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LA SOMBRA (XII PARTE)

Llegó al monasterio para el mediodía y encontró al Abad muy preocupado en el comedor, le contó de inmediato la desaparición de los pescadores y las probables consecuencias si no se encontraba un culpable. La situación entre las aldeas era muy tensa y ya la mediación del monasterio no alcanzaba para contener lo que podía terminar en una batalla que los pescadores estaban conspirando.
Terminada la comida vieron por la ventana cómo llegaba un emisario a caballo, tenía el escudo del Vaticano en su capa. Se bajó en el patio y pidió hablar con la autoridad del monasterio. Lo recibió el Abad junto a Albert Taulet en su despacho, entonces el hombre le entrego una carta de la santa sede y se marchó a darle de beber a su corcel. Se notaba que el jinete había cabalgado sin detenerse por un largo tramo, pertenecía a un grupo de mensajeros del Vaticano especialistas en recorrer amplias distancias en corto tiempo para llevar las noticias más urgentes e importantes.
- El día que escribí para pedirle ayuda también escribí a la Santa sede. No esperaba que respondiesen tan deprisa – explicó el Abad mientras abría la carta, desarmando el sello de cera que cerraba el sobre.
- Es corta – dijo al tomar la hoja y observarla brevemente, antes de leérsela a su invitado presente en la sala.
Lamentamos profundamente lo ocurrido y el pontífice le envía a su monje Juan Vidal Díaz la bendición y espera que sea bien recibido en los cielos.
Por lo que describe en su relato deducimos que se trata de un caso delicado que requerirá la presencia de un especialista, el cuál se dirige en este momento hacia allí y espera llegar lo antes posible. Mientras tanto solo recomendamos que mantengan la calma.
Si hallasen, en las cercanías del cuerpo, un amuleto, les pedimos por favor que lo entierren de inmediato, pues aquél debe encontrarse bajo tierra.

La carta la firmaba un obispo cuyo cargo adjunto era de Director de la “Congregación para la doctrina contra los espíritus del mal”.

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