco se mostró desconcertado e iba a componer alguna palabra cuando de una de las puertas, a su espalda, apareció otra figura, era la chica y de inmediato saltó hacia él.
- ¡Cuidado! – llegó a gritar. Paco no comprendió de que lo advertían y aunque lo hubiese comprendido ya era tarde. La chica calló sobre su espalda y lo presionó contra la pared.
- ¡No sueltes el libro! – le pidió Nahir mientras corría hacia ellos. Paco, quizás por instinto, retuvo el libro contra su pecho con fuerza y entre sus brazos. También por instinto se agacho, haciendo que la niña quedara colgada encima de él. Se sorprendió de la increíble fuerza y la desesperada insistencia de la chica por arrebatarle el libro, pero no le sería fácil quitárselo. Retrocedió y el cuerpo de la chico golpeo con fuerza la ventana. Pero ella le presionó los hombros, obligando a que los doblase hacia fuera y que dejase caer el libro. Al llegar al piso con un movimiento hacia delante Paco, sin quererlo, lo pateo lejos hacia donde estaban Nahir y Coqui. Entonces la chica lo solto y se apresuró a buscar el libro, arrojó con fuerza el cuerpo de Paco hacia un lado. Este entró a uno de los camarotes y cayó entre las literas. Nahir llegó a la posición de la chica y se encontraron en un choque de frente. Se agarraron mutuamente, la chica lo tomo del cuello, intentando estrangularlo. Su fuerza no era la de una niña, era la de un Orize disfrazado, la de un demonio luchando por hacer el mal con todas sus energías. Coqui tomó el libro pero no hizo nada mas, se quedo mirando la pelea ya que de nada le serviría huir.
Nahir trató de quitarse los brazos de la chica de su cuello, la empujó hacia atrás pero apenas logró reducir levemente la presión. Pudo ver de cerca la marca, era el símbolo de los Orizes, grabada a fuego en su frente. Luego la chica emitió un grito y giró con hacia un lado el cuerpo de Nahir, quedando del lado de Coqui, la cuál se asustó y esta vez si comenzó a alejarse. Nahir cayó al piso y vio como la niña se alejaba hacia Coqui. En un útlimo intento estiró el brazo desde el suelo, intentando agarrarla, pero no pudo.
Coqui corrió pero no logró evadirla, la chica la alcanzó antes que lograse llegar al fondo del vagón. La tomó por la espalda y la giró, quedando frente a frente, luego, con una voz emergente de las profundidades de una garganta diferente a la de una niña oyó que le decía: - entrégame el libro.
No supo que hacer, notó la furia acumulada detrás de las retinas de ese pequeño cuerpo de niña. Su rostro ahora era pálido, descolorido, atemorizaste.
Estiró el brazo, como dispuesto a recibir lo que buscaba cuando por detrás apareció la figura de Nahir. La niña no lo noto hasta que la tomó por la cintura y con el impulso de la carrera previa la levantó y golpearon la ventana. El cristal se rompió y los dos cuerpos atravesaron la ventana, saliendo del tren. Nahir llegó a agarrarse del borde pero no logró desprenderse de la chica, que estaba enrollada como una serpiente a su torso. Coqui y Paco, que había aparecido con la cabeza sangrando debido al golpe contra una de las literas, llegaron a acercarse a la ventana. Allí pudieron ver como Nahir colgaba apenas sostenido con un brazo. Su mano sangraba por los cristales que habían quedado sobre el marco de la ventana. Supieron entonces que mucho no resistiría.
Su gesto cambió al ver a Paco, trató de ocultar el sufrimiento. La niña no cesaba de golpearlo he intentar usar su cuerpo como escalera para llegar al tren. Nahir sabía que estaba perdido, no le costo reconocerlo, entonces hablo, - Paco, eres el nuevo dueño del libro. Has sabido protegerlo y confío en que podrás seguir haciéndolo. Debes leerlo, leerlo y comprender. Solo así podrás protegerlo. Es especial, verás como lo es. Léelo y aprenderás todo lo que necesitas para ser el heredero, por siempre.
Luego de decir esto Nahir se soltó y su cuerpo, junto al de la niña, desaparecieron en el silencio y la nada.


10

- ¿Como volveremos? – preguntó Coqui cansada.
Habían pasado ya varias horas. Coqui estaba en el bar sentada sobre una de las mesas. Con los pies estirados y su espalda contra el cristal. Paco seguía leyendo el libro. Le había pedido que le dejase un tiempo para que pudiese leer con calma. Luego de haber estado un rato en la mesa frente a ella, prefirió irse a una litera vacía, donde podía estar tranquilo y solo. Desde entonces el tiempo corría y Coqui tenía hambre y ganas de estar en su casa descansando.
Luego de ver caer a Nahir se habían quedado juntos un rato, sin saber bien que hacer, sin estar seguros de lo que había pasado. Paco sintió que algo cambiaría en su vida, pero no lo supo hasta pedirle a Coqui el libro.
- ¿Qué harás? – le había preguntado Coqui.
- ¿Qué harás con que?.
- Con lo que dijo Nahir. ¿Leerás el libro?, ¿harás eso? – especificó.
Paco había olvidado por completo lo del libro. Pero ahora estaban allí, los dos, atrapados en un lugar sin tiempo, sin futuro ni pasado, sin espacio mas que el del tren. De pronto había recordado que el ahora era el dueño de aquellas hojas encuadernadas. - ¿De que podía servirle? – se preguntó.
- Si – afirmó, - lo leeré -. Dijo mientras Coqui se lo entregada. Después fueron al comedor, donde se habían quedado un rato.
- ¿Puedes dejar de jugar con ese paquete vacío de papas? – le había pedido Paco a Coqui.
- Esta bien – dijo resignada y dejando caer al piso el paquete.
- Perdona – se disculpó Paco, - mejor voy a seguir leyendo a un sitio más tranquilo – dijo y se marcho hacia el vagón delantero. Coqui Había notado como Paco, tan solo con lo que había leído antes de irse del bar, ya parecía una persona distinta. Era difícil para ella describir las diferencias, pero ahora Paco parecía una persona mayor, mas centrado, mas responsable, mas sabio.
Por fin apareció. Entró al comedor y se sentó con la cabeza baja, como perdido en sus propios pensamientos. El libro descansaba bajo su brazo.
- El libro lo dice todo – confesó levantando la vista hasta encontrarse con la de Coqui.
- ¿Dice como salir de aquí? – resumió mientras jugaba con un vaso vacío.
- Creo que si – respondió antes de explicar, - verás, el cambio del tiempo y el espacio esta dada por la velocidad del tren. El tiempo es la medida del cambio y el espacio el vínculo que se intercepta con él en el infinito. No tenemos referencias, pero si las tuviésemos veríamos que el tren esta andando a una velocidad infinitamente rápida.
- ¿Y que hacemos? – inquirió Coqui, que solo quería oír soluciones.
- Vamos a tratar de parar este tren.
Fueron hasta el primer vagón, donde encontraron unos comandos. Había botones, palancas y luces. Delante de ellos estaba la máquina, pero aquellos comandos serían tal vez suficientes. Comenzaron entonces a tocar todo, probaron con varios botones hasta dar con uno que pareció el indicado. No notaron nada hasta un instante mas tarde, cuando todo comenzó a temblar. Las paredes se tambaleaban y daban la impresión de estar por caerse. Entonces se oyó un ruido como un trueno, perdieron el equilibrio y cayeron juntos al piso. Al ponerse de pie vieron como afuera aparecía el mundo. Vieron las montañas en la lejanía, algunas luces de caseríos dispersas bajo la luz de la luna llena, un río casi seco al costado de la vía. ¡Había vía!.
El tren perdía velocidad. Miraron por la ventana hasta verlo detenerse por completo. Paco fue el que abrió la puerta.
- ¿Que haremos con el tren? – preguntó Coqui mientras se acercaba a la escalera para descender.
- Nadie debe saber lo ocurrido – decretó mientras volvía hacia los comandos de la máquina. Tocó algunos botones hasta que el tren comenzó a ponerse en movimiento.
- Vamos – dijo mientras se acercaba a la puerta.
Bajaron del tren y vieron como tomaba velocidad, hasta que nuevamente desapareció en la nada.
- Debo irme ahora – le dijo Paco, - gracias por todo lo que has hecho por mí y por el libro. Hablaba como si hubiera sido el dueño del libro hacia mucho tiempo. La saludó con un gesto y comenzó a alejarse en la dirección de las montañas.
- Adiós – llegó a decir Coqui antes de que se perdiera de vista.
- Adiós – oyó que, sin darse vuelta, le respondía.
Coqui caminó hacia el lado opuesto, donde a lo lejos se veían las luces. Luego de un rato se encontró con un camino de tierra y siguiéndolo llegó hasta una ruta.
Comenzó a hacerles señas a los pocos autos que circulaban, esperando que alguno la llevase.
- ¿Qué haces a estas horas caminando sola por la ruta? – preguntó intrigado el conductor de la Van blanca que la levantó.
- Salí a dar un paseo – respondió tajante, correspondiente con su costumbre de no dar explicaciones.

EL TESORO DE HUSCAR PACHE

1

Se suponía que iba a ser un día soleado, espléndido para salir a navegar, pero no, las espesas nubes habían trepado desde la marcada línea del sur oeste y ya eran dueñas del cielo. El sol había sido conquistado y ahora apenas mostraba su silueta oculto tras la capa grisáceo. Mientras tanto, sobre la superficie de la tierra, estaba ella, quejándose, pues tampoco se suponía que estuviese sucediéndole eso.
- ¿Cómo pudo haberme pasado esto? – se criticaba alarmada al darse cuenta que ya era un hecho de que no tenía la menor idea de donde se encontraba. – ¿Puede ser que siempre me pasen a mí estas cosas? – se maldecía sin parar y en vos alta. Pero su voz solo era oída por los insectos y se perdía entre la espesa maleza. – ¿Cómo puedo haber logrado perderme tanto? – se preguntaba una y otra vez sin terminar de sorprenderse y comprender lo que ella misma había hecho sin mas vueltas y sin esperar un desenlace de esta manera. Ahora reconocía el grave error que había cometido, pero ya era tarde y nada solucionaría con quejarse.
Desde el principio le había parecido una mala idea detenerse en un lugar desierto y tan aislado del mundo, pero como a su chico le había parecido la mejor idea, y como siempre le hacía caso, lo había aceptado en su momento. También era cierto que después de semejante golpe sobre la hélice era necesario parar a revisar su estado.
Luego de ver que había perdido dos de sus tres aspas y, siendo realistas, reconocer que de esa manera no podían seguir ya que no tendrían manera de mantener la dirección de la embarcación, lo cuál, en esos estrechos arroyos que estaban recorriendo podía llegar a ser bastante peligroso, y todos coincidían no arriesgarse a males peores. Cambiar la hélice por la de repuesto (siempre llevaba una de repuesto en popa) no podía durar mas de un par de horas, inclusive a pesar de que él nunca lo había hecho ni lo había visto hacer.
Habían salido temprano esa mañana, a eso de las diez ya estaban navegando sobre el Paraná hacia arriba, no había mucho viento ni tampoco demasiada corriente ni oleaje. Los insignificantes desniveles no llegaba a hacer saltar demasiado la lancha por lo que la navegación resultaba ideal La marea estaba muy baja, aunque de a poco trataba de subir. Se veían las costas escarpadas descubiertas por la marea baja. Las salientes sobresalían desnudas entre las raíces de los árboles mas cercanos. Al fondo, se veía la infinita espesura verde de un ecosistema en paz y armonía, de los pocos lugares vírgenes donde todavía la naturaleza puede jactarse de ser natural, mostrando su pureza reflejada en el aire limpio y frío de las hojas, del horizonte profundo en la distancia, desierto y silencioso, escondido entre los brazos de una extensión apenas poblada.
Siguieron bastante rato río arriba, remontando por la margen izquierda la cuenca de las Palmas, allá hacia donde se vería el poniente al atardecer, derecho hacia Campana. Pero un pequeño canal surgió como de la nada del lado opuesto, y tenía que ser demasiado tentador para que el timonel insistiera en meterse adentro, a recorrerlo “a ver que hay”. Y así, con la aceptación sin insistencia ni interés usuales de Coqui fue como comenzó todo. El canal era natural y angosto, se introducía entre la maleza virgen unos seiscientos metros, siempre caprichoso, cambiando de dirección como todo afluente por el cuál sus aguas corren sin prisa y con tiempo de girar incansablemente cuantas veces sea posible. De ahí se abrían en dos direcciones, y luego de ver a simple vista y deducir sin muchos cálculos que uno de los dos remontes se cerraba mas y tenía mas sedimentos en sus aguas, decidieron tomar el lecho de la izquierda, que se adentraba en lo profundo del pantano, pero mostrando un cauce lo suficientemente ancho como para resultar navegable. Anduvieron un rato a marcha lenta, cerciorándose que del sonar marcara un calaje aceptable para no arriesgarse a tocar fondo, y luego de un largo rato de marcar mas de dos metros de profundidad, pudieron acelerar un poco el motor, levantando mas la lancha.
Habían hecho casi doscientos metros mas sin prestarle atención a la masa de espesura verde que los rodeaba, cuando, desde el fondo del casco se produjo un fuerte estruendo y el bote completo salto con bruscamente hacia delante, sintiendo los que allí estaban, subir sus hombros y sus cuellos ir hacia atrás por un momento.
La lancha continuo unos metros mas con el impulso, pero el motor se había detenido. Les costo maniobrar hasta ese pequeño claro que apareció como de la nada, entre los juncos. Amarraron contra un tronco muerto, repleto de hongos y pequeños bichos, que yacía horizontal, paralelo al lecho de agua. Bajaron a tierra y levantaron el motor, la hélice había perdido un aspa y las otras dos estaban muy dañadas y torcidas hacia fuera. La lancha ya no tendría una buena estabilidad, sería imposible maniobrar es esas condiciones. Pero por fortuna en proa había un hélice de repuesto. Coqui no tenía la idea de aprender como cambiar una hélice por lo que se quedo apoyada contra la lancha mirando sin interés.
Se preguntaron que podía haber sido lo que golpeo tan duramente el casco, incluso una rama o tronco habrían sonado de otro modo, sabían que no podía ser madera, fue un golpe demasiado seco, como una piedra o algo de metal lo que habían fondeado.
Entonces, de entre los árboles, en las ramas mas altas de la margen opuesta, un pájaro salió de la nada y voló, extendiendo sus grandes alas blancas hacia el claro. Era una especie de garza, de largas piernas y angosto cuello. Su pico era fino y negro, y al pasar cerca de los hombres, pareció echarles una mirada diabólica con sus ojos rosas oscuros, como maldiciendo que estuviesen rompiendo el frágil esquema que la naturaleza había tejido para aquel lugar.
Tardarían, según ningún cálculo coherente, al menos una hora en cambiar la hélice y reparar lo que se hubiese descompuesto. El golpe había desconectado el cable de la transmisión y separado el caño de la gasolina, era todo un trabajo, a cargo de manos inexperimentadas.
Coqui se había despertado temprano aquel día, y desde que había estado en la cocina y el agua estuvo caliente, había estado tomando uno y otro mate. Ahora el líquido le obligaba a querer ir al baño, claro que no había ninguno cerca, pero si el inmenso y desierto espacio salvaje, donde nadie la vería. Entonces se alejó, introduciéndose entre la maleza, buscando donde pisar para avanzar y encontrar el lugar adecuado. La luz se filtraba entre las ramas con pequeñas hojas alargadas y de un verde claro. El piso estaba cubierto de hojas secas y pequeños arbustos.

2

Era un día húmedo y frío de mediados de Junio, cuando un capitán de navío avistó la presencia de una flota inglesa bien entrado el amanecer. Ya desde las lomas de Quilmes habían llegado noticias semejantes, aunque aún difíciles de creer. Los informes fueron luego confirmados por el sargento Tabares, que había sido enviado, con cinco hombres y un cañón hacia las costas, para que disparasen ante la certeza. Casi a la caída del sol se hizo oír en toda la ciudad la ya esperada detonación del cañón.
Esa noche se celebraba una reunión en la casa de la comedia, un hombre penetró en la sala directamente a hablar con Sobremonte, el virrey de España en el río de la Plata, el cuál se encontraba en el momento con su esposa e hija.
Luego de que el recién llegado le hablo al oído al Virrey, este, con gesto claro de preocupación, abandono el teatro frente a una multitud que comenzó a susurrar e intuir que algo grave sucedería. Solo una hora mas tarde, se oyeron salvas del fuerte que convocaban al pueblo, el cuál acudió ya conociendo la noticia que había corrido de oído a oído como reguero de pólvora. Fueron mas de mil hombres que, sabiendo de la inminente agresión extranjera, exigieron armas u municiones para alistarse a la defensa.
Los barcos del puerto buscaron, informados por faroles desde el fuerte, refugio de inmediato, y salieron las primeras tropas, de apenas cuatrocientos milicianos mal preparados y algunos campesinos, hacia Quilmes mientras se convocaba al ejercito.
Desde ese entonces, Sobremonte se mostró ineficiente, comenzando a dudar, tomar malas decisiones y a fallar en las estrategias y métodos de defensa, además de mostrar por momentos fragilidad. Solo en un primer momento pareció algo decidido, delegando el mando de la ciudad a uno de sus hombres, el Coronel Perez Britos, y partiendo con varios soldados de su fuerza hacia el encuentro del enemigo. Se encontró en el puente Gálvez, con la caballería dispersa y algunos maltrechos hombres casi sin armas, que se las verían mal.
Mientras tanto, en las costas de Quilmes se veía la escuadra inglesa en formación de combate, y las lanchas que por el poco calaje, debían ser utilizadas para el desembarcar. Para el mediodía del día siguiente, bajo una intensa lluvia, establecían cabecera de puente para cubrir y completar, caída la noche, el desembarco, con un total en tierra de mil seiscientos treinta hombres mas cañones y otras piezas de artillería pesada.
Algunos hombres de la ciudad se acercaron al fuerte a pedir armas, eran valientes pero ignorantes de disciplina y subordinación para un buen combate.
En la madrugada del día siguiente, hicieron frente a un ejercito ingles que apenas podía moverse en el barro y cuyos cañones eran casi imposibles de mover del pantano. Hubiese sido el momento ideal para derrotarlos, pero Sobremonte se mostró mas interesado en reunirse con uno de sus tenientes y tener una conversación a solas que llevaría casi media mañana. Se encontraba en su cuartel, a solas, en lo que parecía que era una reunión para organizar la defensa, aunque a sus soldados les llamaba la atención que hubiese convocado a uno solo de sus tenientes y ni siquiera de los mas experimentados en defensa, el hombre apenas conocía la ciudad, apenas había llegado del norte un par de meses antes.
Su nombre era Martín Rojas, era un militar nacido en Castilla, aunque su aspecto no era español, de cabello y barba rubia clara y de ojos marrones, cuerpo delgado pero robusto, hombros rectos que quedaban bien con su uniforme, siempre impecable. Había seguido la carrera militar en España por su abuelo, y hacía mas de cinco años que era teniente bajo las ordenes del virrey, aunque los últimos dos años había estado participando en las expediciones al Perú por lo que no se sabía demasiado la relación con su superior. Sobremonte había sido quien gestionó su ingreso en la expedición tres años atrás, la cuál había llegado hasta las tierras incas, inmersas en la selva Peruana.
Los milicianos de Arce, el que comando la primera confrontación con el enemigo, se ubicaron sobre un barranco, la situación era inmejorable, pero apenas contaban con dos pequeños cañones de cuatro y un obús de dieciséis. A pesar de la mala situación del enemigo, cuando lograron acomodar sus cañones en el fango, silenciaron la precaria artillería de defensa, y lograron salir del pantano. Hubiese sido muy fácil derrotar al invasor en aquel momento.
Finalmente salieron los dos hombres reunidos, Sobremonte ordeno armar un batallón a la corrida poco estructurado, y se encamino con un grupo de sus mejores hombres, que, por tener experiencia y ser capaces, aún sin tiempo y con un decadente comandante, pudieron organizarse correctamente.
Mientras tanto, Martín Rojas, apenas percibido por los soldados que se preparaban apresuradamente para partir, montaba y partía en dirección contraria. Los que lo vieron pensaron que quizá sus ordenes serían buscar ayuda de los caudillos del norte, y así formar un gran ejército para la defensa. Aunque eso significaría que el Virrey contaba desde el principio que Buenos Aires sería tomada por el enemigo y que la guerra llevaría mas de lo que se esperaba.
Caída la tarde, Sobremonte intentó destruir el puente de Gálvez para cortar el paso al invasor, el pueblo, sin demasiada información de lo que acontecía, se lleno de admiración ante el actuar del virrey. Esa misma tarde, sin embargo, ordeno que evacuasen a su esposa e hija de la ciudad.
Por la noche se podía ver desde la lejanía al ejercito británico avanzando entre el fuego del puente de Gálvez. El virrey ordenó entonces a Quintana que reagrupe a los hombres dispersos y vuelva a la fortaleza. Perplejos por la orden, los oficiales Fernández, Campodevilla y Murgiondo discuten un rato indignados. Era el lugar perfecto para plantar la defensa y atacar masivamente. Quintana debió disuadirlos bajo la amenaza de que la orden era bajo pena de muerte.
A la mañana siguiente, el Coronel Pérez Britos reunía al consejo de guerra para pedir nuevas instrucciones al virrey, pero este ya no estaba. Nadie sabía donde se había ido. No podían defender la ciudad de esa manera por lo que decidieron enviar un emisario para solicitarle a los británicos que detengan el avance mientras preparaban las cláusulas de rendición.

3

Finalmente se había encontrado después de tantos problemas, con su chico, en su país, y ahora quería disfrutar los días, y lo hacían saliendo a navegar por los infinitos y desiertos canales del delta del Paraná. Sobre todo entre los cientos de pequeños lechos que se entretejían como una desprolija telaraña entre el Paraná de las Palmas y el Paraná Guazú.
El delta había tenido su auge a mediados del siglo veinte. Se construyeron en ese entonces grandes caserones de varias habitaciones sobre las islas del tigre, sin embargo la moda nunca llego mas allá de San Fernando, por lo que, el delta alto, desde esa zona hacia arriba, nuca había sido conquistado por los hombres. Luego también la moda fue decayendo por distintas razones, y la parte de las islas mas adentradas fueron siendo abandonadas o al menos no tan concurridas como en otras épocas. De esta manera, quedaba una especie de misterio, generado por los difíciles accesos de la realidad de una geografía pantanosa, por el cuál, relativamente en una zona cercana a la gran ciudad, aquel territorio se había mantenido casi virgen de la civilización.
Pero ahora ya comenzaba a pensar que algo siniestro siempre le acontecía, que algo la manipulaba para que siempre lo malo sucediera, es que no podía entender como, luego de una vida tan tranquila, los últimos meses le ocurriesen cosas tan extrañas, eran muchas cosas malas, una tras otra, que venían convidando a su vida de aventuras no buscadas, transcribiéndose en una existencia mas atípica y estrepitosa de la que cualquiera desearía.
Por eso quizás seguía buscando el lugar ideal, donde hubiese algo de luz pero tampoco que fuese demasiado abierto. Aunque el lugar parecía desierto, nunca se sabe si alguien aparecerá justo detrás de algún árbol para verla arrodillada en esa posición indiscutiblemente embarazosa. Los hombres en ese sentido la tenían mucho más fácil, pero como no era un hombre, seguía buscando el lugar adecuado. Había arbustos de uno o un metro y medio, de hojas verdes alargadas y tallos espinosos esparcidos hasta el alcance de su mirada. Cada tanto algún árbol de media altura se intercalaba entre estas plantas, abarcando el espacio exacto para poder caminar entre ellos. Y así fue alejándose hasta encontrar un lugar casi exacto al que su mente idealizaba. Era como un semicírculo cerrado por un cerco natural de arbustos plagados de hojas espesas. No era muy cerrado pero lo suficiente para que nadie desde lejos pudiese ver que había allí, tampoco era demasiado abierto, parecía que no había demasiados insectos viviendo por allí, y la tierra estaba seca. Se sintió como un animal salvaje y pensó lo sencillo que era para ellos, pues la naturaleza era su baño privado.
Dio una ultima ojeada a su alrededor y trato de oír en el silencio algún sonido no natural, luego se acomodo.
No tardo mucho, tampoco lo deseaba, y de inmediato, aunque con cuidado, se puso de pie y se alejo rápidamente del lugar, demostrando otra vez el instinto animal que hacen lo mismo sin siquiera saber porque.
Ahí fue donde comenzó todo, había estado muy preocupada desde el primer momento, por encontrar el lugar adecuado, y poco se percato de la dirección que tomaba en su búsqueda. Como es de prever en la mente humana, estaba segura de que la dirección correcta sería una que había fijado su mente de acuerdo al lugar que suponía veía. Y así fue como avanzo por entre los árboles y arbustos durante un rato, sin percibir nada que le diera una pista concreta de que se encontraba sobre el camino correcto, además pensó en todo momento que la vuelta sería una tarea de mucho menos esfuerzo que lo difícil que había resultado la búsqueda del lugar indicado. Camino entonces mas hacia el lugar que suponía correcto, durante al menos unos diez minutos, recién entonces comenzó a preguntarse si no se había pasado, ya que intuía que no se había alejado tanto, además veía en el esquema de los árboles situados, un lugar desconocido. Decidió volver sobre sus pasos, ya algo mas preocupada. Avanzó en lo que ella creería que era una línea recta durante otros veinte minutos sin encontrar ningún rastro de donde había partido. No había canales ni nada parecido en las cercanías, tampoco se oía ningún sonido ni murmullo humano, nadie hablaba, no se escuchaban voces, solo el silencio fantasmal del pantano, ni siquiera el ruido de animales, pájaros o lo que fuese que pudiese ayudarla. Caminó un rato mas hasta encontrar esperanzada, un pequeño arrollo. Creyó que sería el mismo por el que venían con la lancha, aunque le traía muchas dudas ya que era visiblemente mas angosto hasta el extremo de, sin conocer demasiado de náutica, entender que era difícilmente navegable. De todas maneras su instinto le dicto que si continuaba siguiendo la reviera de aquel cauce, tarde o temprano llegaría a su destino. El agua estaba como estancada y reflejaba algunos pinos que se habían atrevido a crecer entre sus orillas. Al no saber hacia donde corría el agua no podía saber hacia donde bajaba, pero de todas maneras, por su posición, estaba segura de que debía recorrerlo hacia su lado izquierdo, es decir continuando sobre la dirección que traía.
Por momentos le costó mucho mantenerse al borde del cauce ya que sus costas estaban repletas de vegetación que se entretejía a su paso, dificultando el avanzar y obligándola en varias ocasiones a retirarse hasta unos diez o quince metros hasta encontrar un lugar apto para pasar y continuar su camino. Paso otra media hora y no veía ninguna mejora. Comenzó a preocuparse y, proporcionalmente, a maldecir el momento que había decidido alejarse y hasta los mates que esa mañana había aceptado casi sin entusiasmo.
Una hora y cuarto mas tarde, Coqui sé auto declaraba completamente perdida y sin la menor idea de que hacer o sobre que dirección continuar su camino. Cansada además, se sentó unos quince minutos sobre un tronco podrido tendido horizontalmente, del que emergían hongos anaranjados en sus extremos. Llevo sus manos a la cara mostrándose muy preocupada y decidió gritar por ayuda. Si es que alguien estaría en las cercanías la oiría, y aún tenía las esperanzas de encontrarse cerca del lugar donde había desembarcado. Por otra parte, estaba segura de que para ese entonces la estarían buscando, y, aunque no resultase ninguna garantía concreta, podía sumarse a su esperanza de poder dormir segura en una cama aquella noche.
Y era cierto que su búsqueda había comenzado, pero hacia los lugares lógicos sobre los que se suponía que se había alejado, es que en realidad, con los cambios de dirección que había realizado, estaba ahora del lado opuesto de la margen sobre la que se esperaría hallarla.
Luego de un largo rato de destrozarse la garganta sin éxito, se resigno a que debía continuar siguiendo aquella pequeña ría, que además cada vez era mas angosta, hasta que finalmente desapareció en unas tierras pantanosas sobre las que Coqui enterró su calzado buscando encontrar si es que continuaría mas allá de aquella tierra húmeda, o si se estaba introduciendo sin saberlo, en un enorme pantano inhabitado.
De pronto, como de la mas profunda nada, apareció en un pequeño claro y vio un pájaro que pasó volando suavemente frente a ella, su pico era fino y negro y sus ojos de un inconfundible rosa. No le resulto nada desconocido, aunque no le servía de nada a menos que este pudiese hablar y explicarle como salir de allí.
Ya cayendo la tarde, aún perdida pero ahora mostrando los primeros síntomas de desesperación, se encontró con un claro que noto que no era natural, se puso algo contenta, y más aún al notar que había señales humanas, aunque nada concreto. Halló unas antiguas cabañas muy precarias, hechas de paredes de barro y sin techo, tan perfectas como el nido de un Hornero, pero vacías. Había algunas herramientas, restos de útiles de cocina y unas vasijas de barro cocidas. Ninguna entera.
Camino entre los restos de esa abandonada aldea con desinterés, hasta que, en una especie de zanja, que aún conservaba algo del montículo de tierra puesta a su alrededor al momento de ser cavada, encontró una veintena de esqueletos, completamente sin piel y en descomposición. No le dio por gritar, inclusive se sorprendió de que no se asusto demasiado, quizás se estaba ya acostumbrando a lo extraño y tal vez simplemente no le impresionó demasiado la imagen, ya que los huesos, por su estado, daban la impresión de haber estado allí por muchos años, por lo que mas bien los miró como si fuese un museo. De todas maneras decidió no acercarse a ellos y caminar con sumo cuidado en la dirección opuesta. Se alejo por entre las chozas buscando volver a una zona que parecía ser mas abierta, donde los árboles no estaban tan unidos ni había demasiadas plantas.
Estaba ya dentro del bosque cuando, a un lado de una choza, la mas cercana a donde ella estaba, vio dos figuras de seres vivos. Eran un niño y una niña que la miraban, de pie, delante de lo que en otros tiempos habría sido un aljibe. El niño tendría no mas de diez años y era de tez morena y ojos negros, la niña era de similar aspecto aunque de pelo largo hasta la cintura, ojos un poco mas grandes y mas pequeña, quizás un par menos que el niño. La expresión del rostro de los niños era desgarradora, como si hubiesen parecido un enorme sufrimiento.
Coqui supuso que serían hermanos por su parecido y que también eran indígenas. Sus ropas que eran poco mas que trapos, descoloridas, sucias, sin marca e iban descalzos. No temió acercarse a ellos y preguntarles donde se encontraba. Paso un silencio eterno que se desvanecía en el espacio antes de oír una débil respuesta del niño.
Dijo algo inentendible, con una voz apagada mientras la hermana lo miraba como si se sorprendiese de que su hermano estuviese hablando con alguien.
- Estoy perdida – explicó Coqui sin mostrar descontento por la básica y previsible respuesta anterior, - quisiera saber si conocen donde puedo encontrar a gente que pueda llevarme a mi casa –. Dudó que ellos la comprendiesen, sin embargo, al cabo de intercambiar unas miradas, el niño tomo de la mano a la niña y comenzaron a caminar en una dirección definida. Luego de unos pasos el niño dio media vuelta y observo a Coqui con una mirada que claramente la invitaba a que los siguiese. Ella, sin mejores alternativas aunque tampoco esperando demasiado, comenzó a caminar tras ellos.
Recorrieron juntos durante un largo rato el bosque, siempre caminando al mismo ritmo de paso cortito y parejo, sin decir una palabra, como si estuviesen ambos niños algo adormecidos. Ella los seguía solo un par de pasos atrás, sin ganas de pensar demasiado en nada. Llegaron hasta un arroyuelo como los tantos que ella había visto las últimas horas, todos similares, de agua inmóvil, turbia y espesa, y repleta de vegetación a sus orillas. Lo bordearon hacia la izquierda durante un tramo en el cuál fue ampliando en su lecho hasta poder considerarse un pequeño río, cuando, de repente, como si hubiesen sentido u oído algo malo, se detuvieron, quedando como estatuas por un instante. Luego el niño miro a su hermana y acto seguido corrió adentrándose en la espesura del bosque. Su hermana lo imitó, siguiéndolo sin casi despegarse de él. Y Coqui, sin saber que hacer, quedo allí, de pie, nuevamente sola, rodeada de verde y silencio.
Miró a su alrededor, desanimada, pero encontró algo diferente al monótono paisaje. Frente a ella, de la margen contraria del pequeño río, había una cabaña. Era rústica, rectangular, de madera oscura y techo a dos aguas. Tenía un frente con puerta al medio y dos ventas, una de cada lado. El techo cubría un porsche a lo largo de toda la fachada, de piso también de madera y separado de la tierra al menos un metro por pilotes, como en un muelle, unos escalones llegaban a tierra frente a la puerta.
Ya la luz del día se iba apagando cuando busco algún paso para cruzar el arroyo. Había, a una veintena de metros, un árbol cuyas ramas atravesaban, como formando una arcada. Solo debía trepar al árbol y arrastrarse colgada de la rama, tratando de no caerse hasta llegar al otro lado y saltar a tierra de una altura considerable. Se sintió abatida solo de pensar en trepar, pero sin mas remedio, fue hacia el árbol. De cerca parecía mas difícil aún, miró el tronco elevarse sin ramas en su base. La corteza era dura pero había pequeñas entradas donde podía ingeniárselas para usar como escalones. Noto también que en aquel árbol había una marca, parecía una cruz, hecha hacia mucho tiempo y apenas visible entre las cortezas. Colocó un pie sobre las raíces que sobresalían y, pisando en un hueco en el tronco, se elevo hasta la primera rama, de la cuál se aferró con fuerza y así trepo hasta la rama que partía en dirección a la margen opuesta, pero de pronto se detuvo al ver que algo, sobre las aguas del río arriba, se movía. En el crepúsculo de la espesura, desde donde la oscuridad cae antes por las copas de los árboles que superponen una sombra tras otra, apareció una pequeña barca. Era de madera, tallada con extraños símbolos. En la parte posterior, de pie, un ser la hacía avanzar en un lento movimiento, clavando un largo palo sobre el fondo fangoso e impulsando hacia atrás.
Coqui, sin saber porque, sintió un gran temor al ver al barquero. Noto que el hombre no era un ser humano común, su mirada, seria, estaba perdida en el vacío, buscando algo en la nada de la monotonía del paisaje, era como si estuviese sumergido en un eterno letargo, como si no tuviese un alma. Vestía una túnica amarilla descolorida y sobre su cabeza llevaba una sombrero que le recordó a los que usan los cardenales. Su rostro estaba pintado con líneas rojas y negras que pasaban entre sus ojos y por sus pómulos.
Aplasto su cuerpo a la rama sobre la que estaba parada, y así permaneció, sintiendo mucho miedo de que aquel ser percibiese su presencia, apenas unos metros sobre él. La barca paso lentamente, bajo el árbol, el tiempo era interminable, no quería mover ni un músculo, no quería hacer ni el menor sonido. Por fin, paso por debajo de ella y continuó su camino, pero cuando ya estaba a unos metros, de repente, el extraño ser detuvo su repetitivo movimiento de remo y quedo un instante oyendo el silencio, como buscando encontrar algo que había sentido. Giró la cabeza apuntando al río, mientras Coqui desde la rama lo observaba temiendo ser descubierta. El ser miró un instante sin dirigir directamente sus ojos a ella, y luego volvió a girar y prosiguió su rutina, alejándose hasta desaparecer.
Cuando ya no podía verlo, suspiro aliviada y continuó hasta cruzar el río y estar en tierra firme, luego se dirigió a la cabaña. Noto que estaba en buen estado, aunque daba la impresión de estar deshabitada. Se acercó a la puerta y golpeo, paso un rato y nadie respondía, así que trató de abrirla. La puerta cedió y dejo salir un aire frío de humedad y polvoriento que ella percibió recordando a cuando era niña y había entrado a alguna obra en construcción. Entró con cautela. En el interior había apenas una mesa vieja al centro, con algunas sillas de madera a su alrededor, un armario en la pared contraria a la puerta y, en un rincón debajo de la ventana, un viejo colchón medio desgarrado y sucio. Dedujo que alguien había vivido allí, quizá no demasiado tiempo atrás. Encontró un paquete vació de cigarrillos en el piso y un par de velas a medio consumir. Sobre la mesa no había nada, pero al acercarse pudo ver un pequeño cuaderno abierto caído en el piso. Lo tomo para ojearlo, estaba escrito con lápiz y algo borroneado, pero legible.
Se disponía a leer un poco cuando oyó un lento aleteo, luego por la ventana pudo ver pasar un ave blanca. Sin saber bien porque, le llamo la atención, y salió de la cabaña para verla alejarse. Pero no la encontró, no estaba mas, aunque si pudo notar un sendero que se introducía en el bosque. Se alegró de pensar que podía llevarla a la civilización, por lo que sin pensarlo mas, caminó hacia allí. Entonces, detrás de ella oyó otra vez el lento aleteo, pero al girar no vio ningún ave, sino al extraño ser del río, de pie a tan solo unos metros detrás de ella, mirándola serio, con esas pupilas carentes de brillo.
Coqui sintió que su corazón quería salirse de su cuerpo al verlo, de inmediato sus piernas la alejaban. Corrió por el sendero mirando siempre atrás, y aunque no veía al hombre, seguía corriendo sin parar. Finalmente, al mirar atrás por enésima vez y notar que el camino estaba vacío, se topo contra algo blanco que la hizo caer al piso de espaldas. Levanto la vista para ver a tres hombres, que la miraban notablemente sorprendidos frente a ella.

4

Martín Rojas supo desde el principio porque Sobremonte lo había citado aquella mañana. Incluso había intuido que lo haría cuando se entero de que los ingleses estaban desembarcando. Lo conocía y sabia que ante todas las cosas buscaría proteger sus pertenencias y en la forma de asegurarse de no perder nada valioso, luego, su no es muy costoso, pensar en el virreinato.
El pueblo no estaba contento con esa actitud ni con la forma que había manejado la defensa. Pensaban que frente a la noticia del desembarco se deberían haber cavado zanjones y levantado barricadas por todos los accesos a la ciudad, incluso algunos por voluntad y cuenta propia, lo habían ya comenzado hacer, sin esperar las ordenes que creían que llegarían. Pensaban que del fuerte deberían haber repartido la enorme cantidad de armas almacenadas en el polvorín, y que los ciudadanos valientes reclamaban para la defensa. Se debieron haber defendido seriamente los barrancos de Quilmes. Desde las alturas era una posición ideal para detener el desembarco, que se hacía incómodamente en los pantanos de los cuales no podían escapar. Cuando los cañones enemigos estaban enterrados en el fango.
Martín Rojas no había partido en busca de ayuda. Recorrió el camino hasta su estancia lo más rápido que su caballo podía. Al llegar pidió que le preparasen un carro con dos caballos. Luego llamo a dos peones que lo acompañaron hasta la bodega. Allí, al final de un pasillo angosto bajo tierra sobre el cual había estanterías con vinos tintos recostados sobre ambas paredes, en un rincón oscuro del fondo encontraron un cofre de madera. Pidió que lo llevasen al carruaje. Tomo algunos alimentos y partió solo en dirección a la costa norte del Plata.
Para entonces eran casi las cuatro de la tarde y el general Beresford entraba con sus tropas al fuerte real sin encontrar a nadie. La orden había sido deponer armas a los pies del vencedor pero los soldados solo habían tirado algunas armas a la calle y se habían ido.
El invasor, pedía resarcimiento por la invasión, casi no le había costado, pero era tradición inglesa. Demandaron los caudales públicos y barcos de comercio del puerto. Los comerciantes y propietarios de buques incautados buscaron a Sobremonte que estaba ya por Monte Castro, pero no recibieron respuesta del Virrey. Hacía meses que sabía de una posible invasión inglesa, pero no lo había informado al pueblo, ni siquiera a sus generales. En realidad eran solo suposiciones, pero más nutridas de información que la que el pueblo conocía. Ya antes de la aplastante victoria de la imponente marina británica frente a la armada franco española en el cabo Tragalfar, se sabía que Gran Bretaña tenía un ojo puesto en las colonias del Atlántico Sur. Dos años antes, cuando aún España era neutral en la guerra entre Francia e Inglaterra, los británicos abordaron, cerca de Cádiz, cuatro barcos de bandera española, uno de ellos proveniente de Buenos Aires, y quedaron sorprendidos de la gran cantidad de nutridas mercaderías, además de los doce millones en metálico que transportaba. Luego de Trafalgar Sobremonte sabía que Carlos IV no estaba en condiciones de protegerlo y que los ingleses lo sabían. Luego se entero por pasajeros de buques procedentes de Montevideo que se habían visto naves sospechosas cerca de la costa, inclusive se lo informó el propio gobernador de Montevideo, estimando un numero de ocho fragatas inglesas de guerra avistadas sobre el horizonte. Aún entonces el Virrey seguía tolerando algo de comercio con barcos de bandera británica. También le habían confirmado los comentarios del aventurero Miranda, de que, desde El Cabo, el comodoro Heme Popham estudiaba una posible invasión. Recibía información de Buenos Aires por espías de la misma ciudad. Los estudios habían sido encargados por el mismo ministro de colonias británicas, el cuál soñaba, luego de la victoria de Trafalgar, con una expansión colonial que lograse una América completamente de cultura británica, de punta a punta.
Todas esto había llevado a Sobremonte a formar unas milicias, pero su sorpresa al ser avisado de la maniobra inglesa de desembarco en Quilmes no había sido fingida. Días antes había adelantado su opinión de que, por el calado de las naves avistadas, no atacarían Buenos Aires sino Montevideo, por lo que había enviado todas sus tropas adiestradas para la defensa a cubrir las costas de desembarco orientales.
A Rojas lo esperaba un pequeño bergantín de dos cañones, escondido lejos de los vigías de las naves inglesas, mas al sur. Lo tripulaban una reducida plantilla de apenas cuatro marinos mas el pilotín, bajo el mando del capitán Ramón Farías Castro, amigo del Virrey.
Sobremonte no se resistió a entregar los caudales públicos, después de todo, ya había entregado la ciudad. Las carretas que pretendían llevar los caudales al interior buscando ponerlas fuera de la codicia británica se habían empantanado por las lluvias en el pueblo de Lujan y hasta allí fueron los ingleses a buscarlo. Los soldados que custodiaban los carros debieron abandonarlos al avistar la columna inglesa.
Pero el pueblo estaba descontento con el invasor y su cultura, incluso a pesar de grandes esfuerzos por integración por parte británica en la población. Inclusive a pesar de las proclamas de que el único objetivo de la ocupación era liberar el comercio, hasta entonces monopolizado por España por orden de Carlos IV. Los ingleses aseguraban a la población que el libre comercio abriría las puertas del Virreinato del Río de la plata al mundo, haciendo de esas abundantes tierras el lugar mas rico y prospero sobre la tierra. Beresford tomo la ciudad en nombre de Jorge III y todas las autoridades, militares civiles y hasta eclesiásticas debían jurarle fidelidad. Mientras tanto envía las noticias de la conquista a Londres, junto con parte del botín de Lujan y pide al rey que envíe pobladores y sobre todo refuerzos, ya que percibía la hostilidad de la población.
Sobremonte ya estaba en Córdoba y había acabado la cena cuando recibió un emisario que le dejo una carta cerrada con sello.
Ese día había declarado esa ciudad como capital provisoria del virreinato y había mandado oficio tanto a los caudillos importantes de las provincias cercanas, como a los gobernadores de Mendoza, Paraguay, Santa fe y Santiago del Estero, ordenando que pusieran a disposición hombres de lucha, armamento y equipo pesado de campaña para la reconquista. Esperaba una larga guerra de expulsión, mucho mas que las que desde las afueras de Buenos Aires estaban se estaban entablando con éxito. Desde allí, varios grupos de hombres conjuraban para la reconquista. Ese mismo día, en una estancia alquilada en Pedriel, la fuerza inglesa se entablaba en combate con militantes que se entrenaban, al mando de un vecino de San Fernando de nombre Martín Pueyrredon.
Esa mañana un comandante, de apellido González, se había enterado y las denunciaba ante Beresford, el cuál de inmediato envió una columna entera para aplastarlos. En el momento había pocos hombres pero se defendieron con artillería liviana. Desde lejos Pueyrredon oye disparos y galopó a la defensa con los que estaban. Durante mas de dos horas se había combatido casi cuerpo a cuerpo, hasta que lograron reagruparse para huir de la fuerza inglesa. Sin embargo la columna inglesa contó mayores bajas y esas señales alentaban a los retirados.
Sobremonte tomó la carta y despidió del emisario obsequiándole una botella de buen vino de Mendoza. Aunque hacía mucho tiempo que no lo veía, lo conocía por ser el timonel de confianza del capitán y amigo suyo Farías Castro. Subió las escaleras de la estancia donde se alojaba y la abrió en su despacho provisorio. La nota decía, sin demasiados detalles, que las piedras del Inca estaban a salvo. La firmaba Rojas. Sonrió para sus adentros y luego quemo el papel con la vela encendida sobre su escritorio.
Esa mañana la pequeña embarcación, de bajo calado, había partido Paraná arriba, internándose en las aguas del delta, lejos del alcance de cualquier pesada nave inglesa. Subió pasando San Fernando pegado a la costa para tratar de no ser visto muy de cerca por ningún barco que bajase el río. Luego se introdujo entre canales estrechos aunque se fácil navegación, favorecida por lo alto del río, debido a una sudestada días atrás. Fondearon en un claro desolado de un codo y contra codo en medio de la selva espesa, y frente a un angosto arroyo. Echaron una barca a la que subieron 2 marinos cargando el cofre, seguidos por el propio Rojas quién permaneció de pie en popa mientras los hombres se acomodaban para remar. Se perdieron de la vista del barco por el arroyuelo y por allí siguieron un rato, hasta detenerse por indicaciones de Rojas, frente a la copa de un árbol muy alto. Los hombres descargaron el cofre y cavaron un hoyo no demasiado profundo, donde luego colocaron el cofre. Ambos marineros estaban de espaldas a Rojas terminando de tapar el agujero con la tierra extraída y aplastándola con las palas, cuando se oyeron dos fuertes descargas y enseguida pudieron ver como de entre sus costillas surgían sus tripas y se esparcían por la tierra removida. Enseguida se desplomaron sin vida. A sus espaldas, dos metros tras ellos, Rojas bajaba los trabucos, aun humeantes, que sostenía en ambas manos. Sin perder tiempo, arrojó los cuerpos al arroyo, después, de sus cinto sacó su facón y marco con una cruz el árbol. Se detuvo solo al oír otras detonaciones, deduciendo que se trataría del capitán Ramón Farías Castro junto al timonel, hombre de su confianza, eliminando al resto de los marineros. Al llegar a puerto dirían que habían sido atacados por una tribu indígena de las islas al atravesar el Paraná.
Antes de partir Rojas anotó algunas descripciones detalladas del lugar en su diario, luego subió al bote, tomo un par de remos y se prestaba a emprender la vuelta cuando, entre los árboles, noto que un par de indios pequeños lo miraban, eran un niño y una niña, quizás hermanos por el parecido. Rojas dejo los remos y fue hacia ellos quitando nuevamente de su funda el facón.

5

Se llamaba Huscar Pache y era un joven que se había unido a los guerreros incas hacía menos de un año. Provenía de la tribu de los Chachapoyas, que vivían bajo el imperio inca y se habían integrado a ellos, adoptando muchas de sus costumbres y aprendiendo sus técnicas de irrigación y cultivos.
Huscar era alto y de piel morena arrugada por el intenso sol y se escondía con un grupo de incas que habían sobrevivido a la devastación del hombre blanco, que ya había aplastado el imperio original que llegaba de Ecuador al norte de Argentina. Ya hacía mucho que Cuzco había caído, pero los indios aún eran masacrados en las pocas ciudades que aún quedaban, sobretodo si ocultaban metales preciosos. Pizarro había devastado, aprovechando un período de guerra civil ya que Huayna Capac, el gobernante de aquellos tiempos, se había muerto y había dejado su reino a uno de sus hijos, Huascar. Enfurecido, el otro hijo de Capac, Atahualpa, derrotó y asesinó a su hermano. Luego Pizarro había asesinado a Atahualpa, dejando sin líder a los incas que, desorganizados y, frente a un enemigo superior en armamento y disciplina, no pudieron ofrecer resistencia. Los mensajeros que comunicaban al imperio ya no estaban y los caminos habían sido conquistados. Ahora su grupo estaba aislado y se escondían en la impenetrable selva para subsistir con los sobrevivientes.
El grupo del ejército en el que militaba Huscar, había logrado rescatar, casi por milagro, muchos de los tesoros y sentían que Tici Viracocha les había entregado el poder divino para protegerlo. Ahora vivían escondidos entre la selva y la altura, refugiándose en templos abandonados y olvidados o desconocidos por el conquistador.
Esa noche era el centinela que vigilaba en soledad la torre de Huaman, una construcción de piedra perfecta, escondida entre las montañas en la que se ocultaba gran parte del tesoro de la cueva de Pacarictamba. La torre media casi siete metros y estaba construida de piedra tallada lisa de granito y sin ángulos rectos, lo que le daba cierta sensación de vida. La piedra era el material principal de toda construcción incaica ya que tenía un significado especial en la historia de la creación inca. El Dios Viracocha, al surgir del río Titicaca, había convertido en piedra a los hombres que lo ofendieron, incluso antes de crear el sol y la luna. Dentro de la piedra vivía el espíritu o poder que tenía capacidad de convertirse en hombre o viceversa. Los incas adoraban la piedra como tal y poseían piedras sagradas que se consideraban con la fuerza para convertirse en hombres, como Pachacutec, un poderoso gobernador que luego de rezarle a los dioses, logro convertir un ejercito de las piedras.
Por causas de altura y localización, el conquistador nunca había llegado a esa torre. Nunca hasta aquella noche.
La expedición la había organizado el mismo Sobremonte, convencido de que en las montañas y selvas del norte aún quedaban tesoros. La expedición estaba compuesta de unos treinta hombres bien armados y era dirigida por el teniente Rojas. Habían partido de la costa, mucho mas al sur, por el camino del inca, pero al quinto día decidieron separarse del camino, probando suerte mas al este, donde los valles eran mas espesos, lo cuál resultaba un mejor escondite para posibles incas exiliados.
El tesoro de Pacarictamba constaba de piedras preciosas, oro y plata, extraídas de las minas cercanas a Cuzco en el mil quinientos veinte. Todo estaba almacenado en unas alforjas de granito puestas en una cueva subterránea a la que se accedía por la torre dentro de la torre.
La noche estaba nublada y brumosa. Uno de los hombre de la columna de Rojas había avistado la torre desde muy lejos en el valle por pura casualidad, esta misma tarde, durante un descanso. De inmediato se ocultaron a los ojos del vigía, que se encontraba demasiado lejos para avistarlos aún. Ocultos esperaron hasta el anochecer para acercarse cómplices de la oscuridad.
Para cuando Huscar los pudo ver ya era muy tarde, no tuvo tiempo de pedir ayuda a los otros, mas abajo, ocultos en la selva. Lo tomaron por sorpresa, hiriéndolo de muerte y saqueando las alforzas con el tesoro.
Dos días mas tarde, llegaban a la costa donde los esperaba en la costa la embarcación del capitán Farías Castro para llevarlos de vuelta al Río de la Plata.
A la mañana siguiente Huscar fue hallado, aún con vida, aunque muy débil y desangrándose por una herida penetrante de lanza que lo atravesaba del estomago a la espalda. Sus compañeros no lograban comprender como aún seguía con vida, resistiendo a su inevitable final. Inclusive pudo pronunciar unas palabras para disculparse por su fracaso como protector del tesoro y para pedir al brujo que le diera el poder de la naturaleza para volver a la muerte y recuperar el tesoro. Luego dejo de respirar. Huscar por fin había muerto.
El brujo preparo un ritual fúnebre especial, diferente a los ritos incas, buscando obtener el permiso divino de Viracocha para concederle el deseo a su guerrero.

6

Luego de ayudarla a levantarse, el hombre que estaba a cargo de la expedición se presento como Manuel, y se hizo cargo también de las demás presentaciones.
- El es Francisco – dijo indicando con un leve meneo de su cabeza hacia la izquierda a un hombre alto y corpulento, con cara de no ser muy inteligente.
- Hola – se limito a decir el hombre al ser presentado, con una voz profunda y grave. Coqui apostaba internamente que ese hombre apenas habría terminado la primaria, y al verlo cargando esa pesada mochila sobre su espalda pensó que su función en el grupo era prácticamente la de una mula.
- Y él es Roque – dijo Manuel echándole una breve mirada al otro portador. Este era mas pequeño, con un rostro moreno chupado hacia adentro y ojos negros saltones. Parecía pesarle mucho la bolsa arpillera que cargaba a su espalda, reacomodándola una y otra vez buscando una posición mas cómoda.
Manuel era calvo y medio gordo, llevaba una camisa leñadora a cuadros. Su aspecto era, si se le agregaba una cámara automática al cuello, de un turista extranjero. Llevaba un bolso de mano a su lado y unos pantalones de pesca gris, con muchos bolsillos, cada uno llevando algo en su interior.
La pregunta siguiente obligada de Manuel fue que hacía una chica sola en el medio de aquellos pantanos. Coqui se sintió un poco tonta al responder que se había perdido, sobretodo por la expresión en el rostro de los tres hombres al oír su respuesta. Hasta el tal Francisco la miro sorprendido. Se esmeró en justificar que había sido algo muy desafortunado y que a cualquiera en su lugar le hubiese ocurrido. El hecho es que allí estaba y esos hombres eran su único contacto con la civilización.
Aceptaron a que los acompañase, aunque ellos no volverían por un par de días al menos a la civilización. Ya la poca luz que quedaba se había ido, sola no pensaba quedarse a pasar la noche, así que, al no tener mejores opciones, decidió aceptar y seguirlos. Incluso luego de saber que la expedición se dirigía a la cabaña donde había estado y visto a aquel horrible ser. Cuando Coqui les contó de la especie de indio que había visto mas atrás, hacia donde ellos se dirigían, cerca de una cabaña, los tres hombres, casi sin prestarle mayor atención al detalle del indio, se interesaron en saber que ella había encontrado la cabaña. Resultaba ser que la habían buscado durante toda esa tarde, y ahora, cayendo la noche, ya buscaban un lugar donde acampar a la intemperie decepcionados.
Coqui no supo entonces si alegrarse o preocuparse al indicarles que unos cuatrocientos o quinientos metros, de acuerdo a lo que había corrido que nunca sabría medir con precisión, en dirección contraria por el sendero que venía, encontrarían la cabaña. Pero volvió a advertirles de aquel indio, sin éxito. Hasta le agradecieron por la información, y, por primera vez desde que la habían visto, los portadores parecieron alegres de haberla encontrado.
Caminaron en la oscuridad esos casi quinientos metros, con ella siguiéndolos de cerca detrás y mirando cada tanto a su espalda, con cierto temor de volver a ver esa tenebrosa imagen en la oscuridad del camino que dejaba atrás. Al final, en un lugar abierto que se abrió paso, apareció la silueta de la cabaña que tanto habían estado buscando aquella tarde. Se pusieron contentos, menos Coqui que recordaba la tenebrosa experiencia de tan solo unas horas atrás, y pensaron, indirectamente, que haber encontrado a la chica había resultado, hasta el momento, una ventaja.
Descargaron las mochilas en la puerta de la cabaña y se quedaron mirándola por un rato, como si no estuviesen seguros de que fuese una buena idea quedarse allí a pasar la noche, pero era lo que harían de todas maneras. Manuel fue el primero que avanzó, abrió la puerta, y paso dentro con su linterna encendida en la mano derecha y apuntándola en todas direcciones del interior. El lugar estaba vació y húmedo.
Encendieron un farol de gas, muy potente, que ilumino por completo la pequeña casa. Luego abrieron algunas mochilas y sacaron un calentador, una olla y algunas latas de conserva. En media hora estaba listo una mezcla que parecía guiso de lentejas y arroz, ella fue invitada a comer pero no tenia hambre, aunque, por cortesía, se trago algunas cucharadas. Luego extendieron bolsas de dormir y se echaron dos a descansar de espaldas a la luz que quedo encendida, mientras el tercero quedo haciendo la primer guardia. Coqui se recostó sobre una bolsa de dormir que le habían ofrecido, pero no podía pegar el ojo, por lo que se quedo apoyada de costado sobre una mochila, observando la luz del farol. El que se quedo despierto, sentado junto al farol fue Manuel. Se puso a leer atentamente hojas salteadas de un pequeño cuadernillo cuyas hojas amarillas, estaban plastificadas. Por su expresión al hojearlo, Coqui dedujo que lo había leído y estudiado muchas veces, y que lo que estaba haciendo era solo repasarlo una vez mas, buscando algo nuevo, algo que no haya visto las otras tantas veces.
- ¿No vas a dormir, no? – le dijo corriendo la vista de las páginas amarillas hacia ella, al ver que lo observaba atentamente.
- No se que tan acostumbrados a dormir en estos lugares y condiciones están, pero acá yo no duermo – se quejo.
- Te preguntaras que hacemos acá nosotros -. Ella asintió con la cabeza, aunque en realidad no se le había ocurrido hasta entonces hacerse esa pregunta, era como que se había conformado con encontrarlos y, de aquella manera, no haber tenido que pasar la noche a solas en aquel horrible lugar y con un indio suelto por el parque.
- Como veras, no somos un grupo de mochileros, ya estoy algo viejo para eso – dijo riendo un poco, - esto es una pequeña expedición – comenzó a explicar algo orgulloso de su profesión. – Soy mexicano y trabajo para una pequeña empresa que investiga a encargo. Tenemos importantes clientes, en genera entidades o gobiernos latinos o centroamericanos, pero en este caso nos contrató la misma National Geographic. Quieren un informe sobre los indígenas que habitaban estos pantanos, así que fui asignado para cubrir esto – dijo haciendo un pequeño giro con la cabeza hacia el lugar. Ella lo miraba con algo de desconcierto y desinterés, pero Manuel ni se fijo, y siguió contando – se sabe que por acá, en alguna parte de esta zona, hubo una precaria aldea de indígenas muy primitivos. Tuvieron muy poco contacto con la civilización, aunque si con otras tribus de las zonas de tierra firme. Poco se sabe de ellos, ya que casi no hay nada escrito, solo algunas notas de capitanes de goletas que subieron el Paraná y vieron seres vivos en algunos islotes -. Coqui entonces interrumpió su relato para comentarle que ella, ese día, había visto los restos de una aldea, aunque no sabía bien donde había sido. El hombre se sorprendió y se apuro a preguntar si al menos podría calcular alguna dirección definida. Ella negó con la cabeza pero, ante la expresión de decepción de Manuel, dijo que lo intentaría.
Continuó hablando un rato mas de los indios y como se supone que vivían, o sobrevivían, en aquel horrible lugar, lleno de mosquitos y bichos en verano y que se inundaba cada vez que había crecidas en el Paraná. Mientras tanto, los dos portadores dormían de espaldas, uno de ellos roncando con energía. A Coqui, entonces, se le ocurrió acotar que todavía quedaban indios en aquella zona. Manuel se sorprendió, entonces ella le dijo, como un vago comentario que apenas había recordado ahora, lo del encuentro con los dos niños indios. Manuel abrió los ojos desconcertado, como si supiese algo de aquel encuentro, pero lo creyera imposible.
Tardo en decir algo, como si no supiera de verdad que decir, luego fue como si hubiese tomado una decisión y hablo – Se dice que una vez un teniente de apellido Rojas, en la época del virreinato, estuvo en estas islas, aunque no se sabe porque, el hecho es que se encontró con dos indios pequeños. No se sabe porque, pero los degolló – declaró, haciendo el horrible gesto de pasar su mano por su cuello de lado a lado.
- Quizás eran otros – respondió Coqui negándose a creer que había visto a dos muertos.
- Quizás – repitió con aire de duda.
- ¿Y sobre ese indio raro que vi hoy? – se refirió Coqui, como si el hombre tuviese que saber algo.
- Se dice que hay un tesoro escondido por estas tierras, aunque es dudoso, y también que era un tesoro de los incas, traído quien sabe por que, a este lugar. Cuentan que el espíritu de un inca recorre estos pantanos buscando ese tesoro robado en sus tierras, incluso que puede aparecerse como un ave – confeso como si fuese algo corriente, - ¿pero, no vas a creer en esos cuentos? – se apresuró a auto convencerse, - estas tierras están repletos de mitos y leyendas de ese estilo, podría pasarme toda la noche contándolas, algunas mas tenebrosas y fantásticas de lo que se pueda uno imaginar.
- No es que quiera preocuparme, peor es que yo vi a ese hombre, hoy se los conté – se preocupo en recordar.
- Ellos – refiriéndose a los portadores que seguían profundamente dormidos, - no saben ni les interesa. Por lo que a mi respecta, ya no se que creer, pero espero que, si existe tal ser, podamos hacerle una entrevista – concluyó riéndose de su propio comentario.
Luego Manuel se puso a leer nuevamente y Coqui permaneció callada, escuchando el inmenso silencio y tratando de dormir un poco. Lo logró muy tarde y porque de verdad su cuerpo estaba agotado.

7

Allá por mediados del mes de Agosto, el Virrey se enteraba, mediante noticias de mensajeros y enviados, de cómo el pueblo estaba combatiendo al ejercito Inglés y reconquistando la ciudad sin ayuda.
Los ingleses, al enterarse de las conspiraciones del pueblo, disciplinados y entrenados como siempre, habían preparado una prolija defensa, cavando zanjas por la ciudad, colocando cañones en la recova y en las plazas.
Liniers fue quien comando la recuperación de la ciudad. Aunque era de origen Francés, por sus años viviendo en el virreinato, conocía muy bien los pasajes del Delta del Plata, por lo que cuando se enteró que desde Montevideo se tramaba la reconquista, embarcó hacia allí, arriesgándose entre los pasajes del Delta para evitar el bloqueo ingles. El mismo gobernador Huidobro y otros hombres de allí lo recibieron y le proporcionaron, armamentos y hombres.
Al regreso ya lo esperaba Pueyrredon en Pedriel, lugar desde el cuál se agrupo lo que sería el ejercito de la reconquista, donde se sumaron guerrillas de Córdoba, siete compañías de voluntarios de Paraguay al mando del Comandante Espíndola, trescientos soldados de Mendoza y San Luis, algunos pobladores de la zona y hasta varios párrocos y frailes inexpertos pero que preferían luchar antes que dejar al pueblo en manos de un futuro anglicano.
Fue el día doce que comenzó el avance, primero sin resistencia, hasta arribar a La Merced, donde fueron cargados por una columna inglesa que los aguardaba bien plantados en el camino. El ejército criollo se abrió por la calle de San Pedro para actuar como tenazas, la que luego sería estrategia principal de San Martín, y de esta manera logran llegar hasta Santa Lucía, donde los británicos, atrincherados en la iglesia de la plaza, les cortan el paso.
Se peleaba con valentía de ambos bandos, la organización enemiga solo comenzaba a ser replegada por voluntarios francotiradores que habían encontrado lugares en las azoteas vecinas, para cubrir el difícil avance. Llegaron a la plaza principal combatiendo con furia por las cuatro calles que desembocaban allí. En las cercanías de la Catedral el reagrupamiento ingles los hizo sólidos y solo con un par de indicaciones de experiencia se separaron, sabiendo que hacer cada columna. Uno de los grupos buscó infiltrarse entre pasajes y atacar la retaguardia de la columna principal de Liniers, pero salieron a cortarles el paso por los laterales, logrando repelerlos. El avance se había trabado sobre la calle principal ya que, sobre azotea de la residencia de Gerónimo Marino se había colocado un puesto ingles. De las terrazas contiguas se callaron las bocas de fuego y, finalmente, lograron abordar la azotea.
Se peleó en lucha cuerpo a cuerpo por tomar la recova. Desde la esquina del piquete los atacantes encontraron un obús ingles y lo utilizaron para bombardear la fortaleza real. En la vieja recova el ejercito ingles se defendía, al mando del mismo Beresford que cabalga al frente, de un lado al otro, dando ordenes e indicaciones como si fuese una práctica rutinaria. El británico demuestra ser muy valiente, le tiraban a matar de los cuatro flancos pero el hombre se mantenía firme, sin vacilar ni mostrar temor, hasta que reconoció que la defensa ya era insostenible y cruzó la espada sobre su hombro, ordenando retirada al fuerte. Los ingleses atravesaron entonces la plaza a la carrera bajo el fuego de fusilería y del obús. El ultimo en entrar fue el General ingles, que giró su caballo y dio una vuelta, admirada hasta por los mimos criollos que le disparaban.
La muchedumbre local ya había comenzado a dar gritos, mientras se enarbola sobre el asta de la fortaleza la bandera de Parlamento. Liniers, en formación alineada con sus generales, es informado de la bandera, tenía tres balas en su uniforme de combate. A su lado Gutiérrez se cubría con una mano una herida sangrante de su brazo.
Designan a Hilaron de la Quintana para oír la propuesta de Beresford mientras, a punta de pistola, se intentaba detener al pueblo, que quería entrar en la fortaleza sin mas.
El comandante ingles quería negociar, y propone embarcarse e irse como vino. Hilaron de la Quintana sabe que responder, le dice que no hay condiciones, desde afuera se oyen los gritos y se lo recuerda. Es rendición incondicional o el fuerte sería atacado sin piedad hasta derrotarlos por completo.
En la plaza estaba mas o menos formada la milicia, había también mucha gente del pueblo. La caballería chapoteaba bajo el barro, y entre las piezas de artillería. Aún lloviznaba, el cielo estaba cubierto por el humo y el aire olía a pólvora. El General enemigo supo entonces que no tiene opción por lo que no tardó en tomar la decisión. Junto a la bandera de parlamento, mando a izar la bandera española. La plaza se convirtió en festejos desde ese momento.
Hilaron y el General vencido salieron juntos de la fortaleza entre los gritos de euforia de los combatientes. Liniers le habló en francés al líder ingles, alabando su valor y concediendo los honores de la guerra.
Sobre la plaza mayor se forma la tropa vencedora mientras los soldados vencidos salen del fuerte en alineación y tocando banda, para deponer las armas a los pies los vencedores.
Había pasado una semana de la victoria y los ingleses, que hasta entonces aún permanecían en la ciudad, habiendo dado palabra de respetar a las autoridades, ahora embarcaban, dejando atrás quinientas bajas entre muertos y heridos, mil seiscientos fusiles y mas de sesenta piezas de artillería. Aunque lo único que les batió el orgullo fue perder la bandera del regimiento número setenta y uno de caballería, la cuál había ondeado los sesenta y cinco días en el fuerte y ahora era ofrecida a la virgen del rosario en la capilla de Santo Domingo, en Córdoba.
El Virrey volvió a la capital pero no fue bien recibido. No fue acusado de cobardía, pero si de ineficiencia en la defensa y falta de sentido común. Sus indecisiones al saber del desembarco en Quilmes, tras la decisión de enviar las mejores tropas a Montevideo, dejando desprotegida la ciudad, pensando que, por el calado, la flota inglesa atacaría primero esa ciudad, llevaron al pueblo a darse cuenta que carecían de un liderazgo sólido. Su figura genero comenzaba a ser impopular, la idea de no haber repartido armas desde el principio a la población dispuesta a defender la ciudad, perdiéndolas de esta manera en manos de los ingleses al entrar al fuerte, o la de abandonar la capital, dejando a sus habitantes en incertidumbre, sin siquiera presentar resistencia, fueron detonantes que motivaron una reconquista sin ayuda ni permiso del virrey, incluso apurando la acción para anticiparse a los planes de Sobremonte.
Aunque el nombre fue Liniers, la reconquista había sido ideada por el cabildo, con ayuda civil y eclesiástica, es decir, por el mismo pueblo, demostrando su capacidad de independencia. Eso era lo que le preocupaba al virrey, aunque nada podía hacer al respecto, en cambio, esa misma mañana que volvió a su oficina, mando a llamar a uno de sus hombres. Martín Rojas tardo unos diez minutos en llegar. Hablaron un rato, no demasiado. Luego Rojas mando a ensillar su caballo y partió sin escolta en dirección hacia el puerto.

8

El movimiento del puerto era mucho mas de lo había sido los últimos meses. Desde la caída de los ingleses comenzaron a arribar barcos que se habían detenido en las costas uruguayas, ya que el bloqueo británico no les permitía el paso a naves con bandera española. La ciudad había quedado, durante el tiempo de ocupación, desabastecida de los productos europeos y ahora volvía a recibirlos. Por otro lado muchas naves estaban siendo cargadas ya que también el comercio de productos locales con España se había restablecido.
Los muelles y los depósitos estaban completos, incluso algunas naves fondeaban en las cercanías aguardando su turno para descargar y otras lo hacían en muelles transitorios. La aduana se había reestablecido pero no podía con tanto por lo que algunos mercaderes lograban pasar sin pagar los impuestos.
Rojas debió buscar un rato largo hasta visualizar el barco del capitán Ramón Farías Castro. Había fondeado entre los barcos pequeños que esperaban un lugar para entrar al puerto. A su lado había un buque de bandera británica, el barco sería registrado para que, antes de partir hacia su patria, dejase todo lo que tuviese de valor en manos de los vencedores.
Por algunas monedas, un niño de unos quince años, sentado descansando en una pequeña barca de remos estacionada al pie de una escalera que terminaba en el agua, acepto llevarlo hasta la nave indicada. Remando con pocas ganas y esquivando todo tipo de embarcación, llego hasta la nave, donde al abordar le presto ayuda el piloto, único en cubierta.
Apenas pasado el mediodía, bajo un cielo de nubes grises y algo de sudestada leve, la nave, con tres marineros contratados por jornal, partieron hacia el delta. Subieron difícilmente el Paraná, el cuál debido a las lluvias de los días anteriores, traída un gran caudal de agua, lo cuál generaba una fuerte correntada. Había muchos sedimentos, ramas, juncos y algunos troncos sueltos, bajando con la corriente y que debían ir vigilando para no golpear.
Llegaron a la desembocadura del canal donde habían entrado a esconder el tesoro y debieron amarrar sobre la costa, tirando cabos entre dos árboles y fondeando para que, desde los tres puntos, el barco no se moviera con los remolinos que se generan entre la gran masa de agua que circulaba velozmente a mitad de río y las orillas. Bajaron a una pesada canoa de señales que arrastraban, con dos remos y un pequeño cañón, que siempre apuntaba al cielo, instalado en popa. Farías comento que era la que originalmente tenía aquel barco, pero que a veces la dejaba en puerto por ser demasiado pesada, pero que cuando había crecidas era mas fácil de llevar en el agua.
El bosque estaba en silencio como una tumba, solo se oía el ruido de los remos, hundiéndose en el agua y moviéndola hacia atrás. Pero había algo raro, algo extraño en aquel lugar. A los dos marineros que remaban no les importo percibirlo, pero Rojas, de pie sobre la popa, y mirando fijo la vegetación, comenzó a sentirse incómodo, como si estuviese siendo siempre observado. Sin embargo, trataba de concentrar su mente en fijar el punto donde había enterrado el cofre. La marea estaba alta y las costas que él había memorizado, solo un par de meses atrás, ahora habían cambiado, por eso se fijaba en los árboles, los cuáles seguían siendo una buena guía. Se pregunto si el lugar que había elegido no estaría bajo el agua, el se había preocupado de que fuese un lugar alto, y el árbol donde había hecho la cruz no tenía ninguna marca de crecidas, pero nunca se podía estar seguro con los caprichos del Paraná.
Había dejado el diario con las indicaciones de cómo llegar al lugar, en la mesita de luz, al lado de su cama, pero no le era necesario, las había estudiado muchas veces, para estar completamente seguro de saber como encontrar el lugar, en caso de perder o que le robasen su diario. Rojas tenía mala reputación y se había hecho de muchos enemigos que quisieran hacerle la vida imposible, sobretodo por algunos golpes bajos que había jugado entre los estancieros de las provincias del norte. Algunos caudillos se la habían jurado pero el siempre salía bien parado.
Se oyó apenas el canto lejano de un ave, pero un rato mas tarde el ave apareció volando sobre el cauce y siguió, pasando por encima de ellos. Era una especie de garza, que movía sus alas con mucha lentitud y planeando. Sin prestarle atención, continuaron remando hacia arriba, hasta que Rojas ordeno a los hombres detenerse. Allí estaba el árbol, sobresaliendo entre sus colegas, la mayoría del lado opuesto del canal, e inconfundible para sus finos recuerdos.
Acercaron la barca a la orilla y la mantuvieron estable clavando los remos en el fondo para poder pasar a tierra sin que se moviese. Bajaron un par de palas y un pico también. Luego Rojas los guió hasta el lugar indicado, pero cuando se aproximaban al árbol, detrás de ellos surgió una figura. Era como una sombra que se había materializado, llenando de espanto los ojos del primero de los marineros que la vio. Era un indio, aunque sus vestimentas eran muy extraño para ser un nativo de la zona. Extendía su arco apuntando hacia ellos. Aquel marinero no tuvo tiempo de reaccionar, apenas llego a ver entre los ojos de un rostro pintado con símbolos rojos y negros, como la flecha envenenada volaba cortando el espacio recto, abriendo el aire a su paso y lo atravesaba limpiamente. La segunda flecha, ya colocada, fue al otro marinero, el cuál si tuvo tiempo de, al menos, darse cuenta que era su fin, he incluso llego a girar, en un pobre intento de huir. La flecha se calvo en su espalda y salió por entre sus costillas, viendo brotar sangre antes de caer de frente y quedar sin vida, recostado sobre la hierba húmeda, solo a unos pasos de su compañero.
El indio, se tomo mas tiempo para Rojas que, agitado al ver a alguien que el mismo recordaba haber matado, muchos años atrás, intentaba volver a la canoa y huir. Sabia quien era y que había sido el responsable de todas sus desgracias, por lo que merecería algo peor. Rojas, desde la canoa, pudo ver como el ser, vestido de amarillo, se acercaba. Buscó un trabuco que guardaba en una caja de madera, al encontrarlo dio media vuelta apuntando al blanco, pero no había nadie, solo el espacio vació y la vegetación. Miró hacia todos lados, temeroso, buscando aquella especie de indio, idéntico a aquel que el mismo había matado, aunque no se atrevía a considerar que era el mismo. En tal caso sería un demonio, pero nada de eso podía existir para una mente racional. Sin embargo no había nadie, lo que fuese que había matado a los dos marineros, cuyos cuerpos reposaban en sobre la hierba, solo unos metros delante de él, lo acechaba, y sabía que le resultaría muy difícil salir con vida de allí.
Sin soltar el arma y, sin sentarse y mirando siempre a su alrededor, tomó uno de los remos y comenzó a remar. La canoa se movía con lentitud pero se alejaba de la orilla, con el pesado cañón de señales y un remo no moverse demasiado deprisa. Avanzaba por el centro del arroyo, sin dejar de concentrarse en el silencio de la inmóvil vegetación, buscando algo amarillo para dispararle sin vacilar.
Sobre el canal principal, la nave esperaba anclada y el capitán Farías se impacientaba, no porque temiera por la suerte de su compañero, sino porque quería ver lo antes posible el tesoro. Desde el principio no le había parecido una buena idea enterrar el cofre en un lugar inhóspito y sin nadie que lo cuidase, creía que había sido una tonta idea de Sobremonte, extraída de un libro de piratas que habría leído por ahí, peor la vida real era diferente, debía serlo. Un tesoro se encontraría mucho mas seguro escondida en alguna de las propiedades de alguno de ellos, a nadie cuerdo podía ocurrírsele enterrarlo en un pantano. Aunque en realidad la razón del Virrey no había sido una novela de piratas, no era una persona sentimental, y mucho menos con sus pertenecías sino una cuestión de desconfianza. Sabía que un lugar tan remoto solo era inaccesible vía fluvial, por lo que Rojas debía contar con la ayuda de Farías, ya que no sabía de navegación y no conocía otra embarcación con la que pudiera llegar hasta allí. A su vez sabia que solo Rojas conocería el lugar exacto donde se encontraba el tesoro, ya que no confiaba en el capitán por lo que no se lo diría. Conocía a ambos y sabía que no les importaría en absoluto traicionarlo por ambición, pero también que nunca lograrían ponerse de acuerdo para hacerlo.
La marea estaba bajando, por lo que Farías había ordenado a su piloto dar un par mas de brazos a los cabos que amarraban la nave a la costa. El piloto debió colgarse del cabo para llegar a tierra y fijar la orden desde los troncos a los que había amarrado.
Ya había desatado y vuelto a atar el segundo de los cabos, cuando sintió, a sus espaldas, unos pasos sobre las hojas húmedas. No pensó que podía ser una persona, en el medio aquel lugar tan inhóspito. Pero volvió a oír ruidos, y llegó a girar para ver como un indio se abalanzaba sobre él, clavando una lanza hecha de caña tallada, que atravesó su cuerpo. La lanza se clavo en el árbol, sosteniéndolo contra este. Era un grupo de indios, vestidos apenas con cuero de vaca curtido. Iban descalzos, pues así solían vivir los indígenas de la zona. Trepándose de las sogas, abordaron el navío, donde los esperaba el capitán y un marinero, que se esforzaron para repelerlos con revólveres, pero luego de derribar a dos indígenas, no tuvieron mas tiempo de cargar las armas, y no pudieron evitar el abordaje. Los dos hombres fueron degollados y arrojados a las aguas. Luego la sogas fueron cortadas y los indios huyeron dejando la embarcación a la deriva, sin tomar nada, salvo la venganza. La nave giro con la corriente hasta golpear la costa, donde se ladeo hasta que el agua entró a la bañera central. Así quedo, encallado de costado, para que el tiempo y los caprichos del Paraná se ocupase de desmenuzarlo hasta no dejar nada.
Rojas remaba sin dejar de sostener el arma y mirando siempre hacia atrás. No había nadie, solo el silencio y el eterno verde vegetal. Pero entonces algo se movió, Rojas apuntó aunque esperó antes de disparar, tenía una sola oportunidad con su revolver y ni quería desperdiciarla. Esperaría hasta estar seguro de no fallar el tiro. Apuntó firme hacia los arbustos que se movían, pero levantó el arma, al ver que solo era un ave blanca de pico negro. Volaba inofensivamente por el lecho del río. Sin prestarle atención, siguió mirando fijo hacia los matorrales. Sabía que el indio se estaba escondiendo por donde miraba, y que aparecería en algún momento, por lo que no quitaba el ojo de allí, hasta que giró intuitivamente hacia delante y lo vio de pie sobre la banca de proa de la canoa. No intento siquiera pensar como había llegado hasta allí, solo levanto firme el revolver de mango de madera y caño ancho, apunto y disparó. La descarga fue hacia el indio, pero ni siquiera lo movió. Su vestiduras amarillas no mostraban ningún agujero, no había sangre, los perdigones habían pasado a través de él sin tocarlo.
- no es posible matar dos veces a un hombre – dijo el indio mientras apuntaba su arco hacia Rojas. La flecha se clavo en su frente, atravesando su cráneo. Su cuerpo sin vida cayó hacia atrás, quedando recostado sobre la barca. El indio piso fuerte, rompiendo el casco de la canoa, luego un ave se fue volando de allí, mientras la pequeña embarcación se hundía.

9

La luz del amanecer entrando por las ventanas fue la causa de que abriera los ojos, para recordar, con mucho pesar, donde se encontraba. A su alrededor estaban los tres hombres. Manuel y Francisco dormían sobre las bolsas, mientras Roque, que se suponía hacia guardia, también dormía, pero sentado, con la cabeza apoyada sobre la pared de madera y los pies estirados hacia delante.
Quedó tan solo un rato mirando las manchas de humedad en la madera del techo, hasta que Manuel se despertó y enseguida se puso de pie. Encendió una pequeña hornalla de gas y colocó encima agua que había puesto de un bidón. Mientras Preparaba el mate Coqui se levantó. Al verla, Manuel le pregunto si lo prefería dulce o amargo. Salieron y se sentaron en los tablones de madera que formaban la escalera que bajaba de la galería a tomarlo. Fue difícil romper el hielo ya que Manuel aún se preguntaba que hacía esa chica sola en aquel lugar, pero no quería preguntar, mientras que ella no tenía demasiadas ganas de explicar ni de enterarse de nada.
- ¿Y en cuanto tiempo vamos a volver? – arrancó preguntando ella, demostrando el poco interés que tenía en la expedición.
- Eso depende de cuanto tardemos en encontrar el pueblo – respondió echando una mirada al verde infinito a su alrededor.
- Creo que podría recordar donde fue que lo vi – respondió alentando las esperanzas de Manuel.
- Cuento con tu ayuda – respondió.
- ¿Quién vivía aquí? – quiso saber solo por curiosidad.
- El dueño de todas estas tierras. Era un hombre como yo – agregó mirándose a sí mismo, - había obtenido los papeles de estas tierras simplemente marcando un sector en el mapa y dirigiéndose a un diputado amigo para que realizara los trámites. Firmó aquí y allí, y las tierras fueron suyas. Luego vino a ver que podía hacer con ellas. Construyó esta cabaña y se quedo un tiempo estudiando que tal era el suelo para forestación. Había buenos troncos y con los arroyos era fácil el transporte. En este lugar pensaba poner el aserradero. Era una buena idea, ¿no? – dijo levantando levemente las cejas al mirar a Coqui, la cuál respondió solo encogiéndose de hombros, demostrando su poco interés.
- ¿Y que pasó? – dijo solo para darle pie a que pudiese seguir su relato.
- Esta todo escrito en esta pequeña libreta – comentó extrayendo un cuadernillo del bolsillo interior de la cazadora y agitándolo orgulloso de poseerlo. Lo encontré aquí mismo, ayer cuando llegamos -. Coqui ni lo había visto cuando estuvo allí, aunque tampoco se había puesto a buscar libretas.
- El hombre desapareció – dijo de forma seca, arrimándose un poco, como confesándole un secreto.
Prosiguió con el mismo entusiasmo, a pesar de no recibir ninguna respuesta frente a lo que le había dicho. Comenzaba a conocer la personalidad de la chica que estaba sentada a su lado, tomando el segundo mate.
- Estuve leyéndola mientras hacía mi guardia – le contó, aunque ella recordaba, al menos hasta que se durmió, haberlo visto leyendo otra cosa. – los apuntes comienzan describiendo las tierras, dando indicaciones de donde se construiría el aserradero, como se transportaría la madera, etc. También habla del suelo y de los resultados de muestras que había tomado. Según sus cálculos los árboles crecerían muy rápido del otro lado de aquel arroyuelo – relataba mientras señalaba el lugar indicado, - pero luego, de a poco, deja de hablar de su proyecto, y empieza a hablar de que oyó ruidos por las noches, que primero pensaba que era gente que podía pasar cerca, pero que no podía ser por la hora y los tipos de ruidos. Ya por ese entonces comienza a escribir que esta asustado y que no sabe lo que escucha, pero que parecen como ritos y cantos de indios. Cuenta que encontró un pueblo indígena pero que estaba abandonado, y que había muestras de que hacía tiempo nadie vivía allí. Entonces, en estas páginas, - abriendo el pequeño libro casi al final le mostró – dice que esa noche vio a un indio, que era muy extraño y que había corrido mucho pero que parecía que lo seguía pues volvió a verlo parado en el sendero por donde escapaba. Escribió incluso el miedo que sentía y que pensaba irse a la mañana siguiente, ya sin importarle el proyecto que lo había llevado allí. Pero luego la libreta termina con una oración cortada, mientras describía ruidos que oía muy cerca, como un tambor sonando. Dice que cree que hay alguien cerca. Y ahí termina – le mostró señalando la frase inconclusa: “hay alguien cerca, creo q...”.
- ¿Y de quien es ahora esta tierra? –.
- De nadie. Como nunca se supo si el hombre estaba vivo, muerto o que, y con toda la burocracia que hay para que pase algo, seguirán siendo de un hombre que nadie sabe que fue de él, es decir, quedaran así como ahora, abandonadas -.
Oyeron ruidos dentro de la cabaña y un rato mas tarde la puerta se abría, apareciendo la figura de Roque cubriéndose los ojos de la luz, demostrando que acababa de despertarse y que prefería volver a dormir. Manuel le ordenó que despierte a Francisco y preparasen las cosas para partir. Roque fue para adentro refunfuñando un sonido de confirmación.
Media hora mas tarde estaban saliendo hacia el norte, arroyo arriba. Solo llevaban lo esencial para pasar el día. Algo de comida en latas y pan, agua, y algo de abrigo para mas al atardecer.
Coqui era muy importante para los planes de Manuel, ya que ella había visto la aldea que buscaban, y aunque decía no recordar como llegar, quizás al andar por las cercanías la encontrase.
Caminaron casi sin parar hasta el mediodía. Se detuvieron un par de horas bajo la sombra de unos sauces para comer pan con paté y una manzana, luego descansaron un rato y volvieron a partir. Manuel llevaba consigo un mapa de la zona, aunque de poco le servía ya que no figuraba la aldea y tampoco figuraban muchos cauces incontinuos, que cambian su recorrido o desaparecen cada temporada.
Casi eran las cuatro de la tarde cuando la chica le comentó a Manuel que el claro donde se encontraban le resultaba algo familiar, aunque bien podría ser uno mas de los tantos que habían recorrido aquel día, solo le dijo el camino que ella elegiría, señalando un par de árboles casi paralelos, y como no había mejores planes, por allí siguieron. Un rato mas tarde se encontraban con la aldea. Los hombres festejaron y le reconocieron la vital ayuda a la chica, la cuál solo reconoció que ni ella creía que fuese el camino correcto hasta ver las chozas.
Sin embargo, no se quedaron mas de un par de horas en la aldea. Manuel buscaba un arroyo cercano, y no paro de recorrer las inmediaciones de la aldea hasta que lo encontró, después se quedó mirando los troncos de los árboles cercanos, como buscando algo. Tomó algunas muestras de trozos de vasijas, aunque casi por obligación, y recorrió un poco la zona explorando las chozas, tratando de deducir la forma de vida de aquella tribu. Evaluó la posición donde se encontraban en el mapa, y luego decidió que era tiempo de volver a la cabaña.
Lo hicieron siguiendo el cauce del río, bien por la orilla. Manuel se detenía para ir a ver cada árbol, miraba las cortezas todo alrededor de ellos, como buscando algo.
Llegaron casi con la caída del atardecer a la cabaña, prepararon algo rápido de comer, arroz con pollo y salsa de tomate. Luego Roque y Francisco fumaron un cigarro y se acostaron a dormir. Todos habían caminado mucho ese día, pero Coqui no estaba casada, mas bien deprimida por tener que pasar otra noche en ese horrible lugar, perdida lejos de la civilización y entre desconocidos. Se quedo un rato mas sentada cerca del farol. La luz amarillenta proyectaba de su figura una enorme sombra que bailaba sobre la pared. Manuel se sentó al otro extremo de la mesa y permaneció leyendo, a pesar de la poca luz, los apuntes de su librillo preciado, el que Coqui lo había visto leer la primera noche. Parecía molesto con lo que había. Notaba que lo conocía de memoria ya que iba echando páginas hacia delante y atrás, como buscando algo que sabía de antemano que no decía.
- ¿Que hay en ese libro? –.
La pregunta lo sorprendió de tal manera que se hecho la cabeza hacia arriba y, como por instinto, bajó el libro. No solo por la pregunta en si sino por lo inesperado de recibir una pregunta de alguien que había permanecido casi siempre en silencio, sin demostrar interés, ni ninguna otro sentimiento humano. Incluso se había mantenido impasible frente a los cuentos y bromas de los dos cargadores, que durante todo el día no habían parado de hablar.
- Es información que he logrado recopilar – respondió sin mucha convicción, - varias cosas mezcladas para la expedición, datos, lugares y demás – concluyó para cerrar una respuesta que demostraba no estar dispuesto a ofrecer.
La chica se encogió de hombros, demostrándole que la pregunta no había sido por interés profundo sino por decir algo.
- Hoy parecía buscar algo – comentó revelando algo que había resultado obvio durante toda la tarde.
Manuel bajo el libro definitivamente y se mostró algo tenso e incluso irritado por la deducción, aunque luego de meditarlo en silencio y haciendo una pequeña trompa y con la mirada puesta en la esquina superior, suspiro y bajo los hombros. Algo iría de confesar.
- Es cierto – comenzó, - no se exactamente donde, - pero se que en estas tierras, y muy cerca de esa aldea en la que hoy estuvimos, hay algunas cosas enterradas.
Dejó pasar un lapso específico de tiempo mientras se limpiaba la comisura de los labios, luego prosiguió, - al parecer los indios, al saber que serían atacados por los españoles que los habían descubierto, enterraron objetos de valor en algún lugar. Según lo que dicen, cerca de un árbol en cuyo tronco marcaron una cruz -.
Coqui de inmediato recordó lo que había visto. Se tentó de comentar algo como – ¡así que era eso! – como para demostrar su poder deductivo, pero prefirió no interferir con algo así, mejor solo decir lo que sabía e irse lo antes posible. Pero su expresión había sido demasiado impulsiva, y ya Manuel había percibido ese “yo se algo”, que le obligó a elevar sus cejas, abriendo grandes sus ojos y echando un poco hacia delante su cabeza.
- ¿Qué? – dijo Manuel, aunque no como pregunta sino mas bien como una orden.
- Vi la cruz -. El hombre estiró de inmediato su cuerpo hacia atrás y la interrumpió, - ¿dónde? -.
- Acá cerca, enfrente a la cabaña, de la otra margen del río – explicó alejando su brazo trazando un arco oblicuo, en gesto que simulaba un salto.
- ¿No? – dijo Manuel creyéndole pero emocionado, - ¿podrás recordar el sitio exacto? -.
- Por supuesto – aseguró.
La expresión del hombre mostraba a un ser dispuesto a partir en ese instante en busca del lugar, aunque sabía que no sería posible, ya estaba muy oscuro.
En ese momento oyeron un ruido, como un grito de un ave. Por la ventana pudieron apenas ver algo que la atravesaba volando, aunque solo fue un instante. Luego todo volvió a estar en silencio. Y así quedo el resto de la noche. Finalmente Coqui logró dormir algo, pero Manuel no, se quedó sentado mirando por la ventana, deseando que el sol se apurase en volver a aquella cara de la tierra para iluminarla pronto.

10

Poco a poco, la oscuridad fue cediendo frente a la claridad de un nuevo amanecer. El día estaba nublado aunque no lo suficiente como para amenazar con lluvias. La calma de la mañana solo era interrumpida por el concierto de cantos diversos de pájaros pequeños.
Cuando Coqui abrió los ojos, tuvo que confirmar que el tiempo había pasado por la luz del día, sobretodo al ver a Manuel petrificado, mirando por la ventana en la posición exacta con la que lo había visto al dormirse. Parecía impaciente y no tardó en demostrarlo al despertar a Roque y Francisco, los cuáles dormían roncando con fuerza.
- De pie – ordenó. Tuvo que repetirlo varias veces y en voz mas alta para que los hombres lo hicieran. Luego, aún medio dormidos, comenzaron a preparar las cosas para partir. Pero Manuel los interrumpió para decirles que no era necesario que hicieran eso, solo que tomaran las palas que habían dejado apoyadas en una esquina de la cabaña y que los siguieran. Los hombres no demostraron demasiada sorpresa, se encogieron de hombros y obedecieron. Tomaron las herramientas y salieron de la cabaña. Afuera Coqui y Manuel hablaban. La chica apuntaba hacia una dirección mientras el hombre parecía concentrarse en mirar hacia ese punto. Caminaron hasta la orilla del arroyo, luego lo bordearon un poco siguiendo su curso.
- Es por allá – indicó Coqui señalando un grupo de árboles cuyas ramas casi atravesaban el arroyo por encima, como un puente. – Debe ser ese - acotó.
- Pues vamos – complementó Manuel comenzando a caminar hacia ellos.
- ¿Como vamos a cruzar el arroyó? – quiso saber.
- Con la balsa que vamos a armar – explicó mientras les daba indicaciones a los hombres.
No tardaron mas de media hora en preparar una suerte de precaria barca. Los hombres habían vivido todas sus vidas en el Delta y sabían como construir una improvisada balsa. Lo habrían hecho muchas veces desde chicos. La madera, por supuesto, sobraba. Utilizando pequeñas hachas cortaron con mucha habilidad ramas de un ancho considerable, las juntaron en la orilla y las ataron con sogas. Eligieron un palo largo y recto como remo, y ya todo estaba listo. Subieron de a dos, primero Roque con Manuel, luego Roque volvió y Francisco llevó a Coqui, por fin, ellos cruzaron con las palas y amarraron la balsa.
Cuando alcanzaron a Manuel, allí estaba por fin, de pie, mirando una apenas perceptible cruz, marcada en la corteza de un tronco notablemente recto y alto.
- Por aquí – les indicó al verlos por fin llegar. – A cavar – ordenó marcando una circunferencia en la tierra.
Les costó quitar toda la maleza de la superficie, pero después el resto fue rápido, la tierra era blanda y húmeda, por lo que se desprendía fácil. El hoyo ya tenía un metro cuadrado por medio de profundo e iban turnándose en la tarea de ampliarlo, hasta que Roque golpeo algo duro. Manuel miró a la chica, orgulloso.
- Hay algo, y es grande – aclaró mientras seguía cavando buscando encontrar el contorno del objeto enterrado. Era baúl, bastante grande, de madera de roble, lleno de tierra impregnada en sus poros y juntas. Les costo mucho levantarlo, no solo por el peso sino por miedo a que se rompiese. Por fin estaba en la superficie. Utilizaron el extremo de un hacha como palanca para abrirlo, la tapa cedió.
Los cuatro quedaron maravillados al ver el interior. Eran objetos hermosos, la tierra y el tiempo les habían quitado el brillo por el momento, pero volverían a brillar al ser limpiados y lustrados. Había medallas con perlas, cadenas de plata, pulseras, coronas, imágenes talladas en oro puro y otras piezas de valor incalculable. Lo mas sorprendente era un enorme talismán, con la imagen de un indio con los brazos cruzados al frente, y sobre su cabeza una corona con piedras preciosas. Aunque lo primero que Manuel tomo y permaneció mirando, sosteniéndola entre sus manos una daga. Su hoja era curvada y su mango era de oro, con piedras verdes incrustadas. Estaba desafilada.
- Bueno – finalmente interrumpió Manuel. Había sido el primero en decir algo en los últimos cinco minutos. – Vamos, carguemos todo esto en la balsa y crucemos el río. Ya podemos preparar las cosas para volver a casa – culminó sonriendo y mirando a todos a la vez, como un presidente cerrando un discurso.
La chica fue la primera en cruzar con la balsa, junto a Roque, luego la balsa volvió para que cargasen el baúl y, con mucho cuidado, lo llevasen hacia el lado opuesto. La operación requería de algún tiempo. Prefirieron reforzar la balsa, por lo que debieron cortar nuevos troncos y atarlos a los costados, para que quedase mas estable.
Mientras tanto, Coqui, aburrida pero feliz por saber que pronto volverían a la civilización, se dirigió a la cabaña a esperarlos. Cuando estuvo por entrar oyó unos ruidos detrás de la cabaña, como de hojas secas aplastándose, aunque no les presto demasiada atención. Lanzó un breve vistazo al interior de modesta casa, las cosas estaba bastante desordenadas, las mochilas abiertas mostraban ropa arrugada en su interior y las ollas sin lavar apiladas sobre la mesa. A un lado, en el suelo y cerca de la mochila de Manuel, vio un librillo. Era el que Manuel siempre estaba leyendo y siempre llevaba consigo, por eso a la chica le extraño mucho verlo allí tirado, y por eso quizás fue que se acercó a levantarlo. Pensó que posiblemente tanto entusiasmo de saber donde estaba el famoso árbol de la cruz y la salida tan temprana a buscarlo le habían hecho olvidarlo por completo. Lo levantó del suelo. Al verlo de cerca noto que era mas viejo de lo que parecía, sus hojas eran amarillas y rugosas. Estaba abierto, e iba a cerrarlo y disponerse a acomodarlo sobre la mochila, cuando una foto suelta, entre las páginas, se deslizó y cayó al suelo. Se agacho para recogerla y guardarla entre las páginas, pensando que si era lo que usaba de marcador, ya le había perdido la página que marcaba. Al guardarla, casi instintivamente, la miró. Sintió un escalofrío. Era una foto vieja, tomada a un retrato en óleo. La persona del retrato era idéntico a Manuel, vestía un uniforme militar español y estaba de pie, firme, aferrando su sable enfundado con su mano derecha. Pero la sorpresa fue al leer al pie de la misma, donde decía que se trataba de un militar español, su apellido era Rojas y, según las fechas colocadas entre paréntesis sobre el margen derecho, había existido desde 1781 hasta 1806, y había muerto presa de los indios del Delta del Paraná.
El libro se resbalo de sus manos y cayó al suelo. Aterrizando abierto, así como quedo, lo recogió para atreverse a leer algunas líneas al azar.
“Me va a llamar para hacer algo con el baúl, no va a arriesgarse a perderlo en manos de los ingleses...... el día esta horrible para navegar, hay mucha corriente por las lluvias, pero es importante ir lo antes posible a buscarlo......”.
Cada párrafo llevaba anotado en su margen izquierda una fecha, y estas eran todas de principios del siglo XIX. Volvió una vez mas a mirar la foto, el hombre era Manuel.
Entonces oyó un ruido y enseguida la sensación de estar siendo observada. Giró su mirada para ver a un pájaro blanco, parado sobre el marco de la ventana del lado de afuera que la miraba fijo a sus ojos. Su mirada no parecía la de un animal, era seria y penetrante.
- Vayan a buscar a la chica – les dijo a Roque y Francisco, los cuáles acababan de depositar con mucho cuidado el baúl en el suelo, luego de haberlo bajado de la balsa.
Coqui permaneció inmóvil. Recordaba que ya había visto a esa ave antes, hubiese pensado que podía ser otra similar, pero algo le decía que se trataba de la misma. El pájaro aleteo un par de veces, y luego voló hacia afuera, desapareciendo de su vista en el mismo instante que Roque y Francisco entraban a la cabaña.
- Manuel nos mando a buscarte – informó Roque sin notar que la chica tenía el libro entre sus manos.
- ¿Para que? – pronunció asustada.
La súbdita pregunta descolocó a los dos hombres, que no se les había ocurrido pensar en ello, y giraron para verse uno al otro, intentando encontrar con la mirada la respuesta.
- Vean – les mostró Coqui extrayendo la foto de Rojas de entre las páginas del libro y acercándose para entregársela en mano a Roque.
Francisco se arrimó a su compañero para verla, aunque nunca lograría llegar a hacerlo por completo. Sus ojos se abrieron de repente, y su vista se diluyo en el vacío mientras de entre sus costillas surgía, en medio de una afluente roja y espesa, una daga. Se desplomó hacia un lado, formando un charco de sangre que crecía y se alejaba hasta desaparecer es una hendidura entre las maderas del piso.
Tanto Coqui como Francisco lo miraron sin entender y sin llegar a reaccionar. Aún Francisco sostenía la foto en su mano derecha cuando también repitió una escena parecida a la de su compañero, su cuerpo se arqueó y cayó hacia el lado opuesto, luego de retorcerse un instante, quedar tendido de costado, sin vida.
Entonces la chica pudo ver la imagen completa de Manuel, de pie en la puerta, apretando todavía los dientes con gesto serio, aferrando con fuerza una daga desafilada y manchada con sangre.
- Eso les pasa por tardar – bromeó sin esperar risas.
- ¿Usted es el de la foto? – preguntó Coqui señalando la misma, que aún permanecía en la mano derecha de Roque, casi sin notar lo intrascendente que resultaría su pregunta frente a un hombre que acababa de asesinar a otros dos.
El hombre rió entrecerrando los ojos y con un acento español que antes había ocultado, - No soy investigador ni trabajo para la National Geograpihc, pero de ahí a ser un espíritu, si es lo que piensas, hay un largo camino – replicó aún sonriendo.
- Los espíritus no existen, soy de carne y hueso, bien humano, y como tal, ambicioso y dispuesto a hacer lo que sea. Todas esas historias de espíritus e indios, son mentiras, un invento para que la gente no se acercase nunca al lugar – le contó.
Coqui en realidad no sabía si sentir alivio o no ante dicha confesión, el hombre no era un espíritu pero de todas maneras estaba loco y para el caso y para su destino le daba igual.
- Solo vine a buscar el tesoro de mi antepasado, el teniente Rojas. Por cierto – aclaró – mi nombre no es Manuel, es Facundo, Facundo Rojas. En ese diario – dijo refiriéndose al libro que Coqui aún sostenía - dejó instrucciones muy claras de cómo encontrar el baúl, antes de que lo matasen. Luego, alguien tomó el libro de su despacho y lo envió junto a sus cosas a España y allí quedaron, en la casa de un pariente suyo, hasta que, por casualidad, lo encontré. Luego de emprender investigaciones y recopilar datos de la vida de mi antepasado, concluí en que lo que contaba podía ser cierto – relató pacientemente, como si a pesar de que no tenía ninguna razón para hacerlo, quisiera explicar todo lo que había tenido que hacer para lograr su objetivo.
- Pero, al igual que a mi antepasado, siempre hay entrometidos de los cuáles uno debe ocuparse – dijo refiriéndose claramente a ella.
Al terminar de decir eso, levantó el cuchillo y avanzó hacia ella lentamente, como si disfrutase el momento.
- En realidad – agregó – sin tu ayuda nunca lo hubiese logrado, pero no soy un hombre de agradecer – completó.
Entonces, el ave blanca que antes había visto, apareció atravesando la ventana, haciendo saltar los cristales hacia adentro. Pasó frente al hombre, el cuál se esforzó por espantarla con los brazos, pero el animal se dirigió hacia un rincón y, mientras aterrizaba, su cuerpo fue deformándose, creciendo y cambiando su estructura y color. Se había convertido en el cuerpo de un ser humano, era el inca.
Miró fijo durante unos segundos al hombre, el cuál todavía levantaba el brazo con el arma hacia la chica, pero dejó de hacerlo para retroceder hasta chocar contra la pared, luego arrojó la daga hacia el indio, pero esta lo atravesó sin hacerle daño y se clavó en una de las maderas de la pared. El indio giro y se apoderó del arma. La miró con detenimiento, era la daga que estaba en el baúl, tenía el mango de oro y piedras verdes incrustadas. Parecía conocerla, como si fuese algo que hacía mucho no veía.
Dejó de admirarla para dirigirse al hombre, - es mía – dijo mientras atravesaba la cabaña hacia el otro extremo donde se encontraba su agresor. Se paró frente a él y repitió - no se puede matar dos veces a un hombre -.
Enseguida clavó el arma en la frente del hombre, el cuál murió al instante, sin tiempo incluso de cerrar los ojos.
Luego miró a la niña, la cuál había visto todo sin mover un músculo. Al ver que se encontraban las miradas, no supo que sentir. El indio le dijo algo extraño, en un idioma incomprensible para ella.
- No entiendo – se atrevió a contestar Coqui, pero el inca ya se estaba marchando hacia la salida.
Al alejarse giró solo una última vez, para decirle algo mas a la chica, algo que sí pudo entender, - puedo arreglar tu vida y volverla a donde estaba, pero entre la niebla -.
Luego Cargó el baúl en una pequeña barca que había sobre la orilla, subió a esta, y comenzó a remar con un largo palo, río arriba.
Coqui salió de la cabaña y se acercó a la orilla para verlo alejarse, la barca desplació en una especie de nube de niebla que se formó de la nada. Apenas un rato mas tarde, oyó el inconfundible ruido de un motor, y por el mismo lugar donde se había quedado mirando desaparecer la barca, apareció la lancha.
Estaban demasiado tranquilos cuando le dijeron que subiese. Ella se había preparado a relatar la larga historia, de manera de justificar esos dos días en los que su rastro había sido perdido, cuando escucho que su chico le preguntado donde había estado, pues hacía casi una hora que la estaban esperando.
- ¿Una hora? – repitió Coqui.
- Mas o menos – apuntó, - ¿no crees que es demasiado tiempo para ir al baño? -.
- No, en verdad, no lo creo -.

EL VIAJE

1

Una línea definida y luminosa cruzaba la habitación desde un hueco entre las cortinas sobre la ventana. Tendida entre las sabanas desarmadas y recostada sobre un lado, Coqui comenzaba un nuevo día, abriendo con dificultad los ojos sufriendo la luz contra sus retinas. Giró hacia el lado opuesto, despertando a una de las perras que descansaba apacible, la cuál abrió también sus ojos con cierto desconcierto y malestar, para luego ponerse de pie y bajarse de la cama, seguramente en busca de un nuevo lugar seguro donde poder continuar su reposo.
Se sentó sobre la cama y sus pies se encontraron con el suelo, aunque aún se negaban a ponerse de pie. Era un buen día y sería mejor ya que esa noche viajaba a Buenos Aires después de tanto tiempo. Trató de recordar que había soñado y apenas si se acordaba que había sido algo extraño. Las imágenes difusas vagaban por su inconsciente buscando formar algo coherente. Sabía que había un hombre, era una especie de anciano, deforme, apocalíptico, de largas barbas blancas y rostro arrugado y sin color. Tenía los hombros caídos y el cuerpo frágil y raquítico. La miraba mientras ella caminaba perdida por una gran sala, era un lugar húmedo, el techo estaba tan alto que se perdía en la oscuridad, había columnas y estatuas, pero no recordaba porque. Apenas comprendía que estaba allí en busca de algo, algo muy preciado. No recordaba mas y a cada segundo que pasaba se le escapaban nuevos trozos de sueño, hasta que termino de despedazarse y ya nada recordaba con claridad.
Apenas había pasado una semana desde que había vuelto del campo de Magda y las cosas habían también vuelto a la mas cotidiana realidad, no extrañaba en absoluto lo que había vivido, pero reconocía cierta acción perdida en el correr de días iguales, sin demasiada emoción. Tomaba unos deliciosos mates dulces por la mañana y por la tarde. Aprendía algunos nuevos platos y postres para algún día preparárselos al hombre de su vida. Había aprendido, de la mano de su madre, a hacer budín de pan, también hacía sus clásicos panqueques, y de comidas saladas hacía matahambre y algunas otras cosas no tan difíciles, pero que eran todo un logro para ella.
Esperaba que la hubiese despertado el teléfono, y escuchar a su madre acercándose a su habitación, abriendo con calma la puerta, y pasándole el tubo para oír la voz de su chico, pero no había sido así, y ahora tenía que tomar energía para ponerse de pie.
Fue a la cocina y preparó velozmente un mate. Después prendió la computadora y espero a establecer la conexión con la red. Volvió a la cocina, mientras tanto, para buscar el agua, ya caliente, y tomar un par de galletas de cereal. A su retorno encontró, en la pantalla, que había un usuario conectado al chat. Contenta sin dudar de que se trataría de la persona que quería, pero, como era su costumbre, sin apresurarse, tecleó un simple – hola -.
Hace mas de dos días que no hablaba con el hombre de su vida, él había estado viajando y ahora estaba en la Argentina, esperándola en Buenos Aires, y ella, después de tanto tiempo de esperarlo, solo quería que llegase la noche para abordar el micro que la depositaría en sus brazos. Imagino que se había despertado temprano y se había conectado para intercambiar algunas palabras.
Al recibir la respuesta, un mensaje que devolvía el saludo, descubrió que no era la persona que creía sino un desconocido. Figuraba en el sistema con el nombre de El Pastor. Se sintió un poco mal, tenía muchas ganas que fuese la persona que esperaba.
La verdad era que no le gustaba hablar con desconocidos, era perder el tiempo, aunque muchos utilizaban esto para descargarse, encubriéndose bajo la protectora impunidad de la red. Uno podía mantener una conversación con un ser humano totalmente desconocido, intercambiar problemas, alegrías, desdichas o cualquier tema que se necesite expresar con otra persona, aunque en el fondo las respuestas son simplemente palabras enviadas por alguien sin rostro, del cuál no se sabe su posición, su edad, su sexo, sus rasgos, sus costumbres ni nada en absoluto. La persona podría ser tanto un vecino como un campesino de Ucrania, pero en la pantalla se verían ambos sin distinción.
Coqui pensó en desconectarse y se dispuso a hacerlo cuando el desconocido escribió: – ¿esperabas a otro? -. Al no resultar un grave esfuerzo, decidió que merecía una respuesta, por lo que se remitió a decir un seco – si -.
- ¿Alguien que vive muy lejos y que hace mucho que no ves? – preguntó de inmediato la persona.
- si – volvió a escribir Coqui, algo interesada. – ¿Te conozco? – ahora quiso saber ella antes de cortar la comunicación.
- No, en absoluto. Pero me dedico a conocer yo a la gente, por lo que puedo saber esas cosas de alguien -.
Le resulto entretenida la respuesta, y luego de meditar en que no tenía nada mejor que hacer, y que ese día seguramente le resultaría demasiado largo y no vería el momento de que fuese la hora de partir, decidió que, para “matar el tiempo”, sería una buena idea quedarse un rato mas, conversando con un desconocido sin mas que hacer.
Podría haber conseguido un pasaje para esa mañana y ya estaría en Buenos Aires con la persona que amaba, pero, simplemente, cuando le preguntaron porque no había hecho eso, ella se remitió a responder, - porque no -. Sin mas causa, o razón que ese motivo tan genérico. Era la típica respuesta que su chico odiaba escuchar, pero de todas maneras era una fuerza que la superaba y siempre volvía a repetirla. Ahora debía pasar el tiempo hablando con un desconocido para hacer algo que le permitiese olvidar el deseo de estar en los cálidos brazos de su amado.
- ¿A ver?, ¿que mas podes adivinar de mi? – pregunto sin esperar mas que una gama de vagos disparos al aire intentando dar con un blanco mas que difícil e incierto.
- No me dedico mas que a saber lo esencial para mi existencia, y yo busco a alguien que desearía ir a mi origen -.
- ¿Y donde es tu origen? – se intrigó Coqui.
- En una vieja construcción de Dios, allá. Cruzando el Océano, muy lejos, donde nace el sol del viejo imperio.
- Parece un lugar lejano – replico sin entender demasiado.
- Lo es. Es un lugar lejano y húmedo – agregó, - pero ahora estoy acá, allá, estoy por todas partes, soy parte de todo -.
Coqui, ya cansada de escuchar a un loco que se creía Dios, le dije que sí tenía intenciones de viajar a ver a la persona que amaba y que algún día esperaba lograrlo.
- Pero una ayuda viene siempre bien, es un favor por otro, ¿correcto? -.
- De acuerdo – finalizó.
- Entonces nos volveremos a ver alguna otra vez -.
- Si, seguro -.
Ya era media mañana y se puso a ordenar su habitación, las perras se presentaron para molestarla en un par de ocasiones, pero al verla sin ganas de jugar ni interesarse por ellas mas que para correrlas cuando se colocaban en el camino de paso, se retiraron buscando otra manera de entretenerse o simplemente buscando un lugar para recostarse.
Almorzó temprano y la tarde paso lenta y aburrida, sin mas que hacer que leer algunas revistas y tomar mate hasta cansarse. Preparó luego, con sumo cuidado, el bolso con la ropa que llevaría. Puso todo lo que a su hombre le gustaba ver y a ella tener puesto, cargó un poco de mas, solo por costumbre. De todas maneras había conseguido a uno de los chicos se lo llevase. Llegaría el día siguiente, pero prefería esperar un día el bolso que un día de ver a su chico.
Llegó a la terminal con el tiempo justo para saludar, subir y sentarse a ver como el micro se ponía en movimiento. Un rato mas tarde las luces de su ciudad quedaban atrás y la oscuridad de la noche la tomaba de la mano para, cómplice del mecedor movimiento del micro, llevarla a encontrar el sueño.

Estaba caminando entre la niebla, era un lugar tenebroso, lleno de cemento, de pasillos angostos. El aire olía fuerte a espesa humedad. Entre las sombras que las paredes grises reflejaban entre los pasillos y la bruma que resaltaba las formas, pudo distinguir algo que se movía. Era una forma mas entre las que había, pero supo enseguida que tenía vida, tenía un corazón malo, y la buscaba a ella, estaba preocupado por atraparla. Dio media vuelta y comenzó a correr, correr desesperada, doblando en las estrechas esquinas o pasadizos del sinistro laberinto. Las puertas eran de madera vieja y estaban todas cerradas, las ventanas tenían rejas. Corría sin detenerse, sintiendo como su corazón latía frenéticamente y como sus pisadas hacían ecos secos sobre las paredes. Desparramaba el agua de los charcos que salían de las alcantarillas cubiertas de rejas de hierro. No miraba hacia atrás, no se atrevía, pero sabía que ese demonio estaba allí, siguiéndola, como una sombra, detrás de su espalda, tan solo a unos metros, tratando de alcanzarla con sus largos y angostos brazos. Cada vez mas cerca, en silencio, como volando entre la niebla. Entonces llegaba a un pasaje sin salida, y se aterrorizaba al encontrarse con una pared de ladrillos color ocre gastados y descoloridos. Entonces daba media vuelta, como para enfrentarse a esa figura sabiendo que era su inminente fin, sabiendo que su vida terminaría en las manos de un demonio, de una sombra. Pero al dar la vuelta, agitada y cubierta de sudor, se encontró con la mirada angustiante y algo temerosa de un hombre de unos cuarenta años, vestido con una campera de tela blanca, muy elegante, y unos pantalones azules de marca. El hombre mostraba rastros de haber estado durmiendo solo unos momentos atrás, y la detuvo con los brazos al ver como la chica sentada a su lado casi se le arrojaba encima al girar bruscamente.
Coqui lo miro buscando encontrar el sitio del universo donde se encontraba y lo hallo el interior de un micro a oscuras, al lado de un hombre que la miraba molesto.
- Perdón, estaba soñando, supongo – se disculpo apenas entreabriendo los ojos y aún bastante dormida.
El hombre solo asintió, demostrando que estaba en lo cierto pero que de todas maneras estaba molesto. Luego giro y trato de volver a dormir. Coqui ni siquiera lo intento, se quedo observando por la ventana como las luces de la autopista de Ezeiza pasaban una a una, generando una pantalla anaranjada que se movía hasta desaparecer y comenzaba una nueva.
Así, lenta y angustiosamente, fueron pasando las horas restantes hasta que el micro entró en la terminal y se detuvo. Aún no eran mas de las tres y media de la mañana cuando piso el húmedo asfalto de la ciudad.
Caminó a la salida y buscó entre las desiertas calles un taxi. Muy pocas personas circulaban por la lejanía, entre las grises y oscuras avenidas cercanas a Retiro. Una nebulosa imagen comenzaba a tomar forma de realidad para su cansada mente con una brisa fría que desparramó su pelo y golpeó su rostro.
Pasaron algunos minutos y ningún auto negro y amarillo asomaba por la explanada de la avenida así que empezó a caminar calle abajo, pensando tener mas suerte en aquella dirección. Pero de a poco se daba cuenta que la suerte seguía en su contra. Apenas, a lo lejos, su mirada pude distinguir un colectivo de línea que se acercaba. Era el ciento cincuenta y dos. Coqui tenía pensado pasar la noche en el departamento de una de sus amigas que vivía sobre la calle Charcas y recordaba perfectamente haber visto varias veces, de la tantas que había estado, pasar ese colectivo por esa misma calle, por lo que, al no encontrar ninguna mejor opción, y además al resultarle mas seguro que tomar un taxi a esas horas, opto por estirar el brazo para que el chofer se detenga. Al ver que lo hacía verificó que, entre los bolsillos de su campera de cuero, tuviese monedas. Siempre era de acarrear con muchas monedas, por lo que no se sorprendió al encontrarse la mano llena de pequeños círculos dorados, mas que suficientes para pagar el pasaje. Subió los escalones con dificultad, el no haber dormido bien y la alta hora de la noche le pesaban en todo su cuerpo y le recordaban a sus músculos, en cada movimiento, que debía encontrar una cama donde descansar pronto. Se arrastró hasta un asiento individual cercano al fondo y dejó caer su cuerpo sobre él, acomodando sus pies a un lado del asiento de adelante.
El vehículo se metió en la ciudad y Coqui, cansada, clavó la mirada en el respaldo del asiento delante de ella y se dejó llevar de la mano del somnífero movimiento del colectivo hasta que sus ojos se cerraron involuntariamente y su cabeza se ladeo hasta apoyarse contra el frío vidrio. El mundo a su alrededor fue envolviéndose en un remolino hasta desaparecer, como agua por el sumidero. Todo quedó en blanco para que nuevas imágenes se abrieran paso creando nuevas situaciones en un mundo inédito e irreal, el mundo de sus sueños.


2

Soplaba un viento frío sobre los techos de la aldea. Era una noche casi sin luna, cubierta por una espesa bruma proveniente de las costas y los acantilados del sur. La agonía de la espera desesperaba a los guerreros que miraban sobre las paredes del castillo, de pie sobre en el corredor de combate, como del horizonte aparecían, luego de varias semanas, las velas enemigas.
La batalla duro varios días, los barcos abriendo fuego día y noche y el fuerte respondiendo disparando sus mas de doscientos cañones hacia el mar. Las barrerías caían día y noche en el agua y sobre los muros de la ciudad. Hubo muchas bajas de los dos lados, pero finalmente, después de muchos días de intensos combates, y dos intentos fallidos de desembarco, el segundo llegando casi hasta las puertas del castillo, el enemigo se retiro derrotado, llevándose en los pocos barcos que aún se mantenían a flote, a los soldados sobrevivientes. Las velas de los maltrechos buques se sumergieron en el horizonte y no volvieron a aparecer. De entre los numerosos soldados desertores de las filas enemigas estaba un joven monje protestante de nombre Iréas, el cuál, al llegar a tierra, cambio sus creencias al cristianismo y se sumo a una de las parroquias del monte de San Antonio. La iglesia quedaba cerca de la villa de Mayales, del lado opuesto del valle, en la parte mas árida y lejana.
Allí se instalo y vivió muchos años, casi oculto en una parroquia que apenas frecuentaban algunos pastores, pero que de a poco fueron abandonando, hasta dejarla en la soledad, solo acompañado por el silbido del fuerte viento que bajaba las colinas.
En un principio el era el monaguillo, y el sacerdote era un viejo de barbas blancas que solía bajar seguido al pueblo en verano, en busca de frutas y pan blando. Pero luego dejo de verse y no se supo mas de él, pero Iréas se hizo cargo de la desolada parroquia.
Por las noches se veía desde los campos cercanos, como los días sin luna, encendía una hoguera y practicaba extraños ritos, muy lejanos a la doctrina cristiana, pero que nadie le prestaba demasiada atención como para hacer algo al respecto.
Del lado opuesto de la villa, sobre el bosque de Soler, se erguía la Capilla del Señor, dirigida por el padre Romeo, también conocido por su apodo de joven, El Pastor, ya que era uno de los pocos pastores, sino el primero, cuando apenas había ganado en el valle. Un día, sin demasiadas explicaciones pero si con mucha determinación, dejo sus rebajos y viajo hasta el monasterio de San Mateo, donde estudio para, luego volver al valle como sacerdote y construir la iglesia donde residía.
Al Pastor nunca le preocupo la extraña mística de su colega de la lejana ladera opuesta, simplemente nunca le había prestado demasiada atención, además solía no tener demasiado tiempo ya que debía estar atendiendo su huerta, rezando o dando misa y confesando todo el día. También ejercía labores de carpintería, tallando la madera con gran maestría y arte. Las estatuas de madera que adornaban su parroquia habían sido escupidas por el mismo, con paciencia y sobrada dedicación.
La vida siempre había transcurrido sin demasiados pesares en el valle, hasta que un día, uno de los hijos de un campesino desapareció misteriosamente. Los que lo habían visto por última vez lo habían hecho vagando por las cercanías de la parroquia de Iréas, en ese entonces los campesinos del valle le llamaban el Monje de Tierra, ya que siempre se lo veía vestido de marrón con una soga a la altura de la cintura. La soga era negra, ya que, sin una razón lógica, estaba siempre impregnada en alquitrán.
Lo buscaron por las colinas cercanas pero no lograron hallar rastros del niño y nunca mas se supo nada de él.
Meses mas tarde otro joven, este un poco mayor, de unos quince años, también desapareció. En total fueron cuatro los que desaparecieron en los siguientes seis años, aunque algunos comentaban que también habían desaparecido un par de jóvenes viajeros que habían subido la colina de la capilla de San Antonio.
En la última de las misteriosas desapariciones, un par de cosechadores aseguraban haber visto al joven desaparecido ingresando por las puertas de la misteriosa capilla. Al contar esto, y sin ninguna idea mejor, los pobladores de la aldea fueron en búsqueda de El Pastor, para que hiciera algo al respecto con su sospechado colega, ya que nadie para entonces, se atrevía a subir a la capilla y menos dejar a sus hijos acercarse a sus cercanías.
El Pastor, en compañía de unos cinco voluntarios, subieron esa tarde a la ladera de la capilla de San Antonio. Cuando llegaron hasta el lugar el sol ya había caído y el crepúsculo comenzaba a devorarse los reflejos anaranjados de luz de las nubes sobre las montañas.
Cuando estaban cerca pudieron distinguir unas luces, como de una gran hoguera, que surgía de la cima del viejo campanario. Las pequeñas ventanas de la torre de piedra, por efectos del brillo del fuego, resaltaban en la oscura quietud de la ladera.
A medida que se fueron acercando, un tenebroso canto interpretado por ahogadas voces, fue impregnando el aire de un sabor místico. Se estaba celebrando un ritual, algo totalmente pagano y nada parecido a las sagradas ceremonias cristianas. Pudieron acercarse hasta las cercanías del portal principal que estaba abierto de par en par. Al fondo de la pequeña nave de la capilla se venían movimientos. Eran un grupo de unos quince jóvenes que estaban rodeando una especie de atrio, donde reposaba un niño de escasa edad atado de pies y manos. El Pastor se aproximo hasta la puerta y ocultándose detrás de ella pudo ver con mas claridad a través del marco. Había dos hombres, de pie, solo a unos metros delante de la puerta, uno de ellos dio media vuelta y levantó una antorcha que cargaba en su mano izquierda, siguiendo los extraños movimientos del ritual. Temió que podían llegar a verlo, aunque ese temor cambio a un siniestro espanto cuando pudo ver que los ojos del joven que había dado media vuelta estaban cubiertos por una horrible mancha negra, como una especie de capa oscura, entremezclada y recubierta por carne derretida a su alrededor. Los jóvenes eran ciegos, sus ojos habían sido quemados con alquitrán.
Los pocos hombres que acompañaban al Pastor, ya estaban a sus espaldas y habían podido impresionarse de la misma manera que él, al ver también, lo que quedaba en las cuencas de los ojos de los jóvenes. Los hombres de inmediato reconocieron a uno de aquellos jóvenes, era uno de los niños que había desaparecido hacía unos cuatro años atrás, aunque ahora ya no tenía ojos en su desfigurado rostro.
Uno de los campesinos era el padre del niño desaparecido esa tarde. Al ver con mas detenimiento el altar pudo distinguir que era su hijo el que estaba allí atado. Mientras tanto, de una de las puertas situadas en uno de los rincones de la capilla emergió la enigmática figura de un monje envuelto en una especie de capa marrón, la cuál le cubría el cuerpo y la cabeza, ocultando su rostro a los presentes. Se aproximó al altar y dejó ver su rostro al levantar la mirada a lo alto del campanario, elevando hacia arriba un hierro cuyo extremo habían sacado del fuego. El metal brillaba cadente. Lo introdujo en un barril donde, al extraerlo, el extremo del metal había quedado cubierto de una sustancia azabache y espesa. Luego, lentamente, lo aproximo al niño recostado sobre el altar.
El interior del lugar se encontraba decorado de una extraña manera, no había una cruz detrás del altar, sino un símbolo oscuro, hecho con una serie de sogas atadas y embadurnadas en una sustancia espesa oscura. El altar era también de madera negra y las paredes de piedra estaban pintadas con extraños símbolos, desconocidos para cualquier párroco normal. Eran como formas copiadas de las llamas de un fuego.
Cuando el padre del chico descubrió las intenciones de Iréas, y al oír las súplicas de su hijo, que lo invocaba a gritos alarmado, no pudo contenerse y salió de donde estaba oculto gritando al monje que se detuviera. Los demás hombres, al verse descubiertos y sin alternativa mas que ayudar a su compañero, salieron detrás de él. El Pastor se colocó al frente de ellos y sin temor, aunque impresionado por la crueldad que estaba presenciando, avanzó decidido a detener al monje. Corrió entre los hombres jóvenes ciegos que presenciaban de oyentes la ceremonia y ahora no comprendían demasiado lo que sucedía. Iréas elevó el hierro y lo apunto hacia El Pastor que ya estaba casi sobre el altar. Tomó un candelabro de metal negro con algunas velas encendidas y, al ver que Iréas lo atacaba con el hierro, lo cruzó para detener el arma rival en su camino y desviarla hacia un lado, luego empujo hacia atrás al hombre de marrón, el cuál retrocedió sin soltar su arma, y alejándose del niño. Mientras tanto, el padre del chico ya estaba sobre el altar y se apresuro a desatar a su hijo. El resto de los hombres trataban de ayudar a los jóvenes que estaban desconcertados sin saber que hacer.
El Monje, al verse rodeado, corrió hacia la pequeña puerta, a un lado del altar, por la que había surgido en un principio, y entró por ella, desapareciendo entre las sombras de una hoguera que allí había encendida. El Pastor lo siguió, entrando por la misma puerta.
El lugar era una especie de torre hueca, en la cima estaba el campanario y una angosta escalera de maderas que subía de manera circular pegada a la pared. En el centro de la base estaba la hoguera, encendida en una plataforma semicircular. El brillo de las llamas se elevaban en silencio, solo roto de momentos por el crujir de las ramas al quemarse. Las sombras parecían danzar al ser proyectadas sobre las paredes.
Por la escalera, a media altura de camino al campanario, vio al monje. Se atrevió a perseguirlo, subiendo por la escalera que estaba compuesta por peldaños de madera empotrados en la pared entre las piedras.
Subieron hasta el campanario, desde donde Iréas tomó una de las antorchas encendidas que iluminaba la parte alta de la torre. Allí la luz de las llamas de la base apenas eran un reflejo amarillento. Le arrojó la madera encendida al Pastor, y aunque este supo protegerse, el fuego le quemo levemente los brazos. La antorcha calló entre los peldaños y terminó sobre unos fardos apostados debajo de la base de la escalera, allí comenzó a encenderse otra hoguera y esta comenzó a encender los primeros escalones y fue subiendo.
El campanario era apenas una plataforma con un agujero en el centro, rodeando un conjunto de dos campanas sujetas a un eje de madera que giraba al ser impulsado por una soga atada a una polea. Las campanas eran viejas y se notaba que hacía tiempo que no sonaban. El techo era circular, de madera y sobre los costados había cuatro grandes ventanas que mostraban la oscuridad de la noche hasta las lejanías del valle.
Iréas trató de impedir que su perseguidor lograse hacerse un lugar en la plataforma pero no pudo evitarlo ya que, con el candelabro aún en sus manos, logro hacerlo retroceder.
Quedaron así enfrentados, con un hierro y un candelabro como armas. Iréas intento atacarlo, yendo hacia delante con el hierro de frente, pero su rival evito el embate, girando y cambiando hacia el otro sector del pequeño lugar. Volvió a intentarlo, arremetió de frente contra el Pastor que debió esforzarse para evitar el arma moviéndose bruscamente hacia un lado y perdiendo el equilibrio frente al hueco del centro de la torre. Iréas había quedado casi pegado a una de las ventanas, y de allí pudo ver como su enemigo caía de espaldas al vacío. Pero, al caer, el Pastor pudo aferrarse firmemente a la soga que hacía sonar la campanas. La polea giró y las grandes campanas se movieron, cada una hacia un lado opuesto. Una de ellas hacia Iréas. Apenas tuvo el tiempo para ver a la enorme masa de metal acercarse a él en línea recta.
Lo golpeó en la frente, arrastrándolo hacia atrás y arrojando su cuerpo por la ventana. Iréas cayó en silencio hasta estrellarse contra el piso. Su cuerpo quedo desparramado sobre la hierba, con la cabeza destrozada y sumergida en un charco de sangre.
El Pastor permaneció colgado, como un péndulo, de la soga del campanario. Intentó trepar hasta arriba, y después de mucho esfuerzo pudo lograrlo, pero para entonces ya el fuego encendido en la base había quemado la escalera por completo y ya estaba sobre él, llegando hasta la plataforma. No había manera de escapar. Tuvo el tiempo como para arrodillarse y rezar, luego la plataforma, alcanzada por el fuego, se desplomo y el Pastor cayó.
Al día siguiente los cuerpos fueron enterrados, cada uno en su parroquia. La gente del pueblo no hablaba demasiado de lo sucedido. Fue como que estaban de acuerdo en tratar de olvidarlo todo y seguir la apacible vida de una aldea.



3

De pronto abrió sus ojos como si algo la hubiese perturbado. Se encontró en una posición incómoda, le costaba creer que había logrado dormir en aquella difícil situación. No tenía idea de que hora era pero había subido al colectivo casi a las cuatro, al menos según lo que había impreso en el boleto. Pensó en la distancia que la separaba de una cama y se sintió cansada, odió al mundo y luego intentó pensar en otra cosa.
Estaba sentada en la ante última fila del lado izquierdo, donde solo había un asiento por fila. Una vieja luz amarillenta despedía su tenue energía sobre su cuerpo.
Frotó con la mano el vidrio, buscando limpiar la capa de agua que empañaba la ventana, para mirar hacia fuera. El vehículo seguía avanzando por las calles vacías de la oscura ciudad, pero al mirar hacia el exterior, se sintió desubicada. La calle con la cuál se había dormido no estaba mas allí, en realidad no estaba por completo segura pero sabía que era así, como por un instinto. Ahora no tenía ni idea de cuál era la que veía en su lugar. Era mas oscura y prácticamente sin comercios. Una típica zona residencial del laberinto de las cientos de calles impregnadas de la clase media porteña. Siempre mismo estilo de edificios de nueve u ocho pisos plagados de balcones con barandas de metal y pocas plantas, entradas pequeñas con puertas de vidrio que permitían ver con toda nitidez interiores poco iluminados y cubiertos en general de mármol y espejos camino al elevador, casi pensados en forma ideal para unos besos de despedida con la pareja antes de verla subir.
Odiaba pasarse con el colectivo pero aún así su personalidad parecía estar muy conforme con dicho defecto, mientras la razón fuese haber dormido, aunque sea unos minutos. Era tarde y estaba demasiado cansada para decidir que hacer con lógica y hasta para reprocharse la distracción, solo quería llegar a una cama lo antes posible.
Se puso de pie y caminó hasta la puerta trasera, pulsó el botón del timbre y en la siguiente cuadra el vehículo se detuvo y el chofer le abrió. Descendió y enseguida hecho un vistazo sobre la desolada calle. Los faroles escupían una descolorida luz que se apoyaban en el asfalto y en las paredes de los edificios. Oía motores, bocinas perdidas, y alguna sirena de ambulancia por el espacio lejano como sucede las veinticuatro horas del día en la ciudad del plata.
Luego de mirar a su alrededor se aseguro de que no tenía la menor idea de donde me encontraba. Pensó en retomar el mismo colectivo, pero no tenía ni remota idea del recorrido de vuelta.
Caminó un par de cuadras para tratar de hallar algún punto de referencia conocido, después de todo, había estado por esos barrios ya varias veces, el problema es que siempre con alguien que supiese del enjambre de callejuelas de aquel lugar, por lo que nunca había tenido que prestar atención sobre donde se encontraba. Los nombres de las calles no le decían nada, aunque si hay algo que nunca pudo aprender de esa ciudad son nombres de calles, ni siquiera de su propia ciudad. Solía a veces ubicarse recordando esquinas, plazas o edificios llamativos y memorizaba mejor objetos que palabras de batallas o próceres que ninguna relación guardan con un tramo asfaltado. Pero esta vez ni los objetos ni las palabras daban indicios de su posición, si es que supusiera que alguna vez había estado allí.
Decidió recorrer la calle en sentido contrario a la dirección que venía con el colectivo. Había recorrido unas cuatro o cinco cuadras de sitios desconocidos, atravesando esquinas vacías, cuando dedujo, por fin, que estaba perdido. Increíble deducción había resultado la suya.
Vestía una remera azulada que le habían regalado, unos viejos jeans celestes y zapatillas negras. No llevaba ningún otro abrigo. Tenía un suéter de lana fina, pero sus ropas mas abrigadas, incluyendo una campera ancha, habían quedado en su armario luego de escuchar por la radio un pronóstico húmedo y caluroso. Ahora sufría el frío de la noche por haber hecho caso a esos pronósticos que a duras penas lograban acertar cada tanto.
Decidió continuar valiéndose de su propio instinto. No supo que era lo que quería probar, pero no lo probó. Tal vez estaba muy cansada para pensar, cosa que hubiese simplificado notablemente su accionar, pero solo quería llegar a una cama, y caminar parecía a simple vista la mejor forma. Lo hizo por un buen rato.
El barrio cada vez se tornaba mas extraño, pero aún tenía ese aire de cercanía, como si al doblar por la esquina siguiente encontraría algo reconocible y así saber por donde seguir.
Caminaba ahora por una calle de faroles altos que combatían la oscuridad lanzando aureolas anaranjadas sobre el asfalto y los autos estacionados de cada lado. Oía sus propios pasos replicar en las paredes de los edificios cercanos. Un par de gatos intentaban destruían unas bolsas negras de residios que alguien había situado junto a un viejo árbol, para desparramar su contenido en busca de restos de comida. Al verla huyeron por un callejón oscuro y sucio, rodeado por paredes altas y sin ventanas.
Miró hacia adentro del callejón, parecía que del lado opuesto había una calle mas ancha, al menos de cuatro o cinco carriles, - quizá – pensó, - sería la tan buscada Santa Fe -. No parecía un lugar peligroso, así que se arriesgo a atravesarlo.
Los gatos habían atravesado una reja para esconderse entre unos botes de basura, salvo uno, de color negro oscuro y ojos verdes, que caminaba en línea recta delante de ella. Cada tanto volteaba la cabeza, mostrando los ojos brillando, para observar la posición de la amenaza que venía en el ser que lo seguía. A la mitad del recorrido noto algo raro, de pronto se detuvo, como si hubiese detectado un peligro, levantó las orejas, y miro atento hacia delante, buscando algo anormal en el silencio y la aparente quietud del lugar. Sacudió la cabeza, como buscando de estar seguro de algo, luego, en un rápido movimiento, giró su cuerpo y corrió lo mas rápido que pudo, inclusive pasando sin importarle, a un lado de Coqui. Se perdió entre la oscuridad de un rincón lejano.
Miró fijo hacia la soledad, buscando ver lo que había asustado al animal, pero no encontró nada anormal, el camino estaba desierto, no había ruidos cercanos, estaba todo en la mas plena quietud, inclusive el aire estaba quieto en el espacio, no soplaba ni la menor brisa.
Sintió como si, apenas delante suyo, habría una pintura con un dibujo de lo que veía, como si fuese una capa que cristal.
Sin prestarle demasiada atención, y al no ver peligro mas que el de permanecer allí parada mas de lo necesario, continuó su camino.
Fueron apenas unos pasos cuando vio algo, solo por un pequeño instante, fue como una luz, un flash, algo que exploto en silencio y sin demasiada notoriedad, a sus espaldas. Sintió un extraño cambio en el aire, aunque todo seguía igual. Algo imposible de describir, como una vaga sensación, y por eso, siguió caminando sin prestarle importancia y con el deseo mas profundo de llegar a una cama y dejar su cuerpo descansar sobre ella.
Salió del callejón, pero en lugar de una amplia avenida, encontró una pequeña avenida de apenas una vía. Se sintió un poco decepcionada y reconoció que los faroles que la iluminaban de costado le daban la impresión lejana, de ser una gran calle, pero no lo era. Miró las construcciones que había allí; eran edificios muy viejos y bajos. Ninguno superaba las cinco plantas y ninguno parecía tener menos de veinte años. Tenían pequeños balcones con barandas de hierro al estilo antiguo. Las paredes eran grises amarronadas y los frentes se encontraban agrietados por los años. La calle estaba bastante descuidada, se notaba que hacía tiempo que no recibía una limpieza, tenía muchas suciedad y había marcas de fluidos en las veredas.
Miró a su alrededor, todo parecía ser mas antiguo allí. Aunque no le llamó la atención, después de todo, los barrios porteños tienen una amplia variedad de matices y estilos, tan amplia como sus orígenes. La calle apenas era iluminada por la luz amarilla de un farol negro que colgaba de un balcón pequeño y se desparramaba apenas unos pocos metros alrededor del suelo justo debajo de él.
Caminó un poco mas, sin rumbo y algo asustada por estar en un lugar tan extraño, ahora deseaba mas que nunca encontrar su destino. Buscaba a alguien a quien poder preguntarle. Entonces, de un pasaje, apenas del ancho como para que pase una moto, salió a paso lento y pausando, un hombre. Coqui, no sintió temor al verlo, a pesar de que estaba sola, en una calle oscura y desconocida, en un lugar perdido, algo de ese ser le impidió temerle, era simplemente que no tuvo la sensación de miedo, inclusive a pesar de su aspecto, sin poder explicar el porque, no lo sintió.
El hombre era mayor, pero no llegaba a ser un anciano, su rostro tenía varias arrugas que emergían de la comisura de sus labios y ojos y se desparramaban hacia los lados, sus pómulos morenos mostraban un avanzado desgaste de una vida difícil. Su pelo era duro y se desparramaba sin ley, de color gris, como su apenas crecida barba.
Al verla a su lado, levantó apenas la mirada que parecía atada al piso, para mostrar unos misteriosos ojos oscuros que brillaron con el resplandor de una frágil luz blanca cuyo flujo que se abrió paso desde el infinito.
- Hola – saludó, y sin preámbulos pregunto: - quisiera saber para que lado queda la calle Santa Fe -.
- Por fin te encuentro – respondió el hombre con una voz de frustración acabada y desconcertándola por completo, pero continuó, – estos cambios repentinos de lugares hacen que se pierda un pobre viejo como yo, estuve muy preocupado por ti -. El hombre hablaba con un extraño acento de español antiguo.
- Disculpe – lo interrumpió demostrando poca paciencia, - ¿puede o no responderme? – sentenció.
- Ya te darás cuenta lo lejos que estas de tu destino, entonces nos volveremos a ver, ahora sigue tu camino – concluyó, y comenzó a perderse tras la luz del farol, entre las sombras de los balcones pequeños.
Ella lo miró alejarse durante un instante, no sabía porque lo estaba haciendo, es que aquel hombre tenía algo, un aire misteriosamente familiar, imposible de definir, pero fácil de percibir. Cuando estuvo cerca de ese desconocido, se había sentido, de alguna manera, protegido, y ahora estaba sola y perdida otra vez. Trató de reponerse, borrar sus extraños pensamientos, y dedicarse a encontrar el camino de vuelta.
Siguió avanzando sin destino, atravesando callecitas angostas y antiguas hasta que por fin encontró una plaza que se abría entre el cemento. No había gente, pero al menos algún auto pasaba cada tanto por una calle lejana, y era suficiente para sentirse un poco mas acompañada. Caminó hacia la calle en busca de alguien que pudiese responder algo coherente sobre su posición.
Entonces a un lado, vio algo extraño, algo que la obligo a detenerse y sentarse en uno de los bancos de la plaza. Había una enorme catedral a un lado de la plaza, era impresionantemente alta, y de un estilo muy raro para lo que había visto en su vida, pero al verla supo que ya antes la había visto, sabía que la conocía, aunque tardo mucho en encontrar dentro de los rincones de su mente aquel recuerdo, cuando lo hizo se alarmo ya que algo no tenía sentido. Era en una foto que le había mandado su chico, era del Barrio Gótico, en Barcelona.
-No..., no puede ser - intentó convencerse diciendo para sus adentros, - no es real -. Se hablaba con un tono irónico pero a la vez preocupado. Todo parecía indicar de que estaba en España, no sabía como ni porque pero lo que le sucedía no era posible.
Finalmente, luego de dejar pasar un tiempo indeterminado sin saber que hacer, se puso de pie y siguió caminando, no muy segura de hacia donde. Las siguientes horas las utilizó para darse cuenta de que era verdad, de algún modo estaba en Barcelona. Caminó observando todo a su paso. Los letreros de muchos de los comercios estaban escritos en Catalán. También lo estaban las publicidades y hasta algunos de los carteles indicadores.
Por fin, un taxi pasó frente a ella, si no hubiese estado ya segura de donde estaba se lo hubiese tomado y le habría indicado que lo lleve para Santa Fe, pero ya era inútil, porque estaba en otro sitio, en otra ciudad. El auto era también amarillo y negro, pero los colores los llevaba al revés y tenía una extraña luz verde sobre el techo. Miró la cara del conductor e intercambiaron miradas, él, aguardando a ver si la chica se decidía a detenerlo, pensando que era una simple peatona con intención de hacer un viaje. Al final lo hizo pero no para lo que el hombre esperaba. Lo paro, y a través de la ventana del acompañante le pregunto, solo para cerciorarse. El taxista oyó la pregunta desconcertado pero respondió - por supuesto, esto es Barcelona -. Luego continuó, algo molesto por haberse detenido en vano.

4

Un par de siglos mas tarde de los hechos de aquella pequeña aldea, un Obispo de Cataluña ordeno desenterrar de las precarias tumbas a los cuerpos de los sacerdotes misioneros de los valles y darles una sepultura mas acorde a sus sacrificadas vidas. Decidió colocarlos en las nuevas bóvedas de las catacumbas de la Catedral de Barcelona. De esta manera sus restos tendrían el privilegio de estar junto al sepulcro de un grupo de obispos que en esa época se estaban construyendo. Nunca nadie supo si realmente su orden fue cumplida, ya que en esa época no había muchos escribas por lo que no quedo ningún registro escrito de lo sucedido. El hecho es que algunos cuerpos se habían trasladado a los pasillos que recorrían los sótanos de la Catedral, entre ellos, el del Pastor, e Iréas, aunque tampoco se supo jamás donde descansaban verdaderamente los cuerpos, aunque se creía que estaban casi juntos, en un pasillo cercano a uno de los rincones de la gran Catedral.
Años mas tarde, algunos cuidadores de la Catedral juraron haber visto extraños cuerpos entre las sombras. Según ellos, eran los espíritus de monjes y párrocos, amantes de la libertad y disconformes por estar lejos de sus montañas y valles. Deambulaban entre las sombras quejándose de haber sido desenterrados de sus tierras y llevados a esos húmedos pasillos de piedras.
Las historias de fantasmas y almas perdidas por los pasillos siguieron durante años aunque nunca se tomo de verdad en serio.

5

No sabía que hacer, quedo parada, desconcertada, de espaldas a la calle por donde se alejaba el taxi. Estaba perdida, perdida en el mundo, perdida en su mente, en su razón, no sabía como había llegado y tampoco que haría para volver. Encima la noche parecía no tener fin, el tiempo se había detenido, todo era lo mismo, y ella estaba quieta, de pie, a un costado de una plaza de cemento.
Se sentía muy despierta, no era un sueño, solo que la realidad no encajaba, simplemente carecía en absoluto de sentido. Su asombro era una traba que no le permitía pensar. Comenzó entonces a caminar. Caminar y caminar sin rumbo, no buscaba nada mas que alguna pista, alguna razón que le responda como había llegado hasta ahí. Había oído hablar de muchos fenómenos extraños, incluso llegó a creer en algunos de estos, pero nunca había escuchado sobre algo así.
Sintió mucha pena de pensar el tiempo que había esperado para ver a su chico, el amor de su vida, y lo que había soñado ir a visitarlo, y ahora, como en la peor de sus pesadillas en las que todo sale al revés de lo planeado, ella estaba ahí, en su ciudad, y él esperándola tan lejos. No podía sentirse peor, deseaba verlo tanto que esperar un rato mas era sufrir, y odio no haberle hecho caso y haber salido a la mañana.
Se le ocurrió ir a la policía, pero supo de inmediato que no era una buena idea. No tenía pasaporte ni podía probar como había llegado hasta ahí y sería un milagro hacerles creer la verdad, le tomarían por loca, si es que de verdad no lo estaba, y acabaría en una celda. No era buena idea.
Pensó, entonces, que debía existir una relación entre los dos lugares, un lazo que los unía y por el cuál ella, sin querer, había descubierto, y se había filtrado accidentalmente por él. Quizá se trataba de un lugar en especial, un punto en el cuál ambas ciudades coincidían, donde el espacio de ambos lugares se unían, y quizá estuvo en dicho sector y de alguna forma fue trasladada hasta allí. No le convencía la idea, debía encontrar una respuesta racional, pero por el momento era lo que mas sentido tenía.
Llegó a una esquina de las interminables callejuelas, casi pasillos, que forman el laberinto del Barrio Gótico. Los edificios eran viejos y lúgubres, había poca luz y ningún local abierto. Casi no veía gente por la calle y la poca que había era extraña y de a poco fue desapareciendo hasta no volver a ver gente.
Seguía perdida. Bajo la cabeza, clavando la mirada al piso, desanimada, cuando sobre el reflejo de la luz blanca de un farol, proyectada sobre las baldosas grises de cemento, cubiertas con polvo y suciedad, vio la silueta de una sombra humana. Levantó los ojos, para cruzarse con la mirada penetrante de esos ojos oscuros que ya había visto antes. Era el mismo hombre que, entre las calles, ya antes había cruzado.
- ¿ya sabes donde estas? – le preguntó el hombre con un leve acento de español antiguo que antes no había notado.
- En Barcelona – respondió sin lograr poder admitir estar segura.
- ¿Y qué haces aquí? – continuó preguntando, acabando con su poca paciencia.
- ¿porque tengo que responder? – argumentó ofendida.
- Por nada en especial – explicó el desconocido, - solo quiero saber si lo sabes – completó -.
- No tengo porque darle explicaciones a nadie – se enfadó Coqui, - No tengo porque contar nada – volvió a repetir.
- Esta bien – exclamó el hombre que vestía de negro, como su sombra. - No tenía la intención de que te enojes, yo solo deseaba colaborar – le confirmó clavando la mirada en sus ojos.
Coqui percibió entonces, a través de esos ojos oscuros, en la mirada, en los gestos, en todo ese hombre, una especie de calma, una profunda tranquilidad. Muy difícil le resultaba explicarse lo que sentía, era como un alivio, una seguridad que la conquistaba solo por el simple hecho de acercarse a ese ser. Era como una aureola que lo rodeaba y que al tenerlo cerca le daba su protección. Sin embargo, era simplemente un desconocido, no sabía nada de él, aunque percibía que él si sabía de ella, mas de lo que ella pudiese comprender.
- Lo que necesito no lo podes saber, no hay nada que puedas hacer para ayudar – le dijo de manera cortante, sin intención de complicarse mas aún la vida.
- Dame una oportunidad – solicitó el hombre mientras una fría brisa movía el cuello de tela levantado de su gabardina. – Yo puedo ayudar, se que como ayudarte a encontrar tu camino -.
- Busco el camino a mi casa, pero esta difícil – le respondió, casi burlándose de él y de ella misma.
- Yo te puedo guiar – le propuso.
- ¿Y porque había de hacerte caso? – le cuestionó.
- Porque estas perdida y no hay mejores opciones – planteó.
Coqui lo pensó unos instantes. No sabía quien era ese extraño, pero por algún motivo le irradiaba seguridad, sentía que podía confiar en él, era una sensación muy extraña, pero palpable al fin. La noche no podía ser mas extraña, había tratado de hacer lo correcto, sin embargo, todo lo que le estaba ocurriendo no podía ser mas anormal, así que nada perdía en seguir por la senda de lo extraño.
- ¿Qué puedo hacer? – casi le susurro con voz de resignación.
- Bajando por esta calle – indicó, - unas dos calles, podrás ver una boca de metro. Por allí esta el camino que buscas -.
Coqui asintió sin mostrar credibilidad pero aceptando. Se alejó en la dirección indicada, viendo cada tanto por sobre su hombro, como a sus espaldas el hombre acomodaba su espalda paciente sobre la pared y encendía, con un fósforo, un cigarro, cubriendo la llama de la suave pero fría brisa con la palma de la mano.
Luego de recorrer las dos calles llegó a un cruce con una avenida pavimentada donde pasaban apenas unos pocos autos esporádicamente. Sobre una de las veredas, en la esquina contraria, vio un cartel rojo iluminado, con una visible eme blanca en el centro. Debajo caía una escalera hacia dentro de la tierra. Cruzó la calle por el medio y se acercó a la escalera. Desde adentro emergía una luz blanca que contrastaba con los focos anaranjados de la ciudad. Bajó la escalera y pudo ver como se abría un largo pasillo de techo semicircular. Caminó siguiéndolo, oyendo como sus propios pasos resonaban en las paredes y volvían a sus oídos una y otra vez. El corredor doblaba en un esquina y luego terminaba en otra escalera, detrás de una hilera de molinetes. Miró a su alrededor. No había ninguna señal de presencia humana. A un lado habían unas cabinas vacías y cerradas, al otro un puesto de diarios y un café, ambos con las persianas bajas. También habían sobre la pared un par de teléfonos. Se aproximo a ellos deseando poder utilizarlos, pero noto que utilizaban otro tipo de monedas. También había a su lado una máquina para tomarse fotos personales, y otra máquina que parecía un juego de videos.
No había nada mas, seguía sin ver ningún indicio de seres humanos cerca. Tampoco encontraba ninguna razón por la cuál debía seguir en ese extraño lugar, no había caminos de vuelta ni nada que pudiese interesarle allí.
Comenzó a volver sobre sus pasos, buscando la salida, molesta por haberle prestado atención a aquel desconocido.
Al pasar junto a esa máquina similar a un video, noto que la misma contaba con una pantalla y un teclado, y estaba encendida. Sobre la pantalla un cartel indicaba que era un servicio de Internet. Deseaba mandar un mail, contándole a su chico donde se encontraba, pero mas abajo indicaba un cartel que debía colocarse una moneda en la máquina para que funcionase durante diez minutos. Ella no contaba con dichas monedas, así que se dispuso a continuar su retorno. Dio medio vuelta, y, con el último de los reojos, pudo percibir un cambio en la pantalla encendida. Se abrió una ventana blanca, sobre el azul de fondo. Volvió a aproximarse con cautela.
- hola, Coqui – decía sobre la ventana abierta. La frase figuraba escrita por un nombre que ya había visto antes: El Pastor.

6

- ¿Por donde se pueden pasar los cables? – pregunto el hombre que cargaba la caja de herramientas, mientras observaba las paredes. Los dos vestían ropas de trabajo azules, descoloridas por el uso y con algunas manchas negras imposibles de quitar.
- Pueden pasar por debajo, así no hay que romper la loza – respondió el sacerdote sin estar demasiado seguro.
- ¿Que hay debajo de este piso? – quiso saber el operario.
- Hay un pasillo que recorre unas viejas sepulturas – respondió.
Estaban los tres hombres de pie, en el silencio de la siesta, hablando sobre el corredor que unía la basílica con el claustro, cerca del hermoso portal procedente de la antigua basílica romana, al que luego se le agregaron el tímpano y la crestería de marcado estilo gótico y otros elementos del siglo XI.
- Bajemos a ver el lugar. Quizás podemos pasar los cables por el techo de esos pasillos y así solo tener que agujerear la boca de salida a la terminal.
Bajaron por una pequeña escalera, y avanzaron por los pasillos subterráneos de la Catedral, cuyas paredes lucían pinturas góticas de artistas como Jaume Hunguet y Bartolomé Bermejo hasta llegar a una pequeña puerta de madera muy vieja que estaba bajo llave, y hacía tanto que no se abría, que el sacerdote estuvo unos quince minutos buscando en el cajón de las llaves la correcta.
El lugar estaba oscuro y húmedo. Era un angosto pasillo sin salida, de unos treinta metros. Terminaba en una pared, y a ambos lados tenía pequeñas hendiduras donde había antiquísimos ataúdes insertados. El techo estaba muy bajo, por lo que el mas alto casi tenía que caminar agachado. Luego de un pequeño análisis, el mas experimentado, un hombre de pelo corto blanco y bigotes anchos, le dijo al sacerdote que no habría ningún problema en pasar por allí los cables, y, luego de algunos cálculos a ojo, indico desde el punto donde debían ingresar, la trayectoria y el lugar donde saldrían hacia la superficie, dentro de la nave lateral de la Catedral. Luego, desparramaron las herramientas de la caja y comenzaron a hacer su trabajo.
El Obispado, con el principal objetivo de no dar esa imagen de parecer anclados en el tiempo, había tomado la decisión de sumarse a las nuevas tecnologías de comunicación e instalar una terminal con acceso a Internet dentro de la Catedral; de esta forma, tanto los turistas como los católicos que visitasen el recinto, podrían acceder directamente a la página oficial del Vaticano, y así obtener cualquier tipo de información, inclusive la misma historia de la Catedral. Para ello habían comprado un equipo completo y contratado a una empresa, a la cuál pertenecían aquellos operarios, para tirar los cables de conexión. Debían pasar tanto la línea de conexión como la de energía para abastecer la terminal.
Trabajaron durante un par de horas de la tarde, querían terminar rápido y salir lo antes posible de aquel tenebroso lugar. No habían escuchado nunca las historias de los espíritus de aquellos sepulcros, pero no era necesario conocerlas para sentir cierto temor al estar ahí.
Estaban pasando los cables por el techo, fijándolo con unas canaletas de metal, sujetas por bielas que se incrustaban en la piedra del techo, cuando uno de los hombres creyó ver algo moverse entre la oscuridad, al final del pasillo. Fue apenas una especie de sensación, pero igual tomó su linterna, la encendió y la apuntó hacia la dirección del pasillo. Había solo un rincón vacío y polvoriento. Se volvió para ver a su compañero que seguía trabajando, pero no se quedo tranquilo, tenía una horrible sensación de que alguien estaba allí, solo unos pasos detrás de ellos.
Volvió a percibir los movimientos un par de veces mas, hasta que la sensación logró ponerlo nervioso. Su camisa azul estaba sudaba y sentía que su corazón se aceleraban. No quería dar media vuelta y mirar atrás, pero igual lo hacía, para ver el contorno del pasillo perderse en la negra oscuridad. Su compañero rompió el silencio pidiéndole que sujetase los cables mientras el terminaba de colocar un gancho de metal en un hueco que había agujereado en el techo. El hombre tomó los cables y los mantuvo sosteniéndolos contra el techo, mientras su compañero trataba de colocar el soporte. Entonces volvió a sentir algo que se movía a sus espaldas, esta vez fue mas real, estaba seguro de sentir el aire moverse y percibió que algo pasaba junto a él. Atemorizado, giró bruscamente, tirando de los cables, los cuáles arrancaron uno de los soportes, se cortaron, y cayeron del lado opuesto, al fondo del pasillo. El cable de energía, al caer, produjo una fogosa chispa que recorrió el lugar iluminando, solo por un pequeñísimo instante una, extraña figura que al final del pasillo cubría su rostro con sus brazos deformes y quemados para protegerse. Fue apenas una luz blanca que iluminó fugazmente aquel cuerpo. Luego la luz se consumió absorbiéndose como una nube de humo a través del cable caído, como si la extraña figura, rodeada de energía, hubiese sido aspirada por el conductor, quedando un vacío en el espacio, cubierto enseguida por el aire que rodeaba la estela.
El pasillo quedo en silencio unos segundos, luego se encendió una linterna y uno de los desconcertados operarios, el que estaba tratando de colocar el soporte, iluminó hacia el fondo del corredor, para ver solo un espacio desierto, y el cable cortado reposando como una serpiente muerta sobre el piso. El otro hombre apenas podía respirar, su corazón había sufrido un fuerte golpe de nervios, estaba aterrado y debió ser atendido por una ambulancia que llamó el sacerdote. Esa noche la pasó en una de las salas de observación del hospital Saint Pau, intentando sin éxito dormir, recordando la imagen de esa figura y preguntándose como su imaginación había podido elaborar algo tan real. Nunca le contó lo que había presenciado a nadie, y con el tiempo fue olvidando el hecho y, las veces que lo recordaba, obligaba a su mente a asegurarse que había sido una simple alucinación, carente de toda posibilidad de realidad.
Finalmente el cable fue conectado sin mas problemas, pasando por aquel pasillo que no volvió a ser visitado, y la Catedral tuvo su terminal de Internet.

7

Coqui miró la pantalla. El chat estaba abierto con su nombre. El cursor estaba situado para escribir una respuesta. Quedo un rato mirando fijo, buscando una explicación, pero no la había.
- Hola – escribió tímidamente.
- ¿Ya estas ahí, en Barcelona, no? –, preguntó para luego acotar, -¿has visto a la persona que tanto querías ver? -.
La respuesta no se hizo esperar, - ¿cómo sabe que estoy en Barcelona? -.
- Pues porque yo te envié, como habíamos quedado, ahora debes hacer algo por mi – le comentó.
- ¿ Que?, ¿cómo?, ¿tuvo que ver en todo esto? – escribió sorprendida.
- Por supuesto, como habíamos quedado -.
- ¿Qué? – pregunto sin saber que mas poner.
- Quizás primero debería contarte un poco mas de mi; yo en mi tiempo de vida fui el sacerdote de un pueblo lejano. Mi muerte fue algo trágica, se podría decir -.
- Un momento – lo interrumpió escribiendo la frase, - ¿me esta diciendo que esta muerto? -.
- Así es – leyó que respondía. – Mi cuerpo fue colocado en un sepulcro en un pasillo algo perdido, debajo de la Catedral de Barcelona. Pero debido a mi muerte podía esta en el mundo mortal como un espíritu, al menos en las cercanías de mis restos -.
Coqui leía ya sin saber que debía creer, pero luego de lo que le estaba ocurriendo ya nada le parecía extraño, así que continuó leyendo sin interrumpir.
- hace poco tiempo, unas personas por error, al colocar unos cables de comunicación, generaron un campo que atrajo mi alma, dejándome atrapado en la red. Ahora necesito tu ayuda para poder salir de aquí -.
- ¿Y yo que puedo hacer para ayudarte? – pregunto descreída y sin consideración.
- Ya vas a saberlo, hay alguien al cuál le he contado todo lo que tienes que hacer, y te lo dirá cuando logres confiar en él -.
Coqui se quedo pensativa, no había nada que pudiese estar segura de entender, era como esas mañanas que se levantaba temprano y no lograba adecuarse a la realidad, solo que esta vez la realidad era la que no lograba adecuarse a ella. Estaba cada vez mas lejos de comprender nada de lo que le ocurría, por su desconcertada y frágil mente circundaban ideas efímeras de lo que podía estar viviendo, como muchos ríos que se abren por el llano sin avanzar, y sin llegar a destino.
Caían sobre el techo del hogar de sus recuerdos las imágenes de sus perras rodeándola y alejándose de ella por el espacio irreal y vacía o de los recuerdos, luego aparecía el hombre que amaba, dando vueltas y sin poder alcanzarlo.
- ¿Por qué? – gritó. Su voz reboto en las paredes del túnel y volvieron una y otra vez hasta diluirse en la nada.
- No es el porque lo que cuenta – apareció escrito en la pantalla, como si ese ser estuviese disperso en todas partes.
- ¿Cómo.....? – se pregunto y le pregunto sin preguntar, mas bien negándole – no es posible, eso lo dije, no lo escribí – puso.
- Pero lo pude oír. Yo estoy en la red, pero conozco algunos secretos del espacio y del tiempo, el día que mueras, quizá también puedas conocerlos, al menos si aún te quedan asuntos pendientes, que debas resolver en la superficie de este precario universo. Pero no estoy hablando por recordar melancolías, trato de ofrecerte razones y respuestas que anestesien tu desconcierto, nada mas -.
La chica escucho todo y trato de comprender como pudo la rareza de ese ser, de la atmósfera que la rodeaba. Estaba confinada a un mundo mas complejo del que esperaba, pero ya tratar de comprender no tenía ningún sentido, y la única puerta de salida llevaba un cartel de hacer caso sin preguntar para pasar.
- Bueno, necesito saber claramente que hacer – exigió.
- Camina por las calles, allí están las respuestas, además por allí puede que encuentres a tu protector, tu ser mas cercano. Y, gracias, de verdad agradezco que hagas esto por mí – concluyó.
Luego la pantalla se cerro, sola, y volvió el cartel que pedía que se introduzca una moneda para que la máquina pudiese funcionar.
Subió la escalera y salió a la superficie. La misma calle, con una hilera de faroles que pintaban las paredes de tonos anaranjados, la suave brisa, y, en el centro, un pequeño cuerpo, sin saber que hacer.

8

Había caminado un poco, sin dirección, cuando vio a alguien. Su cuerpo apoyado sobre la pared, con una pierna doblada contra esta, encendiendo un cigarro cuya luz sobresalía de la oscuridad, con un punto rojo ardiente. Supo enseguida quien era, pero recién, al pasar frente a él, como desentendida de su presencia, fue que lo volvió a escuchar.
- Ahora que sabes quien te trajo y como salir, tal vez sea necesario que me quede un poco mas cerca, ¿no te parece? – le dijo a la pasada.
La chica se detuvo para mirarlo. El hombre apenas parecía prestarle un poco mas de atención que a su cigarro. Dio un vistazo paciente hacia el horizonte de la calle, luego giró con calma hasta que sus ojos chocaron con los de Coqui.
- Te puedo ayudar mas de lo que estas pensando – sentenció.
- ¿Y porque debería confiar en un desconocido? – le cuestionó, - no lo conozco para nada, no se de donde viene ni donde va, no se nada de su pasado -.
- Escuche que alguna vez le hablaste a alguien, diciendo que no importa el pasado de una persona, solo importa desde el momento en que la conoces, ¿no? -.
Coqui se sorprendió, recordaba pensar eso pero no entendía como era que ese ser lo sabía.
El hombre continuó: - Lo se – asintiendo a su pensamiento, - y te diría todo sobre mí si tuviese pasado, pero no lo tengo, tampoco futuro, soy solo parte del presente inmediato -.
- Eso es imposible, nadie puede vivir sin pasado, ya el recuerdo de un rato atrás es parte del pasado -.
- No en mi caso, solo con tu presencia se enlaza mi tiempo y mi espacio, pero queda todo en un plano. El tiempo es medida del cambio, y yo no cambio, eso es todo lo que te puedo decir de mi, ahora vamos, es por allá – indicó señalando hacia una callejuela sin apariencia de buena reputación. Luego comenzó a alejarse a paso lento. Al cabo de unos metros dio media vuelta para ver a la chica, aún desconcertada, clavada como una estaca en el pavimento.
- Vamos, ¿que esperas? – la apuró.
Coqui se encamino hacia él para seguirlo. Ya no pensaba mas que no era necesario saber el pasado de alguien para poder confiar, quería saber quien era esa persona, saber su vida, todas sus cosas, después de todo le estaba confiando mucho.
Pero decidió que confiaría en él, no porque quisiera sino porque no veía otra salida.
Caminaron juntos por estrechos pasajes, la mayoría peatonales, siempre en aquel extraño barrio, mugroso y antiguo. El cielo nublado reflejaba las luces suburbanas como sucede en todas las ciudades que están bajo cielos nublados.
El hombre le fue hablando con precisa simpleza, como si lo que contase fuese algo muy sencillo
- El espacio es relativo y varía dentro de un patrón desconocido de combinaciones lineales dentro de un mismo sistema. Dos sistemas de patrones similares, que sería un punto entre millones donde se da una coincidencia espacial, puede afectar al universo y provocar un traslado de masas, similar a lo que sucede en un agujero negro. En tal caso debías hallar dicho punto. Pasaste por él. No recordaras donde fue, también has pasado por muchos lugares durante las últimas horas. Has recorrido al azar muchas calles y doblado en muchas esquinas, pero en una de ellas te ha ocurrido esto -. Mientras tanto avanzaban por el laberinto de calles del Barrio Gótico.
- ¿Hacia donde vamos? – se atrevió a preguntar Coqui.
- Ya hemos llegado, ahora lo veras -, respondió mientras giraban en una esquina. De inmediato, frente a sus ojos se desplegó la inmensa Catedral. La tercera en diecisiete siglos de una ciudad de tradición cristiana.
Su figura, allí situada, daba la impresión de ser un gran coloso, posado en el centro de un barrio que le rendía honor. Sus torres eran como brazos que se extendían hacia el oscuro cielo.
Los dos quedaron allí, mirando la edificación durante un instante.
La magistral obra, madre de todas las iglesias del arzobispado de Barcelona y recinto de mas de un centenar de obispos, se posaba como un coloso sobre sus murallas. Era la tercera en mas de diez siglos de una ciudad con historia y población de larga tradición católica. Erguida desde el año mil doscientos noventa y ocho, durante el reinado de Jaime II y el pontificado del obispo Bernat Pelegrí. Su construcción principal había sido realizada en varias etapas y demoró casi ciento cincuenta años, resaltando particularmente la labor del magnifico arquitecto Jaime Fabré, impulsado por el Obispo Ponc de Gualba y acabando para el siglo XV, en tiempos de Alfonso V, rey de Aragón, y el obispo Climent Sapera.
- ¿Y porque estamos en este lugar? – quiso saber.
- Deberías haberlo comprendido para entonces. ¿De verdad no lo sabes aún? -.
- No, no entiendo nada -.
- Vas a entrar allí, buscar el lugar donde se encuentra el sepulcro del Pastor, y liberarlo para que pueda volver a él. No es tan difícil, ¿no? – le explicó con voz paciente el hombre.
- ¿Cómo? – se sobresalto, - ¿entrar ahí?, ¿a estas horas?. Podes ir yendo solo -.
- Es que yo no pensaba ir, eres tu la que debe hacerlo -.
- ¿Y porque yo? – quiso saber, - además, ni lo conozco, ¿cómo es su nombre? -.
- No tenemos nombre - replicó.
- ¿Cómo no “tenemos” nombre?. ¿Y quien es?, eso, al menos, debería saberlo, ¿no? -.
- Creo que si, soy el ángel que te cuida, tu ángel guardián -.
Coqui echo una forzada y algo intrigada carcajada, pero terminó casi abruptamente al ver la penetrante mirada de su interlocutor. Los ojos le brillaron apenas al chocar las miradas. Algo muy raro de verdad tenía ese ser, no era un hombre común.
- Supongo que te costará creerlo – dedujo, - pero terminarás por hacerlo. Siempre que algo es verdad se termina por saber, y si es mentira también -.
- ¿Entonces siempre me protegiste? -.
- No, en realidad no siempre lo fui, es una larga historia, pero el hecho es que los ángeles protectores pueden cambiarse de persona cuando encuentra al ángel de la otra persona, y estos se ponen de acuerdo en el cambio -.
- ¿Y cuando es que ves a otros ángeles?, ¿siempre? -.
- No, solo cuando estas con una persona que realmente amas, muy cerca -.
Quedo entendido que el ángel no quiso entrar en detalles pero a Coqui le quedo muy claro que fue lo que quiso decir con eso, además, dentro de lo extraño, le pareció lógico, después de todo durante esos largos momentos los ángeles podían estar relativamente tranquilos, ya que, si se querían de verdad, mas que peligro, sus protegidos estarían viviendo todo lo contrario.
- Entiendo – se limitó a responder para dejarlo en claro.
- En esos momentos uno se sienta a descansar y habla con su colega, si ambos están de acuerdo y las personas de verdad se quieren, esto no se porque es pero es parte de la ley, se puede hacer el cambio -.
- ¿Y porque me elegiste a mí?, si es que se puede realmente elegir -.
- En realidad fue un consenso inmediato. Yo venia con mucho trabajo de verdad, mi protegido anterior no me dejaba descansar, era demasiado para un ángel ya algo viejo como yo, por el contrario, tu ángel anterior era joven y vivía terriblemente aburrido, nunca tenía nada de acción, y se estaba deprimiendo mucho ya que casi no tenía nada que hacer durante el día, así que, de esta forma, él y yo estamos felices. Para mi, no te lo tomes a mal, pero de alguna manera, esto es como una jubilación – concluyó la explicación.
- ¿Y como puede ser que te puedo ver?, yo que sepa nadie ha visto a un ángel, al menos no es lo mas común -.
- Es verdad, es que al irte de la línea del espacio y tiempo de tu universo real estas en donde me puedes ver, es difícil de explicar para que sea entendido por un humano, pero es como que te encuentras fuera de la esfera que encierra al universo donde existes, y acá afuera esta todo lo que lo rodea, como yo -.
- No entiendo -.
- No te preocupes ahora, cuando te mueras lo vas a entender de inmediato -.
- Quedamos así -.
La verdad es que no lograba entender nada bien, pero ya con estas respuestas estaba mas que confundida y ya no le quedaban ganas de preguntar nada mas.
- Vamos – dijo el ángel, y caminó hacia uno de las angostas calles que rodeaban el gran edificio. Mientras tanto, su protector se dedico a instruirla de lo que debía hacer. – La puerta lateral por la que ingresaras quedará abierta. Debes caminar por la nave central hasta ver a tu izquierda, cerca de una imagen de San Juan, una pequeña puerta de madera -.
- Perdón – lo interrumpió Coqui, - ¿ hacer esto es la única forma que tengo de salir de acá y volver a mi mundo? -.
- si – se limitó a responder el ángel.
- Entonces debo decirte que no tengo ni la menor idea de cómo se ve ese San Juan -.
- Si, debí suponerlo. Mira, San Juan Evangelista es siempre representado con un águila, pues también era llamado el Águila de Patmos debido a que allí fue donde compuso el Apocalipsis, por lo que también habrá un águila, eso si lo vas a reconocer, ¿no? -.
- Por supuesto – respondió ofendida.
- Bueno, debes entrar por esa puerta y recorrer un pasillo recto, al fondo hay otra puerta, detrás de esta baja una escalera en caracol que te depositará en un pasillo sin salida de techo bajo, así que llegaras a él. Por este techo verás que lo recorren una serie de cables, apoyados sobre una bandeja de metal. Debes cortarlos, todos, y dejarlos así, sueltos, en el pasillo – le dijo con preciso acento español, mientras del bolsillo de su pantalón sacaba una antigua navaja y se la entregaba.
- Tan sencillo – respondió.
- Recuerda que estarás muy sola y es un lugar oscuro, ten cuidado -.
La chica oyó el consejo como si se tratara de su madre. Ahora percibía con mas claridad esa sensación de protección que le producía aquel ser.
Caminó hasta la fachada principal, que lucía nítida entre la oscuridad, mostrando su imponente cimborrio de setenta metros, el cuál se encontraba sobre el atrio de la entrada principal y no sobre el falso crucero como en la mayoría de las Catedrales, coronando por imágenes de Santa Helena, madre de Constantino, venerada ya desde el siglo V durante el concilio de Barcelona durante el período Visigodo, en conjunto con la Santa Eulalia, recuperada en el hallazgo en el ochocientos setenta y siete de las reliquias de Santa María del Mar. Era la obra mas reciente de la catedral, de principios del siglo pasado, aunque originalmente había sido proyectada por Carlí de Ruan desde el mil cuatrocientos ocho. En dicho proyecto la fachada contaría con ciento doce figuras, centralizadas por la de Maiestas Domini.
Bordeo el frente y una de las dos grandes arcaicas puertas laterales de origen italiano, rodeando una pared muy alta de piedra hasta llegar a una puerta. La giró hacia adentro, estaba abierta, no debía estarlo, pero sabía que ese Pastor podía hacer casi cualquier cosa, una de las que no podía era lo que ella estaba haciendo. Entró y cerró a sus espaldas, el golpe de la puerta aniquiló el profundo silencio reinante, resonando en los techos y tardando en disiparse. Avanzó hasta llegar a la nave central. La Catedral había sido diseñada en su interior con un ábside y tres naves de igual altura, diez capillas radiales, un deambulatorio, el presbiterio, el altar mayor y la cripta por debajo. Las capillas radiales llegaban hasta el trascoro y tienen una gran galería superior. Con dicha estructura se daba la sensación de amplitud e iluminación clásicos del Gótico Catalán. Además, con esta forma particular, desde la vista simétrica el templo pareciera que diverge en lugar de converger.
En la nave central dos filas de bancos de madera la rodeaban. Miró hacia arriba. Las columnas se alejaban hasta cerrarse en el lejano techo. Delante de ella, pero a lo lejos, se erguía el altar, con una gran mesa cubierta de un mantel blanco, detrás, mas arriba, una escultura adornaba el fondo. A los costados había mas altares en las capillas, la mayoría cerrados con una reja y mostrando figuras de santos y retablos góticos bien conservados de Miquel Nadal, Gabriel Alemany, Lluís Borrassá y otros tantos de los cuales no tenia ni idea. Pasó frente a las claves de bóveda de la nave central, las cuáles, entre la oscuridad, se venían como enormes platos de cinco toneladas y dos metros de diámetro.
Tardó mucho en encontrar el águila que buscaba, estaba junto a la figura de un santo cuyo rostro parecía estar mirándola. A un lado del sarcófago del canónigo Francisco de Santa Coloma, coronado con un calvario tallado en piedra sobre un cristal azul. Debajo del pájaro, con las alas desplegadas como queriendo desprenderse de su esencia de piedra y salir a volar, estaba la pequeña puerta que buscaba. Era una escultura hermosa, antigua y muy bien terminada, pero no era un buen momento para detenerse a apreciar el arte.
Del lado contrario había otra capilla, la antigua episcopal llamada de Las Santas Vírgenes del siglo XIII, hoy conocida como Santa Lucía. A su lado había un altar, con unas barras de madera para arrodillarse a rezarle a un Santo que sostenía una cruz de madera con una mano y la otra la apoyaba sobre su corazón. A cada lado del Santo, había dos figuras de monjes, estaban inmóviles pero le parecieron muy reales. Sus rostros no llegaban a verse ya que se sumergían en lo profundo de unas capuchas que formaba parte de sus largas batas marrones. De sus cuellos colgaban unas sogas negras.
Abrió la puerta y se adentró en un nuevo pasillo, mucho mas oscuro y húmedo. Antes de adentrarse dio un ultimo vistazo a la nave central. A lo lejos pudo llegar a ver la pintura del tímpano de un portal de Joan Llimona y la sillería del coro donde alguna vez se habían juntado los caballeros soberanos de Europa para discutir la defensa frente a una escalada Turca, con sus misericordias y altos respaldos con escudos de cada uno de los reyes y caballeros que asistieran al capítulo del Toisón de Oro.
Caminó con cautela, apenas podía ver donde estaba. Llegó hasta una escalera en caracol y la bajó lentamente hasta depositarse en un pasillo donde ya no llegaba la poca luz que ingresaba desde las numerosas vidrieras renacentistas de Gil Fontanet. Debió manejarse con el tacto. Sin perder tiempo buscó en el techo los cables, no tardó en encontrarlos. Tomó el cuchillo sin dejar de aferrar los cables con la otra mano, luego se aseguro que el lado del filo era el correcto, y cortó con fuerza hasta sentir que los cables cedían hasta separarse por completo. Oyó como un lado caía al suelo, el otro aún lo estaba sosteniendo. Sin perder tiempo volvió hasta la escalera. Pero antes de llegar a ella sintió como un movimiento de aire cerca, como si un cuerpo o algo estuviese pasando a su lado, muy junto a ella. Por mas que el único sonido era el de sus pasos, algo le decía que no estaba sola allí y tuvo mucho miedo. De pronto, casi sin pedírselo a sus pies, empezó a correr. Casi tropezó con el primer peldaño de la escalera. Subió muy rápido, oyendo sus propias pisadas y sintiendo los latidos de su propio corazón. Una vez arriba continuo su huída hacia la poca luz que le decía donde estaba la puerta donde terminaba aquel pasillo. Salió al recinto principal y siguió corriendo hasta la puerta por donde había ingresado, pasando frente al sepulcro de los obispos San Oleguer y Sancha Ximenis de Cabrera, sin siquiera percibir que los dos monjes que había visto junto a la estatua del Santo ya no estaban.



9

Atravesó la plaza, del otro lado podía ver nuevamente a su ángel. Estaba apoyado contra la pared tranquilo, fumando un cigarro cuya luz podía distinguirse desde lejos. Al acercarse a él se sintió aliviado, era algo que no podía comprender, algo tan adentro suyo que le inspiraba protección.
La persona no se movió pero la siguió con la vista hasta que estuvo cerca.
- He percibido tu miedo – le comentó apenas algo preocupado, - ¿qué fue lo que ocurrió -.
Coqui ya no estaba interesada en recordar sino en irse lo mas lejos posible de allí y volver a su mundo, por lo que trató de evitar la pregunta, - nada – le dijo, - solo sentí miedo -.
- Es lógico, esta bien – la tranquilizó. - ¿Lograste hacerlo? -.
- Si. Corte los cables -.
- Entonces todo ha terminado. El espíritu ya debe estar libre recorriendo nuevamente los pasillos – dijo mirando la enorme Catedral.
- Así lo creo, aunque por mi que haga lo que le parezca, mientras no me moleste mas y me devuelva a mi casa. Es mas, creo que lo sentí pasar a mi lado – agregó como un simple comentario.
- ¿Cómo lo sabes? – quiso saber.
- Porque cuando volvía por el pasillo, estoy seguro de haber sentido que el aire se movía a mi lado, como si alguien pasara por allí. Eso fue lo que me asustó . confesó.
- ¿Cómo? – se sorprendió el ángel.
- Eso – contesto sin darle mucha importancia, - fue una pequeña ráfaga de aire, pero suficiente para haberme asustado mucho - concluyó.
- No es posible – dijo mostrándose preocupado ahora, - los espíritus al desplazarse no mueven el aire, ¿estas segura? -.
- Lo estoy – respondió recordando que esa era una pregunta que solía escucharla mucho de alguien mas.
- Pero no puede ser. No viste nada extraño, ninguna presencia de nadie, ningún ser, nada -.
- No, solo vi estatuas de santos, cruces, monjes,... -.
- ¿Monjes? – la interrumpió, - la Catedral no tiene estatuas de monjes -.
- Pues había dos figuras de marrón, muy reales, que parecían monjes -.
- No lo puedo creer – se quejó como si ella tuviese la culpa de no saberlo, - estaban los monjes de Iréas -.
- De acuerdo, ¿y esos quienes son? – preguntó ya cansada de que se le presenten nuevos problemas.
- Son monjes que seguramente estaban allí para liberar al espíritu de Iréas -.
- No se como puede no haberlo supuesto – se burlo sabiendo que lo que había hecho, sin saber siquiera que era, le complicaría las cosas.
El ángel, sin prestarle casi atención, apoyó una mano debajo de su mentón y permaneció un instante observando la Catedral que parecía petrificada por la quietud de la noche y meditando que debía hacer. Finalmente decidió: - debo ir a la Catedral -.
- ¿Cómo? – se preocupo Coqui. No quería alejarse de ese ser, y algo le decía que no era una buena idea que la dejase sola en aquellas callejuelas desiertas.
- No te preocupes, no pienso abandonarte, pero necesito ver que fue lo que ocurrió ahí dentro. Además, el Pastor ya debería estar cerca y no puedo percibir nada sobre él -.
Pero mientras terminaba de decir esto, a la distancia, del otro lado de la plaza, cerca de la puerta principal de la Catedral, se generó un extraño resplandor. Era una luz muy blanca, al mirar con precisión pudieron observar un cuerpo casi transparente. Era un hombre, y supieron de inmediato quién podía ser.
Todo, tanto las imágenes como la luz, solo duraron un pequeño instante, luego la oscuridad volvió hacerse dueña de la soledad. Los dos se quedaron mirando el extraño espectáculo, aunque el ángel no se mostró tan sorprendido, como si para él lo sobrenatural fuese parte de lo natural, pues él mismo estaba un poco mas allá del mundo.
- Debo ir – dijo ahora mas seguro de estar en lo correcto, - No te alejes demasiado y ten cuidado -, le pidió. Luego, sin mas, partió en dirección a la puerta principal de la Catedral. Ella lo siguió con la vista, preocupada sin saber realmente bien porque, algo le daba mala espina, y sentía que ese ser valía mucho, tanto como su protección.
La figura se alejó hasta desaparecer entre la oscuridad de las sombras de los campanarios. Nuevamente estaba sola en ese laberinto de angostas calles.
Busco un pórtico cercano, que tenía un escalón y desde el cuál podía ver las inmediaciones de la Catedral. Se sentó y permaneció mucho rato allí.
El cielo oscuro de una noche eterna se había poblado de pequeña nubes que cubrían algunas constelaciones, aunque la luna se mantenía firme, como si las nubes prefiriesen evitarla al correr empujadas por el viento.
Coqui comenzó a sentir sueño. Había dormido poco y mal las últimas horas y, a pesar de todas la extrañas complicaciones, su cuerpo le exigía un descanso. Sus párpados comenzaban a cerrarse involuntariamente aunque les hacía frente tratando de volver a abrirlos una y otra vez. Pero la batalla parecía perdida y era casi inevitable que cayese víctima de un reparador descanso.
Había recostado su espalda sobre la pared y ladeado su cuello hacia el rincón. Pero entonces vio algo, algo que logro despabilarla de enseguida. Fue un movimiento cerca de una de las paredes de la catedral, como algo que se escurría entre las sombras. No creía que haya sido su imaginación ni el cansancio, sin embargo, no volvió a ver nada mas. Continuo uno largo momento de quietud absoluta, hasta que luego volvió a verlo otra vez, pero esta vez no provenía del mismo lugar. Luego volvió a repetirse, y otro mas desde el mismo lugar donde había lo visto por primera vez. Como para terminar de certificar que no era su imaginación, una tercera imagen, ya esta con clara forma de figura humana, se deslizo a un lado de la plaza.
Coqui reaccionó temerosa poniéndose de pie y lista para huir. Las figuras parecían estar acercándose y le daban la sensación de ser hostiles. De su ángel no se trataba, de eso podía estar segura solo por la tranquilidad que la mera presencia de este ser le producía.
Se acurruco asustada contra el rincón. Sus ojos buscaban ahora la posición de las figuras pero nuevamente no las veía mas. Pensó que lo mejor sería irse de allí por lo que se alejó a través de una callejuela, avanzando con el cuerpo casi rozando la pared y mirando continuamente hacia atrás para asegurarse que nadie la siguiese. Llegó a la esquina y se detuvo sin saber que dirección tomar. Dio vuelta para ver la calle por la que venía, estaba desierta. Al fondo se veía la plaza, pero no había ningún rastro de nada extraño.
Ahora pensó que quizá debería volver, ya que si se introducía otra vez entre las calles se perdería. Prefería estar en el lugar donde se había separado del ángel y donde le había dicho que aguardase su regreso. Entonces percibió algo que se había movido apenas en el límite del radio de visión de sus ojos, giró de inmediato. Había frente a ella dos extraños seres vestidos de marrón. Al verles la cara noto que no tenían ojos sino manchas negras en su lugar. Coqui no pudo evitar gritar y retroceder aterrada al instante, pero su cuerpo golpeo otro, que al apenas girar pudo ver con claridad. Era un hombre de mirada profunda, en la cuál brillaba cierta amenaza maligna. Trató de huir pero los dos monjes lograron evitarlo aferrándola de ambos brazos. Gritó pidiendo auxilio y pataleando desesperada, pero ya nada podía hacer para escapar.

Su ángel, mientras tanto, había encontrado al Pastor y le había relatado lo que sabía de los monjes. El Pastor ya no podía dejar la catedral por lo que solo pudo darle la fuerza de la piedra para poder luchar contra los monjes si era necesario, pero este poder no le serviría contra Iréas.
Recorría la plaza en busca de su protegida cuando oyó el pedido de socorro y se maldijo por haber tenido que dejarla sola, sin protección.
Comenzó a correr por las calles en su búsqueda. Sabía donde estaba, podía sentir con claridad los agitados latidos de su corazón, era uno de los poderes que los ángeles guardianes tenían sobre los humanos. Llegó hasta una esquina desierta y se detuvo para tratar de aclarar desde donde oía el corazón de la chica. Notó entonces que a unos metros delante, por una de las calles laterales con casas de hasta cuatro plantas, había una pequeña escalera que bajaba a un lado de una puerta de hierro. El edificio parecía un comercio.
Bajó la escalera y se encontró con una puerta abierta en un subsuelo. Se abría un corredor angosto que terminaba en un depósito.
Entró con mucha cautela ya que no quería ser visto. El lugar era amplio, había pallets apilados, cajas de cartón sueltas por los pasillos y mas atrás vio unas pequeñas máquinas de embalaje.
Al llegar al fondo y cubriéndose detrás de detrás de una columna rodeada de barriles, pudo ver una gran mesa repleta de herramientas desordenadas. La chica estaba sujeta sobre la mesa, con sogas negras, a un torno fijo y a una bisagra. Se veía en su rostro el temor que sentía.
Los dos monjes estaban solos como aguardando algo, no había rastros de Iréas, aunque el ángel sabía que no debía andar muy lejos.
Coqui había sido rociada con alguna clase de combustible que se podía oler intensamente en el ambiente. Tendió a cabeza hacia un lado y de pronto volvió a sentir, a pesar de su situación, esa tranquilidad de saber que alguien la protegería.
Entonces el ángel salió de su escondite y se posó frente a los monjes. Estos, al intuir la su presencia, ya que no tenían ojos para verlo, se abalanzaron torpemente sobre él, pero el ángel, ahora con el poder del espíritu, permaneció erguido sin siquiera moverse y uniendo las manos. Emitió en voz baja, como un susurro, unas palabras desconocidas para cualquier oído humano.
Cuando los monjes cargaron sobre él, desde el punto donde lo tocaron, la piel se les convirtió en roca, hasta quedar en la posición en la cuál se encontraban, como dos imágenes petrificadas, similares a esculturas perfectamente talladas. Luego cayeron desequilibradas, quedando inmóviles tendidas sobre un lado.
Coqui pudo ver todo esto y se alegro mucho al saber que su protector no la había abandonado. El ángel la observó desde donde se encontraba, ofreciéndole en sus ojos una mirada abrasadora.
Pero entonces una puerta pequeña en un rincón apenas unos pasos detrás de donde estaba la mesa, se abrió e Iréas salió por ella sosteniendo una antorcha encendida en una de sus manos.
Al ver la situación, y a sus mojes petrificados, se sorprendió e intento acercarse a la chica enseguida. El ángel se encontraba del lado opuesto del lugar, desesperado porque sabía que no llegaría hasta la chica antes que su rival. Tomó entonces una fina pero dura barra de hierro que se hallaba recostada sobre una columna al alcance de su mano y la arrojó con una fuerza sobrehumana hacia el otro ser.
El metal se dirigió al blanco en línea recta y se clavó en su pecho, atravesando el cuerpo y saliendo una parte por el lado opuesto de Iréas, quien solo pudo ver como su estómago era perforado, sin tiempo a reaccionar.
Pero antes de caer de espaldas, sin vida, tuvo el tiempo de arrojar la antorcha encendida sobre Coqui. El trozo de madera con fuego en su extremo recorrió un arco, girando en su vuelo, hasta llegar al cuerpo repleto de combustible, que estaba sujeto a la mesa sin poder evitarlo.
El momento duró mas de los que tardó la antorcha en caer sobre Coqui. Ella solo podía esperar su final, pero el ángel estaba dispuesto a salvar a su protegida como fuese.
La antorcha cayó y encendió el cuerpo de la chica, pero las llamas no llegaron a hacerle daño, inclusive no llegaron a tocarla, el fuego se desvió, repentinamente, como si fuese aspirado por una fuerza de atracción, y se direccionó, hacia el cuerpo del ángel, como un chorro amarillo ardiente.
Al alcanzarlo su cuerpo se encendió. Las llamas lo absorbieron por completo, mientras permanecía de pie, como luchando porque el fuego descargase toda su energía calórica sobre él en lugar de Coqui.
El calor había quemado la soga que la mantenía atada, por lo que, luego de tirar con fuerza lastimándose un poco la muñeca, logró liberarse. Bajó de la mesa y enseguida corrió hacia donde se encontraba el cuerpo de su ángel, que se desplomaba, todavía rodeado por el fuego, al piso.
Las llamas se extinguieron y solo quedo el cuerpo, en parte carbonizado pero todavía con vida.
Coqui llegó hasta él, pero era tarde y no había nada que pudiera hacer. Sin embargo se arrodillo a su lado, como queriendo agradecerle lo que había hecho por ella.
De sus ojos cayeron lágrimas que se desviaron por sus mejillas mientras sentía una pena difícil de explicar. Apenas conocía a ese ser que la había acompañado toda la noche y que se había sacrificado por ella, pero sentía que desde hacía mucho tiempo que estaba a su lado, cuidándola, y que el lazo que los había unido trascendía el mundo humano, iba mas allá de lo conocido, de la naturaleza del hombre, era parte de esas cosas que nadie es capaz de comprender.
Entonces oyó una voz que emergía de la nada. Era la del ángel, pero ahora sonaba como un eco y sin ningún origen mas que el de su propia mente, como si le estuviesen hablando de su interior, de su mismo ser.
- No te preocupes, podrás seguir sin mi – le dijo, comprendiendo su dolor.
- ¿Pero como los ángeles pueden morir? – le pregunto con un tono apagado, aún de rodillas, - ¿no se supone que son inmortales o algo de eso? -.
- No, solo pueden morir por el ser que protegen, y ese fue mi caso – le respondió. – Pero siempre hay gente que puede cuidarte – le dijo mostrándose seguro de sus palabras, - Aquí, en tu mundo, hay muchos ángeles perdidos, o seres que saben mi trabajo, son hombres como cualquiera, pero saben que hacer en los momentos difíciles, para mantenerte a salvo de los peligros. Encontraras uno, se que lo harás -.
- Pero no quiero – casi le grito al espacio vacío con los ojos llenos de lágrimas. Su voz repercutió en las paredes y murió entre las cajas.
Ahora estaba seguro que ese ser había sido su ángel.
- Confía en mi, se que estarás bien – concluyó.
La voz fue desvaneciéndose hasta desaparecer para siempre. Luego Coqui sintió que una parte de su alma desaparecía, fue como un vacío que se creo a sus espaldas, un vacío difícil de volver a llenar.

10

Salió del lugar y caminó sin dirección por las calles mientras pensaba como continuaría su vida. Sabía que ahora no tenía quien la protegiese, que sus días no serían los mismos ya que ningún ser invisible, pero real, caminaba a sus espaldas, cuidando sus pasos y tratando de evitar, dentro de lo posible, que se hiciera daño. Ya nadie negociaría por su salud. Pero debía aceptarlo, podría vivir igual.
La noche seguía inerte, la luna brillando sobre las paredes. Sintió miedo y tristeza, pero también recordó las palabras de su ángel; debía encontrar a alguien que lograse protegerla, que fuese su ángel en la tierra, que vele por ella y se preocupase día y noche por cuidarla, y debía ser un ser humano. Todo un desafío, difícil de hallar, pero si su ángel le había dicho que podía lograrlo debía existir, ya que no podía mentirle.
Mientras tanto seguía caminando perdida por calles desconocidas. Aunque ahora, al menos, parecían un poco mas anchas. Llegó hasta un cruce donde la calle era pavimentada y donde había varios autos estacionados a los lados, siguió por ahí, tratando de volver un poco mas al mundo y alejarse de la inmersión de pensamientos en la que estaba nadando.
Las calles comenzaron a resultarle, al menos, mas familiares. Fue entonces cuando desde la esquina opuesta un vehículo emergió y doblo por esa calle. Era un colectivo ciento cincuenta y dos, al que de inmediato le hizo señas para que se detuviera y la llevase a su destino original.
Ya estaba otra vez en su mundo, y en su lugar. Deseaba olvidar todo lo mas posible y recordar solo lo que le esperaba.
El cielo fue, de a poco, cambiando el negro por un color azulado, era el amanecer que desterraba a la noche. Coqui sintió como el tiempo volvía a avanzar, tomando por fin las riendas de esa noche tan larga, y conduciéndola a su fin.

LA NOCHE DEL ACCIDENTE

1

Las llamas se elevaban arrojando pequeños puntos rojos ardientes que se esparcían sin dirección, resaltados por el aire oscuro. La madera ardía con brutalidad frente a las miradas cautivadas por ese misterio que esconde el fuego. Los que estaban reunidos hablaban a la vez y en voz alta, había copas llenas de vino y cerveza en la mayoría de las manos. También moría un plato con pequeños trozos de queso acompañado de un trozo de pan desgarrado. La carne todavía aguardaba en una bandeja de metal. Sobre el color blanco de la grasa cruda se notaba la sal bien distribuida. Soplaba con delicadeza una brisa tibia que apenas perturbaba la quietud de los eucaliptos cercanos. Ya no hacía ese calor extenuante de los días anteriores, la temperatura era la ideal para estar saboreando un cielo negro estrellado.
La gente que faltaba no tardaría en llegar para no perderse la ceremonia de la transformación de carne roja en comida. Ya había caído la tarde unas horas atrás y, como es común en gran parte de la pampa, la cena estaba lista demasiado tarde, sobretodo para algunos estómagos sufridos y acostumbrados al estilo americano de cena temprana.
Se asomó una luz detrás de los árboles, a pocos metros de la tranquera, el vehículo doblo e ingreso con cuidado de no golpear contra las maderas que apenas daban el espacio para una moto. Al acerarse lo suficiente, se notaban dos figuras detrás de la luz de una Honda XR100. Era blanca, aunque por la oscuridad, apenas se notaba el color.
De la que conducía, lo primero que se vio fue una bota negra que se acomodo en el pasto, luego, al apagarse la luz y el motor, pudo aparecer el cuerpo de Magdalena Bruey. Vestía un jean negro y una polero bordó cubierta por una campera del mismo color negro y también de jean. Detrás de ella salió, levantando una de sus piernas para quedar fuera del vehículo, su amiga.
Luego de saludar a todos y recibir algunos comentarios sobre sus apariencias, se sentaron a unos metros del fuego sumándose al resto.
Coqui vestía un pantalón de tela negra, ajustado por un cierre que bajaba unos centímetros por detrás. Arriba llevaba una remera con cuello en ve bordó y, sobre esta, una campera de cuero bien oscuro. El viento apenas había perturbado su cabello atado con un prendedor negro. Coqui era una chica de extraña personalidad, por momentos demostraba un absoluto descontento con el universo, pero siempre se le pasaba y volvía a ser parte del grupo. Estaba saliendo con un chico de la gran ciudad. Había estudiado y a simple vista parecía buen chico, pero era alcohólico y algo desquiciado, nada conveniente para ella, aunque tampoco pretendía mucho más.
Esa tarde había viajado de La Plata con La Rusa, la cual ya estaba ahí, sentada entre el resto de los chicos. Venía de ver a su hermano, aunque antes había estado en la capital. Esa tarde la había ido a buscar Magdalena, y habían pasado, hasta entonces, el tiempo en su casa, bebiendo mate con galletas y actualizándose de diversos hechos de poca relevancia de las últimas semanas. También arreglaban algunos de los detalles de la salida que vendría a continuación de aquella reunión. Irían todos a una disco pequeña del pueblo. Era un local de alcohol barato y pocas luces, pero muy divertido ya que se llenaba de gente de otros pueblos cercanos que, quien sabe porque, preferían aquel lugar.
La mayor parte del grupo venía directamente de Olavaria, salvo Magdalena que vivía en aquel pequeño poblado y venía de su propia casa. Fueron llegando en varios autos hasta completar el número esperado por el asador. Mientras tanto la carne se terminaba de asar y se comenzaba a servir.
Una vez mas o menos terminada la comida continuó la charla entre amigos con una larga sobremesa. La mayoría seguían tomando vino tinto y cerveza. Pero a Coqui se le antojaba un Fernet con cola, algo que a nadie se le había ocurrido traer. Luego de intentos en vano de conseguir a algún voluntario dispuesto a ir a buscar una botella, tuvo que ir ella. Magdalena, por ser la única que conocía la zona y contar con el vehículo más sencillo de movilizar, se ofreció a llevarla.
Tomaron la XR100 y salieron a comprar el Fernet y, de paso y nunca sin faltar mas, cigarrillos. Magdalena era de la zona pero no conocía las cercanías de aquel campo. De acuerdo a lo que recordaba por otras veces que había estado allí, había un caserío con una estación de servicio sobre la ruta, siguiendo por el camino de tierra hasta el cruce con la vía y luego doblando a la izquierda un par de kilómetros por la ruta, ya de pavimento.
El camino era básicamente a través de campos con amplios potreros y montes o cascos con casas lejanas. Llegando a las vías, recién comenzaban a verse algunas casas quintas asiladas.
Magdalena andaba rápido y hablando con su amiga, al cuál apenas podía escucharla por detrás del brumoso sonido del motor y del viento que golpeaba su rostro e ingresaba en sus oídos. Le contaba en voz alta y tratando de mover su cuello sin quitar la vista del camino, algunos sucesos de las últimas semanas entre el chico que le gustaba y su impaciencia por conquistarlo.
Coqui pensaba sobretodo en el Fernet y en tener pronto un cigarrillo en su boca. Le agradaba el aire agitando su pelo aunque sabía que luego, al bajarse de la moto, debería luchar un buen rato para ubicarlo correctamente.
Su amiga estaba repitiéndole por quinta vez desde entonces, como fue que conoció a aquel muchacho. El relato siempre comenzaba con la imagen de ella bebiendo sola en la barra de un bar de La Plata, luego, cuando describía como fue que se acercó y comenzaron a hablar, fue que Coqui elevó un exaltado grito de advertencia. Pero ya era tarde para la desprevenida reacción de Magda. Era una vaca situada en el centro del camino de forma tal que lo atravesaba con su cuerpo, impidiendo el paso de cualquier vehículo. Coqui recordó la mirada del animal, su cabeza completamente girada hacia el reflector de la moto, como hipnotizada por su brillo, su cuerpo inmóvil, y sus ojos, sus ojos atravesando la luz para clavarse en sus ojos. Parecía estar mirándola a ella, como sabiendo que esa sería su última mirada, como resignada a esperar su inminente final, sin nada que pudiese hacer al respecto. También recordaría esa particular mancha negra, inconfundiblemente marcada como un ovalo perfecto en el centro de su lomo.
La moto golpeó con fuerza el vientre del animal y voló hacia delante por sobre el cuerpo que se retorcía y caía arrastrado hacia atrás. Enseguida las dos chicas salieron despedidas. Coqui se vio a si misma volando por la brisa calma de la noche. Su mundo giraba sin distancias ni tiempo, como un remolino donde veía pasar una mezcla de imágenes de su alrededor. Todo se detuvo por un lapso que no pudo determinar mientras padecía una sensación indescriptible de desconcierto.
Luego sintió el duro golpe de la tierra sobre su espalda y su cabeza. Su cuerpo rodó varias veces hasta perder velocidad y detenerse. Lo ultimo que vio fue la imagen de Las Tres Marías brillando casi al centro del firmamento.

2

Magdalena Bray nunca había comprendido porque sus padres, veintiún años atrás, habían dejado un lugar tan lindo como Madrid para ir a vivir a Sud América. Ellos habían elegido un país como Argentina, según sus propia palabras en ese entonces, porque era un lugar con futuro. Pero hasta entonces el futuro esperado no había llegado, aunque, a pesar de todo, las cosas no andaban tan mal. Sus padres habían adquirido unos silos que daban lo suficiente como para no dejar lugar a las quejas y pedidos de una niña consentida. Los silos se encontraban ubicados cerca de monte hermoso, un balneario que vive a las sombras de Bahía Blanca, sobre la ruta 3, la que atraviesa el centro de la verde pampa, ya no tan verde por esos territorios pero lo suficiente como para dar y recibir. Y así, cuando el trabajo y la voluntad son mas que los rezongos y quejidos, las cosas marchan. Pero eso era todo un sermón aburrido para Magdalena, o Magda, como la llamaban sus amigas. Para Magda solo era un pueblo mas en la estepa húmeda, un pueblo perdido en un mundo de grandes ciudades cubiertas de imponentes edificios y mucha gente junta. En cambio, su hábitat eran las casitas de una planta, chacras y campos con cascos arbolados pero sin alma. La verdad y lo único que le faltaba a su vida, en el fondo, era diversión. Eso que abunda en la calle Constitución de Mar del Plata en verano, en la costanera norte de Buenos Aires, con autos y gente apilada por todos los rincones, caminando de un lado a otro, siempre hablando de algo, algún tema irrelevante quizá, pero hablando con gente, con amigos, en grupos. En nueve de Julio y Corrientes, por ejemplo, donde cualquier noche del año se siente el calor de la ciudad, ese calor que le faltaba a la vida de Magdalena. Quizás por esa y algunas otras razones mas no era una chica demasiado difícil con los hombres, de todas maneras, ahora parecía estar mas bien tranquila con su actual pareja, un chico sin nada especial de La Plata.
Esa noche volvía a ver a sus amigas después de varios meses, y pensaba divertirse mucho con ellas.
A ella la conocía desde la secundaria, se habían hecho amigas compartiendo asiento en tercer año luego habían afianzado su amistad por viajar juntas a La Plata en algunas ocasiones y por formar parte del mismo grupo de amigas. Coqui admiraba de Magda su total independencia de su familia y su capacidad para ser autosuficiente, sin necesitar la protección ni el cariño de nadie. Por supuesto, esa era la imagen hacia fuera, era el personaje que ofrecía al mundo, un papel protagónico. Aunque a veces resultaba algo chocante enfrentarse a dicha actitud tan cerrada en sí misma. Magda era algo egocéntrica y vivía confiada en que todo lo que hacía estaba bien o al menos correcto. Tenía un elevado autoestima, un buen manejo de su presente y una aceptable visión de su futuro. No deseaba demasiado de la vida, no era egoísta ni codiciosa, pero cuando creía que merecía algo resultaría muy desdichado quién intente negárselo.
Magda era muy linda, de pelo castaño enrolado, nariz sobria, piel casi morena y ojos verdes esmeralda. Era de mediana estatura y cuerpo excesivamente flaco. Lo suficiente para que su amiga le recordase de vez en cuando que debía alimentarlo mas de lo que apenas le daba.
Siempre se cuidaban y aconsejaban entre ellas, eran buenas amigas y, mas allá de las virtudes y los defectos de ambas, y mas allá de las peleas ocasionales típicas de las mujeres, se querían de verdad.
Todo esto se le paso por la mente, tan solo en ese pequeño instante donde apenas giro su cabeza, aun desde el piso y con su cuerpo acostado sobre la tierra, para ver a su amiga desparramada sobre la tierra, completamente llena de polvo en su pelo y su rostro ensangrentado.

3

El viaje desde La Plata a Olavaria, aquella tarde, había sido largo y aburrido. La rusa enseguida había logrado dormirse profundamente mientras que su amiga no podía lograrlo ni deseaba perturbar la paz de su amiga. Coqui, venía recordando a su amor lejano. Para dejar de pensar tomó unos diarios apilados en el asiento vacío de atrás.
La sección policial era siempre la que, sin atraparla, le resultaba de mayor interés. Leyó que dos policías habían muerto en un sangriento asalto y tiroteo en Wilde. Uno de ellos murió al intentar detener a uno de los mal vivientes y el segundo en una persecución posterior, cuando el patrullero chocó contra un árbol. Le pareció muy triste y sintió pena por ellos, sobretodo por el mas joven, que era padre de una niña de tres años, solo mostraban una borrosa foto cuatro por cuatro de uno de ellos, el mas joven, donde tenía puesto un reluciente uniforme, y luego una gran foto de sus compañeros uniformados llorando. En la ceremonia del entierro mostraban banderas de policía bonaerense acompañadas del escudo argentino sobre los cajones. También leyó que seguían buscando a una tal Maria Miconi, una niña de seis años que había desaparecido dos días atrás, la hipótesis mas firme era la del rapto pero los mas pesimistas presagiaban lo peor. El diario no mostraba ninguna foto, pero daba una pequeña descripción: ojos claros, rubia, vistiendo un vestido azul y con una cadenita con sus iniciales al cuello. Entre los accidentes, moneda cotidiana en las rutas argentinas, esta vez le había tocado a una pareja cuyo auto se mostraba completamente despedazado debajo del acoplado de un camión.
Fue suficiente, dejo el diario, el cuál no había resuelto ninguno de sus problemas y solo le había mostrado la crudeza del mundo que la rodeaba, resultando una carta mas al recuerdo de la persona que quería.
Luego busco desprenderse de aquella persona mirando hacia fuera. El camino era sencillamente aburrido, era una postal de la clásica pampa, había montes arbolados de eucaliptos sutilmente disipados entre la inmensidad del llano. Algunas casas, estaciones de servicios, locales, y molinos aislados. Cada tanto una laguna producto de las intensas lluvias de verano. Nada especial, ganado, pocas ovejas, muchas vacas. En realidad si, algo especial había visto aquella tarde, algo que no le resulto especial en ese entonces pero que luego le llamaría la atención. Era una vaca, una que luego volvería a ver. Era blanca pero tenía una mancha negra perfecta en el centro de su lomo.

4

Sentía una fuerte contractura en sus brazos y un intenso dolor en su cabeza. Apenas podía concentrarse en su mirada. Veía por momentos borroso, como si estuviese rodeada de niebla. Sentía también un ardor en su rodilla derecha, al examinarla notó que de ella sangraba, sobre el pantalón, dejando una mancha oscura. No agradeció estar viva, sino que maldijo el momento en que se le ocurrió subir a esa moto.
Al ver el cuerpo de su amiga, se levanto con dificultad y desesperación para acercarse a ella. Magda estaba recostada de espaldas, casi al borde del camino, con sus brazos estirados hacia delante por sobre su cabeza y sus piernas dobladas, una sobre la otra. Su pelo estaba envuelto por la tierra y la sangre ya seca, que corría como pequeños canales por la parte que podía ver de su rostro. Al aproximarse creyó ver que se movía, por lo que le preguntó, forzando la voz para rescatar un susurro ahogado, si se encontraba bien, pero no obtuvo respuesta. Se acercó mas y la movió, girándola hacia ella, para ver que la otra mitad de su rostro se encontraba totalmente desfigurado. Podía verse parte de masa encefálica desparramada por su alrededor y se notaba parte del hueso de su pómulo. Coqui retrocedió espantada, arrastrándose sobre sus manos, se puso de pie olvidando el mareo y el dolor y se alejó varios metros del cuerpo sin vida de su amiga. Luego, y recién unos segundos después de que pudo volver a tomar aire y respirar agitada, pudo largarse en llanto agudo y desconsolado, faltándole por momentos el oxígeno y perdiendo toda resistencia de sus lágrimas.
Finalmente, pasado un lapso incalculable por ella, levantó la vista buscando alguna clase de ayuda. Sus ojos agrietados de lágrimas encontraron, muy a lo lejos, que había unas luces. Se puso nuevamente de pie para observar mejor el lugar. Era casa a unos quinientos metros, pasando una tranquera abierta e internándose unos cincuenta metros mas por una huella de tierra apenas distinguible.
No creía tener la energía suficiente como para llegar hasta allá a pie. Entonces se acercó a la moto, tirada de costado y le dio arranque. El motor encendió sin problemas por lo que se subió y se dirigió hacia las luces. Debió esquivar el cuerpo de la vaca muerta, con las entrañas abiertas por el impacto y brotando aún sangre de su interior.
Llegó hasta la tranquera. Esta estaba cerrada por lo que debió dejar allí la moto y caminar hasta la vivienda. Al apoyarla contra la madera noto que la moto tenía el volante torcido y el guardabarros delantero destruido. Por fortuna el foco delantero funcionaba e iluminaba el oscuro camino hasta la vivienda.
La casita era pequeña, de una planta. Las paredes eran de ladrillos expuestos por falta de una terminación correcta. El techo era de madera recubierta a dos aguas. Tenía un prolijo hall cubierto en la entrada, iluminado por un pequeño farol a un lado de la puerta de entrada, que avanzaba un par de metros sobre la cara delantera. Tendría unas dos o tres habitaciones, calculó.
Tocó la puerta luego de buscar sin éxito alguna clase de movimiento a través de la única ventana que daba al frente. Coqui estaba aún aterrada, nerviosa y en estado de shock, no comprendía como podía haber llegado sola hasta allí. Sus ojos estaban rojos y cubiertos de lágrimas, estaba temblando compulsivamente y su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en todo su cuerpo.
Pasó un rato hasta que, finalmente, una persona abrió la puerta. Era un hombre alto, de tez rojiza, orejas grandes y pelo gris. Vestía unos jeans gastados, una vieja camisa leñadora y zapatos marrones. Enseguida noto que tenía un aire extraño, como si le faltara energía, tanto en sus movimientos como en su expresión corporal.
De inmediato, Coqui comenzó a explicarle lo sucedido. El hombre, gentilmente trató de calmarla y la invitó a pasar. Ella aceptó y avanzó hacia la luz del interior de la vivienda.
Se sentó en un sillón antiguo y gastado de dos plazas, frente a ella se repartían detrás de una mesita de madera rústica, otros dos sillones del mismo estilo. Detrás, sobre la pared, había un pequeño modular con fotos y algunos adornos baratos. Una puerta daba a la cocina y otra a un pasillo que debía terminar en alguna habitación. A un lado había una mesa para cuatro rodeada de sillas de madera.
Cuando se sentó el hombre le pidió que se tranquilizara y le ofreció un té, ella acepto moviendo la cabeza, entonces se puso de pie y salió de la sala. Oyó voces entre el hombre y una mujer. La conversación fue en voz baja, algo sospechosa y prolongada. Luego el hombre volvió y le dijo que su esposa había puesto el agua a calentar. A continuación oyó el relato entre cortado, confuso e impreciso de la chica. Coqui se largó en llanto nuevamente al contar que su amiga había muerto y que la había dejado abandonada en el camino.
El hombre se puso de pie y le pidió a la joven que aguardase mientras se dirigía en busca del teléfono, situado en su habitación, para comunicarse con la policía.
A Coqui le llamo la atención el hecho de que aquel hombre se mostrase tan extrañamente tranquilo. Claro que para ella, que había visto morir a su compañera y había volado por el aire frente a una vaca solo unos minutos atrás, todo el mundo le parecía demasiado tranquilo.
Pasaron unos minutos durante los cuales trataba de mantenerse en calma y de no pensar demasiado en nada. Su cuerpo estaba sucio y transpirado, sentía por momentos la piel caliente, como si estuviese enferma con temperatura y por otros momentos mas prolongados un frío intenso, sobretodo en sus manos y pies. El aire estaba quieto como si fuese solo vacío.
De la cocina apareció una mujer de mediana edad, de ojos oscuros y cejas anchas y precisas. Llevaba puesto un vestido verde desarreglado. Pasó frente a ella trayendo, en una bandeja de madera, una taza y una tetera de la cuál se elevaba una columna de vapor pareja. Le sirvió el té y, sin hacer nada mas, dio media vuelta y volvió a la cocina. Antes de ingresar, como si se estuviese arrepintiendo de hablar, le preguntó que le había sucedido. Le contó del accidente con un pequeño resumen de solo un par de frases. La mujer, apoyándose sobre el marco de la puerta y sosteniendo la bandeja con una sola mano, le respondió que le apenaba lo de su amiga y le contó como anécdota, que unos meses atrás ellos habían sufrido, también, un fuerte accidente en la ruta del lado opuesto de la vía, contra un camión amarillo de cemento, pero que por milagro había resultado ambos ilesos. Entonces oyó que su marido volvía de la habitación y rápidamente, como queriendo evitarlo, ingreso a la cocina.
El hombre, por lo que pudo deducir de su expresión, la había oído hablando con la chica y parecía molesto. Cruzó la sala y los dos fueron un momento a la cocina y los oyó hablar nuevamente en voz baja. Coqui observó la sala de estar a su alrededor, ya estaba un poco más tranquila y resignada de lo sucedido. Trataba de descansar su mente y pensar en nada, hasta que, de pronto, sintió esa extraña sensación de estar siendo observada, noto que dos ojos la estaban mirando como levantaba la taza y la llevaba a su boca cuidando de no quemarse la lengua al beber. Giró la cabeza y se sorprendió al ver que, de la puerta entreabierta que daba al pasillo, se asomaba una pequeña niña.
Entre la penumbra que apenas permitía verla, pudo reconocer con esfuerzo que tenía puesto un vestido azul y era rubia, de ojos celestes. Le llamo la atención que sus padres eran ambos de pelo mas bien oscuro y ojos negros. La niña dio un tímido paso hacia delante, apenas lo suficiente para que la luz de la única lámpara encendida de la sala llegase hasta por encima de su vestido. Así, pudo observar, sobre su pequeño cuello, una cadenita dorada de la cuál colgaba una medalla con las iniciales MM. Su mente proceso vagamente la información, y, entre los recuerdos confusos y perdidos de aquel día, encontró una respuesta precisa a esas iniciales. Una respuesta que cerraba justo con la actitud de las dos personas que discutían en la cocina y que la ponía en un grave peligro.
Coqui, sin pensar demasiado en nada, se puso de pie, arrojando la taza de té sobre la mesita de madera, y, de inmediato corrió a la puerta. Salió de aquella casa dejando la puerta entreabierta y corrió hacia la tranquera mirando cada tanto, por encima de su hombro, hacia atrás. Llegó a donde había dejado parada la moto, se subió a esta e intento darle encendido saltando sobre la pata con fuerza. Pero el motor no encendió. Lo intento en forma repetida, varias veces, pero el motor solo emitía un ahogado murmullo y luego se volvía a callar. Comenzó a sentir calor, su rostro comenzó percibir el sudor que brotaba de la piel de su frente. Miraba continuamente la puerta entreabierta de la casa y los movimientos dentro de esta.
La moto seguía sin arrancar cuando pudo ver que alguien abría la puerta y miraba hacia el camino en dirección a ella, entonces, dejo caer la XR100 y comenzó a correr con todas sus energías por el camino.
Corrió mucho tiempo, tratando de ocultarse en la oscuridad de la noche y mirando continuamente hacia atrás. Recién cuando estuvo segura de que nadie la seguía y sintiendo su respiración agitada y sus piernas extremadamente cansadas se detuvo para continuar caminando.
Se dirigió en dirección hacia el pueblo, hacia donde, desde un principio, debían ir a comprar el Fernet.

5

El camino hacia el pueblo parecía interminable. Avanzaba llenada de temores y desdicha. Sentía un nudo en su garganta y un vacío en su estómago, estaba envuelta en dolor y miedo. La noche comenzaba a nublarse, las estrellas apenas se dejaban ver tras una capa brumosa de nubes bajas. Cada tanto creía ver extrañas luces en la lejanía reflejadas en el espacio vacío, pero estaba segura que era producto de su castigada imaginación. El camino era oscuro y tenebroso, no pasaban autos ni se oían ruidos. Coqui se mantenía inmersa en sus pensamientos. Pensó mucho en su amiga, en cuanto la quería, en cuanto la extrañaría y sobretodo en la desgarradora imagen del cuerpo sin vida, que la acompañaría por siempre y que jamás podría borrar de su mente. Pero también muchos otros recuerdos, eventos de su vida, imágenes aisladas y sueños atravesaban su mente. Respiraba un aire diferente y percibía una sensación de tiempo detenido.
Cruzó la vía y llegó a la ruta, de allí siguió caminando sin detenerse hasta el pueblo. Era apenas una pequeña localidad sin mucha vida. No había gente por las calles, aunque ya era muy tarde.
En las primeras luces de la calle principal vio la comisaría. Fue hacia allí y entró casi corriendo. La atendió un oficial de guardia. Era bastante joven, aunque daba un aspecto de haber envejecido por inactividad, y tenía esas caras de persona común, como esos rostros que creemos que siempre los hemos visto antes alguna vez.
Casi sin detenerse a respirar, le contó que había visto a la chica que estaban buscando en los diarios. Agregó que estaba viva y que la había raptado una pareja. Al oír esto, el oficial llamo a otro uniformado, el cuál, enseguida se presentó y comenzó a hacerle algunas preguntas rápidas sobre como encontrar a la niña y sobre como era que ella estaba segura que se trataba de la chica que buscaban. Luego de oír respuestas convincentes, ambos policías tomaron su campera y sus armas reglamentarias y salieron.
Subieron junto a Coqui a una camioneta doble cabina de la bonaerense, el policía que la había atendido inicialmente al volante y el que la había interrogado a su lado. Ella los acompañaba para indicarles el camino ya que no había logrado explicar correctamente la dirección. Ella se sentó atrás y comenzó a dar explicaciones de cómo llegar hasta la vivienda.
En el trayecto recordó el accidente de su amiga, pero prefirió, por el momento, esperar para contárselo a los policías. En el fondo sentía algo de rechazo sobre hablar del accidente, trataba de olvidar, de borrar de su mente la imagen de su amiga muerta. Pero, por otro lado sabia que no podía dejar su cuerpo mucho tiempo mas abandonado en el camino.
Los policías casi no hablaban entre ellos, solo preguntaban cada tanto si el camino era el correcto y seguían las indicaciones de Coqui. La camioneta avanzaba y, mientras los oficiales estaban en silencio, se escuchaba el sonido del motor y el de las ruedas aplastando el ripio.
Al cruzar la vía, de pronto, un enorme camión de los que transportan cemento apareció sin luces en la oscuridad. El vehículo venía por el mismo carril, en sentido opuesto. Por un instante creyó que sería imposible esquivarlo, pero el oficial dio un volantazo con fuerza, realizando un giro brusco hacia la banquina y pudieron eludir la colisión. Los policías estaban furiosos. Supusieron enseguida que el conductor del camión debía estar severamente ebrio y que de no ser por estar realmente con prisa lo seguirían para detenerlo y encarcelarlo. La indignación duro varios minutos, también comentaban lo afortunados que habían sido al salvarse y lo magnifico que resulto el movimiento evasivo del oficial conductor. Ahora si continuaron hablando hasta estar cerca de la casa, recordando anécdotas de hechos similares. Comentaron, por ejemplo, una larga persecución con un peligroso tiroteo incluido donde, por un momento, confesaron que tuvieron miedo de perder la vida. Estaban persiguiendo a un Chevy blanco según comentaban. Inicialmente habían querido detener un robo, pero el sospechoso disparó contra ellos y luego escapó en ese auto. Cuando lo seguían casi se van del camino pero lograron, como en esta ocasión, maniobrar antes de que fuese tarde. Continuaron relatando historias hasta estar próximos a la casa.
Cuando llegaron, por fin, hasta el lugar, le preguntaron a Coqui si estaba segura que eran solo dos personas, si creía que estaban armados y una pequeña descripción para poder reconocerlos. Cuando ella los describió noto una extraña expresión de los policías, sin embargo ellos no dijeron nada, solo intercambiaron unas miradas. Luego el acompañante le dijo que esperase en la camioneta mientras se quitaba la campera azul con la insignia de la policía y su placa metálica sobre el bolsillo derecho y la acomodaba sobre el asiento. Tomo su arma reglamentaria de la guantera y la acomodó en su funda, luego con mucha suavidad para no hacer ruido, cerro la puerta, quedando esta mal cerrada y dejando la luz interior del vehículo encendida. Ella observó como ambos oficiales se alejaban, caminando juntos hacia la casa.

6

Coqui se quedo mirando los movimientos de los policías. Vio como llegaron hasta la casa y como golpeaban la puerta. Notó que previamente observaron cuidadosamente alrededor de la vivienda, buscando otras salidas y memorizando todas las ventanas. Sin embargo, luego de tocar la puerta, los policías no mostraron ansiedad por rescatar a la niña, solo aguardaban tranquilos a que, de adentro, alguien abriera la puerta.
Paso un rato mas o menos largo hasta que por fin abrieron, dejando la luz del interior del hogar escapar hacia el camino. Pudo ver como los dos policías y el hombre que la había atendido a ella, se ponían a conversar intensamente. Los observaba atentamente, intentando descifrar el rumbo de la conversación. Por momentos parecía algo tensa pero luego se parecía mas a una charla entre amigos. Pensó que no debía ser tan extensa, pero como ella no tenía la menor idea de los procedimientos policiales, mas allá de los que pudo haber visto en las películas, no se reocupo. Pensó que quizá lo estaban interrogando antes de registrar su casa en busca de la niña. Le sorprendió que en repetidas ocasiones observaban hacia la camioneta policial, donde ella se encontraba, luego hablaban entre ellos, cono buscando llegar a un acuerdo, como queriendo tomar una decisión.
Coqui vio que su moto aún seguía allí, tirada a un costado del camino, enfrente de la camioneta. Creyó que aquella pareja, quizás, al salir a buscarla, la habrían quitado del camino, pero no, allí permanecía.
Como la conversación se extendía comenzó a sentir que se había equivocado, quizás había cometido un error al ver la cadenita o quizás el estado de shock por el accidente de Magda le habían hecho ver las cosas de una manera diferente. Esa niña bien podría ser la hija de aquella pareja, tal vez hasta los policías los conocían, ya que aquel pueblo era chico y todos debían conocerse en él. Probablemente solo estaban chequeando quien era esa niña por rutina. Tal vez la chica era una pariente de esa pareja que estaba parando allá, una prima o sobrina, quizás algún pariente que salió de vacaciones y la dejo en custodia de ellos, o personas de la ciudad que la dejaron para que pase las vacaciones en el campo. Recién entonces comenzó a sentir que existían demasiadas posibilidades que indicarían que se había equivocado. Además, pensó, cuantas niñas con las mismas características había en todo el territorio. Los policías debían estar acostumbrados a esta clase de errores, o eso, al menos, era lo que Coqui ahora pensaba.
Vio que a su lado, apoyado sobre el tapizado del asiento trasero sobre el cuál estaba sentada se encontraba un diario, era el mismo diario que había leído aquella tarde en el micro, o al menos era del mismo día. Busco la sección policial, donde estaba la descripción de la niña. Cuando la había leído no le había prestado tanta atención, ahora estaba segura que encontraría diferencias en la descripción de esa niña y la de la noticia de la chica raptada.
Abrió el periódico en la sección policial y leyó en primera plana que habían encontrado el cuerpo de la chica desaparecida. Enseguida noto que el diario era la quinta edición, el de las noticias de la tarde. No había duda, la noticia decía que ese mismo día habían encontrado el cuerpo de la niña, con lo cuál se terminaba de comprobar que había cometido un error.
Pensó en bajar de la camioneta a pedirle disculpas a la amable pareja que la había atendido tan atentamente y a la cuál, ella les había pagado acusándolos de raptores, pero no se animo. Lo que entonces le vino a la mente era el propósito de los policías de ir hasta allá si ellos seguramente habían sido los que habían comprado y leído aquel periódico de la tarde. Quizás, pensó, solo fueron para cerciorarse de que la niña hallada era la correcta y no otra víctima, habían aceptado ir hasta allá. O quizás, simplemente, no habían leído la sección policial donde indicaba que la niña en cuestión ya había sido hallada.
De todas maneras, tomó el diario, lo dobló y lo acercó a la luz para leer mejor la noticia. Mas abajo había una nota mas extensa y detallada de la muerte de los policías que también había leído esa tarde. Esta vez se mostraba una foto mas clara del mas joven de ellos, al verlo con detenimiento su corazón saltó de la impresión.
El hombre era idéntico al oficial que manejaba.
Vio de inmediato que del otro uniformado muerto la noticia solo informaba sobre la placa. 1612.
Sobre el asiento delantero, brillo el reflejo del mismo número en la campera del otro policía.
Antes de cerrar el periódico llena de espanto pudo ver que la foto de la niña muerta, una que la mostraba jugando en un jardín con un pequeño oso blanco de peluche, era, y de eso estaba completamente segura, igual a la niña que había visto dentro de la vivienda.
Arrojó las hojas arrugadas hojas del diario lejos, lo mas lejos posible, para luego abrir la puerta casi de un golpe y salir despedida por sus piernas descontroladas de temor. Corrió sin noción de sus actos, preguntándose muchas cosas que no encontraban sentido y rebotaban al mezclarse en su confundida mente. Llegó a la moto recostada en el pasto, la levanto, se subió sobre ella y dio un fuerte golpe con su pierna y con el peso de todo su cuerpo sobre la pata. El motor hizo un fuerte ruido pero no encendió. Mientras tanto los policías y el hombre, desde el hall de la casa, giraron sus cabezas al oír el ruido, para ver a la chica sobre el vehículo. Ella volvió a patear otra y otra vez tratando, inútilmente, de no prestarles atención. Pero pudo ver como los hombres, y la mujer, que también había salido, comenzaron a caminar velozmente, luego trotar, para, finalmente correr hacia ella.
La sangre de Coqui empezó a fluir desesperadamente por sus venas, no entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que debía huir, que tenía que alejarse lo más rápido posible de ese lugar endemoniado.
Ya los policías, que se habían adelantado y ahora corrían amenazantes, estaban tan solo a unos metros detrás de ella.
Pateó una vez mas el arranque, y, para su inmensa tranquilidad, cuando las personas ya casi estaban sobre ella, oyó el ruido del motor rugiendo en el silencio de la noche. De inmediato y con los dos policías casi sobre ella, acelero, dejándolos de inmediato atrás.
Se alejó a gran velocidad por el camino mientras observaba como los dos oficiales y la pareja se subían a la camioneta policial para seguirla.
La moto avanzaba rápido, pero, de todas maneras, la camioneta era mas veloz y la estaba alcanzando. Coqui nunca había sido demasiado buena conduciendo motos y no le agradaba la velocidad, pero en esta ocasión aceleraba lo máximo que el motor podía.
De a poco los faros de la camioneta fueron acercándose a la moto, hasta posicionarse solo un par de metros detrás de ella. Sentía la cercanía de sus perseguidores y veía como ya el camino era iluminado mas por las luces de la camioneta que por la luz de la moto.
Entonces, en el centro del camino, de entre la oscuridad, surgió una gran mancha. De inmediato las luces, tanto de la camioneta como de la moto, revelaron que se trataba de una vaca parada de costado y mirando a los vehículos acercarse a ella sin reaccionar. El animal era blanco, pero tenían un círculo negro en su lomo. Coqui, al ver al animal lo reconoció, aunque no pudo comprender como podía estar allí. Era la misma vaca que había muerto en el accidente. La mancha negra en el centro de su lomo blanco, hacía de su cuerpo, iluminado por las luces, algo similar a un gran ojo, un ojo como el de que representa a los dioses Egipcios, dioses que lo observan todo, los dioses que administran las almas que se alejan del mundo, los barqueros de la muerte.
De todas maneras, poco tiempo tuvo para pensar en eso, tan poco como el necesario para intentar alguna maniobra para esquivarla. Por segunda vez en la noche, golpeo con la rueda delantera, de frente, al centro del animal.
Coqui se vio volar girando por el aire nocturno. Al caer sintió el duro golpe de la tierra contra su cuerpo y cabeza. Por un pequeño instante pudo ver algunas nubes cubriendo las estrellas, y luego perdió todo sentido de la realidad.

7

Abrió los ojos. No sabía cuanto tiempo había pasado aunque supuso que nada, que fue solo el tiempo que termino de rodar y detener su cuerpo. El aire frío de la noche, una leve brisa que antes no había sentido, y el cielo estrellado, sin nubes, era lo que podía ver en ese momento. Oyó unos pasos que se acercaban corriendo. Apenas podía mover sus huesos. Sentía varios músculos contraídos y un inmenso ardor en su nuca. Un líquido cálido rociaba su cuello y parte de sus hombros. Pero nada de esto le preocupo al levantar levemente la cabeza y apuntar los ojos al sonido. Vio como unas figuras avanzaban había ella delante de unas luces blancas que cegaban todo intento por distinguir con claridad. Sin poder controlar sus nervios sintió como se su garganta intentaba gritar, pero apenas salió de ella un susurro agudo entre respiraciones agitadas. Así continuo, casi resignada a la suerte que le esperaba al ver las figuras ya casi sobre ella.
- Parece que esta consiente - dijo una voz familiar. Coqui se esforzó por enfocar sus ojos hacia rostro que había hablado. Era Magdalena, de pie junto a los otros chicos , los cuáles, de rodillas, la asistían.
- Estoy - respondió desconcertada, - estoy bien - dijo finalmente Coqui intentando incorporarse. Pero al hacerlo por sus propios medios perdió el equilibrio y tuvieron sostenerla para que no volviese a caer.
Le dijeron que se mantenga recostada, pero, siendo fiel a su personalidad, no hizo caso y volvió a buscar levantar el cuerpo. Lo logro con dificultad.
La subieron a un auto con cuidado y la llevaron a la sala de primeros auxilios de una pequeña clínica en el pueblo.
Magdalena buscó intercambiar algunas palabras con su amiga, sin embargo la mente de Coqui estaba puesta en todos los extraños sucesos que había vivido aquella noche. Nunca antes había sufrido una accidente por lo cuál no podía saber como era estar inconsciente de esa manera, de lo que estaba segura era de que las cosas que le habían ocurrido no parecían en ningún momento un sueño. En los sueños las cosas pueden tener sentido pero siempre hay hechos que no concuerdan, pero siempre, en algún momento uno siente la sensación de que todo es parte de una mezcla de recuerdos del pasado almacenados en el inconsciente, pero, en cambio, estos eran hechos que nunca había vivido, gente que nunca había visto. Cosas nuevas.
Sin embargo, en esta vez había sido muy distinto. Se preguntó si tendría algo que ver con un sus sueños del pasado. Desde hacía bastante tiempo atrás, en sus sueños siempre ocurría una muerte. Coqui nunca le había prestado atención a ese extraño detalle. Lo había comentado con algunos de sus amigos pero mas como una anécdota curiosa que como un problema. Muchas veces se trataba de algún conocido pero, durante los últimos tiempos, comenzaba a ver muertes de gente desconocida, gente que nunca antes había pasado por su vida. Además, esa mala costumbre venía incrementándose notablemente. Pero recién ahora comenzaba a notar este particular hecho. Se puso a recordar y su mente comenzó a encontrar distintos sueños olvidados, todos con un final trágico, donde los personajes siempre morían de formas extrañas.
Magdalena, al verla inmersa en sus pensamientos, perdida en el silencio de la ruta, volvió a repetirle su realmente se encontraba bien. Coqui, frotándose el cuello y realizando giros con la cabeza, le respondió que seguía algo mareada. Magdalena la tranquilizó diciendo que se repondría pronto e irían a comprar aquel Fernet juntas. Coqui busco responderle con una risa fingida, a media cara, de esas que solían salirle muy bien.
Entre tanto y justo en ese mismo instante, a un lado del camino pudo ver la casa. Era la misma en la que había estado.
Estaba demasiado cansada y confortablemente segura como para contar en ese instante a su amiga lo que había vivido y no pensaba pedir que detengan el auto, solo miro hacia la vivienda por instinto, en busca de algún rastro familiar. Vio una luz encendida, y una figura inconfundible, era la niña. Desde donde estaba, sintió que podía ver sus labios moviéndose para decir algo. Ella lo pudo escuchar, era algo, como un nombre, pero no pudo comprenderlo. Sabía que era imposible, pero estaba segura de que en su mente una voz ajena había sonado. Pensó que quizá eran solo visiones debido al shock nervioso que había vivido, no comento nada y trató de dormir. Lo logró apenas unos minutos mas tarde.

8

Al día siguiente Coqui se levantó tarde. Había pasado por el hospital la noche anterior pero los médicos le dijeron que no tenía mas que un buen susto. El médico que la atendió, de unos cincuenta años, se la pasó todo el tiempo criticando a las motos, a la juventud y a los tiempos modernos. Ella lo escucho en silencio, casi sin prestarle atención y con ganas de irse a dormir. Por su mente aún navegaban todas esas imágenes que había soñado. Eran demasiado reales para encasillarlas como un sueño mas, pero no tenía otra explicación, por lo que no tuvo mas remedio que considerarlas como tal.
Por precaución le tomaron algunas placas, pero luego de observarlas concluyeron en que no tenía ningún hueso roto. Las contusiones eran leves. Luego le hicieron algunas preguntas y le palparon con delicadeza los pómulos y el cráneo, buscando algún rastro de una herida escondida, pero no la había. Justificaban la perdida de conocimiento con algún golpe en la cabeza pero sin demasiadas consecuencias. Los raspones de su rodilla y codos fueron curados dolorosamente con alcohol y gazas, sin necesidad de coser ya que ninguna herida resulto profunda. Sufrió las curaciones sin demasiadas quejas ni palabras, pero sufrió.
Desayuno unos mates preparados por Magdalena, la cuál ni siquiera había tenido que ir al hospital, aunque lo hizo solo para acompañar a su amiga, ya que no sufrió ni un rasguño en la caída.
- ¿Estas mejor? - le preguntó mientras se sentaba a su lado en la mesa de la cocina y apoyaba la pava recién salida del fuego sobre un plato de madera.
- Supongo - dijo observando un folleto de descuentos de un supermercado que habían dejado sobre la mesa.
- Deberían multar a los que dejan animales sueltos en la ruta - le dijo Coqui aún mirando el papel y acercando la bombilla a su boca.
- ¿Porque decís eso? - le pregunto su amiga mientras, con una cuchara pequeña, jugaba con el azúcar encerrada en un frasco de vidrio.
- Por lo de ayer - respondió mientras tomaba el mate con cuidado de no quemarse.
- ¿Y que tiene que ver? - insistió Magdalena.
- Si no hubiese sido por esa vaca idiota ahora tendría los codos con piel y menos polvo en el estomago -.
- No entiendo - sentenció Magda - ¿que tienen que ver las vacas?. La culpa la tuvo ese badén. Deberían poner un cartel o algo - propuso.
- ¿Como un badén?, ¿no chocamos contra una vaca? - preguntó un poco para su amiga y otro para su propia mente.
- ¿Que vaca?. Me parece que debería haberte dejado en el hospital, estas mal de la cabeza. ¿De donde sacaste eso de que chocamos contra una vaca? -.
- No sé, me habrá parecido, paso todo tan rápido - se justificó. Aunque para sus adentros fue solo una excusa. Estaba segura que habían atropellado a una vaca, a esa maldita vaca blanca con una mancha negra en el medio de su lomo, no podía olvidarla, no podría olvidarla nunca, con esa expresión, esos ojos. Pero no quería terminar internada en un manicomio así que si su amiga decía que fue un badén, sería un estúpido badén, y hasta, si debía hacerlo, reclamaría que pongan un cartel para que a nadie le vuelva a ocurrir lo mismo.
Quería olvidarlo todo, bloquear su mente y que nunca haya pasado. Pero las cosas del pasado nunca se pueden olvidar, y por mas que las enterremos, las escondamos, o tratemos de no decírselas a nadie, si pasaron, pasaron y no hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Y si Coqui no lo sabía o no quería saberlo, tarde o temprano lo aprendería.
- La policía nos espera - cambió bruscamente de tema su amiga, - Ayer estábamos bastante cansadas como para tener que ir así que les dije que a la mañana íbamos a pasar porque queríamos descansar. Igual tengo todos los papeles de la moto y tengo registro así que no creo que nos hagan drama. Además mi papá es amigo del sargento. En este pueblo todos se conocen -.
Mientras su amiga le explicaba todo eso, Coqui no dejaba de pensar en la vaca, los policías, la chica y la pareja. Todo era tan real, tan palpable, no podía ser un sueño.
Luego de desayunar unas tostadas poco quemadas con miel de campo y más mates, se vistieron y fueron a la comisaría. Coqui se puso unos jeans celestes y una remera blanca con Cartoons de la Warner, y su amiga un pantalón de tela celeste y una camisa blanca. A pesar de que la moto andaba perfectamente, prefirieron ir a pie. Eran solo unas seis o siete cuadras y el día estaba soleado y templado.
La comisaría estaba cruzando la plaza principal, donde unos niños jugaban en las hamacas vigilados por sus madres desde bancos de madera a la sombra. Del lado opuesto había un Banco Nación y estaba la Iglesia del pueblo, con un campanario bien pintado de blanco y una cruz en la cima. Sobre la vereda había muchos autos estacionados, una pick up ford azul claro, un gol, un Chevy. Pensó que seguramente sería la hora de la misa.
Desde el mostrador de recepción, un oficial de unos treinta años las saludo y, sabiendo de ante mano quienes eran y a que venían, las llevó directamente a la oficina del sargento. Allí los recibió un policía que, sin ser un anciano, era bastante mayor para su oficio. Tenía la voz ronca y grave por años de cigarrillos y unas anchas cejas grises que hacían una mirada dura, aunque ya desgastada por el tiempo. Su escritorio tendría unos veinte años y, sobre la pared blanca, detrás de él, colgaba una réplica de un óleo de San Martín.
Se presento, estrechándoles suavemente las manos, como el sargento Beltran. Un hombre sencillo y ordenado. Había sido sargento casi diez años y ahora solo aguardaba su retiro, el cuál llegaría en unos cuatro meses, y así tener todo el tiempo del mundo para ocuparse de su flamante título de abuelo, ya que su primer nieto tenía apenas unos días de vida.
Juntas relataron un breve resumen del asado y la razón por la que salieron por el camino en moto y luego, con mas detalle, el accidente. Los momentos de la caída, intencionalmente, dejó que los cuente su amiga, la cuál, además, se entretenía describiendo hasta el mínimo detalle.
El sargento parecía buen hombre e hizo algunos comentarios sobre ese badén y sobre las motos de baja cilindrada. Les dijo también que estaba para servirlos y que cualquier cosa que necesitasen, por mas simple que pareciera, acudan a él. Estas palabras le dieron a Coqui una extraña tranquilidad, inclusive a pesar de que habían sonado como un discurso prefabricado de un policía que ya tenía bastantes años y que seguramente repetía eso mismo a todos los que pasaban por su despacho. El sargento les comentó que probablemente esa tarde o al día siguiente debían acompañarlo al lugar del accidente para hacer los peritajes de rutina, de esa manera, quizá lograría que pusiesen un cartel y así evitar futuros accidentes. Las chicas asintieron aunque ninguna de las dos estaba interesada en volver al lugar, esperando que el sargento olvidase el tema y dejase las cosas como estaban.
Quince minutos mas tarde salían de la oficina con saludos para el padre de su amiga. Magdalena quería hacer unas compras. La madre le había pedido que comprase pan y algunas otras cosas que ya no recordaba para el almuerzo y Coqui quería ir a un locutorio a llamar a su casa para avisar que se encontraba bien, así que cada una se fue por su lado, esperando encontrarse nuevamente en la casa de Magda.
En realidad no quería llamar a su familia, sino estar un poco sola para pensar. De todas formas fue a un locutorio que encontró del otro lado de la plaza y llamo a su casa. No dijo nada del accidente en la moto ni mucho menos de sus "visiones", solo que se encontraba bien y que pensaba quedarse unos días más. A su mamá le sorprendió un poco ya que, salvo cuando viajaba a Buenos Aires, no era de quedarse mas de lo necesario en un lugar, además siempre había descripto el pueblo de su amiga como un lugar aburrido, pero como conocía a su hija, y sabía como era, ya nada le parecía raro.
Al salir buscó un kiosco abierto, compró unos tic-tacs de menta y se sentó en un banco de la plaza a descansar.
Mientras se metía varias pastillas en la boca a la vez, pensaba que en algún momento iba a tener que contarle a alguien lo que había soñado, era demasiado fuerte y real para guardárselo. Pero, ¿a quién?. Quizá había alguien que la escucharía pero estaba muy lejos en ese momento. - Los hombres nunca están cuando se los necesita - penso malhumorada.
La plaza estaba en calma, los chicos seguían jugando bajo el sol y sobre la arena, un par de perros corrían libres lejos de sus dueños en los espacios de pasto que quedaban entre los caminos de cemento que atravesaban la plaza, cortándola como a una pizza. La misa ya había terminado y la mayoría de los autos se habían ido. La mayoría, pero quedaba uno, y un hombre se acercaba a él con la intención de ponerlo en marcha. No salía de la Iglesia sino que surgió de la esquina opuesta. El auto blanco era el único que quedaba en toda la calle.
Entonces, le vino algo a la memoria, algo que la dejó helada. Enseguida se puso de pie nerviosa, tenía que hacer algo al respecto, necesitaba hacerlo, o se quedaría el resto de su vida preguntándose lo mismo.
Camino deprisa a la comisaría, al cruzar la calle, ya cerca de la puerta, se topó con el sargento Beltrán que salía en dirección a su auto particular, probablemente para ir a su casa a almorzar. Lo reconoció, aunque esta vez llevaba la gorra puesta, lo cuál lo hacía mas mayor aún.
Algo se le tenía que ocurrir, algo que le quitase toda duda pero que a la vez no levante sospechas sobre lo que ella misma describiría como "su locura".
El policía la reconoció e inmediato la saludo con un gesto animado.
- Disculpe - lo detuvo Coqui sin todavía saber que diría, mientras el hombre abría la puerta de su auto.
El sargento se paró frente a ella y, fruto de sus años de experiencia como agente, noto enseguida que algo grave la traumaba.
- Dime - dijo cordialmente mostrándose en extremo libre para escuchar lo que fuese.
Al recibir esta palabra amable del sargento se le ocurrió decir - No estoy completamente segura - comenzó con la mejor voz de ingenuidad que pudo ensayar, - pero creo que aquel hombre de allá lleva un arma debajo de su campera - concluyó señalando a un hombre alto de barba con campera militar.
El sospechoso ya había ingresado al auto, un Chevy blanco, y lo había puesto en marcha.
Coqui observó como se generó una expresión de preocupación en el sargento, al oír sus palabras. Notó como el hombre trataba de decidir si creerle o no, y al mismo tiempo, en caso de creerle, como actuar.
Mientras tanto el auto arrancaba y doblaba con cautela la esquina, bordeando la plaza. Solo en unos segundos pasaría junto a ellos.
El sargento Beltrán optó por dejarse llevar de su instinto policial. Por un lado deseo que no se equivocase en la elección, pero por otro lado quería estar equivocado y no meterse en problemas solo unos meses antes de su retiro.
Quitó el arma reglamentaria de su funda, pocas veces usada para otra cosa que no fuese el polígono de tiro, le sacó la traba, y volvió a colocarla en su estuche. Luego esperó que el auto blanco se aproximase y, cuando estuvo cerca, elevó su mano en clara señal para que el auto se detuviese.
El conductor del vehículo, al ver al hombre de uniforme, dudo un instante que pareció eterno en la mirada preocupada del sargento, y luego presionó con fuerza el pedal del acelerador. Los neumáticos chillaron y Beltran debió arrojarse sobre la parte delantera de su auto para no ser embestido.
El Chevy recorrió velozmente la media cuadra restante y llegó al cruce para encontrarse con un camión repartidor que salió descuidadamente de la bocacalle. Apenas tuvo el tiempo para reaccionar y clavar los frenos, pero era tarde, las ruedas bloquearon y, a la velocidad con la que circulaba el auto, embistió el compartimiento de carga del camión, haciéndolo girar media vuelta. La trompa del auto blanco quedó destruida, salía humo gris del radiador y caía aceite sobre el asfalto.
De inmediato la puerta del Chevy se abrió y el hombre alto salió corriendo, con la cara ensangrentada por una herida cortante en la ceja. Cruzó la calle y atravesó la plaza.
De la comisaría, y alertados por los ruidos y gritos de la gente, salieron dos oficiales que persiguieron de inmediato al sospechoso. Le gritaron que se detuviese amenazando con abrir fuego, pero el hombre no les hizo caso sabiendo que no se atreverían a disparar en medio de todos los pequeños que jugaban en el arenero.
Coqui permaneció observando el Chevy blanco, ahora semi destruido por el choque. A la memoria le vinieron todos los detalles. Entonces estaba en lo cierto, aunque no disfrutaba para nada de estarlo, por el contrario, sufría una sensación de temor. Era como un frío que le recorría la espalda y apenas le permitía respirar con normalidad.
A su alrededor todo se había detenido, no oía ni los gritos ni las corridas, solo recordaba, desde un lugar lejano y remoto de su mente, la descripción que los oficiales que había "visto" en su sueño, habían hecho del auto que habían perseguido. Recordó que no les había prestado demasiada atención mientras lo describían, y solo se había limitado a escucharlos para relajar un poco su mente, sin embargo, en el momento en que lo vio allí aparcado, todos los detalles volvieron, como si alguien los hubiese traído intencionalmente y se los hubiese puesto frente a sus ojos. Habría miles de autos parecidos, pero algo, algo quién sabe de que lugar, le decía que el que estaba viendo era idéntico al que le habían descrito, y quizás, si estaba en lo cierto, era el mismo.
Mientras tanto, del otro lado de la plaza, un hombre alto con campera militar escapaba corriendo de la policía. Ya había cruzado la calle y avanzaba por la vereda cuando desde el Banco Nación salió un guardia de seguridad y le gritó, encañonándolo con su viejo revolver treinta y ocho, que se detenga.
El hombre no lo hizo, y en cambio sacó un arma del interior de su abrigo y se dispuso a levantarla para disparar cuando se oyeron dos detonación.
Del revolver treinta y ocho salía humo mientras el cuerpo del dueño del Chevy blanco caía, sin vida y con dos balas en el pecho, sobre el pavimento.

Esa tarde llegaban al pueblo otros tres oficiales. Se presentaron como de la seccional veintitrés, de Wilde, y dijeron que, enterados de la descripción del malviviente abatido, decidieron viajar por un asunto que les concernía.
Luego de reconocer el auto y de examinar el cadáver, le informaron al sargento Beltran, el cuál todavía no sabía nada del muerto ya que no llevaba papeles ni documentos, que se trataba de Cristian Casares.
- Era un hombre intensamente buscado por el conurbano bonaerense durante los últimos días - dijeron los agentes. - Tenemos pruebas como para estar seguros que fue el autor material de los asesinatos de dos policías, días atrás, durante un asalto en Wilde -.

9

Coqui estaba levantada y preparándose mate y algunas tostadas en la cocina cuando alguien golpeó un par de veces la puerta. Se había despertado muy temprano esa mañana aunque en realidad apenas había logrado dormir. Sentía temor de volver a soñar con muertos, volver a sentir esa horrible sensación de ser perseguida, y le hacía casi imposible conciliar el sueño.
Magdalena dormía envidiablemente relajada y no quería perturbar su tranquilidad. Los padres de Magda se habían ido a la casa de unos parientes así que debió ir ella a ver quién era que tocaba.
Se sentía muy sola desde el accidente. Su amiga era muy buena y la quería mucho, pero no veía en ella a alguien para contarle lo que le sucedía, hablar de hombres, películas, chismes, o cualquier otra de esas cosas estaba bien, era ideal, pero esto era diferente. Por otro lado no quería entrometerla en todo algo tan extraño que ni ella misma comprendía.
Desde la tarde anterior se pregunta como era posible que justo ella resultaría tener la casualidad de sentarse en una plaza y ver a un auto, que podría haber estado en cualquier parte del universo, pero que estaba justo ahí, y que le vuelva esa extraña descripción como tallada en su mente de ese mismo auto que, además, había visto en un sueño. Porque seguía tratando de hacerle creer a su mente que solo había sido un sueño.
Antes de abrir miró a través del ojo de la puerta. Del otro lado había una figura inconfundible, abrió la puerta y saludo al sargento Beltran. El hombre, vestido con su prolijo pero gastado uniforme, respondió el saludo y de inmediato se disculpó por la visita tan temprana. Sonó como una formalidad pues eran ya casi las diez de la mañana.
- Ya estaba levantada - replicó ella, - estaba desayunando -.
EL sargento explicó que venía a buscarlas para que lo llevasen al lugar del accidente, como habían quedado la mañana anterior. Coqui apenas recordaba que habían quedado en eso pero simuló que lo aguardaba para ello.
En realidad, para el sargento fue solo una excusa, poco le interesaba el lugar del accidente y sabía que nadie iría a poner un cartel por un badén ni nada solo porque dos chicas desprevenidas, que iban a comprar alcohol, se cayeron por su culpa. La razón verdadera era que intuía que Coqui sabía mas de la cuenta, primero porque la expresión de su rostro, cuando le había dicho que ese hombre estaba armado, no lo convencía para nada. Daba toda la sensación de que estaba mintiendo, de que había querido que él interviniese porque sabía algo de ese hombre, pero no por que lo hubiese visto armado. Y, por otro lado, cuando él la había visto venir, ella caminaba desde un banco situado del otro lado de la plaza y el hombre se acercaba al auto desde la calle opuesta, era imposible que pudiese haber visto algo que portase dentro de su campera y apenas sobresaldría con suficiente claridad, y encima estar tan seguro que se tratase de un arma. Además la chica no daba la impresión de ser una experta en armas como para estar tan segura de qué era y qué no era un revolver.
Sus años de experiencia policial le advertían que lo del arma había sido solo una coartada, una excusa para alertarlo del hombre del Chevy, pero no era el verdadero motivo y quería saber cuál era. Ella sabía quién era ese hombre, o al menos lo suficiente como para ir a buscarlo y mentirle para que él interviniese, y quería saber porque, quería saber cuanto sabía de ese hombre al avisarle y cuanto mas conocía del caso de los policías muertos.
Como policía y como hombre conocía bien la mentira. Sabía que cuando alguien miente lo hace siempre por algo, y sabía que luego todo el resto de las cosas que diga perderían credibilidad. Sería muy difícil para él saber hasta donde podía confiar en ella. Pero, como buen policía, quizá hablando entrelíneas de lo sucedido el día anterior y observando con atención sus gestos y reacciones, podría obtener algo de información.
Y para ello la única excusa que se le había ocurrido era llevarla al lugar del accidente fingiendo realizar las pericias correspondientes.
Por eso le vino como anillo al dedo cuando Coqui le propuso de ir ella sola para no molestar a su amiga Magdalena, que estaba aún profundamente dormida. Es mas, sintió lo hacía a propósito porque quería confesarle algo, podía llamarlo nuevamente intuición policial.
Por otro lado, una voz le decía que lo dejara pasar, que si seguía enterrando el pie podía meterse en problemas, solo unos meses antes de su retiro. - Por tu nieto - llegó a decirle esa voz del inconsciente. Pero su instinto policial era mucho mas fuerte que su instinto de supervivencia y si lo había dominado por tantos años, no había nada, ni un retiro en pocos meses, que fuese a convencerlo, por eso se consideraba un buen policía, y por eso estaba allí, hablando con esa chica.
Pero Coqui en realidad había decidido aceptar por otro motivo muy diferente al que suponía el policía, porque pasarían cerca de la misteriosa casita donde había pasado casi toda su "visión" y sentía, como una necesidad desde lo mas profundo de su alma, de volver a verla o, al menos, ver lo que había en ese lugar.
Subieron al auto particular del sargento. Enseguida el hombre encendió un cigarrillo y a continuación le ofreció uno a la chica. Coqui en principio iba a aceptar pero luego recordó que le había prometido a su chico que dejaría de fumar, y como quería demostrarle a él y al mundo que siempre cumplía sus promesas, lo rechazo amablemente, aclarando que no le molestaba que él fumase. De todas maneras el hombre bajo la ventanilla para que el humo no la moleste, luego puso el motor en marcha y se encaminaron hacia el sitio del accidente.
Anduvieron por las calles del pueblo hasta llegar a las afueras y, luego de las indicaciones de la chica, siguieron la ruta que bordeaba las vías hasta llegar a un ensanche donde cruzaron las vías y tomaron un camino de ripio. Hablaban poco y cada uno iba pensando en lo suyo. Beltran esperando el mejor momento para preguntarle sobre los sucesos de la tarde anterior y Coqui pensando en que le diría al pasar por el lugar que pretendía ver.
Estaban comentando lo bueno y agradable que había estado el clima durante los últimos días y lo bien que le hacía esto al campo cuando Coqui pudo ver a lo lejos la casita que tanto le intrigaba. Apenas era un punto en la distancia, pero necesitaba ir pensando en algo para hacer que el sargento la acompañase, al menos hasta las inmediaciones.
- Esta zona esta muy despoblada - dijo cambiando bruscamente de tema, - es peligroso tener aquí un accidente, ya que, salvo un par de casas aisladas, como aquella de allá - dijo señalando su objetivo, - no hay ningún lugar donde pueda pedirse ayuda -.
- Es verdad - dijo el sargento y agregó: - inclusive muchos de los ranchos están abandonados, como esa - dijo refiriéndose a la misma casa que Coqui le había indicado.
- ¿Como abandonada? - replicó de inmediato.
- Si, esa casa esta abandonada - repitió, - lo sé porque esta a un lado del campo de un primo mío -.
Coqui observó con detenimiento la casa que ya estaba mas cerca. Desde donde estaba se veía que apenas le quedaba algo del techo y que el pasto de los alrededores estaba alto y descuidado.
- No es posible - aulló para sus adentros pero en voz alta. - El día del accidente recuerdo que estaba iluminada, inclusive, mientras esperábamos que alguien nos recoja se nos paso por la cabeza ir a pedir ayuda allí -. Eso era una mentira que se le había ocurrido en el momento y que esperaba que el sargento se creyera. En realidad, según el relato de las chicas, Coqui había estado inconsciente hasta que llegaron sus amigos, pero estaba segura que el sargento apenas recordaba los detalles del aburrido relato de su amiga.
Beltran ni noto la sutil mentira y replicó, luego de meditar unos segundos: - es imposible. Nadie puede esta viviendo en ese lugar. A esta altura no debe tener ni techo -.
- Pero yo misma vi luces, estoy segura. Porque no nos acercamos a ver si hay alguien - propuso la muchacha buscando el consentimiento del sargento.
- ¿Para que? - preguntó deprisa y acentuando las palabras.
- Por nada en especial, simplemente para ver. Además me intriga ver el estado de una casa así, abandonada - dijo queriendo demostrar interés por los misterios de las residencias en desuso.
Sus últimas palabras apenas fueron creíbles. El sargento noto que ese extraño interés era falso, pero por otro lado penso que el interés de ver la casa, sea por lo que fuera, sí existía en la chica. En realidad no tenía ganas de perder tiempo y no veía que detenerse allí pudiese estar relacionado con lo que él quería averiguar de ella. Sin embargo, si luego quería obtener información, debía tratarla bien y darle todos los gustos, por mas inusuales que pareciesen.
- Esta bien - aceptó el agente, - pero solo un momento, y luego vamos al lugar del accidente y me respondes todo lo que necesite saber - condicionó jugando una carta a su favor para las cosas que le preguntaría mas adelante.
Por otro lado, una vez mas volvió a surgir del fondo de su mente esa voz que el día anterior le había advertido de esa chica: - Va a meterte en problemas, solo unos meses antes de tu retiro, justo cuando, después de tantos años de esperar, te convertiste en abuelo -.
Pero su carta ya estaba jugada en la mesa y, a pesar de que le parecía solo un capricho de una niña, quién sabe porque, la acompañaría unos minutos sin perder nada a cambio.
Detuvo el auto a un costado del camino y el polvo que iban levantando los cubrió por unos segundos. Luego abrieron las puertas y juntos salieron.
Había un sendero de tierra que comenzaba detrás de una tranquera y llegaba hasta las inmediaciones de la edificación. Estaba rodeado de pasto que no había sido emprolijado por mucho tiempo y comenzaba a trepar, borrando la huella. La tranquera estaba oxidada y les costo moverla, se notaba que no era usada desde hacía muchos años. Se acercaron a la pequeña casa abandonada por el sendero.
Al aproximarse se fue notando que de la casita solo quedaban en pie unas viejas ruinas. Casi no había nada del techo, no tenía puertas ni ventanas, solo huecos en las paredes descoloridas por la humedad. Crecían yuyos de los rincones y de entre las grietas. Pero Coqui podía recordar esa misma casa en buen estado, con las paredes blancas, el techo de tejas a dos aguas en su lugar, la puerta de madera cerrada y las luces y la gente en su interior.
Cuando estaban ya cerca el sargento vio algo, un reflejo que brillo entre las ruinas bajo la luz del sol y que le llamó la atención. Entrecerró los ojos, agudizando la vista y frunciendo el ceño, para concentrarse en el brillo. Entonces su expresión cambio y de inmediato se arrojó sobre Coqui que miraba desconcertada a su lado. Ambos cayeron sobre el pasto alto, a un lado del sendero, y entonces se oyó una detonación seca, y luego otra mas, que hicieron escapar a algunas aves que bebían en un charco entre las huellas del sendero.
Beltran, agitado y con un claro gesto de preocupación, le indicó a Coqui, apenas levantando la cabeza, que se quedase quieta, sin mover ni un pelo, y que cuando él se alejase tratará de cubrirse detrás de unos eucaliptos que estaban a unos metros del sendero, cercanos a un pozo de agua en desuso.
A continuación el policía se puso de pie y corrió, lo más rápido que su pobre estado atlético le permitía, hasta cubrirse detrás de una pared que, en algún tiempo, había formado parte de un asador. Una vez allí, sacó por segunda vez en los últimos dos días, su arma, se aseguró que estuviese cargada, y le quito el seguro.
Miró hacia la casa en busca de algún nuevo movimiento mientras maldecía la hora que se le había ocurrido hacerle caso a esa chica, la cuál solo le había traído problemas, y recordó a la voz de su lado precavido que se lo había advertido.
Todo estaba en calma entre las paredes viejas de la casa, ni un movimiento. Un rato mas tarde pudo ver como Coqui se arrastraba, lo mejor que podía y sin levantar la cabeza, hacia los árboles.
Pasó otro rato en silencio, apenas perturbado por el zumbido del viento, el movimiento de las ramas de los árboles cercanos y algún que otro chillido de cotorras. Luego oyó que algo se movía, eran pisadas sobre hojas secas que se acercaban.
Beltran respiró profundo y, en un movimiento lo mas veloz que pudo, sacó la mitad de su cuerpo de su escondite y, con su pistola al frente, apunto hacia la dirección de donde escuchaba el ruido.
A unos metros se encontró con la mirada de un hombre de tez morena, ojos y pelo oscuro desarreglado, el cuál también levanto un arma y, mas joven y veloz que el sargento, disparó primero.
La bala calibre veintidós entró y salió apenas por debajo del hombro, dejando a su paso una perforación perfecta y dolorosa. El sargento también tuvo el tiempo como para apretar el gatillo, pero su disparo pasó entre los árboles y se perdió en la inmensidad de la llanura pampeana.
El hombre corrió, escapando y para cubrirse, hacia los eucaliptos donde Coqui se había escondido.
Mientras tanto, el sargento, dolorido detrás de la pared nuevamente, miraba como de su hombro comenzaba a salir la sangre y bajaba por su costado, manchando la camisa. Nunca había sido demasiado bueno disparando, pero en esta ocasión tampoco lo había ayudado para nada la suerte, pensaba mientras sufría el dolor de la herida.
Después de terminar de maldecir a su suerte, buscó con la mirada, sacando apenas media cabeza de la pared, la posición del hombre que lo había herido.
Lo vio ingresando a la arboleda donde estaba la chica y se preocupó. En ese momento, Coqui veía, desde atrás de un árbol, a solo un par de metros, como un hombre moreno con pantalones azules de tela sucios, como los que suelen usar los mecánicos, se refugiaba detrás de un árbol. Estaba nervioso, se notaba a simple vista, tenía la frente sudada y los ojos bien abiertos. Cada tanto miraba hacia la pared donde se refugiaba el sargento.
Entonces oyó dos disparos y se cubrió lo mejor que pudo detrás del tronco del eucaliptos. Escuchó como las dos balas impactaban del otro lado del tronco, enterrándose en la corteza. Mientras tanto, y luego de efectuar los disparos, el sargento corría lo mas rápido que podía hasta la casa.
Entró por el marco de la puerta principal de la vivienda sin ser visto por su rival, el cuál seguía parapetado con los brazos bien pegados al cuerpo, pensando que si se asomaba le dispararían. Al rato, emergió, con cautela y bastante dificultad, por una de las ventanas laterales y se escabulló entre unos arbustos que lo acercaron hasta la arboleda por un costado.
Desde allí pudo ver, nuevamente, al hombre que le había disparado. Por sus movimientos impacientes, y algunos giros bruscos hacia el sector opuesto, dedujo que todavía seguía creyendo que él se encontraba detrás de la pared de la parrilla. Entonces aguardo, paciente, a que su víctima actuase nuevamente. No tardó en hacerlo. Salió de detrás del árbol y disparó tres veces seguidas hacia la pared, suponiendo que allí estaba el policía. Luego corrió hacia otro árbol, mas atrás, y mas cercano a la nueva posición de Beltran.
El agente temió por Coqui ya que desde la nueva posición del hombre, podría verla. La chica, al verlo moverse, también giró sobre el tronco para quedar oculta a su mirada, pero ya era tarde, el hombre la había visto, o al menos había visto que algo se movía, y sin saber que era o pensando que se podía tratar de otro uniformado, disparó dos veces. Las balas levantaron astillas de madera, solo a unos centímetros del cuerpo agazapado de Coqui. Al ver esto, y temer por la vida de la niña, el sargento Beltran salió de su escondite y le gritó la voz de alto al hombre. Este giró hacia él, apuntó su revolver y gatillo, pero no se oyó ningún ruido. Su arma se había quedado sin municiones. Entonces, al ver que estaba siendo encañonado, salió corriendo por entre los árboles, pasando solo a unos pies de donde estaba oculta Coqui.
Beltran no se animo a tirar hacia esa dirección así que apuntó al cielo y disparó una vez mientras repetía a gritos que se detenga.
Pero el hombre de tez morena desoyó sus gritos y siguió corriendo, hasta que, unos metros mas adelante, de pronto, su cuerpo desapareció. Beltran no podía creerlo, apenas había parpadeado y ya no estaba. Coqui, que había asomado apenas la cabeza, había visto lo mismo. De pronto, simplemente, no estaba mas.
El sargento fue hasta donde estaba la joven, temiendo por su vida. Al ver que se encontraba bien se mostró mas tranquilo y caminó hacia donde el sujeto de pantalón azul con manchas había desaparecido. Al llegar al lugar vio un profundo agujero en la tierra. Con cautela miró hacia el interior.
- Es un peligro que haya un pozo así, sin nada que lo cubra, ni siquiera un cartel de advertencia, cualquier chico que se le ocurra jugar por esta zona pudo haber caído - dijeron los bomberos mientras sacaban el cuerpo sin vida y con el cuello partido al medio de aquel desdichado sujeto. Habían tardado mas de una hora en llegar, y lo hicieron en conjunto con los otros agentes de la comisaría y una ambulancia.
La fosa tendría unos siete metros de profundidad y el ancho de una mesa redonda. El hombre, mientras caía, se había roto el cuello al trabarse con un desnivel en la tierra, para terminar enterrado en los pocos centímetros de agua estancada, que hacían del fondo un fango húmedo y verdoso, lleno de insectos.
Pero eso no fue el único cuerpo que encontraron los agentes, dentro de la casa, en el lugar donde alguna vez había habido un baño, encontraron los restos de una niña. Calcularon que tendría unos cinco o seis años, y la autopsia revelaría que había sido violada varias veces y luego asesinada.
El hombre había estado viviendo por unos días en aquel lugar, había rastros de fuegos encendidos recientemente y varios envases de cartones de vino vacíos. Era un mecánico de la zona, bastante violento y con antecedentes de asaltos y acosos sexuales.
Uno de los oficiales reconoció el cuerpo de la chica, era el de la niña secuestrada que hacía varios días estaban buscando sin éxito, - estaba la foto en el diario - explicó, - María Miconi - recordó que era su nombre. Una primera confirmación llegó con la cadenita que su cuerpo llevaba aún colgada al cuello. Era una medallita plateada con dos emes grabadas.
Coqui todavía se encontraba en el lugar y pudo oír esas palabras y, aunque no se atrevió siquiera a observar el cuerpo, estaba seguro que se trataba de la niña que había visto esa noche.

10

Se despertó tarde y se vistió en pocos minutos, luego de darse una corta pero intensa ducha con agua bien caliente. Había amanecido un tanto más fresco que los días anteriores, aunque aún brillada el sol en el cielo claro del pueblo. Vistió unos pantalones negros de tela y una remera gris, acompañada por un sueter de lana fina casi rosado.
Magdalena ya la esperaba sentada en la mesa con el almuerzo servido y muchas preguntas sobre los sucesos del día anterior.
Agradeció no haber estado con ella luego de que Coqui relataba la secuencia de disparos y la desgracia de toparse, por esas casualidades, con gente como el hombre que murió en el pozo. Concluyeron que el país estaba cada vez peor y la violencia era insostenible, culpándose al gobierno y a la terrible situación económica.
Pero para sus adentros, era la primara vez que les agradecía a los políticos por haber hecho algo por ella, y eso era el poder haber cerrado el tema con esas conclusiones, evitando toda sospecha del verdadero motivo de todos esos episodios que había vivido. La verdad se la guardaría. Debía hacerlo.
Esa tarde Magdalena partía hacia La Plata. Coqui fue a despedirla ya que ella tenía que quedarse para declarar sobre los hechos del día anterior y luego, esa misma noche, partiría, por fin, hacia Olavarría. La despedida fue, como siempre, emotiva pero rápida. Vio a su amiga agitar la mano saludando desde la ventana del micro, con una pequeña caja de cartón que guardaba dos alfajores de dudosa calidad y que nunca comía, en su mano y una sonrisa de tristeza.
Un par de horas mas tarde iba a la comisaría. Debió aguardar unos minutos al sargento ya que estaba dando una pequeña conferencia de prensa para algunos medios locales. Tenía el brazo vendado pero, de todas maneras, llevaba puesta una camisa. La herida no había sido grave ya que no había tocado ningún órgano vital, inclusive ningún hueso, por lo que ni siquiera debieron enyesar, una buena desinfección y cicatrizantes bastaron para ponerlo nuevamente en la calle y sin ganas de volver al hospital. Odiaba los hospitales ya que lo hacían sentir viejo. Aunque los último días se había sentido mas joven y activo que nunca.
Oyó una parte de la conferencia y le parecieron buenas las respuestas a las difíciles preguntas de los reporteros, aunque sabía que eran verdades a medias o directamente mentiras.
- Me disponía a realizar, con la niña, los peritajes de rutina ya que la misma había sufrido un siniestro por esa zona, cuando vi movimientos sospechosos en la vivienda. Como tenía conocimiento de que esa casa estaba abandonada, ya que un primo es dueño de un campo aledaño, me acerque al lugar - respondió a la pregunta sobre como había sido alertado.
- ¿Y porque llevó a la niña consigo? - preguntó con aire de reproche un periodista de traje desde el fondo y levantando una pequeña grabadora al aire.
- Pues mire - le respondió con tono defensivo pero sin perder la tradicional jerga policial - hace diez años que soy sargento en este pueblo e hice cientos de veces aproximaciones semejantes. En todos los casos, siempre se trato de chicos que decidían acampar en lugares como ese por placer, para beber bebidas alcohólicas, en algún que otro caso para fumar, pero jamás un caso como el de ayer. Con lo cuál yo solo intervenía advirtiendo que se trataba de una propiedad privada y me retiraba. En alguna aislada ocasión pude encontrarme con cazadores pero ya hace años que no están por esta zona ya que poco queda por cazar, y solo en una ocasión me cruce con cuatreros pero ese era un campo abandonado y me constaba que no había animales que robar - respondía firmemente y con un discurso que se notaba a distancia que lo había preparado cuidadosamente con antelación y para no dejar ninguna duda de que su actuar había sido impecable.
Esta respuesta calló al sujeto de la grabadora y atenuó las siguientes preguntas, las cuáles fueron perdiendo importancia hasta que dieron por concluida la ronda.
Entonces el sargento se puso de pie y vio al fondo del pequeño auditorio improvisado, a la niña. Apenas le envió un gesto elevando las cejas, como justificando las repuestas que sabía que ella había oído.
Unos minutos mas tarde estaban reunidos en su despacho, a solas. Ni Coqui ni el sargento comentaron sobre la conferencia de prensa pero en el aire se noto que los dos estaban de acuerdo con las respuestas.
Beltrán la observó sentarse y luego caminó hacia el lado opuesto del escritorio. Esa chica no dejaba de llamarle la atención. Luego y mientras tomaba asiento, con precaución para no agitar la herida que trataba de curar en su hombro, abrió la conversación. Ella sabia que no hablarían de declaraciones ni nada y que eso había sido solo una excusa para que se volvieran a ver. Intuía a que apuntaba la reunión, era imposible, y menos para un policía, no darse cuenta de que no habían sido meras coincidencias los encuentros con asesinos alertados indirectamente por la chica. Por otro lado agradecía que la prensa no la había relacionado directamente con ambos sucesos y en gran parte se lo debía al sargento.
- En todos mis años de servicio, que no son pocos, no tuve tanto trabajo - comenzó el sargento, apoyado en el respaldo de su sillón y mirando aún hacia un lado - hasta que llegaste a este lugar - dijo apoyando sus antebrazos en el escritorio y cambiando la mirada hacia los ojos evasivos de la chica.
- Este era un pueblo tranquilo, no pasaba nada - continuó casi lamentándose, - de vez en cuando algún borracho, algún accidente en la ruta, pero nada mas. Pero estos últimos días todo cambio, se convirtió en el centro de la mirada de la prensa, en el lugar favorito de los asesinos, en una especie de far west donde yo soy el sheriff. Solo espero poder retirarme a tiempo -. Notó que no le interesaba ya saber quién era o como había sabido lo que sabía, que prefería que ella se guardase el secreto para sí, pero que a cambio lo dejase vivo.
- No se preocupe - respondió Coqui resignada - esta noche me voy -.
Sabía que todo era por su extraña culpa, la mirada del sargento se lo decía, pero no podía acusarla de nada, al contrario, lo estaba convirtiendo en una celebridad, solo que a él ya no le interesaba. Le había interesado cuando era joven y había entrado al servicio, pero ahora nada mas le importaba su nieto y ser un buen abuelo. - Historias para contarle no me van a faltar - se consolaba.
- Voy a serte franco - confeso siendo lo más directo que pudo, - veo algo muy extraño en tu persona. No creo que hayas visto un arma bajo la campera de aquel hombre del auto blanco. Sé que me llevaste a esa casa con una excusa infantil en busca de un violador, porque no creo que hayas visto luces el día anterior. Conozco a muchos que vienen con la idea de que vieron luces, o gente, o marcianos, metidos en casas robando, o campos, o lo que sea. Generalmente los acompaño nada mas para demostrarles que estaban en un error o, en el peor de los casos, para cerciorarme de que eran mentiras, pero en tu caso, siento que estabas queriendo decir otra cosa. Que sabías que me encontraría con esos hombres en esos lugares. Sé que sabes mas de lo que decís, no se como es que lo sabes ni porque, y a esta altura de mi vida, no lo voy a preguntar. Quizá es miedo de encontrarme con cosas que no podría entender, quizá es simplemente no querer problemas. Como sea, lo mejor va a ser que olvidemos todo, pero, por supuesto, si es que estás de acuerdo -.
Ella se limitó a asentir, demostrando que estaba totalmente de acuerdo con el discurso, con las conclusiones y, sobre todo, con la proposición.
- Pero, si alguna vez necesitas contarle la verdad a alguien, quiero que sepas que te voy a escuchar - le indicó, nuevamente promoviendo en Coqui esa sensación de protección, de un refugio alternativo.
Coqui no se atrevió a contarle la historia verdadera de aquella noche, pero se sintió tranquila, sabiendo que, al menos, si alguna vez decidía hacerlo, tendría alguien en quién confiar.
- Se lo agradezco, y también por haberme ayudado -.
Unas horas mas tarde, Beltrán, de civil, pasaba a buscarla. Había tenido el tiempo justo para hacer el bolso, comer dos empanadas de carne y llamar a su casa para avisar que a la mañana siguiente la fuesen a buscar a la terminal.
Se subieron al auto y partieron a la terminal de ómnibus. Quedaba apenas a unas calles de distancia. Cuando se disponían a atravesar la avenida para ingresar al estacionamiento, un camión de cemento surgió de una calle lateral y por centímetros no los embistió. El sargento, furioso por la horrible maniobra del camionero, dijo que si no fuera porque temía que perdiese el micro, habría detenido al chofer del vehículo.
Coqui no dijo nada, pero estuvo de acuerdo con la decisión de su acompañante. Quería dejar a toda costa ese pueblo y no tenía ninguna intención de formar parte de otra persecución. Además el micro salía a las once y veinte y ya eran casi las once.
Aparcó el auto y fueron a la sala de espera. El hombre se sentó en una hilera de incómodos bancos de madera, mientras Coqui se excusaba con deseos de ir al baño ya que odiaba los sucios toilletes de los micros.
- Y para los hombres, con el movimiento, resulta más difícil aún - le respondió Beltrán tratando de demostrar humor en el comentario.
No conocía el lugar, pero supuso, como en la mayoría de las terminales, que los baños se encontrarían cercanos al bar, por lo que caminó hacia la dirección de un café, al fondo, atravesando las ventanillas donde se venden los pasajes. Le preguntó de pasada a un a señor bastante obeso y de anteojos anchos que leía con interés el suplemento deportivo. El sujeto contestó describiendo una puerta verde, detrás de un kiosco de revistas que señalo con la mano en la que sostenía un cigarro.
Siguiendo mas o menos las instrucciones, encontró una puerta que daba toda la sensación de ser el camino a su destino. Estaba entreabierta y, haciéndola a un lado, paso rápido y siguió hasta el fondo de un pasillo sin revoque. Atravesó una arcada haciendo a un lado pequeñas tiras de plástico de colores, que colgaban, agitándose con las corrientes de aire, y siguió caminando un par de metros hasta darse cuenta que se encontraba en un patio sin salida.
- Por aquí no es - dedujo al ver el lugar. Era una especie de depósito a la intemperie y apenas iluminado por el frágil haz de color anaranjado de un farol de la calle. Sobre una pared de ladrillos expuestos, a su lado, reposaba una pila de cajones con botellas de gaseosas y cervezas vacías y llenas de polvo. Había un tinglado de chapa a medio hacer que cubría apenas un fregadero lleno de baldes vacíos de cemento, algunas herramientas y un barril oxidado y lleno de agua.
De pronto percibió esa extraña sensación de ser observada, pero fue solo un instante y no prestó en absoluto atención. Dio media vuelta, y entre la penumbra, tan solo a unos pasos delante de ella, se topó con la silueta de dos figuras. Estaban de pie, mirándola a los ojos, con una expresión seria e inquisidora.
Aunque no pudo verlos con claridad, supo enseguida de quiénes se trataba, no había olvidado aquellos rostros, eran la pareja que había visto esa noche en la casa abandonada. Solo que ahora eran diferentes, estaban totalmente demacrados. Tenían profundas ojeras negras y la piel blanca. El hombre vestía la misma ropa pero sucia y rasgada, tenía un horrible corte en el cuello, repleto de sangre oscura y seca, se le veía parte de una costilla expuesta. La mujer tenía casi toda la cara y el pelo quemado y la piel negra y corroída.
Coqui se sobresalto y tragó aire mientras retrocedía aterrorizada hasta golpear su cabeza contra los cajones de bebidas.
- Hicimos todo lo posible - dijo el hombre con una voz perdida, como proveniente de otro mundo, un mundo de tinieblas, - pero no nos ayudaste. Ellos ya estaban muertos, pero nosotros no, y eras nuestra esperanza, pero nos abandonaste -.
Fue solo un segundo, terminó las palabras y, cuando pestañeo, ya no había nadie. El patio estaba desierto y solo un gato corría por la cornisa de la pared, asustado por el ruido que las botellas al golpear los cajones.
Quedó sola, atemorizada e inmóvil, mirando la quietud de las sombras entre la oscuridad. Le vinieron muchas cosas a la mente, cosas que la bombardeaban sin que pudiese evitarlo, pasaron imágenes y recuerdos, la mayoría sin sentido, pero ya nada tenía sentido para el mundo donde estaba viviendo.
Todavía sus piernas no reaccionaban, estaban clavadas al suelo, débiles y temblorosas. Cuando por fin lo hicieron, encontró lo que buscaba, lo que necesitaba saber, lo que quizá podría liberarla de sus males y darle una respuesta a la horrible imagen que había visto. Corrió desesperada por el pasillo y en busca de gente, de luces, de cosas que la devolviesen al mundo. Cruzó una puerta y se encontró detrás del mostrador de un bar, corrió, pasando por detrás de un mozo vestido con un saco blanco que preparaba un capuchino sobre vieja máquina de café. Había dos hombres mayores sentados sobre unas banquetas contra la barra que la vieron pasar desconcertados mientras comían un tostado.
Encontró al sargento sentado en el mismo sitio, cuidando su bolso en el piso a un costado. Se había sacado la gorra, apoyándola en su pierna. Al verla venir corriendo, se puso de pie y fue a su encuentro con preocupación.
- ¿Que ocurre? - le preguntó.
Sin siquiera prestarle atención, y con algo que claramente la perturbaba, metido en la cabeza, le ordenó: - ¡Vamos, rápido! -.
- ¿Adonde? - respondió el sargento mientras seguía a la chica que caminaba decidida hacia el estacionamiento.
- A detener ese camión de cemento - le explicó apurando el paso.
- ¿Que camión? - pregunto el sargento desconcertado y algo molesto por recibir ordenes de una pequeña.
- El camión que casi nos mata cuando entrábamos - .
Beltran recordó entonces aquel vehículo, pero seguía sin comprender a que se refería la chica o para que quería ir en su búsqueda.
- Pero vas a perder el micro. Sale en menos de quince minutos - le recordó mirando su reloj pulsera.
- Que importa, tenemos que apurarnos - respondió indiferente.
- ¿No irás a meterme otra vez en dificultades? - se resguardó el sargento preocupado.
- No - contestó ya en cerca del auto, - esta vez no va a pasar nada - aseguró. - Además usted es policía, no debería asustarse - le recordó Coqui ofendiéndolo un poco, pero a la vez tocándole el orgullo, el cuál, como el de todo buen policía, es mucho más grande que cualquier otra fuerza.
Resultó el plato ideal, el agente la miró con cara de “no me asusto tan fácil” y no hubo voz de precaución que se deje escuchar en su mente.
Subieron al auto y salieron por la ruta en la dirección en la que habían cruzado al camión hasta llegar a una rotonda.
- ¿Y ahora? - preguntó para, al menos, tener una pista de a que se enfrentaría en esta ocasión.
- Para allá - dijo señalando la dirección del camino que circundaba la vía para la dirección donde, unos kilómetros mas adelante, nacía la calle de tierra donde había tenido el accidente.
Sin pedir explicaciones sobre la certeza de su afirmación, se aseguró que no viniese nadie y luego tomó el rumbo indicado.
Unos pocos minutos mas tarde, a la distancia, veían las luces de un vehículo. Era el camión que buscaban, se veía desde lejos que zigzagueaba peligrosamente de un lado hacia el otro de la ruta. No les costó alcanzarlo pero si les costó mucho sobrepasarlo, debieron hacerlo por la banquina ya que el camión de color amarillo se movía peligrosamente, sin importarle las señales de luces ni las bocinas.
Coqui lo miraba perpleja. Al igual que con el Chevy Blanco, era la misma descripción de la que tenía en la mente, no recordaba cuando o quién se lo había descripto esta vez, pero era ese el camión que tenía dibujado adentro de su cabeza, probablemente dibujado en un sueño de esos que al despertar no recordamos pero que al ver algo semejante, el inconsciente nos lo recuerda devolviendo hasta el menor detalle.
Una vez delante, el conductor reaccionó ante las indicaciones persistentes de que se detuviese. Lo hizo sobre un costado y casi enterrándose a una zanja paralela al camino.
Del vehículo se bajó un hombre de bigotes negros y baja estatura. Vestía con un overoll gris claro. Ni bien toco el asfalto se balanceó hacia un costado y debió apoyarse en el camión para no caer.
- Esto le va a salir caro, en este estado de seguro tendría un accidente - le dijo el sargento, realmente enfadado, al verlo así.
El hombre estaba completamente ebrio. Apenas podía responder, las palabras salían de su boca mezclándose como sonidos incomprensibles y sin sentido. No comprendía nada de lo que le decía el agente.
- Debo detenerlo - le dijo a Coqui, - no puede seguir manejando en este estado -.
- Si, entiendo -
- Gracias una vez más. De verdad, podría haber causado un accidente. Es una suerte que por esta ruta casi no circulen autos -.
- Lo es - dijo ella pensando en si tenía algún sentido lo que había hecho. El sargento sabía que no, o al menos no lo comprendía. Le había hecho caso solo por instinto y porque ya se había resignado a que sus caprichos siempre terminaban en algo cierto.
- Voy a llamar a la comisaría, pero tengo que esperar acá, hasta que lleguen los oficiales. Este tipo va a pasar la noche en una celda y le va a costar mucho volver a conducir, eso te lo puedo asegurar - le comentó mientras esposaba al sujeto, - es una lástima que vayas a perder el micro - agregó después, recordando ese detalle.
- Ya casi es la hora, seguramente lo pierda - se lamentó.
- Aguarda un momento - dijo Beltran observando a la distancia dos faros que se acercaban por el camino.
Cuando el auto estuvo próximo el sargento lo detuvo, le mostró la placa y habló unos instantes con el conductor mientras Coqui seguía pensando la extraña razón que la motivó a perder su micro tan deseado por una visión sin sentido.
Enseguida, el sargento se acercó a ella y le dijo que habían aceptado dejarla en la terminal ya que pasarían por allí. Ella le agradeció.
- Al final supe poco de vos, pero fue un placer haberte conocido y haber sufrido a tu lado - le confeso, - y la próxima vez que quieras venir por acá,..., no vengas - concluyó bromeando.
Luego se saludaron estrechándose las manos y Coqui le agradeció por todo lo que había hecho por ella. Se sentó a la parte trasera del auto y, agitando la mano, lo saludo por última vez y lo observo mientras se alejaba.
Ya eran mas de las once y veinte, pero tenía la esperanza de que, entre cargar todas las maletas y que subiese toda la gente, quizá la partida del micro se atrasara y llegaría a tomarlo antes de que se fuese.
El que la estaba llevando manejaba relativamente rápido. A su lado, su mujer no paraba de hablar aunque el hombre parecía acostumbrado a su forma de ser ya que apenas le prestaba atención.
Le comentó que venían viajando hace varias horas y que siempre le decía a su marido que no es bueno viajar de noche. Pero ella apenas la oía, estaba inmersa en sus pensamientos sobre el camión y los motivos de su extraña actitud, también se preguntaba que más podía pasarle.
En pocos minutos ya estaban en el pueblo y con las esperanzas firmes de poder llegar a tiempo.
- ¿Y adonde vas? - le preguntó la mujer, trayéndola nuevamente a la realidad y cuando ya estaban cerca de la terminal.
- A Olavarría. Soy de ahí - explicó luego de tardar unos instantes en reaccionar.
- Linda ciudad, yo tengo unos primos viviendo ahí - le contó la mujer sin que a Coqui le interese y mientras seguía mirando por la ventana pensando en todo lo que le había sucedido.
- Nosotros no somos de por aquí - le informó el que manejaba. Era la primera palabra que le oía decir, pero le sonó extrañamente familiar.
Entonces levantó la vista para ver a la mujer que daba media vuelta hacia ella para comentarle que eran de Santa Rosa, La Pampa. Se sobresaltó al ver que era ella, la que había visto en la casa abandonada y en la terminal, pero esta vez no tenía la cara quemada y tenía la misma ropa, pero prolija y radiante. Observó por el espejo al conductor. Era el hombre que había visto pero no tenía el cuello roto ni las costillas expuestas.
Esta vez no se asustó, la pareja lucía llena de vida y completamente normales. No parecían saber nada de ella, como si nunca la hubieran visto antes, como si no supiesen nada de que los había visto hacía tan solo media hora atrás, o al menos había visto algo que no sabía definir, algo, unos cuerpos sin animación, sin vida, lo que quedaba de ellos, sus espiritus, o lo que fuese.
Pero ahora, inclusive se sentía más tranquila porque, al verlos allí, sintió que nunca mas volvería a toparse con ese horrible encuentro anterior.
La mujer notó su sobresalto y la mirada con la que la chica la estaba observando, pero no llegó a decir nada al respecto porque su esposo la interrumpió indicando que ya habían llegado, y que el micro, si era el que estaba señalando, aún no había partido.
Lo era, ya había cerrado la puerta y se ponía en movimiento cuando el chofer vio a la joven haciéndole señales para que se detuviese. Abrió la puerta y la chica subió, con el pasaje en la mano, y, luego de encontrar su asiento al fondo contra la ventana, se sentó para ver como se alejaba, por fin, del pueblo.
Siempre le había costado dormir en los micros, sin embargo esa noche durmió mas que bien, sintiendo que se sacaba un gran peso de encima, que todo había pasado y que ahora su vida volvería a la normalidad. Esta vez no tuvo sueños de muertos ni de cosas raras, nunca mas lo haría, de ahora en mas soñaría cosas normales, como el resto de los mortales. Durmió toda la noche, estirándose en el asiento vacío a su lado. Soñó con su amor, soñó que lo abrazaba, que reía de sus tontos comentarios, con esa risa desinhibida y sensible, y que le decía, mirándolo a los ojos, cuanto lo necesitaba.
Se despertó sonriendo y acariciada por los primeros rayos de sol de una mañana hermosa. Estiro como pudo su pequeño cuerpo en el asiento y se refregó los ojos con sus manos. Ya estaba cerca de su destino, mirando pasar los campos sembrados y potreros llenos de animales. Volvía a estar en una dimensión natural, la misma de todos, la de sus amigas, que la esperarían para salir esa noche a tomar un Fernet, la de su madre que le prepararía esos mates tan amoldados a su hija, la de sus perras que la saludarían al llegar moviendo la cola, felices de verla. Tenía muchas ganas de comer un gran plato de papas fritas con mucha sal y hechas por ella misma. El mundo volvía a estar de su lado, a ser el mundo de Coqui.
Miraba, feliz de su vida, por la ventana cuando, muy cerca de la ruta, apenas un par de metros detrás de un alambrado de púa, vio una vaca que parecía estar observándola. Su mirada era especial, distinta y estaba segura que estaba dirigida hacia ella. El animal tenía una inconfundible mancha negra en su lomo.